Viajes astrales a dimensiones invisibles

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Hay días raros. Extraños. Días en los que me levanto sin haber desarmado siquiera la cama, que avanzo al baño y me escondo detrás de la puerta en el instante que veo el espejo. Cuando veo mi reflejo.

O la ausencia de él, mejor dicho.

Me miro, me miro y me vuelvo a mirar. Pero nada cambia. Sigo observando un espejo que devuelve la vista de mi cuarto, como si yo no existiera.

"Es un sueño, nada más" Sí, claro. Mojo mi rostro con agua, levanto la vista, lo niego y repito el ciclo. Después de hacerlo por quinceava vez, dejo por completo la idea.

Abandono el baño para cambiarme de ropa y ni siquiera finjo sorpresa cuando, debajo de mis ojos, no encuentro mi cuerpo.

Paso el día con una capa de nubes blancas que nubla la realidad. Nadie me habla, nadie me escucha, nadie me siente. Corro por los pasillos y por las veredas gritando el nombre de mis amigos, pero ellos no parecen ni alentar la marcha.

Me empujan por la calle, intentan pasarme por encima y acabo insultando a una anciana que ni se inmuta. O no me escuchó. Para cuando cumplo la tercera vez en que casi me atropellan, me resigno y vuelvo al refugio de mi hogar, donde ni mi madre se consterna por verme regresar antes de lo debido y llorando lo que creo que son lágrimas reales.

Me acuesto, aun cuando son las cinco de la tarde, y sólo consigo llorar más fuerte en cuanto no siento mi peso contra el colchón.

Estoy flotando en un mundo paralelo, encimado al real, y cada vez me siento más lejos del que me pertenece.

En algún momento de la noche, regreso.

Puedo asegurar que estoy echada sobre mi cama, en mi hogar, en mi cuerpo.

Vuelvo a ser yo en más de un sentido.

Mariposas doradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora