lxvii.

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Era jueves, pero también su cumpleaños, por lo tanto ella no debía ir a trabajar. Podía pasarse todo el día en cama, recuperándose de su resaca. No había bebido demasiado como para sentirse miserable, pero sí lo suficiente para estar cansada y con el estómago indispuesto a algo diferente a agua.

Se sentó frente a la barra de la cocina con uno de los dos bancos que poseía y bebió dos vasos de agua como si fueran nada. Eran las nueve de la mañana, ni siquiera era tan tarde. Revisó sus chats llenos de felicitaciones, agradecida por todo el cariño que le daban. Conversó con sus padres por 10 minutos -ellos también estaban ocupados en el trabajo- antes de darse el valor y revisar Twitter. Seguía en los temas del momento, ahora en sexto lugar y las notificaciones las tenía a reventar. No quiso revisarlas, pero agradeció todos los saludos por su cumpleaños sin hacer alusión ni a los videos ni a los memes. Le pareció injusto, por otro lado, que en todos los años en los que Midoriya llevaba siendo una celebridad, jamás le hubieran sacado un video vergonzoso para hacerlo viral. Y ella tenía muchos de esos.

Con un café negro y desayunando arroz frito solo por desayunar y tener algo en el estómago, Uraraka se enfrentó a uno de los hechos que su mente estaba postergando: su quiebre la noche anterior. Recordaba todo lo que había sucedido y si bien había estado tomada hasta cierto punto, no lo suficiente para olvidar. Y ahora que lo recordaba, se sentía abochornada por su accionar. Nadie la había visto, pero le daba vergüenza haber estado tan desesperada como para ir a buscar el auto de Katsuki.

Había sentido angustia, decepción y abatimiento al saber que le había abandonado de la fiesta para irse a una gala a tomar fotos con Rie Harin. No era que ella no supiera que debía irse temprano. Él le había advertido días antes que sólo podría estar un rato. En realidad, se había desviado para estar con ella y no al revés. Y allí, cuando él se lo había explicado días antes, ella lo habían entendido, lo había aceptado y hasta le había ofrecido declinarle la invitación para no tener problemas con su agenda preestablecida. Incluso cuando se fue no había estado decepcionada. Fue tan solo cuando vio la foto...

En ese punto, reacia a buscar más opciones, Ochako trató de utilizar la lógica lo más que pudo sobre sus emociones de la noche anterior, el impulso de buscar el Lexus de Katsuki en el aparcamiento con anhelo palpitando en su pecho. Culpó, por supuesto, al alcohol. Era la opción más fácil, la más viable. Había bebido y sus sentimientos se habían amplificado con ello. Estuvo abatida, también, por haber perdido el concurso, por haber cantado y bailado tanto. Por haber estado despierta tan tarde. Achacó la traición y la decepción que sintió al pensar que su amistad con el rey de las explosiones parecía como un secreto. Él conocía su departamento, sus gustos musicales, a sus amigos y, ahora, a sus compañeros de trabajo. Lo había hecho formar parte de su vida y ella no era parte de la suya, excepto por esas tardes robadas donde comían juntos viendo alguna película tonta en su televisión.

La angustia fue más difícil de racionalizar, pero encontró excusas suficientes en el clima, en la soledad de su departamento y a la falta de mensajes, de tweets, de llamadas o de cualquier cosa que le indicara que Bakugou, una persona a la que se consideraba tan cercana como lo puede ser con un amigo, no le hubiera felicitado por ser su cumpleaños.

Con esa lista de excusas repitiéndose en su cabeza, Uraraka salió de casa para despejarse un rato.

Canciones para Cantar en la DuchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora