Capítulo 34: Sí eso te hace feliz, me mantendré fuerte

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Entrada número cuarenta del diario.


20 de agosto, 2015

Tal vez estoy loca y paranoica con todo lo que me está pasando, pero creo que mamá sospecha algo. Me aseguré de guardar en una bolsa de plástico todas las pruebas de embarazo que tomé y de tirarlas en el bote de basura de la calle, dejando cero evidencia en la casa.

Me siento como una criminal, lo juro.

Ella me miró con curiosidad durante el almuerzo y me preguntó directamente si algo «fuera de lo normal» me estaba pasando. Me comentó que me nota con un brillo muy particular.
¿Es tan evidente, o es mi nueva loción corporal? Sonreí y le dije:

—Gracias, debe ser que estoy feliz.

Sí, como no. Entonces me preguntó por Marina. Tuve que reventarle la burbuja ahí mismo.

—Somos amigas, nada más.

—Yo diría que algo más, con la forma en que te mira...

—La has visto una vez?

—Independientemente de eso, te llama, pregunta por ti, pregunta acerca de mi día... Es atenta, gentil, le importas. Realmente me agrada.

Sí, mamá nos shipea duramente. Mal plan que la mentira de mis padres sea lo que me mantiene alejada de ella.

—En todo caso, no hay nada más que una amistad.

—Espero que la saques del friendzone pronto, hija. —Sonrió y se fue con su taza de café al sofá para ver las noticias y luego salir a la oficina de nuevo.

Mi madre y el léxico moderno, no se llevan bien.


Esta entrada fue graciosa. Es placentero leerla en momentos más ligeros y no siempre angustiada por el gran secreto que cubre su vida.

Nos estamos acercando a los capítulos que ya leí sobre lo que pasó después del cumpleaños de Vladimir y la indiscreción de Aleksey. Tengo muchas ganas de saber ¿qué pasó entre Leo y sus padres y si les dijo que conoce su pasado? Movámonos con esto.

Entrada número cuarenta y uno.

20 de agosto, 2015

Mi castaña amiga ha estado muy desanimada últimamente. Me la encontré en el centro comercial mientras buscaba un regalo para el cumpleañero de mañana, ella hacía lo mismo. Le invité un granizado de fresa y nos sentamos a conversar.

He pasado tan preocupada por mis problemas que no caí en cuenta de la depresión que siente. Sinceramente, supuse que nuestra amiga en común y ella hablaban con regularidad, que la «mujer innombrable»...


Lindo nuevo apodo, Lena.

... cuidaría mejor de su mejor amiga, pero allí estábamos y la pequeña estaba devastada. Yo nunca supe la verdadera razón por la que su familia se mudó y, al escucharla, no me dio tranquilidad alguna enterarme de lo que planeaba. Quería regresar con ellos, hablaba de cuanto los extraña, sobre cómo su vida había cambiado tanto, que no se reconoce a sí misma.

No quiere ser un adulto. Desea tener a su mamá cerca y que ésta le prepare la cena y la abrace mientras ven una boba película. Le hace falta hablar de temas serios con su papá, hacerse bromas, cocinar con ellos como lo hacían antes, postres y demás. Sentí lástima, y no por ella, por mí.

Hemos sido buenas amigas por los últimos tres años. Yo puedo con certeza decir que ella es mi mejor amiga, pero yo me he desentendido completamente de nuestro lazo, yo fui la que falló. Ahora lo lamento, porque sé que se irá. yo misma se lo sugerí. La urgí a que hablara con sus padres, que les propusiera la posibilidad de vivir a una distancia prudente del hospital, que les diga los necesita y que no los deje darle un «no» por respuesta.

Mi mejor amiga se mudará con sus padres, eventualmente se irá y eso me lastima. La quiero demasiado.

¿Qué he hecho? ¿Por qué me volví tan apática con ellos? Bueno, me he decepcionado de uno épicamente, pero ¿de los demás? No hacía falta y lo hice, me alejé. Yo puse mi clara distancia.

He hecho nuevos «amigos», no obstante, los amigos de Leo no son en realidad más que conocidos míos y a algunos prefiero no volverlos a ver, como las chicas de la fiesta con las drogas.

Nastya quiere volver a ser una niña, adolescente, para ser más exactos. Yo, no sé si podría. Mi mente viaja a la realidad cuando quiero escapar de ella. Ya no soy una pequeña, posiblemente mañana confirme que voy a convertirme en madre y aún no decido qué hacer con respecto a mis propios padres.

Envidio a mi amiga. Quisiera tener la facilidad de retroceder el tiempo y vivir sin preocupaciones. Las cosas que daría por borrar todo lo que ha pasado y lo que he escrito en este diario, por tener la posibilidad de no buscar respuestas. Pero lo hecho, hecho está., y al igual que mi amiga, tengo que seguir adelante.

Lena... a esto se refería cuando hablamos y yo le conté de mi posible viaje: «Te voy a decir lo mismo que le dije a Nastya cuando me pidió consejo con lo de su mudanza [...] La familia es algo que no se puede reemplazar. La familia te llama».

¿Como olvidarlo? Es lo que me tiene entre la espada y la pared.

La entrada número cuarenta y dos ya la leí, fue la noche en la que Aleksey les cuenta a sus padres sobre Leo y tienen una fuerte discusión, también leí las dos que le siguen. Paso a la siguiente.

Entrada número cuarenta y cinco.

25 de agosto, 2015

—Lo traerás mañana a cenar o te prometo que lo meteré en la cárcel más rápido de lo que canta un gallo.

Fue la amenaza de papá hoy en la tarde. Insistí con que no lo conocerían, que prefiero no volver a verlo antes de que ellos tengan la facultad de privarlo de su libertad.

—Hija, escúchame muy bien —dijo con un tono amenazador que yo desconocía. Ver a papá enfadado a este nivel es algo nuevo para mí. Su carácter normalmente es tan tranquilo y relajado, que me dejó muda—. Invitarás a Leonardo a cenar mañana en la noche. No me interesan sus planes previos, cualquier compromiso que tenga lo cancelará.

La mención de su nombre no me ayudó con los nervios, de pronto papá le hacía honor a su puesto en la policía, detective. Después de esa corta advertencia me alcanzó una foto de Leo en el gimnasio, otra en la playa, otra entrando al club, otra a las puertas de su departamento. El nombre escrito con marcador permanente en la esquina de las pruebas: Leonardo Ferreira. ¿Necesitaba más para convencerme?

—Tu mamá me comentó que él no sabe acerca de tu edad, que lo has engañado durante no sé cuánto tiempo. ¡¿Te das cuenta de lo que le hiciste?!

No contesté. Enfadarlo más no era parte de mi plan, si es que pedirle que me dejara verlo podía llamarse un plan.

—Papá, necesito hablar con él.

—Imposible.

—Leo merece saber la verdad de mí.

—¿Y huir?

—Dudo que lo permitas, si lo tienes más que vigilado.

—¡Precisamente, no lo hará! ¡Si no viene a cenar mañana, los agentes que están siguiéndolo lo llevarán arrestado al precinto y de ahí no saldrá más que para la cárcel!

Mamá intervino, lo calmó recordándole que es él quien tiene el control y que ninguno de esos agentes permitiría que Leo me hiciera daño.

—Por favor, papá —insistí.

Dos horas, eso me dio y puso el cronómetro en marcha.

—Si después de que ustedes hablen, y antes de que tú salgas de su casa, este tipo no me llama confirmando que viene a la cena, los agentes lo arrestarán hoy mismo, ¿entendido?
Asentí y me coloqué mi bolso al cuello, saqué las llaves del auto y manejé directo a la playa.

Hablar con Leo no fue fácil. Admitir que todo empezó como un juego y que no pude encontrar el momento de decirle la verdad o incluso aceptar que no me importaba hacerlo, me costó enormemente.

Él reaccionó como lo esperaba, intranquilo por papá, pero al mismo tiempo seguro de lo que me había dicho hace un par de noches. Se acercó y me acarició con suavidad las mejillas, limpiando las lágrimas que había dejado caer. Me dio un corto beso en la frente y me abrazó consolándome. Iría a la cena y hablaría con mis papás sin dar marcha atrás. Estábamos juntos, seamos novios o no, y él daría la cara.

Le conté a breves rasgos sobre mi situación. Le dije que sabía que era adoptada y tenía pruebas fehacientes de mi verdadera edad, que no se preocupara por las amenazas de mi padre. Me regaló una sonrisa y me pidió que me tranquilizara.

—Las cosas saldrán bien, es cuestión de tener un poco de fe.

Él es de aquellos que cree en eso. Por un instante me relajé en sus brazos, pero cuando se inclinó para besarme en los labios, escuchamos un golpe brusco en la puerta y mi celular comenzó a sonar. Era papá.

—Ponlo al teléfono, no quiero que te vuelva a tocar, por lo menos hasta que hablemos.

Le extendí el aparato y di vueltas por la habitación, con la mirada. La ventana estaba abierta, la cortina corrida a un lado. Papá y sus hombres nos vigilaban. Era el colmo.
Leo se comportó como un caballero, muy educado al responder los gritos que papá daba del otro lado del auricular. Colgó y se acerco a la ventana quitándoles la visión. Me tomó de la mano y me llevó al baño, cerrando la puerta cuando estuvimos adentro y, antes de hablar, abrió la llave del lavabo.

Tenía miedo de que papá haya colocado micrófonos y había visto ese truco en una película, quién sabe si resultaría, pero no perdía nada en intentarlo.

Me besó con cariño y me abrazó por unos minutos más, me aseguró que me quería, me pidió que estuviese tranquila, que descanse.

Mañana será un día importante. decidí que si papá se pone intenso le diré todo lo que sé sobre mi pasado y desviaré la atención de las «fallas» de Leo.

Ahora intentaré dormir. Al menos tengo la tranquilidad de que en la mañana me llamaron de la clínica. El bebé fue nada más que un susto, un pequeño problema del que ya no necesito preocuparme.



Vaya, menudo problema en el que la metió el idiota de Aleksey. No es de extrañar que ella estuviese tan enojada con él y anhelaba vengarse. Se merece todo lo que le hicimos.

Entrada número cuarenta y seis del diario.

26 de agosto, 2015

Hay días en los que se puede sentir la acumulación de tensión hasta que todo explota en tu cara. Es una sorpresa cuando sucede, pero no debería, en algún momento dado tenía que suceder.

Leo llegó tan presentable como pudo. Se puso unos jeans color gris oscuro, llanos y serios, unos zapatos deportivos de gamuza completamente negros y una camiseta del mismo color de mangas largas con rayas grises; su cabello atado en un moño y su barba bien recortada, además de que olía realmente bien.

Mamá abrió la puerta y casi me río cuando lo vio, poco le faltó para derretirse con su sonrisa —¿quién no?—, claro que luego me miró con cara de querer asesinarme. Digo, Leo parece aparentar más edad, por lo menos veintiocho años y es más alto que mi papá con media cabeza, así que, podemos imaginar que no era una bonita imagen la que corría por sus mentes. Un tipo enorme y viejo, con su inocente y diminuta niña. Estaban sorprendidos y no de una buena manera.

Leo trajo flores. A mamá le gustan las magnolias, yo se lo había contado alguna vez, pero no creí que lo recordaría. Las amó, lo sé, a pesar de que todavía estaba muy preocupada y distante, los olió e hizo ese gesto de placidez antes de llevarlas a la cocina para colocarlas en un florero con agua.

A papá le dio un buen estrechón de manos, mostrándole intencionadamente lo fuerte que es, papá estuvo a punto de sacar su arma, —metafóricamente hablando, por supuesto—, pero si hubiera podido hacerlo...

Después de los saludos pasamos todos a la sala. Ellos no permitieron que me sentara a su lado y para ser honestos, yo no quería tampoco. Ambos continuaban mirándonos alternadamente, su preocupación fija en su ceño con una pregunta evidente: ¿cómo ha sobrevivido nuestra hija una relación con este tipo? Es, fácilmente, treinta y cinco centímetros más alto que yo, musculoso y robusto, uno de sus brazos podría contener a dos de los míos y los cuestionamientos al respecto no tardaron en llegar.

—No creo que te has dado cuenta de que eres demasiado grande para mi hija, y no me refiero únicamente en edad —Soltó papá como una bomba. Fue tan humillante. Leo no le contestó—. ¿Cuánto pesas? —Continuó papá, yo puse mis ojos en blanco mientras Leo le respondía que asienta sus 255 libras sobre mi cuerpo cada vez que lo hacemos en esa posisión. Bueno, no, él se limitó a decirle la cifra—. Debes medir unos dos metros, ¿no?

Leo asintió y posó su vista en mí un par de segundos.

—Mi hija mide no más de 1.60 metros y no pesará más de 110 libras. ¡Podrías matarla! —concluyó papá. En realidad mido 1.67, pero digamos que soy su bebé, en sus ojos debo medir cincuenta centímetros.

—¿Es eso lo que los preocupa? —les preguntó, completamente tranquilo.

No sabía dónde enterrar mi cabeza. Preferí comerme mis labios y dejarlos escondidos adentro de mi boca para no emitir sonido alguno. De verdad, ¿era esa la conversación que mis padres querían tener con mi cualquier cosa/amante/pasatiempo/amigo con derechos?

—Mi hija es menor de edad. Estás rompiendo la ley.

—Cuando la conocí pensé que tenía diecinueve años, hasta ayer fue así.

—Y ahora sabes la verdad, por lo que te conviene mantenerte alejado de ella.

—Papá, basta. No voy a dejar de verlo.

—Leonardo, ¿tienes hijos? —le preguntó mamá, interrumpiéndonos.

Al momento me pareció un insulto, una idiotez, ¿cómo va a preguntarle eso?, ¿acaso no me creyeron cuando les dije que tenía veinticuatro años?, ¿qué se les cruzaba por la cabeza?

Algo sucedió ese momento, él me miró fijamente y limpió su garganta antes de responder que sí, tenía un hijo.


¡¿Leo tiene un hijo?! Oh, por Dios, Lena. ¿Qué diablos, meterte con un hombre con hijos a los diecisiete años? ¡Dieciocho, como sea!

Nunca lo mencionó, ni una mísera palabra sobre el tema. Hemos estado juntos, íntimamente, por tres meses, ¡tres!, no un día o una semana, ¡tres meses! Leo no tiene una sola foto colgada en la pared o en un marco en el velador.

Mil preguntas me cruzaron la mente en cuestión de segundos. ¿Cuántos años tiene su hijo? ¿Quién es la madre de su hijo? ¿Cómo diablos es que tiene un hijo?
No tardó en contestar algunas de ellas y seguro varias de mis padres.

—Su nombre es Eduardo, tiene cuatro años y vive en Brasil. Nació dos meses después de que me mudara a Sochi.


¡Cuatro años! No es un bebé, es un niño brasileño, su madre debe ser de allá también.

Mis padres regresaron a verme buscando indicios de sorpresa. Lamentablemente pagan lo suficiente como para que yo pusiera una buena actuación. Oculté mi asombro con el rostro relajado y una pequeña sonrisa que le di a Leo. Él por el contrario no se tragó mi tranquilidad, podía ver mi confusión.

—Es distinto con un hijo varón que con una mujercita, pero respóndeme sinceramente: ¿te gustaría que abusaran de tu hijo? —prosiguió ella.

—Yo no me estoy aprovechando de su hija. Nos queremos, nos gustamos, nos respetamos —le comunicó conservando la calma—. No soy el tipo de hombre que procura herir a una mujer, no sacaría provecho de su decencia.

—¡Lo estás haciendo!

—¡Tú sabes que no es así papá! —reclamé con la misma dureza.

—¡Tú, mantente al margen!

—¡Suficiente! —Mamá nos calló a todos y detuvo a papá de seguir con su agresividad—. Asumo que no estás casado.

—No —respondió de inmediato.

—¿Cómo conociste a mi hija?

—En una fiesta.

—¿En dónde?

—En la casa de un amigo de universidad —les mintió, era mejor que confesar que además me hizo entrar a un bar siendo menor de veintiuno y que bebimos juntos mientras el ponía música y yo bailaba en frente de la cabina.

—¿Estudias?

—Terminé la carrera de gastronomía en junio, al igual que mis pasantías.

—Imagino entonces que tu plan es regresar a tu país a estar con tu familia —concluyó papá.

Leo volvió a mirarme como antes, estaba por contestar algo que no me caería bien.

—Sí, a principios de diciembre regreso a Rio de Janeiro, es parte de las condiciones de la beca, volver a trabajar en mi país por lo menos dos años.
No tenía idea de que eso era parte de su plan. Empecé a sentirme mal. ¿Cuánto no sé de su vida, de él?

Leo comenzó a preocuparse. Mi cara ya no portaba un acto fingido. Él se va, y bueno, dolió, a pesar de que no somos nada más que amigos. Me pesa que nunca me lo haya comentado. ¿Me lo iba a decir siquiera, o iba a dejar que yo fuera a su casa y encontrara el sitio completamente vacío?

—Tres meses más y estás fuera de la vida de mi hija —resaltó papá con burla.

—Somos amigos, buenos amigos. No me apartaré aunque estemos lejos —le respondió Leo siendo sincero y él explotó amenazándolo con llevarlo él mismo a la cárcel si se atrevía a continuar su contacto conmigo, y hacer que se pudra en ese lugar. No volvería a su país en años y no conocería a su hijo hasta que fuese demasiado tarde. Entonces la que explotó fui yo.

—¡No puedes hacer eso, yo decidí salir con él! Esto es vergonzoso, papá.

—¡Tú no puedes decidir nada! —me gritó sin control.

—No le hable a sí a su hija, se lo pido. —Intervino Leo, colocándose como barrera entre papá y yo. Se asustó de verlo así, o quizá de verme a mi temblar como gelatina.

—¡Aléjate de ella!

—No hasta que se calme.

—¡Que te quites te digo!

—Le prometí que la protegería de quién o lo que fuera. No me moveré.

—Vete a Brasil a criar a tu hijo y deja a la mía en paz. No es tu lugar jugar al padre de niños ajenos.

Esa fue la gota que derramó el vaso, su hipocresía me consumió.

—¿Cómo te atreves?

—«Yo» soy tu padre.

—¡No mientas, sé sobre Alenka!

Papá y mamá se quedaron paralizados mirándome sin entender lo que acababa de decir y volví a repetirlo.

—¡La cena se cancela! Llevaré a este patán al calabozo.

—¡Basta papá! Sé quien soy y de donde vengo. Sé la verdad, deja de hacerte el digno queriendo defenderme.

—¡Tú no sabes nada! ¡Vete a tu cuarto! —gritó con miedo en sus ojos, con furia en sus gestos—. ¡Sube ahora! —bramó.

Le respondí de la misma manera que si así lo quería yo no tenía problema. Le dije a Leo que esperara en el auto y fui a recoger algo de ropa en mi maleta. Unos jeans, ropa interior, camisetas, mi billetera y mi celular, nada más cabía en ese bolso.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —papá gritaba siguiéndome por mi habitación y de nuevo a la planta baja.

—¡Me voy! Ustedes no son mis padres... —Odié sentirme tan desagradecida, pero yo no soy prisionera de nadie—. Yo decidí estar con Leo, es mi derecho y no vas a lastimarlo.

—Estás confundida. Tu eres nuestra hija —me dijo mamá.

—Alenka Kowalski, Erich Kaufman —fue lo único que mencioné y papá cerró su boca, su mirada reflejaba su pánico, al igual que la de mamá.

—Voy a irme con Leo y... ya veré que hago, donde vivo... después. Estoy en libertad de hacerlo, tengo mi certificado original de nacimiento y las pruebas necesarias de ADN como para defendernos frente a un juez. Así que... no harás nada papá. Saldré por esa puerta y...

Papá se sentó vencido en el sofá. Mamá se adelantó unos pasos, me abrazó fuerte y me dijo:

—Te amamos. No queremos verte mal o herida, menos aún que alguien tome ventaja de ti.

—No lo está haciendo, mamá, ya te lo dije el otro día. Yo estoy bien.

—No te atrevas a salir por esa puerta...

—¿O qué, papá?

Mamá nos frenó y le pidió que guardara silencio.

—Tómate unos días, hablaremos con tu papá y resolveremos este lío, ¿de acuerdo?

La tristeza en su voz me rompió el alma. No quería irme, pero los dados estaban lanzados y el tablero me exigía salir del juego.

—Prométeme que volverás en unos días, ¿sí?

Analicé a papá sobre el hombro de mi madre, era un barullo de confusión, pena, dolor, ira y decepción.

—No lo sé, mamá.

—Vamos, hija, hablaremos y resolveremos esto. Ahora ve con él.

La apreté por un segundo más y volteé hacia la puerta. Leo había regresado para asegurarse de que papá no me haya matado, manteniéndose en el margen externo de la entrada. Caminé hacia él y me dejó pasar antes de seguirme. Cuando estaba por cruzar la calle para entrar al auto vi que mamá lo había tomado por el codo y le hablaba, no logré escuchar lo que le decía. Entramos al Mini Austin y partimos, una cuadra más abajo nos detuvo un semáforo y me puse a llorar. Él se orilló y trató de calmarme, brindándome consuelo con un abrazo.

—Estaremos bien, mi amor —me repetía.

—¿Qué te dijo mamá? —le pregunté entre sollozos.

—Que eres su tesoro, lo más preciado que tiene en el mundo y que te cuide. Prometí hacerlo.

Si de algo estoy segura es que Leo cumple sus promesas. Ahora mismo está preparando algo de cenar mientras yo escribo esto desde el sofá de su sala.

¿Así se siente ser adulto?

Ni siquiera he terminado la secundaria y ya estoy viviendo con un hombre mayor, con un mísero trabajo de medio tiempo con el que debo pagar otros gastos ya adquiridos. Todo se siente tan extraño e incómodo. Ni siquiera tuve tiempo de coger una pijama. ¿Que diablos estoy haciendo?


Eso mismo me pregunto yo. Lena, ¿en serio, ir a vivir así nada más con Jesús?

Ya necesito saber qué pasó, porque está viviendo de vuelta en su casa, allí iré yo en dos días y si no fueran las cuatro de la madrugada lo haría, pero ya no doy más y las enfermeras ya me advirtieron que debo descansar. Hasta mañana diario.

Entrada número cuarenta y siete.

27 de agosto, 2015

Después de la cena de ayer quise arreglar la cocina y el desorden que quedó en el lavaplatos —estaba lleno de las ollas y sartenes que usó para cocinar, además de la vajilla y los cubiertos—, pero Leo me dijo que no me preocupara, hoy debe venir la señora de la limpieza. Agradecí poder irme a acostar e intentar dormir, estaba agotada después de la pelea y la cabeza me reventaba por tanto llorar, así que le hice caso, apagué la luz y lo seguí al cuarto.

Leo buscó en su clóset una camiseta vieja para usarla como pijama; me queda inmensa, a él ya no le queda. Fui al tocador para cambiarme, me quité los pantalones, mi blusa, el corpiño y las medias, quedando únicamente en mis bragas de algodón. Se me hizo tan raro contemplarme en el espejo de esa habitación, aunque no era nada nuevo, varias veces lo he hecho y con menos ropa.

Pensé en mis padres, extrañé por un segundo la comodidad de la vida que había dejado, mi alcoba, mis cosas, tener un cepillo de dientes, un par de toallas limpias para mí, artículos íntimos que sin duda tendría que ir a comprar apenas abrieran la farmacia, tomar un baño, ponerme crema en el cuerpo, secarme el cabello y acostarme a ver algo de televisión.

Esa ya no es más mi realidad, no por algún tiempo.

Cuando salí él estaba alistándose para ir al bar, su trabajo iniciaba en menos de una hora y debía apurarse. Me dio un beso, me dijo que estaba en mi casa, que no me sintiera una extraña, que no me preocupe por nada y que descanse. Unos minutos después escuché como partía en la moto. Volví a ver a mi alrededor y lloré otra vez.

Yo nunca planeé hacer esto, huir de casa o colgar a mis padres del techo con una amenaza, pero tampoco podía dejar que le hicieran daño a alguien que no se lo merece. Leo puede haberme ocultado cosas, no es el único que falló, yo también lo hice y, bueno, es algo de lo que tendremos que hablar en algún punto, pero nada de eso les incumbe a mis padres.

Hoy no iré al trabajo, aprovecharé que ya pedí unos días por lo de mi castigo e iré a hacer algunas compras necesarias. Son las siete de la mañana y él duerme como un bebé. Llegó al toque de las tres y veinte, termina su turno a las tres en punto. Debe dormir un par de horas más.

Yo por mi parte iré a tomar un baño y a preparar el desayuno, claro que para lograr completar esa misión tendré antes que despejar el lavaplatos. Debí lavar todo ayer. Odio el desorden, soy tan maniática de la limpieza como mi madre.


Creo que aquellos no fueron buenos días para Lena. Puedo sentir el pesar en sus palabras, su estado de ánimo; transmite tanto en ellas.

Miro la hora y caigo en cuenta de que he estado en esto durante horas. Son las cinco ya, pronto las enfermeras vendrán a darme más analgésicos que, me alegra decir, están funcionando perfectamente. Leeré un par de entradas más mientras tanto.

Entrada número cuarenta y ocho.

30 de agosto, 2015

He vivido aquí tres días, ¡tres!, y estoy a punto de estallar. Deben ser las hormonas, eso, culparé a las malditas hormonas, ¡porque no debería afectarme tanto todo!

Leo es genial, no quiero mentir y decir que no lo es, o que es un horrible ser humano —físicamente hablando—, porque esto no tiene nada que ver con quién es como persona... o quizá sí... Bueno, no importa. El punto es que: ¡¿Cuál rayos es su problema?!

Yo soy una chica de dieciocho años —legalmente diecisiete—, ¡necesito dormir! Tengo derecho a que no venga alguien y me despierte con un: «buenos días, mi amor. Hora de levantarse y ser productivos». ¡No, simplemente, no!

Llega del trabajo no más tarde de las 3:30 am, pero a las 7:45 en punto, ya está dando de botes por la vida.

Suena esa maldita alarma con la esa irritable canción de Metallica que revienta en mis oídos, pegándome el peor susto de la vida...


Espera, ¿Fuel? ¡Katina, es lo que me hiciste a mí cuando dormí en tu casa! ¿Qué carajos?

... se sienta desperezándose como oso, metiendo aún más escándalo que la alarma y se tira al piso a hacer flexiones de pecho. ¡Flexiones de pecho! ¡De pe-cho!...

—Ja, Ja, Ja, Ja, Ja

No puedo parar de reír lo juro. Duele, pero no puedo.

... Ni siquiera me es posible ponerme la almohada sobre la cabeza y dormirme por la asfixia, nooo. Mete tanto alboroto con sus gemidos y respiraciones que...

Hmm... ¿Así nos escuchamos cuando lo hacemos?, porque pobres los vecinos.

Un pequeñísimo silencio nos acompaña mientras se levanta del piso y da la vuelta a la cama para terminar de despertarme con su: «buenos días, mi amor... Ñe, ñe, ñe, ñe, ñe». ¡¿Qué tienen de buenos?! ¡Es domingo, maldita sea! ¡Déjame dormir!

Sí, Leo está muy bueno y es por algo, porque se mata haciendo precisamente esto. Pero a mí no me jodan. ¡¿Yo qué tengo que ver yo con sus malditos músculos?! Yo soy una chica flacuchenta de dieciocho años. ¡Yo-quiero-dormir!

Los chicos de mi edad no tienen esa contextura, ¡y es por algo!...

Pobre Lena. Dios, leer esto es tan divertido.

... Y no quiero iniciar siquiera con la travesía que es ir a bañarse después de él. El cuarto de baño, una laguna, aunque creo que la verdadera laguna es la laguna mental que tiene este hombre que se le olvida —todos los días— que existe algo que se llama: «alfombra de pies». Y que debería secarse, por lo menos, medio cuerpo dentro de la estúpida ducha que al parecer no tiene cortina cuando él se baña. ¡No la tiene, porque hasta el inodoro queda salpicado del agua con jabón!

¡Y eso, el maldito jabón! ¡Siempre está lleno de pelos! Yo imaginaré que son los de su barba porque... que ascooo. Por suerte no necesito usarlo, compré esa mañana un jabón líquido neutro para mí, pero solo de verlo es... No, el baño es la habitación de la casa que debería ser la más limpia después de la cocina.

Otra cosa que me tiene, tal vez, más o igual de loca. Gracias a la vida que Marcelina —la señora de la limpieza—, viene pasando un día o este departamento estaría lleno de cucharachas, no lo dudo.

¡Leo es chef! ¡Chef!, del verbo: «la cocina debería ser lo más pulcro, mi santuario, nadie nunca verá un plato sucio en mi cocina». Ese tipo de verbo, conjugado en todos los tiempos. Pero no, no, no, no. A él le da paja limpiar los platos.

—Para eso están los asistentes de cocina —me dijo ayer, y yo me quedé como: ¡¿y dónde está tu maldito asistente ahora?!

Juro que no sé, quizá él calculaba muy bien los días que iba a traerme aquí, porque yo siempre vi este lugar muy bien puesto.

Las apariencias, eso, las apariencias son lo más. Quizá es por eso que existe el dicho de: «antes de casarte con alguien, vivan juntos».

Soy demasiado joven, me van a salir canas verdes. Si un día dejé una camiseta tirada en el piso de mi cuarto, de la pereza que tenía de botarla en el tacho de la ropa sucia, me arrepiento infinitamente.

Así no es cómo yo quiero vivir mi vida.


Sé que debería dejar de reírme, no es gracioso... No, sí que lo es.

—Hey, veo que ya te sientes mejor.

¡Demonios, ¿cuándo entró?!

Escondo el diario debajo de la cobija y me enderezo unos centímetros para disimular.

—Lena, ¿qué... haces aquí?

—Vine a ver cómo estaba mi nueva compañera de cuarto... y... quería preguntarte algo.

Parece que no se dio cuenta de lo que tenía en las manos. Bien, no quiero que me descubra y me ahorque, no a dos días antes de ir a su casa.

—Te escucho —le digo y se acerca con una paleta de chocolate en forma de calabaza.

—Estuvimos hablando con Nastya y Ruslán, y se nos ocurrió que como no vas a poder ir a la fiesta de Halloween... podemos traer la fiesta a ti —me propone, esperando una respuesta positiva con un tierno vaivén de su cuerpo—. Claro, si crees que no te va a hacer daño el ajetreo y... todo eso.

Linda.

—No, me parece genial. Me encantaría.

—Bien, ten —me dice, acerca una tarjeta con una figura de una bruja que se parece mucho a mí. Reconozco el trazo—. La hizo Nastya, es tu invitación oficial. Así que no se te ocurra irte por ahí con un enfermero buen mozo o un doctor, que aquí no hay de esos guapos como los de Grey's Anatomy... Igual, no te vayas con ellos.

Súper linda, y celosa, más linda aún.

—No lo haré, si salgo de aquí, será contigo.

Amplía su sonrisa al escucharme y trata de disimular girando hacia la televisión.

—Traje tu película favorita —me cuenta de espaldas, sacándola de su mochila—. Es una buena tarde para iniciar con el ambiente Halloweenesco.

Se estira hasta el DVD que está unos centímetros sobre su cabeza y me da un corto espectáculo cuando su camiseta se levanta por sobre su cadera.

Ya quiero estar en su casa. Ya quiero que sea sábado. Ya quiero tenerla muy cerca en su cama y no la voy a despertar, o le llenaré el jabón de pelos, limpiaré bien cuando ensucie algo y...

—¿Qué?, ¿tengo algo en la cara? —me pregunta, pescándome observándola.

Sí, tiene una deseable boca, unos dulces labios, tiene unos ojos de morir y esas pecas.

—No, no tienes nada, ven. Alcanzamos las dos en esta camilla.

Toma el control en sus manos y se sienta a mi lado, presionando el botón de reproducir. Le doy una mirada rápida y regreso al regalo que me dio hace unos minutos.

—¿Chocolate? —Le ofrezco cortando el chupetín. Toma el pedazo y se lo lleva a la boca.

Tengo una abrumadora sensación de conocerla, sólo por haberla leído todo el día, es como magia. Lena es pura magia.


...


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