56. Un millón de razones.

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Emma

Me senté en el sofá con Carla de pie en frente de mí, dando vueltas a lo que había pasado en aquellas dos largas horas. Mi cabeza no dejaba de funcionar y sabía que dentro de poco acabaría superándome, y nadie de los que estábamos allí quería eso. Pero tenía la sensación de que Marco comenzaba a calarme y sabía lo que pasaría dentro de poco si no contaba ya lo que estaba pasando. 

Simplemente las palabras no me salían, o no quería que me salieran porque si lo decía en voz alta, todo sería más real y acabaría teniendo la culpa de todo, como siempre. Porque en cierto modo, la madre de Carla tenía razón. 

-Chicas... - dijo Sergio con tiento para ver cuál sería nuestra reacción. Les estábamos poniendo nerviosos con tanto silencio, pero si Carla no hablaba, no sería yo quien lo hiciera. 

Ella aguardó todavía unos minutos hasta que me miró fijamente, joder, conocía muy bien esa mirada y no me gustaba absolutamente nada. 

-¿Sabías lo de mi madre? - preguntó dudando de mí. 

¿Lo sabía? No ¿Lo había pensado alguna vez? Por supuesto, y quizá por eso me siento culpable, porque a pesar de que sabía que había una gran posibilidad de que nos encontráramos a su madre, quisimos ir, le animé a ir. 

-Claro que no lo sabía Carla, pero... - me callé, no quería ser dura, no en un momento como ahora. 

-¿¡Pero qué!? - se acercó a mí y yo me levanté preparada para caer. 

-Lo pensé, pero no creí que fuera a ser capaz. 

-¿Y no me dijiste nada? - los chicos estaban flipando porque no tenían ni la más remota idea de lo que estábamos hablando. 

-¿Tú nunca lo pensaste? 

-No me respondas con otra pregunta, sabes que lo odio. 

Esta conversación no llevaría a ninguna parte, solamente a una discusión de la cual nos arrepentiríamos al día siguiente. Nos quedamos mirándonos fijamente, sin saber bien qué decir, qué hacer, pero su mirada me penetraba, me hacía sentir culpable y yo cada vez estaba más cansada de escuchar la voz de mi cabeza. 

-Lo siento ¿vale? - le dije apunto de consumirme. - No puedo hacer nada para arreglarlo, he hecho todo lo posible para ayudarte, desde el primer momento. Quizá no debimos ir aquel día a por tus cosas, o quizá...Tendríamos que haber esperado a los chicos. No lo sé.

Me llevé una mano a la cara, estaba desesperada. 

-¿Por qué quisiste ir aquel día? - me quedé de piedra, no estaba pensando con claridad, ninguna de las dos. 

-Carla... - Marco intentó intervenir, pero no salió muy bien. 

-Cállate ¿vale? Esto no es asunto vuestro - respondió borde. Nunca la había visto así, esa no era la Carla de siempre, aquella chica sonriente, que alegraba el día a cualquiera y optimista. - Responde - su mirada me caló. 

-¿Qué cojones estás insinuando? ¿Qué estaba todo planeado? - no contestó, incluso dudó y eso fue lo que más me dolió. - ¿Te crees que quería que tu propio padre te pegara? ¿O que me pegara a mí? 

El silencio reinó en aquel salón durante varios segundos, mirándonos fijamente, pudiendo notar la tensión que se respiraba en el ambiente, ninguno sabíamos por dónde podría salir Carla. 

-No insinúo nada, simplemente que todos los que estamos a tu alrededor salimos heridos de alguna manera u otra. Al fin y al cabo mi madre tenía razón.

Se me aguaron los ojos, mi cuerpo se estremeció y tragué saliva intentando aguantar de pie varios minutos más. Me miró por última vez, avanzó hacia la puerta y salió de casa de Marco seguida de Sergio. Negué con la cabeza, quería callar la voz que comenzaba a resonar en mi cabeza. 

"Todos los que estamos a tu alrededor salimos heridos". Me senté en el sofá. "Mamá". "Marco". "Papá". "Carla". Me llevé las manos a mi oídos, sentí cómo alguien se sentaba a mi lado y me atraía hacia él. "Todos salen heridos". "Eres la culpable". 

-Cariño, mírame - la voz de Marco se escuchaba dispersa, lejana. - Emma, estoy aquí, contigo - le miré, estaba borroso por mis lágrimas. - Escúchame solo a mí, a nadie más.

Asentí con la cabeza y rodeé sus hombros con mis brazos. Se dejó caer en el sofá, abrazándome fuertemente y hablando de cualquier tema que me pudiera relajar. A cierto punto llegué a cerrar los ojos, incluso a dormirme un rato, el cansancio me había vencido y los brazos de Marco me habían entregado la tranquilidad que necesitaba. 

Cuando abrí los ojos no había nadie en el salón, Marco me había arropado con una manta y el sol comenzaba a esconderse. Me levanté y fui hasta la cocina donde estaba la luz encendida. Ahí estaba él, con los hombros caídos, moviendo la cuchara dentro de su taza favorita. Tenía la mirada perdida, ni si quiera se había dado cuenta de que había entrado en la cocina hasta que me puso en frente de él. 

-Ey - dijo centrando toda su atención en mí y acariciando mi mejilla. - ¿Has podido descansar un poco?

Asentí con la cabeza y me dejé llevar por su contacto. 

-Tengo que contarte todo - dije preocupada, porque sabía que su cabeza debía de ser un completo caos. Cogí impulso y me senté sobre la isla de la cocina, se puso de pie frente a mí y agarró mis manos dejando un beso en una de ellas. - Han dejado al padre de Carla en libertad bajo fianza. - Abrió los ojos sorprendido. 

-¿Por qué?

-Porque la madre de Carla ha testificado en su defensa. No ha negado la agresión, pero sí que su marido obligaba a Carla a conocer a sus socios para casarse con ella. Joder Marco, le ha defendido - dije indignada. - Ha defendido a un puto maltratador, si nos hizo lo que nos hizo a nosotras, imagínate lo que le habrá podido hacer a su mujer. 

Acarició mi mejilla para que me tranquilizara. 

-¿A qué se refería Carla cuando te ha preguntado si sabías lo de su madre? - ahí llegaba la parte más difícil. 

-Su madre fue quien avisó a su padre de que estábamos en casa. 

-¿¡Que hizo qué!? 

-Ha sido su puta cómplice todo este tiempo, le importa más el dinero que el bienestar de su hija. Y cuando entré en su casa Marco, sentí un mal presentimiento. No quería admitirlo, pero...no me fiaba del todo de ella, y aún así - bajé mi mirada. - Hice que Carla fuera a por sus cosas para acabar con esto. 

Sí, el sentimiento de culpabilidad recorría cada centímetro de mi cuerpo. 

-Emma, ni se te ocurra pensar que esto es culpa tuya - me dijo Marco convencido. Cogió mi barbilla y me la levantó. - Tú no eres adivina, no puedes hacer nada para cambiar las cosas. Las cosas pasan por las decisiones que todos tomamos, no solo tú. Carla también quiso ir aquel día a su casa, e incluso si hubiéramos ido nosotros con vosotras podría haber pasado lo mismo. - Cogió mi cara entre sus manos - Así que puedes llorar, lamentarte, gritar, pero jamás sientas culpabilidad por algo que no está en tus manos cambiarlo ¿vale?

Tenía toda la razón del mundo, no era complicado entenderlo, pero sí que entrara en mi cabeza. 

-Y no te voy a dejar porque pienses que voy a salir herido por tu culpa - había captado a la perfección lo que le había dicho en el coche antes de entrar en casa. -Emma, te quiero, y ni por un millón de razones te dejaría, jamás. 

Mentiras. // Marco Asensio //Donde viven las historias. Descúbrelo ahora