Capítulo 40: Este amor que me hace dudar...

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Cada etapa de experimentación con uno mismo, trae consigo la cuestión de la moralidad.

¿Es esto correcto o equivocado?

Puede que quieras hacer caso omiso, puedes hacerla a un lado o incluso esconderte, pero con el tiempo va a venir a buscarte, y te va a encontrar.

¿Es esto correcto o es lo equivocado?

Si me limito a lo estricto de la situación, es correcto. Lena es soltera —técnicamente hablando—, es libre de tomar sus propias decisiones, es consciente de las demás personas, entiende los riesgos. Está, digamos que, disponible.

Sin embargo, esto no es precisamente la verdad.

No se puede ver la vida en blanco y negro. Los colores, al igual que las situaciones, cambian con la perspectiva. Es soltera, pero está teniendo una relación seria con alguien que no soy yo. Alguien que ha dado por completo a ella, y al revés. Han estado saliendo por semanas, se gustan y se preocupan la una por la otra, mucho más que eso. Lena ha pensado en la posibilidad de poner fin a su estatus ambiguo por esta chica, así que no es sólo una aventura, es real, es importante y es algo a considerar.

Ahora, si cambio la perspectiva hacia mí, todo este asunto es un error que sigo cometiendo segundo a segundo, y uno que me gustaría poder cambiar.

Tuve sexo con la novia de alguien. Es así. Marina es su novia, será su novia en pocos días. Esto está mal. Sin títulos ya eran pareja y yo me metí en medio. Lena me abrió la puerta y yo la seguí adentro, pero moralmente, esto no estuvo nada bien.

Yo no quisiera que alguien toque a mi novia como yo la toqué; que la bese como la besé; que se satisfaga en ella como yo lo hice. No quisiera que mi novia recorriera el cuerpo de otra como hizo con el mío. Repudiaría que le ofreciera ser suya por el tiempo que fuere. Odiaría la idea de que es capaz de continuar con esta otra persona —sin remordimientos—, con esa inocencia que proyecta aquí, en esta ducha en la que está... conmigo.

Sí, la hipocresía me alcanza y me da una bofetada. Sé que no es lo correcto, sé que debería ser más noble, humana, considerada con alguien a quien ni conozco porque no quiero nunca estar en sus zapatos. Creo en el karma y esto volverá a patearme mucho más fuerte de lo que me puedo imaginar.

Lena lava mi cabello. Yo no puedo hacer lo mismo por el yeso de mi mano, tuve que meterlo en una bolsa plástica para evitar que se moje. Es la inconveniencia que he tenido estos días pasados. Por supuesto que, sola, debo hacer maromas con una sola mano.

Sus dedos me recorren esparciendo el jabón por la espalda, dejando una capa suave y placentera en mi piel que se siente increíble al contacto con la suya. Sus besos en mi cuello, su abrazo por mi cintura.

A Lena le gustan mis senos. No ha dejado de acariciarlos en cada oportunidad que tiene. Le gustan mucho más que mi cola, de la cual no se podía despejar antes de conocerme desnuda.

A mi me enloquecen los suyos. Me los imaginaba menos... ¿erguidos?

Dios, no lo sé.

Imagino que mi percepción de la forma y disposición está directamente relacionada al volumen, a mí tamaño en específico. Los de Lena son, extrañamente impecables, como si hubiesen sido moldeados para verse así. Son como una gota, perfecta; redondos y estratégicamente posicionados, sus pezones imposiblemente altos.

Ya lo dije, es como si un artista los hubiese creado de arcilla pensando en la figura más deseable e imposible, porque nunca he visto un cuerpo como el suyo, en ninguna película o imagen. No existe.

—¿Salimos ya? —me pregunta, pero preferiría quedarme eternamente aquí. De todas las cosas que hemos hecho estos dos días, contemplarnos desnudas bajo el agua, es de mis favoritas.

Lena tiene un ritual exquisito. Dentro de la ducha tiene mucho cuidado con su piel. Lava su rostro con un jabón especial más delicado que el que usa en su cuerpo, creando una capa de espuma que deja por varios segundos antes de enjuagarse por completo. Su champú no es como otros. Según me comentó es hecho bajo pedido por una mujer naturista. Su aroma es tan fresco y natural que embriaga, el acondicionador sigue la misma línea. Es por eso que la fragancia queda impregnada por tanto tiempo en su cabello, ningún ingrediente es artificial.

Cuando sale se seca el cuerpo por completo. Con mucho cuidado pasa la toalla por cada espacio entre los dedos de sus pies, por las curvas de su cuerpo, por su espalda, sus brazos, su cuello. Su cabello se queda enroscado en una toalla más pequeña mientras ella cubre su piel con una loción increíblemente blanca y ligera. La esparce por sus piernas, sube con delicadeza a sus muslos, sus brazos. Coloca un poco más en sus manos y continúa a su abdomen, sin descuidar extenderla por su espalda baja y subir por sus lados hasta esos gloriosos senos.

Verla masajearlos con tanta sutileza, se me hace agua a la boca, no descuida un milímetro de su pecho hasta llegar al cuello, es fascinante, excitante, hipnotizador.

Antes de lavarse las manos, para colocarse la loción especial para el rostro, abre el perfume que rocía con precisión. Presiona el atomizador, dejando unas gotas en su cuello a la altura de su yugular. Salpica unas más en su pecho, en sus muñecas y por último detrás de las orejas como un punto minúsculo.

El baño entero huele a ella en un estado impecable y puro. Su aroma por las mañanas es muchísimo más fresco que el dulce con el que termina el día. Sin embargo, prefiero ese, el que ya tiene una mezcla con su olor natural, ese lleva su nombre grabado. Es el que enamora.

Soy testigo de una obra de arte, algo que para ella es tan usual que ni siquiera entiende por qué tengo una cara de idiota desde esta pared de la cual la observo fijamente.

—Te dejaré el baño para que estés más cómoda y te cambies —me dice sonrojándose, cubriéndose nuevamente con la toalla para salir a la habitación y vestirse.

Y, apenas sale del baño, vuelvo a sentir el peso de mis decisiones.

Esto no es algo que yo quisiera que mi novia haga con otra mujer. Amo ser parte de estos momentos, pero no me pertenecen. Lamentablemente, aunque yo sepa diferenciar el bien del mal, en este caso, escogeré inevitablemente la opción errada.

******************************************************

No tengo idea de qué hacer. Debo irme, ya estaba decidido, pero Lena, ¡Dios, Lena!

Jared, creo que estoy enamorada – Le hablo a la indefensa mascota de Nastya que dejó bajo el cuidado de Lena

Sí, de ella, de quién más. Estamos hablando de la pelirroja con la que hemos vivido ya por más de una semana y... ¿Qué voy a hacer? No quiero irme, no quiero que cuando el avión despegue, ella corra a la rubia que le lloró por una oportunidad. Quiero ser la que ella escoja.

¿Tú crees que me escogería? Si me quedo, ¿Lena, me escogería a mí sobre ella?

La escuché hoy, me lo dijo, ¿sabes?

Claro que lo sabes, estabas aquí con nosotras, es más, tú eres mi único testigo. Dime si no estuvo tan claro como el agua, clarísimo. Me ama, lo dijo.

¿Crees que alguien pueda amar a dos personas al mismo tiempo y de la misma manera? ¿Crees que me ame más a mí que a ella o me estoy ilusionando en vano?

Sí, tienes razón, Jared. Estaba dormida, es cierto, no sabía lo que decía.

«Quédate, te amo».

¿Y si no me lo decía a mí? ¡¿Hablas en serio, Leto?!

¿Crees que estaba soñando con Marina?

Mierda, ¡mierda, Jared! ¿Y ahora qué hago? Dime, ¿qué hacer?, porque yo no sé.

—¿Aló? —Finalmente me contesta. Dejo al camaleón que no me ayudó en nada y voy directo a tirarme con pesar en la cama.

—Nast, te he llamado como seis veces hoy.

—Lo sé, Yulia. Estaba en clases, acabo de llegar a casa.

—¡Bueno, pero es que Lena también está apunto de llegar y yo requería preguntarte algunas cosas! —le explicó hablando lo más rápido que puedo, porque si la dueña de casa llega no podré saber qué piensa Nastya, y yo necesito su opinión.

—Dispara.

—Bueno... es que...

Claro, ahora que la tengo en la línea no me salen las palabras. ¡Genial!

—Estás dudando de si irte o no, ¿verdad? Se te nota.

—Nast, es que... hoy pasó algo.

—Ajá, te escucho.

Tomo un respiro y me armo de valor. No soy del tipo de contarle mis problemas a mis amigos. Usualmente, Nastya me adivina de una sola mirada, pero ya no está aquí para verme y descubrir lo que tengo metido en la cabeza.

—Bien, pues. Lena estaba dormida y ya iban a dar las siete. No quería despertarla, pero se le estaba haciendo muy, muy tarde y tenía un examen de cálculo a la primera hora.

—¿Ajá?

—Entonces le di unos besos, ya sabes, para despertarla y...

Recuerdo las palabras que ella misma me dijo hace unos días:

«Tienes que estar completamente segura de que vas a mudarte, grabarte las razones en la frente, porque el día que veas a Lena de esa forma, vas a hacer lo imposible por quedarte. Y no digo que eso sea malo, pero Yulia, recuerda que para Lena esto es temporal».

—¿Y? —me pregunta, regresándome al momento—. Yulia, ¿amas a Lena?

Ahí está la Nastya intuitiva. Lo sabe hasta sin ponerme un ojo encima.

Sí, creo que amo a Lena. Es estúpido lo sé, pero ¿qué hago ahora? Estoy a dos días de irme.

—Yulia, ¿amas a Lena? —repite.

—No... No necesariamente.

—¡Lo haces!

—Nastya, yo... Ella se abrazó de mi cuerpo, todavía no abría sus ojos y me dijo en un murmuro que no quería que me fuera, que me amaba.

—¡¿Te lo dijo?!

—Estaba adormecida... pero sí, lo dijo: Quédate, te amo.

—Dijo: ¿te amo, Yulia? O solo: te amo.

—Solo: te amo.

—Ajá.

No le hace gracia. No le gusta y, como yo, no está convencida de lo que significan sus palabras.

—Déjame hablar con Lena y te vuelvo a llamar.

—¡No!

—Es la única forma de asegurarnos de qué le cruza por la cabeza, ¿o vas a leerle la mente?

Leerle... la mente. ¡Su diario!

Ah, pero si seré estúpida nivel Dios. Tengo su diario en el cajón del baño, su maldito diario. Puedo leerla, puedo saber qué diablos se le cruza por la cabeza con respecto a mí.

—No, Nastya. De verdad, gracias, pero no quiero que Lena se haga preguntas sobre lo que yo siento y si tú se lo preguntas ella va a asumir que tú y yo hablamos sobre mi diminuto enamoramiento.

—Diminuto, sí como no.

—¡Tan solo, ¿me haces el favor de no mencionarle nada?!

—Okey, okey. Pero ¿me dejas preguntarte a ti una cosa?

—No.

Ya sé que quiere hacer.

—Lo preguntaré igual. ¿Por qué vas a viajar a Moscú?

Gracias pequeño engendro. Lo que necesitaba, que enciendas las voces que tengo adentro, esas que siempre tratan de confundirme.

"Iremos porque es nuestra oportunidad de dejar todo lo que nos jode atrás".

"Además está la nueva escuela y las decenas de oportunidades que te da graduarte de ella".

"El clima, no te olvides que odiamos el calor y allá hay nieve, nos gusta la nieve".

"Aquí nos quedaremos a ver como Lena se tranza a Marina. Seguro allá hay una linda chica llamada... mmmm... Piper, que se yo!! que nos vuelva un poco loca con su hermosura y sus grandes boobies".

¿Piper?

"Déjala es fan de Orange is the new black".

Okey.

"Nos vamos porque no es justo que mamá pase sola con tanta presión. Somos su hija, su columna, su punto fuerte, siempre nos lo dice".

"Además, academia de artes".

Si entienden que no vamos a recorrer al mundo ¿no? Vamos a Moscú. Está a cuatro horas en auto.

"Pero vamos a estar mucho más cerca que aquí y el próximo año, si te gradúas de la nueva escuela, ¡estudiaremos en la mejor escuela de arte, televisión y música de todo el país!"

Sí, es un buen punto. Así saque las mejores calificaciones, no tengo asegurado el cupo en esa Universidad. Desde la nueva escuela sí.

"¿Ves? No todo en la vida es Lena".

"Ni siquiera tenemos una relación con ella. Otra cosa sería si fuéramos novias".

"Pero acuérdate que ella no quiere una".

Gracias por recordármelo. ¿No hay nadie allí adentro que quiera quedarse por Lena?

"¿Quieres tú?"

Buen punto. Todas mis voces velan por mi futuro, por encima de los sentimientos que tengo. Quizá porque esos sentimientos solo los tengo yo, o porque mientras ellas se preocupan del resto de mi vida, yo estoy concentrada en cuantos latidos da mi corazón cuando la veo.

—Sé por qué me voy, Nastya. No te preocupes.

—Entonces, ahí tienes tu respuesta.

Sí, la tengo. Leeré el diario y callaré a las voces que tienen todas las razones para que me marche.

Escucho el cerrar de la puerta de la entrada y mis planes de enterarme de sus más reservados pensamientos, desaparece.

—Llegó, perfecto.

Será mañana, pero la leeré y analizaré si tengo una oportunidad con ella antes de subirme a ese avión.


***************************************


Lena no confía en mí. Es eso, o prefiere escribir su diario en la escuela, o quizá quería hacerlo desaparecer como el que yo me encontré.

Esperé quince minutos después de que todos salieron de casa para ir a su escondite secreto y buscar el bendito cuaderno. No estaba ahí. Fui al closet, al escritorio, abrí todos los cajones de su recámara y nada. Se lo llevó.

Algo me dice que hay algo ahí que no quiere que yo lea y, como burra que soy, ya se me fijó la idea en la cabeza que es necesario que lo haga. Hasta tengo ganas de ir a la bodega y ponerme a leerla durante la mañana, aunque sea su viejo diario. Regresaría justo para el almuerzo y nadie notaría mi ausencia. Eso debería hacer. Tengo dinero para el taxi y ya no me duele la costilla... tanto.

Alguien timbra. Sí, ahí está otra vez.

Me encamino a la planta baja, gritando desde las escaleras que... esperen un momento, no soy flash ni esperaba a alguien. Doy un respiro antes de abrir para no mandar al diablo a quien diablos sea y doy vuelta a la manija de la puerta, tratando de conservar la calma.

Es unos diez centímetros más alta que yo —y no lleva tacones, solo unos Converse negros—, es delgada, pero no tanto, lo justo. Le queda bien el negro y esa camiseta de Nirvana le va.

Ella si lleva el pendiente, el mismo que le regaló a Lena; su ofrecimiento en medio del pecho casi tocándole el corazón.

Tiene los ojos rojos, ha estado llorando. Son lindos a pesar de la hinchazón, grandes, azules. Está llena de pecas, a Lena le parecen lindas, no le quedan mal, pero preferiría un cincuenta por ciento menos.

—Hola, soy Marina.

La observo dos segundos más. ¿A qué vino? Lena está en la escuela, son las once de la mañana, no llegará hasta las tres.

—Yulia.

Asiente, sabe quién soy. ¿Vino por mí?

—Sé que esto es... extraño, pero quería hablar contigo, si tienes unos minutos.

Es directa y tiene coraje. No tiembla al hablar, es segura. Es un buen indicio... o malo para mí.

—Pasa.

Me hago a un lado y ella se acerca hasta el sofá pero no se sienta, espera a que yo cierre la puerta y la alcance.

—Estás esperando crecer un poco más, ya estás bastante alta, ¿no crees?

Alza las cejas y sonríe, tomando asiento. Yo hago lo mismo.

—Tú dirás. —Inicio.

—Supongo que sabes quién soy.

—¿Crees que si no fuese así te habría dejado entrar?

—Eres ruda —me responde algo sorprendida. ¿No esperaba eso de alguien que le guste a su cuasi novia?

—No me gustan las conversaciones banales. Si tienes algo que decir, dilo.

—Bien. Quería conocerte, saber quién eras y si pones en peligro lo que tengo con Lena.

¿No lo dije? Directa. Yo no sé si pueda darle la respuesta que busca.

—Tú sabes que me voy en dos días. No creo tener el poder de comprometer su relación.

—No tenemos una —me afirma, dejándome ver que le duele en un parpadeo rápido.

—Tienen una —le ratifico—, una sin título, pero la tienen, no seré ingenua en eso.

Sus nervios salen a la luz. Pierde su mirada en su regazo, respira profundo y regresa su vista con furia. Quiere reclamarme algo, imagino que se pregunta, ¿entonces qué hago con ella? No sé qué responder a su falta de palabras, su mirada no es concreta, podría querer matarme o admitir que soy una pieza importante en este tablero.

—Al principio, Lena hablaba mucho de ti. De la chica que se las arreglaba para indisponerla porque no le caía bien y, aún así, me daba ternura escucharla, porque me reconocía en ella. Sonaba a mí cuando hablaba de mi ex en el tiempo en que nos «odiábamos».

—No nos hicimos amigas hasta hace poco.

—Lo sé, porque cuando lo hicieron dejó de hablar de ti. Trataba de no dar una opinión o contarme anécdotas de la escuela. Pensar en ti la ponía nerviosa y prefería evitarlo.

Ese es un detalle que solo alguien que está muy cerca puede saber, como yo sé que Lena está, de cierta forma, enamorada de ella.

—Creo que es estúpido negar que aunque no fuesen amigas, le gustabas desde hace mucho tiempo. Antes que ella y yo nos conociéramos —me dice, franca, sincera, sin pretender.

Esto me pone, a mi, nerviosa y aunque trato de evitarlo termino perdiendo la mirada en algún lugar de la cocina.

—Pasé por lo de Leo hace poco, temprano en la mañana —me cuenta, es gracioso, me siento en el equipo contrario de los amantes de Lena.

—¿Son amigos?

—No somos enemigos, si eso vale.

—Entiendo.

—Me dijo que Lena había ido a visitarlo ayer y le había comentado que no quiere que te vayas —me informa. Nuestra amiga en común rompió la promesa que me hizo, lindo—. Dijo que se muere por decírtelo pero se siente egoísta de solo pensarlo. Que tu viaje es importante y te esperan muchas cosas buenas en Moscú.

—No sé si me agrada que estén hablando a mis espaldas.

—Lástima.

—¿Puedes decirme qué diablos haces aquí?

Me hartó. ¿Qué quiere? No porque seamos los juguetes favoritos de Lena, necesitamos tener contacto. ¿Quiere conocerme? Le puedo pasar la carpeta con mis datos y un video de presentación como el que se envía a una audición. Que no me fastidie con sus estupideces.

—Vine a ofrecerte una tregua.

La miro sin entenderla y me doy cuenta que mi ceño está fruncido a más no poder.

—¿A qué te refieres?

—No vas a decirme que no has pensado en mandar Moscú al diablo y quedarte por Lena.

—No tengo por qué decirte nada.

—Lo sé, pero yo sí. Me haré a un lado. Le escribiré para decirle que lo nuestro se terminó y que es libre de elegirte a ti si quiere.

—¿Por qué harías eso? Te mueres por estar con ella. Yo misma te escuché la otra noche. Le suplicaste que... —La miro y su rostro se llena de pena, de vergüenza y recuerdo que estaba borracha esa noche—. Sabes que ella volverá a ti cuando yo me vaya.

—Ese es el punto. No quiero que se quede conmigo por conveniencia, porque tú ya no estás y soy la única opción que le queda.

—No es así —le confirmo aunque me pone una cara incrédula, yo lo sé—. Ella siente algo muy profundo por ti.

—No como contigo.

—Tú no sabes eso.

—Lo sé, porque de todas sus reglas y auto prohibiciones, tú eres la única que ha logrado ser la excepción.

Me mata al recordarme que soy importante, aunque al principio quería que lo reconociera. Es un puñal a una decisión ya tomada de la cual dudo porque quiero esto con Lena, pero... yo no estoy tan segura de que me elegiría. Y, si fuese así, tengo a mamá en quién pensar, tengo mi futuro, el que hasta hace unos meses era lo más importante para mí.

¿De verdad voy a cambiar toda mi vida por un enamoramiento?, ¿por alguien que no sabe ni qué o a quién quiere? Suena a cuento de hadas, a jugármela toda. A veces la gente necesita ponerse primero a uno mismo.

Suspiro pensando.

Tengo mi consciencia y mis decisiones divididas y todo yace sobre una fina telaraña. Quiero quedarme por ella, pero quiero irme por mí.

¿La resentiré si me quedo? Cuando profesionalmente no logre conseguir lo que quiero. Cuando eventualmente ella me deje por su inhabilidad de comprometerse. Cuando nos graduemos y tomemos caminos separados, porque eso es lo que vendrá en unos meses, de todas formas.

Es ingenuo pensar que una relación de secundaria durará toda la vida. Estas cuestiones ya las pasé con Aleksey. Nuestros sueños eran similares y, aún así, había la gran posibilidad de que nuestros rumbos nos separen.

¿La llegaré a odiar si la elijo, si me quedo?

—No entiendo que ganas con esto, Marina.

—Yo no gano nada. Lena gana su libertad. Gana elegir sin culpa.

—Qué noble.

—Puedes burlarte lo que quieras, Yulia, pero está clarísimo que no sabes qué hacer. Tú única razón para quedarte es Lena y tu inconveniente soy yo. Si me aparto tienes tu oportunidad, quedarte o irte se vuelve más simple, ¿no?

—Insisto, ¿y qué ganas con eso?

—Que si te vas y ella me elige a mí, sabré que no es por conveniencia.

—Si te apartas, ¿cómo esperas que te elija? Lena pensará que no quieres nada con ella.

—Si me quiere, como tu dices, como yo siento que lo hace, si eso es real, vendrá por mí.

Eso es verdad. Lena guarda con cariño esa entrada del diario en la que relata el pendiente que Marina le regaló, ese idéntico al que ella lleva puesto; la promesa de una relación estable, algo que ella pensó y quiso aceptar, no una vez, varias. Lena lee ese detalle, ese momento todos los santos días, porque sino por qué estaba marcada con esa cinta, no era una coincidencia.

Quizá esa es la diferencia entre Marina y yo. Tal vez ella es más inteligente de lo que esperaba.

Mis dudas empezaron el momento en que me di cuenta de que me estoy perdiendo en Lena en lo que siento. Las suyas cuando renunció a ella por el estúpido detalle de su edad, cuando sintió que la perdió.

Es por eso que ahora está dispuesta a renunciar por ella, porque es la única forma en la que puede conquistarla, siendo altruista, desinteresada, preocupándose por Lena más que en sí misma. Cosa que yo no necesariamente estoy dispuesta a hacer.

Quizá esa es la finalidad de esta visita. Hacerme saber que ella sí lo dejaría todo por Lena, que ella no está pensando en qué es mejor para su futuro, como yo. Que, de ambas, ella es la que la merece y entonces mi decisión sí se hace más fácil.

Es Moscú.

Yo no puedo darle a Lena lo mismo. Ahora, en este instante, todo se hace muy claro.

Mi futuro importa, mi egoísmo es amor propio. Quiero las oportunidades que tendré allá y me encantaría que además ella esté conmigo. Las cosas serían distintas si nuestros caminos no estuviesen tan lejos, pero la realidad es otra.

—¿Y si me voy y ella no te elige?

—Entonces, alejarme, será la mejor decisión que pude haber tomado.

Inteligente, es. Fuerte como para aguantar otro golpe, quién sabe. El tiempo lo cura todo, supongo. Al menos es lo que tendré que averiguar en unos días. Si de verdad el tiempo enmienda. Yo me voy y Lena se queda.


...

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