Capítulo 54: Punto medio

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La vida y las relaciones todavía son un misterio para mí, así como las personas en general. No creo tampoco que debería ser una experta a los diecisiete años, es más, estoy segura de que mis decepciones en ambos aspectos están apenas comenzando. Como por ejemplo esta noche, Lena entró a la casa y dio un giro de 180 grados. Se sonrió, conversó hizo un par de bromas con Aleksey, animó a Nastya; volvió a ser la Lena Katina que todos conocemos, pero ¿la que me acompañó todo el día, dónde se quedó?

Mi novia no suele ser malhumorada y si lo está no es por mucho tiempo, entonces me queda esa duda que me ronda desde que nos sentamos a la mesa: ¿Quién es?

Yo creo conocerla, pero ¿lo hago?

Mamá pensaba conocer a Román y ahí está el idiota, feriándose todo su dinero y casi matando a su hija. Alenka creía conocer al papá de Lena y, he ahí, dos metros bajo tierra... ¿o son tres? Como sea, ¿quién nos asegura que de verdad conocemos a las personas con las que tratamos todos los días, a las que les damos el poder de ser algo en nuestras vidas, con las que compartimos una comida, un rato, una cama?, ¿quién?

—Chicos, gracias por la compañía. Iremos a descansar —dijo Yuri, el papá de Nastya despidiéndose junto a su esposa Inna.

—Yo creo que deberíamos todos ir a dormir, ya es tarde —sugirió Vova e hicimos lo mismo, subimos a las habitaciones designadas.

Los chicos compartirían el cuarto de huéspedes y nosotras dormiríamos con Nastya. Inna y Yuri no pusieron objeción en que las novias duerman juntas, no sé si se dieron cuenta de que Lena y yo somos pareja, si casi toda la noche nos comportamos como perfectas extrañas que preferían evitarse, nada muy alejado de lo que solía ser nuestra relación al principio.

—Las dejaré solas —nos informó Nastya cuando llegamos a su alcoba—, iré a dormir con papá y mamá.

—Nast, no hace falta. Si te sientes incómoda, yo puedo dormir en el sofá de la sala —propuse como alternativa y por primera vez en la noche Lena me miró con preocupación.

—No es eso, Yul. Mamá y papá están muy tristes, al igual que yo. Quiero pasar unos días con ellos, con mamá sobretodo, abrazarla. Ella está tan destruída.

—Entiendo.

—Creo que nos hacemos falta, eso es todo —nos explicó. Lena se excusó para ir a cambiarse al baño y Nastya aprovechó para darme un pequeño sermón.

—Discúlpate —me susurró.

—Yo no le hice nada, Nastya.

—¿Eso importa?

—¿Cómo que si importa? Claro que importa, ella fue la que se comportó como una chiquilina todo el día.

—Ella necesita escuchar...

—¿Mis disculpas? No...

—Escuchar que la quieres —me aclaró, dejándome con la queja atorada en la punta de la lengua—. Algo le pasa, aunque no me contó qué, pero si te cela tanto es porque se siente insegura, si es así es porque algo le hace sentir que no te merece, y si no lo hace, entonces todas esas personas que se te acercan podrían quitarte de su lado —concluyó—. Piénsalo, Yulia. Te necesita. Solo discúlpate. No vas a ganar puntos extra por tener la razón esta vez.

Como la gran mayoría de las veces, mi mejor amiga, estaba en lo correcto. Algo le está sucediendo a Lena y lo que es peor es que no confía en mí para decírmelo, más grave aun, si no comienza a hacerlo voy a pensar que estoy en una relación con una perfecta desconocida con la que preferiré terminar.

—Quizá esta es la única forma que encuentra para llamar tu atención —continuó—, pregúntale, involúcrate.

—Okey —le respondí, botando el aire contenido en mis pulmones y nos despedimos con una sonrisa que no llegaba ni a eso. Nastya está triste; Leonid murió, sus amigas están peleadas, Leonid murió.

Me cambié rápido de ropa y me acosté. Esperaría a Lena para hablar y obligarla a confesarse. Abrí la aplicación de libros en mi celular mientras ella salía, pero no tengo idea cuando sucedió, ahora abro los ojos y todo está apagado, no se escucha más que silencio y el otro lado de la cama está vacío.

¿Vino a dormir?

Trato de ver si por debajo de la puerta del baño sale alguna luz que me diga si está ahí todavía o si se levantó hace poco, pero no, todo está apagado. Me enderezo apoyada en los codos mientras mi vista se va aclarando y puedo divisar la habitación entera. Lena no está aquí, ni sentada en el sofá a un lado de la ventana, ni sentada en el piso, ni acostada a mi lado, ni en el baño.

¿Dónde diablos está?

Me levanto con la pesadez del caso, mi cuerpo siente frío apenas abandono las cobijas; tomo una poniéndola como capa sobre mi espalda y me acerco hasta la puerta, mas todo está oscuro en el pasillo también, no hay señales de vida. Regreso a la alcoba y voy como instinto a la ventana, corro la cortina y veo afuera. El jardín brilla con una luminiscencia entre blanca y azul proveniente de la luna. Caigo en cuanta de que las olas del lago suenan en el ir y venir y que el cielo está completamente despejado, hay muchísimas estrellas.

Bajo mi vista buscándola, ¿por qué, llamémoslo un sexto sentido. Lena es de esas chicas que disfrutan de una noche así, de las que esperan a que una estrella fugaz cruce el cielo quemándose en la atmósfera mientras ella pide un deseo; al menos esa es la Lena que yo creo conocer.

Por fin, la diviso allí. Ese bulto que de principio pensé que era una gran roca es Lena. Está ahí abajo —como lo imaginé—, sentada en el césped que debe estar tan helado como el viento y sin chaqueta.

Hago de mi celular una linterna y antes de salir de la habitación tomo otra cobija. Me encamino por el pasillo y bajo hasta la planta baja tratando de no hacer ruido. En mi caminar suenan varias maderas viejas que me delatan, pero no lo suficiente para que alguien se despierte.

La puerta de vidrio que da al jardín está abierta apenas un centímetro, la corro por completo y la vuelvo a dejar como la encontré después de salir.

Olvidé sacar zapatos, genial.

El césped está de verdad helado, casi mojado, pero me niego a volver solo por ese diminuto detalle. Me armo de valor y sigo caminando hasta alcanzarla. El aire es tan frío que lastima al respirar.

¿Desde qué hora está aquí? Va a enfermarse.

Ahora, ¿cómo la encaro sin asustarla?

¡Ya sé! Carraspeo, la señal universal de que alguien está a tus espaldas.

—Jmm, jmm, jmm.

Lena no voltea, pero la escucho bufar una sonrisa.

—Deberías estar durmiendo —me dice en un tono bastante normal y amable. No me mira, el agua tiene su completa atención.

—Tú también deberías estar haciendo lo mismo, en la misma cama.

—No tenía sueño.

—Ni frío, por lo que veo.

Estiro la manta a lo largo y la cubro por la espalda, reposándola en sus hombros, casi se me cae la mía por agacharme. La junto en mi cuello con mi mano y me siento a su lado hecha un ovillo.

—Gracias —menciona manteniendo una pequeña sonrisa.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto.

—Pienso.

—¿En qué?

—Vas a pensar que es estúpido —me dice ocultándome una cosa más.

—Dímelo de todas formas.

—Está bien, pero no te rías ¿okey?

—Okey.

—¿Te has preguntado, por qué el agua no se cae? —me cuestiona con gran seriedad.

—¡¿Hmm?!

¿De qué está hablando? ¿Se cae a dónde?

—No entiendo la pregunta.

—Ya sabes, ¿por qué el agua no sale disparada al cielo y se cae del mundo hacia el universo?

—Emm, ¿por la gravedad?

Sus cejas se alzan esperando otra respuesta, pero no se la doy, porque es la pregunta más inútil del mundo.

—Eres tan básica —me dice y vuelve su vista al lago, ese lago lleno de agua que no se cae.

—Básica no, lo que soy es realista. La ciencia confirma la existencia de la gravedad, eso me explica por qué no se «cae» el agua. No voy a preguntarme algo que conozco con certeza.

—Aj, deja la ciencia a un lado. ¿No te preguntas el porqué de todos modos?

—No, la gravedad existe...

—Básica, lo dije.

—¡Qué no...!

El tono, mi tono. Estoy iniciando una pelea y esto debe tener un trasfondo, porque Lena no haría una pregunta tan estúpida de la nada.

—Okey, dime el porqué. —Termino cediendo, a ver por donde va esta línea de pensamiento.

—No sé por qué, pero ¿no crees que hay cosas que son tan extremadamente pesadas que deberían caerse, como el océano completo, debe pesar una cantidad que no podemos ni imaginar, ¿por qué no se cae?

El océano. ¿Qué es el océano para Lena?, ¿qué significa?, ¿a quién representa?

—¿Y tienes una teoría de por qué no lo hace?

—¿Has visto como funcionan las olas?

—Ajam.

—Comienzan a crecer y toman fuerza pero terminan clavándose en las orillas, como la garra de alguien al filo de un abismo, sube con fuerza y clava las uñas para no caer.

—Ajá, o sea que el océano tiene vida y piensa, también siente y no quiere separarse del mundo.

—Algo así.

¿Es ella el océano? Dios, esto es difícil.

—Debes estar muerta de frío —le digo viéndola casi como si estuviese tomando el sol en pleno verano. La que ya no aguanta la helada soy yo—. Vamos al cuarto.

—Estás temblando —me dice quitándose la manta que le puse. Se levanta, la estira sobre el césped y me da la mano para ayudarme a ponerme de pie —Siéntate aquí.

Hago lo que me pide, con el extremo inferior de la tela cubre mis pies desnudos y después regresa para acomodarse a mis espaldas, a horcajadas de mi cuerpo. Se apega lo que más puede y me quita mi manta,
cubriéndonos a ambas con ella.

—¿Mejor?

—Mucho mejor —le contesto, esto se siente bien, acogedor.

—Me porté muy mal hoy contigo.

—No realmente conmigo, a mí solo me ignoraste.

—Pero con la azafata y con Aleksey, sí.

—Sí, lo hiciste.

—Lo lamento.

—No es a mí a quien debes pedir disculpas. —Me retracto de lo que le mencioné antes a Nastya. No me las debe a mí.

—De igual forma, lo siento.

—¿Puedo saber qué pasó?

No me contesta, pero se abraza más fuerte y esconde su cara en mi cuello.

—¿Por qué no confías en mí?

La escucho exhalar a mis espaldas, no suelta su agarre, pero tampoco me dice lo que la aqueja.

—Cuando callas...

—¿Estoy como ausente?

—Boba —me río, entiendo la referencia—. No, no es... eso precisamente.

—Te decepciono —asegura, equivocándose.

—No —suspiro con pesar, porque no quiero decir lo que tengo atorado en la garganta. No quiero lastimarla—... Te alejas de mí, te vas y no puedo alcanzarte —digo tomando más fuerza—, cuando callas... siento que no te conozco.

No me responde mientras juega con su quijada en mi nuca, acariciándome.

—Creo que ni yo misma me conozco... —menciona finalmente—. Yo no soy esta chica, la celosa por una mujer que admira la belleza de su novia, yo no soy la que protesta con el ex que ya nunca podrá tener una oportunidad con ella porque ya no juega para ese equipo; no lo soy.

—Lo fuiste hoy.

—Lo sé, ¿y entonces quién soy?

Es el océano, tratando de aferrarse a la vida que conoce.

—Era muy linda —añade de la nada, se refiere a la azafata.

—No era mi tipo.

—¿Guapa, con una gran personalidad, una linda sonrisa y unos ojos verdes preciosos, no es tu tipo?

—¿Qué te hace pensar que me gustan las rubias?

—Que esta estaba muy linda, ¿por qué no te gustaría?

—Lena, quizá a la que le gustó la azafata fue a ti. Estás transfiriendo las emociones al lado equivocado.

—No me gustó, nada de ella. De hecho, odié que, al acercarme a pedir un vaso con agua cinco minutos después de entrar al avión, la escuché decirle a su compañera que te sacaría el número de teléfono y te invitaría a salir.

—Interesante.

—¿Qué lo es? —me pregunta.

—Que des por hecho que porque ella quería algo conmigo, yo querría algo con ella.

Imagino que piensa su respuesta en el silencio.

—Touché, fue así.

—Yo estoy contigo y sí, me pidió mi número mientras estabas en la cola del baño—le comunico—, le respondí que la única que puede darle mi número telefónico era mi novia y tendría que esperar a que regreses.

Ríe, al menos le causó gracia por unos segundos.

—Soy la peor novia del mundo —se lamenta

—Solo tuviste un mal día.

—No, lo soy. Un día va a llegar alguien que te aleje de mí, y yo tendré que hacerme a un lado, porque te quiero y quiero que seas feliz.

—Tú me haces feliz.

—No.

—¿Quieres dejar de contradecirme? ¿Tú no sabes lo que siento?

—¿Cómo puedo hacerte feliz. Ni siquiera puedo hacerme feliz a mí misma? No sé ni quién soy. Tú te mereces más.

Su negatividad me agobia; quiero pensar que son las hormonas, pero hay algo más. Esto viene desde hace días, escalando un peldaño más hasta hoy, cuando todo explotó.

—Yo merezco que me cuentes qué te tiene así, es lo único que merezco y te he esperado con paciencia, porque no quiero ser la novia que está encima de su pareja día y noche, pero esto es grave. Estás tan insegura, tan explosiva, tan rara; tú no eres así y ya estás pensando idioteces como que yo merezco más que ti. Dime qué te pasa, porque la que comienza a llenarse de dudas soy yo.

—¿Por qué no me has preguntado nada de lo que leíste en el diario?

¿Es sobre eso?

—¿Quieres que lo haga?

—Te di la oportunidad de hacerlo en San Valentín, pero no la aprovechaste.

—Supongo que no tengo preguntas.

—Por supuesto que las tienes. Te enteraste de mucho al leerme. Conoces mis pensamientos a un nivel en el que nunca nadie ha estado ni estará. Sabes que tengo un hermano del que Katia y yo nunca hablamos, leíste sobre mis recuerdos, mis pesadillas, mi relación con mis abuelos, mis dudas sobre quiénes eran mis padres...

—Son cosas que tú debes compartir conmigo.

—Ya lo hice, escribiéndolo.

—No, no es lo mismo. Yo te leí y sí, lo continué cuando me enteré que era tuyo, pero no lo hice por morbo. Te conocí, como dices, a un nivel que me hizo...

Me interrumpo porque no quiero que esto suene mal, también fue mi relación con ella, lo que hacíamos juntas, no solo el diario lo que me enamoró.

—¿Que te hizo qué?

No diré que no es importante o que no es nada, porque es gran cosa.

—Me hizo verte de una forma más real, más humana. —Eso, no lo arruino, que no dude que es ella quién me trae loca, no su diario—. ¿Por qué esperas a que yo te pregunte?, ¿por qué no me lo dices y ya?

Prefiere no contestar. Yo la espero, tengo que hacerlo, sé que esto no es fácil para ella, sin temas difíciles de procesar.

Soy paciente, soy paciente, soy muy paciente, me repito mientras me concentro en las olas del lago que no se cae, en su sonido porque no puedo ver más que una masa negra enorme en frente.

—Svetlana me está ayudando a investigar a mis padres —me dice tras un largo rato de solo abrazarnos—. Quiero saber quién soy, de donde vengo.

—Eres Lena.

—Lena es la hija que Sergey e Inessa tienen, la chica idealizada, la buena estudiante, la amable, la comprensiva, la que no se pondría de novia con la ex del que un día fue su mejor amigo, la que no haría un berrinche por sus inseguridades.

—Todavía eres gran parte de esa Lena y no creo que seas la idealización de nadie, bebé —le aseguro sin creer convencerla.

—¿Yulia?

—Dime.

—Descríbeme —me pide—, como me ves, qué te gusta de mí.

No es difícil pensar en palabras que dibujen la mujer que vive en mis ojos, pero ella necesita más que eso.

—¿Alguna vez has probado el helado de limón, coco, vainilla y manjar?

—Mmmmnoo —me contesta dudando mi intensión.

—Tú eres ese helado.

—Mhmm.

—No, de verdad, lo eres, Len. Te lo explico.

Por debajo de la manta la tomo de las manos y entrelazo nuestros dedos, obligándola a apretarme más.

—La primera vez que te vi como algo más que la chica sabionda y perfecta, la estrellita de la escuela, fue el día que fuimos a vengarnos de Aleksey. No es que no te haya notado antes de eso, definitivamente el tatuaje me desconcertó, pero ese día, fuiste como el limón, ácido. Digo, tienes esa actitud de: «si va a doler, que arda», y eso me gusta, me encanta. Leyéndote descubrí muchas facetas, cosas locas, como que te encantan los hombres grandes...

Eso sonó horrible.

—No que yo sepa que Leo es... ya sabes, grande —le aclaro—, pero bueno... tampoco quiero saber. En fin.

Se ríe.

—No era taaan grande —me confirma.

—¿No?

—No taaanto.

Ew, acabo de imaginarlo con un pickle y este creció al tamaño de un pepinillo mediano, lo que lo hace demasiado grande para mí.

—Okey, no más. No quiero saber —digo deteniendo los pensamientos que se comenzaban a graficar escenas más específicas—. Tú también eres como el helado de coco porque tienes muchas texturas, me gusta saber de cada una, tu amor a los tatuajes, a los vinilos, a escribir, con cosas que yo amo, eso nos une, pero también está tu versatilidad en la psicología, en la música, en la vida misma, eres como el helado de coco, lleno de pedacitos que no puedo dejar de saborear.

—¿Y qué hay de la vainilla?

—Es mi favorito. Eres tú, tu piel nívea, tus manos, sobretodo tu piel desnuda bajo la mía cuando hacemos el amor. Me encantas, ¿sabes? Como la vainilla; tu olor dulce, tu sabor dulce también, tu carácter cuando quieres ser romántica o juguetona, o cuando te emocionas y sacudes tus pies como una niña feliz de cinco años.

—¿Y el de manjar?

—A ese no lo he probado todavía, pero así veo nuestro futuro, deliciosamente empalagoso y dulce —le cuento.

—¿Tú crees? Es un lindo augurio, pero...

—¿Pero qué? Te amo Lena, solo necesito que confíes en mí, saber que tengo a mi lado a la mujer que sé que conozco. No quiero preguntarme si de verdad lo hago o quién eres. No es justo.

—No, no lo es —acuerda conmigo.

—Entonces, dime lo que tengas que decirme, no te escondas, acumules tus dudas y explotes como hoy.

—Lo intentaré.

—Hazlo y punto.

—Tengo miedo —me confiesa—, tengo pavor a descubrir que soy más mi papá que mi mamá, a hacerte daño a...

—A inventarte un mundo que no existe —la interrumpo cansada de que nos sabotee la relación—. Soy la única persona que sabe qué piensas cómo lo haces, sé quien eres y te amo. Deja de cargar una cruz que no te corresponde. Eres Lena Katina, no Alenka y yo soy tu centro de gravedad, ¿okey? No dejaré que caigas, por más pesada e insoportable que te pongas.

—¿Quién es la boba ahora? —ríe con mejor genio. Eso es bueno ahora sí, ya no puedo pasar un segundo más en este jardín.

—¿Podemos ir al cuarto? Está helando y no quiero enfermarme.

—Vamos —me dice separándonos y levantándose para darme espacio de hacer lo mismo. Perder el calor de su pecho se siente de inmediato con un escalofrío.

Es una hermosa noche, tranquila, trae paz. Con suerte logramos aclarar lo básico, aunque veo que más confesiones cortas irán saliendo de sus labios en estos días.

Aún necesito saber qué tanto le manda Svetlana en esas cartas blancas, ¿porque son de ella no?

Genial, ahora sí tendré que preguntarle.


*


La gente habla de la muerte como si fuera el villano de la película, no lo es. Es simplemente el final, la pantalla negra tras los ineludibles créditos. O eso es lo que quisiera creer.

He pensado mucho en la muerte —todo «gótico» lo ha hecho, aunque de gótica podría tener únicamente el uniforme y ni siquiera me gusta pensar en mi vestimenta como uno—, y he llegado a la conclusión de que, sin una vida completa, la muerte puede ser aterradora.

A lo que me refiero es que para poder morir en paz, uno debe poder disfrutar sus años, experimentar, amar, trabajar por lo que se desea, fallar, caer y volver a levantarse. Uno debe vivir.

Veo a gente todo el tiempo sobre esforzándose por cosas sin importancia, por dinero, que sí, es bueno tener; es más divertido ser infeliz con dinero, y lo sé, suena a contradicción, pero no lo es. Qué tal si soy la persona más triste del mundo y no tengo dinero. Tendría que ver de dónde saco fuerza extra para poder trabajar, para poder comer, para tener donde dormir. Si soy la persona más triste del mundo, pero no debo preocuparme por esas cosas, quizá no soy en realidad la persona más triste del mundo, así que un poco de dinero no le cae mal a nadie, pero la mayoría de la gente exagera.

Se matan trabajando por un salario medio o básico. Le dan horas personales, fines de semana, noches con sus seres queridos, en pocas palabras arruinan su vejez, su salud ¿y qué obtienen a cambio?, nada más que un poco de dinero extra sin el cual habrían podido sobrevivir.

Yo soy una persona ambiciosa, quiero éxito, quiero fortuna, quiero tranquilidad económica. Pero jamás daría mi tiempo personal al trabajo.

Con esto no quiero decir que yo preferiría pasar mi existencia haciendo vida social, lo que mas odio en el mundo es eso. Hay muy pocas personas que tolero y muchas menos con las que pasaría una tarde completa, es más, puedo contarlas con los dedos de una mano. Una es Nastya, otra Ade, y la última es Lena. A mamá no la metería en ese grupo aunque la amo, ni siquiera a mi hermano porque en un punto me rompe la paciencia. Pero con las tres haría cualquier cosa, ver películas, conversar, dormir, jugar, cocinar; con Lena tener sexo... entre otras cosas. Hasta me daría tiempo a mí misma, pasaría una tarde sola con un buen libro, con un café caliente en mano mientras observo el frío de afuera por la ventana.

Divagué, ¿cuál era mi punto?

Ah, sí. La muerte y la certeza de que llegará. Hagamos lo que hagamos, al final, nos encontraremos con ella. No importa si hemos vivido bien o mal, si fuimos amables o despiadados, si logramos construir un legado o dejamos un camino lleno de vergüenza; moriremos y físicamente volveremos a ser polvo, dejaremos de caminar por el mundo, nuestros pensamientos se detendrán, nuestro palpitar desaparecerá.

Todos vamos a morir, entonces ¿por qué le tenemos tanto miedo a la muerte?, ¿por qué no nos preparamos para recibirla?, ¿por qué nos da tanta tristeza cuando alguien se va?

Recuerdo el día que Román me golpeó y me tuvo prendida al suelo, aplastando mis pulmones con su bota. Creí que moriría. Pensé entre otras cosas que no había conseguido nada todavía, que era muy joven, que lo poco que había vivido no era suficiente. Pensé en mi hermano menor, en qué pasaría con él si me perdía porque constantemente me repite que yo soy su héroe. Pensé en mamá, en papá, en Lena y tuve miedo, pánico de morir.

Definitivamente no hay silencio más triste que el de la espera de alguien que nunca volverá a cruzar el portón. No hay mucho que decir que lo haga más placentero, nada significativo, nada que le gane a la afonía de quienes aguardan por un imposible, porque los muertos vivientes no existen.

—Una vez, mi hermano, se metió en la cama conmigo para enfermarse de mi varicela. Comió de mi mismo plato, con mi misma cuchara, pasó el día entero conmigo, pero no se contagió. —Nastya logra sacarnos a todos una sonrisa, pero no dura lo suficiente, ella y sus padres vuelven al silencio.

El velatorio público se llevó acabo aquí mismo en esta casa. Sus cenizas, guardadas en una urna de metal, reposaron sobre su antigua patineta en el jardín mientras sus amigos que lograron llegar desde Sochi contaban historias de sus hazañas. Para mí fue una rara forma de decirle adiós, pero es como sus padres querían que sea recordado, libre y entre gente querida.

La ceremonia terminó hace horas y, nosotros —los que hicimos de la casa de la familia de Nastya nuestro hotel—, nos quedamos sentados en la sala, sin hablar.

En diferentes ocasiones quise contarles que mi relación con mi papá ha mejorado muchísimo, que conocí a dos de mis hermanos, que mamá y yo estamos intentando resolver nuestros problemas; pero no era relevante. Hablar de lo bien que yo creía que me iba últimamente era como restregarles en la cara una felicidad ausente para ellos, así que callé.

Vi lo mismo en Ruslán. Imagino que quiso decir lo mucho que le gusta vivir en casa de los Katin, que sus padres ya no lo molestan tanto, hasta parece que se han olvidado de él o lo decidieron así, que ya tiene novio y todas las intimidades que vienen con eso. Igual que yo, abría su boca por uno o dos segundos y la volvía a cerrar.

Lena se mantuvo con la mirada fija afuera, seguramente pensando en la información que Svetlana le había mandado, en las fotos que me contó que tiene de su madre cuando era joven, en lo mucho que le duele saber que la vida que conoció siempre, es nada más una parte de su historia y que, lo más oscuro y vil, ha regresado por ella.

La veo perdida, temerosa y distante. Hablamos mucho anoche y tiene miedo, está aterrada de lo que su padre podría querer con ella ahora, asustada porque no sabe cuánto de él heredó, y si ella un día podría convertirse en una asesina.

—Extraño a Leonid —dice Nastya con una mueca de llanto que no puede controlar. Despierta a la Lena cariñosa y amable que se apresura a acogerla en sus brazos y la consuela—. Él nunca va a volver, ¿entiendes? Nunca.

Mi amiga suelta su desconsuelo, llenando la casa con la resonancia de su pena. Me duele verla así y saber que no hay nada que yo pueda hacer para ayudarla, no mucho más de lo que mi novia ya está haciendo y ni siquiera eso, tengo miedo.

Siento la impotencia consumirme. La muerte es horrible, la muerte te deja inmóvil, inútil, se lleva todas tus esperanzas, tu seguridad. Así es como se siente Nastya, así es como se siente Lena, así de desoladas y perdidas, y yo no puedo hacer nada.

—Perdón —me excuso y salgo hacia el jardín. El aire se volvió demasiado pesado, agobiante. Necesitaba aire fresco.

Me encuentro con más silencio, pero este cuenta una historia distinta. Es el sonido de la vida, de las hojas de los árboles moviéndose con el viento, de algunos pájaros que pían mientras regresan a sus nidos, de los grillos que ya comienzan a salir, es la luz del atardecer atrás de la montaña, el color encendido en naranja del cielo.

Respiro un par de veces y encuentro paz.

—¿Todo bien? —me pregunta Aleksey, deteniéndose a mi lado.

—Sí, tan solo necesitaba salir de ahí, respirar.

—Te entiendo.

Aleksey está preocupado, creo que nada es cierto con lo del embarazo de Tanya, con las exigencias de sus padres y los de ella, con qué será de su futuro por esta nueva vida que creó.

—¿Puedo preguntarte algo? —me dirijo a él con la necesidad de sacar un cigarrillo y encenderlo, pero no tengo ninguno.

—No necesitas preguntar para preguntar —me responde.

—¿Van a... a abortar el bebé?

Sé que era una de las posibilidades, la que ambos querían, pero sus padres se impusieron con un «no». La sacaron de la escuela para que no tuviese contacto con él y ya ni los dejan mandarse mensajes de texto. No quiero ni imaginarme qué será de ese bebé si llega a nacer.

—Tanya logró enviarme una nota con una amiga cuando se enteró que viajaría. Intentará ir a la clínica con la única tía que la apoya y me contactaría de alguna forma.

—¿Por qué no te quedaste para apoyarla?

—Porque sus padres están listos para meterme una demanda por lo más mínimo y ella no quiere darles municiones. Ya habíamos decidido abortar, pero si estoy allí ellos dirán que la obligué.

—¿Y no dudas si eso es lo que de verdad quieren?

—Yo sí, estoy seguro de que Tanya también aunque me repita que no lo ha pensado siquiera, que no quiere tener un bebé tan joven.

Y eso es lo que no entiendo porque nunca lo pensé así. Una vida fue creada de la irresponsabilidad de dos adolescentes calientes. Ellos no quieren hacerse cargo de ella. Como consecuencia le darán muerte, pero ¿han considerado lo mucho que les afectará saber —por el resto de sus días, cuando crezcan y tengan sus familia, otros hijos—, que le negaron la existencia, la posibilidad de existir a su primera cría?

¿Cómo afectará esta muerte en su futuro?

—A veces creo que, si hago lo que papá exige y me quedo trabajando para mantener a ese bebé, lo odiaré toda la vida. A veces creo que si lo abortamos, me odiaré a mí mismo. A veces solo creo que fui muy estúpido y, sin importar qué pase, arruiné mi vida.

—Pienso que lo estás viendo todo en blanco y negro. Puede no ser una situación ideal, pero es un bebé del cual te enamorarás en el minuto uno, al que protegerás, por el que trabajarás y por el que darías tu propia vida. Tú no eres un mal hombre, Aleksey, no serás un mal padre.

—Gracias por el cumplido, pero lo dudo. ¿Qué le puedo ofrecer a Tanya y al bebé? No tengo nada.

—Tienes amigos, tienes la suerte de ser talentoso y tienes algo que otros no tienen.

—¿Qué es eso? —me pregunta con un decaimiento que se le nota en los hombros.

—Unos hermosos ojos color café —le digo y él sonríe por primera vez este día, igual que yo.

—¡Ajem! Iremos por comida con Vova y Nastya. Quería saber si van a venir con nosotros o se quedan coqueteándose y quién sabe qué más —menciona Lena a nuestras espaldas, cortándonos el momento de simple y llana amistad que estábamos teniendo.

—Yo voy, necesito despejarme —dice Aleksey despidiéndose con un alzar de cejas como un deseo de buena suerte y entra en la casa.

—Hermosos, ¿eh? —me pregunta, yo no le contesto ni me muevo para verla. Me da tristeza su inseguridad conmigo, como si yo fuera a salir corriendo tras la primera persona que me atraiga físicamente. Me da pena pensar que, en este preciso momento, siento que no importa cuántas veces le diga que la amo, ella, con la incertidumbre que tiene de su pasado, nunca va a creer una sola palabra que salga de mis labios.

—Yo me quedo. Me duele la cabeza —le contesto.

—Bien —me dice y da media vuelta entrando en la casa, cierra la puerta y...

—Yo también me quedo.

Regreso a ver y está terminando de devolver la puerta a su lugar bajando las gradas hasta llegar a mi lado.

—Pensé que entraste —le digo al verla tomar asiento en el césped a unos pasos de mí.

—Mira el cielo.

Lo hago, es de un color casi violeta, literalmente entramos en la noche. Es fascinante.

—¿Cuándo has visto algo así? —me pregunta dando dos palmadas a su lado derecho—. Ven, disfrutemos de esto juntas.

Sonrío por mi idiotez. Acusé en mi mente a Lena por algo que no estaba pasando. Tomo siento y me apodero tiernamente de su mano.

—Gracias por no enfadarte por lo que dije, no lo hice con intención de molestarte.

—Lo sé, además, sí, Aleksey tiene unos hermosos ojos. Aunque no se comparan con los míos.

—Para nada, Len. Los tuyos son... mi vida entera.


*

Despierto una vez más con el aroma de su cuello en la punta de mi nariz, como todos estos días; suspiro para llenarme de ella. Está tibia, llena de esa calidez que vuelve a mandarme al sueño, pero debo despertar, debemos. El avión a Moscú sale en cuatro horas.

—Nnn mnn-ms —balbucea Lena cuando intento descubrirla para despertarla.

—Abre los ojos —le susurro apretándola. Que deje de sentirse tan cómoda o nunca se levantará de la cama. mi novia podría hibernar el año entero.

—Mmmnnnmnm —se queja.

—¿Cinco minutos más?

Asiente apenas. Se los doy.

A mí también me apena que sea nuestro último amanecer aquí. La ciudad por las mañanas es un lugar muy fresco y calmado, no hay ruido del tráfico, no hay alarmas de autos sonando constantemente o gritos de gente en la calle. Estos días, muy aparte de la situación, se podrían considerar como unas buenas vacaciones.

La semana entera la pasamos migrando estados de ánimo. Empezamos con uno pesado y triste, nos costó encontrar el tranquilo, hasta que llegamos a uno ameno. Nastya nos hizo una visita guiada por la ciudad, nos enseñó su escuela por fuera —estaba cerrada por el feriado de fin de semestre—, debo admitir que se veía enorme, mucho más grande que la de Sochi y muy diferente a la de Moscú.

Almorzamos todos los días en el restaurante de sus papás; exquisito es decir poco, ya extrañaba la comida de Inna. Para terminar el día, llegábamos a preparar una fogata pequeña en el jardín, rostizando
malvaviscos mientras cantábamos o contábamos historias o anécdotas.

—Mis padres decidieron que nos quedaríamos aquí —nos comentó Nastya una noche.

Tiene sentido, además que así regresara a Sochi, nosotras dos seguiríamos a horas de distancia la una de la otra. Siendo honestos, me alegra. La vida es más llevadera en este lugar, menos estresante y más barata; con todas las deudas del hospital es lo que más lógico, ahorrar sin dejar de vivir cómodamente.

Además, Nastya no quiere alejarse de sus padres. Necesitan estar juntos y sé que eso es lo que ella más desea.

Le dije que la apoyaba y que estaría más presente, los demás acordaron hacer lo mismo. No queremos ser amigos extraños en un par de meses.

Esa noche nos contamos nuestros planes —Lena y yo estudiaremos en la universidad, gracias al pase directo que nos da la escuela; Ruslán viajará a Ekaterimburgo a estudiar con los mejores maestros del país; Vova aún no tiene clara la película con su abuela tan enferma y al borde extremo de la demencia; y Aleksey decidirá una vez que se confirme si va o no a ser padre permanentemente—, lo que me puso a pensar que, los días en los que nuestro mayor problema era quedarnos encerrados en la casa de Aleksey a las afueras de la playa, son ahora juegos de niños.

Lena entristeció al escuchar a Ruslán hablar de sus papás, hasta cuando mencionó a Katia, algo que yo sigo sin entender, la chica es insoportable. Pero mi novia quiere estar en su casa, quiere esa paz que solo tienes allí, en los brazos de tu madre. Yo quisiera saber que un día volveré también a los de la mía.

¿Cómo fue que llegamos aquí?

Todos tan rotos, tan perdidos. Somos como almas divagando en un mundo que no sentimos que nos pertenece, en el cual no sabemos ni como actuar.

Comienzo a escuchar ruido en las habitaciones contiguas, mis amigos ya están preparándose para viajar y nosotras seguimos hechas ovillo en cama ajena.

—Len, pecosa linda. Despierta.

Responde emitiendo los sonidos Lena. Un grupo de gemidos, sonrisas, gusto, berrinche de felicidad aun dormida; cosas que salen de su garganta antes de decir...

—Buenos días a ti también.

Le encanta. No, encanta es poco, adora que le diga nombres. Siempre la levantan de buen humor.

—En poco tenemos que estar en el aeropuerto. No vamos a alcanzar a desayunar.

—Nooo, quisiera vivir aquí —me dice todavía sin moverse mucho, me agarra del brazo y se aferra a él. Nop, no está lista para salir de la cama.

—Hagamos algo, cuando seamos exitosas, tu cantando y yo de empresaria, nos compraremos una casa con un paisaje como este, que tenga un terreno enorme para que nadie nos moleste y poder salir en pelotas al balcón.

—Pff —se burla—. ¿En pelotas? ¿Y quién te dijo que yo solo quiero cantar?

—Bueno, cantar, bailar, actuar, dirigir, hacerme el desayuno... en pelotas.

—Eres de ideas fijas, ya veo.

—Todo es mejor estando en pelotas —le afirmo, que ni crea que no tendremos un futuro lleno de pelotas, sus pelotas junto con mis pelotas.

—Seguramente para ese entonces se inventarán un robot que escale árboles con una cámara HD con wifi y tenga apariencia de tronco y jamás sabremos cómo fue que nuestras pelotas terminaron en la página de chismes televisivos.

—La pareja del momento modelando el traje en el que vinieron al mundo —sugiero como titular.

—No, no. Mejor: Lena y Yulia, descubiertas grabando videos sexuales privados en su casa de campo.

—O: A Lena le gustan los juguetes sexuales con los que pretende someter de pasiva a Yulia. Ella no se deja. ¡Tenemos la exclusiva!

—¿Con que no te vas a dejar? —me pregunta, hecha la graciosa—. Te podría gustar.

—Estás loca, Lena.

—¿Por qué no?

—Porque... yo qué sé, es...

—¿Extraño? ¿Raro? ¿Extravagante? ¿Poco personal?

—Eso, poco personal —le confirmo cuando encuentro una de las descripciones que le calza a como me siento al respecto—. Sea el juguete que sea, no es parte de mí, yo no soy la que está sintiendo cosas, ¿qué tiene de atractivo?

—¡Qué me las haces a mí! Eso tiene de atractivo —me responde un tanto exasperada.

Y así, de la nada, pasamos de discutir prometedores planes a cosas que podrían terminar con nuestra vida sexual.

—¿Quién diría que a Yulia Volkova no le gustaría experimentar con el sexo? —menciona con ironía.

—¿Quién diría que Yulia Volkova, hasta hace poco, pensaba que era asexual? —le recuerdo—. ¿Quieres no correr con tus fantasías sexuales?

—Okey, sí, tienes razón —me dice, cediendo—. En serio crees que seremos la pareja del momento... un día.

—Ya lo somos, solo nos falta la fama. —Termino de decir y nos interrumpe sonido de mensaje del teléfono de Lena. De seguro los chicos que ya se mueren de hambre en el comedor.

Me levanto apurada a buscar la ropa que preparé para el regreso cuando veo a Lena respondiendo con una cara indescifrable.

—¿Todo bien?

—Es Sveta.

—¿Qué quiere? —le pregunto, Lena no me contesta, responde con más fuerza y apuro, ¿qué pudo pasar?—. ¿Len?

—Me dice que no ha podido enviar el paquete con las cosas que encontró de la investigación.

—¿Que no era la que te llegó el día anterior del viaje, el que no abriste?

—Dice que no, que apenas lo envía hoy y que debe llegar en dos días.

—¿Y qué fue lo que te llegó? —cuestiono más para mis adentros que para Lena, es obvio que tampoco sabe la respuesta.

—No tengo idea, pero ya me urge estar en casa y averiguarlo.

Tengo un mal presentimiento, tal como cuando me enteré de lo de las cartas anónimas, pero entonces Lena sabía de quién eran. Ahora sabemos que hay una caja de alguien desconocido dejada en el suelo de nuestro dormitorio. El primer pensamiento que cruza mi cabeza es Erich la encontró.

No, no me siento bien y sé que Lena tampoco porque inmediatamente llama a su papá para contarle lo que pasa, le confiesa lo de la segunda investigación y le pregunta si es seguro que ambas regresemos a Moscú.

—Okey, papá... entiendo —le responde dando un respiro intranquilo—. Te llamaré apenas aterrice el avión. Te quiero.

Volvemos a Moscú. Imagino que Sergey se comunicará con mis padres, porque Lena menciona que yo estoy con ella en este minuto y que me pedirá que esté atenta a una llamada de ellos.

Esto no me sabe bien. Trago y es amargo. Algo está muy mal.


...

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