XLIX

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Sintió como su corazón se aceleraba a la vez que el tiempo se detenía mientras sus pies corrían todo el camino que quedaba de vuelta a su oficina. Sabía que era inevitable la huida, pero tenía que trazar un plan. Sus sospechas habían quedado confirmadas en aquel preciso momento. Estaba siendo vigilada, así había sido desde el inicio.

Notó como las miradas se giraban en dirección a ella al cruzar a mitad del hospital, olvidando hacer el pase de entrada para correr a un lugar donde se sintiera segura. El aire había abandonado sus pulmones. Entendió que su necesidad de respirar había aparecido de vuelta en cuanto su espalda tocó la puerta cerrad de su despacho, uno de aquellos con las puertas que cerraban desde arriba, haciendo que todo quedara sellado.

Estaba buscando tiempo, cosa que no sucedería. Necesitaba perderse, correr. Ella tenía en mente que sabía demasiado para su propio bien y después de todo lo que había pasado, se terminó relajando. Comenzó a golpear su cabeza contra la pared en un intento desesperado de calmar la desesperación que había crecido en su pecho, mientras su CID le alertaba sobre sus niveles de estrés y la recomendación imperante que hacía tiempo n había recibido: "tomar medicación".

La ignoró, como no había hecho desde hacía mucho tiempo atrás. El mundo se había detenido mientras por su cabeza pasaban en secuencia una y mil veces las voces de todas las cosas que había hecho mal en su vida, sumergiéndola en una espiral de la que había perdido el completo control sobre su cuerpo. Las manos le temblaban a ambos costados del cuerpo, tratando de encontrar algo en lo que distraerse que no fuera alguno de los bisturís que guardaban celosamente en la caja fuerte.

Comenzó a contar las cosas que estaban a su alrededor.

Una silla de plástico, de color negro. Tiene cuatro ruedas.

Una pantalla con los nombres de los ingresados en el hospital.

Un holograma de mi padre, luego de Gavin, luego mi madre. Primero mi padre, luego Gavin, luego mi madre.

Siguió mirando el círculo de imágenes que se desdibujaban dando vueltas una tras la otra mientras las palabras en u cabeza trataban de reacomodarse, sin demasiado éxito. Estaba pensando en tirarse por la ventana, quizá, cuando entendió que había un propósito más grande. Recordó a la gente del MK-U, intentando pasar por alto la muerte que había presenciado en el puente.

Todos estaban conectados, quizá siempre habían tenido la razón, quizá esa era la verdad desde el principio. Comenzó a llorar, sin ser presa de la desesperación. Era la certeza sobr sus hombros de que a partir de entonces, todo cambiaría. La muerte no tenía remedio para aquellos propósitos mayores, y había sido muy ingenua en no creerlo antes.

Tomó su tiempo, sabiendo que le quedaba suficiente, a pesar de las constantes alertas que saltaban desde su muñeca, informándole sobre los constantes cambios en el hospital, de los que esperaba, fervientemente, no recibir alguna noticia parecida a la del niño recién ingresado. Tenía que huir, pero primero debía terminar con algunas cosas.

Llamó a su padre, quien contestó la llamada con un rostro que cambió rápidamente de la alegría a la preocupación absoluta.

—¿Qué tienes? ¿Qué ha pasado?

—Voy a irme.

—¿A dónde, niña?

—Lo saben. Lo saben todo. Ahora creerán que tengo la culpa y...

—¿Qué es lo que te han dicho? —le paró, sin dar crédito a lo que decía su hija.

—Ha llegado un niño hoy al hospital y...

—No. Idonne, tienes que...

—¡Espera a que termine! —respondió con energía, casi como siempre, más de la que quería demostrar— es solo que... me han mandado un mensaje, sobre una reunión privada. Quiero que sepas al menos donde voy a estar, si es que me desaparecen.

—Idonne, espera. Tienes que pensar esto -el hombre al otro lado de la pantalla estaba llorando— no puedes dejarme ahora, seguramente van a hablar de otra cosa. Ha sido solo una coincidencia.

—¿Cómo quieres que crea eso? ¿Qué van a hacerme?

—Tienes que tranquilizarte. Voy a ir por ti, ¿de acuerdo? Pensaremos una forma de hacer esto. Solo tienes que calmarte.

—No me pidas eso.

—Estoy saliendo por ti, Idonne. Y me llevo al gato.

—Papá...

—Sal con alguien, ve a buscar aire fresco. Tienes algo que debiste leer hace mucho tiempo antes.

—No estoy lista —respondió ella, queriendo obedecer a todo menos al sentido común de su padre— deja que me vaya.

—Es imposible, Idonne. Nos vemos en cinco minutos —el hombre subió a una cápsula con el gato en brazos— espérame en la puerta. No te muevas de ahí.

La chica que había llegado para hacer de reemplazo a Gavin, le estaba esperando en el vestíbulo. Idonne sabia que sería su ayudante, y la persona que la había estado cubriendo durante los días que había estado fuera. Quizá sería ella la próxima persona que se quedara al mando en cuanto ella desapareciera, de cualquiera de las formas que estaba planeando que sucederían en su cabeza.

—¿Vas a algún lugar hoy?

—Sí, Cassie. Te pediré que me mantengas informada de todo lo que pasa y que cuides en particular al niño que tienen en urgencias. Pregunta por el del problema en los oídos y te ayudarán

—¿Pasa algo? Te noto alterada — la joven no era lo que se puede decir discreta— ¿quieres que te prepare algo? ¿Pasó algo?

—No —repsondió tajante, alargando el cuello mirando hacia la entrada principal para divisar a su padre. Sabía que tendría los ojos rojos, pero no notó las marcas de las uñas enterradas en sus brazos, que seguramente la chica sí había visto.

—¿Qué tienes?

—Una emergencia, Cassie. Haz lo que te he pedido, por favor. Y no hables de que me has visto así con nadie, ¿cuento contigo? —esperó la respuesta en un asentimiento— voy a irme por el resto del día. Te informaré de lo que suceda por la tarde, ¿de acuerdo?

—¿Necesitas algo más?

—No dejes que nadie entre a la habitación del niño, por favor. Es un secreto.

Se despidió alzando la mano, con un gesto desinteresado, a punto de correr hacia los brazos de su padre, que caminaba por la acera al lado de un gato blanco. 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora