Capítulo 46: Floreciendo

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¿Sabes?, no fue tan difícil como pensaba encontrar dónde comprar licor con mi identificación falsa en esta ciudad, o mis preciados cigarrillos.

Estoy fumando tanto últimamente, que hasta yo me sorprendo de levantarme con el cenicero lleno de puchos. Me termino al menos doce en una sola noche y es que ya no puedo dormir. Ahí es donde entra el vino. He caído en cuenta que, cuando tomo vino tinto antes de acostarme, duermo, no bien, pero duermo. Algo es algo.

Al principio salía al balcón, ahora ya no. Fumo en la sala, fumo en la cocina, fumo en mi habitación, en el pasillo; he llegado a encontrarme apunto de entrar con el cigarrillo a la ducha, así de tanto estoy fumando. Y me importa un comino si mi ropa siempre huele a tabaco, o los sillones o las toallas, o mi cabello, o yo... ¿qué importa? No hay nadie que me huela y se queje.

Hmm... Estoy mirando al techo.

¿Te he contado de mi departamento?

Bueno, es muy blanco, pulcro, aunque el humo de los cigarrillos sube desde el piso donde me acuesto todas las noches a perder el tiempo.

Me siento tan vacía de ideas; me aburre la vida. ¿Es eso normal? ¿Que cuando te deprimes nada te llama la atención, nada es especial, nada importa?
En otras noticias, mis calificaciones han bajado, a pesar de que se mantienen en equilibrio, ¿ya sabes? A, B, A, B, A, B.

No siento que merezca esas notas. Al momento soy una estudiante de una C sólida. C en todas las materias.

¿Sabes lo que pasa, lo que me ayuda a mantenerme arriba? —en ese único aspecto por supuesto—, es que soy muy buena con la concentración puntual, llamémosla así. Si necesito hacer algo, lo tomo por los cuernos y le doy el tiempo requerido. Termino mis tareas haciendo lo justo y necesario en una hora o dos y ya. No me esfuerzo tampoco, no me importa recibir As y Bs, tampoco si tienen un (+) a un lado. ¿Quién quiere el diez perfecto? A mí ya no me interesa ser excelente, a nadie en realidad le importa si lo soy.

Aunque... debo admitir que hay una sola materia que me da dificultad, fotografía. El maestro Illya ha hecho lo imposible para no tener que ponerme una C; lo ha hecho, pero intenta no repetirlo.

Ahora me tiene fotografiando insectos, practicando la macro fotografía de nuevo. Ya no se le ocurren ideas de qué tema ponerme a fotografiar. Se alarmó al ver que la tarea sobre la «ausencia» se iba tornando demasiado lúgubre, dañina para mí misma y me cambió de proyecto.

El otro día me obligó a quedarme hablando con él una hora, después de la escuela, sobre lo que me pasaba.

—La fotografía es la reveladora del alma —me dijo antes de darme un discurso sobre cómo: fumar veintidós cigarrillos en un día para tomar una foto del cenicero a desbordar, es lo más estúpido que pude haber hecho; así sea una muy buena foto y se note el tema en cada uno de los puchos, es estúpido.

Sus palabras, no las mías.

Claro que él no sabía que esa era la cantidad que me fumé la noche anterior y la tomé antes de tirarlos a la basura, pero bueno...

¿Sabes algo más, Alik? A veces siento que él es más efectivo que tú en esto del psicoanálisis. Tal vez debería pagarle a él por espantar mis demonios. Aunque siendo sinceros, ninguno de los dos me ha ayudado en realidad. Sigo fumando como idiota y sigo igual de deprimida.

Hoy hablé con mamá, hace un rato de hecho. Me dijo que le había ido bien en su terapia contigo. Que le dijiste que haga un intento por verme este fin de semana. Pasos cortos, le sugeriste, que evitemos el tema que nos afecta.

Eres un genio.

No tengo idea de qué vamos a hablar, si es ese tema en particular el que me tiene así de manca.

Ya me imagino ese encuentro.

—Hija, ¿cómo has estado? Te veo quince libras más delgada. ¿Me mentiste cuando te pregunté por teléfono si estabas comiendo bien? ¿Estás lavando tu ropa, no? ¿Aseando la casa?

Pfff, si supiera que son esas cosas las que me tienen aún aquí. Llegar de la escuela a comer algo y hacer la estúpida tarea, recoger la ropa sucia, meterla en la lavadora. Mientras sale, barrer, trapear el piso, limpiar los polvos y después tirarme en este piso a fumar hasta que la secadora pite y tenga que levantarme a doblar y guardar mis prendas. Bueno, eso es los días que me toca hacer la lavandería, porque el resto solo limpio la casa y me hecho a perderme en el techo mientras fumo. Como ya te lo había dicho, fumo y fumo y vuelvo a fumar, como los peces en el río que vuelven a beber...

Espera, alguien está golpeando la puerta.

Detengo la grabadora y me enderezo dándole una última inhalada a mi cigarrillo para apagarlo en el cenicero que ya lleva cinco terminados.

Vuelven a golpear... timbrar... timbrar, timbrar, timbrar.

—¡Ya voy! —Me levanto y me apuro hasta el orificio de la puerta e intento ver quién es, pero está como bloqueado... ¿Qué diablos? El otro día estaba bien.

—¿Quién es?

Nadie me contesta.

—Bueno pues, no es nadie... —Comienzo a caminar de regreso y...

Timbre, timbre, timbre.

—¿Quién diablos es?

No es Ade o Rachel. Ade tiene su propia llave y Rachel no es muda, hablaría, como muchas otras veces.

Timbre, timbre, timbre.

—¡Si no me dices quién eres no voy a abrir!

Timbre, timbre, timbre, timbre, timbre, timbre, timbre, timbre, timbre, timbre, timbre, timbre...

—¡¿Quién es?! Por la grandísima p...

¡Abro la maldita puerta para darle un golpe al idiota que...!

Trago...

—Quisiera no hablarte. No era mi intensión hacerlo y... Al diablo, al punto —dice con tanto enojo que retrocedo unos centímetros de la puerta—. Tu estupidez de hablar con mi padre sobre Erich y el supuesto mensaje que te mandó hace unos días, lo puso tan paranoico que se le ocurrió la genial idea, de que lo más lógico y seguro, era sacarme de Sochi.

—Lena...

—¡Cállate! No quiero escuchar una palabra —me grita y cierro la boca en ese instante—. Habló con tu papá y ambos acordaron en que viviéramos juntas un tiempo, hasta encontrar a Erich y arrestarlo, así que... aquí estoy.

Sí, aquí está.

No estoy soñando porque ya lo dije, hace semanas que no duermo lo suficiente como para soñar. Lena está aquí, en la puerta de mi casa, con dos maletas que supongo traen sus cosas.

—No necesito que me ayudes, solo quítate.

Lo hago automáticamente, aunque pudo haber dicho un por favor. Alguien pudo consultarme, de hecho.

Esto es irreal. Lena, está aquí, Lena, vivirá aquí. Papá no me dijo nada, papá...

—Tu departamento apesta.

¡Eh, ahí!

Alguien que pueda oler mi desgracia y quejarse.

Ahora siento que tengo muchas esperanzas....

*******

—Hija, ¿todo bien?

—¡¿Todo bien?! ¡¿Hablas en serio, papá?!

—Ya veo, llegó Lena.

—¡Claro que llegó! ¡¿Por qué no me avisaste?!

—Sergey y yo, creímos que era más seguro de esta forma.

—¡¿Qué parte de él tipo sabe quién soy no se entendió?, nos encontrará en 5 minutos!

—Ah, eso... Fue una broma de Lena, hija. Erick no sabe nada. Ambas están a salvo en Moscú.

Perdón, ¿dijo una broma? ¡¿Una broma?! ¡Lena me va a oír, ¿pero qué se cree?!

—¡¿Y por qué no me lo dijiste?!

—No te preocupes por eso ahora, Yulia. Sergey está vigilando a Erich y pronto conseguirá una orden de arresto. Tan solo estamos esperando a unas pruebas de laboratorio...

—¡¿Y qué se supone que hago con ella, papá?! ¡¿La acomodo en la bañera hasta que lo metan preso?!

—Muy graciosa —me dice riéndose de mi muy real comentario—. Espero que seas hospitalaria con ella. Llévala a comer...

¡¿A comer?!

—... y cédele tu cama, por favor. Debe estar muy cansada después del viaje.

¡¿Mi cama?! Ah, no, no, no...

—Sergey le enviará a Lena el dinero para sus gastos mientras esté allá y la colegiatura ya está pagada, solo necesita una guía por la cuidad...

¡Que se compre un perro, yo no soy guía de nadie!

—... y la escuela.

—¿Qué? ¡Dime que no va a ser mi compañera!

—¡Yulia! —dice con fuerza, se cansó finalmente de mi impecable lógica y más que justificada actitud—. ¡Lena vivirá contigo hasta que este asunto se resuelva! ¡No quiero una sola queja más! Mañana irán los empleados de la tienda de muebles a instalar dos camas en tu habitación y desarmarán la que tiene para llevarla a la bodega...

—¡Es mi cama!

—¡Tendrás una nueva! La alcoba es lo suficientemente grande para que quepan ambas cómodamente.

—¿Hasta cuándo durará esto?

—Hasta que Lena esté a salvo aquí, seguramente varias semanas, así que tendrás que acostumbrarte a la idea y ella también. Mientras los Katin y yo seamos quienes cubrimos sus expensas, paguemos sus gustos y sus vicios, harán lo que se les diga y punto.

"Y claro, la idiota de Yulia tiene que quedarse callada porque papá tiene razón. Nada aquí es nuestro, si salimos por la puerta de esta suite tendremos que vivir en una caja de cartón".

"Yo ni loca le cedo mi cama".

"Podemos irnos a vivir con Ade, hacer un trío con Rachel. ¡Fiesta, alcohol, woo!"

¡Cállense todas!

—Ahora, vayan a comer algo —dice bajando los gritos, yo sigo igual de furiosa que antes—. Yo invito.

"¡Vamos a ese lugar de comida italiana de la otra vez!"

"Sí, cuando fuimos con Ade y Rachel, el espagueti con langosta es delicioso".

—Mira, papá, ni se estén imaginando que yo voy a hacer de niñera de Lena. Si ella quiere ir a comer y tú la quieres invitar, bien por ti, pásala a buscar. Yo...tengo tarea.

—Yulia, cálmate. Nadie te está pidiendo que cambies tus planes o que te encargues de ella. Lena ya es lo suficientemente grande para velar por si misma, pero hoy, solamente por hoy, hazme este favor, ¿quieres?

—¡Como sea papá, adiós!

Aj, tengo ganas de tirar el teléfono a la piscina y que todos mis dilemas se ahoguen con él, pero si lo hago ¿quién me compra otro? Papá me dirá que tengo que ganármelo y que sea buena con Lena, bla, bla, bla y no, no quiero estar atada a ella por desquitarme con mi preciado aparato con el que juego Candy Crush a la madrugada.

"Lena está arriba, ¿qué hacemos?"

"Déjala ahí. Vámonos a comer y regresamos mañana después de la escuela".

"Tenemos las cosas de la escuela arriba, genio".

"No le vamos a dar nuestra cama, ¿no? Así no durmamos, es lindo dar mil vueltas y, en el sofá, no se puede".

Ahora ya sé por qué la cama amanece hecho un desastre.

"Está haciendo frío, podemos ir arriba".

Sí, hasta en el área de la piscina está helando. El vapor del agua caliente empaña los vidrios que la rodean. No entiendo para qué la calientan en invierno.

¿Quién en su cordura bajaría a darse un baño aquí?

Camino al ascensor y un recuerdo se hace presente frente a mis ojos. Esa noche que me acompañó al hotel vi mi reflejo en la puerta del elevador y regresé mis pasos corriendo, la alcancé cuando el taxi se detuvo en un semáforo a media cuadra.

—¡Lo siento! —le dije, abriendo la puerta, me senté y la cerré de golpe. Mi respiración estaba alterado por el esfuerzo—. Lo siento..., no quiero pelear... Perdón, Lena... ¿Todavía puedo aceptar la oferta?

—Pensé que no querías pasar estos días conmigo —me respondió virándome la cara, haciéndose amiga de la ventana para no mirarme.

—Lo único que he pensado..., todo este tiempo lejos..., es en volver a verte y pedirte disculpas por besar a Ade, por defraudarte...

La escuché desinflarse y, lentamente, se dio vuelta para escucharme.

—Tengo pocos días aquí y... aún no hemos hablado sobre nosotras... Lena, yo quiero un nosotras...

Es gracioso y estúpido cómo puedes tener una idea fija por varios minutos —por una larga caminata, de hecho— y en menos de dos segundos entiendes que estás cagándola por un capricho. De cierta forma fue Aleksey quien nos juntó al portarse tan mal con ambas. ¿Y qué estaba haciendo yo?, pelearme con ella y correr el riesgo de perderla por querer recuperarlo como amigo.

—Si la respuesta es no y debo volver al hotel. Lo entenderé, yo... lo lamento... No tienes idea lo que he pasado con mamá, lo que me duele que me haga tanto daño y... saber que es mi culpa...

—No es tu culpa, Yulia.

—¡Lo es!

—¡No! Tu mamá necesita ayuda, necesita aceptar lo que pasa y darse cuenta de que esta no es la forma de tratarte. No es bueno para ti estar con ella. Aún así, sé por qué quieres quedarte, sé que te sientes muy sola... —Recuerdo pensar que eso era imposible, no habíamos hablado en días, semanas, ¿cómo sabía ella cómo me sentía? Y entonces me lo confesó—. Nastya me dijo que no la estás pasando bien.

—¿Cuándo hablaste con ella sobre mí?

—Hace unas horas, mientras me paseaba en este taxi buscándote. Me dijo que ustedes hablan cada vez menos, que estás tan triste que a veces te llama y...

No necesitó decir que Nastya me encontraba llorando muchas veces, porque era así. Tanto que, desde que regresé a Moscú, la he evitado aún más. La primera semana que viví sola, hablamos un par de veces y después de eso... nada.

Puede ser que yo me haya hecho a la idea, pero comencé a sentirla distante. Supuse que Lena le había contado lo del diario y que Nastya desaprobaba lo que hice. Yo no sabría cómo más justificar su alejamiento. Se hizo Team Lena... y bueno, yo tengo a Ade en el Team Yulia.

—Yo también debería disculparme —me dijo, perdonando mi reciente comportamiento. Su palma atrapó con cariño mi mejilla, su calor me tranquilizó tanto. Me pregunté entonces cómo una persona puede llenar todo el vacío que tienes adentro con un solo gesto. ¿Era porque la quería, porque la había extrañado tanto? ¿Era eso?—. Aleksey es tu amigo, yo no tengo derecho a criticarlo así, no importa lo que haya pasado entre ustedes o nosotros.

—Aleksey ya no importa. ¿Aún puedo aceptar la oferta? Porque nos estamos alejando del hotel y si es un no, debería bajarme...

—Es un: tonta, claro que sí.

Sonreímos. Dios, hasta recuerdo al conductor rodando los ojos por el retrovisor de tanta azúcar que desbordaba en la parte trasera de su taxi. Pasé el resto de mis días en Sochi con ella, en la casa de los Katin, hasta esa tarde en la que regresé a Moscú, después de nuestra pelea.

La puerta del elevador se abre y camino hacia la puerta de mi apartamento. Doy tres respiros profundos y calmados antes de girar la perilla de la puerta, no está cerrada del todo, la empujo y noto que no se escucha nada adentro.

¿Será que se fue?

Entro y la luz está apagada, más la habitación está iluminada por tenues resplandores que salen de esas velas con aroma a limón y vainilla que Ade me regaló, el día que se enteró que fumaba aquí adentro. Dijo que era la fragancia perfecta para disminuir el tufo y no empalagar. Nunca las usé, las guardé en una cajón y me olvidé de ellas, confieso que me gusta el olor de la autodestrucción. Observo todo el lugar y veo una sobre la mesa del comedor, dos más en la mesa de la sala.

De repente, siento una ventisca helada recorrer mi cachete. Regreso a ver al único lugar de donde pudo haber llegado y lo confirmo, la puerta del balcón está abierta, no más de cinco centímetros, pero es suficiente para enfriar el lugar...

"¡¿Dónde está, saltó?!"

Por un milisegundo se me para el corazón.

Pero qué idiota eres quién sea que hayas sido. ¡No saltó!

Veo un bulto acostado en el sofá, su bulto, es ella. Está hecha bolita, sus rodillas muy arriba, sus brazos abrazándose a si misma. En unos minutos hará tanto frío que comenzará a temblar.

Cierro la puerta, aunque sé que su objetivo era que el departamento se ventile pronto y se vaya el olor a tabaco, pero prefiero que las velas hagan su trabajo lentamente, a que ella se me convierta en un cubo de hielo.

Voy a mi habitación y abro el closet, tengo guardadas varias cobijas para los días más fríos. A veces el calefactor me atosiga y prefiero taparme a subir la temperatura general del departamento.

Doy vuelta y la veo vacía, me refiero a mi cama, está perfectamente arreglada y vacía.

"No tuvimos que cedérsela, al menos eso".

"Pero tampoco iremos a comer, genio".

Viro los ojos y salgo. Mis voces , la mayoría de veces, son tan egoístas, interesadas e insoportables...

"¡Hey!"

¡Shhhhhh!

Lena sigue ahí, en la misma pose de antes.

Hmm... Siempre he pensado que es muy linda cuando está dormida. Tan tranquila, tan dulce e inocente..., linda.

Respira con suavidad... y su estómago suena... Debe tener hambre, pero ya no hay nada que podamos hacer al respecto, no la voy a despertar.

En un par de horas regreso para chequearla, quizá quiera ir a cenar entonces.

Tal vez ya se haya convertido en una piedra de fuego...

*******

El cuello, el cuello me duele. Debí quedarme dormida mientras esperaba a que Yulia regresara, después de verme parada en medio de la sala por minutos —que parecieron horas—, sin poder articular ni una palabra, con su mentón caído claramente sorprendida de verme. Por supuesto, no le comentaron nada de mi viaje. Luego la vi salir hecha una furia por la puerta de entrada, no la azotó, pero quería, vamos, es Yulia.

El departamento apestaba. El olor a camionero llenaba el lugar entero y el humo era visible desde la puerta; apenas se fue, me apresuré a abrir el balcón. Me di cuenta enseguida de que, airear una casa en el invierno de Moscú, no funciona como en Sochi. Me congelé en menos de cinco minutos y tuve que volver a cerrarlo, dejando una mínima apertura para que el aire circulara.

¿Así es como vive? ¿Ahogada en el humo del cigarrillo que antes consumía casualmente?

Ahora parece que es una fumadora compulsiva. Conté seis colillas en el cenicero, una aun emitía humo.

Supuse que en algún lugar de la casa habría algo que quemar para quitar ese olor y fui de primera a la cocina. No sé por qué, no es que supiera con seguridad que Yulia es una ociosa, pero durante todo el viaje, me imaginé viviendo las siguientes semanas con una versión femenina de Leo y lo odié.

Pensé entrar a su departamento y ver su ropa tirada por todos lados, su cama destendida y sucia, una montaña de platos en el lavabo y quizá a ella sobre su íntima amiga Ade, ¡puaj! Pero no, todo en este departamento estaba impecable, todo menos el olor a tabaco.

Su cajón de cubiertos estaba arreglado a la perfección, todos limpios y brillantes, así mismo el anaquel con sus platos, el lugar donde guarda los cuchillos, el cajón de manteles con todos doblados y ordenados juntos a las servilletas, me sorprendió.

Encontré las velas detrás de la puerta del mueble de limpieza, en la primera repisa; a un lado estaban apiladas las cajas de fósforos. Coloqué una sobre la mesa del comedor y dos cerca de mí para que ayudaran a quitarme la sensación de haber entrado a un cabaret de los años cincuenta. Después me senté en el sofá y la esperé.

Pasaron cinco minutos, diez y no regresaba.

¿Lo haría?

Tal vez pasaría la noche con ella, porque ¡¿por qué no?!

No la estaba visitando su novia, ya no soy ni su amiga, ¿por qué no se acostaría con la tal Ade?

Ade, Ade, Ade, ¡la perfecta Ade!

Decidí darme el tour de la casa. Es chica, es una suite, aunque no por eso deja de ser amplia —es una contradicción muy correcta la que acabo de hacer—, tiene una sola alcoba que es bastante grande; un baño amplio con una bañera tipo jacuzzi en el que entran dos personas...

Aj, no quiero recordar las imágenes que me vinieron a la mente. No conozco a la tal Ade, pero de ver sus fotos con Yulia en su página de Facebook, me las imagino en todas las poses posibles. Ya ni veo películas de temática lésbica para no imaginármelas y es que el maldito el cerebro que tengo, hace un recorte mental de sus caras y las pega en toda pareja de chicas que veo por ahí, ya ni a tumblr entro.

En fin, lindo baño, linda alcoba. Al final del pasillo tiene algo así como un gran ventanal con un mueble sofá, es agradable. A un lado tiene su amado sillón color burdeos y varias repisas con sus libros y sus vinilos. Su tocadiscos descansa sobre una diminuta mesa antigua y, a un lado, extrañamente hay un florero transparente con una sola flor; una dalia negra, tan macabro, tan Yulia, pero a la vez tan femenino y exquisito.

Su apartamento parece el de una mujer, no de una adolescente. Es cuidado, limpio y tiene su carácter impregnado con un gusto exquisito.

Este sillón del que acabo de despertar, por ejemplo, es cómodo, si no fuese porque dormí sin almohada habría tenido el sueño perfecto. Su gamuza negra me ayudó a encontrar el calor necesario para dormir anoche... aunque... yo no me tapé. Debió ser ella. Yulia me cobijó al volver, cerró la puerta del balcón y apagó las velas.

El departamento ya no huele a tabaco... tanto. El olor está impregnado en los muebles, pero como yo fumo también esto no me molesta demasiado, no como anoche y es que de verdad no se veía más que una nube gris flotando en el ambiente.

Mmm... Huele a tocino, escucho su crujir en el sartén. Yulia está cocinando y acaba de abrirme el apetito. Moría de hambre anoche, la comida del avión fue tan mala que soñaba despierta con un sándwich de pavo o un buen filete, unas costillas o algo que me llenara tanto que me hiciera arrepentirme de haber probado bocado.

Abro los ojos sin moverme, seguro estará cocinando para ella y solo para ella, y acto seguido saldrá a la escuela. Lo que me recuerda, yo también debo ir, es mi primer día de clases. El papá de Yulia consiguió que me dieran cupo en el mismo instituto que a su hija, amigo de no se quién, no le costó más que una llamada.

Odio a papá y mamá por hacerme esto, no era el punto de enviar ese mensaje. No quería que Yulia entrara en pánico y que contagiara de su paranoia a mis padres, solo quería restablecer el contacto con ella, arreglar lo que sea que tuvimos y que yo arruiné. Pero no, fui al centro comercial donde compré un chip de móvil con un nuevo número, lo cambié ese instante, le escribí ese mensaje, lo envié y, cuando llegué a casa, los vi a ambos a punto de marcar al 911 para declararme desaparecida, secuestrada y casi asesinada.

—Yulia recibió una amenaza, Erich la encontró y sabe quién es —dijo papá después de soltarme de un abrazo que casi me deja sin aire—. Tenemos que esconderte hasta que logremos arrestarlo.

Confesé de inmediato haber sido la que envió el mensaje, no había una amenaza, yo esperaba que Yulia me respondiera preguntándome quién era, jugar a conocernos de cero, algo romántico, que nos quite las asperezas con las que se fue ese día después de nuestra pelea, pero no, la señorita asumió que era Erich y soltó la bomba atómica.

Nada de lo que les dije detuvo a mis padres. Me sacarían de Sochi, sí o sí, y Olek Volkov le comentó que su hija estaba viviendo sola y que podía ser una buena idea que viniera aquí, después de todo, somos «muy buenas amigas», guiño, guiño.

Dos días después ya estaban subiéndome al avión, y solo porque no encontraron boletos para esa misma tarde, de lo contrario...

Escucho a Yulia verter algo en un vaso, suena delicioso. Termina con él y escucho otro. Okey, está preparando desayuno para dos personas...

Espera, no te ilusiones, ¿y si «Ade» se quedó la noche? ¡¿Y si regresó con ella y ahora me la va a bambolear presumiéndola?!

¡Aj, ¿por qué estoy aquí?! Esta es la peor idea del mundo. No estamos listas para vivir juntas. Esto no es como los días que se quedó en mi casa y dormía en mi cama, no es como si fuésemos compañeras de cuarto y todo va a ser amor y paz. Esto no está bien...

—¿Lena?

La escucho a lo lejos.

—¿Lena, despertaste?

Suspiro fuerte. ¿Qué se supone que hago ahora? ¿Sigo pretendiendo que nos odiamos mutuamente? ¿Me pongo la máscara de enojo y la trato a la patada como ayer? Fui muy idiota ayer.

—El desayuno está listo si tienes hambre.

Vuelvo a suspirar ahora con más sentimiento y me enderezo. Me siento, viéndola pasar de un lado a otro de la cocina los platos con tostadas y huevo revuelto más los tocinos. Me levanto y me doy cuenta de que también me quitó los zapatos, fue muy considerada, considerando que yo fui muy idiota.

Me acercó y me acomodo en el puesto vacío a su lado; sin decir una palabra la veo comer por unos segundos.

Quiero decirle un gracias, quiero decirle que la extraño, que se ve linda, quiero abrazarla...

—Come que se te va a enfriar y todavía tienes que bañarte si vas a ir a la escuela conmigo hoy —me dice más como una advertencia que como una sugerencia—. Ade pasará por nosotras en cuarenta minutos.
Ade... ¡Aj!

—Qué sentido tiene ir a clase el viernes, iré desde el lunes —le digo y me llevo un bocado a la boca.

—Haz lo que quieras, no es mi problema.

Empezamos el día ex-ce-len-te.

—Tu cama y mi nueva cama llegarán en la tarde, lo que quiere decir que tenemos que acordar cómo diablos vamos a vivir juntas.

La dureza de sus palabras me pega fuerte, pero así mismo la traté yo ayer. ¿Qué esperaba, que me tenga armado un altar?

—Nadie más que yo fumo adentro del departamento, así que si quieres pegarte tu té verde, ahí está el balcón.

Ah, me está dando las reglas, bien, escuchémosla.

—Hoy te sacaré la copia de las llaves de la casa, no se te ocurra perderlas. Lo que tomes del refrigerador lo repones apenas puedas. A mi café ni lo toques, cómprate el tuyo. Los días de lavado son los martes, los jueves y los sábados. Yo no lavaré tu ropa, ni me preocuparé de si está seca, tampoco colgaré tus toallas, así que no las dejes tiradas. Nos turnaremos para limpiar la casa, decide qué días te quieres encargar tú y yo tomaré el resto...

Sigo escuchándola mientras me termino las tostadas, pero ya siento que me está cayendo mal el desayuno. Odio que me den órdenes, esta puede ser su casa, pero no soy una infante, puede hablarme, no mandarme.

—Ade me da un aventón todas las mañanas, al menos hasta que me compre un auto, así que si quieres ir con nosotras, salimos de aquí veinte minutos antes de las ocho. Si no estás lista, te quedas.

—No gracias, puedo ir en bus.

—Perfecto, google maps es tu amigo, yo no soy tu maldita guía. —Termina de decir y se levanta llevando su plato y vaso hasta el lavaplatos—. Una cosa más, aquí nada se queda sucio para después. Detesto ver moscas o bichos, así que si usas algo, lo lavas, lo secas y lo guardas.

Hace lo que acaba de decir y deja la cocina para ir a su habitación a terminar de arreglarse.

Así que, la máscara de enojo será, y bueno, ya no me portaré tan idiota, pero si estamos enojadas, pues... estamos enojadas.

Hmm... —Suspiro, esto no será nada divertido

... el tiempo se acaba

*******

—¡Invítala!

—No es buena idea.

—Lo es, llámala, debe estar muy aburrida en tu casa.

—Para qué falta a la escuela, no es mi problema.

Ahora ambas me dan una mirada que grita un: «¿En serio, Yulia?»

—No te entiendo —comenta Rachel rompiendo el contacto con mis ojos y hace un gesto para llamar al mesero—, eres una mujer rara y terca... ¡a morir!

—No quiero estar con ella, eso es todo. Terminaremos peleando y prefiero mantenerme lejos.

Ade sigue con sus ojos fijos en mi rostro, finalmente gira a su novia para ponerlos en blanco con un negar de su cabeza y regresa a mí.

—¿Quién te entiende? Haz pasado el mes entero deprimida y quejándote porque Lena decidió sacarte de su vida y, ahora que está aquí, ¿no quieres verla?

—Me odia.

—No es así... —Ade me contradice.

—Y yo a ella.

Escucho grandes suspiros de ambas, están hartas de mi negativa. Pero no sé por qué se mueren por conocerla si ella las detesta, bueno a Ade.

—Solo llámala y dile que tenemos una entrada extra para el concierto de Madonna. Que pasaremos por ella en una hora...

—¡No!

—¡No seas necia! Es tu invitada, llámala

—Es un parásito...

—Va a vivir en tu casa, es tu huésped y punto. Nosotras tenemos un pase extra y no te va a hacer mal socializar con tu ex.

Mi ex, es eso. No veo a Lena como mi ex, Aleksey es mi ex, él si se merece ese título. Ella y yo estuvimos tan poco tiempo juntas que no cuenta como una relación, aunque quizá lo éramos antes de hablar y decidir que lo intentaríamos, quizá lo éramos cuando salí del hospital y nos comportamos como una pareja real, con risas, haciendo cosas cotidianas y ridículas, descansando juntas, teniendo el mejor sexo de mi vida.

Extraño el sexo, extraño el sexo con Lena, la extraño a ella, extraño lo fácil que era hablarle, lo bien que me sentía cuando me contaba intimidades que ya conocía por haberla leído, pero se convertían en reales cuando salían de sus labios... y sí, ese fue el problema al final, un conjunto de todo lo que ese diario trajo.

—¡Te lo pregunté, directamente te pregunté si tenías mi diario y me dijiste que no! —me reclamó con la carta que le escribí en la mano.

—De hecho, para ser exactos, no lo tenía... estaba en la bodega.

—¡No te hagas la idiota, Yulia! ¡Sabes que no me refería a eso! ¡Lo tenías en tu poder, lo leíste!

—Tú me dijiste un día que no te importaba si alguien lo leía.

—¡No! ¡Dije que si alguien lo leía... «alguien», no podría descubrir que era yo su dueña y que con eso me bastaba!

—¡Y que si lo hacía no te preocuparía que lo leyera!

—¡Tú no eres «alguien», eres tú, es distinto!

—Vamos, Lena. ¿Qué tiene de malo? Me gustó leerte, conocerte, entendert...

—¡Tú no me conoces! —me gritó de muy mala forma, quedándose sin aire. Agradecí que nadie más que nosotras estuviera en su casa—. Mucho menos me entiendes. Lo que hiciste es violar mi amistad en un nivel que no tiene nombre.

—Lena...

—¡Todo lo que te conté, ya lo sabías, todo! ¡Yo hice un esfuerzo enorme por compartirte una parte de mi vida, por ser sincera y tú te burlabas como si fuese una idiota. Me escuchabas sabiendo que dejaba muchos detalles dolorosos de lado y te reías por dentro porque ya los conocías, porque habías leído todo el dolor de esos meses!

—Nunca me burlaría de ti...

—¡Pero eso es lo que hiciste al nunca confesarme que lo tenías!

—Lena, deja de gritar, hablemos...

—¡No quiero dejar de gritar! —su voz en ese momento se quebró de tal manera que temí que se haya hecho daño en las cuerdas vocales, su enojo era inmenso y me asustó tanto que me aparte unos pasos.

—Tantas veces que te quejaste de Leo, que preguntaste qué tenía con él, como si no supieras exactamente de qué se trataba nuestra relación, lo mismo con Marina... ¡Aj, eres una hipócrita!

—¿Por qué? Nunca fuiste específica con tus sentimientos por ellos, nunca negaste quererlos, nunca aclaraste que eran solo sexo...

—¡A ti no te concierne qué es lo que yo sentía por ellos y qué era lo que teníamos. Ese asunto es mío y no te incumbe!

—¡Bueno, ahora sí me incumbe, ya que somos novias!

—Ah, ¿así como a mí debería preocuparme tu relación con tu nueva amiga?

—Nada pasa con Ade...

—Claro que pasa. Te acostaste con ella, ¿no? Por eso dejaste de hablarme por días, por eso es que me evitabas por todo medio, hasta que la idiota de Lena te escribió una carta, contándote más cosas que ya sabías... perfecto.

—Lena, dejémoslo de ese tamaño, por favor.

—Dime, ¿te reías de mí con ella?

—Dejemos a Ade de lado, ¿sí?

—Oh, Ade, la perfecta, hermosa, gentil, amigable, Ade...

Sus celos se hicieron presentes de inmediato, me pregunté desde cuando se sentía tan insegura con respecto a ella, si cuando le confesé que la besé le dejé claro que nada más sucedió.

—Lena, solo fue un beso y ya... Ade y yo somos amigas, ya te lo dije.

—Sé sincera, Yulia. Al menos eso.

—Te estoy diciendo la verdad.

—¿Sí?, ¿así como cuando te pregunté del diario y lo negaste? ¿Ese tipo de verdad?

—No quería que tuviéramos una pelea, eso era todo.

—No, no, no, no. Lo que no querías era dejar de tener de quién reírte...

—Lena, no... —La interrumpí, ¿cómo explicarle que no la leí con malicia? ¿Qué decir para que me crea?—. Diablos... Mira, yo, con el diario, aprendí a entenderte, te conocí de tal forma, que tenerte de amiga y de...

—¿Qué?, ¿amante?

—¡Tenerte a mi lado!, eso es un privilegio, no eras mi broma, no me reía de ti...

—¿Crees que por leerme y seguirme con tu cámara me conoces? No tienes idea de quién soy.

—Lo sé, te veo aunque quieras negarlo, te veo tan claro... —no terminé de hablar y ella ya se estaba carcajeando en mi cara.

—¿Quieres saber algo de mí, de la persona que crees conocer, de tu novia?

—Lena, mejor hablamos luego, ¿sí? Tranquilicémonos...

—Me acosté con Leo antes de que viajara a Brasil —me confesó, así, tal cual, con una cara de maldad exquisita, que si sus palabras no me hubieran llegado a doler tanto, la habría disfrutado—. Oh, y fue tan bueno, tan mmm, no tienes idea. Amé sentirlo tocar mi cuerpo, cada centímetro. Uf, ya me había olvidado del buen sexo, de lo bien que se siente que alguien sepa exactamente qué hacer contigo para satisfacerte...

—Basta.

—Fue increíble, más cuando Marina se nos unió, tan... exquisito. Es delicioso tener un trío, riquísimo...

—Basta, Lena.

—Que él esté a tus espaldas, sujetándote fuerte de la cadera mientras arremete dentro de ti, y ella te ayuda a generar todo ese calor por delante... Uf, cuando ambos besan tu cuello al mismo tiempo, gimen en tu oído y sus manos no dejan de tocarte...

—¡Basta! ¡No quiero saber!

—Vamos, Yulia. Quieres. Te encanta saber lo que hago y cómo me siento. Te lo estoy diciendo, ahora. Daría lo mismo si me estuvieras leyendo.

—¡No!

—Oh, claro que sí... leíste cada una de mis palabras apropiándote de ellas, haciéndolas tuyas... conociéndome, ¿no? Te fascina aprender sobre mí, pues lo gocé, amé acostarme con los dos al mismo tiempo, es lo mejor que he hecho en la vida, tener un orgasmo con él, mientras le daba uno a ella...

¡Plaf!

Me convertí en mi madre.

Toda su cara se volteó hacia un lado, su boca se mantuvo abierta y su respiración salía acelerada por ahí. Mi mano temblaba bajando hasta mi lado y quise acercarme para ver cuánto daño le había hecho en mi estupidez, pero ella regresó a verme y me empujó al intentarlo.

—Recoge tus cuatro cosas y lárgate de mi casa... ¡Ahora! —me gritó, yo estaba congelada, no pude reaccionar, no podía creerlo, ni porque mi mano latía por el golpe—. ¡Qué te largues! —repitió con más fuerza y me sujetó del brazo, empujándome hacia la puerta.

La azotó una vez que estuve afuera y por más que la llamé, que esperé, que la llamé y le pedí disculpas, dándole mil excusas por haberla tocado así, ella no contestó. De repente escuché un golpe a un lado de la casa y me acerqué a ver, era ella tirando mis cosas por la ventana, mi poca ropa y los regalos que nos habíamos hecho por navidad, todo metido, a la maldita sea, en una bolsa de basura. Cerró la ventana y no la volví a ver hasta que estuvo en la puerta de mi apartamento.

Esa misma tarde de la pelea, papá me confirmó que había conseguido un boleto y que viajaría en un par de horas a Moscú. Al llegar me esperaba un chofer que me llevaría a la casa de mi madre para empacar mis cosas, montarlas en el camión de mudanza y llevarlas. Mi madre viajaría un día después.

Así es como terminé el año pasado, sola y horrorizada por cómo se dieron las cosas, percatándome de que Lena me había sacado no solo de su casa, sino de su vida. Imagino que, haberle enviado a Sergey un sobre con una copia de las fotos que tomé, no ayudó en mi caso. Lena tiene razones de sobra para odiarme.

—No, no es una buena idea. No la llevaremos al concierto. Lena está mejor sola.

—¡Aj, está bien! —me contesta mi amiga, su novia firma la cuenta del café que nos invitó y apenas termina cierra la carpeta de facturas y nos levantamos caminando a la puerta—. Uno de estos días, lo quieran o no, van a tener que hablar de lo que sea que haya pasado entre ustedes.

Seguramente, no se equivoca. Más, en este punto, las cosas que ella dijo ese día y que yo hice, construyeron un muro demasiado alto como para arreglarlo invitándola a salir.

Algún día hablaremos; definitivamente no sera hoy.


...

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