Capítulo 32: Te encontré

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—No lo sé —le respondo. Este juego no me agrada.

—Esa no es una respuesta válida.

—Sí lo es.

—Es neutra. Si no puedes decidirte, da varias respuestas —me dice coqueta y vanidosa... e insoportable ¿Por qué me pregunta esto? ¿Es porque soy muy evidente en lo que siento por ella?—. Vamos, Yulia, ¿qué te gusta de mí?

Ahora la respuesta se puso más difícil que antes, cuando apenas tenía que elegir entre su sonrisa, o sus cejas juguetonas, o sus labios, o sus caderas, o...

—Tus pómulos.

—¡¿Hmm?!

—Ya respondí.

—¿Mis pómulos? —responde con cierta indignación. ¿Acaso quería que diga sus lolas o su cola?—. ¿Es en serio?

—Me encantan, el otro día estuve haciendo un Photoshop de tu cara para que lucieras como el Guasón y voilà, i-gua-li-ta cuando sonríes. ¿Has pensado que disfraz vas a usar en Halloween?, porque te quedaría... —Termino alzando mis pulgares en aprobación.

—Ja, ja... No digas más, tu turno.

Bien, salvé la estúpida pregunta. Ahora yo.

—¿Por qué no eres novia de Leo?

—Paso —responde cortante.

—Ja, no. A mi no me dejaste pasar la pregunta anterior. Dime por qué.

—No busco una relación.

—Esa, sí que no es una respuesta.

¡Tramposa, tramposa mujer!

—Es muy clara, no-quiero-una-relación, no me interesa. ¿Ves?, clarísima, no como tu: «no sé».

—Pero no es el «por qué». Algo te pasó para que digas eso. Yo me acuerdo de Lenin y de lo bien que pasabas con él... de novia.

—Era una niña boba entonces. Ahora tengo diecisiete años, me gusta mi libertad, mi vida sin compromisos.

—Y con harto condón... —agrego un fino detalle—. Dime ¿usas esos plásticos estúpidos que llaman condones para mujeres, digo, para las lesbianas?

—¿Lo dices por Marina?

—Sí, Nastya me contó que andabas con una rubia.

—¿Y por qué asumes que me acosté con ella?

¡Oh, mierda! No puedo caer en cosas que leí en su diario... Emm...

—Yo le conté a Nastya que nos besamos y salimos en algunas citas. Nada más.

¡Mierda, mierda! Inventa algo, idiota.

—Pues... es obvio —digo, usando mi tono burlón—. No quieres una relación, te gusta la libertad de acostarte con quien te venga en gana. ¿Por qué no lo harías con la rubia?

Espera para responder, mirándome, esperando a que le de más información. Tú calmada, Yulia. Nos vamos a zafar de esta.

—Solo tuvimos sexo una vez.

¡Oh, wow! Salvada, pero... ¡oh, wow! ¿Va a contarme de Marina? Ya me va gustando el jueguito. Gracias Nastya.

—¿No te gustó o necesitabas... ya sabes, algo más? —le pregunto cómo si no supiera que fue «el mejor de su vida», ¡puaj!

—Fue espectacular...

¡Gracias por la confirmación, Katina!

—¿Y?

—Y... es una historia muy larga. ¿Podemos ir a dormir?, mañana tenemos que estar en la escuela a las ocho en punto.

—¡No, no, no! Nastya dijo: «quiero que se conozcan y se hagan amigas, jueguen a las preguntas», y tú aceptaste.

—Y las preguntas tenían que ser simples, no para contar la historia de nuestras vidas en una respuesta.

Se está poniendo muy personal para ella. Ya, ya, la dejo. Ya sé las respuestas de todas formas, algunas al menos. Solo quería escucharlas de su boca.

—Si quieres cambio de pregunta.

—No, es mi turno.

Bueno, vamos a ver con qué me apuñalará esta vez.

—¿Qué pasó con tu papá hoy?

Auch... Debí terminar el juego en la pregunta anterior. Mi cara de molestia no me sorprende ni a mi misma. No estoy lista para pensar en esto otra vez. No quiero, la estaba pasando bien.

—Si es privado, no lo respondas, fue injusto preguntarlo en el juego.

—No, le prometimos a Nastya hacer un esfuerzo y decir la verdad. Es una pregunta, te la respondo y listo.

Veo un corto remordimiento en los filos de sus labios por no ser sincera conmigo en la pregunta anterior, pero no me importa, yo sé la razón por la que no quería contarme. Habría tenido que empezar por lo que sucedió con sus padres hace seis meses y terminar con lo que todavía no leo en el diario. Demasiado.

—Papá... me dijo que mi mamá piensa mudarnos a Moscú.

Lena se endereza ligeramente, está sorprendida y... preocupada o... siente pena, sus ojos se apagaron. Dios, vi el brillo de sus ojos irse en un instante. Nunca había visto algo así.

—¿Te vas al otro lado del país?

—Aún no lo sé, mamá no me ha dicho nada oficialmente, pero él lo sabe porque el trabajo para el que aplicó es en la firma de uno de sus amigos. Mamá tiene el empleo.

—¿Y qué más te dijo?

Son muchas preguntas, pero viéndola así de tocada por el tema, no pienso seguir jugando. Solo le contaré lo que pasó y ya.

—Quiere que me quede. Pagó el año completo de escuela y me sugirió que me emancipara, seguro él mismo me ayudará con uno de sus amigos jueces. Además me dijo que pagaría más por mi manutención para no preocuparme por mis gastos.

Y ahí está, una chispa diminuta en su pupila.

—¿O sea que te puedes quedar?

Me cuesta responderle, de verdad me cuesta y no entiendo su reacción, pero me alarma lo que veo en sus ojos, me impacta de una manera que no esperaba. Lena siente algo por mí, o no se pondría así, es una reacción física que no puede controlar. Algo... algo le pasa conmigo.

—¿Yulia?

—Quisiera decirte que sí, que me quedo, pero... —No puedo terminar, la veo decaer otra vez.

—Es tu mamá... Te irás... —dice y su mirada cae pesada en sus piernas dobladas sobre el colchón. Exhala con fuerza algunas veces, no quiero interrumpirla porque veo lo que le cuesta hablar. Está triste. Dios.

—Te voy a decir lo mismo que le dije a Nastya cuando me pidió consejo con lo de su mudanza.

No sabía que habían hablado, yo me enteré cuando ya lo había decidido.

—La familia es algo que no se puede reemplazar. La familia te llama... —No me mira, solo lo dice, no me deja ver sus ojos que hace unos minutos me delataron su sentir—. Debes... hacer exactamente lo que tu corazón te grite. No pienses, siente. Si es en Moscú donde estará tu corazón, ve... sé feliz. Porque la vida es solo una y... No pierdas el tiempo dándole gusto a nadie, ni a tu papá, ni a tu mamá, ni a tus amigos, siente lo que tu quieres y hazlo. Si debes marcharte... hazlo, si necesitas quedarte... hazlo...

Respira con fuerza y escucho a su nariz un poco floja. Le duele, esto le duele.

—Voy a la cocina por un poco de agua. ¿Te traigo algo? —me pregunta, levantándose a la puerta sin hacer contacto ni un microsegundo. Asiento y la dejo marcharse. Le doy su espacio.
¿Le hice daño al contarle?

Nuevamente me la pone difícil, porque ahora tengo muchas más respuestas para una misma pregunta. ¿Qué voy a hacer?

Mi mano se siente cansada de esperar, con el teléfono en el oído, a que Nastya le explique a Irina como preparar la masa de cupcakes. Es la tercera vez que lo hace.

—Ya, listo, ojalá no vuelva a poner sal en lugar de azúcar.

¿Quién, en sus cinco sentidos, podría confundir ambos? Irina, ¿quién más?

—¿Entonces, se divirtieron?

—Algo, después de ver el absurdo final de Faking It, jugamos ese estúpido juego de preguntas y respuestas que le sugeriste.

—Es un lindo juego y una oportunidad de conocer mejor a la gente.

—Si no te mienten, claro.

—¿Le mentiste a Lena? —me pregunta con una notable decepción.

—No, Nastya, ni ella a mí, antes de que te pases veinte películas de Disney por la cabeza. —Le aseguro—. pero creo que nos hace falta hacer algo más que preguntas para conocernos.

—¿Por qué no la invitas a salir?

—Eso hice hoy al llegar a su casa.

—No lo hiciste, le exigiste que vayan por algo de comer porque tu no sabías qué comprar, eso no cuenta como una verdadera invitación.

—Cuenta, yo iba a pagar.

—Eres tan delicada como el peor novio de la historia.

—Porque yo no quiero ser su novia.

"Mentira, la mentira más grande del mundo. Te mueres por ser su novia y nosotros lo sabemos, porque somos tú".

No vamos a empezar con esto de nuevo. ¡Se callan todos ahí adentro!

—Quieres.

"Ves ella lo sabe".

—Nastya, basta.

—¿Por qué no lo intentas? No tienes «nada» que perder —puntualiza esa palabra. Linda forma de informarme que sabe algo que no puede decirme.

—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo contó ella misma? —le pregunto, tratando de esclarecer su insinuación.

Conozco a Nastya y sé que no me va a mencionar una palabra si Lena le pidió privacidad, aunque no me hace falta después de cómo reaccionó a las noticias de mi posible partida, esta noche.

—Ella piensa en ti, mucho, y de una linda forma —dice, otra vez sin decir nada. Se refiere a la conversación que tuvieron en el baño acerca de nuestro beso, pero yo quiero algo más concreto, una confirmación real, un: «le gustas, Yulia», o un: «te quiere».

—No es suficiente.

—Invítala a salir y ya.

—Ella dirá que no y... ¿Nastya? —Dejo los juegos de «me gusta no me gusta» a un lado. Hay algo importante que quiero preguntarle—. ¿Lena se puso mal cuando le dijiste que te irías?

—Se puso triste, pero es normal, ¿no?

—Muy triste o...

—En realidad se puso seria. Le conté sobre Leonid y ella me aconsejó que hablara con mis papás y les dijera cómo me sentía. Me ayudó mucho con mis dudas. Cuando le confirmé que me iría, me abrazó muy fuerte. Me dijo que estaba orgullosa de mí y que me extrañaría demasiado, lloramos, pero para entonces ya no estaba tan triste y me prometió que siempre seríamos amigas sin importar la distancia.

Algo que no hizo conmigo, después de demorarse más de quince minutos en subir dos vasos de agua y verla con sus ojos ligeramente rojos, supe que había llorado en mi ausencia. Evitó volver a tocar el tema, yo también. Le agradecí la pizza y la charla, y me vine para mi casa.

—¿Está Lena triste porque estoy a días de irme?

—No, no, para nada —le contesto —. Bueno, estoy segura de que sí está triste, yo también, pero no lo pregunto por tu viaje.

—Me estás asustando, Yulia.

—Nastya —la menciono con cariño, esperando que no le caiga pesada la noticia—, hay una posibilidad muy grande de que tenga que mudarme a Moscú con mamá en unas semanas.

—¿Hablas en serio? —responde apagada, preocupada, aunque no por mí—. Si vas a irte..., no la invites a salir.

Mi amiga acaba de ser totalmente franca conmigo y eso me angustia. Nastya es clara. No quiere que Lena sufra si me voy, no debo iniciar nada en este momento, la lastimaré.

—¿Cuándo te irías?

—No es seguro, debo hablar con mamá, pero llegará tarde hoy.

—Bien, no le menciones nada más a Lena, déjamelo a mí. Hablaré con ella y le preguntaré cómo está.

Me siento en las gradillas de la casa, desanimada. Irme me alejaría de todo esto, tendría una vida como la de antes, normal, una casa más cómoda, comida siempre en la mesa, me olvidaría de todo lo que me ha consumido por meses. Es lo que yo quería, ¿no? ¿Por qué me pesa tanto dejar a Lena atrás? No es como si estuviésemos perdidamente enamoradas y yo me fuera a otro país, e incluso si el sentimiento es mutuo, no escogería a Lena en lugar de mamá. Es un hecho, me mudaré a Moscú, ella lo supo el instante que se lo mencioné.

—Nastya, Lena me importa... mucho.

—Por eso creo que lo mejor será que no la invites. Espero que quiera hablar mañana, te avisaré apenas sepa algo. La invitaré a casa para estar más tranquilas, Irina hizo muchos cupcakes.

—Tira los de sal. Mejor tíralos a todos que si Irina se entera que Lena irá a su casa, la envenena.

—Irina no es así... —me responde. Qué inocente es—. ¿Por qué me miras como cuando los niños han hecho una travesura? —le pregunta a la rubia, ya me imagino la cara que tiene, su sonrisa de lado malévola como ella sola—. Tienes un buen punto, mejor invito a Lena a un café... afuera de esta casa.

Me despido de mi amiga y cuelgo la llamada. Son las once de la noche, hay una brisa ligeramente tibia y el cielo está despejado. Debería ser una linda noche, pero no para mí, en general, ha sido un horrible día.

Doy una última pitada a mi cigarrillo, apagándolo en el cemento del piso y estoy por entrar a dormir cuando siento un jalón que me tira bruscamente al piso.

—¡¿Dónde está tu mamá?!

El dolor que me quema en la muñeca es insoportable. Cada movimiento que hago, por más pequeño que sea, dispara una aguda punzada por mis nervios recorriéndome el cuerpo entero. Está rota, por más esfuerzo que hago, me pesa moverla. Quisiera poder levantarme y correr por ayuda, pero su bota me tiene sujeta al piso, la presiona duramente sobre mi abdomen. Me muevo intentando apartarlo, solo logro traer más dolor a mi muñeca. Aprieto mi otra mano alrededor buscando alivio, no puedo más.

—¡Maldito seas, Román! —grito desesperada. ¡Dios, no aguanto!

—¡¿Creen que se librarán tan fácil de mí?! ¡Es un estúpido papel!

—¡Ahhh! ¡Déjameee!

—¡¿Tu mamá es mía, entiendes?! ¡¿Dónde está?!

Me sorprende que no haya un tumulto de gente a nuestro alrededor, con lo metiches que son en esta zona rural.

—¡Ayúdenmeee!

¡¿Por qué diablos nadie se molesta en salir de sus estúpidos apartamentos?!

—¿Fuiste tú la de la idea?

—No sé de qué hablas... ¡estás loco!

—¡De la orden de alejamiento que se expidió con la firma de tu papá como abogado de ustedes dos! —me informa, pisando con ganas sobre mi estómago. ¿Desde cuando está tirándose a tu mamá, eh? ¡¿Habla?!

¿Román cree que mis papás están juntos? Genial, por eso se está desquitando con su retoñito. Diablos..., sigue presionando. No puedo ni levantar las piernas para patearlo de alguna forma... y escapar...

—¡Déjame, me estás matando!

—¡Quiero saber dónde está la cualquiera de tu madre!

—¡¿Y yo que voy a saber, imbécil?! No soy su dueñ...

No me deja terminar de hablar, me da una patada muy fuerte en las costillas, volviendo a pisarme con más fuerza.

¡No soporto más el dolor! Su pie sobre mi abdomen empuja todo adentro, ya no quiero ni gritar porque hasta eso me duele.

—Alguien llame a la policía..., por favor...

—¡Cállate si no quieres que te cierre la boca a golpes! —Asienta con más fuerza su pie y escupe muy cerca de mi cara. Hago mi cabeza a un lado con mucha dificultad, se me hace imposible respirar—. ¡Qué ves gordo repugnante, lárgate!

Intento ver a quién se dirige, pero se me hace imposible. Imagino que es mi vecino de enfrente, el que siempre me vigila por la ventanilla y que, esta tarde, nos miró obscenamente a Lena y a mí.

—Deje a la señorita en paz —le dice muy educado, demasiado. Comienzo a perder el sentido, me siento mareada, el aire me falta. Román sigue apretando y mi muñeca me mata.

—¡Ve a atragantarte con una bolsa de papas fritas y déjanos en paz!

—Le dije que suelte a la señorita —repite de la misma forma, logro escuchar un clic bastante singular.

—Baja esa arma, estúpido gordo...

—Le sugiero que levante su pie de la señorita y se vaya, o me veré obligado a usarla. —Su tono de voz no cambia, pero la actitud del idiota sí. Siento ceder el peso que tenía sobre mi cuerpo y mis pulmones vuelven a inflarse. Duele con intensidad, como si el aire estuviese hecho de agujas. Me toma unos minutos recuperarme.

—¡Volveré por ti...!

—No lo hará. Yo estaré muy pendiente de su presencia y, si vuelvo a verlo cerca, no esperaré a que la señorita grite para apuntarle.

—¡Esto no se quedará así! —escucho a Román refunfuñar mientras se aleja.

Toso y todo mi cuerpo me lo reclama. No me levantaré en un buen rato. Me apoyo de lado de mi mano sana y espero a sentirme menos golpeada.

—Ten, bebe un poco de agua —me dice, es un chico de unos veinte años, mi vecino, el que yo suelo llamar gordo seboso, el único que salió en mi ayuda.

—No puedo moverme —digo sin aire, no sé si me entiende.

—Ya llamé a la ambulancia.

—Gracias...

—Trata de no hablar. Creo, por cómo te golpeó, que te rompió una costilla. —Vuelve a intentar que beba acercándome el pico de la botella. Escasamente mojo mi boca con el líquido y siento un ligero alivio, es refrescante, pero no trago mucho, bebí muy poco, tampoco creo que pueda más hasta que mis órganos vuelvan a su lugar—. Preferiría que no te muevas hasta que lleguen los paramédicos.

Asiento, estoy de acuerdo, no quiero hacerme más daño. Él me mira preocupado, se sentó en el piso a mi lado, haciéndome compañía.

—¿Igor, qué pasó? —le pregunta un hombre desde otro remolque. Ahora si salen, idiotas—. ¿Está bien esa chica?

—No se preocupe, Gregori —le dice levantando una mano. Él hombre balbucea algo y se escucha que cierra su puerta con fuerza—. Para reclamar los primeros en aparecer, para ayudar los últimos.

—Gracias por... no dejarme... sola.

—No hables —me pide—, no hay nada que agradecer. No salí antes porque no encontraba mi pistola de juguete.

—¿Era de juguete?

—Sí, pero parece real, es una pistola de agua. —Ríe, intento hacer lo mismo, pero lo único que logro es toser aún más.

—¿Puedes ayudarme... llamando a alguien?

—Claro —me contesta y busca por el piso mi teléfono que salió volando cuando caí. Se levanta a recogerlo y me da las malas noticias, tiene la pantalla rota.

—¿Se puede llamar?

—Sirve, sí... ¿Clave?

—5-6-7-4

—Listo, ¿a quién le marco?

—Oleg Volkov.

Papá le contesta de inmediato, Igor habla con él y le explica lo que yo no puedo, le da la dirección y promete volver a marcarle una vez que llegue la ambulancia para informarle si me llevan o no al hospital. No termina de hablar con él cuando llegan los paramédicos y me revisan. Adiós decencia, Igor acaba de conocerme íntimamente junto con los tres uniformados. Mi camiseta favorita cortada a la mitad. Mamá tendrá que reponérmela, para que se consigue un novio tan... ¡Ahhhh... Maldito dolor!

—Efectivamente tienes una costilla rota y la muñeca, te inmovilizaremos para llevarte al hospital.

—Igor... —lo llamo a mi lado cuando me suben a la camilla—. ¿Puedes ayudarme sacando algunas cosas de casa?

No duda en seguir mis cortas instrucciones, mi maleta, mi billetera, mis llaves y el diario. Si regresa este idiota no quiero que se lleve lo poco que tengo en este lugar. Cierra la puerta al salir y se las entrega a uno de los paramédicos mientras me llevan afuera.

El analgésico que me inyectaron va haciendo efecto. Mis párpados se cierran solos, aunque me rehusó a dormirme.

—¡Oh, por Dios, ¿Qué pasó?! —Escucho a mamá y abro por completo los ojos, estirando mi mano para llamarla—. ¡Soy su madre, voy con ustedes!

La veo subir a la ambulancia y se sienta a mi lado sosteniendo mi mano buena, disculpándose por lo sucedido, sé que se imagina qué pasó y le remuerde la consciencia.

Presiento que una pequeña tormenta se acerca. Mamá tendrá que confesarme sus planes, quiera o no, esta misma noche, porque a papá no le va a hacer mucha gracia verme así a causa de su cualquier cosa.


... 

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