capítulo I (1)

140 7 0
                                    

HAY AMORES TAN BELLOS QUE JUSTIFICAN TODAS LAS LOCURAS
QUE HACEN COMETER.

PLUTARCO.





Cuando mis padres nos dieron la noticia a mi hermano Marcos y a mí de que nos íbamos a mudar deseé que la tierra me tragase. No me gustaban los cambios y mucho menos de esa índole, mi vida había sido simple aunque para mí perfecta, tenía mis amigos de siempre, vivía en la casa de siempre y en el lugar que me había visto nacer y crecer, todo bien, no había cambios, ni sobresaltos, nada que alterase mi vida. No me habían gustado nunca los cambios por muy pequeños e insignificantes que fuesen. Yo era así desde mi niñez, el primer día que mis padres me dejaron en el colegio lloré, lloré mucho durante toda la clase, ni los juguetes, ni los abrazos, ni las palabras de cariño que me daba la profesora me consolaban. No recuerdo durante cuantos días estuve así, mis padres me dejaban, me abandonaban en aquel lugar extraño para mí, con gente extraña y yo lloraba,pero seguramente todo aquellos sollozos se acabaron cuando me cansé y descubrí que nada iba a cambiar por muchas pataletas y rabietas que diese. Lo mismo ocurrió al año siguiente cuando al llegar al cole me encontré con que tenía profesora nueva, yo ya me había acostumbrado a la señora Esperanza, buena, paciente, nunca daba un grito.... ¿por qué tenían que cambiarla?, así que de nuevo las malas caras, los lloriqueos, incluso me negué a ir al colegio pero nuevamente no sirvió de nada, me obligaron a ir y también sorprendentemente me adapté. Luego con el paso de los años los cambios de clase, de profesores y de algunos compañeros dejaron de ser un gran problema porque a medida que crecía me daba cuenta que era algo inevitable, algo que yo no podía controlar, pequeños cambios que tenían que suceder en mi vida porque luego al acabar el día yo regresaba a mi barrio, a mi casa, a mi mundo. Pero ahora todo iba a ser distinto y todos los cimientos de mi vida se tambaleaban, me entraba un sudor frío solo de pensarlo. Tenía dos meses exactos para que mi vida cambiase radicalmente, justo al comienzo de las vacaciones de verano. Eso nos daría tiempo para adaptarnos a nuestra nueva vida, ¡como si fuese tan fácil! Estaba segura que de nada serviría que pusiese el grito en el cielo, llorase o patalease, si no lo había conseguido durante todos estos años era muy improbable que ahora surgiese efecto, además ya lo había intentado mi hermano y nada había conseguido. La vida no era justa, ¿porque mis amigos se quedaban en la ciudad, en el mismo cole y en su casa de siempre, viéndose casi a diario, haciendo planes para las vacaciones y a mí me tocaba irme? Odiaba mi vida y culpaba a mis padres de ello, sabían muy bien que las alteraciones, los cambios no me gustaban y sobre todo esos tan grandes, no era justo, yo también pertenecía a esta familia ¿es que mi opinión no importaba?, decidí ignorarles todo el tiempo, querían que supiesen que jamás les perdonaría aquello, aún no nos habíamos mudado pero ya odiaba aquel lugar que me apartaba de todo lo que yo conocía, en cuanto cumpliese la mayoría de edad me iría de allí. Me quedaba una semana para irme y mis amigas querían hacer una fiesta de despedida, sabía que tenía que inventarme alguna excusa porque no me gustaban las despedidas, además estaríamos en contacto, había una cosa que se llamaba internet. Si por mí fuese jamás se enterarían de mi marcha, pero mi hermano de diez años que era un bocazas se lo había contado a todo el mundo, él sí que disfrutaba siendo el centro de atención, por eso la profesora junto con sus compañeros de clase le iban a dar una gran fiesta, así que ahora ya no estaba tan enfurruñado con mis padres, no era un buen aliado. Marcos era un niño alegre, se parecía mucho a mi madre, tenía el pelo negro y muy corto y los ojos castaños, flacucho, alto para un niño de su edad y al contrario que yo nada tímido. En cambio yo me parecía más a mi padre un metro sesenta y tres centímetros de estatura, pelo largo, liso y castaño, ojos verdes y de compresión delgada, lo que se dice una chica normal de las del montón. Los dos últimos días antes de irnos fueron los más tristes, el camión de la mudanza se había llevado casi todos nuestros muebles, la casa estaba vacía, solo nos quedaban las despedidas, yo no quería ver a nadie ni hablar con nadie, así que me fui a dar una vuelta por el barrio. No me despedí del lugar sino que le dije un hasta luego, se lo dije a la fuente que se encontraba en medio de la plazuela donde los niños jugaban entre las dos figuras que la adornaban, no echaba ya agua pero con los años se había convertido en un lugar importante en el barrio, además los dos únicos bancos de madera que allí estaban se encontraban siempre ocupados, la gente mayor se pasaban horas en ellos, charlando y viendo jugar a los niños. También le dije un hasta luego al pequeño parque, tenía un tobogán, dos columpios, una casa de juegos y poco más, pero cuando el tiempo era bueno siempre estaba lleno. También prometí volver pronto al campo de fútbol, no era un gran campo, ni siquiera tenía césped pero ahí pasé algunos de mis mejores momentos, charlando y riendo con mis amigas, viendo entrenar a los chicos y animándolos siempre que competían con un equipo rival, incluso había sido nuestro lugar para ligar. Me despedí de la iglesia, de la tienda de chuches, de la librería y así estuve durante mucho rato hasta que empezó a anochecer. Cuando llegué a casa me sentía emocionalmente agotada y lo peor estaba por llegar, al abrir la puerta un grupo de voces gritaron al unísono " sorpresa" y yo me quedé en el sitio, parada, quieta, petrificada, allí estaban mis amigos, mis vecinos, familiares, todos con una enorme sonrisa que se esfumó a medida que pasaban los segundos, debieron de ver algo en mi cara que no les gustó. Yo no supe reaccionar con todo aquello, gente sonriendo, pasándoselo bien, felices porque nos íbamos, ¿qué clase de amigos eran aquellos?, se suponían que deberían estar tristes, ojerosos y con lágrimas en los ojos, convenciendo a mis padres para que no nos fuésemos, ¿es que a nadie les importaba?, los miré con cara de espanto y salí corriendo hacía mi habitación o lo que quedaba de ella, por mi rostro empezaban a salir lágrimas de desconsuelo, supongo que aquello fue una de las despedidas más humillantes que recordarían durante mucho tiempo. Me acosté en el único colchón que allí quedaba y me tapé con la única manta que había, al poco rato entró mi madre y me preguntó cómo estaba.
_ ¿Tú qué crees?, me obligáis a ir con vosotros a un lugar que no quiero, sin importar nuestros deseos u opiniones o lo que sentimos, ¿y todavía me preguntas si estoy bien?, pues no, no estoy bien, así que déjame en paz y disfruta de tu fiesta con toda esa gente.
Me tapé la cabeza con la manta, con la esperanza de no escuchar las voces que provenían de la sala, no sé cuánto tiempo estuve así pero al rato escuché abrirse de nuevo la puerta de mi habitación, esperé a que mi padre me echase la bronca por haberme comportado de esa manera pero ésta nunca llegó. Lo que llegó a mis oídos fueron demasiados pasos intentando sin conseguirlo ser silenciosos, poco a poco se acercaron a mí y se sentaron a mi lado, una mano me acariciaba la espalda por encima de la manta.
_ Sé que no estás bien así que no te lo vamos a preguntar otra vez pero si quieres que nos vayamos solo tienes que decírnoslo.
No dije nada, me limité a seguir debajo de la manta con mi tristeza hasta que mis fuerzas se agotasen y no sé en qué momento me quedé dormida. Cuando desperté unos pequeños rayos de luz se filtraban por la ventana, miré la habitación, mis amigas no se habían ido, se habían quedado aquí conmigo a pesar de haberme comportado como una auténtica idiota pero ahí estaban a mi lado, como siempre, juntas. Alguien les habían prestado unas mantas y almohadas, sonreí, eran la mejores amigas que una podía tener, verdaderamente las iba a echar muchísimo de menos. Marta era la que estaba a mi lado , seguro que había sido ella la que me había acariciado la noche pasada, tenía el pelo castaño y lleno de rizos, sus ojos eran marrones, era delgada y teníamos prácticamente la misma estatura, habíamos sido amigas desde la infancia, mis padres y sus padres ya tenían amistad, a Elena la conocí en tercero de primaria, se habían mudado aquí para tener un futuro mejor, era un poco más baja que nosotras las dos, delgada, rubia de pelo largo liso y ojos azules, Carla y Susana se unieron a nosotros cuando empezamos la secundaria, la primera era un poco más gordita que nosotras aunque lo disimulaba con su estatura, también era rubia pero de pelo corto y ojos castaños, Susana era de piel oscura, color chocolate como le decíamos nosotras, tenía el pelo corto negro y rizado y de ojos marrones , la última adquisición fue Rosa, un año después, era la chica nueva del insti, pensábamos que necesitaría unas manos amigas para ayudarla en el cambio, pero ella ya estaba muy acostumbrada a viajar de un lugar a otro, su padre era funcionario, trabajaba para el estado y solían cambiarlo de destino constantemente. Así que no tenía problemas para adaptarse, de todas maneras nos lo agradeció y se quedó en la pandilla. Era la más alta del grupo, guapa, delgada, pelo negro cortado a la última moda y ojos azules. Me levanté despacio ya que no quería despertarlas, me metí en el baño y me duché, cuando salí todas estaban despiertas, nos miramos unas a las otras y nos abrazamos. Mis padres no estaban en casa, me habían dejado una nota, se habían ido a comprar algunas cosas de última hora, luego iban a echar gasolina y comprobar que las ruedas del coche estuvieran en perfectas condiciones. Mientras unas se duchaban otras preparábamos el desayuno, no teníamos mesa así que comíamos en el suelo, estábamos aún desayunando con nuestro improvisado picnic y riéndonos de algunas anécdotas contadas por Rosa cuando llegaron mis padres y mi hermano Marcos. La despedida no fue tan difícil cómo la del día anterior y prometimos seguir en contacto. Después de que se fuesen recogimos lo que nos quedaba en la casa y nos fuimos. Durante la primera media hora del trayecto a nuestra nueva vida nadie habló, pero aquel silencio era demasiado para mi hermano, no le gustaba o no podía estar callado demasiado tiempo así que al poco rato empezó a acribillar a mis padres con preguntas. Yo nunca les había preguntado a qué lugar nos íbamos, en parte porque tenía la esperanza de que recapacitasen y nos quedásemos en el barrio, para mí ya había sido bastante malo habernos mudado así que cualquier cosa buena que me dijesen de ese lugar no iba a cambiar mi mal humor, pero a medida que mi hermano le preguntaba y mi padre respondía la cosa se ponía aún más fea. Mi padre tenía 48 años, era de estatura media, fuerte, pelo castaño y ojos verdes y había perdido su trabajo de encargado de mantenimiento, después de doce años de haber prestado sus servicios a aquella empresa ahora lo echaban a la calle porque el nuevo dueño, el hijo de su antiguo jefe quería caras nuevas, gente nueva con nuevas ideas y entre ellas sus dos mejores amigos. Durante un tiempo vivimos del paro pero éste ya empezaba a agotarse. Mi madre, una mujer alta, delgada, elegante, de media melena negra y ojos marrones se planteó buscar un trabajo, pero no era fácil para una persona de 42 años. Un mes antes de que se nos agotase nuestros ahorros mi padre encontró trabajo. El hermano del tío de mi vecina de abajo necesitaba un nuevo encargado para su empresa ya que el anterior se jubilaba, mi padre le había enviado su currículum y ahora íbamos de camino a aquel lugar. Deseé no escuchar nada más y empecé a centrarme en el paisaje que cada vez era más verde y vegetal y los edificios altos empezaban a escasear. Pero el no querer escuchar no significaba que no pudiese oír, todo lo que decían me deprimía más y más, mi madre de vez en cuando echaba la vista atrás, yo evitaba su mirada. Cuatro horas y media tardamos en llegar a aquel sitio, yo ya me temía lo peor cuando dejé de ver las ciudades y aparecieron pequeños pueblos, árboles, más árboles, vegetación y animales que no podías encontrar en una ciudad como rebaños de ovejas, vacas pastando o incluso algunos caballos sueltos. Cuando llegué a lo que sería nuestra casa yo empecé a preguntarme si no sería todo aquello una pesadilla de la que me despertaría en cualquier momento. La casa era de piedra de dos plantas y antigua, aunque reformada, era totalmente cuadrada con grandes ventanales de madera, delante tenía un gran porche, toda la hierba que se encontraba alrededor de la casa estaba recién cortada, y no había garaje. La casa estaba rodeada por un muro también de piedra que parecía que iba a caerse de un momento a otro. Para entrar en aquel lugar teníamos que abrir un gran portal de aluminio negro con barrotes anchos, no era eléctrico así que mi padre tuvo que bajar del coche para abrirlo.

Qué eres tú?  Completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora