Capítulo 7: Ilusión

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Entrada número dos del diario.

2 de junio, 2015

Acabo de discutir con mamá. Vino a «sugerirme» otra vez que encuentre una ocupación en lugar de pasar todo el día como foca tirada en la playa, que nada de eso me va a traer algo de provecho.

No sé cuántas veces tengo que repetirle que yo ya tengo un trabajo. El dueño de la tienda de discos del centro comercial me ofreció el turno de la mañana al saber que había salido a vacaciones. Allí es donde solía perder el tiempo después de la escuela, cuando no tenía ganas de llegar a casa. El hombre me conoce bien y considera que tengo el conocimiento necesario en el tema de la música.

A mí me gusta pasar allí, puedo escuchar cientos de canciones sin pagar un centavo y, lo más importante, usar el internet para mis investigaciones sin tener que preocuparme por quién está a mis espaldas.

Mamá es tan distraída, está tan concentrada en su «segunda oportunidad en el amor» que se le olvida que existo. Casualmente viene en las noches, recoge su ropa para el día siguiente y desaparece. Yo salgo en la mañana, muy temprano, regreso pasado el medio día y sí, duermo para poder desvelarme en el club con Jesús en la noche. Algo que a ella ni le viene, ni le va.
Cuando llega del trabajo solo me ve allí, recostada en el sillón de la sala o tirada en mi cama.

No la culpo, por qué habría de interesarse. Sus reclamos constantes no son una preocupación. Es una forma de decirme: «debes prepararte para la vida adulta, ya tienes edad para cuidarte... sola». No un: «te amo, trabajar es una buena experiencia, me gustaría que la conozcas». Y, una vez más, ¿por qué lo haría? No es como si yo fuera mi hermana, ella si es importante y no hablo de que sea su favorita, hablo de que, yo, ni siquiera eso soy.

Ellos creen que no lo sé.

Papá me llama constantemente y me pregunta si me alcanza la mesada. Yo acepto lo que quiera darme a su voluntad, no le pido ni un centavo extra, así lo necesite. Siento que soy un ente invasor en esta casa y esta familia, que les deberé algo que no quiero adeudar.

A veces los odio. La mayoría del tiempo trato de comprender la vida que tengo, la gente que me rodea, los recuerdos que cada día son más constantes, más claros.

¿Qué harán mis padres, al momento en que se enteren que sé su secreto?

Esa es una respuesta que no sé si quiero tener, por lo menos no tan pronto, no hasta que tenga pruebas.

Ellos aún son... todo lo que tengo.


Cierro el cuaderno colocándolo en la mesa al terminar la lectura. Esto se va poniendo interesante, por no decir raro. Esta persona dice mucho y no dice nada a la vez.
Voy por un refresco en el mini refrigerador y vuelvo abrirlo.

Entrada número tres del diario.

4 de junio, 2015

Acabo de soñar con ellos. Fue igual a las otras ocaciones. Yo estaba escondida tras una ventana que daba al jardín, sentía la textura del césped bajo mis pies.

No podían verme. Él estaba sentado de lado, justo enfrente de mí, agachado, haciendo algo sobre la mesa de centro. Ella, frente a él, apoyada en los cojines, mirando atenta a las acciones de su acompañante. Lucía cansada, como si se hubiese chorreado en el sofá, hasta llegar a esa posición y eso es todo.

No entiendo por qué me escondía o qué es lo que ellos hacían. Pudo ser un juego de ajedrez, parchis, Jenga u otro juego de mesa, pero no recuerdo cuál.
Las imágenes son borrosas, mucho. No distingo sus rostros o vestimentas, tan solo unas siluetas muy opacas, imprecisas. Es casi como si los mirara tras un vidrio empañado que, por más que quiera limpiar, sigue cubierto por el vapor.

Yo... estoy segura de que son recuerdos.

En comparación a otros de mis sueños, veo siempre a las mismas personas. Ese hombre y esa mujer a los cuales les acompaña una molesta nostalgia de mi parte, dolor, incomodidad.
No pude volver a dormir, las imágenes se repetían una y otra vez, por lo que decidí despertar completamente y escribir la escena, aunque ya no sea tan nueva. He soñado este mismo fragmento, por lo menos, una decena de veces.

Odio tener estas partes de mí tan revueltas. Detesto tener una idea de lo que creo saber y no poder confirmar algo concreto, tener la verdad en mis manos, tal y como es.

Siento que estoy bajo demasiado estrés por la espera de los resultados de esos exámenes que me ayudarán a corroborar mis sospechas y eso ha precipitado estos sueños, los malos sentimientos, las dudas.

Necesito dormir. Nada gano con seguir dándole vueltas a esto, no por el momento.

Lo intentaré.


Cierro nuevamente el cuaderno y lo miro desde un lado. Es grueso, deben haber por lo menos cien entradas de diario escritas. Tratar de entender a su autor será complicado. No tengo un contexto, ni una pista de quién es.

Miro el reloj y ya es hora de partir. Seguiré el día de mañana. Debo estar en casa de Nastya antes de la siete de la noche.

—¿Ya te vas? —Mamá me pregunta al verme acomodar en mi maleta un poco de ropa para el siguiente día—. ¿Tienes regalo?

—Sí, ya me voy y no, no tengo regalo.

—Ten —dice, estirándome un billete de cincuenta rublos—, cómprale unos chocolates o un peluche.

Mamá estima a Nastya. Ha sido un gran apoyo para mí en esto. Únicamente ella y Aleksey conocen los pormenores de mi situación. Fueron ellos los que me ayudaron a pasar mis objetos de valor a la bodega cuando tuvimos que mudarnos.

Nastya es una buena amiga, sabe guardar un secreto —cuando debe hacerlo—, como yo guardo el suyo y la psicosis de su hermano, más que nada, lo que hizo para terminar encerrado en un hospital.

—Gracias mamá —le doy un beso y guardo el billete. Pasaré por la juguetería en camino a su casa. Un nuevo pulpo violeta le encantará.

A veces quisiera poder robarme su alegría y tener un poco de su optimismo, tal vez hasta de su picardía. La envidio, de buena forma, por algo es mi mejor amiga. Y ahora iré a verla, pasar con ella la noche, olvidarme un poco de mi vida... lo necesito tanto.


...


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