XLVI

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El café comenzó a saber a un prolongado silencio después de enfriarse. Idonne sentía que cada pequeño sorbo pasaba más amargo, y a la vez, el calor en su interior se intensificaba, cambiando de apoco las cosas que sentía, del dolor a una resignación casi indescriptible de los que habían sido los días mas duros de su vida. No dejaba de tener miedo, eso nunca se había ido.

Cuando las tazas estuvieron vacías, el tintineo de las cerámicas volviendo a su lugar sonó, pero no había nadie para escucharlas

—¿Vas a contarme ya ahora el final de esta historia?

—No le digas así —respondió Idonne, un tanto enfadada por la falta de sensibilidad de su padre.

—No lo tomes a mal, pero hay que ser sinceros, Idonne. Se fueron. No van a volver. Nos dejaron los mejores tiempos, nos hicieron lo que somos. Eso ha sido todo.

—No tenía por qué ser así —respondió ella en un gesto que e dolió profundamente— Gavin tenía tantas cosas por hacer. Tenía tantos sueños, tantas metas. ¡Crecimos juntos! ¿Cómo me pides que lo deje ir así? ¿Cómo?

—Él lo hizo. ¿Entiendes que todo es así?

El rostro de la joven necesitaba algo más de descripciones para salir de su estupor.

—Que sepas —prosiguió— que solo hay poco tiempo, Idonne. Lo que pasó así ha sido. Y no hay otra manera. Gavin tenía que hacer lo que hizo, y ahí acaba todo. No hay misterio. Lo mismo ha pasado con tu madre. Es algo con lo que debemos de vivir.

Se puso de pie, tendiéndole la mano. Ella aceptó y después de pagar la cuenta siguieron andando por la plaza principal. La luz del medio día llenaba todos los espacios de infinita calma. Idonne suspiró a la vez de su padre.

—¿Te has resignado, de verdad?

—¿A qué, Idonne? ¿A no volverlos a ver? —se encogió de hombros— es algo que no sabría responder a ciencia cierta. Pero me gustaría decirte que es así. No quiero llegar y darme cuenta que ella sigue sufriendo, no quiero pensar que Gavin está haciendo algo que no quiere. Las cosas son como han sido, mi niña. No hay más.

Cuando una de las cápsulas paró frente a ellos para devolverlos a su destino, la joven decidió continuar con su hilo de pensamiento. Quería mantenerse alejada de aquel último mensaje, al menos lo suficiente para no sentirse culpable al comprender que las cosas no serían nunca iguales después de leerlo.

—¿De verdad no quieres irte conmigo?

—Lo haré, ¿sabes? Creo que no snecesitamos. Quiero pasar el tiempo que me queda contgio.

—Te queda demasiado, no digas tonterías.

—¿Acaso lo sabes?

Idonne prefirió abrazar a su padre, sin limitarse a responder aquella pregunta. Había certezas que era mejor no tener.

El viaje de vuelta a Catzala había sido corto, lo suficiente como para evitar conversaciones sobre el mismo tema que les pesaba sobre los hombros, pero lo suficientemente largo para encontrar en las pequeñas distracciones del camino una y mil maneras de recordar todo aquello que habían dejado atrás. La mudanza de su padre llegaría al día siguiente al complejo de apartamentos en el ue ella vivía. Era cuestión de esperar para que aquel lugar volviera a sentirse como una casa no tan vacía.

Miku no los recibió con el entusiasmo acostumbrado, aunque sí con el esperado. Había estado rondando por las casas de alrededor, comiendo lo que los vecinos le regalasen y alguna que otra limaña que encontraba entre los jardines de las terrazas. Probablemente había sido un buen exterminador de plagas, o al menos un mal necesario. Idonne estaba demasiado feliz de verle. Era una de aquellas pequeñas alegrías que no se limitaban en su corazón.

Después de unos cuantos minutos, fue acostumbrándose a la nueva compañía, un hombre con el corazón roto pero fuerte, justo en la medida necesaria que necesitan unos ojos para ser cristalizados ante el amor de un animal.

La chica que los miraba completamente absorta en la escenaparecía estar en otro plano de aquel lugar, a la distancia, buscando no estorbar en ese par que le encantaba ver. Todo estaría bien.

Las cosas comenzaron a ir mejor cuando fue directamente a su habitación, perfectamente ordenada, como la había dejado cuando salió con su maleta inusualmente grande que había cambiado por una mejor en cuanto había llegado a Paris. Sintió cada cambio a su alrededor al hacerle el gesto dando los buenos días a su grabadora, aquella que apagaba todo lo que había en la habitación, haciendo que se centrara en su reflejo en holograma y nada más.

Podía recordar cada uno de los momentos que había grabado en aquella infinita memoria, temiendo por cada paso que daba su mejor amigo hasta el último momento. Espero a que la inundaran las oleadas de duros sentimientos sobre las preguntas que no debía hacerse: "¿Y si hubiese salido antes?" "¿y si lo hubiese tomado de la mano en Verona?"

¿Y si tan solo supiera algo de lo que sucedió?

Se sentía impotente con las manos vacías alzadas al aire, preguntando una y otra vez: "¿Por qué?" con un dolor que nunca antes había sentido. Una bola de pelos blanca apareció en escena, sacándole un susto que la hizo saltar. Sonrió al segundo siguiente, cuando sus lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas,, mientras el gato se acurrucaba su regazo en cuanto se sentó sobre la cama. Su padre había acompañado al animal, siendo guiado por algo como el sentido que tenía para reconocer la tristeza.

—¿Dónde lo ha conseguido?

—Era callejero.

—Ya lo veo.

—¿Por?

—Tiene algo extraño.

—Es un caso extraño.

El padre de Idonne se encogió de hombros.

—He visto varios.

—¿Qué te parece el lugar? —respondió, tratando de cambiar de rumbo la conversación— ¿Sí te quieres quedar? ¿Quieres que encontremos algo más grande?

—No, todo está perfecto. Solo tienes que ayudarme.

—¿A qué?

—¿Qué es todo esto que tienes por aquí? —caminó en dirección a su cámara escondida debajo de unas sábanas sobre el tocador.

—Grabé todo lo que pasó.

—¿Todo?

—Sí —notó la sensación de alarma en el rostro de su padre. Si alguien le había enseñado de precaución, había sido él— nadie lo sabe, nadie lo ha visto.

—¿Crees que corras riesgo?

—Creo que he corrido demasiados, pero al contrario, termino siendo recompensada.

—¿No has sospechado de eso?

—No. No tiene caso seguir haciéndolo.

—¿Estás segura?

Ella se limitó a asentir, mientras aseguraba de nuevo el CID en torno a su muñeca, haciendo poco a poco que los engranes cerraran, un poco más fuerte, un poco más cerca. No tenía nada que ocultar ante un mal menor, cuando el miedo era algo mucho más grande, y completamente desconocido. Había cadenas que sentaba bien portar

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora