Cada luna llena

5 1 3
                                    

Venía rogando desde los primeros días del mes por tener aquel jueves libre, pero su jefe no escucharía nada de aquello. “Es luna llena, Berta. Necesitamos tanto personal como sea posible”, había respondido. ¿Por qué una oficina como la suya era esencial durante dicha fase lunar? No lo sabía.

Pero ella no podía estar allí para entonces. Tenía que irse lo antes posible.

Tomando su bolso, Berta se preparó para escabullirse por las escaleras de emergencia.  Estaba cruzando cuerpo a tierra la puerta del despacho de su jefe, cuando lo vio por la ventana al otro lado de la oficina.

Una nube, gorda pero veloz, descubrió la luna redonda detrás suyo.

Ya podía comenzar a sentirlo, el cambio dentro de su cuerpo. Berta soltó un alarido de dolor mientras sus huesos crujían y se transformaban, hasta borrar todo rastro de la humana.

Donde antes había estado Berta, ahora yacía un clip metálico.

Su jefe, preocupado por el ruido, salió de su despacho. No vio nada, pero al bajar la vista, alcanzó a ver el pequeño elemento de oficina en el suelo. Lo tomó y, de vuelta en el despacho, lo guardó en una cajita sobre su escritorio.

Al día siguiente, Berta despertaría sobre dicho escritorio, clips esparcidos por todo el sueño y pequeños pedazos de un contenedor plástico incrustados en algunos lugares dolorosos.

Mariposas doradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora