Tangos en la neblina

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Un domingo frío y de neblina a las diez de la noche en Buenos Aires. No hay nada que ver, no realmente. Parece misión de valientes transitar por la calle y, sin embargo, algunos lo hacemos. Para llegar a otro lugar, cumpliendo una tarea o saliendo del trabajo; no hay manera de saber, nadie habla. Pero eso está bien, ¿No? Es lo normal, a lo que estamos acostumbrados. Si alguien hablara estaría loco.

Y después estaba ese viejo. No había nada remarcable en él, vestía un abrigo tejido beige, un pantalón simple y un par de zapatos. Caminaba erguido, a paso lento, y con las manos en los bolsillos. Pero eso no era todo, el hombre estaba cantando.

Cantaba tangos con una profunda y afinada voz. No lo hacía muy fuerte, como quien canta para sí mismo cuando está en soledad. Pero no estaba solo. Algunas personas pasaban recelosas por su lado, mirándolo de reojo y preguntándose en silencio si estaba bien. Otras, disfrutábamos de los versos que regalaba.

De alguna manera, yo también me cuestionaba sobre el porqué de su cantar. ¿Estaría feliz? ¿O tal vez era su forma de darle calidez a esa fría noche? No lo sé, pero lo que sí sé es que sus canciones crearon pequeñas sonrisas en las caras de varios que pasaron a su lado. Y, tal vez, en la mía también.

Gracias, viejo.

Mariposas doradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora