Capítulo 43: Una semana triste

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—De las diez fotografías que tomaste esta es la que más atención me llama y quisiera decirte por qué —me comentó el maestro, poniéndola en el aparato que la proyecta en la pared frente a toda mi clase—. Te pedí que fotografiaras lo que para ti significa la ausencia y aquí está, complejamente ilustrado todo lo que sientes. Díganme en una palabra, ¿qué ven ustedes? —les preguntó a mis compañeros, haciendo un gesto para que yo me quede callada y escuche.

—Ruptura.

—Frustración.

—Dolor.

—Caos.

—Traición.

Las respuestas siguieron esa línea y por primera vez sentí que había hecho algo bien en esa clase. Por fin se entendían mi punto. Eso fue hasta que unas repuestas en específico me voltearon la tortilla.

—Culpa.

—Inseguridad.

—Amor.

—¡Sí, eso es, chicos! —elogió el hombre, emocionado.

Pero para mí esas últimas palabras no eran correctas. Algo más como el odio y la aprensión iban más de la mano.

—Todas sus conceptos son correctos, hasta ese último —dijo dirigiéndose a mí—, te diré por qué: Este cuaderno guarda una importancia muy grande en tu vida. Pueden ser confesiones, declaraciones. Yo supongo que es un diario por la forma y el material, siento que es algo así de íntimo. La persona que sus letras encapsulan, está lejos, seguramente la dejaste en Sochi y la extrañas. Puede ser tu novio, un amigo o amiga muy queridos, o un familiar, un padre, hermanos, bueno, eso es lo de menos. Esta persona ocupa un lugar especial en tu vida, la sientes distante, no encuentras la forma de conciliar ese sentimiento de pérdida y, en un momento de desesperación, quisiste romper ese enlace. Pero la foto alude melancolía, tristeza; la ira está ahí, es evidente que el amor también, pero tú lo que sientes es una pérdida personal. Tienes miedo de haber destruido lo más importante que has tenido. Yo... veo esta imagen y siento empatía, pena; siento el desamor. Y todo es a causa de la ausencia de ese alguien. La fotografía es conceptualmente perfecta, Yulia. Olvida las otras nueve. Este es el camino de tu proyecto. Esto y mejorar la composición.

A pesar de la crítica, salí de la escuela halagada. Durante toda la semana el maestro Kristoff ha sido más que crítico, cruel; hoy comprobé que el hombre tiene dentadura, hasta le brillaba de lo feliz que se veía y me pidió que lo llamara por su nombre, Illya. Vamos avanzando en esto de acoplarse a la nueva escuela.

Ya tengo tema, eso es bueno. Aunque mis compañeros me dijeron que no descuide mi empeño. Debo mejorar mi estilo y estética, cuidar el encuadre y manejar el enfoque a la perfección.

Dos días han pasado desde esa mañana. No he hablado con Lena, no he hablado con Ade, no he hablado con mi mamá, con las únicas personas con las que he tenido ávidas pláticas son las que viven en mi cabeza y no están muy contentas conmigo, es más, están al borde de hacerme la ley del hielo. Me pregunto de dónde lo sacan, pfff.

Escucho un breve golpe en mi ventana, regreso a ver y, nada, la luz gris de la tarde y una ligera sombra del árbol de la calle son lo único que puedo ver.

Lena me escribió ese jueves en la mañana —como lo prometió—, me preguntó cómo estaba, si seguía molesta. Mi silencio le dio la respuesta. En la noche volvió a insistir, pero desde ahí, no lo ha hecho, ni unos puntos suspensivos. Se hartó, lógico.

No sé qué contestarle. El tiempo sigue pasando y se va haciendo más difícil encontrar las palabras que necesito decir. Las voces tienen razón en muchas cosas, pero fue lo que me dijo Illya lo que me hizo pensar en lo que en realidad sentía.

«Tienes miedo de haber destruido lo más importante que has tenido».

Sí.

Es verdad, tengo miedo. Porque no sé en que cuerda caminamos con Lena.

¿Qué somos si ella está pidiéndome perdón por herirme en un aspecto que no me corresponde reclamar y yo la celo como si fuese mía?

Estamos actuando como si fuéramos pareja, no lo somos. Tampoco somos solo amigas, eso quedó claro cuando se despidió de mí en el aeropuerto y esa noche en su casa.

Entonces, ¿qué somos?, ¿cuál es el miedo? Ser amantes es imposible, estamos demasiado lejos. Ser amigas con derechos también, cae en la misma categoría, muy lejos para reclamarlos. Pero somos algo, algo importante, algo que ambas sentimos y tenemos en la punta de la lengua, pero no termina de definirse. Y yo necesito poner los puntos sobre las íes.

También está Ade. Las idiotas que viven en mi cabeza no se equivocan cuando dicen que me gusta. ¿Pero cuánto me gusta? No tanto, puede ser guapa y tener una personalidad que me atrae, pero no es Lena. Yo «casi amo» a Lena... No, no, yo amo a Lena, para que me engaño. Y lo que hice con mi nueva amiga fue un berrinche.

La ventana vuelve a sonar. Un golpe agudo, dos. Regreso a verla y lo escucho nuevamente. Me levanto de mi posición horizontal sobre la cama y me acerco al borde, haciendo la cortina a un lado.

Es Ade, ¿qué hace aquí?

Agita unos sobres y me pide que baje para encontrarla afuera de mi casa, lo cual es necesario porque mamá está en su alcoba y yo no quiero aumentar la tensión entre nosotras trayendo a la chica que de seguro cree que me estoy tirando, porque en su pensar los gays somos bien promiscuos.

Bajo, colocándome el abrigo en las gradas y salgo sin anunciarlo. Mamá me vio bajar, de seguro. Ya se asomará a su ventana para ver qué pasa, si todavía le importo.

—Hey, ¿estás bien? —me pregunta, hace frío, sus palabras dejan un rastro de vapor en el aire.

—Mhmm —contesto asintiendo.

—Mhmm —responde ella incrédula—. ¿Te sientes mal por traicionar a la medio rusa, polaca, germana, mengana?

No respondo nada con mi boca, pero sí con la mirada. «La mitad todo» tiene nombre.

¿Ven? ¿Qué somos? No puedo ponerme así por una simple amiga.

—No es como si te hubiera pedido que seas mi devota esposa, Yulia. Nos besamos, como amigas, pasamos un rato, ya fue.

Tampoco respondo.

—Bien. No quieres hablar. Me lo imaginaba después de las cinco veces que te escribí para vernos, como acordamos, pero esto lo confirma.

—No eres tú...

—«¿Soy yo?» —me interrumpe—. ¿Nos saltamos la relación y ya estamos terminando?

La miro con extrañeza, ella está de lo más divertida.

—Mira, Yulia. No esperaba que nos besemos ese día, pero con la tensión sexual que nos cargamos desde que nos conocimos, iba a suceder tarde o temprano —me explica—, y yo, la verdad, lo prefiero así, al inicio para poder mirar atrás y reírnos cuando nos acordemos.

—Ade, yo no quiero algo contigo, no así. Lo siento, fue un impulso idiota, pero yo quiero a Lena.

—Ternurita —me dice con algo de compasión, sigue sonreída—, yo tampoco quiero algo contigo. Nada más que una amistad, por supuesto, de preferencia sin besos. No porque lo hagas mal —me aclara—, pero porque me agradas y esos juegos siempre terminan pésimo.

—¿Y qué significó lo de la otra tarde para ti?

—¿Qué fue para ti?

—Yo pregunté primero —le recuerdo.

—Jmm —exhala por la nariz, fastidiada—. Okey, aclarémoslo. Significó que teníamos ganas y tiempo; estábamos solas y se dio.

—¿Y ya?

—¿Y para ti? —Vuelve a indagar.

—¿La verdad? —le pregunto, ella asiente—. Cuando te fuiste al baño vi una foto de Lena y... me dieron celos.

—¿Así que fue desquite? —se ríe... con ganas—. No estuvo mal.

—¿Eso es todo lo que dirás?

—¿La verdad? —imita mi pregunta—. Tengo veinte años bordeando a los veintiuno, tú tienes diecisiete. Evidentemente estamos en sitios muy diferentes de nuestras vidas. Quizá si esto nos pasaba en... unos diez años, después de que te graduaras de la universidad y tuvieras un trabajo fijo, al igual que yo, esto podría tener algún futuro. Pero tú y yo acabamos de conocernos, tú estás viviendo esta etapa inocente de colegio, de creer que los romances adolescentes son para siempre, inserta varios finales Disney aquí.

—Tu sarcasmo es exquisito —me quejo. Acaba de declararme estúpida. No pienso que las cosas son como un cuento de hadas, no soy ingenua.

—Estás o no haciendo un drama de algo que ambas disfrutamos. Ya fue, pasó y estuvo bueno. ¿Podemos ser amigas?

Además soy infantil.

—¿Sabes qué? Te lo dejo para que lo pienses bien. Está helando, y ya que no podemos entrar a tu casa porque tu mamá me degüella y me sirve de cena, yo me iré a la mía a tomar un café bien caliente —me dice entregándome los sobres de correspondencia que tiene en la mano—. El cartero no pudo meterlas por la rendija de tu departamento y me las entregó a mí. Te aconsejo que le pongas aceite a los tornillos de la tapa. Seguro se fijaron por el frío.

Me guiña un ojo, me dice adiós y se marcha metiendo las manos en los bolsillos de su cárdigan rojo.

La observo por unos segundos. Bueno, esa charla pasó y ella no tiene líos, ¿por qué me los estoy haciendo yo?

Bajo la mirada a los paquetes en mis manos; la cuenta de la luz, del agua, unos folletos de comida a domicilio, un sobre grande de manila con mi nombre en frente en una letra que se me hace demasiado familiar; el reverso me lo confirma, es de Lena. El sobre es grueso, está inflado, como si contuviera algo delicado. Me pregunto ¿qué es?

Regreso a ver a la acera y Ade se ha ido. La llamaré en la noche y pasaré la página. Ambas queremos lo mismo y tiene razón, para qué hacer más drama.

Subo las escaleras hacia la puerta, levantando instintivamente la mirada a la ventana del cuarto de mi madre. Veo la cortina moverse, si estuvo ahí, ya se fue. Lo cual es medio malo y medio bueno. Sigue enojada, pero al menos sé que le importo.

Entro y dejo todo lo que no me corresponde en la mesita de entrada. Estoy por subir a mi habitación cuando caigo en cuenta de que todavía llevo puesto mi abrigo. Es una rutina a la que todavía no me acostumbro; me lo quito y lo cuelgo —esta vez— en el closet del pasillo. Subo las escaleras a mi cuarto y me encierro, mirando el paquete fijamente. ¿Cómo supo mi dirección exacta? ¿Cuándo mandó esto? Debió tomar días en llegar, aunque tiene un sello de entrega express. Voy por una de mis tijeras a la mesa de noche y lo corto por el filo superior con mucho cuidado.

Podría jurar que roció un poco de su perfume en el interior. Estiro la apertura con mis dedos y percibo su olor. Respiro profundamente, una y otra vez, antes de sacar el contenido. Qué plácido es sentirla tan cerca.

El sobre es uno de esos que tienen las paredes de burbujas para evitar que lo que vaya adentro se rompa. Veo una carta adentro, son varios papeles doblados en tres partes, los saco y descubro algo más, es un disco de vinilo de siete pulgadas. La portada de papel grueso está desgastada, pero en buen estado.

The Who
Lado uno - Baba O'Riley
Lado dos - Behind Blue Eyes

Tiene una nota asegurada con un clip de papel.

«Coloca el lado dos primero y lee la carta».

Sigo sus instrucciones y saco el delicado disco de su bolsa, sosteniéndolo con mi mano enyesada mientras abro con la otra la tapa de mi tocadiscos.

Lo coloco con cuidado y lo enciendo, posando la aguja sobre la primera línea antes de regresar a la cama para desdoblar esas hojas escritas a mano.

Yulia, en estos tiempos hay muy pocos medios que no necesitan una respuesta inmediata y este es uno de ellos. Puedo hablarte sin miedo a una mirada de reproche o de desprecio, a que me cuelgues la llamada o desconectes tu computador. Aunque tampoco tengo la posibilidad de ver tu sonrisa o la atención que le pones a mi relato. Eso es una desventaja, pero al momento es lo único que tengo.

Tú y yo no quisimos definir lo que somos y eso complica las cosas. Mi soltería ya no me permite ser libre, debo pensar en tus sentimientos, y no es una carga, pero sí es confuso. Pensé que lo que hacía era inocente, que era sólo un juego, pero era mucho más que eso para ti, así que pido disculpas, no debí hacerlo y lo siento.

No puedo disculparme lo suficiente, o más; lo cual es una contradicción en sí misma, pero así es la vida. Hice mal, lo lamento, más ahora, a la que le toca decidir si todavía me quiere en su vida, es a ti.

Muy aparte de lo que elijas al final, te debo algo.

¿Recuerdas el día que nos encontramos en el centro comercial y nos topamos en la librería, cuando me preguntaste el significado de mi tatuaje?

Te dije entonces que te lo contaría si es que te ganabas mi confianza y lo has hecho. Así que, aquí va. No es algo fácil de confesar, pero ya que no tengo más que un papel al que enfrentarme, lo diré sin pensarlo mucho, sin miedos.

Mis papás son buenos, nobles y me aman, creo que eso lo sabes. Son muy sobreprotectores y hemos tenido nuestras diferencias, pero dejando las peleas a un lado, ellos son mi apoyo, el tesoro más grande que tengo en la vida.

Pero hay algo que muy poca gente sabe, mis papás no son mis papás, fui adoptada cuando tenía cuatro años. Mi madre biológica murió en Korsakovo, fue asesinada; nunca se capturó a la persona que lo hizo. Después de eso papá y mamá me llevaron a Sochi, me adoptaron y me cambiaron el nombre.

Nací en Korsakovo como Alenka Schneider, llevaba el nombre de mi madre y el apellido de mi padre. Ahora soy Elena Katina.

Ellos, mis padres adoptivos, querían evitarme el trauma de lo que sucedió y me ocultaron la verdad hasta hace unos meses, cuando yo los escuché en una pelea y me puse a averiguar...

Conozco más detalles de lo que realmente pasó de leer su diario. Aún me oculta varias cosas, pero es comprensible. Quién quiere contarle a la persona que le gusta que es hija de un asesino, que ella lo presenció todo. La entiendo.
... Ahora sé quién soy, de donde vengo, pero hubo mucho dolor en mi pasado, fue muy duro encontrarme con esa realidad y seguir.

El tatuaje es una cruz, dos líneas cruzadas para la mayoría de la gente; en mi caso, cuatro caminos.

Las tres líneas superiores son del mismo tamaño, la del medio me representa a mí, en el punto en el que se encuentra con las otras dos horizontales enfrenta un cambio. Una de ellas es mi pasado como yo lo conocía, la otra es lo que en realidad sucedió y finalmente la línea larga que se extiende desde allí hacia abajo es el resto de mi vida, sabiendo exactamente quién soy.

Todos ven una cruz, creen que soy religiosa, que tengo una moral alta, que tengo expectativas de bondad, de generosidad, de querer ser un ejemplo en la Fe.

La verdad es que no creo en Dios, ya no. ¡¿Cómo pudo Él permitirme presenciar el instante en que mi madre moría a manos de mi padre? ¡¿Cómo puede ser Él un padre misericordioso?! ¡Yo tenía cuatro años, mi hermana dormía en la habitación de arriba y él, mi padre, se drogaba en la mesa de la sala con mi madre muerta en frente, con su sangre manchando la alfombra, conmigo llamando a la policía, escondida en el jardín! Dios no existe, no para mí.

¡Wow, lo dijo, me lo contó todo!

Mi moral es ambigua. Yo no tengo derecho a ser el modelo a seguir de nadie. No soy bondadosa, soy muy egoísta y esa es la razón por la cual no he querido nada con nadie, por la que he preferido mantener mi soltería y tener relaciones pasajeras, sin darle una verdadera importancia.

Pero ahí está el problema en el que me encuentro ahora, mis acciones son inconsecuentes. Comencé a sentir cosas muy profundas por Marina, después por ti, no por Leo; le quiero, como amigo está bien y como amante tuvo lo suyo. No quiero nada más con él.

Te confesaré algo más, y esto será lo último que oirás de mí a menos que tú quieras continuar lo que sea que tenemos.

Siento miedo, mucho miedo. Alenka no era tonta, no era desalmada, según mis padres ella era una mujer excepcional, inteligente, cariñosa, entregada. Pero eligió a personas equivocadas para ser los padres de sus hijas. Katia y yo no compartimos padre. El suyo la dejó abandonada en medio embarazo, el mío la terminó matandola. Dime si no debería darme miedo que la persona que yo escoja termine con mi vida también. Es idiota, lo sé. Tú, por ejemplo, no lo harías, ¿verdad? No tomarías un arma y me dispararías en la sien... Y entonces lo pienso y deja de ser una idea idiota. Yo no lo sé, no estoy segura y eso me mata.

Me siento bien contigo, segura. Pero mamá lo hizo en algún punto con mi padre y mira como acabaron las cosas.

Tengo mucho miedo y aunque contigo quiero cambiar, es duro. No quiero sentirme así, no quiero pensar que no te conozco, que hay una parte de ti que podría hacerme tanto daño, pero es difícil.

Me he refugiado en los brazos de muchos para no concentrarme en el pánico que siento de vivir el mismo destino que Alenka.

En fin. Te lo he contado todo... creo. Ahora está en tus manos.

El disco es una copia antigua original que compré antes de trabajar en la tienda. Behind Blue Eyes es una de mis canciones favoritas y Baba O'Riley me recuerda mucho a ti. Este vinilo es uno de esos tesoros de los cuales jamás te quieres despegar. Quizá por eso se me hizo el regalo perfecto. Si algo sé es que tú sabrás darle un buen hogar. Ahora es tuyo, cuídalo, escúchalo y quizá, si no te es muy molesto, piensa en mí.

Te... quiero.

Lena.

La carta termina un rato después que la canción lo hiciera. Ahora entiendo por qué no me lo explicó ese día en la librería. El significado tiene demasiado bagaje para una simple explicación.

Lo deja todo en mis manos.

Nada en la vida es como en los cuentos de hadas y a la vez sí. Toda princesa sufre mucho en una parte de la historia y en algún punto pasa el obstáculo, se encuentra con el amor y vive feliz por siempre. Esa es tal vez la parte que no cuadra nunca con la realidad, una persona nunca es feliz eternamente, pero lo demás, encaja, hasta la parte del amor.

Estoy siendo inmadura con mi comportamiento. Me quejo de que mamá no me habla y le estoy haciendo lo mismo a Lena. Me pregunto de donde lo saco, pfff.

Le llamaré.

******
—Lena... ¿vas a decir algo?

La escucho suspirar, debe estar pensando qué responderme o intentando descubrir cómo se siente. Eso podría ser bueno, no es que yo al verla lo pensé demasiado, actué, y gracias a ello estamos pasando por esta incómoda llamada.

—Yo... entiendo y... estabas en todo tu derecho.

—¿No te vas a enojar? —le pregunto, porque me extraña que esa sea toda su contestación.

—No...

—Lena...

—¿Quieres que me enoje? —me responde, casi de forma desinteresada.

No necesariamente quiero que se enoje, pero no puede ser todo tan fácil, ¿no? Por su sequedad al hablar destaco que sí está molesta. ¿Por qué no me lo dice y ya?

—Yo estaría enojada —le comento.

—Lo sé, ¿pero qué gano con eso? Nada. Mejor... hablemos de otra cosa.

Y así se termina la charla que empezó con mi confesión, con un: hablemos del clima o algo.

—¿Cómo va la escuela? —le pregunto, esperando que la escuela nos dé de qué hablar, no tengo mucho interés por los chicos o el resto de maestros.

—Normal —me dice sin más. No hubo material. Le escribiré al viejo para exigirle que haga algo con sus clases y nos de un tema de conversación, por lo menos hasta que recuperemos la normalidad porque esto se siente fúnebre.

—¿No quieres mejor hablar mañana? —le sugiero.

—No —me contesta queriendo sonar convencida, pero algo en su tono triste me dice que no lo está— ¿Cómo te está yendo en la nueva escuela?

—Mejor. Illya, mi maestro de fotografía, ya me asignó tema.

—Que bueno.

—Mhmm... —le confirmo, sin hablar. Así no vamos a llegar a ningún lado y agradezco el esfuerzo, pero odio esto, detesto el silencio entre nuestras insignificantes preguntas y respuestas.

—Emm... ¿Yulia? Mi mamá me está llamando, vamos a ir a comprar las cosas para la cena de cumpleaños de papá.

—Okey... ¿Te vas ahora mismo?

—Sí, ¿hablamos en la noche?

—Seguro.

Nos despedimos y colgamos. No quiero asumir que me está mintiendo para cortar la llamada —aunque sería lo más normal—, pero agradezco que se terminara.

¿Cómo maneja la gente estos problemas? No puedo ni imaginarme lo difícil que debe ser para alguien que mete los cuernos hasta el fondo, confesarse con su ser querido —peor, que tuvo un hijo de esa relación—, como lo hizo en su tiempo papá con su esposa, como lo hizo ese día en el hospital con Anatoli.

Tengo un malestar en medio del pecho que no me deja estar tranquila. Hubiera preferido que se enojara, que me gritara, que llorara, algo...

Me sobresalto al escuchar una llamada entrando a mi celular. El volumen del teléfono estaba demasiado alto.

—Hola, Nast —contesto notando decaimiento en mi voz, estoy igual de triste que Lena.

—No, tú también.

—¿Qué?

—Acabo de colgar con Lena, no quiso hablar, dijo que estaba de salida, pero estaba llorando, estoy segura. Cuando le pregunté qué sucedía me dijo que tenía gripe, pero yo hablé con ella ayer y no tenía gripe y, nada, estaba llorando y tú estás mal, nunca me contestas así. ¿Qué pasó?

Nastya y su don de percibir cosas. Si no le cuento, no parará con su insistencia. Es más, si me llamó pensando que Lena había llorado, era para reclamarme y averiguar qué le hice.

—Besé a alguien... Ella también. —Completo, que ni me culpe solo a mí.

—Lo de Lena lo sabía porque la vi etiquetada en Facebook, ya imaginaba que tú no lo ibas a tomar muy bien.

Nast, percepción; qué más se puede decir. No hace falta que nadie le cuente nada.

—Ya me disculpé —le comento.

—¿Y qué decidieron?

—¿De qué?

—De su relación —me dice como si fuese más que evidente—. ¿Ya son novias o van a ser solo amigas?

—No hemos conversado al respecto.

—Ajá, ¿y qué quieres hacer tú?

¿Qué quiero hacer yo? Ni idea. Todo es distinto desde que jugamos a la casita, pero nada ha cambiado con respecto a la distancia que ahora tenemos y la improbabilidad de tener éxito en una relación. Yo viajé a Moscú no solo para terminar la escuela, sino para seguir hasta la universidad, eso tomará por lo menos cinco años de mi vida. Lena siempre ha tenido muy presente la posibilidad de dedicarse al canto. Y cinco años es muchísimo tiempo. Yo, así de lejos, y partiendo desde lo que acaba de suceder, no nos doy ni seis meses juntas. Terminaremos odiándonos.

—¿No lo sé, Nastya?

La escucho a lo lejos decirme que ya estamos metidas en esto, que quizá lo mejor será continuar por ese camino. Jamás llegaremos a ser amigas sin aclarar lo que sentimos, sin perseguirlo. Mas insistir en eso significará sacrificio, paciencia, confianza y si no creo tenerla debería tratar de alejarme hasta que ambas podamos acercarnos con otra perspectiva.

No quiero alejarme de Lena, pero debo admitir que lo que Nastya dice tiene mucho sentido. Y entonces la pregunta es: ¿seremos novias o nada? El término amigas no aplica y, como estamos llevando nuestra inexistente relación, todo va de mal en peor.

Me recuesto de espaldas en la madera fría de mi alcoba después de colgar con mi mejor amiga y escuchar todos sus consejos. Parecen ser pocos minutos los que pasan, pero la repentina oscuridad que baña las paredes me dice que han sido horas. Ya es de noche, Lena no ha llamado. ¿Debería llamarla yo o esperar?

"Llámala".

¿Y qué le digo?

"¿Cómo le fue en el supermercado?"

"No la llames, debe estar ocupada. Déjala venir a ti".

El techo parpadea con una luz que solo podría venir de mi teléfono, recuerdo que lo dejé en la cama y me levanto para tomarlo en manos.

«Ya estoy en casa. ¿Me llamas?», me escribe Lena en un mensaje.

Bien, aquí vamos.

—Hola, ¿cómo te fue?

—Bien en las compras, mal en... mi cabeza. —Sigue triste, yo no he mejorado tampoco. Esta conversación será horrible sin importar qué se decida.—. Pensé mucho sobre qué deberíamos hacer y... creo que... lo mejor sería que nos demos unos días.

Trago con dificultad, ahondando el desasosiego que siento. No importa en realidad qué es lo que yo quiera en este punto. En las relaciones —sean amistades, enemistades o romances—, al inicio, hay un mutuo acuerdo; al final, tan solo uno hace falta para definirlo y ella lo acaba de hacer.

—Okey... —respondo con la voz entrecortada. No lo planee para darle pena, mi tristeza se apoderó de mi hablar.

—Yo... me contactaré contigo, ¿te parece? —dice, poniendo las condiciones de nuestro futuro contacto sobre la mesa.

—Mhmm.

¿Qué más le puedo decir?, poner una protesta no cambiará su decisión.

—Bien, entonces... estamos hablando.

—Hablamos —le contesto.

—Adiós —la escucho antes de oír el tono intermitente del auricular.

Se acabó.

¿Tengo derecho a arrepentirme de haberle confesado lo del beso? Me siento emocionalmente partida en dos. En lo que respecta a Lena solo me queda esperar. Pueden ser días, semanas, quizá no vuelva a hacerlo.

—¿Hija? —Escucho a mamá decir detrás de la puerta, después de más de una semana de no pronunciar palabra—. ¿Estás bien?

Nada parece traspasar mi consciente. Me doy cuenta de que mis mejillas están húmedas y mi pecho impaciente por mis rápidas respiraciones; mi voz cortada se debe a mi llanto. No sé por cuánto tiempo he estado llorando, pero mamá debió haberme escuchado.

No le contesto a mi madre, porque ¿qué respuesta tendrá conmigo cuando le cuente que es por Lena por quién estoy así, que la que lo arruinó fui yo por besarme con otra chica a la que de igual manera desprecia? Antes, cuando estaba con Aleksey y teníamos nuestras peleas, podía ir con ella. Mamá trataba de consolarme, de aconsejarme. No tiene punto hablarle ahora, no tendrá palabras de alivio para mí. Y sin Lena, sin Nastya, estoy prácticamente sola.

"Háblale a Ade".

"¿Quieres que haya más problemas?"

"Ella es nuestra amiga, sólo háblale. No estamos solas".

—Si quieres bajar, la cena está lista —me comunica mamá con un par de golpes más en la madera de la puerta.

Hoy no quiero hablar con nadie, pero al menos cenar con compañía suena medianamente bien.

******

La ausencia evoca la falta de presencia; el alejamiento, la separación. Illya dijo que mis últimas imágenes le hablan mucho de mí. La elección de lugares sigue sugiriendo la aflicción que cargo; llaman a la melancolía, de cierta forma a la lastima —no de mala manera, más a la empatía que otra cosa—, y que le mueve mucho como estoy manejando el tema.

Yo solo siento tristeza al tomarlas. Fui a un parque hace tres días, me senté sola en una banca para dos y me puse a observar el asiento vacío. Me sentí sola, inconforme de estarlo, todavía abatida por esa llamada. Le saqué una foto con una parte de mi pierna y mi bota dentro del cuadro, enfocando las vetas de pintura de ese lugar desocupado. Me hacía falta alguien allí. Nunca he sido de muchos amigos, pero nunca he estado realmente sola. Quise tener a alguien para disfrutar el desolado el paisaje, reír, hasta disfrutar el silencio, escuchar la brisa, la lluvia pegar el asfalto, oler el frío.

Pasé por la cafetería al día siguiente, me resistí a entrar. Había un festival de parejas por el aniversario número cincuenta de los dueños y a mí, me hacía falta una. Tomé la foto de la entrada, del cartel con el anuncio de dos por uno y me percaté de la presencia de un hombre mayor —vestido con un abrigo color café y una boina—, saliendo con dos tazas en mano.

Volví a disparar, una y otra vez, capturando la secuencia de sus acciones. Con enojo dejaba una de ellas sobre el buzón de correo de la esquina, viéndola con ira dijo algo que no escuché —un insulto quizá, una queja— y cruzó la calle. Casi llegando a la otra acera regreso a verla, su gesto era uno de tristeza, se tomo dos segundos para despedirse en silencio, bajó la mirada y siguió, sin beber el café que tenía en la mano.

Esa selección de siete imágenes le gustó a mi maestro. Mencionó que cada una es precisa para entender al hombre, una sola no causa el mismo efecto. Y es que la ausencia no es un solo momento, son todos, todo el tiempo.

Entro a la ducha y siento su falta por mi espalda. Fueron pocas las veces las que Lena y yo nos bañamos juntas, aun así, extraño no tener su calor, su suavidad, sus manos ayudándome a lavar mi cabello, su risa al ver su piel casi transparente. Extraño que nos envolviera a ambas con la misma toalla, abrazándome fuerte mientras me daba un beso y después nos secaba. Extraño ese sentimiento de intimidad.

En las noches me abrazo de la almohada como la abrazaba a ella. Más ese bulto de plumas no guarda su olor, es frío, no respira, no gime cuando me muevo, no se da la vuelta para desearme buenos días. Es una almohada nada más. Debería tomar una foto de eso.

Al fin terminé de reconstruir su diario. La portada estaba rota, zafada del resto de hojas, grupos de estas descolocados de la espina del cuaderno. Me conseguí un pedazo de malla quirúrgica y lo pegué con goma blanca, uniendo todas las partes. Debí esperar dos días a que terminara de secarse para verificar que todo estaba en orden. Doblé una cartulina en dos y arreglé la pasta pegándola de ambos lados, la dejé secar por un día más. Si no fuese porque al lanzar el diario, muchas de las hojas se arrugaron, no se notaría que quedó en tan mal estado.

Más aun, con él en manos, no me atreví a leerlo. De repente sentí culpa de tenerlo, extrañaba a Lena, a su voz interna en esas letras, pero me faltaba valor para continuarlo. Lo dejé varios días en el cajón de mi velador, lo visito cada noche antes de dormir, lo miro, acaricio su tapa de cuero y lo vuelvo a guardar.

Me acerco al calendario que tengo colgado en la pared. Un regalo de mi maestro de fotografía, lo hizo él con unos colegas para recaudar fondos para una fundación —Illya es bien hipster tirando a new age, filántropo y hippie—; marco con una equis un día más de no hablar con Lena, ya son diecinueve.

Fijo mi atención unas casillas más a la izquierda y me percato de que en cinco días más viajaremos con mamá a Sochi para pasar la navidad con mi hermano Misha. Nos quedaremos en un hotel cerca de la playa, aunque lo más probable es que yo no pase ahí, que me fugue a mi auto que está encargado en la casa de mi ex-padrastro y pase las noches ahí. En estas vacaciones me reuniré con un posible comprador, si cierro el trato pronto, contrataré mi propia habitación... al otro lado de la ciudad de ser posible. Las cosas con mamá no van bien.

Pensándolo a fondo, quizá se han puesto peor. Ahora me habla, pero se la pasa discutiendo cosas que no quiero escuchar, que si mis «decisiones» afectarán mi carrera, que la dejarán en ridículo con sus nuevos conocidos, que no me doy cuenta de que me estoy metiendo yo misma en una situación enfermiza.

Hoy en la mañana, antes de salir a la escuela, me preguntó si pensaba visitar a Lena cuando viajemos. Le contesté un: seguramente. Todavía no sabe qué pasó entre nosotras, yo no le mencioné una palabra. Ella cree que lloraba esa noche porque la extrañaba a ella, y lo hacía, pero no lloraba por que me había excluído de su vida. Dios, el ego es una cosa seria, una persona puede estar pensando en una montaña de un kilo de papas fritas cuando dice un te amo, pero siempre habrán los que crean que se les habla a ellos. En fin, sus palabras fueron muy claras cuando escuchó el pito del auto de Ade que pasaba a recogerme para darme un aventón a la escuela.

—Si no le dices a tu amiguita que deje de acosarte, yo misma le pondré un alto. No es bienvenida en esta casa —me dijo como si Ade pusiera sus nalgas en mis ojos cada vez que viene a verme, nunca ha puesto un pie aquí.

—Déjala en paz, es mi amiga —le contesté sin mucho interés.

—¡Por favor, te mira como si fueses el bocadillo de la tarde! No tengo duda alguna de que se han besado y han hecho más cosas. ¡Por Dios, no quiero ni pensarlo, me da... asco ver como te estás desviando de esta forma!

—Dime mamá, ¿también te la pasabas imaginando que tenía sexo cuando estaba con Aleksey? ¿En qué posición me preferías, en cuatro?

¡Plaf!

Sí, la cachetada no demoró en llegar, pero al diablo, no ha sido la única en estos días, ni será la última, me imagino. Le siguió de mi parte uno de los suspiros que estoy a punto de patentar; uno de frustración, ira, impotencia y exasperación. Recogí mis cosas y salí azotando la puerta, una vez más.

—¿Y ahora qué pasó? —me preguntó Ade, después de subir a su auto. Cuando le conté, se mató de la risa y me dijo:

—Yo no quisiera imaginarte en cuatro con un chico, pero sí cabalgándolo. Quién sabe por qué, pero debe ser... hmmm, algo como delicioso.

—¿Te preguntas como se siente el sexo hetero?

—Nunca lo he tenido, por supuesto que tengo curiosidad. Debe ser genial tener un pene. ¿Te imaginas? ¡Un pene para hacer muchas cosas!

Su emoción me volvió a cambiar de genio a uno más pasable, le agradezco al menos eso. Su apoyo ha sido de mucha ayuda, de lo contrario ya me habría lanzado de un alto edificio.

Regreso a la cama y abro el cajón de la mesa de noche. Saco el diario. lo miro, lo acerco a mi pecho y tomo un hondo respiro.

Es lo único que he tenido de Lena en lo que se siente como una eternidad. ¿Mencioné que no ha posteado nada en sus redes sociales? Nada de Twitter, nada de Facebook, nada de nada, o quizá me bloqueó... ¡Mierda!

Quisiera llamarle, sé que debe estar triste porque Leo viajaba a Brazil estos días, no sé cuando. Vi unas fotos en el perfil de Anatoli hace un par de días, todavía estaba aquí.

Alejo el cuaderno y lo vuelvo a guardar. Mañana le daré otra oportunidad, además de pensar en una estrategia para llegar a su casa con cincuenta orquídeas violetas en mano y jugármela.

Tan solo espero que quiera recibirme. Por lo tanto, sera hasta mañana. Guardo el diario y apago la luz.


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