No sé

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Ni siquiera sé por qué, pero comencé a temblar. De pies a cabeza, sin descanso. Como si me estuviese congelando pero a la vez me asfixiaba del calor.

¿Era la emoción? ¿La ansiedad de lo desconocido? ¿El miedo al ridículo? ¿La adrenalina? Estúpido, uno más que el otro.

Temblaba, temblaba y no paraba de temblar. Temblaba como una hoja, como un pobre árbol pelado contra el primer viento, como una gelatina a la que le acababan de pegar.

Dios, ¿qué estoy diciendo?

Ni idea, sólo sé que temblaba.

Ah, y para colmo, luego llegó el enojo. La cereza del pastel. La gota que derramó el vaso. La...

Creo que me calmé.

No, sigo temblando.

Mierda.

Mariposas doradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora