Capítulo 42: Un nido en mi cabeza

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La mamá de Lena es gay, bisexual, para ser exactos. Lo que no entiendo bien es como se conoció con su papá. Eso de que ambos hayan sido pareja de Alenka me suena a algo más que una simple coincidencia. Y leyendo nuevamente el inicio del diario —donde contaba de aquella discusión que le puso fin a su matrimonio—, cuando Inessa dice: «Ella te la recuerda, son idénticas, y no pienses que resiento a mi hija, porque después de tantos años lo es, pero jamás debiste traerla a ella a esta casa», más dudas llegan a mí.

«Traerla a ella», sin duda hablaba de Alenka. Sergey debió haber comenzado a recordar a su antiguo amor y no creo que eso haya resonado bien con su entonces esposa. Tal vez Inessa también recordaba a su ex novia, pero no la mencionaba como él o qué se yo, algo así debió suceder.

—Yulia, ¿puedes quedarte un momento? —me pide mi nuevo maestro de fotografía.

Gracias a mi especialidad por elección, producción de televisión y cine, tengo su clase todos los días. Los primeros quince minutos discutimos las ideas que llevaremos a cabo como tarea para el siguiente día. Debemos entregar tres imágenes como mínimo y diez como máximo. Y de esos temas debo elegir mi proyecto semestral que tengo que presentar la primera semana de enero. Mis compañeros me llevan dos meses de ventaja, así que mi profesor me presiona todos los días con un sermón sobre mi poca creatividad y mi bajo nivel de conocimiento en la materia.

—No te escuché mencionar el tema de hoy.

—Tengo uno, pero quisiera guardármelo... que sea una sorpresa.

—No me agradan las sorpresas. Prefiero ayudarte con ideas. Dime que pensaste.

Gracias, gracias vida. Todavía no sé exactamente cómo llevarlo a cabo, por eso no dije nada al inicio de la clase.

—Es... Me gustaría expresar la ausencia... de alguien.

—Hmm. —Asiente pensativo. Sus labios se curvan hacia abajo con un gesto de aprobación—. Es un trasfondo muy emotivo, se trata de comunicar algo que no se va a ver en la foto. Puedes tomar una olla llena de sopa, pero lo que tomarás será la falta de fideos, por ejemplo.

Hipster total, ¿no lo dije? Todo tiene que tener un toque bohemio y críptico, hasta la explicación de una simple palabra como la ausencia.

—Yulia, quiero que este sea tu tema final.

—¿Qué? Aún no sé ni cómo diablos lo voy a fotografiar.

—¡Eso! ¡Exactamente ese es el punto! —dice exaltado, emocionado como si le hubiese traído las fotos de los gatos de mi barrio—. No es un tema fácil, pero sí uno muy digno. Quiero que lo analices, que lo practiques, que experimentes y falles muchas veces en él. Solo así descubrirás cómo tomar los fideos, sin tomar los fideos.

Bien, me metí en una camisa de once varas yo solita. Mi tema final, lo más difícil que se me pudo ocurrir.

—Para mañana, trae diez intentos. Quiero ver qué es lo primero que se te cruza cuando piensas en la palabra ausencia. —Da vuelta a la mesa y saca del cajón una tarjeta personal que me entrega con el mismo entusiasmo—. Si tienes alguna duda sobre cómo expresarte, llámame. Noche o día, ¿okey?

—O-key...

—Bien. Ahora vete, que no quisiera que llegues tarde a tu siguiente clase.

—Gracias —le digo introduciendo la tarjeta en mi bolsillo trasero y recojo mis cosas para ir a historia, espero un diez en la maldita tarea de ayer, me desvelé escribiendo el ensayo perfecto.

Voy directo a mi casillero para cambiar de libros y siento que alguien me toma del brazo.

—Hola, preciosura.

Doy media vuelta para darle un golpe al chico que se acaba de creer muy galante con esa frase burda y...

—¿Ade?

—Hola, Volkova.

—¿Qué mierda con tu voz? ¿Qué haces aquí?

—No me reconociste, ¿no? Mi voz de hombre es casi perfecta, un tanto ronca, pero justo en el punto.

—¿Qué diablos haces en mi escuela?

—Mi profesora de universidad me pidió que la supliera en el seminario de historia que debía impartir hoy aquí. Tuvo una emergencia, así que, aquí me tienes. ¿Puedes decirme dónde queda el aula 311?

—¡¿311?! ¡No me digas que vas a darme clases a mí!

—¿Es tu clase? Genial. Señorita Volkova, por favor. Indíqueme la ubicación del aula, estamos retrasadas.

—Por tu culpa, apresúrate ¿quieres? Aquí son muy estrictos con eso de las tardanzas, y faltas, y diez mil reglas más.

Camino rápido por el corredor y, al entrar, veo al vice-rector esperando ya a la maestra frente a todos mis compañeros. Dios, tiene una mirada de querer imponerme veinte horas de castigo.

Lo ignoro y sigo mi camino por la segunda fila hasta un asiento vacío y trato de no armar más escándalo al acomodarme.

—Señor Bolchovic, discúlpeme, por favor. No me ubicaba y le pedí a esta señorita que me indique la dirección del aula —le dice haciéndose la apenada, así nada más se gana una sonrisa. Es una coqueta de mierda y claro, el otro, un viejo verde que no necesitó más que un tono apacible para caer redondito—. Espero que no haya castigo por su amabilidad.

—Debe haber alguna reprensión, usualmente es una tarea extra en la materia en la que sucedió la falta.

Se lamenta de no poder sacarme del apuro y acepta las condiciones disciplinarias.

—Bien, si es así me encargaré yo misma del castigo. Lo siento, ¿señorita...?

—Yulia Volkova —le contesto de mala forma y con la cara de orto más grande del mundo. Le queda tan bien hacerse la idiota.

—Al terminar la clase, y ya que es hora de salida, la espero para darle su trabajo extracurricular.

Perfecto, me retraso por su culpa y ella misma me colocará tarea adicional. Ge-nial.

La miro acomodar sus cosas sobre el pupitre del maestro y regresa a verme por dos segundos contados con la mirada más sexy del mundo. No me toma más de otros dos segundos, para que la fantasía más sexual que pude imaginar corra por mi mente. Ade, esa falda ceñida que trae puesta, sus tacones negros, sus piernas largas y yo sobre esa mesa.

Mhmm, soy tan malditamente gay.

Me acomodé en mi pupitre tratando de no hiperventilar o peor aún, humedecerme demasiado. Así que me quedé atenta a lo que mi supuesta maestra impartía en la clase, aunque verla con aquel atuendo se me hacía demasiado difícil poder concentrarme.

Per-fec-to!


La desesperación viene con dos palabras: ojos y labios. Específicamente sus ojos y sus labios, o quizá es una de esas cosas que descubres que son tu debilidad al encontrar atractiva a una persona. Para algunos son las manos, por más extraño que parezca; Nastya por ejemplo le encantan las manos de los chicos y si las tenían descuidadas, pasaba de ellos sin pensarlo. A Aleksey le gustaban las colas. Le era casi imposible no mirar bajo a una chica cuando pasaba, por lo que me sorprende que terminara agarrándose a la flaca que ahora es su novia. Pero a mí, a mí me gustan los ojos y los labios.

Los de Lena me encantan, son de un color verde y gris profundo, un tanto mas oscuros por las mañanas y sus labios no son necesariamente el centro de atención, pero junto con sus pómulos, son perfectos.

Adelaide tiene los ojos redondos, enormes, más claros que los de Lena, predominantes en su rostro, son preciosos. Y sus labios, ¿pueden ser más carnosos? Besarla debe ser tan... delicioso, como lleno, suave; algo que me muero por hacer, que me desespera. Literal.

—¿Puedes dejar de mover la pierna como si estuvieras taladrando el piso?

Maldita ansiedad.

—Ya vamos a llegar y estoy segura de que te va a gustar el trabajo especial.

Después de clases se le ocurrió que pasaríamos por su departamento para tener una charla sobre «historia» mientras tomamos un café preparado por ella y aprovechamos la tarde juntas.
No que me moleste, para nada; plática, café, buena compañía, todo bien con eso, pero pasé la hora completa de clases imaginándome cómo sería besarla y, ahora, cada vez que la veo, pasan por detrás de mis ojos las mil posibilidades. Ergo la ansiedad y la desesperación. No tengo idea qué hacer, dónde poner mis manos, cómo sonreírle para no parecer una idiota. Y es que ¡¿quién le manda a vestirse así para su clase de reemplazo?!

Me siento tan inexperta en esto de las mujeres, no sé ni por qué, no es como si hubiese tenido mil novios antes de que me diera cuenta de mi inclinación. Aleksey fue mi primer y único novio, y en medio de nuestra relación, cuando terminábamos, me besé apenas con otros dos chicos. Uno de ellos su mejor amigo de la infancia, quién sí, besaba muy bien, y eso es lo que no entiendo. Besarme con chicos era... natural. Pensar siquiera en hacerlo con chicas es desesperante.

Quiero un tequila, algo que me amortigüe la boca, que no me haga sentir tan malditamente vulnerable. Pero no quiero besarla con copas, embriagada, como pasó con Lena. Tengo que aprender a no refugiarme en esos escapes para tener valor o me voy al diablo el resto de la vida. Seré una alcohólica a mis veinte.

"¡Deja de mover los dedos sobre las piernas!"

¡Ya, ya!

Dios, es inconsciente, tan, tan inconsciente que mi subconsciente se da cuenta de que estoy mal.

"Solo la tomas por la cintura y le plantas tus labios en los suyos. No es difícil."

"Sí, Yulia. No seas tan miedosa."

No tengo miedo.

"¿Y entonces?"

Son nervios.

"Ya, bueno, lo que digas".

—Llegamos —me avisa Ade, terminando de estacionar el auto en el parqueadero de su edificio—. Te gustará la vista, vigésimo piso, entra mucha luz.

—Lamento informarte que no me gusta la luz del día.

—Si es así, puedes quedarte hasta la noche y ver la vista desde el balcón. —Sonríe coqueta y se baja.

Maldita mujer. ¡Todas las mujeres! No pueden ser más como... ¡yo!

Subimos unos cortos escalones hasta el lobby. Ade saluda a el guardia de seguridad, quién le entrega facturas de servicio y la correspondencia. Entramos al elevador y subimos en silencio mientras ella revisa cada sobre. No tardamos nada en que las puertas se abran nuevamente. No alcancé a pensar la forma de tranquilizarme.

Dios, y así me digo actriz. Ajá.

—¿No vas a llamar a tu mamá para decirle que regresarás tarde?

—No, si lo hago, no va a contestarme de todas formas.

—¿Sigue enojada? —pregunta con cierto asombro y gracia. Es que es ridícula su actitud, hasta un niño de cinco años lo diría. Asiento y abre la puerta invitándome a pasar—. Deja tus cosas en uno de los sillones. Me pondré algo más cómodo y salgo.

Hago lo que me indica y paso a la sala deshaciéndome de mi abrigo para colgarlo en el perchero que tiene a un lado en la pared, donde están colgados un par de sombreros de un estilo clásico y una boina. Se debe ver más linda con ellos puestos.

Sigo unos pasos a la ventana. Es amplia, va de piso a techo y las persianas están abiertas. Se ve mucho de la ciudad, los autos en la avenida principal, la llovizna nublarlo todo. Realmente el clima de esta ciudad me encanta. La melancolía que se siente en el ambiente, hasta cierto punto la tristeza. Doy un fuerte respiro y ya me siento más calmada.

—¿Viste? Sabía que te iba a gustar —me dice llegando por mis espaldas y se coloca a mi lado con una cajetilla de cigarrillos—. ¿Te animas a salir unos minutos? No me gusta fumar adentro de la casa. —Señala el pequeño balcón a mi izquierda y se abre paso.

—Tendrás que invitarme uno, acá en Moscú es más difícil comprar tabacos si eres menor de edad.
Ade abre la puerta de vidrio y sale dándome paso. Saca dos cigarrillos y se coloca uno en medio de sus apetitosos labios, me entrega el otro y se prepara para prenderlo con su encendedor.

Sus labios.

Se ven tan sexys entreabiertos. Su dentadura es perfecta. Puedo ver la punta de sus blancos dientes y la oscuridad que termina en su tersa lengua, porque debe ser tan tersa como se ve; cálida, mojada.

Absorbo un par de veces hasta que el papel del tubo se enciende con un color naranja que casi brilla en todo este matiz gris que nos rodea. Hago el golpe y suelto el aire con un soplo a un lado.

Ella lleva la llama hasta su cilindro y realiza la misma acción. Sus cachetes se desinflan cuando entra el aire. Apaga la fosforera y toma el cigarrillo entre los dedos para ponerse más cómoda en el barandal, inhalando aire por la boca con sus labios apenas separados.

Esos malditos y deliciosos labios.

—Debí ponerme el abrigo otra vez —digo sintiendo el frío perforarme la piel.

—¿No te acostumbras al clima aún?

—Me encanta verlo, pero hiela hasta los huesos.

—Dale un par de semanas más, ya verás cómo hiela cuando comience a nevar.

—No lo digas, no quiero pasar en casa frente a la chimenea. Prefiero no estar en casa.

—¿Tan mal están las cosas con tu mamá?

—Mal, muy mal. Ha hecho esto antes, pero no así. Por lo menos regresaba a verme, ahora me ignora por completo.

—¿No crees que se le pase pronto?

—No lo sé. Espero que sí. Nunca la había visto tan molesta, tan disgustada de algo, mucho menos de mí. Siempre me ha dicho y repetido hasta el cansancio que soy su adoración y por más que me joda que lo siga haciendo a esta dulce edad... extraño que de vez en cuando venga y me de un estúpido abrazo.

—Lo entiendo, de verdad —me dice en confianza—. ¿Dónde está tu papá?

—En Sochi, con su familia.

—¿Así que nada de pensar en pasar unos días allá?

—No, ni siquiera si estuviese en allá lo haría. Solo uno de sus hijos sabe que existo.

—¡Oh, wow! La hija bastarda.

—Cállate, boba. —Río, ella también— ¿Entramos? Si no me das ese café voy a morir —le pido terminándome el tabaco y lo apago en un cenicero que tiene sobre una pequeña mesa esquinera. Ella se me burla y abre la puerta para que pase. El calor de adentro se siente de inmediato en mis mejillas. Paso a la sala y me siento con confianza, Ade camina directo a la cocina.—. ¿Se puede saber qué diablos me pondrás de tarea?

—Hablar de ti.

—¿No tenía que ser una lección de historia?

—Obvio, tu historia. Quiero conocerte, quiero saber quién eres, así que habla.

—No hay mucho que contar.

—Bueno, hay, solo que no sabes qué es relevante. —me explica, si no supiera que estudia ciencias políticas diría que su profesión es la psicología—. Cuéntame de tu ex novia.

—Asumes que tengo una.

—¿No terminaron cuando te mudaste? Digo, ¿jugarán a la inocencia del amor a distancia?

—No he tenido novia, nunca.

—Sí, sí, sí. Vamos, tu mamá no está enojada contigo por un hipotético. Alguien debe haber.

—Hay alguien, no es mi novia, nunca lo fue.

—¿Cómo se llama?

—¿En serio vamos a hacer esto?

—Sí, es tu castigo. Si no me contestas tendrás un cero redondito. Ahora, habla.

—Hmm. Okey, si me la pones así... Se llama Lena.

—Elena, lindo nombre. ¿Es rusa?

—No, si...emmm... Es medio polaca, medio alemana, pero pasa por medio Rusa.

Okey, eso fue un error. Son cosas que no debería saber, tampoco debería contárselas a nadie, así las posibilidades de que se conozcan sean nulas.

—Buena mezcla. ¿Cómo es?

—Dulce, tierna, apasionada, carnal...

—Uhhh, ¿buen acueste?

No lo admito ni lo niego. Que el silencio haga su trabajo. Ella saca de su bolsillo su celular y continúa hablando mientras revisa algo en él.

—Imagino que fue tu primera vez —acierta en el blanco.

—¿Se me nota tanto?

—No. Pero no has tenido una novia y dudo que de haber tenido otros amarres no haya surgido una relación. Las lesbianas solemos hacer nido muuuy pronto, demasiado.

—Hablas por experiencia.

—Sí. Mi ex y yo nos mudamos apenas terminamos la secundaria. Yo salí de mi casa sin nada a vivir con ella, íbamos a pasar la vida juntas, tener tres hijos, dos gatos, un perro... —regresa y se sienta a mi lado, apoyándose de lado en el respaldar del sillón. Mirando, de cuando en cuando, su celular.

—¿Y qué pasó?

—Cosas, gente extra. Ya sabes, siempre hay algo que termina siendo el límite y... ya no estamos juntas, eso nada más. ¿Por qué no fueron nada con Lena?

—Ella no quiere una relación. Ha tenido un año... difícil. —Me limito a comentarle.

—¿Lena Katina? —me pregunta con la mirada clavada en la pantalla—. Guapa.

—¡¿La estás stalkeando?!

—¡Quería saber quién es la chica que te roba el sueño!

—¡No me roba nada!

—Ajá. Hasta a mí me robaría la atención —dice bajando por su perfil sin parar. Maldición—. ¿Quién es esa mole rubia que le dobla el tamaño?

—Aj, es Leo.

—¿Su novio?

—No son novios, Lena no quiere una relación, ya lo dije. Al parecer no escuchas.

—Se besan mucho para no ser novios.

—¡Puedes dejar de ver las fotos de mi... nada!

—Uhhh, ¿quién es la rubia? Está lindísima.

—Es Marina, tampoco es su novia.

—Hermoso color de cabello, aunque sea artificial y es diminuta, adorable.

—¿Qué? ¿De quien hablas?

—De ella —me dice mostrándome una foto de Nastya. De donde habrá sacado esa peluca???

—¡No!

—¿Qué?

—Ni se te ocurra ponerle ojos a Nastya, ella está fuera de los límites ¡de todo el mundo!

—¿Perdón? ¿Estás celosa?

—No, es como mi hermana... Bueno, no importa. Nastya no es gay.

—Oh, una lástima...

—Ade...

—Ya, bueno. Así que tiene otra amiga que «tampoco» es su novia, pero necesitaste aclarármelo. ¿Qué onda con tu... amiga?

—Lena es... le gusta la gente, pero no quiere una relación, así que tiene muchas relaciones sin título.

—¡Oh, ya veo!

—¿Qué?

—Se reproducen como ratones.

—¿Quiénes?

—Yulia, Lena es poliamorosa, ¿no?

—¿Poli qué mierda?

—Poliamorosa, una persona que ama a mucha gente y tiene varias relaciones amorosas a la vez, abiertas, supuestamente con conocimiento de todos los involucrados, pero justo ese detalle no es regla.

—¿De qué hablas? Lena es bisexual, no polígama.

—Los poliamorosos no tienen que tener una preferencia sexual definida, pueden ser heterosexuales, homosexuales, bisexuales, etcétera, etcétera. —me indica—. Y para tu información, los polígamos son más que nada religiosos, los poliamorosos, no.

—Deja de decir esa palabra, ¿quieres? Suena muy estúpida.

—Se siente muy estúpida.

—¿También hablas por experiencia?

—Mi ex, el límite que no pude cruzar. Sí, hablo por experiencia.

—No porque ella lo haya sido, Lena lo es.

—Okey, analicémosla. Tiene fotos y fotos tragándose la lengua del rubio, ya encontré también a la rubia que mencionabas, y aquí hay unas cuántas de otras personas que dudo que conozcas.

Exhalo con exageración y molestia.

—No quiere una relación tal vez porque ni siquiera sabe lo que es. No todos los poliamorosos pueden aceptar que quieren y necesitan una vida así, abierta a muchas posibilidades y cerrada a ninguna.

¡No, me niego! No me gusta la idea. No quiero pensar en esto.

—Cambiemos de tema, ¿sí?

—Tienes miedo.

—¿A qué?

—A lo mismo que yo. A que nunca se decida por ti o un día se decida por alguien que no eres tú.

—No somos nada, solo amigas.

—¿Es eso lo que tú quieres?

—Vivimos a miles de kilómetros de distancia, no podríamos tener nada tampoco. Como dices esa sería una ilusión inocente.

—Okey. En eso estoy de acuerdo. ¿Pero si no fuese así, si viviera aquí, qué querrías tener con ella?

Una relación. Sí, querría una, que fuésemos las dos, únicamente las dos.

—Mejor cambiemos de tema —me dice viendo la cara de cólera que acabo de poner—. Tienes razón, no hablaré por Lena, ni porque veo en ella las mismas señales que ya sufrí. Además no hay motivo. Están lejos y no hay planes de que vivan en la misma ciudad pronto. Es una plática inútil y, además, no es tu asunto, es el suyo.

Se levanta y va hasta la cocina. La cafetera comenzó a pitar, nuestras bebidas están listas. Claro que en este punto lo único que quiero es salir de aquí, ir a casa, intentar no pensar en esto y... Pensaré en esto, maldición.

Pero como Ade dice, no debería afectarme, ¿no? Si Lena quiere tener veinte relaciones a la vez, ¿por qué me molestaría a mí particularmente? No tenemos nada, nada más que un deseo de querernos y esos días en su casa.

Mierda, pero me molesta, me duele. ¿Por qué me duele? De repente estoy de un humor pésimo y Adelaide lo nota al regresar con mi taza de café.

—Lo siento, no creí que te afectaría tanto.

—No, no tiene por qué. Ya se me pasará.

—Yo nunca pude entenderla. Esa necesidad que tenía de estar con alguien tal cual estaba conmigo. De acostarse con alguien más, de acurrucarse con otro, y otra, y otra; de tomarlos de la mano, de salir a bailar mientras me tenía a mí en casa, esperándola —me cuenta y parece que se proyectó en lo que vio de Lena y sus asuntos pendientes con la situación que vivió—. Nunca entendí por qué yo no era suficiente, cuando ella para mí lo era todo. Tanto era que me fui de casa, peleándome con mis padres, y después tuve que aplicarme como idiota para salir adelante sola. Es horrible estar con alguien así. No es algo que puedo tolerar. Debe ser muy lógico para ellos, para el resto que se lo aguanta, pero no para mí. Duele ver a alguien que amas con todo lo que tienes, amar a alguien más tanto o más que a ti. Llámalo egoísmo, llámalo inseguridad. No importa, es horrible.

No quiero pensarlo, no quiero aceptar nada, porque no me consta, pero Ade describe a Lena, sus relaciones, lo que siente por Marina, lo que siente al mismo tiempo por mí, su adoración por Leo, su falta de compromiso. No entiendo esto de la poliamorosidad, pero no me gusta, de raíz no la entiendo y no-me-gusta.

—Lo siento, de verdad. Tal vez Lena solo está bien sola. Lo lamento —se disculpa sinceramente, yo asiento, aceptándola. ¿Qué culpa tiene ella de traer cargado todo ese peso?

—Mejor hablemos de tu look de maestra sustituta - le digo, finalmente cambiando el tema.

—¿Te gustó la falda?

—Te quedaba bien, muy bien.

Sí, eso. Hablaremos de cualquier cosa que me quite la atención de este tema, porque ya sé que llegaré a casa a perforarme el cerebro pensando.

******

Su lengua es tan tersa como lo imaginaba y sus labios, totalmente mordibles; creo que dejé una herida en su inferior. Fue mi culpa, no pude resistirme a ejercer más presión, aún soy muy nueva en esto del autocontrol y mi perdición, al parecer, son las mordidas.

No siento culpa, lo que sí tengo es un rezago de ira de ver a Lena besando a Leo en una foto en la cual mi hermano Anatoli la etiquetó. El mastodonte está recuperado y se reunieron en su departamento para festejar. Alcohol, más alcohol y, por supuesto, el momento Kodak inmortalizado con una cámara de teléfono de 5 megapixeles. Linda reunión.
Facebook es una herramienta bastante graciosa. No me mostró la foto la noche de ayer —cuando sucedió—, ni hoy durante el día mientras lo revisaba. Pero fue puntual cuando Ade se excusó al baño por unos minutos y apareció como magia en la pantalla de mi celular.

¡Aj, me siento idiota, estúpida por dejar que me afecte! Me la quedé mirando sin creerlo, buscando alguna referencia que me confirmara que no era tan reciente, pero no. Ahí estaba en la descripción: Fiesta de bienvenida a la vida. Casa de Leo, miércoles, 23 de noviembre, 2015. Ayer se besó con él, ayer, y quizá también el mismo día que yo me fui de Sochi.
Quién me manda a creerle a una chica que le huye al compromiso cuando me dijo que no tenía intensiones de que haya alguien nuevo en su vida. Bueno, seamos justos, Leo no es alguien nuevo, es viejo, bien viejo, ¡es anciano! Es que soy una idiota, eso, crédula.

Cerré la aplicación y lancé el teléfono al sillón. Me cargaba la peor cara del mundo, lo sé porque me vi en el espejo que Ade tiene colgado en la pared y entonces ella salió del pasillo, refrescada y tan linda que no me resistí. Obvio, la ira fue el combustible.

Se acercó, se sentó a mi lado y me sonrió. ¿Necesitaba algo más?

Me acerqué sin permiso alguno, sin esperar nada más que una bofetada, pero no, cuando apegué mis labios —de una manera algo torpe debo admitir—, me encontré con los suyos dándome la bienvenida. Mi palma izquierda encontró un lugar entre su cuello y su mejilla y acarició su suave piel mientras yo me iba quedando sin aliento. Me separé unos segundos, tan solo para acomodarme mejor y terminé sentada a horcajadas de sus piernas, reposando mi peso en su cadera. Ade no se quedó atrás. Me acogió con sus brazos sujetándome por la espalda y fue bajando de a poco al mismo tiempo en que la profundidad de nuestros besos crecía. Fue ahí que sentí toda la delicadeza de su lengua juntándose con la mía.

Sentir sus palmas apretar mi cola me hizo romper nuestro contacto con un corto gemido que la hizo reír.

—Para serte sincera, creía que no pasaríamos de la conversación, al menos hoy —me susurró divertida.

—Culpa a tus labios. Dios, a tus ojos —mencioné esto último inspeccionándolos intermitentemente y arremetí de nuevo.

Jugamos por unos minutos a conocernos, a excitarnos. Mis labios terminaron entumecidos y los suyos lastimados. Claro que ella lo tomó más como un cumplido, aún así, me da un tanto de vergüenza ser tan torpe con la fuerza que ejercí. No los dejé sangrando ni nada, pero sí me enseñó una de las marcas que dejé; mi diente frontal grabado temporalmente en el interior de su labio.

—Quisiera tanto que no fuera jueves —dije al levantarme.

—Lo sé, podrías quedarte unas horas más.

—Sí, algo así —le respondí arreglándome la ropa—. ¿Tienes un número de taxis?

—No te preocupes, te llevo. Tu casa no queda tan lejos.

Llegué hace varios minutos, nos despedimos con un corto beso en los labios y entré directo a tomar un baño. La sesión de besos me dejó acalorada y quería relajarme. Pero antes, volví al estúpido Facebook.

Lena Katina, etiquetada en dos fotos más.

Y sí, aunque no quiera aceptarlo, quizá Lena es poliamorosa. En las nuevas fotos no la estaba besando, pero que lindos que salen los tres en una sola toma. Marina, Leo y Lena, la relación abierta perfecta. Yulia Volkova, un cero a la izquierda.

—Los poliamorosos 1, la lesbiana en Moscú 0.

"Debiste tomarnos una selfie besando a Ade y subirla en tu muro".

No.

"Habría sido divertido imaginar a Lena enojándose como tú".

No me gustan esas muestras públicas de afecto.

"Ay, sí. Bien que salías con Aleksey en sus videos besándolo".

Tenía quince años...

"Dieciséis".

Como sea, no conocía mejor. No haría eso ahora.

"Si lo hubieses hecho, podrías haber dicho, los poliamorosos 1, la lesbiana en Moscú 1. Empate, eso suena mucho mejor a ir perdiendo el partido".

Trato de ignorar las malditas voces y sus conclusiones lógicas, no quiero amargarme más la noche. Todavía tengo que tomar las diez fotos de lo que significa la ausencia para mí.

Veo el diario de Lena al dejar la toalla de pelo mojada sobre mi tocador. Me causa repugnancia la idea de leerlo. Solo de verlo ahí me vuelve a hervir la sangre. Suspiro con una frustración enorme, que hasta gruño al expulsar el aire retenido. Tomo la toalla y la lanzo contra la pared con toda la fuerza posible. Claro que por su forma no llega muy lejos y cae al piso sin emanar el alivio que buscaba. Vuelvo a ver al diario y, sin pensarlo dos veces, lo agarro con fuerza tirándolo al mismo lugar. Ahora si que suena fuerte el golpe y veo como sus páginas se descuajaringan en el aire antes de golpear el piso.

Arruiné el querido diario de Lena. Lo miro, abierto, esparcido, evidentemente roto y obtengo de a poco mi consuelo. Siento como si la hubiese herido a ella físicamente, como si todo lo que tenía guardado se evaporó con ese sonido de choque contra la blanca pared.

Vuelvo a suspirar más tranquila y me acerco para recogerlo, pero antes, saco mi cámara y tomo una foto.

Esto, esto es lo que la ausencia provoca, esto es lo que significa tenerla tan lejos; desbordar de celos, sufrir ira de la traición de verla con alguien más a días de haberme ido, sentir desilusión de solo pensarla, de recordar el poco tiempo que pasamos juntas. Esto, esto duele, eso es la ausencia, dolor.

Ahora, nueve fotos más

*****

Me duele. Debe ser eso lo que no me deja estar en paz, o dormir, o comer. Trato de convencerme que no debería estar así de molesta con Lena, pero me acuerdo de la maldita foto y la sangre me hierve.

Sé que no es así, pero siento como si lo hubiese hecho a propósito, como si hubiese dicho: «Hmm, ¿cómo jodo a Yulia a lo lejos? Pues, besaré a Leo».

Cierro mis ojos con fuerza intentando conciliar el sueño, cinco minutos después sigo en la misma posición y mis ojos me duelen, los bordes, la cara y pienso que debo detenerme o voy a llenarme de arrugas. Vuelvo a abrirlos y todo es borroso, el techo, la ventana que deja entrar un poco de luz de la acera, mis pensamientos, todo.

Tomo el teléfono que abandoné hace un rato en la mesa de noche y en su pantalla veo algunos mensajes de aquella persona que he pasado evitando por las últimas veinticuatro horas.

«Estás molesta conmigo, lo sé».

«¿Es por la foto que subió Anatoli?».

«Yulia, por favor contéstame. Te he hecho seis llamadas, te he mandado más de veinte mensajes, estoy a punto de hacer señales de humo».

Ocho llamadas en realidad lo dice uno de los recuadros de la pantalla bloqueada.

«No es lo que parece, fue un juego. Todos en la fiesta insistieron y no le dimos mucha importancia. Era un último beso, no significó nada».

Para ella quizá, para mí es otro rollo.

«Yulia, por favor. Hablemos».

"¡Contéstale a la pecosa! ¿No que te gusta?"

Me gusta, le quiero, pero me molesta lo que hizo. Si para ella fue un juego, pues... que quede claro que para mí no.

"Desliza tu dedo en la pantalla y contéstale. Eres testaruda, mujer. Lena no te debe las llaves del candado de su cinturón de castidad, ¿sabes?"

No, no me debe nada. Pero eso no quiere decir que no me duela. Estoy molesta, no quiero hablarle hoy, ni mañana, quiero que me deje en paz, poder dormir.

«Me siento tan mal. Si pudiera cambiar lo que pasó, lo haría en un segundo».

"Awww, vamos dale un chance. Se nota que está arrepentida".

No.

«Por favor, perdóname. Sé que no es muy tarde para pedir perdón. Lo siento».

"Ya, por lo menos dale el visto y déjala saber que recibiste su mensaje".

Todas ustedes son insoportables, ¿saben? Déjenme en paz. No voy a desbloquear la pantalla.

«Okey, te dejaré por esta noche. Me imagino que quieres... pensar o algo. Por la mañana te escribiré nuevamente. Ojalá estés de mejor ánimo. Te quiero».

«No, te casi amo, eso. Descansa».

"Awww, se acuerda".

¡Cómo si hubiese sido hace una década, fue hace menos de una semana, que no me joda con el «casi te amo», lo arruinó!

"Bueno, tú besaste a Ade, ¿no? Están a mano".

¡No es lo mismo! Yo besé a Ade para desquitarme de lo que ella me hizo!

"Primero, no nos hizo nada porque no es nuestra novia. Segundo, mucho que sufriste esos minutos compartiendo espacio con la lengua de Ade. Tercero, ya están a mano, las dos besaron a alguien más. No te hagas la digna, Yulia. No porque no lo subieras a Facebook, no sucedió".

"Sí, al menos deberías ser justa y decirle que besaste a tu nueva amiga y que tampoco fue en serio, que a la que quieres es a ella. Porque así es, ¿verdad? Ade no significa nada para ti más que una amistad y besarla fue un error del que te arrepientes y por el que sientes una culpa enorme."

Los patos me gustan, los patos y los conejos, los patos grises y los conejos blancos... la, la, la, la, la, la, la.

"Puedes hacerte la idiota, pero vivimos en tu cabeza y sabes que así te mates pensando en algo más, nosotras sabemos muy bien cómo te sientes al respecto".

No tienen idea.

"A ver, pensemos. La chica nueva es bonita, atractiva, inteligente, además de que tiene cosas que admiras, como su independencia y seguridad. Como consecuencia te gusta y mucho. Ya venías varios días pensando en ella y lo que te faltaba era una excusa para besarla sin remordimiento. Entonces llega Lena en una foto que te da la justificación que buscabas y listo".

"Quizá lo que no te deja dormir es la hipocresía con la que esperas que Lena se sienta mal por lo que hizo —sin tener obligaciones contigo—, cuando tú hiciste lo mismo por el mismo motivo".

"Y claro, rompiste su diario y te sentiste bien, rectificada en tu dolor, pero ahora que ella te llama, te escribe y te demuestra que está arrepentida, que sabe que cometió un error y faltó contigo, estás así, imposibilitada de encontrar paz. Porque la verdad es una sola..."

"Precisamente, la verdad es que tú no te arrepientes como Lena".

"Exacto, a ti no te parece que hayas actuado incorrectamente. Tú si que tenías el derecho de tranzarte a quien sea".

Basta, no es así.

"¡Es!"

"El problema con contestarle es que moralmente deberás ser sincera con ella y contarle lo de Ade, pero tienes miedo".

¡¿A qué voy a tenerle miedo?! Como ustedes mismo dicen, ninguna tiene obligaciones con la otra.

"Tienes miedo de que Lena se entere que tú hiciste lo que hiciste, no por insistencia de nadie o como una broma, fue en serio, fue intencional y que piense que si es así para ti, ella tampoco te debe nada y regrese con Marina o se consiga a alguien más".

¡¿Por qué no desaparecen de mi mente?! Me tienen harta.

"Somos tu maldita consciencia, Yulia".

¡Aj! Me tapo con fuerza la cara con la almohada y espero tener la resistencia suficiente para desmayarme y dejar de escucharlas pero es inútil.

"Contéstale, dile que algo pasó a raíz de ese beso, que lo lamentas..."

"Actúa, finge, miente".

"Si la quieres contigo es lo que deberías hacer".

No voy a hacer nada. Ustedes están equivocadas y quieren que admita algo falso, que admita una culpa que no tengo. Ella lo provocó, ¡ella tiene la culpa! Y yo no haré ni diré nada.

¡Ahora, largo! ¡Quiero dormir!


...

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