Capítulo 4: Esta noche

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No he podido leer el diario aún. Terminé la tarea y estaba oscureciendo, debía regresar al cuchitril antes de que sea demasiado tarde. Guardé mis cosas y recogí el vaso vacío de café que había comprado en el camino a la bodega para tirarlo al salir. Con mi bolso al hombro observé ese cuaderno que encontré en la mañana. Estaba sobre esas cajas que me sirven de mesa y me acerqué, tan solo para retirarme unos centímetros, pensar si debía llevarlo conmigo y luego volví para guardarlo entre mis otros libros. No sabía si tendría tiempo esa noche para darle una hojeada, pero si no podía dormir (lo que me sucede mucho últimamente), sería una buena compañía.

La brisa de la tarde-noche se sentía deliciosa aunque un poco tibia, era un contraste refrescante con lo que había sido el sol brillante de la mañana. El clima está loco, unos días se nota la baja de temperatura y otros, todo se vuelve un horno.

Tengo suerte de que, en la bodega, el aire centralizado es frío. Eso evita que las cosas se deterioren en el interior de los compartimientos de ese enorme edificio.
29,99 Rublos al mes. Eso es lo que me cuesta mantener mis cosas protegidas y fuera del alcance de otras personas. Pagué seis meses por anticipado, ganándome el descuento de una mensualidad. Algo es algo. Por lo menos no debo preocuparme de como seguiré costeándola, no todavía.

Aparqué mi vehículo en el estacionamiento público que queda a tres cuadras de la comuna del barrio obrero. El costo de dejarlo ahí es mínimo comparado con lo que tendría que pagar por un lugar a lado de nuestro edificio. El único problema es que estas calles, a esa hora, son algo peligrosas y hay que ir con cuidado; en lo posible, acelerando el paso.

Media cuadra antes de entrar a la ciudadela, pasé al lado de un puesto de comidas de una familia de latinos, olía tan bien. Quizá uno de estos días me anime a probarlo. No es mexicano.
Tengo la duda de si es colombiano o venezolano. Lo único que sé es que venden arepas y, de lo que averigüé, en ambos países son un plato típico. Realmente huelen delicioso, lo único que lamento es que debo cuidar mi dinero y no puedo gastarlo en pequeños gustos.

Seguí mi camino de largo hasta llegar a lo que nunca llamaré mi casa. El calor adentro es palpable. Al ser un espacio tan reducido, hasta calentar algo en el microondas afecta.
Se me hizo agua a la boca al oler la salsa de queso, amo los macarrones instantáneos de caja, es una de mis comidas favoritas desde que era niña.

Cerré la puerta y dejé todo lo que me estorbaba sobre el sillón, dando unos cortos pasos para saludar a mi madre. Ella estaba en la cocina, meciendo la cuchara de palo en la olla de fideos, con la otra mano sostenía su teléfono al oído.

—Acaba de llegar tu hermana —dijo mirándome con una expresión triste y decaída, una que últimamente es su cara de todos los días. Está deprimida. Odia vivir aquí tanto como yo. No entiendo por qué no deja al idiota de Román y nos vamos. Debería demandarlo por el dinero que le prestó, exigirle que... No lo hará, para qué me gasto repitiéndome lo mismo.

Saludé a Mikhaíl, regañándolo por no estar durmiendo todavía aunque apenas eran las ocho de la noche. Nos veremos en dos semanas para ir al parque de diversiones, si es posible, también por un helado gigante en el muelle o mejor uno mediano para no gastar tanto dinero, aunque no..., él puede pedir uno gigante. Después de un par de risas me despedí y me senté a la mesa.

Perdí la percepción del tiempo durante la cena. Mamá y yo podemos hablar mucho cuando estamos a solas. Usualmente de su trabajo, muy poco de la escuela o de Aleksey. Hay ciertos temas que prefiero no tocar con ella; los de mis relaciones, por ejemplo, esos son asuntos vetados.

Nos acostamos tarde con ganas de ver una película, una de las pocas cosas que todavía disfruto hacer. Me recosté sobre su cama y me quedé dormida por unas horas junto a ella. Para cuando desperté el televisor ya se había apagado automáticamente y nada más se escuchaba a los grillos tras la ventana. Hay mucha "naturaleza" aquí, por no decir arbustos muy altos por la falta de mantenimiento y también algunos árboles entre los otros bloques, ya que vivo en la planta baja.

No es raro encontrarse con bichos caminando justo sobre las cobijas, metidos en la pequeña bañera o dentro de los pocos anaqueles que están repartidos dentro del lugar. Para mi suerte no hay ratas o cucarachas. Los que siempre nos acompañan son arañas, mariposas gigantes y demasiadas lagartijas como para contarlas. No tengo problema con ninguno de estos animales; los otros dos, me dan un poco de asco.

Traté de conciliar el sueño nuevamente, me fue imposible. Tras media hora de no lograrlo, tomé el celular que había dejado a mi derecha y encendí la pantalla para ver la hora. La luz del aparato iluminó por completo la pequeña habitación que por un momento pensé que Dios había bajado a la tierra... en fin... decidí salir a mi sitio usual de descanso, evitando despertar a mamá. Encendí la lámpara pequeña de noche que cuelga de la pared y me recosté, mirando una vez más a este lugar que desprecio.

No tengo un hogar, mucho menos un lugar a donde huir cuando la ansiedad de la falta de sueño me invade. No puedo caminar a la sala de estar y leer en paz o poner música a todo volumen en mi habitación porque no tengo una, no puedo salir a fumar en la terraza o tomar un baño de tina, ni siquiera puedo dar un portazo para relajar mi tensión o jugarle bromas a mi hermano. Él ya no está aquí molestándome con su voz y sus preguntas. No pensé que lo extrañaría tanto.

Nada de esto se asemeja a una vida, absolutamente nada.

Son las tres de la mañana, oficialmente es viernes. Debería estar durmiendo, pero es una de esas noches en las que sé que no pegaré un ojo.

Alcanzo mi morral y saco de él el misterioso cuaderno que me encontré. Espero descubrir secretos escondidos entre sus páginas, algo que me emocione. Necesito dejar de sentirme muerta o apresada por las circunstancias.

Tal vez, lo único que quiero es perderme en la vida de alguien más. Sea simple o complicada, alegre o miserable. Me urge escapar de mi propia piel.

...

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