50. Navegar.

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Marco.

Amaba los días en el mar, me ayudaban a pensar, a desconectar del mundo e imaginarme volando sin miedo a caer. El padre de Berto era capitán y siempre estaba dispuesto a darnos una vuelta por la costa. Desde bien pequeños siempre nos íbamos con él la mayor parte de los fines de semana de verano. Era como nuestro segundo padre para todos. Es por eso que no esperé que nada malo nos pudiera pasar en alta mar con él. 

Aquel 21 de diciembre nos habíamos reído, habíamos comido de picoteo, cada uno llevó una cosa y pasamos el día navegando y nadando entre las olas. Habíamos hecho exactamente lo mismo que las veces anteriores, pero el tiempo no estaba a nuestro favor. 

-Chicos, deberíamos irnos ya, han anunciado lluvia a partir de las 15.00 - dijo el padre de mi amigo. 

-Aún es pronto papá - mi amigo se levantó del asiento y se dirigió a su padre. Le estuvo diciendo algo, y creo que era sobre mí porque me miraron con discreción pensándose que no me daría cuenta, pero lo hice. 

Un rato más tarde Berto volvió con los demás y me animé a preguntarle. 

-Creo que si tu padre dice que deberíamos volver, tendríamos que hacerlo, él es el experto - el sol había perdido su brillo reluciente y el azul del cielo se estaba apagando. 

-No te preocupes Marco, está todo controlado, ahora vamos a la última cala y de allí, al puerto. 

-No nos va a dar tiempo - dije mirando mi reloj, navegar no era tan fácil, hacía falta tener en cuenta muchísimas cosas, el clima, dirección de la corriente, si el mar está tranquilo o revuelto, el viento. 

-No seas paranoico y disfruta de la conexión, como te ha dicho Emma. - Me obligó a sentarme y empezaron a repartir de nuevo las cartas para comenzar una nueva partida al "bruto". 

Miré a su padre, tenía el ceño fruncido y navegaba inseguro, como si también tuviera un mal presentimiento. Y es que yo también lo tenía. Por primera vez en mucho tiempo, quise llegar a puerto cuanto antes y pisar tierra. 

Ajenos a todo, mis amigos jugaban y reían, pero me miraban de reojo, unas veces uno, otras veces otro, como si estuvieran ocultando algo, como si quisieran ganar tiempo. ¿De qué narices iba todo esto?

-¿Estás bien, Marco? - dijo Berto agitando una mano delante de mis narices. Reaccioné en seguida, me había quedado totalmente empanado. 

-Si, por supuesto - les eché un rápido vistazo a todos. - ¿Por dónde íbamos?

Iban a contestarme, pero el padre de Berto salió de la cabina. 

-¡Chicos! Última parada, os dejo media hora para el último baño, ni un minuto más ¿entendido? - Berto intentó reclamar más tiempo, pero su padre no cedió, estaba demasiado serio. 

Nos quitamos la camiseta y nos acercamos al borde. Al mirar abajo, supe que no era una buena idea. 

-No se ve casi nada, el agua está demasiado revuelta - dije dando un paso atrás. 

-No digas tonterías Marco, nos hemos bañado en sitios peores - intervino uno de mis amigos. Por supuesto que lo habíamos hecho, pero sabiendo que no corríamos ningún riesgo, viendo que las rocas de la profundidad estaban demasiado lejos como para alcanzarlas. 

Era verdad que no estábamos en una zona de rocas, y que debajo del agua revuelta por la arena y la corriente, lo peor que podía haber era un puñado de algas. Pero aún así, me quedé en el borde, sin estar muy seguro de si lanzarme o no. E inmediatamente, pensé en Emma, no sé ni cómo pasó, pero sentí el agua fría del mar impactar contra mí. 

Me habían empujado los muy cabrones. Abrí los ojos bajo el agua, pero no vi absolutamente nada, era como si el agua se hubiera vuelto opaca de inmediato. Salí a la superficie cogiendo aire, el oleaje azotaba el barco con fuerza. 

Mis amigos me miraban riéndose desde la cubierta, era la típica broma que todos habíamos hecho y habíamos sufrido alguna vez, pero fue diferente. Algo se pegó automáticamente a mi abdomen, también lo sentí en ambas piernas. 

-¡Joder! - grité comenzando a nadar para deshacerme de lo que tenía encima. No eran algas, porque el cuerpo había comenzado a dolerme. - ¡Ah! - sentía cómo si pedacitos de cristales se me clavaran en algunas partes del cuerpo. 

-¿¡Qué pasa, Marco!? - gritó Berto dirigiéndose a las escaleras, estaba dispuesto a bajar y venir a por mí. Pero yo se lo impedí, porque comprendí perfectamente lo que estaba pasando. 

-Ni se te ocurra bajar - dije apretando los dientes del dolor. - Hay un puto banco de medusas, joder, si entras te picarán. 

Empecé a nadar, luchando contra el dolor, y rezando porque no me encontraran más medusas de camino. Eran 2 metros, no más, Berto se quedó en las escaleras estirando su mano para que la alcanzara. 

-Vamos Marco - me insistían mis amigos desde arriba. - Ya casi lo tienes. 

Di la última brazada y cogí la mano de mi amigo que hizo el último esfuerzo por mí y me tiró hacia la escalera. Subí rápidamente y me tumbé de espaldas en la cubierta, joder, me escocía todo el cuerpo. 

-Joder, joder, joder - maldije al ver los tentáculos de la medusa pegados a mi abdomen, pero tenía latigazos por todas piernas.

-¡Papá, nos vamos ya! - gritó Berto, mientras su padre obedecía, y otro de mis amigos iba a por el botiquín. - Vamos a cubierto, Marco, está empezando a llover - me ayudaron a levantarme e ir hasta la zona cubierta donde se encontraban los asientos. 

Me sentaron en ellos, la medusa seguía pegada a mí y mi cuerpo ardía. 

-Esto te va a doler - me advirtieron mientras retiraban la medusa con unas pinzas. Gruñí por la bajo, apretando los dientes y la mano de alguien que ni si quiera sabía quien era. 

Todos hicimos lo mismo, ver el tipo de medusa que era, y algunos suspiraron porque era la medusa más común, pero no era una picadura como otras veces, me había metido de lleno en un banco de medusas, y eso no se curaba simplemente con amoniaco. 

-Tienes restos de tentáculo por todas las piernas, joder - habían entendido a la perfección que no se trataba de una simple picadura. 

-Papá, tenemos que llevar a Marco al puesto de socorro de inmediato - Berto había comenzado a ponerse nervioso, y los demás lo hicieron también. 

-Voy lo más rápido posible, Berto, vamos a contra corriente.

Cerré los ojos fuertemente, había comenzado a dolerme la cabeza y el dolor no cesaba. 

-Ey, Marco, no te duermas ¿vale? - me dijo Javi arrodillándose y cogiendo mi mano - Aguanta conmigo. 

Asentí con la cabeza, intento sonreír y mostrar tranquilidad, pero vi las caras de todos, unos sudaban, otros habían comenzado a respirar como si hubieran corrido una maratón, y a Berto se le aguaron los ojos. 

-Me arde todo - susurré con los dientes apretadas e hice el amago de rascarme. 

-No, no, ni se te ocurra - intervino Javi. - Mírame y concéntrate en mí. Háblame sobre Emma ¿cuándo podremos conocerla?

Sonreí al instante, recordé su preciosa cara. Era mi otra mitad, me completaba, estaba ahí siempre que la necesitaba, me había hecho olvidar a Valentina, había apartado toda la soledad que sentía en Madrid hasta convertirla en luz. No sé si cerré los ojos o qué pasó, solo recuerdo un montón de voces a mi alrededor y ver cómo me metían en una ambulancia. 

Mentiras. // Marco Asensio //Donde viven las historias. Descúbrelo ahora