Reescrito.
La vieja camioneta hace más ruido que la radio averiada, provoca un sonido amargo pero pasajero que mantiene el silencio en un nivel no tan incómodo o perturbador como la situación plantea.
El humano de mediana edad tras el volante miro en un momento dado a su copiloto, la chica de cabello negro mantenía una postura aparentemente tranquila y apacible pero la tensión que dejaba caer en sus brazos y la forma que los apreta no permiten colar esa falsa actitud.
El hombre busco los ojos de la susodicha, a pesar de mantenerse sorprendido de su color solo desea saber si se haya bien.
— Es triste darse cuenta lo mal que los hombres nos vemos en este siglo.— Bramo sin quitar la vista de la carretera.— Debes creer que todos somos iguales.
La mirada de Honey cayó en él.
— Se que eso es errado, señor Steve.— mascullo con voz titubeante sin apartar la visión del camino.— Tengo hermanos y ellos no son así.
— Son unos muy malos hermanos.— opino.— Debieron cuidarte mejor.
— Hicieron su esfuerzo.— defendió clavando sus uñas en su brazo.
Aspiro buscando calmarse, el humano a su lado no sabe su verdadera historia ni lo que la llevo a su encuentro a mitad de la nada.
Steve es alguien que hace pequeños envíos con su camioneta, en uno de sus habituales viajes por la carretera solitaria y fría hallo a Honey vagando. La chica no dudo en subirse ante su debilidad y lo astuto que sonaba hacer todo el trayecto escondida de forma que jamás pensarían hallarla; regresando a su casa de la forma más convencional posible; por la carretera sin ninguna ayuda sobrenatural.
Todo sea por volver.
Por no fallar.
— ¿Cómo pudiste terminar con un hombre que te dejo así? — negó como si la situación lo molestara e indignara.— Agarra mi chaqueta ¿si? La calefacción no es muy buena.— ofreció con auténtica preocupación por su persona.
— Creí que volvía a referirse a mi situación.— comento.
Steve asume abiertamente su situación, en parte por los murmullos que soltaron al conocerse. Cree que Honey escapó de un novio posesivo y toxico sin nada en las manos, que se alejo de él de una forma bastante desesperada e incluso peligrosa.
Nada alejado de la realidad.
— ¿Hace cuánto nos lo ves? —pregunto con cautela.— A tu familia.
— Dos...casi tres meses.— susurro recordando.
— Me volvería loco sino supiera en tanto tiempo de mis hijas.
— ¿Tiene hijas? — pregunto lo evidente. Se lo acaba de decir.
— Hijos.— corrigió con una sonrisa.— Tengo tres niñas y dos niños.
— Usted y su esposa no pierden el tiempo ¿no? — Steve rio del comentario, no se pudo Honey contener. Los vampiros no tienen tantos hijos es algo que todos saben por el crecimiento lento que poseen; tres son una locura.
Su familia cruzo nuevamente su cabeza, sus tres hermanos y su querido padre. La ansiedad surgió junto a la impaciencia, falta un estado más para llegar a su clan. Reconoció que salen del estado donde surge la manada.
Su mente se distrajo un momento en Cody, debería buscarlo en cuanto se estabilice en su casa. No sea cosa que aparezca en el clan de Greyson y corra sin suerte por primera vez.
— Nos encanta los niños.— justifico el humano.— Mis hijas son mis tesoros, si alguien las tratara de una manera que claramente no merecen yo...— pensó sus palabras apretando el volante.—...Lo mataría.