capítulo XXIII (23)

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Estaba tan alucinada mirando para el animalillo que no me di cuenta que Diego me había soltado la mano y en un segundo había saltado a lo alto del árbol y atrapado a la ardilla. Pegó otro salto e inmediatamente estaba a mi lado con el animal forcejeando entre sus manos, se retorcía y pegaba mordiscos aparte de emitir unos chillidos altos con voz ronca, luego empezó a gemir, ¿ cómo un animal tan pequeño podía armar tanto jaleo? No sabía muy bien que iba a hacer con ella, por un momento temí que fuese su cena pero mi pidió que la cogiese, yo no estaba segura de querer hacerlo porque se notaba asustada y no hacía más que chillar y pegar mordiscos pero Diego me dijo como tenía que hacer para que no me mordiese. Al poco de tenerla entre mis manos la ardilla se tranquilizó, era de pequeño tamaño, de cuerpo alargado y estrecho y terminaba en una larga cola esponjosa y muy poblada de pelo. Su cuerpo tenía un color castaño menos la parte de su estómago que era blanco, creo que se había dado cuenta de quién era Diego, después de un rato entre mis brazos me agaché y la dejé ir.

_ ¿Sabes? las más comunes suelen ser negras, las patas traseras son más grandes que las delanteras y tienen cuatro dedos más largos que el pulgar, las uñas son largas y curvadas, viven en los árboles y bajan al suelo en busca de alimento. Son bastante ágiles, trepan fácilmente a los árboles y son veloces, además van de un árbol a otro dando grandes saltos y poseen una vista privilegiada aparte de que saben bucear muy bien, me gusta verlas caminar con la cola estirada, lo hacen porque les sirve para equilibrarse, viven en las zonas sombrías de los bosques y en las de baja montaña, y al igual que los caballos ella se ha dado cuenta de que no soy un simple humano. Mira, ¿te gustaría ir hasta allí o estás demasiado cansada?

Me señaló una pared de la montaña situada a la entrada del valle, en el lado oeste.

_ ¿Sabes Beca?, allí existen varias cuevas naturales.

_ No estarás pensando en que pasemos la noche en alguna de ellas, ¿no?

_ Bueno solo si te apetece, tranquila no pongas esa cara, solo quiero enseñarte algo.

El camino estaba bien señalizado y era ancho, además era fácil caminar por él a pesar de algunas cuestas, divisé una cueva y al entrar en ella había una imagen de un hombre, lo que me sorprendió bastante, Diego me dijo que era de un sacerdote que se pasaba días en ella a meditar. Vi un libro de firmas y también trozos de papel en las grietas de la cueva, según Diego eran ruegos, deseos escritos por los visitantes. Me ofreció un trozo de papel y un bolígrafo, él hizo lo mismo, luego de doblarlos los metimos en una de las grietas. La vuelta la realizamos por la otra variante del camino que discurría más alta y con mejores vistas, era más llano y daba a la parte alta del pueblo. Seguimos caminando, esta vez abrazados, le pregunté que podía oír, lo único que yo escuchaba era el agua fluir rio abajo y algunas ardillas comiendo en los árboles, se paró y cerró los ojos, luego los volvió a abrir.

_ Escucho como unos corzos comen no muy lejos de aquí, el caminar de dos jabalís, el aleteo de algunos pájaros en lo alto de un árbol a pocos metros de donde estamos, ah, y como una serpiente se desliza en nuestra dirección.

_ ¿En dónde?, giré la cabeza hacia todos los lados mientras me abrazaba a él.

_ ¡Vaya así que no temes enfrentarte a un licántropo pero te da miedo una pobre serpiente!

Caminamos media hora más hasta que empezó a oscurecerse, cuando llegamos a la casa Diego encendió la chimenea, yo empezaba a sentir frio y cansancio. Llamé a Marta para saber si habían llegado y en donde se alojaban, necesitaba que me diese algunos detalles para luego yo contárselo a mis padres, después de estar hablando un rato colgué.

_ ¿No habría sido mejor decir la verdad?

_ ¿Y perderme todo esto?, no me hubiesen dejado venir.

_ Así que ante la duda prefieres mentir, ¿ qué pasará cuando se enteren?

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