XXXVIII

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Cerraron los ojos, esperando que la corriente se llevara todo rastro de su existencia, dejando pasar el tiempo hasta que sus corazones volvieran a su ritmo natural. Idonne no se dio cuenta del momento en el que Paul saltó a su lado en dirección a Bia. Estaba petrificada a mitad del puente, con las manos aferradas a los tablones en el suelo.

Pensó de nuevo en el momento sobre el Murinsel, entendiendo al fin la desesperación de la muerte vista en los ojos de aquellas personas que no encontraban esperanza en un mañana. Idonne supo que todo había sido planeado por ella desde un principio. Quería salir, para desaparecer en un lugar del que su hermana no supiera nada. Quería irse sin creer que algo como la culpa llegaría a alcanzar todo lo que dejaba atrás.

O quizá, tan solo quizá, quería ver el mundo por una última y única vez. Si el Supremo era tan sabio como se decía, ¿lo había previsto?

Idonne sintió el impulso irrefrenable de volver hacia el bosque, dejarlo todo y correr a donde nada ni nadie le encontrara cuando una mano blanca y delicada le secó las lágrimas del rostro. Allie había llegado hacia ella sin que la notara.

Nadie quizo hablar de lo sucedido minutos después de que Idonne volvió a reunirse con todos.

Tenía el cabello pegado al rostro y sentía los ojos arder. El pecho le dolía casi tanto como los pies que finalmente habían vuelto a la vida después del tiempo de descanso. Estaba cansada. Infinitamente cansada.

Paul y Bia tomaron sus cosas.

—¿Vamos al puente?

—O pueden seguir adelante, quizá puedan...

AnnaLiss tomó una de las manos de la chica, impidiendo que siguiera, con la mirada baja, indicando el camino hacia su nueva vida. Tal vez aquello era todo lo que quedaba.

Ni siquiera volvieron la vista al separarse de las chicas. Cada pareja iba de la mano, a caminos tan dispares que solo el futuro sabría que era aquello que les deparaba en sus próximos pasos.

Siguieron sin mencionar nada hasta que divisaron a lo lejos, en un paso a desnivel, una gran antena con una bola roja en la punta, que parpadeaba a extraños intervalos. En el CID de Idonne comenzaron a aparecer mensajes habituales de su padre y una alerta de la caja de arena de Miku. Se mordió los labios, sabiendo que estaba más cerca del final.

Cuando finalmente bajaron con la caja de provisiones, les faltaba el aire. Allie había recobrado el color en las mejillas, algo que la joven no entendía en lo absoluto.

Llamó su atención con un gesto, sentándose sobre la hierba. Escondiendose de la vista de las personas que resguardaban la base. Una pequeña casucha medio derruida de la que salían cables y miles de dispositivos que se conectaban a una serie de antenas mas pequeñas que sobresalían del suelo, con una base que giraba tratando de detectar algo. Idonne tuvo que guardar su curiosidad para los minutos que le seguían.

La chica se sentó a su lado y le dedicó una mirada de curiosidad.

—¿La conocías?

—Se llamaba Myrnha. Siempre había cuidado a su hermana —detuvo las manos en el aire, y un temblor comenzó a invadirla— era muy amable. Nació ahí. Cuando yo llegué nos hicimos amigas, aunque era mayor que yo.

—¿Sabes qué es lo que...?

—¿Qué es lo que descubriste, Idonne? ¿Qué es lo que la hizo volverse loca?

—Escuchaba.

—¿Cómo?

—Nadie lo sabe, Allie. Nadie.

La pequeña apretó los labios, en un gesto más típico de su edad que la mirada desafiante. Demostraba toda la inocencia que había perdido en una adultez temprana que no había terminado de alcanzar.

—Tengo miedo.

—Yo también.

—¿Crees que sea algo contagioso?

Se encogió de hombros. La respuesta era tan sencilla como aquello.

—Es mejor que nadie más lo sepa.

—Paul y Bia hablarán.

—Todos lo han hecho antes. Estarás segura.

—¿Sabes lo que es?

—Es simplemente inexplicable. Yo sigo sin entenderlo.

—¿Qué le pasó a tu amigo?

—Saltó de un puente.

La conversación se interrumpió por un hombre que les apuntaba con una arma larga. Un cañon pesado que soltaba chispas por la punta, con una sonrisa afilada.

—¿Qué vienen a buscar por aquí?

Allie levantó la mano con la cicatriz, y la cara del sujeto palideció rápidamente.

—¿Eres tú?

La adolescente asintió.

—Tenemos problemas. 

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora