Cafeína, la necesitaba. Sentía que no había dormido nada. Ya hasta veía monos saltar sobre los capós de los autos en el tráfico. Últimamente estoy traumada con las películas del Planeta de los Simios —las viejas y las nuevas— y aunque debería ver simios, veo monos por todos lados. El insomnio va a terminar con la poca cordura que tengo.
Antes de salir del cuchitril donde vivo, me preparé un jarro hermético de mi bebida favorita. Odio el café instantáneo, pero por ahora es lo único que tomo. El molido es demasiado caro para prepararlo todos los días y lo reservo para los fines de semana. Es como un ritual de las mañanas. Aunque... debería pensar seriamente en vender mi cuerpo una noche y comprar unas bolsas para el resto de los días o, en su defecto, buscar un trabajo.
Hoy las clases fueron aburridas como siempre. Tenía ganas de dejarlo todo e irme a un lugar recóndito a seguir leyendo. Me intriga saber quién sea, él o la, dueña del diario.
Tiene diecisiete años o dieciocho. Ninguno de dieciséis en la escuela tiene la cara o cuerpo para hacerse pasar por alguien de diecinueve y, según lo que leí, convenció a ese tal Jesús. Sacando
rápidas conclusiones, es de nuestro curso, le conozco, he compartido clases con esta persona. Sé quien es, por así decirlo, pero... no tengo idea de quién es. Quiero más pistas.
—¿Alguien puede decirme qué es la epistemología?
"Al diablo", pensé al escuchar una de sus repetitivas preguntas. Esta maestra no tiene idea de nada en la vida, ni siquiera de qué, parte de esta lección ya la pasamos hace una semana. No notaría mi ausencia.
Me disculpé para ir al baño y fui al armario del conserje con toda la intención de encerrarme a leer.
No pensaba encontrármela allí, sentada en el piso, arrimada al mueble de herramientas. El pequeño cuarto tenía un olor inusual que de primer golpe no supe reconocer.
—Katina, ¿qué diablos haces aquí? ¡Lárgate!
Ella bufó con mucha molestia y continuó leyendo su libro.
—¡Vete a la biblioteca si tienes que estudiar! Quiero estar sola.
No alzó la vista, únicamente su mano libre y una diminuta pipa. Estaba fumando, pero no cigarrillo normal, tampoco marihuana.
—¿Fumas? —le pregunté, sin obtener respuesta— ¿Qué es? No huele a tabaco.
—Es té verde.
"Vaya", me senté a su lado. Nunca había tenido interés de acercarme, sin embargo, esta versión de Lena me intrigó. Ella es la personificación de la estrellita perfecta o es lo que todos creen, jamás me la imaginé fumando... a pesar de que la he visto hacer cosas «cuestionables».
Quizá, moralmente, yo tenga una visión más clara de lo que es correcto. Yo no besaría a mi ex novio cuando es la nueva pareja de mi mejor amiga, eso es seguro.
Sí, quizá Katina no es todo lo que parece.
—¿No tenías para la caja de cigarrillos o te da miedo comprar marihuana? —me burlé—. Es muy fácil encontrar a alguien que te la venda discretamente en la playa, ¿sabías?
—Para ser Yulia Volkova, no... Olvídalo —dijo a medias y volvió a ignorarme, metiéndose entre las letras de su maldito libro de historia.
—¿Para ser yo, qué? ¡Habla!
—No es nada. Créeme, será mejor que olvides que dije algo.
—¡Habla, Katina, si no quieres que...!
—Que siendo tú yo habría pensado en el porqué antes de hacer la pregunta. —Me interrumpió antes de poder terminar mi amenaza—. Si me descubren con olor a tabaco me expulsan de la escuela, peor a marihuana. Fumando té, huelo a té. Puedo meter mi pipa dentro de mi vaso desechable, taparlo y listo. Me voy por donde vine sin que nadie me diga nada.
Sí, debí imaginarlo y no lo hice, tenía razón.
—¿Qué punto tiene fumar, té?
—¿Qué punto tiene fumar cualquier cosa?
—El tabaco tiene nicotina, produce un efecto placentero, tranquiliza. La marihuana todos sabemos que hace.
—¿Y qué crees que hace el té? —se mofó—. También tiene componentes tranquilizantes entre otras cosas, como antioxidantes, por ejemplo.
—Dudo que todos esos «beneficios» queden intactos después de quemarla. Deberías beber el té, no fumarlo.
Su cabeza giró con tal lentitud, que me di cuenta de que estaba sorprendida de que esas palabras salieran de mi boca. Me quedó mirando como preguntándose: ¿por qué diablos le estoy recomendando cosas que seguramente ya pensó?
No hay que ser genio para saber que cualquier cosa que fumas te expone a dióxido de carbono y eso no es lo más saludable del mundo. Si la razón son los dichosos beneficios, no le serviría de nada.
Pero ahí estaba, mirándome y entendí. Lo había hecho otra vez. No analicé las cosas antes de hablar.
¿Qué me importaba lo que hiciera? Si quería lanzarse por un puente, adelante.
Estiró su mano con la pipa hasta la altura de mis rodillas y me la entregó. Me pasó el encendedor metálico y ladeó rápidamente insinuando que lo pruebe.
Cuando me echo un porro, lo hago enrollando papel, no en pipa. Hacerlo así era algo nuevo. Miré para asegurarme que hubiera suficiente hierba y encendí el hornillo, absorbiendo el humo del otro lado.
El primer gusto fue suave, a comparación de otras cosas que he probado. El golpe no quemó tanto y me dejó el aroma del té en el pecho por largo rato. Fue agradable, además, es cierto, no huele nada más que a té.
—No preparo una taza de té porque no quiero beberlo, quiero fumar. Pero no soy estúpida como para exponerme a una expulsión.
El timbre de medio día sonó y ella me quitó la pipa de las manos, sin pedírmela. La guardó en la taza —tal como lo había sugerido antes— y se levantó para salir, dando la vuelta al último segundo para estirar su mano hacia mí, señalando el encendedor.
Me hubiese gustado que olvidara que lo tenía. Es un Zippo con una entalladura hecha en metal plateado; son unas calaveras y huesos que dan la vuelta por toda la superficie. Es hermoso.
Se lo devolví sin hacer notar mi gusto por él y me levanté también, había perdido mi tiempo de lectura y tenía hambre.
Me tomó unos minutos llegar a la mesa de siempre, Katina ya estaba sentada con el resto de los chicos para ese entonces. Me demoré por ir a dejar mis libros en el casillero y en el corredor de salida me topé con Nastya, quien llegó con una invitación para pasar la noche en su casa. Sus papás están en la ciudad para festejar su cumpleaños y tenían ganas de ver a sus amigos.
Yo puse resistencia... mínima. Aceptémoslo, quiero dormir en una cama sin tener que hacer «méritos» previos, algo que siempre me pasa con Aleksey. Además, en la casa de Nastya, hay el siempre bueno: «Todo lo que puedas comer». Sus papás son dos chefs muy reconocidos y exitosos.
Por lo que respecta a Irina, ella prefirió irse de viaje a Ekaterimburgo a visitar a su antiguo novio para hacer las cochinadas que yo no quiero hacer con el mío, así que sus aposentos estarán a mi disposición.
Durante el almuerzo Ruslán estuvo muy retraído,. Ha pasado así la semana completa. Algo le sucede y no tengo idea qué puede ser. No es que me interese en realidad, pero es extraño. Está... triste, desganado... Los cuarenta minutos los pasó jugando con su comida y ni siquiera Nastya podía animarlo.
Yo dejé de observar al nerd como si fuese un acertijo que se revelaría por si solo, para concentrarme en otro enigma que me atraía más, Katina.
Fui prudente al verla. Ella estaba como de costumbre, hablando, riendo, quejándose de su hermana Katia, dando consejos a los menos afortunados.
En el armario no trató de ocultar lo que hacía, no se justificó, no se asustó.
Antes de esa pequeña charla, habría pensado que ella no querría que alguien como yo —que siempre busca maneras y razones para joderle la vida—, conociera de sus vicios.
Por un segundo la vi bajo otra luz. No es que me agrade ahora, pero... ¿qué más tiene bajo la manga?
Lo admito, es algo que me gustaría saber.
...
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El Diario
FanfictionQuizá sea la única persona que te entienda, que te conoce en realidad, aunque tú no lo creas. Déjame darte una mano en esta ocasión, no necesitas hacerlo todo en soledad, no hace falta. Y, antes de que te enojes por el hecho de que te tomé fotos esa...