capítulo IV (4)

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Cuando llegué a casa me sentí aliviada de que internet volviese a funcionar y estuve dos horas hablando con mis amigas, no les conté lo del chico que había visto encadenado, además ya no estaba así que decidí olvidarlo. Solo habían pasado dos días desde que empezaron las clases y lo único que deseaba era acabar mis estudios para buscar una buena universidad algo más cerca de la civilización, además mi amiga Marta prometió venirse conmigo. Hacía rato que había terminado los deberes pero no podía conectarme con mis amigas porque internet volvía a fallar y como no tenía móvil estaba aburrida, le había dicho a mis padres que lo había perdido, decirles la verdad significaba responder a muchas preguntas que tal vez no pudiese contestar, total ellos no tenían intención de regalarme otro y yo por ahora no podía permitirme comprarme uno. Al final decidí escuchar música ya que en la tele no echaba nada interesante y los libros que tenía los había leído todos, tendría que pasarme por alguna biblioteca.
El domingo seguía depre así que decidí salir a dar una vuelta, no sé cómo pero acabé delante del pazo, supongo que mis pensamientos me habían guiado hasta allí, además era un buen lugar para desatar todas mis emociones ya que no me escucharían ni me vería nadie, o eso pensaba yo. Me fui directamente hacia la capilla pero no abrí la pared, simplemente cogí un banco de madera del montón de la esquina y lo levanté, pesaba pero conseguí mi objetivo, luego me senté en él. Me quedé mirando a la pared del fondo como si en cualquier momento se volviese a abrir. Pronto oscurecería y mañana tenía clases, estaba segura de que volvería a escuchar otro comentario como el de hace un par de días.

-¿Qué se cree la tía esa, que porque viene de la ciudad es mejor que nosotras, por eso no nos habla?

No entendían que a mí me costaba muchísimo dar el primer paso, era demasiado tímida.


-¿Qué, me echabas de menos?

Al oír esa voz del susto pegué un salto y me caí al suelo, casi se me para el corazón, sabía que me estaba mirando así que me levanté rápidamente de dónde estaba.

-¿Tú, tú qué haces aquí, no te habías ido?

-Bueno he vuelto.

Estaba muy cambiado.

- ¿Para qué, que piensas hacer, no pensarás...?

-¿Qué?

- Bueno es que hace unos días pensé en ti, más bien tuve una pesadilla, soñé que matabas a mi familia y luego a mí para después devorarnos.

¿Cómo le contaba aquello, es que había perdido el juicio?

-He prometido no hacerte daño a ti pero no dije nada de tu familia.

Mi cara se convirtió en una mueca de horror, él se echó a reír, aunque no me hizo mucha gracia tenía que reconocer que su risa era bastante sexi.

-Es broma, tranquila no voy a comerme a nadie.

Yo había dado unos pasos hacia atrás así que ahora estaba prácticamente pegada a la pared, me sentía arrinconada, él por el contrario no se había movido de donde estaba, tenía las manos metidas en los bolsillos del pantalón y se veía bastante tranquilo, llevaba una camiseta negra y un pantalón del mismo color, las botas tipo motero eran también oscuras. Se había cortado el pelo, ahora la melena le llegaba hasta el cuello, sus ojos ya no parecían rojos pero seguían conservando ese tono escarlata alrededor del iris, también se había afeitado y ya no olía mal, tendría entre veinte y veintitrés años y era inmensamente atractivo.

-¿Qué, he pasado el examen?

-Mirándote ahora no das tanto miedo.

-No te fíes.

- Creí que no te volvería a ver, pensé que habías huido para siempre.

-No necesito huir de nadie.

Qué eres tú?  Completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora