Cuando tenía doce años, vivía en frente de un chico llamado Bruno Browinski. Horrible nombre, lo sé, pero era el sueño de todas las niñas de mi barrio, nos moríamos por él. Bruno me llevaba cinco años y tenía una novia de su misma edad. Se veían tan enamorados y cualquier cosa que hacían juntos se convertía en una constante pregunta para mí.
¿Qué se sentirá que Bruno te tome de la mano y entrelace sus dedos con los tuyos? ¿Será tibio su toque cuando pasa sus manos por sus piernas desnudas? ¿A qué olerá su cuello? Su novia vivía con la cara escondida ahí. ¿Cómo sonará su risa en el oído? ¿Serán tan divertidas sus cosquillas? ¿A qué sabrán sus besos? Esa pregunta en particular era una de las que más curiosidad me daba, esa y ¿cómo se sentirá un beso francés suyo? Vivían haciendo músculos en sus lenguas.
Licor, de hecho, solo . Suavidad, delicadeza, humedad, carnosidad en sus labios; ansiedad por sus tiernas mordidas, desesperación por continuar. Besar a Lena se siente como alguna vez me imaginé que sería besar a Bruno. Perfecto.
Estábamos tan ebrias, lo justificaré de esa manera. Bebimos mucho en el club.
Cuando llegamos nos dejaron entrar sin problemas. Nastya y Ruslán fueron directo a bailar y así pasaron el resto de la noche. Lena se perdió por un momento con Leo y yo me quedé saludando al chico de la fiesta, Anatoli.
—No tenía idea de que eras compañera de Lena en ¿el instituto? —me preguntó queriendo sacarme información que no sabía si tenía permiso de impartir. Leo podía saber de Lena, pero ¿Anatoli y el resto de sus amigos?
—Hemos sido conocidas por años, compañeras de escuela desde la secundaria —le dije, estirando la verdad lo que más pude.
—Te esperaba en la playa el otro día.
—No pude regresar, lo siento.
—Todo bien, por suerte tenemos una amiga en común, así nos seguiremos viendo.
Simpático, realmente muy simpático. Tiene un algo que me llama a querer hablar con él, lo que suele ser extraño, pero este análisis ya lo hice ese día. Debe ser porque no tiene miedo de hablarme.
Vi a Lena a lo lejos y puso esa cara de: «¡Oh, no!» y se dio media vuelta yendo directo a la barra. Un par de minutos después Anatoli recibió un mensaje de texto y dijo que debía atender algo del club, su club, y que regresaría, perdiéndose entre la gente.
—Tequila puro —dijo Lena, alzando la voz. Llegaba por mis espaldas con dos shots en sus manos. Estiró uno hacia mí y, apenas lo cogí, ella bebió el suyo de un solo trago.
Su cuerpo se movía ligeramente por la música. Nastya y Ruslán estaban justo en frente muy animados. Yo hice lo mismo que Lena y me terminé el trago de un solo golpe.
—¿No vas a bailar? —le pregunté de la misma manera, buscando a Leo rápidamente con la mirada, no lo encontré. Ella señaló en dirección al fondo del salón, estaba en la mesa de las consolas, detrás de unos inmensos parlantes junto con Anatoli.
—Nunca bailo con él. —Me quitó el vaso y colocó a ambos en una bandeja que pasaba a nuestro lado. Se adelantó unos pasos y me estiró su mano.
"¿Me está invitando a bailar?", me pregunté sin tomarla.
—¿Tienes miedo de que te vean conmigo? —me preguntó divertida, acercándose hasta mi oído para que la escuche con claridad, sin gritos.
Un ligero roce de nuestras mejillas, me hizo sentir un cosquilleo en el rostro entero y sentí la necesidad de carraspear antes de contestarle que «no». La tomé finalmente de la mano, jalándola a la pista y caminé hasta el centro a unos pasos de nuestros amigos.
Con el pasar de los minutos el lugar fue llenándose más y más. El ritmo era perfecto, rápido, sin perdón, no había descansos, no había nada que nos detuviera, nada que no viniera de forma líquida en un vaso pequeño.
Seis tragos me tomé con Lena, mano a mano. Ya ni sabía si el ritmo que llevábamos iba con la música que sonaba a nuestro alrededor. Mi atención completa estaba en ella. Seis, seis shots de . Juro que en ese punto su piel brillaba en mis ojos, pudo ser el sudor, pero brillaba. Sus hombros se balanceaban casi en cámara lenta, tan sexy. Subía sus brazos por su cuello, levantándose el cabello para aliviar el calor que mataba; los mantenía en esa posición por unos minutos mientras yo disfrutaba de verla, mientras imaginaba que se sentiría tocarla, tomarla por la cintura, acariciar sus lados paseándome por sus costillas, seguir por sus brazos y recorrerlos hasta llegar a sus manos, unirlas en el aire y bajarlas hasta que rodeen mi cuello. Me moría por besarla y esa pregunta volvía a plagar mi mente. ¿A qué sabrán sus besos? ¿Cómo se sentirá un beso francés suyo?
—¿Quieres otro ? —me preguntó pasando su mano alrededor de mi cuerpo, pegando sus labios a mi lóbulo con torpeza. Lo que quería es que esos labios bajaran por mi cuello—. Necesito un respiro, ¿vienes conmigo?
Salimos por entre la gente hasta liberarnos de la masa y nos tambaleamos, muertas de risa, hasta la barra.
—¡Pete, tequila! —le dijo al chico que atendía.
—¡Agua, Lena! —le respondió él, llenando dos vasos con hielos y vertiendo el líquido desde esa llave a presión que tienen los barman.
—¡Tequila! —gritamos al mismo tiempo y continuamos riendo. Estábamos abrazadas, quizá para no caer, tal vez porque no tenía ningún interés de dejarla ir.
—¡Un shot más y en una hora les llamo un taxi!
Nos maldijo. Tomamos ese último trago y veinte minutos más tarde, Nastya y Ruslán nos dejaban en la puerta de la casa de Lena, ellos continuaron el recorrido en el mismo auto.
—Tú si sabes divertirte, Lenoska.
—¿Lenoska?
—Lenosinha...
—¿Ahora hablas, portugués?
—Si a Leo le funciona, ¿por qué no a mí?
—Estás un poco loca.
Lo que estaba era borracha y ella también, ¿qué importaba lo que dijera? Podría culparlo a esa bebida transparente y a mi falta de memoria.
Me prestó una camiseta, ella también sacó una y se metió en el baño para cambiarse y lavarse la boca. Yo me cambié frente a su espejo quitándome todo menos mi ropa interior... la inferior, mis niñas tenían que estar libres. Cuando salió, igual que yo, solo puesta la camiseta y sus bragas de algodón, entré yo y me lavé a gárgaras la boca con enjuague bucal. Debería traer un cepillo de dientes y dejarlo aquí. Después de todo tengo la llave de esta casa, podría necesitarlo.
Abrí la puerta y todo estaba a oscuras, pero se veía un bulto a un lado de la cama. Yo me metí bajo las cobijas del otro. La cama estaba fría y se sentía tan bien.
Pensaba que estaba dormida. Podía haberlo jurarlo. Descubrí que no cuando dio la vuelta y me enfrentó, pasando torpemente su dedo índice sobre mi nariz y mis labios.
—¿Sabes, Yulia? —me dijo sin ganas de cuestionarme—. Siempre, desde que nos conocimos, me he preguntado algo. ¿Cómo se sentiría besarte?
Completamente, ebria. Me miraba, me sonreía y continuaba haciendo dibujos en mi rostro.
—Mi primer día de escuela pensé que Aleksey era un chico encantador y muy afortunado por tener una novia tan guapa como tú. ¡No linda! —aclara—, estabas muy buena... ¡pfff! —Soltó una carcajada que me hizo sonreír—. Perdón, eso sonó a camionero. Guapa, esa palabra está bien. Eres muy guapa... y bien proporcionada.
Sonreí aún más porque saber de repente que Lena había pensado en mí de esa manera era más que halagador. Si hubiese estado un poquito sobria habría entrado en pánico... Gracias alcohol destilado.
—Algo me dice que tus labios... deben sentirse tan bien al besar. Son tan carnosos —dijo pellizcándolos apenas—. Tu lengua luce tan tersa, no venenosa como he escuchado a varios idiotas en la escuela —me confiesa—. Tu lengua debe ser dulce, tibia... me encantaría tanto besarte —susurró esto último.
¿En serio alguien en este mundo creería que yo sería tan noble, peor en ese estado, como para no aprovechar el momento y besarla?
Tequila, calidez, delicadeza, humedad. Lena sabe delicioso y se siente aún mejor.
—No dije que lo haría —dijo estúpidamente después de como el quinto beso que nos dimos.
—Es una pena, Lenoska. Te me antojaste y fue tú culpa —le respondí arremetiendo suavemente en sus labios otra vez, mi mano rodeándola por la cintura, la suya jugando con mi cabello.
Ahora la pregunta que me persigue es, ¿qué diablos pasará en la mañana? Porque en cualquier momento nos quedamos dormidas y...
Estupidez total. Mega estupidez, la madre de todas las estupideces más estúpidas del mundo. Eso es lo que pasó en casa de Lena en la mañana.
Despertamos en lados opuestos de la cama, de espaldas la una de la otra. La noche de ayer nos mató y nos quedamos dormidas... ¡mientras nos besábamos!
Épico, comienzas a sentirte vulnerable por alguien, reniegas de esos sentimientos, finalmente los aceptas, porque es ridículo seguir engañándote. Más tarde entras en trance total al verla bailar —porque, qué bien baila esa mujer— y, cuando piensas que fue una excelente noche, que la gozaste, bailaste lo que pudiste, reíste, bebiste y finalmente vas a dormir feliz —con ella—, ¿la muy desgraciada te confiesa que le encantaría poder besarte? No, no, que le encantaría «tanto» besarte, porque no solo le encantaría, le encantaría un tanto más. Tú lo haces, la besas y es increíble y... ¿se quedan dormidas las dos en plena sesión de reconocimiento lingual? ¡Épico, dije!
En fin, era tarde, unos minutos antes del medio día, cuando sonó el celular de su lado de la habitación. Yo estaba cubierta con una delgada sábana, Lena entrelazada con el resto de cobijas. Hizo un esfuerzo extenuado buscando el aparato en la mesa de noche, moviendo la cama entera, despertándome por completo.
—Leo —murmuró, dormida.
—Meu amor, ¿todavía durmiendo? —se escuchó claramente, Lena había activado el altavoz. Se quejaba como si estuviese adolorida, por lo que asumí que tenía una jaqueca y no quería un sonido directo en su oído.
—Mhmm —confirmó.
—Princesa —dijo él, riendo con cariño.
¿Princesa? ¡Ajjj, quería matarme, lo juro! El día anterior se me hicieron adorables como pareja, los shipeaba. Se miraban, se sonreían, se acariciaban, se tomaban de las manos; todo bien. No era como si Lena fuese algo mío, o yo tuviera ilusiones de iniciar una relación; estaba en «plan amigas», ese era tooodo mi plan. ¡Hasta que a la «princesa» se le ocurrió decirme que le encantaría «tanto» besarme!
—Imaginé que estabas cansada, pero ya es más de meio-dia.
—Hmm, no sé cómo llegué aquí.
—Salieron todos juntos, Pete les llamó un taxi...
—¡Oh, Dios! —exclamó de repente—. Leo, hablamos luego —susurró—. Yulia está aquí conmigo, dormida, no quiero despertarla.
—¿Apenas te das cuenta de que pasó la noite contigo?
¡Eso, eso mismo!
Escuché el bip del teléfono quitando el altavoz. Ella continuaba hablando en voz muy baja.
—No tengo idea de nada. Te devuelvo la llamada más tarde, ¿sí?
—Bueno, meu amor. Falamos en la noite. Te quero. —Lo escuché muy a lo lejos.
—Te quiero también, bye.
Me sentí... la persona más miserable del mundo. No miento. Estaba increíblemente decepcionada de mí misma.
No son novios, ¿por qué le daría Lena explicaciones? No necesitaba fingir con él y decirle que no recordaba nada de lo que sucedió ayer. Bastaba con que le mencione que estaba cansada y ya. No tenía nada que ocultar.
Sí, sí, ellos dicen que son amigos y es obvio que se quieren; se llaman con palabras bonitas —como meu amor, o princesa—, se toman de las manos, se acarician en público, entrelazan sus dedos, rozan sus narices en partes del cuerpo que no les corresponden a los simples amigos, tienen fuertes sesiones de sexo, tiran y tiran como si los conejos del mundo estuvieran en extinción. ¡Vamos, son una maldita pareja con relación abierta! Y yo me convertí en la quinta rueda del coche...
No, no, no, aclaremos esto bien.
Marina es la llanta de emergencia, yo no era ni el gato hidráulico, ni el limpiaparabrisas, ni siquiera llegaba a ser la caja de Kleenex de la guantera. Yo era la mosca que se estrella en el vidrio, esa inconveniencia que después de limpiarla te olvidas de ella y, aquí, no pasó nada.
¿Cómo?
Ah, sí, estaba borracha, Lena es linda, me gusta y ella quería besarme «tanto», seamos sinceros, yo también lo quería.
¿Así se sentía mamá cuando papá recibía una llamada de su esposa o de sus hijos en medio de sus encuentros? ¿Tendría él, por lo menos, la mínima consideración de levantarse e irse a hablar en otra habitación?, ¿o les contestaba en frente de «la otra»? Porque eso era mamá, la otra y, en este caso, lo que yo soy.
—Yulia, ¿estás despierta? —me preguntó con en voz baja.
"Soy la otra... o la ninguna, en realidad. Solo nos besamos, eso no me califica como la otra".
—Sí, pero ya es tarde y debo irme —le respondí, sentándome en la cama, dándole la espalda.
Pensé que querría hablar, aclararme que no significó nada para ella y que lo mejor era continuar como estábamos, siendo amigas y nada más, pero no.
—Prepararé el desayuno —dijo, animada.
Mosca fuera del parabrisas, caso olvidado.
—Yo no desayuno. Tomaré un café cuando llegue a casa.
—Tomarás uno aquí, junto con unos panqueques que prepararé. —Se apuró poniéndose de pie y caminó hasta el marco de la puerta, donde se detuvo por dos segundos para decirme con su usual buen humor—: Prepárate, soy muy buena haciendo panqueques.
"También haciéndote la estúpida", pensé.
—¿A qué hora llegamos? Dios, no recuerdo nada —me preguntó al verme bajar por las escaleras unos minutos después. Ella preparaba la mesa, seguía tan semidesnuda como cuando estaba en la cama; con su camiseta vieja para dormir y sus bragas de algodón; sus piernas desnudas y sus pies descalzos.
—Imposible que no recuerdes nada de lo que pasó ayer.
—De verdad no tengo memoria. Lo último fue ir contigo a la barra a pedir un tequila.
Comenzaba a irritarme. No tenía «gran problema» con que quiera ocultarle a su cualquier cosa que se divirtió conmigo al llegar a casa; no necesitaba fingir conmigo.
—Rarísimo, porque actuabas con mucha coherencia.
Sobretodo cuando acariciaba mi labio superior con su lengua, llenándome de cosquillas el vientre.
—Suelo aguantar mucho más de seis tragos.
—Siete —la corregí—, nos tomamos ese último tequila.
—Ese es el que me mató.
—¡Vamos, Lena!
—¡¿Qué?!
—Sé que recuerdas bien lo que pasó.
—¡No recuerdo nada! —se quejó y cambió a una postura preocupada—. ¿Qué hice?
—¿Me estás cargando?
—¡Dime que no me encontré con una rubia e hice el ridículo, por favor!... ¡Oh no, oh no, oh no!
"Perfecto, si quiere jugar a hacerse la estúpida. Juguemos".
—No hiciste nada de lo que debas avergonzarte, pero sí me prometiste contarme, de una buena vez, por qué no querías que vaya al club —le mentí. Lena ya se había negado a hablar conmigo al respecto y, antes de verse obligada a responderme, negaría que hizo dicho ofrecimiento.
—¿Eso hice?
—Sí, cuando fuimos a dormir. Dijiste que preferías hacerlo sobria. Así que... habla.
—Bien, si eso dije...
Accedió sin protestar, su rostro amable, a pesar de sus notables nervios, y eso quería decir que de verdad no recordaba nada.
Lena separó una de las sillas invitándome a sentarme y dio la vuelta a la mesa, acomodándose enfrente. Me sirvió una taza de café hirviendo y me acercó el plato entero de panqueques para que me sirviera.
—Okey. No recuerdo bien cuando, pero no hace mucho, unas tres semanas tal vez, acompañé a Leo al club. Era un sábado a medio día, nos encontraríamos con Anatoli, Lauren, la ex de Leo y su mejor amiga —me aclaró—, y Pete. Saldríamos a almorzar en grupo y... bueno, eso no importa.
—Sí, al punto. ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?
—Eso, okey. Bien...
Más que nerviosa.
—Anatoli llegó con su papá. —Se detuvo.
—Ajaaá...
—Yulia...
—Lena, lo juro, si no hablas claro, ¡voy a regarte el café caliente en tus piernas desnudas!
—¡Ajjj, siempre amenazándome por nada! ¡Ya, lo cuento! Su papá no me reconoció, pero yo a él sí. Me lo habían presentado antes... tú me lo presentaste antes.
—¿Qué?
—Yulia, el papá de Anatoli, es... Oleg... ¿Oleg Volkov? Tu papá.
...
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El Diario
FanfictionQuizá sea la única persona que te entienda, que te conoce en realidad, aunque tú no lo creas. Déjame darte una mano en esta ocasión, no necesitas hacerlo todo en soledad, no hace falta. Y, antes de que te enojes por el hecho de que te tomé fotos esa...