Capítulo 13: Una tragedia griega

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Entrada número seis del diario.

6 de julio, 2015

Jesús se va de paseo a Brasil mañana, dos semanas nada más. Visitará a su familia y viajará por las playas del atlántico. Me pidió que fuera con él, pero como son las cosas, tuve que inventarme una estúpida excusa para librarme del compromiso. No tengo los diecinueve años que él cree y, a mis papás —por más distantes que estén en estos días—, no les va a agradar que su retoñito, que además es menor de edad, viaje con un hombre de veinticuatro años que no tiene otra intensión más que tener sexo en cada ciudad que visiten; cosa que, a mí, no me desagrada para nada.

Prometió traerme una botella de cachaza —según él, el trago más típico de Brasil— y un balón de fútbol para que practique. Me está enseñando a hacer cascaritas y dice que soy muy natural.
Los brasileños y el balón pie... en fin. Lo voy a extrañar.


Leer a esta chica hablar de sexo no es lo más agradable en este punto. Mi mente guarda la imagen de la niña de la foto y bueno, no me siento a gusto pese a que sé que tiene mi edad.
Necesito saber quién es, ponerle una cara actual a sus confesiones, figurarme sus sonrisas, su ira, su pena, su incertidumbre...

Debería hacer una lista de todas las mujeres de mi clase e irlas tachando, una por una, hasta descubrir quién es. Somos más de noventa alumnos en mi nivel y, de esos, no menos de cincuenta somos chicas... Ñe, ¡qué flojera!

Mejor aprovecho el día y hago una maratón de lectura para terminar con esta inquietud de una buena vez. Dudo que no revele un solo nombre en algún punto, no puede ser tan cuidadosa. Ya dejó salir su género varias veces, aunque, para darle un poco de crédito, en una de las entradas estaba borracha y en la otra muy molesta.
Veamos.


Entrada número siete del diario.

9 de julio, 2015 [...]


—¡Yulia, por favor lleva la ropa sucia a la lavandería! —Mi madre me interrumpe.

Es domingo, día de limpieza y desde que nos mudamos aquí ofrecí realizar esta tarea para aminorar su estrés «y» tener una excusa para salir del apartamento. La tintorería queda en el extremo izquierdo del parque y ¿quién sabe por qué?, pero el domingo está casi desierto. La lógica es que sea al contrario, estar vacío entre semana y el feriado a tope, pero no es así aquí.

Recojo todo en una gran bolsa y coloco adentro el diario también. No pretendo pasar allí dos horas sin hacer nada. Me pongo los audífonos, guardo mi celular en el bolsillo y, poniéndome en hombros la bolsa, comienzo a caminar. A no más de una cuadra siento una vibración con una llamada que esperaba desde ayer.

—Hey, Alyósha —le contesto—, perdón por no marcarte ayer, estuve... ocupada.

—Me lo imaginé. Aunque un mensaje no habría estado de más, bebé.

—Tienes razón.

Debió preocuparse por no encontrarme toda la tarde. Claro que, si no lo hizo, es porque me quedé afuera, huyendo de una llamada como ésta.

—Yulia... —Inicia con inseguridad y ya sé que es lo que quiere tratar—, estaba pensando que... hemos postergado mucho la charla que dejamos pendiente esa noche. Ya son tres semanas.

El asunto es así, a fines de Julio comencé a notarlo muy nervioso, hacía lo posible por evitar estar solos, lo que en ese momento no me molestó; yo no he estado del mejor ánimo en estos últimos dos meses con todo lo de mi familia, la mudanza, los problemas con Román y mamá, estar apartada de mi hermano. Vaya, creo que hasta lo dejé de lado y preferí mi soledad.
Un día —varias semanas después— salimos con los chicos a un boliche, era el cumpleaños de Vladímir. Lo vi hablando con Lena en una esquina, parecían tener un desacuerdo y el regresó a la mesa muy molesto.

No me habría preocupado si hubiese sido Ruslán o el mismo Vova, pero fue Lena con quién discutió y eso me hizo preguntarme el porqué. Ellos siempre se han llevado muy bien, si estaba molesta era por algo grave y debía preguntarle.

En ese momento ignoró mi petición dándome unos besos y pretendió que todo estaba bien. Su silencio durante el resto de la velada me indicó lo contrario. Cuando fue a dejarme en la noche a la casa, se lo volví a preguntar y me dijo que uno de esos días hablaríamos, que me contaría qué fue lo que sucedió con más tranquilidad. Yo le dije que seguro, que podíamos ir por café o lo que sea y así han pasado semanas —una desde que iniciamos la escuela donde nos vemos todos los días— y lo único que hemos hecho es poner excusas. Hoy es 27 de septiembre y esa conversación sigue pendiente.

—¿Qué tal si nos vemos hoy? —me sugiere, interponiéndose en mis planes de lectura y, para ser honestos, no tengo ganas.

Haya sido lo que haya sido, ya pasó. Ya no me interesa la razón. Él y yo estamos... bien, normal..., o en lo que se ha convertido nuestra normalidad.

—Tengo que lavar la ropa —le comento— además de limpiar el apartamento y ayudar a mamá con la cena. —Le miento sobre lo último, ella se ocupa de esa parte de las obligaciones—. ¿Y si mejor lo dejamos para...?

—Uno de estos días... Sí, claro. Hablaremos entonces. —Completa por mí. No debe ser gran cosa, de lo contrario insistiría—. Creo que iré a visitar a Ruslán, lo vi muy desanimado en la fiesta de Nastya y...

—Sí, será mejor que averigües qué le pasa, yo también me fijé en su nube negra.

—Okey, nos vemos mañana en la escuela, ¿no?

—Si no me muero en mis sueños esta noche...

Me despido diciéndole un «te amo» que no siento y él me repite lo mismo. De verdad que somos patéticos.

Voy colocando la ropa blanca primero y pongo a funcionar la máquina. Me siento en las sillas de espera y comienzo de nuevo con el diario.

¿Dónde me quedé? Ah, sí.


Entrada número siete del diario.

9 de julio, 2015

Todavía sigo pensando en que me faltan uno o dos detalles para entender la verdad, pero no. Mis dudas crecen y todo se complica, más aún cuando envías material para pruebas de ADN —para las que ahorraste por cuatro meses y que te costaron un ojo de la cara— y resulta que ninguno de tus padres está biológicamente relacionado contigo, pero tu hermana sí, es tu media hermana, de hecho.

Me gustaría tener los resultados de Iván y así poder confirmar qué papel juega mi hermano mayor en todo esto. Claro que para eso necesitaría ir a visitarlo, robarme su muestra y tener trescientos dólares más... Ajá, mañana mismo, pfff.

No todo en mi vida puede ser una mentira, ¿verdad?

Él y yo somos tan parecidos en carácter y físicamente. De mis dos hermanos con él es con quién me siento más a gusto, más conectada... Sería un golpe enterarme que no somos nada.

... Pero... sí yo no soy hija de papá, él y yo tendríamos que compartir la misma madre... ¿Y qué con mi hermana? Es igual... si somos medias hermanas y ninguno de mis papás está relacionado conmigo...

Dios, todo es tan confuso...

Los exámenes llegaron el martes en la mañana, estaba por salir al trabajo y un sonido en mi teléfono me informó que tenía un nuevo e-mail.

«Resultados de las pruebas de ADN - Orden 1660928-2».

Vi el titular y mi corazón comenzó a palpitarme tan fuerte en el pecho que creí que tendría un infarto, mis manos comenzaron a sudar y me quedé ahí paralizada por minutos.
No lo abrí.

Cuando recuperé mi respiración salí a la tienda de discos y cumplí con mi turno sin siquiera sacar mi celular de la maleta. Quizá en un acto inconsciente sabía que no eran buenas noticias.

No tenía ganas de ir al club, Leo ya se había ido a Brasil y a mí no me nace pasar a solas con sus amigos, siento que no tengo mucho que compartir con ellos a menos que esté él, por lo que me quedé esa noche en mi propia cama, abrazada de la almohada. Mamá, como ya es costumbre, fue a dormir con su novio y la casa estaba completamente silente.

Pasé horas mirando al techo. La incertidumbre se intensificaba con el pasar del tiempo y traté de fijar mi atención en otras cosas. Arreglé mi alcoba, la cocina, hice una pizza que ni comí,
finalmente regresé a mi pieza y, sin pensarlo dos veces, llamé al ogro, queriendo de alguna forma sentirme un poco normal. Un insulto por aquí y por allá, una invitación a asesinarme y enterrarme en el medio de la nada era mejor que abrir ese correo electrónico.

—¿Qué... quieres? —preguntó con severidad, ya comenzaba a sentirme mejor.

Le respondí que nada en particular, que me gustaría hablar con ella sobre... cosas, que me sentía un poco sola. Ella no esperó en colgarme y... la volví a llamar.

Cuando contestó —después de la quinta vez que remarqué— con otro áspero: «¡¿Qué diablos quieres?! No soy tu bufón», fue que recordé lo que sabía de su novio y, con nervios, le dije que tenía razón, colgándole un segundo después. No quería que en media conversación se me escapara un: «Vi a tu novio tirándose a una chica el otro día». Definitivamente no sería la mejor forma de llenar el silencio entre nosotras o promover nuestra «amistad».

De repente me sentía peor. Miré mi mochila, donde seguía mi celular, y decidí cerrar mis ojos e intentar dormir.

No conseguí descansar demasiado. El eco que mi voz interna repetía cada cinco segundos era insoportable.

"Abre ese e-mail. ¿Para qué gastaste más de mil quinientos rublos en esos exámenes si te ibas a acobardar al final? ¡Valor! ¡Ábrelo!"

Pasé la madrugada debatiéndolo y a eso de las cinco de la mañana me llené de coraje y abrí la aplicación de correos.

«No existe relación biológica entre el sujeto A y el sujeto B».
«No existe relación biológica entre el sujeto A y el sujeto C».
«Existen congruencias en un 24.8 % de los marcadores en las secuencias de ADN del sujeto A y el sujeto D. Se establece una relación de medio hermano sin definir el vínculo de su origen».

Apagué el aparato después de leer los resultados y me puse a llorar por horas hasta que sonó la alarma del reloj, dejándome saber que debía prepararme para ir al trabajo. Desde entonces han sido dos días de entumecimiento cerebral en los que no hago más que pensar: ¿qué diablos significa todo esto?


—Tu ropa está lista —me informa una de las señoras que también está lavando. El timbre de enjuague había sonado y era hora de poner el suavizante, lástima que no tengo. Le agradezco y presiono el botón de continuar para que termine de exprimir y regreso al diario.

Entrada número ocho.

10 de julio, 2015

Papá vino por mí hace unas horas. Es viernes de «papá e hija». Iríamos por un café y un sándwich en el bar cerca de su trabajo, como ya es costumbre.
Cuánto hubiese querido tener el valor de enfrentarlo y decirle que sé muchas cosas. Que desde que los escuché discutir el día que decidieron separarse comencé a investigar a qué se refirió mamá cuando le dijo:

—Ella te la recuerda, son idénticas, y no pienses que resiento a mi hija, porque después de tantos años lo es, pero jamás debiste traerla a ella a esta casa.

Mi cuerpo se estremeció al escucharla repetir mi nombre varias veces después de ese intercambio de palabras, mi piel se puso de gallina y aguardé en silencio tras la puerta de mi cuarto hasta que termine su pelea. Mi hermana no estaba, como ya se le había hecho costumbre había salido a gastar el dinero de la tarjeta de crédito de mamá. No mucho después lo escuché subir a su recámara, el ruido de los cajones y las puertas de closet era evidente. Regogió sus cosas y salió por la puerta de enfrente, dejándome con la mujer que acababa de decir que no quería tenerme más a su lado.

¿Dónde está la lógica en eso? ¡¿Dónde?!

En ese entonces pensaba que papá era al menos mi padre biológico. Asumí que era hija de una aventura y que me llevó a casa a vivir con él. Después de todo, me ha repetido cientos de veces cuánto se arrepiente de nunca haber retirado a mi hermano Iván de la custodia de mis abuelos —que lo criaron casi como a uno de sus hijos—, más que nada, que haya crecido lejos de él, prácticamente sin su verdadero padre.

Pesé que tal vez yo era su reivindicación, la hija bastarda de una relación que no tenía cabida, pero mamá logró perdonarlo y me acogió en su hogar. Nunca se me cruzó por la cabeza que no le pertenezco a ninguno de los dos.

¿De dónde diablos salí? ¿Quién soy?

Hoy tengo más dudas que hace dos días, menos seguridad. Lo único que pude decirle a papá es que lo extrañaba. La verdad es que más que extrañarlo a él, extraño mi vida cuando no sabía nada. Extraño llamarlo papá y sentir que lo es, extraño pensar que mamá me hace bromas pesadas porque así son las madres con sus hijos, en lugar de saber que, seguramente, es porque no aguanta verme, que yo les recuerdo a alguien que no es grato, por lo menos no para ella.

¿A quién?, ¿a quién les recuerdo? ¿A mi verdadera mamá?, pero ¿quién es?, ¿los conoce?, ¿fueron amigos? ¡¿Qué?!

Extraño a Leo... me siento tan mal, tan sola... quiero que regrese, quiero perderme en sus brazos y llorar.


Dios...

Entonces su hermano Iván es su medio hermano y nunca creció con él. Es hijo de su padre y... por supuesto, por eso decía en la otra entrada que si no comparten padre deberían compartir madre... aunque quizá ni siquiera sean hermanos y... asumiendo que sí es la niña de la foto —que aceptémoslo, lo es—, su hermana tampoco es hija de sus padres y podrían estar relacionadas por parte de la mujer que murió o por el padre que nunca se mencionó siquiera en el reportaje.

Mamá tiene razón, esto es serio y muy enredado. Quizá lo mejor sea que profesionales investiguen a quién le pertenece este cuaderno y qué pasó, porque yo no tengo idea de qué hacer con esta información... Dios, no lo sé.


...


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