XXIX

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Casi había comprendido algunas palabras con el paso de los días.

Idonne se había acostumbrado al ritmo que llevaban, al grado de seguir sus horarios de alimentación, trabajo y responsabilidades. Se sentía como otro de los niños, sin nada más que hacer que jugar entre la tierra, ayudar a otros a cortar abrojos si es que alguien lo pedía durante el trabajo en las parcelas y lavar los platos, si nadie se lo impedía.

Aquella pequeña gran comunidad trabajaba como un gran reloj con engranajes que encajaban de manera perfecta, completamente aceitado y a prueba de errores. También logró entender el por qué no había adultos mayores. Todos decidían morir antes de cumplir los cuarenta, y eso era algo fácil de entender.

Entre ellos no había algún médico especializado. La gran mayoría de personas que desertaban en el grupo de Munich eran adolescentes o jóvenes que no habían terminado la carrera, casi todos en alguna de aquellas casi olvidadas ciencias del comportamiento social, cosa que los llevaba a rebelarse sin dar marcha atrás.

Sin avances médicos, las personas que sobrepasaban los cuarenta tenían pocas probabilidades de sobrevivir, y no se podían dar el lujo de ayudar a nadie y dedicar a un grupo completamente a ello. Todas las manos debían ser serviciales por completo.

También había grupos de chicos que no llegaban a los veinte que lograban hacer maravillas tecnológicas con los materiales a su alcance, y el mito más grande de la ciudad eran ellos, los que habían logrado desde hacía décadas, el control de La Rendija.

Desde sus inicios más arcaicos, cuando el "internet" era un tema cotidiano, llegó a existir, aquel pasadizo que no se mostraba en los buscadores. Una red en el subsuelo digital en el que las más oscuras hazañas se podían lograr, pero tenía un propósito. Nunca dejar rastros.

Era compleja, pero no lo suficiente como para lograr sobrevivir hasta los años después de la guerra sin llegar a sufrir modificaciones que la habían convertido en algo a toda la fuerza de su enorme potencial.

Las grandes corporaciones mundiales habían logrado hurdir los planes de la guerra en aquellos bajos mundos, llevando al borde de la extinción a la humanidad. Cuando los años pasaron y la gran epidemia de sordera que terminó con uno de los sentidos vitales en las personas llegó, se dieron cuenta que tenían que encontrar una manera de seguir sin aquella vigilancia.

La élite podía acceder a ella casi como un privilegio, como una cosa de la normalidad, mientras la gente de a pie soñaba con aquel lugar como un stio en el que se seguían gestando conspiraciones oscuras.

Y la realidad no estaba demasiado alejada de aquellas ficciones. La base del MK-U había diseñado un sistema exclusivo en el subsuelo donde la gente de la élite podía ir aun más abajo del radar de comunicaciones gubernamentales. Un servicio que solo ellos podían ofrecer.

Eso se lo habría explicado Luccia, la mujer que tomó el mando al quinto día de su estancia. También le causó sorpresa la capacidad de organización que tenían, cuando todos tenían su día de resolver conflictos y vigilar las compuertas. No existía entre ellos algo como el poder o la jerarquía. Todos eran piezas de un rompecabezas vital, que los mantenía en aquel perfecto estado.

Idonne había desarrollado un vínculo especial con Clara, y aquel joven que al parecer era uno de los que trabajaban en La Rendija. Aun no la habían dejado entrar a aquella área de la que constantemente salían resplandores de alertas, noticias y tareas a realizar. Supuso que llegaría el día en el que aquello sucediera.

En algún momento se le ocurrió preguntar por sus padres. Su ubicación estaba libre de ser usada allá afuera, en Munich. Específicamente, afuera, tan cerca del centro como pudiera. A medida que se acercara a la cúpula, la intensidad de la señal que mandaba su GPS desaparecía, todo gracias a aquel pequeño chip que habían desarrollado allá adentro, con una clase de sistema que invertía el funcionamiento de los que se habían extraído.

Estaba sorprendida ante tanta información.

La dejaron salir finalmente después de una semana, con la advertencia de que ellos intervendría en cualquier señal enviada, ya que no había dado algun indicio de querer dejar el MK-U por completo hasta finalizar su cometido.

Había pasado bastante tiempo desde que no había visto a su madre, pero no hicieron falta palabras para describir la sensación de pesadez que inundó su cuerpo cuando revisó uno de los últimos mensajes que le habían llegado, apenas unas horas atrás de parte de su padre.

"Idonne. Tu madre está muy grave. ¿Será que podrías venir?"

Después de la última conversación que había tenido con él, había comprendido que dichas palabras no habrían sido escritas de no ser por una cuestión de vida o muerte, dando por entendida la encomienda que ella había tenido por parte de su padre, encontrar todo aquello que llevó a Gavin a su final.

No lo llamaría. No porque no pudiera, sino por su miedo a ver los ojos del hombre que le dio la vida llenarse de lágrimas, haciéndola escapar rápidamente, dejando atrás todo el tiempo que había pasado.

Dejó pasar la notificación, advirtiendo como su CID había avisado a la comunidad del hospital sobre su toma en la vacante de jefatura. Ahora tenía vía libre para perder el tiempo fuera de su lugar, mientras estuviera al tanto de sus obligaciones en el hospital. Esa era una de las pequeñas ventajas de las que se aprovecharía en cuanto le fuera posible.

Retomó su camino al centro de la ciudad, renovando sus esperanzas en mirar la luz del sol inundarle por completo. No había mucho de qué hablar con nadie, no había nada que quisiera buscar, porque todas las respuestas estaban en el lugar que ya conocía. Solo tenía que adentrarse en ellas, y el tiempo se le estaba agotando.

Haber estado en la cúpula le llenó de algo de paz que se había esfumado al salir al mundo real. Tenía que apresurarse. El viento le golpeó de cara y corrió de vuelta a la MK-U, con la fuerte convicción de no volver a salir de ahí sin respuestas, y también una caja de galletas de mantequilla bajo el brazo.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora