Cuando me diste esa última flor, decidí guardarla. ¿Qué puedo decir? Era una rosa muy linda.
Tal vez; si vos no fueses vos, si yo no fuese yo, y si el momento hubiese sido otro, habría sido un lindo regalo. No lo fue, y la flor no tenía la culpa.
Por eso decidí guardar los pétalos en una caja. Supongo que, mentalmente, aquella era mi manera de rescatar algo bueno de toda la situación, algo que me hiciera pensar "no todo salió mal".
Mi excusa fue que quería ver cómo se secaban, poco a poco. Aunque, al parecer, la flor no era la única que pasara por ese proceso de marchitez.
Lo dejé pasar, me olvidé de esa caja por completo. Luego de un tiempo, era fácil ignorar la existencia de eso —todo ese eso—. Y la flor desapareció.
Semanas atrás, volví a encontrarla. Me vi tentada de simplemente dejarla donde estaba, darle más tiempo, pero al final la curiosidad me mató.
Grande fue mi sorpresa cuando, dentro de ese recipiente, no me recibió la vista de unos pétalos marrones ya marchitados notablemente. No, aquello no fue lo que encontré.
Lo que antes había sido una brillante rosa escarlata, ahora era una pila pegajosa de un marrón repulsivo. Una pelusa blanca —proveniente de algo que prefería no pensar— cubría las zonas que no lucían además manchas verdes.
Esa curiosidad por lo que pasaría se borró al instante.
Aquellos pétalos putrefactos fueron a parar a la basura, y creo que ambos sabemos que no fueron lo único.
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Mariposas doradas
Short StoryPensamientos, escritos, microrrelatos y todo aquello que no tenga lugar propio. [Ilustración de Peter Xiao, peterxiaoji en Instagram]