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No le hizo falta hacer ninguna clase de presentación al llegar a la puerta. Aquel día le recibió uno de aquellos jóvenes que trabajaban detrás de la pared que no podía sobrepasar bajo ningún motivo. Era Lucian, un chico que apenas había cumplido los 18 años, que había nacido en la cúpula y que había convivido con sus padres lo suficiente como para no extrañarlos.

Idonne recordaba su nombre y todo lo que tenía que ver con su vida en las idas y venidas que había tenido por la comunidad. El chico bajó la cabeza en aquel saludo común de toda la vida. Revisó todo lo que llevaba y su cara de sorpresa ante la caja de galletas no se hizo esperar. El chico conocía la lengua común.

—¿De qué se trata esto?

—Lucian, tienes que ayudarme a conseguir acceso. Por favor.

—No tengo por qué hacer eso, ¿cuánto tiempo tienes aquí?

—Tengo información que podría servirles demasiado, dame una oportunidad.

Idonne tomó la caja desde el lugar en el que la había dejado para poder comunicarse con facilidad.

—Acepten esto, es todo lo que puedo hacer por ustedes. Pero entiendan que necesito salir de Munich lo más rápido posible.

—¿Tienes algo que quiera saber?

—¿Sabes del papel que traje aquí al llegar?

El chico se mostró sorprendido, si más cabía en su rostro demasiado expresivo.

—Pues ahí tenía el código de Alegría Wassereihm.

—¿Wassereihm? ¿Cómo sabes ese nombre?

—¿La conoces?

—Es un nombre en código especial para un grupo de personas que trabajan por la rendija. El apellido es un código en sí mismo.

El chico ya estaba comenzando a hablar de más. No sabía si confiaban lo suficiente en ella o era que eran demasiado complejos como para darle una pista perdida. El cerebro de la comunidad era una colmena en todo su esplendor.

—¿Puedo entrar ahí?

—¿Qué necesitas saber?

—Si en la rendija de la élite hay rumores de algo como un virus.

Lucian se fue alejando un poco de ella, dando pasos hacia atrás, sintiendo en el movimiento de sus manos una agresividad dirigida hacia él. Pocos dentro de aquel lugar actuaban como ella. Eran pequeños robots organizados para un propósito único, pocas veces había visto algo como el enojo o la desesperación, cosa que hacía notar en su forma sobre exagerada de reaccionar con sus expresiones.

—No —trató Idonne de calmarlo, haciendo lo mismo para ella— que entiendas que no tengo nada que pueda afectarles, solo quiero entender que es lo que...

La frase que tenía por completar se quedó en el aire, así como la caja de galletas a la entrada de la cúpula cuando Lucian la arrastró a la oscuridad, rodeando el rectángulo principal hacia el lado de control.

Aquella sala era completamente diferente a todo lo que Idonne había visto antes. Existían cosas que solo conocía en las imágenes. Cosas como tostadores. Televisores reales de pantallas planas, todos aquellos que fuero reemplazados con los años por las enormes proyecciones que ocupaban las paredes, e incluso su propio lugar en mitad del aire, surgiendo del suelo, pero aquello era real.

Como los enormes teclados, las luces de colores que no salían de CID. Dentro de una enorme caja de cristal al centro de la caja de operaciones, había un montón de chips organizados al lado de su CID correspondiente todos perfectamente limpios y con algunas conexiones sobrantes por fuera, arreglados de maneras en las que Idonne solo podía soñar.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora