Capítulo Final: Mi mundo es de ella

250 14 5
                                    


Yulia.

Despedirme no es fácil. Los finales siempre han sido un gran problema para mí. Sean buenos o malos no me gustan porque significa que algo terminó. En este caso, que tú y yo dejamos de ser, de estar, de tener un futuro.

No sé a dónde voy o por cuánto tiempo. No tengo idea de si volveremos a vernos y por eso creo que lo más justo es que terminemos.

Quiero contarte una historia, es algo que sucedió cuando era chica. Mamá nos llevó, a mi hermana y a mí, al parque de diversiones en el bulevar de la playa, en Sochi. Yo tendría unos siete años. Fuimos a celebrar un cumpleaños, no recuerdo si era el mío o el de Katya, porque mamá siempre se encargaba de hacernos sentir a ambas como princesas en cualquiera de las dos fechas. Ella era tan dulce entonces, tan consentidora y cariñosa. Ahora que sé que somos las hijas del gran amor de su vida, entiendo el porqué.

Regresando a la historia.

Siempre que íbamos a la feria yo intentaba el mismo juego de tumbar pinos con una pelota. No era particularmente buena en él, pero estaba dispuesta a serlo y me encantaba perder el día intentando ganar. Si tirabas todos los pinos de las tres mesas diferentes, te daban un premio. Si repetías la hazaña, uno más especial. Realmente no era buena, pero estaba empecinada en llevarme el premio más grande, así me tomara la vida entera. Solía ser muy mala perdedora.

Esa mañana en particular, mi hermana quería subirse a la montaña rusa primero, insistió todo el camino hasta convencer a mamá. Yo quería empezar por el puesto de pinos y, al llegar, me dirigí a él sin titubear. Mamá, nerviosa y preocupada, me dijo que no podía dejarme sola allí. Otra cosa que hasta hoy nunca comprendí era su miedo a separarnos de su vista. Me pidió que le diéramos gusto a Katya y fuésemos a la montaña, enseguida volveríamos al juego.

Yo me crucé de brazos furiosa y no me moví.

—Lena, amor, no te pongas así —me dijo—. No tardaremos más de veinte minutos.

Ese tiempo parecía una eternidad y yo no quería dar mi brazo a torcer. Mamá me miró con ternura y me sonrió.

—Tú linda frente así de fruncida me recuerda a alguien, ¿sabes? —Me dio un beso y me prometió un helado al salir de la feria, me tomó de la mano y me llevó hasta la montaña rusa. Ahora que lo pienso, imagino que Alenka le ponía esa cara cuando se disgustaban.

Para cuando regresamos, la cola de mi juego era inmensa, pero yo no me iría sin ganar. Esperé más de una hora, estaba mentalmente lista para superar el desafío, mas cuando llegué al mostrador, el hombre que atendía entregaba ese peluche grande que yo tanto quería, el premio mayor. Era un unicornio blanco con el cuerno de colores y una cola violeta. Una niña de casi mi misma edad se lo había ganado minutos antes por tirar todos los pinos cinco veces seguidas.

Yo deseaba tanto ese unicornio, soñaba con él. Era el trofeo al mejor jugador y debía ser mío. Pero yo no lo gané, fuiste tú.

¿Lo recuerdas?

Cuando llegué a la escuela —después del incidente del café que pusiste como sombrero sobre mi cabeza—, el maestro me pidió que participara en el evento de caridad de ese año. La clase entera prepararía un número musical que presentaríamos en el orfanato, además de hacer una colecta de juguetes para donar.

Recuerdo cuando lo vi. Llegaste con él abrazado de un lado y con una bolsa llena de otros juguetes en el otro. Era él, yo lo sé. Tenía el mismo ojo chueco que ese peluche que colgaba en la feria.

El DiarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora