Capítulo 25: Solo cuando duermo... Me influencias

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He pasado la mañana pensando ¿qué haría en un apocalipsis zombi? Digo, si hoy sucediera y la gente se infectara del virus, ¿qué sería lo primero que vendría a mi mente?

Salvar mi vida. Eso es un hecho.

¿Qué sería lo segundo?

Alzo mi vista del pupitre que acabo de marcar con mis tijeras y miro a Lena sin saber por qué. Creo que antes de salvarla a ella, salvaría a Nastya, al profesor, hasta a Rúslan. Volteo hacia él...
Bueno, no exageremos.

Salvaría a Nastya, o ella me salvaría a mí de hecho, y luego a mi hermano, a mamá... al diario, y luego a Lena. Sí, ¿no? Es un buen orden.

¿Por qué no salvaría a mi hermano primero? Él debería venir primero... Como sea, los salvaría a todos. Me pregunto si Lena me salvaría a mí.

La miro otra vez. Está sentada en su pupitre, al otro lado del salón, dos filas más abajo. Escribe el informe que el maestro nos encomendó hace unos minutos. Pone una cara divertida cuando está concentrada, frunce el ceño —no tanto, lo justo— y muerde la punta del bolígrafo mientras piensa. Le queda bien ese buzo, es bastante ordinario, una capucha gris oscura llana, sin dibujos o letras; por debajo lleva una remera color verde, unos jeans azul oscuro y unos Converse negros. Casual, espontánea, no se la pensó demasiado.
Se ve muy... bien.

Ahora Nastya la distrae, le pregunta algo con su cuaderno. Lena le sonríe y la ayuda. Le tiene paciencia, una que yo carezco. La extrañará, no sé si más que yo, pero por lo menos Nastya es su amiga y lo dice, lo demuestra, hacen cosas juntas, pijamadas, videos, bromas y demás.

¿Tendré que convertirme en «su Nastya» cuando se vaya o ella se convertirá en la mía? Y si es así, ¿me contará de sus cosas?...

Espera, ¿sabe Nastya sobre lo que Lena escribió en el diario?, ¿lo de Jesús, lo de Marina?, ¿lo de sus padres? Debe saber, porque a mí me dijo que me lo contaría cuando me ganara su confianza y la rubia despistada ya la tiene, eso quiere decir que se lo contó.

Hmm...

Por otro lado, si ella se convierte en «mi Nastya» tendré que hablar de mis cosas también, mi situación con papá, lo de mamá..., lo del diario. Emm... Tal vez no quiero que sea «mi Nastya», pero tampoco quiero que siga siendo Lena, mi «no amiga».

Les quito la mirada de encima cuando la alarma suena. Es la hora de salida y voy de camino al casillero para dejar mis libros y despedirme de la verdadera Nastya. Necesito ir a casa y dormir por dieciséis horas seguidas. Pasé el día apoyando mi cabeza sobre mi mano, esperando que mi codo no resbalara por el peso y me diera un golpe de cara en la mesa. Me habría dejado un moretón por días, suerte la mía que sé mantener el equilibrio.

—Yulia —me llama Lena y se acerca a mí caminando con calma. Tiene tooodo el tiempo del mundo, por lo que veo—. Me preguntaba si podemos hablar un momento.
¿Hablar?, ¿de qué quiere hablar?, ¿de lo de ayer?, ¿de su diario? ¿Me descubrió? ¡Oh, no!

—¿En este preciso momento? —le pregunto. Quiero ir a dormir, temo que si no lo hago y me pregunta algo que no debería saber voy a decírselo de todas formas.

—Sí, tienes unos minutos.

Al menos no parece grave y no está enojada.

—Está bien, pero de camino a tu casa. Necesito que alguien me mantenga despierta.

—Okey —responde aceptando el riesgo. La veo alegre, aunque podría estar imaginándolo. Tal vez está preocupada y quiere disimular con esa sonrisa. ¿Qué importa? Nos fuimos a la cama, ¡digo!... a su casa.

—Abróchate el cinturón. —Le indico con mi mano derecha—. No quiero que te mueras si me quedo dormida.

Me mira para asegurarse de que esté bromeando, pero creo que vio mis ojos a media asta, porque abre la puerta y sale para dar la vuelta al vehículo y me exige que me quite del asiento del conductor.

—Yo manejaré a mi casa, córrete.

—No tienes licencia y mi auto lo manejo solo yo.

—Saqué mi documento durante las vacaciones —lo busca en su billetera y me lo enseña. Salió linda en la foto. Suerte la suya, yo parezco presidiaria—. ¡Vamos, muévete!

—Solo yo manejo mi auto, Katina.

—O manejo yo o te vas en taxi —me dice rápidamente sacando las llaves de la ignición y las sacude en mi cara.

Bien, ganó. No tengo dinero para el taxi, lo gasté en gasolina para toda la semana. Voy al asiento del copiloto. Automáticamente busco el cinturón de seguridad a mi izquierda y fallo estrepitosamente. Lena se da cuenta y se ríe de mí.

—¿Estás borracha? —se pregunta retóricamente— Debes ser la persona más divertida cuando estás borracha.

—No hables mucho, ¿quieres?. Tú seguro, cuando tomas, eres de las que clama amor a sus amigos y se va de serenata bajo balcón ajeno.

Ríe otra vez y arranca, bastante bien debo decir, sale del estacionamiento, entra en la vía principal y, de repente, abro los ojos y estamos aquí, en la residencia de los Katin, me dormí.

—Baja, descansarás un rato en mi cama y luego te prepararé un café para que vayas a casa bien despierta.

—¿No íbamos a hablar?

—Yo hablé, tú roncaste. Ven.

Todavía tiene mis llaves, así que me bajo y la sigo. El auto estaba muy bien aparcado, lo que me asombra después de su incidente con la viejita en el cruce de la vía a la escuela.

—Acuéstate y descansa, yo iré a ver televisión.

—¿Estás segura? ¿No quieres hablar ahora? —le pregunto, deseando tanto acostarme en una cama.

—No, duerme. Hablaremos con una taza de café, después.

Sale por el pasillo, dejando la puerta a medio cerrar. Yo me saco las botas y caigo sobre su almohada, es tan suave. No me toma nada acomodarme. Dios, su cama es el cielo, es confortable y huele tan bien.

El cojín tiene su aroma, o mejor dicho, el de su perfume. Es fresco y un poco dulce, pero conozco esta fragancia y de dulce no tiene nada. Es ella, ese toque agradable es su olor natural. Inhalo llenándome de ella, es tranquilizante. Exhalo y siento que necesito volver a olerla. Me llevo la almohada a la cara y la bajo un poco para abrazarla. Con el paso de los segundos voy sintiendo como me pierdo en el sueño y lo primero que pienso es...

¿Lena me salvaría en el apocalipsis zombie?

Yo espero que sí...


Desperté con las luces apagadas. Las del mundo junto con las de la habitación. Todo estaba en silencio, apenas unos animales se escuchaban a lo lejos, el lloriqueo de un perro, algunos grillos y el viento pegando con las hojas de los árboles en la acera. El silencio de la noche es distinto aquí, en esta alcoba que no es mía.

¡¿Cuánto tiempo me dormí?!

Abro bien los ojos. El sobresalto de darme cuenta que había pasado horas en esa cama, me despojó de lo último que me quedaba de sueño. Alcé mi cabeza y miré a todos lados, pero no encontré un reloj que me dijera la hora. Debía ser tarde. Volví a la almohada pensando en dónde dejé mi celular y recordé que mi bolso se quedó en el sillón de la sala. Levantarme podía despertar a Lena y prefería evitarlo.

Se había acostado a mi lado, vestida con ropa más ligera. Nos había cobijado y se había quedado dormida, abrazada de un cojín pequeño. Yo debo haber soltado el agarre de la almohada que tenía en mis brazos, ya no estaba conmigo, yacía bajo su cabeza. ¿Cómo no me desperté? Mi sueño es muy ligero y Lena me la quitó.

Largó un suspiro entre sueños y volví a concentrarme en su dormir. Casi no se la escuchaba respirar. No podía ver mucho de su persona, la luz que entraba por la ventana era poca. Sospeché que podrían ser las dos de la mañana. Debía irme o de alguna forma avisarle a mamá que estaba en lo de Lena.

Di vuelta y vi mi celular en el velador. En realidad buscaba el de Lena, sabía que había dejado el mío en mi bolso en la sala. Lo tomé y leí la alerta de mensaje que había llegado a las nueve de la noche. Presioné el botón para marcar al buzón de voz, bajando el volumen al mínimo para no despertar a mi acompañante; era de Nastya.

—Lena dice que estás en el más allá. No quiere despertarte y tampoco que te asustes o te enojes. Hablé con tu mamá y le dije que pasarías la noche allí. Le expliqué que estabas rendida y te quedaste dormida. Todo está bien. Lena se acostará a tu lado. No la tires de la cama, es «su cama» —puntualizó—. Mañana agradécele, ¿sí? No seas mala con ella y dale un beso de mi parte... —Pausó con miedo—. No, mejor no le des nada, no vayas a sacarle un pedazo de mejilla... Mejor no te doy ideas. Nos vemos en clases. ¡Adiós! —Se despidió nerviosa.
Nastya...

Bueno, al menos le avisaron a mamá dónde estaba. Mañana tendré una montaña de preguntas de su parte, especialmente ¿por qué dónde ella y no dónde Aleksey? Lo veo venir.

Me fijé en la hora, eran las tres, no estaba tan equivocada.

Ya más tranquila, me acomodé nuevamente y me dormí hasta que sonó el despertador con una canción de Metallica, haciéndome pegar un salto al techo.

¡¿Desde cuando a Lena le gusta esa banda?!

—¿Fuel, Katina? ¡¿Fuel de alarma?! —le reclamé mientras me hiperventilaba con la almohada tapándome la cara. Tremendo susto que me pegué. Sentí su fuerza quitándomelo y ahí estaba esa sonrisa insoportable.

—Buenos días —me respondió riendo. No tenían nada de buenos—. Oíste el mensaje de Nastya, me imagino. —Bostezó, desperezándose con ambos brazos estirados.

—Sí, en la madrugada. Iba a irme pero no quise despertar a toda tu familia mientras buscaba las llaves de mi auto.

—Las dejé a lado del teléfono —me dijo y, al voltear a verlas, lo confirmé. No me di cuenta de ese detalle entre tanta oscuridad—. Me imaginé la remota posibilidad de que huyeras al despertar.

—Huir, ¿de qué? —le pregunté. Para esto ya me había sentado en la cama y me colocaba las botas.

—No sé, ¿de encontrarme acostada a tu lado?

¿Acaso creía que le tengo miedo a las lesbianas?, o tal vez asco. Cierto, ella no se considera lesbiana. Bisexual, digámosle bisexual. Igual no me molesta, ¿por qué lo haría? No tengo nada de qué huir.

—Gracias —le dije recordando la petición de mi amiga—, por lo de ayer.

—¿No estás durmiendo tan bien, eh? Por un momento me asusté cuando no despertabas.

No podía decirle: «Es porque ayer me desvelé leyendo tu diario toda la noche y todavía me falta descubrir qué hiciste con la información de Nina. ¡Eres una pasiva de un demonio y me tienes sin poder cerrar un ojo!». Imposible. Negué confirmándolo, nada más.

—¿De qué querías hablar? —le pregunté, aprovechando para estirarme un poco y mover mi cuello en círculos, aunque esta vez no sonó como si rompiera una docena de huevos. Realmente descansé muy cómoda en su cama.

—¡Ah, eso! Bien. ¿Quieres sentarte —Sonaba seria, pensé que podía referirse al diario, no me moví. Ella me viró los ojos y estiró la cobija, acomodando la cama—. No muerdo, ¿sabes?
Y quién me lo asegura después de lo que he leído.

—Habla de una vez.

Si se trataba de su diario, debía ser valiente, mostrarme fuerte y preocupada por su bienestar. Así no me gritaría tanto por no entregárselo apenas supe que le pertenecía, o por decidir leerlo a pesar de ello.

—Anteayer, después de que te fuiste a casa, papá me sentó a conversar con él. —Inició la explicación, su intranquilidad se dejaba ver en el tono de su voz—. Me contó que esa tarde alguien le había dejado una nota anónima en la comandancia, dirigida a especialmente a él.

No fui yo y no era un reproche. Me mantuve en silencio, esperando a que retomara el relato.

—¿Yulia, tienes idea de si algo le está pasando a Rúslan?

—¿Por qué habría de saberlo? —le respondí. Sé bien qué le sucede, le gustan los chicos, en especial mi ex novio, pero sus preferencias sexuales no eran motivo de investigación policial. Además, no es problema mío, yo no puedo ir contándole a todo el mundo que Rúslan es gay.

—Te lo pregunto porque en la nota alegan que Rúslan está siendo víctima de violencia intrafamiliar.

"Aleksey creía algo parecido", pensé. Me lo dijo un día después del beso. Yo vi a Rúslan golpeado esa mañana, había tenido un accidente de bicicleta, pero mi ex confirmó que estaba intacta en el estacionamiento, el único golpeado era nuestro amigo.

—Deberías hablar con Alyósha, no conmigo.

—Lo sé. Papá cree que fue él quien dejó la nota, la encargada de recibir el correo en la comandancia lo describió tal cual, pero no voy a hablar con ese idiota —aseguró—. Pensé que, al ser ustedes novios, él te habría contado algo al respecto.

—¿Por qué tu papá no va directo a la fuente e investiga? ¿No hacen eso los policías?

—Y lo haría, pero quiere llevar la investigación en perfil bajo. El papá de Rúslan es militar y tiene muchas amistades en la comandancia de policía así como en otras agencias del gobierno. Si es él quien le está propiciando golpes a su hijo, le será muy fácil zafarse de los cargos. Eso no es bueno para Rúslan.

—¡Entonces habla con Aleksey! Esto es más importante que una riña, ¿no crees?

—¡Ya lo sé, Yulia, pero antes de tener que bajar mi cabeza y pedirle a Aleksey, de favor, que me explique sus razones, quise intentar contigo! ¿Es tan malo eso? —me contestó, estaba molesta. Su reacción iba más allá de lo que él me hizo, era personal.

—¿Qué pasó entre ustedes? Entre tú y Alyósha —le pregunté. Si quería que le dijera lo que sabía, tendría que responderme esa mínima pregunta.

—Esto no tiene que ver conmigo. ¿Sabes algo de Rúslan o no? —me respondió como ultimátum.

—Sé «algo» de Rúslan. Pero no te lo puedo decir.

—¡Oh, vaya! Gracias, Yulia. Tu ayuda resolvió el caso —me dijo con sarcasmo y se levantó de la cama en dirección al armario. No pude dejar de notar lo cómoda que se veía en esos pantaloncillos cortos y su musculosa blanca, mientras yo me sentía más que incómoda en mi ropa del día anterior.

—Rúslan tiene que ser quien te lo cuente, yo no puedo hacerlo —le aclaré—. Y sobre Aleksey, él pudo ser quien dejó la nota. Sospecha del abuso y no cree que haya existido el accidente de bicicleta, ¿satisfecha? Ahora dime, ¿qué pasó entre tú y él?

—No te lo puedo decir —repitió mis palabras, tratando de imitar mi voz.

—No es lo mismo, Katina. Lo de Rúslan no es mi secreto, él tiene que contártelo. Yo quiero saber ¿por qué estás tan molesta con tu amigo?

—Él ya no es mi amigo y ¿no es suficiente con lo que te hizo a ti?

—No, porque esa no es tú razón para estar así. Dímelo, Lena. Mírame y dímelo.

Ella dio media vuelta, quedando en frente de mí. Su mirada perdida en la nada, pensando.

"No confía en mí. Tengo que ganarme su confianza... genial", entendí al esperarla en el silencio.

Sin recibir una palabra, me levanté de la cama para irme. Se hacía tarde y quería darme un baño y cambiarme de ropa, sentía que apestaba.

—Después de verlo con esa chica —habló finalmente, deteniéndome en el borde de la puerta—, lo amenacé. Tenía que contártelo o yo lo haría. Él... me dijo que ustedes habían arreglado el malentendido y que se darían otra oportunidad. Yo le creí. — Se lamentó.

Hasta ahí, Lena me hacía un recuento de lo que había leído en el diario, lo interesante vino después.

—Semanas después, en el cumpleaños de Vladimir, me di cuenta de que me había engañado. Fuimos al Kika Club, ¿recuerdas? —me preguntó acercándose hasta la cama y tomó asiento. Yo hice lo mismo a su lado—. La castaña con la que lo vi estaba allí. Vladimir, Aleksey y yo escogíamos canciones en una esquina, tú y Nastya estaban en la mesa con Rúslan. Ella se me hacía conocida, pero no fue hasta que noté que él le sonrió y que ella le devolvió el gesto, después de darte una rápida mirada, entendí que se estaban coqueteando y lo separé del resto para enfrentarlo.

Me hablaba de la pelea que los vi tener de lejos. Era por esa tipa, porque él le mintió, porque me seguía engañando.

—Aleksey me dijo que no me metiera en lo que no me importa, si no quería que él hiciera lo mismo. Le respondí que, por respeto a Vladimir y su día, no te confesaría nada esa noche, pero que espere una patada tuya en su trasero el día siguiente. Esta vez no esperaría nada para hablar contigo.

—Nunca hablaste conmigo.

—Cierto, no lo hice. Alyósha se encargó de meterme en suficientes problemas como para entretenerme el resto de las vacaciones tratando de solucionarlos.

—¿Qué pasó?

—Me había estado siguiendo desde que lo amenacé la primera vez, tratando de encontrar algo con que extorsionarme de vuelta, y esa noche, después de que nos despedimos y antes de que yo llegara a casa, llamó a mis padres para contarles lo que no le importaba.

—No tienes que mencionar qué les dijo a tus padres. —Intenté darle una salida, no quería forzarla a confesarse. De todas formas lo leería en el diario.

—No, ya no es un secreto —mencionó y yo esperé unos segundos a que volviera a sentirse cómoda para hablar.

—Esa noche no fui directo a mi casa. Pasé antes por el departamento de un amigo, Leo —dijo y otra vez pausó, no se le hacía fácil tenerme esa «confianza» que no sé cómo me gané—. Llegué pasada la una de la mañana. Mis papás estaban sentados en la sala, esperándome. Me preguntaron si estaba bien, si tenían que ir conmigo a la comandancia a poner una demanda por violación, si Leo me estaba amenazando.

—¿Qué diablos les dijo Aleksey?

—Que estaba preocupado porque me había visto con un tipo mayor que parecía estar abusando de mí.

—¡¿Qué?!

—En su defensa, Leo «es» mayor —aceptó—, pero no tanto como les contó a mis padres. Tiene veinticuatro años.

—Son siete más que tú y siete es un montón, Lena —expresé mis propios problemas con el tema.

—Mmhmm —confirmó, bajando la mirada al cobertor. No por tristeza, no quería entrar en una discusión conmigo. Seguro todos le han dicho ya que no es lo mejor—. Es mayor, pero no me está obligando a nada. Yo tengo derecho a mi consentimiento.

—Tienes diecisiete años, no puedes dar tu consentimiento legal hasta los dieciocho.

—Tú tampoco y tuviste sexo con Aleksey.

—Es distinto, los dos somos menores.

—Lo mío también es distinto. Leo y yo no estamos haciendo nada malo.

—Nadie dice que el sexo sea malo, solo que... —Mejor me callé mi sermón, porque ya no la sentía tan dispuesta a continuar—. ¿Qué te dijeron tus padres?

—Hablamos esa madrugada, y al día siguiente, y al siguiente, y así por varios días. Me exigieron que se los presente, lo que me metió en más líos por razones que no vienen al caso. Fue un dolor de cabeza.

—Me lo imagino.

Si no me equivocaba, Jesús creía que ella tenía diecinueve. ¿Cómo reaccionó cuando supo que tenía dos años menos?, ¿cuando se enteró que estaba cometiendo un delito federal?

—Aleksey me dijo que te ha visto besándote con un hombre mayor en la escuela.

—Sí, un par de veces. —Rió, cambiando la cara afligida de unos minutos atrás—. Usualmente me espera en la esquina para no meternos en problemas.

—Y... ¿tus papás?

—Ya lo conocen y aceptan que yo lo frecuente.

—¿Y no tienen problema con que, ya sabes, estés con él?

—No es algo que les mate del gusto, pero entienden que es mi vida y mi decisión, lo más importante, me apoyan. Así que, eso es lo que pasó con Aleksey.

Me dijo mucho más de lo que esperaba, lo que quiere decir que vamos en buen camino con esto de la amistad.

El lío con Leo debe haber sido brutal y ¿qué hay de Marina? Lena, siempre que responde algo, deja diez preguntas más. Me quedé con las ganas de llegar a casa y ponerme a leer.

—¿Quieres desayunar? —Me invitó, haciendo un gesto a la planta baja.

—Debería ir a casa a prepararme para la escuela, pero gracias —le dije, levantándome y tomando mis cosas. Debía apresurarme o no llegaría a tiempo.

—Nos vemos allá. —Se puso de pie, acompañándome a la salida y se despidió desde la entrada, ella también debía alistarse.

Antes de que cierre la puerta me volteé y le dije:

—¡Paso a buscarte en cuarenta minutos!

—¡No llegaremos a la primera hora! —respondió. Sin duda me tardaría más en volver por ella.

—No llegaremos de todas formas. Paso a verte. Trataré de no demorarme... demasiado —le ofrecí.

Ella aceptó y entró a su casa. Yo saqué mi celular y marqué a la única persona que podría ayudarme en el aprieto en el que acababa de meterme.

—¿Nastya? ¿Todavía tienes la mudada de ropa que dejé en tu casa hace unas semanas?... Perfecto, necesito que me prestes la ducha.


Hoy, viernes, 23 de octubre, es temprano en la mañana y me preparo para salir a buscar a Lena.

Me gusta llevarla a la escuela. Despertar temprano y saber que tengo algo importante que hacer. Bañarme, arreglarme y salir a buscarla con unas ganas que no tenía hace mucho tiempo, como cuando me levantaba ansiosa de jugarle alguna broma o molestarla por algo que dijo, o como lo dijo, de tirarla de la silla; buenos tiempos. La espero en la vereda de en frente, un cuarto pasadas las siete, aunque la entrada a clases es a las ocho y su casa queda a cinco minutos del instituto. No me hace esperar demasiado, 7:20 am ya estamos en camino, pero nos lo tomamos ligero, vamos lento, conversamos. Y eso, eso es lo que más me gusta, hablar de todo un poco y de nada a la vez.

No he leído el diario en algún tiempo. ¿Dos semanas, quizá? Desde esa noche que me desvelé y me quedé a dormir en su casa. Sí, dos semanas exactas.

Es extraño, porque el día que desperté en su cama, me moría por regresar al apartamento para leer, leer y leer qué fue lo que pasó con sus padres y qué hizo con la información que le dio la vieja.
Pero después de la segunda noche en su casa, las ganas de conocerla a través de un cuaderno se fueron calmando.

La recogí ese viernes después de la charla, junto con Nastya, catorce días atrás. Las tres llegamos retrasadas a la misma clase. Yo le advertí a Lena que no llegaríamos a tiempo, pero da igual.

—Mis más ávidas alumnas, diez minutos tarde. ¿Acaso durmieron juntas y se les pegaron las sábanas? —preguntó el maestro, divertido, sacando unas risas y silbidos a nuestros compañeros. Los callé con una mirada.

—Yo no, pero ellas dos, sí —les informó Nastya, divertida también, siempre tan imprudente. Aleksey nos quedó mirando extrañado, ¿desde cuando Lena y yo tan amigas como para pasar la noche juntas? Vladimir puso un rostro parecido, pero menos molesto, los demás rieron un poco más, callándose apenas saqué mi dedo del medio cubriendolo con mi espalda.

—Yulia..., comportate —me advirtió el maestro y tomé mi asiento.

La clase siguió, aburrida. Amo el arte y esta asignatura es buena, pero qué tedioso es estudiar a los griegos y su arquitectura, sus esculturas de hombres y mujeres desnudos y todas esas cosas. Mi cerebro se negaba a computar la información. Me distraje recordando lo que hablamos con Lena al despertar; mirando a Rúslan y confirmando que él estaba tan retraído de la clase como yo; analizando la cara de interés que mi ex tenía en el jardín que daba a su ventana, volteaba cada dos minutos como si estuviera esperando a que alguien apareciera; Lena tomaba notas, atenta, y Nastya la veía con curiosidad, así como yo a ella.

El timbre sonó, pero antes de poder huir a la siguiente clase, el profesor nos detuvo dándonos un trabajo especial por atrasarnos. Debíamos ir por la ciudad y tomar fotos de «muestras de arte moderno». ¡Lo más divertido de todo, iríamos juntas! El trabajo era en equipo y no hubo forma de convencerlo que cada una podía buscar por su cuenta. Llegamos tarde las tres y, de la misma manera, haríamos ese trabajo.

Ofrecí pasar a recogerlas muy temprano por sus casas. Durante el almuerzo hablamos de algunos lugares a donde podíamos ir; unos museos, el muro de la playa que está lleno de graffitis, la feria artesanal. Había mucho que ver, mientras más temprano mejor, pero a Nastya se le ocurrió una brillante idea.

—Lena y yo haremos una pijamada hoy en la noche, ¿quieres venir? —me invitó sin preguntarle a la dueña de casa, claro que no hacía falta, ella misma la secundó un segundo después—. Haremos pizza o algo.

—Haremos de comprar la pizza —aclaró Lena—, no hay nada en mi refrigerador aparte de las cremas faciales de mamá.

—¡Compraremos pizza! —Se corrigió Nastya emocionada—. Vamos, Yulia. Pronto me iré, hagamos una pijamada las tres, ¿sí? ¿Una última vez? —me suplicó con sus hoyos apareciendo en sus cachetes.

Lo que uno hace por sus amigos. Fui, pero antes pasé por mi casa y recogí algo de ropa. Esta vez no quería dormirme toda sucia.

No la pasamos mal. Nastya y Lena se pusieron como locas a grabar su programa favorito para repetirlo no se cuantas veces en en transcurso de la semana. Hicimos unas bromas, ellas unos desafíos y, para terminar, nos contamos cuentos de terror sentadas en el piso de la sala, tapadas con unas cobijas hasta la cabeza.

En la madrugada subimos a la habitación. Nastya estaba agotada y se durmió sin mucho esfuerzo, acostándose en medio de ambas. La cama de Lena es grande, pero tres son multitud. Sentía que si me movía un centímetro me caería de tetas al suelo y me iba a doler.

—¿Yulia? —Escuché a Lena susurrar muy bajo—. ¿Despierta?

—Sí —respondí de la misma manera.

—¿Quieres ir a fumar un tabaco? —me preguntó, yo asentí y nos levantamos muy despacio, bajando de la misma manera por la escalera, siguiendo el camino hasta su jardín.

En ese momento me dio curiosidad de leer el diario. Quería descubrir cuándo fue que Lena se volvió tan insurgente, rebelde, altiva.

—No puedo creer que fumes con tus papás en casa.

—¿No lo haces tú?

—Lo hacía, antes —le dije recordando cuando vivía en mi antigua casa y tenía un cuarto con una ventana que daba al techo. Fumaba ahí, sola, sin llenar mi cuarto de humo. También lo hacía en las noches. ¿Ahora dónde? A mi mamá le desagrada la idea, me lo ha mencionado varias veces que ha encontrado cajetillas por ahí entre mi ropa y no es como si mi vecindario fuese lo más tranquilo y desolado del mundo como para salir a dar un paseo.

—¿Mentolado? —me ofreció extendiéndome la cajetilla abierta y se sentó de piernas cruzadas contra la pared. Hice lo mismo.

—Quiero decirte algo, pero no quiero que te lo tomes... a mal —mencionó, dandole un sorbo a su tubo cancerígeno.

—Solo dilo.

—Hmmm —Soltó el humo y respiró, observando su cigarrillo quemarse, tomándose su tiempo. Ahora sé que lo hace cuando tiene algo serio e importante que decir—. Te extraño.

Me quedé muda, tonta, porque no entendía a qué se refería. Los últimos días habíamos compartido más juntas —sin discutir y como amigas— que en el último año entero.

—Extraño tu actitud, la forma en la que solías sonreír, ¿sabes?, así... —Hizo un gesto con su labio derecho subiéndolo más que el izquierdo, cerrando un poco sus ojos y subiendo las cejas—. Como si estuvieras imaginando como torturar a tu siguiente víctima. Extraño cuando me tirabas del asiento —Rió—. También cuando lo único que salía de tus labios era tu sarcasmo... Te extraño demasiado.

Terminó sonriendo muy ligero, no con gusto, sino con nostalgia, con pena, pero no de mí... de perderme. Solté un suspiro al entenderla, yo también me extraño, pero no sabía como ser la que era antes, aún siento que no lo sé.

—Mis papás se divorciaron hace seis meses —me confesó de la nada—. Hace casi un año que mi familia se fue por un caño, un año en diciembre, en víspera de navidad.

—Pero yo los vi la otra noche...

—Volvieron a... ¿estar? No sé como referirme a su relación. No están casados, solo regresaron. Volvieron a vivir juntos.

—¿Hace cuánto?

—Tres semanas... —Soltó una carcajada con ironía—. Se siente tan extraño tener a papá aquí otra vez. Creo que es demasiado pronto, que mamá no está lista y que se terminara más rápido de lo que inició.

—Quizá se aman de verdad...

—¿Ves? —Me interrumpió—. ¿Dónde está el comentario sarcástico, marca Yulia Volkova? ¿Dónde queda el «Katina, tus padres están destinados a fracasar juntos, así como tú»? —se quejó imitando mi voz. Su frustración presente en cada palabra.

Me quedé pensando, tenía razón.

—No lo sé —susurré inhalando profundamente. Nos quedamos en silencio un rato. Hasta que el ladrido del perro del vecino nos asustó.

No sé por qué se me hacía tan difícil confesar algo como ella acababa de hacerlo. Lena lo intentaba, le costaba, pero no se detuvo. Me contaba cosas que, aunque ya las había leído, eran secretos en su mente. Y yo no podía ni confesarle algo que sabía que ella conocía de mí. Se me hacía tan difícil dejarla entrar.

—Mamá... —Comencé. Lo intentaría, por lo menos eso—. Mamá está en una relación muy dañina. Román es un idiota, un ludópata —dije y sentí la necesidad de tragar en seco, de apagar ese cigarrillo en el cemento. Lo hice—. Ella firmó garantías de sus deudas y lo perdió todo... lo perdimos todo.

Lena continuó fumando, no me miraba, me daba la tranquilidad de continuar, escuchándome, mas no interrumpiéndome.

—Vivo en un pequeño apartamento, en un parque de casas del barrio obrero. —Reí, no era gracioso, pero reí. Ella ya lo sabía y reí. Lena me miró extrañada, no rió conmigo, pero sí sonrió, observándome hasta que me tranquilicé—. Odio vivir allí. Duermo en el sofá de la entrada... Ni siquiera tengo una cama.

Y entonces sentí mis ojos llenarse de lágrimas porque... ella ya lo sabía... y no era gracioso.

—No creo que haya algo que pueda decirte que tú misma no hayas pensado antes para... salir de... tu situación —dijo, escogiendo bien sus palabras—. Así que solo te diré esto: No estás sola, aunque lo sientas. Nada de lo que me has contado saldrá de aquí y, si me necesitas, sabes dónde encontrarme.

Lena apagó su cigarrillo y se levantó, pidiéndome que la espere unos minutos. Entró a la casa, dejando la puerta abierta unos centímetros. Aproveché ese tiempo para limpiar mis ojos y respirar un poco de aire fresco. Lo peor había pasado.

—Ten —dijo estirando su mano al salir nuevamente, entregándome un juego de llaves—. Desde hoy son tuyas. Si necesitas venir, siéntete en libertad de hacerlo.

—Lena... Yo no... ¿Qué dirán tus padres?

—Dirán que vengas cuando gustes y necesites hacerlo. Mis padres tienen sus problemas, pero siguen siendo los mismos de siempre y los conoces. —Estiró su mano ofreciéndome ayuda para levantarme—. Ahora, antes de entrar y ver cómo diablos vamos a dormir en esa cama las tres, aclaremos algo: tú y yo vamos a trabajar en recuperar a la vieja Yulia.

—Eres una masoquista, Katina.

—Naaa —dijo, dejando la seriedad a un lado—, ya no me tirarías de la silla tan fácilmente.

—Puedo tirarte de la cama —le aseguré, siguiéndola adentro.

—Ja, ya veremos.


...

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