Cada vez que escucho aquella canción, me transporto a un mundo mágico. No son claros el lugar ni el tiempo, la gente sólo vive y disfruta este antiguo y efímero presente de un poco menos de tres minutos de duración.
Me muevo por una marea de personas que, extrañamente, no se siente invasiva. Bailo y giro y salto entre todos, intercambiando sonrisas con los pueblerinos que cruzo. Se siente latente la música en la tierra y en nuestros corazones, desde donde nace de los instrumentos que maneja, con una gracia innata, la pequeña banda a un lado, hasta donde corre, calle abajo, como un río escurridizo.
Mi cuerpo reboza de alegría y me siento en paz, me siento en mi hogar.
Lo mejor de todo es que, cuando debo regresar a mi presente, la sensación persiste, y esa añoranza se pinta con felicidad y ansias de volver a escucharla para volver a este segundo hogar.
ESTÁS LEYENDO
Mariposas doradas
Short StoryPensamientos, escritos, microrrelatos y todo aquello que no tenga lugar propio. [Ilustración de Peter Xiao, peterxiaoji en Instagram]