Capítulo 9: Dientes blancos

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"Debe ser henna", seguía pensando mientras conducía a Lena a su casa. No hablamos de nada en el camino, la música de mi radio sonaba por debajo de nuestros pensamientos.

Ella iba completamente desconectada del momento. Estaba concentrada enviándose mensajes con alguien y sonreía pícaramente con todos sus dientes blancos brillando como un comercial de algún dentífrico. Fue irritante oír sus risitas.

Nastya me botó al muerto, bueno, seamos justas, me lo "pidió" y después de lo bien que se ha portado conmigo, acepté. No dejaba de ser un trabajo pesado para mí. Todo el camino puso cara de: "estoy viendo porno y vaya que lo estoy disfrutando".

Apagó la luz de la pantalla cuando viré en la calle de su casa. Apoyó su brazo en el marco de la ventana abierta y la cabeza en su mano, dejando que el viento moviera su cabello rizado mientras ella disfrutaba de su frescura.

No estaba atenta a Lena, solo a su... despreocupación, sí, eso... o algo así.

Como sea, llegamos, recogió su maleta del piso del auto y regresó a verme, esperando algo.

-¡Bájate, ¿no?!

-Gracias por lo de ayer -me dijo, manteniéndose en la misma posición... esperando.

-Sí, sí, lo que sea. Tan solo no tenía ganas de borrar valiosas fotos de mi teléfono para poder tomarte unas cuantas semidesnuda -dije, e inmediatamente me percaté que los extremos de sus labios subían y su mirada se tornaba aún más traviesa que la que tenía minutos atrás-. Así que, no me agradezcas, que la próxima vez...

Mejor me callé.

Ella abrió la puerta y salió cerrándola suavemente, dejando su mano aún en el marco de la ventana, como si con esa acción pudiera detener el movimiento que yo iniciaba con el acelerador.

-No es henna -mencionó, resolviendo mi duda y, dando dos golpecitos en el mismo sitio que reposaba su mano, dio media vuelta y caminó hasta el pasillo de la entrada, perdiéndose tras la puerta.

Lena Katina...

En fin, ahora estoy en el apartamento que parece una caja de cerillos, sola. Mamá tenía una reunión urgente en la firma y no llegará hasta la tarde, lo que quiere decir que el idiota de Román tampoco vendrá.

Tomé un baño, no muy largo porque la falta de agua caliente en este lugar es notoria. Me hice una taza de café y me recosté en el sofá para continuar con mi lectura.

Veamos, ¿dónde me quedé?...


Entrada número cuatro.

12 de junio, 2015

Estamos a una hora de las doce de la noche. El día de la independencia está por terminar, aunque la fiesta seguirá por unas horas más.
Me tomé unos minutos para entrar al departamento de Jesús y sentarme a escribir esto porque necesitaba sacarlo de mi pecho.

Tengo un extraño sentimiento de libertad que nunca había sentido antes. Sin duda un efímero momento en mi vida, eso lo sé. Mañana todo regresará a la normalidad, pero justo en este instante (hoy, en este minuto), no tengo ninguna atadura... soy feliz.

Mil cosas pueden estar pasando, circunstancias que no puedo controlar; mi situación familiar, mi estatus... ¡Nada de eso importa! El mundo puede dejar de girar mañana, en cinco minutos si quiere... ¡Soy malditamente feliz!

Quizá es el efecto de todas las caipiriñas que me tomé o un remanente de los porros que fumamos con Jesús en el almuerzo..., pero hoy, hoy, ¡precisamente hoy!, no he cruzado palabra con ninguna persona de mi vida cotidiana. Nadie de la escuela, ni de mi familia, del trabajo... nadie. No he puesto un pie en casa, ni siquiera estoy vestida con mi propia ropa y, por alguna razón, eso me hace sentir extremadamente ligera, en paz...

No tengo que poner un show, ni controlarme en lo que digo, en lo que la gente espera de mí, en que debo cumplir un maldito canon y eso se siente tan, pero tan bien.

Día de la independencia (hmm), de verdad lo es.



Envidia eterna a esta persona, porque acabo de sentir la facilidad que tiene de dejar todo lo que le aturde a un lado. Ya quisiera yo, por un día, poder olvidarme de todo, de Román, de este maldito lugar o la falta de papá (me refiero a un verdadero papá), de la estupidez de mi madre porque vivir así, seguir viviendo así, lo es.

No siento que pueda ser feliz, no con todo esto encima. Tendría que mudarme a Marte y aún así mis problemas me seguirían.

Mi teléfono suena con un tono demasiado familiar. Es Aleksey y yo no quiero contestar.

Saco la cajetilla de cigarrillos del bolsillo de mi chaqueta junto con la fosforera plástica de color rojo anaranjado que compré ayer en camino a lo de Nastya y salgo cerrando la puerta con todo adentro. El diario, mi teléfono, mis gafas, mi billetera, mis llaves... Genial, ahora deberé esperar a mamá para poder entrar nuevamente.

Por algunos minutos camino por el parque y siento las miradas de la gente que vive por aquí.

Hay dos que tres personas que no te juzgan, las demás, digamos que no les gusta que la gente nueva merodee y, aunque ya he vivido en este lugar por dos meses, sigo siendo la niñita "rica" de cara bonita que no pertenece, y a la que todos le ponen cara de asco.

Son apenas las tres de la tarde y no, definitivamente no quiero estar aquí. Temo que más de uno de los tantos viejos gordos, mal vestidos y dejados al olvido con una botella de cerveza, vayan a salir de su casa a escupirme clavos oxidados que sacaron de sus propios autos. Muchos parecen estar a una ventisca de caerse en mil pedazos.

Enciendo un tabaco en mi camino a la salida, guardo el encendedor en mi bolsillo y siento unas monedas. Tres Rublos. Con esa cantidad de dinero puedo ir a la parada del bus, viajar hasta el centro comercial y regresar en la noche. Digamos que no es un mal plan, no leeré el diario, pero puedo pasar horas en la librería leyendo cualquier libro o ir a perder el tiempo en la tienda de discos. Quién dice que el dueño del misterioso cuaderno no sigue trabajando allí. Nada me cuesta ir a averiguarlo, ¿no?

Bien, estación del bus, allá voy.


...

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