Capítulo 47: Apagón

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—¿Qué hace aquí?

—Yo la llamé... —me dice burlando mi mirada, sus hombros suben y bajan como si hubiese dicho algo sin importancia, pero hacer que Lena venga al bendito concierto es muy significativo... y molesto, debo añadir. Le dije que no quería verla— . Lo siento, no gasté cien Euros en cada entrada para quedarme con una en el bolsillo, Yulia. Aguántate.

¿Cómo diablos lo logró? ¡Lena la o-dia!

—No me pongas esa cara, esto habría sido más fácil si la llamabas tú, pero antes de que la mandes de regreso a tu departamento, te diré lo mismo que a ella.

Okey, la escucho. esto suena interesante. Me cruzo de brazos y espero.

—Ustedes dos, como mínimo se quieren, quizá en este momento no lo parezca, pero es así.

—No veo cómo la convenciste con eso.

—No la convencí con eso, pero creo que cuando le dije que ustedes dos están en el mismo barco, lejos de todo lo que conocen, con familia que no ven por una u otra razón, con el corazón roto por una estupidez, porque ignorarse de esta manera es una estupidez, cambió de opinión —me aclara—. Sin embargo, a ti, te diré algo más. Tú al menos me tienes a mí y por ende a Rachel. Lena está literalmente sola en esta ciudad. Tú sabes cómo se siente, cómo duele, lo duro que fue ese primer día. No seas una mierda de ser humano, Yulia.

Y claro, ahí va convenciéndome a mí también.

—Están obligadas a vivir juntas, pórtate como una persona medianamente madura y racional, ¿quieres? ¡Convive con la chica! ¡Ayúdala en esto, no la está pasando bien! No es algo que pidió a gritos, igual que a ti, la obligaron.

Volteo ligeramente la cabeza a la izquierda y miro a Lena con la colilla de mis ojos. Tiene una cara de pena que no se la quita nadie y sus ojos, aunque no los veo de frente, se notan hinchados.

Estuvo llorando, genial.

—Si vas a portarte como una niña, toma tu entrada y sitúense a lados opuestos del coliseo, Rach y yo estaremos justo en frente.

Y con eso me da una sonrisa fingida, me entrega el boleto, se da media vuelta para abrazar a su novia por la espalda, y juntas se encaminan a la fila que va entrando por la puerta número tres.

He venido soñando con este concierto desde que llegué a esta cuidad el año pasado. Ade me regaló la entrada por navidad, pero maldito su empeño en que resuelva mis problemas con Lena. Tenía que comprar otra entrada cuando le conté, esta mañana en el camino a la escuela, que desde hoy hasta quién sabe cuando, seremos compañeras de departamento y escuela. Empeñadísima, Ade a veces se pasa, es como la mamá gallina que hace lo imposible para que sus pollitos sigan la línea recta tras ella.

¿Cómo me pide que sea madura en una situación como la nuestra?

Ah, es obvio, es que no sabe qué pasó, ni lo que yo hice, o lo que ella me dijo que hizo, porque me rehuso a creer que, Lena y sus amantes, hicieron una orgía hace poco. Y no es porque yo crea que el sexo es algo malo o experimentar con él, o que Lena no sea capaz de algo así, ¿pero Marina... aceptando tener sexo con Leo?

Aunque quién sabe...

¡No, basta! No más pensar en que sucedió entre ellos, o sí algo realmente sucedió, o si solo quería fastidiarme porque estaba dolida por lo del diario. Ya he reflexionado sobre esto la mayoría de noches de este mes.

¿Madura, yo?

Pfff, ni medianamente como lo sugirió.

Lena sigue allí, tiene una mano metida en el bolsillo y la otra sujetando la entrada. Está esperándome sin mirarme, aguardando a que me acerque.

¿Voy o no voy?

Hay mucho de qué hablar antes de que podamos compartir un espacio juntas en paz.

¿Y si no lo hago? ¿Se quedará ahí parada congelándose toda la noche? Hace mucho frío.

¿Qué hago?

¿Por qué cambiaron tanto las cosas entre nosotras? Hasta cuando no éramos amigas habríamos podido disfrutar de un concierto juntas, bailar, cantar; nos habríamos tomado fotos de las cuales yo me habría quejado eternamente, pero las subiríamos a nuestras redes sociales de todas formas, ella festejando por la increíble noche que pasamos y yo protestando porque me tocó compartirla con ella.

No dejo de mirarla. Su pecho se infla de repente con un suspiro profundo, baja la mirada y exhala. Todo el vapor sale por su boca y se esparce por el aire como una nube. Niega suavemente y comienza a caminar, pero no hacia la puerta, va al lado contrario; se está yendo.

¡Diablos!

"¡Síguela!"

"Mejor entremos al concierto. Si ella se va, no es nuestra culpa. Ademas, nos podemos encontrar con una chica linda y woo..."

"¡Síguela, Yulia! ¡Se está alejando!"

Miro a la puerta, miro a la entrada —Madonna—, la miro a ella. Se va perdiendo entre la gente, cada vez con mayor rapidez.

Está huyendo de mí.

¡Mierda! ¡Madonna! Ya nada.

Agilizo mi paso y troto tras ella, tengo que acelerarme para alcanzarla.

—Lena... —le grito ya a una corta distancia—. ¡Lena, espera!

—Ve al concierto Yulia. Fue un error venir —me dice, bajando la velocidad hasta detenerse—. Le pagaré a tu amiga el boleto... o mejor ten, invita a uno de tus nuevos compañeros. Aun hay tiempo para que lleguen... —Lena me estira la entrada, negándose a verme, pero es evidente que está llorando por cómo sorbe su pena en respiraciones entrecortadas.

Odio verla así. ¡Odio todo esto! ¿Por qué las cosas no pueden ser como antes? Ni siquiera pido que regresen a lo que eran cuando decidimos ser novias, solo cuando éramos enemigas.

—Ade me mata si te acepto el boleto, quiere que tú y yo... socialicemos o algo.

—Me lo dijo: «Son los dados que cayeron en el tablero y hay que jugarlos» —me cuenta. Un discurso muy a lo Ade—. No tiene malos puntos. Queramos o no, compartiremos mucho tiempo juntas ahora que me instalaron en tu casa.

—Sí, en eso tiene razón.

—No lo niego, fue convincente y... es obstinada —me dice queriendo reír—. Me marcó como veinte veces antes de que le conteste con un grito.

—¿Y cómo sabías que era ella para no contestarle?

—Encontré sus datos... en su página de Facebook.

—Oh, estuviste de stalker.

No sé si sentir halago de que haya buscado información de la persona con la que cree que me acosté. Digo, los celos, hasta cierto punto, son como un halago, ¿no?

—Hay que analizar a la competencia... —me confirma sus intensiones y pierde la sonrisa. Su tristeza regresa y prefiere callar lo que sea que haya estado por decir.

—Aún tenemos tiempo para encontrar buenos asientos. ¿Vamos a ver a Madonna? —Intento cortar ese mal momento ofreciéndole algo más divertido que hacer, pero termino sonando patética. Debí decirle: «¡Tenemos diez minutos, muévete, Katina!» y jalarla de regreso al coliseo. Muchas cosas han cambiado.

—Ve tú, yo le pagaré el boleto a Ade; iré a casa, estoy cansada.

—¿De llorar y estar sola? —le pregunto, recibo una simple mueca corroborando mi suposición.

—Algo así... —Acepta, volviendo a estirar la entrada hacia mí.

Voy a hacer algo muuuy estúpido.

"¡No!"

Demasiado estúpido.

"¡No, Yulia! ¡Vamos al concierto! ¡Es Madonna!"

"Es la única gira que hará este año por Moscú, ya lo dijo".

"¡Convéncela y vamos a Madonna!"

"Déjala y vamos a conocer nuevas chicas..."

¡Ni siquiera se te ocurra salirme con el «woo» porque nos mato a todas!

Dios, como odio a la nueva.

—Yo también estoy cansada —le admito. Aquí viene mi estupidez—. ¿Vamos a casa?

Lena me examina. No se cree lo que acabo de decir, sabe cuánto me gusta Madonna.

—Deberías quedarte con tus amigas.

—Ellas están bien, solas.

No la convenzo. Mira el camino de regreso, pensando si ir o no, pero de verdad la noto exhausta. Vino aquí... ¿solo por mí?

—Mira, Lena. Sé que no... hemos hablado sobre la pelea, sobre lo que dijimos... sobre lo que yo hice.

—Fue una dura pelea.

—Sí, lo fue —concuerdo—... Hay cosas que... necesito decir.

Lena guarda silencio, lo tomo como una señal de que me escucha. Bien..., aquí vamos.

—Jamás debí levantarte la mano, mucho menos cachetearte así. Nada lo justifica —le digo y sigue callada, sigamos—. No sabes cuánto lo siento, fue tan irracional y estúpido responderte así, perdóname.

—Dolió.

—Lo sé, mi mano latió por horas del golpe...

—No, no eso. Sí, dolió el golpe, no lo niego. Pero lo que más dolió fue enterarme que, alguien a quien le abrí por completo mi vida (porque a nadie, ni a Nastya le conté muchas cosas), no pudo ser sincera en su mínima expresión.

—Tenía miedo... de lo que pasó, de hecho.

Las ironías de la vida, haces algo para evitar el Apocalipsis, termina siendo lo que trae el Apocalipsis.

—Sabía que lo tenías. Por eso te lo pregunté aquella vez.

—¿Cómo?

—No sé, un presentimiento, tu cambio de actitud conmigo. No eras lo suficientemente curiosa (dejando a un lado a Leo y Marina), pero sí eras muy comprensiva. La verdad es que lo sospeché desde el día que te di mi diario actual y no quisiste leerlo, fue algo en las preguntas que hiciste... en cómo te preocupaba si yo aceptaba que alguien lo leyera así nada más.

—Si te molestaba tanto que lo hiciera, por qué no lo dijiste. Me habría detenido.

—Porque... no lo sé. No fue eso en realidad lo que me molestó. Te lo pregunté porque creí que serías honesta, que si lo tenías lo confesarías y hablaríamos al respecto. Te creí cuando dijiste que no. Dolió saber que no puedo creerte.

¿Y puedo yo? ¿Se acostó con los dos?...

Nop, no me concierne, ella estaba en lo correcto en eso, podía hacer lo que quisiera, no éramos novias.

—Ve al concierto, Yulia. Ten la otra entrada. Disfrútalo.

—No, vamos a casa.

—Puedo ir sola.

—¿Quieres estar sola? —le pregunto, su mirada decae por dos segundos y niega, llevándose la entrada hasta el bolsillo.

—Vamos al concierto entonces —me dice y comienza a caminar de regreso. Yo la sigo a un lado—. Ade... no es tan mala como yo creía.

—No, está loca nada más. Es buena onda.

—Rachel es linda.

—Ya veo, la parte que te convenció fue Rach —me río. Lena no estaría aquí si no supiera que Ade tiene novia y que ella y yo no somos nada—. ¿Habló contigo?

—Después del sermón de tu amiga, ella tomó la posta y me pidió que viniera, dijo que no querían a la Yulia toca arpas lamentándose todo el concierto.

—¡Hey! —Reímos.

—Tienes buenas amigas, Yulia —me dice como un halago. Lo tomo. Lo son.

—¿Segura no quieres ir a casa a descansar?

—Nah, es Madonna... puedo sacrificarme.

—¿Nah, es Madonna? —menciona como si estuviéramos a punto de ver a Pimpinela o una mierda de esas— ¡Es Madonna, ponle algo de emoción!

—Creo que le faltan carbohidratos a mi emoción.

—¡No hay problema!

Allí, en la esquina antes de llegar a la fila, veo un puesto de Hot dogs y me acerco sacando un billete del bolsillo.

—Deme dos, uno con extra mostaza.

Le paso el suyo y ella me sonríe con esa dulzura que me encanta. Extrañamente esto comienza a sentirse menos como una obligación de Ade y más como una cita...

"Relájate, aun tenemos mucho de qué hablar".

"Y no necesariamente con Lena, eh".

"Sí, vinimos a un concierto donde habrá muchas niñas lindas y..."

¡No digas «woo»!



Siento que aún quedan mentiras que llevan sonido...


No es que no la haya visto desnuda antes. Por favor, he besado esa desnudez, he pasado mis manos por cada centímetro de su cuerpo. Pero es idiotizante, sí, idiotizante verla dormir destapada de un lado y con la camisa de dormir subida hasta el filo de sus senos.

Su cadera, su ombligo, la línea de sus costillas, ese monte —aun cubierto— que me mantiene con esta atención y sin poder conciliar el sueño, admirándola.

Yo estuve ahí, yo la toqué. Justo ahí la mordí sacándole una carcajada, más arriba la hice gemir con una delicada lamida. Yo la conquisté...

Sé que quería lastimarme cuando dijo que había olvidado lo que era tener buen sexo, cuando me declaró que se había acostado con Leo y Marina. Elijo creer que es así... pero ¿y si es verdad? Ella tuvo muchas relaciones antes que yo, Marina fue su primera vez con una chica y fue increíble, lo escribió en el diario, no se mentía a sí misma. Yo..., no estoy segura de haber sido eso para ella, de haber igualado a la rubia.

El gran problema de las palabras que se dicen con ira —con intensión de dañar—, es que hacen precisamente eso... dañan, duelen, matan.

Ella fue mi mejor pareja, mi increíble; yo pude ser su peor.

Suspiro al verla. Me gusta cómo su pecho y su abdomen se inflan y decaen nuevamente. Un día, esas respiraciones agitadas, fueron por mí... O las fingió, pero yo estuve ahí.

¿La conquisté? ¿Fue real?

Es lo que yo creí.

¿Qué es lo que valida una relación? ¿Cómo estás segura de que eres o fuiste relevante?

Lena siempre estuvo bien sin mí, y yo tan miserable sin ella. No sé si eso hace lo nuestro más real o más ficticio.

¿Se daba cuenta siquiera de lo mucho que me podía, de cómo una mirada suya me quitaba la respiración? ¿Entiende lo que me duele verla justo así, cuando sé
con seguridad que jamás volveré a estar ahí?

¿Fingía? ¿Fingía por mí como una vez yo fingí por Aleksey?

El pecho se me encoge con una angustia que no es precisamente angustia, es una punzada al ego, porque ahí está la persona que yo amo, ahí está, a menos de dos metros de mí y a la vez tan lejos.

Ya no puedo verla, ya no quiero hacerlo.

Me levanto haciendo el menor ruido posible y salgo de puntillas a la sala, cierro delicadamente la puerta de la habitación y camino más tranquila hasta el sillón.

Las ganas de encender un tabaco me matan, pero no volveré a fumar dentro del departamento. Por más que haya anunciado que estaba en mi derecho y que no permitiría quejas, respeto a Lena y no fumaré aquí mientras vivamos juntas.

Voy al refrigerador por algo que me distraiga. Encuentro una bolsa de zanahorias miniatura listas para comer y las coloco en un recipiente hondo. Tiro a la basura la salsa Ranch que viene dentro del paquete. ¿Qué punto tiene comer verduras si les vas a aumentar toda esa caterva de calorías?

La comida chatarra a la hora de la comida chatarra y, la saludable, sin salsas o mayonesas, por favor.

En fin. Regreso al sillón y me acomodo con la cobija que Lena dejó doblada aquí ayer y enciendo la televisión. Huele a ella.

Está justo en el canal de los programas de tatuajes. Lo cambio, me recuerda a su mostacho... mi mostacho, de hecho.

En otro canal están dando una maratón de The Vampire Diaries... Meh, veámosla. Es sábado de madrugada y no hay nada mejor que hacer.

Nina Dobrev es linda, no tanto de Elena; me gusta cuando es Katherine. Así, mala... malota y buenota.

Dios, soy tan vulgar.

"Te gusta la version morena de Lena".

¡No me arruinen la serie y lárguense! ¿No están cansadas? Vayan a dormir.

"Si quieres que te dejemos en paz, la que tiene que dormir eres tú, querida".

Aj, solo cállense y veamos la serie, ¿sí?

Sigo comiendo mi bocadillo mientras trato de concentrarme en la trama. Elena y Damon están teniendo sexo —cómo era costumbre después de que descubren que se aman—, perfecto para disipar mis actuales sentimientos con Lena, per-fec-to.

Damon es tan sexy y Stephan tan tonto. De verdad, ¿quién se enamora de ese bobo? No me acostaría con él en un millón de años.

"Pero sí con Nina".

Ya van a decir que ustedes no. ¡Es Nina Dobrev!

"Tienes una «Nina» en la habitación de a lado. Ve... acuéstate con ella".

¡No!

"Acuérdate de lo bien que la pasamos cuando te quitaron el yeso".

Cómo quisiera olvidarlo.

Al caer la noche salimos al patio para ver las «estrellas» —como si pudiéramos ver muchas bajo el esmog—, pero fue una linda excusa para pasar un rato haciendo nada mirando al cielo.

Lena intentaba unir figuras con los puntos de las estrellas.

—¡Mira un conejo! —me dijo apuntando a la nada absoluta. ¿Cómo iba a encontrar la misma figura? No compartimos pensamientos y esa forma no existía en el todas las estrellas del universo.

—No lo veo.

—¡Vamos, ahí está!

—Nnnop.

—Mira, ¿ves esas dos que son más grandes?

—Sí, pero ahí no hay un conejo, hay una línea recta.

—Esas son sus orejas, tienes que seguir por las otras y dar la vuelta entera.

Traté, lo juro, pero o yo estaba completamente ciega o Lena había comenzado a delirar. Pasaron varios minutos y le dije que por fin lo veía, solo así se calmó.

—Si fueses un conejo, serías blanca, blanca, blanca, pero son los ojos rosados en lugar de azules.

—Y tú serías uno rojo.

—¿Qué? Sería uno color bonito...

—Primero, el "bonito" no es un color y tú eres roja. ¡Mírate! —Le señalé su propio cabello—. Serías un conejo rooojo, acéptalo.

—¡No soy roja! —comentó y noté que comenzaba a irritarse. Decidí seguirla molestando, no hay nada como ver a Lena semi enojada, es tan linda—. Tú y yo
somos casi del mismo color —me dijo.

—¡Ja! Eres palida, rosada, ro-ja.

—Pffff, si vamos por ahí, tú eres transparente, o sea, no existes... ¡Ja!

—¿Ah, sí? ¿Y cómo tienes sexo con alguien que no existe?

—Pues... no lo tengo.

Linda, dije.

—¿Y qué hicimos anoche?

—Aparentemente nada.

Ya con eso se cruzó de brazos.

—Yo recuerdo que «la nada» te hizo venir varias veces, una en mi boca.

Su cabeza negaba para no reír, recordándonos en su cama hace menos de veinticuatro horas.

—Me encanta tu color de piel —le susurré al oído, girando a mi lado para abrazarla—. Amo el contraste de nuestros cuerpos, tus pezones rosados, el lunar diminuto y oscuro que tienes allí abajo... Eres tan... hermosa.

Se resistió hasta ese instante. Volteó inspeccionándome con sus enormes ojos, sus labios comenzaron a subir hasta formar esa sonrisa tan particular y me besó.

Una cosa llevó a la otra y terminamos la noche desnudas bajo sus sábanas, contando lunares y pecas en la piel de cada una como si fuesen estrellas, dibujando figuras con las puntas de los dedos, ayudadas de su pequeña linterna de lectura.

Yo estuve ahí, en su piel, estuve en su cuerpo, vi, toqué y besé cada milímetro, cada marca, cada valle...

¿Fingía entonces?

¿Por qué dejo que un grupo de palabras que, con una alta probabilidad, no significaron nada, me afecten así?

Seguramente por la misma razón que ella no ha negado lo que dijo. Tuvo el trío, «el mejor sexo de su vida» y yo fui el peor.

Duele, pensar en esto, en ella, en nosotras... duele.

—¿Qué haces aquí? ¿No podías dormir? —me pregunta asustándome un segundo. Estaba tan perdida en ese recuerdo que no la sentí llegar.

—Algo así —le respondo.

—¿The Vampire Diaries? ¿Te molesta si me uno?

—No, para nada —le digo y se acomoda a mi lado. Le convido de mis zanahorias; me agradece mordiendo una con un audible crujido.

Hmm, somos dos conejos. Yo el blanco y ella el rojo... lindo recuerdo.

Cómo quisiera olvidar esa noche, esos días, nuestra estúpida relación. Pensar que para mí fue lo mejor... y yo su peor.

Qué patética soy


Tan patética como un sábado por la noche, y un domingo en la mañana...


No quería empezar el domingo con la misma letanía con la que terminé el sábado, por lo que no me permití dormir pasadas las ocho de la mañana. Me apresuré a darme un baño y me vestí hecha un rayo para salir a la panadería y comprar mi pasta de milhoja. Ya soy amiga de los dueños, si es que a llegar todas las mañanas y retirar el pedido que dejo pagando por anticipado los lunes, se puede llamar amistad. Me saludan por mi nombre, así que... quizá.

Llegué a la caja y «recordé» —como si pudiera olvidarlo— que ya no vivo sola; la cuestión se hizo tan evidente como un letrero de neon afuera de un motel.
¿Regreso con o sin pasta para Len?

—Yulia, te extrañamos ayer —me saludó Luciano, señalando la bandeja a su izquierda—, hoy puedes llevarte dos pastas o pagar nada más por seis para la próxima semana —me explicó y tenía razón, no fui la mañana del sábado porque llegamos muy tarde del concierto y í hasta medio día y, en nuestro acuerdo con la panadería, si no llego hasta las diez, venden mi pasta y al día siguiente puedo canjear dos.

Sería pasta para Lena, entonces. Pagué el pedido para los próximos siete días —por dos, yo siempre tan amable— y recogí mi pequeña caja para volver al apartamento.

Terminé comprando dos milhojas. No tenía ni ganas ni tiempo de discutir quién es la que come milhojas en mi casa —esa soy yo—, no le iba a dar la oportunidad a Lena de llevársela y dejarme con el pie de frambuesas.

Caminé de regreso al edificio, hacia bastante frío; a varios metros de la puerta, noté algo que me llamó la atención. Un auto muy parecido al que mi madre me contó que se había comprado hace poco. El Nissan Sentra color rojo estaba estacionado justo en frente de la entrada.

Seguí caminando, subí dos escalones, y regresé a verlo de reojo. Ahí estaba el maldito colgante de cruz de mamá, ese que yo tanto odiaba de su antiguo Ford.

—¡Oh, mierda!

De nada me sirvió maldecir, el portero me confirmó que mi santa, pura y virgen madre estaba subiendo a mi departamento por el único ascensor del edificio para encontrarse con la pecadora que le robó la inocencia a su hija.

Si Dios existe, tiene una graciosa manera de divertirse conmigo.

¡¿De verdad, hombre de los cielos?! ¿Tienes que lanzarme todo a mí?

—Señorita, no porque presione más veces el botón, el elevador va a llegar más rápido —me comentó Boris, el portero, claramente preocupado por mi insistencia.
¡Pero yo necesitaba que esa cosa bajara ya!

Mi cabeza giró instintivamente hacia la puerta de las escaleras.

¿Alcanzaría a subir a pie o corriendo?, ¡¿escalando paredes como si supiera parkour?!

Definitivamente no con dos pastas encima.

Volteé hacia la pantalla de los números de los pisos; seguía subiendo... piso ocho.

"¡Llámale a Lena, dile que no le abra la puerta a mamá!"

—Buena idea, buena idea. —Pensé en voz alta. No dudo que Boris me haya creído loca en ese momento, pero poco me importaba. ¡Necesita evitar a toda costa ese encuentro!

«Hola, has llamado a Lena Katina...»

—¡Mier-da se-ca!

Escuché risas. Boris y Jesús, súper amigos en esto de encontrar mi desgracia divertida.

—¡Maldita sea, baja ya! —grité y el hombre a mis espaldas terminó de reír y se limpió la garganta.

—Su madre subió hace más de diez minutos, señorita.

—¡Ah, no! Me lo hubiera dicho antes. ¡Así me evitaba el paro cardíaco que acabo de tener! —le reclamé, él lo encontró más gracioso. Me acerqué hasta la mesa de la recepción y golpeé mi frente contra el tablero—. Ya qué, Boris, ya qué. Se va al diablo todo. Dígame, ¿le gusta el café?, porque puedo dejarle de herencia varias bolsas que compré la semana pasada.

Pensé en ese momento que lo más lógico sería huir, salir por esa puerta y dejar que mamá descuartizara a Lena. ¡Ella tiene la culpa de todo esto! ¡¿Para qué diablos me besa en el aeropuerto?! ¡¿Por qué frente a mi madre?

¡Su culpa, que la mate! Así yo tendría un problema menos... pero no, no lo hice.

¿Cómo resistirse a proteger a la medio alemana? Todavía tiene mi corazón en sus manos. Que me lo devuelva y después, mamá puede hacerla picadillo.

—No se angustie señorita —me dijo el portero, tras oír más de mis quejas—, vaya tranquila. El ascensor está por llegar.

Exhalé y volví a ver que sí, ya se estaban abriendo las puertas hacia mi muerte.

—Boris, si no vuelvo a verlo, le agradezco por ayudarme con el calefactor el otro día y por no dejarme caer cuando me resbalé en el hielo.

—De nada señorita, que tenga buena suerte con su mamá.

Así fue que caminé hacia mi final, lentamente, ingresé al túnel y, resignada a no volver al mundo, esperé a que llegara al veinteavo piso.

No me encontré con cánticos angelicales o una luz muy brillante cuando arribé, además de la que entraba por el ventanal del pasillo por donde se veía la nieve caer con mucha tranquilidad. Fue cuando caí en cuenta, había demasiada tranquilidad; silencio absoluto en las puertas de mi deceso. Puse un oído a la misma y
no escuchaba absolutamente nada.

¿Me equivoqué de piso?

"Ya la mató, la descuartizó y la está metiendo en fundas de basura para tirarla por el orificio de la pared".

"¡Todavía hay tiempo de escapar! No tenemos que pasar en la cárcel el resto de nuestras vidas".

"Llama a papá, necesitamos un abogado penal, un pasaporte falso, un boleto a Brasil... no, mejor a... ¿qué otro país no tiene tratados de extradición?"

La paranoia se apoderó de todas las voces que, en su descuido, ni se dieron cuenta de que ya había colocado la llave en el picaporte y lo giraba para entrar.

"¡Nooooooo!", me gritaron todas juntas y me detuve de golpe, viendo a mamá muy civilizada, sentada en la sala, sola.

—Hey, no esperaba verte aquí —le dije como idiota y le di la espalda para evitarla, además de parar y cerrar bien la puerta. Tomé valor y caminé hasta la cocina,
dejando las pastas sobre el mesón.

Era hora de actuar casual, como si no sucediera nada del otro mundo.

Digo, la chica con la que perdí mi virginidad homosexual no estaba viviendo conmigo, para nada. La joven que le abrió la puerta era la mucama que se le parece mucho, pero no es ella, no, no, no. Lo que pasa es que la pobrecita no tiene más ropa que su pijama, así que viene a trabajar con eso... en domingo.

Sí, ni yo me lo creía.

Me quité el abrigo y lo colgué, retrasando nuestro acercamiento lo más posible.

—Tu... amiga, dijo que se daría una ducha.

Sí, pobre la mucama, no tiene baño en su casa, ni agua, ni luz; pobrecita y yo soy un alma tan caritativa qué... Ajá.

—No fuiste ayer a nuestro almuerzo.

Eso, por eso se dio la molestia de visitarme, por el maldito almuerzo que olvidé que teníamos programado y todo por aceptar la invitación que Ade y Rachel nos hicieron a Lena y a mí para mostrarle la cuidad.

—Lo olvidé —le dije dándole un beso en la mejilla y me senté en el sillón de enfrente.

—Ya me imagino el porqué —respondió de forma despectiva. No había cambiado nada en veintisiete días de no vernos.

—Sí, fue por eso —le confirmé sin especificar nada, porque ¿qué importaba?, ya sabía a quién se refería.

— Alik me dijo que no te insistiera si es que no ibas.

—¿Y qué haces aquí?

—Te extrañaba, ¿no se puede?

Obvio que se puede, pero...

—Pudiste llamar antes de venir.

—Y tú pudiste decirme que estabas viviendo con tu novia.

—No somos novias.

Me viró el rostro haciendo una mueca de asco y me vi obligada a aclararle la situación.

—Tampoco somos amantes, mamá. Está aquí porque necesitaba salir de Sochi.

—Eso espero, no sabes con quién se ha acostado esa chica.

Sí, lo sabía y lamentablemente no era yo.

—¿Cuánto tiempo se va a quedar?

Alcé los hombros, frunciendo los labios hacia abajo.

—¿Y quién está pagando sus gastos, tu papá?

—Lena tiene sus propios papás, ¿sabes?

—¿Y por qué está aquí? Que regrese con ellos.

—¿Por qué no regresas tú a tu casa, mamá? Yo tengo hambre, quiero desayunar y preparar la tarea para mañana. No tengo tiempo para que estés ahí sentada juzgando como decido vivir.

—¿No has extrañado verme? —preguntó menos molesta, más preocupada de nuestra indiferente interacción.

—Ya me acostumbre a vivir... sola —le dije, volviendo a recordar que ya no lo hago, tengo a una Lena en la ducha.

—Te ves más delgada —mencionó—, pero bastante bien. —Se acomodó la cartera al hombro y se levantó, obligándome a imitarla—. Me da gusto verte, aunque sea unos minutos.

Asentí un par de veces y caminé tras ella acompañándola a la salida.

—Espero que pronto tengas tiempo para ir a almorzar conmigo. Me gustaría... charlar.

Sí, a mí también, de hecho. Me gustaría tener esa confianza que compartíamos hasta hace unos meses. Me sonrió, me dio un breve abrazo y siguió su camino al ascensor.

Esperé a que ingresara y las puertas del elevador se cerraran antes de entrar nuevamente a casa, encontrándome con mi maldito karma parada a cinco centímetros detrás de mí.

—¡¿Quieres matarme de un susto?! ¡Suficiente tengo con ver a mi madre!

La mucama, digo, Lena se hizo para atrás y se mantuvo en silencio hasta que me tranquilicé y logré hablarle.

—¿Estás bien? ¿No te hizo nada o...?

—No, estoy bien —confirmó—. Solo le abrí la puerta y... No dijo nada, se sentó y yo me disculpé para ir...

—A bañarte.

—Sí.

Me extrañó ver a Lena alterada, porque lo estaba; nerviosa, confundida, podría creer que hasta la vi temblar.

—Desde hoy en adelante, si alguien timbra, será mejor que veas por la mirilla y si es ella, no le abras.

—Okey —acordó y calló parada en le mismo lugar. Muy extraña.

—Te traje una pasta... ¿Quieres café?

—Un té está bien, pero ya lo hago yo, no te preocupes.

¿Pero cómo no hacerlo?

La he observado desde ese instante y su actitud comienza a inquietarme.

No creo que sea la expectativa de la nueva escuela, lo que la tiene así. Es algo que pasó mientras yo no estaba en casa.

Ya es de noche y está sentada en su cama, haciéndose la que lee un libro al cuál no le ha volteado una página en más de dos horas.

Algo le sucede, algo que necesito saber.


...

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