¿Han sentido ese escalofrío que te cubre la espalda cuando escuchas algo que no cuadra, cuando sabes que hay algo que está mal? Porque yo lo acabo de sentir recorrerme el cuerpo entero junto con un sudor frío que me aterra.
—¿Y qué tal si...? —me pregunta con un nudo atorado en la garganta, no le permito terminar a pesar de que yo también lo imagino.
—Vamos a pensar que no es así, ¿está bien?
—Yulia no te enojes —me dice ya llorando—. Ella es importante para mí.
Y ahí está otra vez ese frío que me enchina la piel de mis cachetes y baja por detrás de mi cuello hasta la punta de mis pies.
Algo no está bien.
A medio día llegamos al aeropuerto. Por mala suerte hubo un retraso y pasamos sentadas en la sala de espera por más de dos horas antes de partir, instante donde las dudas empezaron a surgir.
—Hola, Yulia, ¿me pasas con Lena? Es urgente —dijo Ruslán marcando a mí celular en lugar del de mi novia.
—No. —Le colgué. Dos segundos después volvió a llamar.
—¡No me cortes, por favor! Es urgente, de verdad, y no puedo conectarme con su teléfono.
Se lo pasé sin responderle. Detesto que me usen de intermediario.
—¿Cómo que no la han visto en más de nueve días? —le pregunta con una seriedad que me hace voltear a verla—. ¿Desde el martes? ¡Eso es hace once
días, Ruslán!
Sí, genio el chico no es.
—No, no he hablado con ella.
«Ella», primer indicio de que era algo importante, pero todavía podía ser su mamá o Katya, claro que la frase previa de «no la han visto en once días» no era reconfortante. Le puse atención.
—No... Ajá... Sí, sí... Ajá... ¡Ruslán! Díselo, es importante.
Yo, concentración total, aunque no entendía nada.
—Papá es policía, él puede ayudar, no sean idiotas.
Descarté que se tratara de Inessa o Katya; el que primero sabría de la desaparición sería él.
—Pasha puede ser su mejor amigo y tú novio, pero me importa un comino lo que él crea que es mejor... No, Ruslán, cuéntale a papá.
Pasha, el novio de Ruslán. ¿Qué sabía yo de él?
Nada más que es un chico que conoció en una cafetería cerca de la cuidad universitaria, porque él es universitario y... Claro, todo cerró y recordé exactamente quién era. Pasha —inserte cara de estúpido aquí—, es el chico con el que Ruslán fue a esa fiesta de fraternidad en la que se encontró con Lena, cuando ella estaba a punto de hacerse novia de... Marina.
—¡Que no me importa si aparece en diez minutos y sus papás la desheredan por irse a quién sabe donde once días sin avisar! Ella es importante para mí y más vale que le avises a papá o... —Se calló, no mencionó más su enojo o repitió cuánto le preocupaba la rubia porque se había dado cuenta de que yo la estaba vigilando sin prudencia alguna.
—Debo colgar. Cuéntale a papá Ruslán o te juro que me regreso desde Moscú a darte una paliza. —Lo amenazó, colgó y me devolvió el teléfono.
En ese momento nuestra premura era volver a la ciudad y avisar a nuestros padres que habíamos puesto un pie en el suelo y tomar un taxi hasta el departamento para descubrir qué diablos había en esa caja sin remitente. Una vez hecho esto, llamaríamos a Sergey, quien decidiría qué era lo que debíamos hacer, si estábamos en peligro o no.
No mencionamos nada sobre lo que entendí de la conversación durante todo el viaje —largo viaje—, aunque cabe destacar que no me cayó bien ver su intranquilidad por ella. Marina es —de todas las formas posibles—, mi rival y la única persona que podría llegar a preocuparme con respecto a Lena; sé que Leo no es más que una amistad, me lo ha dicho en repetidas ocasiones.
—Se... señorita, ¿podría traerme un vaso de agua? —terminé diciendo en lugar de: «seguramente Marina conoció a alguien y huyeron por las vacaciones.
Ya volverá en unos días, cuando inicie el segundo semestre». Ella ya lo habría pensado, es una posibilidad muy real.
No menos de veinte minutos después, desembarcamos y cumplimos con el acuerdo. Llamamos a nuestros padres para dejarles saber que acabábamos de bajar del avión y que iríamos directo a casa. La respuesta de Sergey fue un: «Ten mucho cuidado al abrir la caja». La de mi papá un: «Creo que lo mejor será que vayas preparando maletas para regresar a vivir con tu madre».
—Aún no sabemos nada concreto. No voy a mudarme con mamá con el rechazo que ella tiene con Lena.
—Pero hija, no quiero que salgas mal parada y todavía pueden verse con Lena. Ella se quedará en el departamento. Yo estoy convencido de que Sergey pondrá a los mejores policías a su cuidado...
—Papá, no dejaré a mi novia sola en el departamento. Además, dices que el resguardo policial la protegerá. Si es así, yo no tengo de qué preocuparme, ¿no?
—¡Yulia!
—Papá, hablaremos cuando sepamos qué hay en la caja, ¿sí? No entres en pánico. Lena y yo estamos bien y vamos a tener mucho cuidado. —Terminé y le colgué la llamada sin dejarlo insistir.
Cuando entramos en casa daban las diez de la noche. Estábamos agotadas física y mentalmente, mas nada importaba tanto como descubrir el contenido de la caja.
—Iré por la ella —me dijo Lena y yo la seguí, dejando las maletas de ruedas en algún lugar de la sala.
Escalofrío, sudor helado, descompensación del equilibrio y de elocuencia, fueron las cosas que me invadieron cuando la abrió.
Es el pendiente que Marina le regaló, ese que yo encontré entre sus cosas cuando pasé esos días en su casa y del cual hablaba en el diario, el que era casi una promesa para ser novias. Eso es lo que había en la caja blanca que le llegó hace una semana y que dejó sin abrir en la esquina.
Diez mil cosas me pasaron por la cabeza. La primera fue que Erich entró en su casa de Sochi, lo robó y esto es un mensaje de que está muy cerca. La segunda fue más tranquila —porque por un segundo me permití no entrar en pánico—, Marina fue a recogerlo de su alcoba para enviárselo y pedirle que recapacite sobre su relación. No entiendo bien cómo es esta posibilidad es la tranquila, básicamente me estarían bajando a mi novia, pero es que las demás eran demasiado fuertes y Erich estaba en cada una de ellas.
Vi a Lena reaccionar con violencia. Abrió la caja, vio el pendiente y comenzó a temblar. Su quijada parecía hecha de gelatina, sus manos soltaron el empaque que cayó al suelo y rebotó en seco más a su izquierda. Se quedó con la cadena colgada de los dedos de pura suerte. Su respiración se aceleró a un doscientos por ciento y sus rodillas comenzaron a ceder. Después de sostenerla de la espalda fue que caí en cuenta de qué era lo que la había descolocado así.
—Yo se lo devolví —me dijo sin despegar la vista de él—. Marina... Yo le devolví este pendiente. Se lo entregué en las manos unos días después de que vinieras aquí, en noviembre.
—Quizá te lo envió ella misma —le dije intentando mantener esa gota de esperanza, pero Lena no lo creyó así y fue por una razón en especial. El pendiente tenía una mancha de sangre seca en el topacio, que se corría hasta el borde del colgante. Le dio la vuelta y vimos sus iniciales grabadas en la parte posterior.
Las dudas se esfumaron. Era el pendiente que Marina le había regalado, era un mensaje, ¿pero de quién? Necesitábamos saber.
La llevé hasta la cama, tomó asiento y yo volví al piso a recoger la caja y buscar algún tipo de carta. Lo único que encontré fue una tarjeta de un café local marcado con una fecha, una hora y una advertencia al reverso.
«Sé puntual. Ni una palabra a la policía o a tu "papá"».
Lena perdió el habla desde entonces hasta hace unos segundos. Yo le preparé un baño que tomó como si fuese un zombie, su expresión totalmente nula de otros sentimientos que no sean miedo y pena. Le preparé algo de comer; casi no probó bocado. Finalmente nos acostamos para descansar. No tenemos clase mañana, estamos de vacaciones por cinco días más, pero el viaje había sido extremadamente cansado por la tensión y el llegar a casa, ese sentimiento, solo empeoró.
—Lo sé —le digo, es imposible para mí no saberlo cuando la veo así de rota. Ella ama a Marina de alguna forma. Quiero pensar que no como a mí, pero la ama. Ella es importante—. Trata de no pensar en cosas malas.
—¿Cómo? Es su pendiente... Es «mi» pendiente. Mi padre la tiene.
—No firmó la tarjeta, no sabemos si es de Erich. Podría ser una muy mala broma —digo como un consuelo que no tiene lógica.
—¿Y qué tal si... Marina...?
—No.
—Marina podría estar muerta porque yo la encontré linda en un club. Una chica está muerta porque «yo» la encontré linda... —se lamenta en esta última parte sin mencionar su nombre, y de repente veo un destello de dolor en sus ojos—. Debes irte con tu mamá.
—Ni lo pienses, Lena. Me quedaré a tu lado.
—¡Marina está desaparecida, su pendiente vino a dar a la puerta de «tu» departamento! Esto es conmigo, no voy a arriesgar tu seguridad.
—No voy a dejarte sola aquí. Mi seguridad es nuestra seguridad y me me tiene sin cuidado lo que tú quieras que haga. Me quedo y punto —digo intentando conservar un tono tranquilo, pero fui enérgica. No me iré.
—Si algo llega a pasarte yo jamás me lo perdonaré.
—Mañana volveremos a preguntarle a Sergey sobre los avances de la investigación. Le enviaremos el pendiente y...
—No se lo conté.
—¡Lena! ¿Pasaste media hora en el balcón hablando por teléfono con tu papá y no le dijiste nada de lo que encontramos?
—La nota es clara, Yulia. Y aunque tenga ese frío en el pecho de que no hay nada que hacer, no voy a arriesgar que le hagan daño.
—¿Le mentiste a tu papá?
—¡Tuve que hacerlo!
—Él nos puede ayudar, cómo tu misma insististe con Ruslán. No quieras jugar a ser superhéroe.
Que ni se le ocurra pensar en ir al encuentro con Erich o quien diablos sea que envió la nota. Si yo tengo que jugar a la mala y hablar con mi suegro, lo haré.
... No puedo simplemente abandonarla.
Ninguna de las dos puede conciliar el sueño. Lena dio mil vueltas en silencio, lloró, me pidió que la abrace, lloró un poco más, se alejó suplicándome espacio, se abrazó de las cobijas al filo de la cama y finalmente se levantó para ir a sentarse en la sala y seguir pensando sola.
Quiero ir a verla, sigo mirando al techo azul por la oscuridad, sigo sintiendo la cama vacía y quiero ir a verla. La escucho, sus sollozos, a veces su llanto sentido, su dolor y quiero estar ahí.
¿Qué recuerda?
A ella, por supuesto.
El momento de esa primera mirada, cuando la rubia se le acercó en el bar. Ese encuentro juguetón, su baile en la pista del club, su primer beso, su segundo, el instante que la tomó de la mano y decidieron ir a un lugar más privado con la inocencia de su primera vez con una chica. Cuando llegaron a su alcoba y descubrió que compartían gustos, cuando la besó arrimada al escritorio, cuando la abrazó por la cintura y le mordió el labio —como a Lena le gusta—, cuando le quitó la camiseta y desabrochó sus pantalones, cuando la descubrió recorriéndola con las yemas de sus dedos, cuando la volvió a besar y fueron a dar en la cama.
También se la imagina sufriendo por lo que considera su culpa.
La vuelve a recordar en sus mejores momentos, con sus detalles, con sus sonrisas, con sus cariños, con sus celos, con sus súplicas para que no la deje esa noche que llegó borracha a su casa porque la amaba y la sentía escurrírsele. La recuerda y quisiera estar con ella... y, aún así, yo quiero abrazarla, quiero protegerla; quisiera poder asegurarle que todo estará bien, pero no puedo, quisiera saber dónde está esa rubia y traerla para que esté tranquila, para que la abrace y le diga que la extraña, porque sé que lo hace, quisiera... estar allí afuera.
Vuelve a romper en llanto. La imagina muerta, se recrimina por conocerla, por darse una oportunidad con la chica cuando ella sabía, en el fondo, que la oscuridad de su pasado la rodeaba. Aunque, para ese entonces, aún no conocía todos los detalles de lo que sucedió.
Cierro mis ojos con fuerza porque su llanto es pesado, está destrozada porque su mente solo le deja pensar en lo peor y la entiendo. Erich mató a su mamá en frente suyo, la mujer que le había dado la vida, por qué no mataría a una chica que ni conoce.
Suspiro por mi incompetencia. Dios, quiero ir a verla, pero Lena requirió de mí su soledad. Vivimos juntas, pero merecemos respeto y ella no quiere estar conmigo ahora.
Doy vuelta para observar el corto rayo de luz de luna que entra por la ventana. El peso que cayó en mi pecho al ver el pendiente no se va. Lena lo dejó sobre la mesa de la sala y seguramente en este instante lo está tocando aunque le pedí que no lo hiciera. Se lo dije mil veces:
—Es una evidencia importante, déjalo, llamemos a tu papá.
Se negó. Discutió con dureza sobre el riesgo que era si Marina seguía con vida. No lo cree, pero qué tal sí lo estaba. Por varios segundos se dejó llevar por la esperanza, por la lógica de que Erich no podría sacar lo que quería si la mataba.
La verdad es que es un mensaje anónimo, nada nos confirma que es él. Pero ¿quién más puede ser? Él es quien la estuvo siguiendo, él es el villano, ¿no?
Me pone nerviosa el hecho de que sepa donde vivimos y que le haya sido tan fácil acceder a nosotras. Necesito hablar con Sergey, que llame a sus amigos en la policía de Acá en Moscú y que agentes competentes protejan a Lena. Me gustaría tener la certeza de que no estamos tomando esta amenaza a la ligera. El problema es que razonar con ella se volvió imposible esta noche y será mejor continuarlo mañana.
Me pregunto qué habría pasado si Lena se quedaba en Sochi. Si Erich, sabiendo que Sergey es detective, se habría atrevido a ser tan directo en su contacto.
Quizá soy demasiado ingenua. El tipo es un asesino que ha logrado estar fuera del radar de la policía por casi quince años. Está bien conectado, es obvio, tiene recursos, evidente también, tal vez hasta tiene amigos encubiertos en la fuerza, quién sabe, pero el tipo tiene poder. Y pensándolo así esto estaría sucediendo en Sochi, Mesopotamia o en la China.
—Marin... —La escucho decir con tanto amor y pena. Me duele. Me dan celos involuntarios, porque la entiendo, no debería sentirlos, pero lo hago y esas palabras me hieren.
Lena llora más y ya no puedo estar aquí acostada mirando a la nada. Me levanto sintiendo frío en mis piernas desnudas y camino hasta el filo de la puerta.
—Lo siento tanto... —susurra, yo viro la esquina observándola encogida en el piso frente a la ventana del balcón. Sus brazos rodean sus piernas mientras se mece tratando de consolarse—. Lo siento tanto...
Me carcomen las ganas de acercarme, pero recuerdo su pedido:
—Por favor, Yulia, déjame sola esta noche.
Regreso al filo de la puerta y, apoyándome en la pared, bajo con mi cuerpo hasta sentarme en el piso. Lena sigue llorando, sigue respirando con fuerza su desconsuelo.
La imagina muerta, la proyecta incapaz de sobrevivir, porque la verdad es que ni ella entiende por qué existe, por qué su papá mató a su mamá y la dejó a ella y a su hermana vivas.
Bufa una risita. La recuerda amándola, cuidándola, haciendo locuras en el cine, la piensa feliz, la quiere viva. Llora cuando la vuelve a imaginar sufriendo.
Yo lo hago también porque su dolor es el mío, porque yo soy suya en alma y vivo en medio de su pecho que ahora está comprimido. Deseo y necesito tanto estar con ella, demostrarle que no está sola, pero tengo que hacerlo desde aquí porque ella no me desea a su lado.
Un largo tiempo pasa y ambas seguimos separadas, mas el silencio se eleva hasta que la escucho:
—¿Yulia? ¿Qué haces aquí? —me pregunta asustándose al verme en el piso en camino al baño.
—Te acompaño.
Olvida lo que estaba por hacer y se sienta en frente de mí. Casi no logro ver sus ojos; deben estar rojos e hinchados como supongo están los míos.
—Siempre estás conmigo —me dice en voz baja.
—Sí, así me pidas espacio, estoy aquí.
Me toma de las rodillas —una con cada palma— y se hace camino dándose la vuelta para quedar de espaldas a mi pecho, se acomoda entre mis piernas y deposita su cabeza sobre mi hombro.
—Tengo que ir a verlo —me informa tomando una decisión final en la que yo quisiera tener voz y voto.
—Len, por favor, no lo hagas.
—Si hay el más pequeño chance de que Marina esté con vida, debo aprovecharlo.
—Hablemos con tu padre, el puede...
—No.
—Lena, entiende el peligro en el que te pones.
—Se lo debo, esto es culpa mía —me dice decidida—. No te enojes... ella es...
—Importante para ti, lo sé, bebé. Pero tú lo eres para mí y no quiero que vaya a sucederte algo.
Respira hondo sin responderme. Lo hará de todas formas.
—Iré contigo —le anuncio.
—No, no puedo ponerte en riesgo.
—No está abierto a discusión. No irás sola.
—Hablaremos de esto mañana, ahora solo quiero quedarme así un rato, ¿sí? —me dice rompiendo con el tema.
Yo no pongo objeción, ella me deja abrazarla, me deja estar a su lado, me deja protegerla al menos en este instante, me deja sentirla tibia, viva y me lleno de temor, del terror que ella siente por Marina.
Ahora la tengo así. ¿Qué pasará en dos días cuando se vea con él? ¿La perderé también?
... nunca la había visto tener un bajón como este.
Lena se quedó dormida en mis brazos y yo unos segundos después de sentirla relajarse, ambas sentadas en el piso de alfombra de la habitación.
Desperté con el peso de su cuerpo retirándose de mi pecho y de la mano me guió hasta el cajón donde había guardado las cartas que Svetlana le ha enviado.
—Léelas —me dijo pasándome la primera—. No quiero que hayan más secretos entre nosotras.
En sí muchos no hay, hay dudas, hay miedos, hay temas que sé que son personales, tanto para ella como para mí. Sin embargo me siento en la cama y me recuesto sobre la almohada antes de iniciar. Me está dando una entrada en su vida y no voy a decirle que no.
Primera carta de Svetlana.
Lena:
Mi investigación sobre el pasado de Alenka y Erich va avanzando. Como era de esperarse tengo más información sobre ella y su historia inicial con tus padres que de él.
Adjunto fotos de cuando cursaba la escuela aquí en Sochi y los datos de contacto de tus abuelos. Quise conversar con ellos, pero fueron muy claros con que «ya no tienen una hija y no quieren saber nada lo que fue de ella o sus crías», sus palabras no las mías.
Como conclusión de las entrevistas que realicé al personal de la escuela y los registros estudiantiles, Alenka era una alumna modelo y una parte importante del club de drama. También escribía en el periódico escolar y era muy querida por todos sus maestros, compañeros y amigos, entre ellos Inessa.
«Carismática y llena de vida», lee un recuerdo conmemorativo que cuelga en el corredor del teatro con una foto ella y el resto del elenco de la última obra en la que actuó.
Seguí sus pasos hacia Korsakovo. Se mudó con unos tíos lejanos tras ser encontrada con Inessa en una situación comprometedora. Sus padres eran muy estrictos y religiosos.
Cursó el último semestre de la preparatoria en la misma escuela en la que Sergey se graduó. Ellos fueron vecinos durante esos meses. Se habían conocido de niños cuando Alenka visitaba a su familia y se puede decir que eran amigos.
Salieron por un corto tiempo antes de quedar embarazados. Según una de sus amigas ella no quería tener al bebé, pero Sergey no concebía la idea de abortar. Entre ambos decidieron tenerlo, siempre con la idea de que, de alguna forma, Sergey se haría cargo de su bebé al nacer.
Los tíos de Alenka fueron muy duros al enterarse del embarazo. Según la amiga, sus padres todavía más. Por compasión, Alenka tendría un lugar donde quedarse durante el tiempo en que estuviese embarazada. Mas, al día siguiente, ella debería ver qué hacer con su vida, no la querían ver más por la vergüenza que les había traído.
Según una de sus maestras —quien todavía imparte su materia en esa escuela y que la conoció durante ese tiempo—, la situación con su familia era insoportable. Sus padres la negaron, rechazando además su petición de volver a Sochi con ellos. Sus tíos comenzaron a exigirle una cuota por alojamiento y se vio forzada buscar trabajo de mesera para pagarles a sus tíos y cubrir sus gastos.
El embarazo fue difícil y doloroso. Sergey la ayudó cubriendo el costo de algunas visitas al médico y si no fuese por su apoyo no habría llegado a la fecha de nacimiento, me aseguró la amiga.
Fue vista por última vez en el Hospital de Korsakovo, después de haber dado a luz. Sergey consta como la única persona que estuvo presente durante el parto y como amigo, no familiar. Ni su papá, ni su mamá firmó en el registro de visitas, tampoco sus tíos.
Una de las enfermeras la recordaba con claridad. Alenka había sido el primer parto que asistió después de incorporarse a la institución. Tenía una foto (que me cedió y que adjunto). Es de ambas en la sala de recuperación con Iván en brazos.
Por otro lado, logré contactarme con Vadik, el mejor amigo de Sergey en ese tiempo. Él me confirmó que se encargó de retirarlos del hospital el día en que les dieron el alta y los llevó a la casa de los Katin que no tenían idea de que el bebé ya había nacido.
Con ayuda de Sergey lo dejaron en la puerta en un moisés con una nota que él encontraría «casualmente» en unos minutos. El plan era decir que Alenka había abandonado a Iván a su cargo sin previo aviso, él insistiría en que quería criarlo y abogaría a toda creencia de sus padres para convencerlos de no darlo en adopción; ellos también eran muy estrictos y demandantes, pero de esta forma Sergey pensaba que podía obtener su apoyo. Ambos se dijeron adiós allí mismo, Alenka partió a la estación de trenes y según Vadiik no volvieron a verse, sin embargo él sospecha que
Sergey le enviaba fotos de Iván de vez en cuando y que sabía donde estaba viviendo y cómo estaba.
Le pregunté si sabía por qué Sergey ayudaría a escapar a la madre de su hijo, dejándolo con toda la responsabilidad. Me comentó que la familia de Alenka se había aprovechado de lo delicada que estaba con el embarazo para amenazarla con poner al bebé en adopción si ella llegaba a morir. Otra de las cosas que le repetían constantemente era que ese bebé nacido en el pecado debía vivir con una familia religiosa que lo criara como un hombre de bien.
Alenka no era una mujer religiosa en lo absoluto y Sergey quería a su hijo con él, por lo que decidieron que lo mejor sería alejar al bebé de las garras de su familia y eso la incluía a ella. al menos hasta que cumpliera la mayoría de edad y no tuviera que responder a sus padres o tutores.
Vadik y un par de fuentes más confirmaron que, con mucho enfado inicial, los Katin decidieron hacerse cargo de Iván mientras Sergey terminaba la academia de policía e iniciaba el programa de detective. Todo esto en un lapso de seis años.
En un principio no había planes de que él viajara afuera de Korsakovo mientras estudiaba. Viviría con su hijo en la casa de sus padres y en un par de años verían la posibilidad de mudarse solos.
Todo esto cambió cuando, al iniciar el año de novato, las renovaciones arquitectónicas en la escuela forzaron a varios cursos a cambiar de locación a otra ciudad.
Sergey terminó los estudios en Ekaterimburgo, donde se supone que se conoció con Inessa e inició su relación. Eventualmente tuvieron dos hijas y se mudaron a Sochi. Cosas que tú sabes que no sucedieron de esa manera, pero imagino que era la única forma de convencer a tu hermano —que tendría siete años cuando Alenka falleció—, de que ustedes no aparecieron de la nada, además de mantenerlas a ustedes a salvo. Él no recuerda no haber tenido una relación de hermanos hasta esa fecha. Supongo que en su mente llenó esa inexistencia con memorias posteriores.
Por cierto hablé con él. Lo convencí de que estás organizando para tus padres, una celebración por tantos años de relación ahora que han decidido darse otra oportunidad. Lo creyó, así que si te lo pregunta, esa es la coartada.
También fui a visitar a Nina. Su enfermedad es cada día más grave. Ya ni siquiera habla del pasado, lo que nos deja un poco vacíos en esa parte de la investigación.
Estoy siguiendo pistas de otras personas con las que Alenka pudo tener contacto cuando regreso a Korsakovo y quizá conozcan más a fondo el por qué de su regreso.
La siguiente semana viajaré a Akmola, la provincia donde ya que sabemos que Katya y tú nacieron, quiero confirmar donde y de qué vivía. Espero encontrar pistas de Erich.
Cuídate y si tienes preguntas ya sabes el código para contactarme.
Hasta luego.
Svetlana.
—¿Tienen un código para contactarse? —le pregunto al terminar de leer.
—Es uno muy sencillo. Debo ir a un café internet y pedir un café moccachino, solicitar que la factura salga a nombre de Tasha Poly con los datos que ella me dio. En ese momento le llega la factura electrónica a su correo. Espero media hora de la compra y entro a una página segura de citas.
—¿En una página de qué?
—De citas.
—Sí, te escuché. ¿Por qué de citas?
—No te pongas así, es solo para poder pedir una sala de chat cerrada y encriptada en la que podamos charlar.
—¿Y eso es seguro?
—Según ella, bastante. Dice que los servidores tienen instalados no sé qué cosas de seguridad —me dice y le pongo la cara más incrédula del mundo—. ¡Yo no sé de tecnología, solo sé que ella me dio esas instrucciones y yo las sigo!
—Okey, okey, mientras sea solo por eso, está bien.
—¿Y por qué más sería, Yulia? ¿Para qué voy a ir a una página de citas cuando tengo a la novia más paranoica y atractiva semidesnuda sobre la cama?
—No te quieras hacer la simpática.
—Ya, no te enojes, mejor lee la siguiente carta —me dice pasándomela abierta—, esta es una corta.
—Veamos.
Segunda carta de Svetlana.
Lena:
Nada a cambiado con respecto a la poca información que he logrado obtener de Erich. Todo lo contrario sucede con Alenka.
Paré en un pequeño restaurante en la carretera y la reconocí en una de las fotos antiguas colgadas en la pared del fondo. Trabajó allí por varios meses. El dueño dice que le alquilaba una pieza diminuta atrás del local. Me lo enseñó, es un cuarto de tres por tres con un baño pequeño. El hombre parecía haberle tomado cariño y me dijo que sabe exactamente a dónde fue después. Él mismo la recomendó para un trabajo de mucama en una mansión a las afueras de Akmola.
Allá me dirijo ahora, pero quería comunicarte las buenas noticias y enviarte otra fotografía más. Esta es adorable y se parece mucho a ti.
Saludos.
Svetlana.
—Sí que fue corta.
—Te lo dije —me dice estirando la mano para que se la devuelva, la dobla, la mete en el sobre y saca la siguiente.
—¿Cuántas son?
—Cuatro más, pero hay unas más largas que la primera —me dice pasándome cinco hojas escritas a mano, a diferencia de las otras dos. Las tomo y me acomodo mejor, este será un largo día.
—Bueno, iniciemos de una vez.
Tercera carta de Svetlana sobre la investigación.
Lena:
Logré ubicar a la señora que contrató a Alenka cuando llegó a Akmola. Te mentiría si te dijera que no me sorprendió la inmensidad de su rancho a las afueras de la ciudad, es enorme.
Ksenia Sukhinova es una mujer con mucha fama en este lugar, extremadamente rica —millonaria es una mejor descripción—, le dedica mucho tiempo a la obra social y al desarrollo de proyectos educativos. Filántropa de pies a cabeza.
Su esposo fue un gran magnate, el gerente general y uno de los dueños de la empresa de derivados de petróleo más poderosa y grande del país. También muy bueno en la bolsa de valores —según lo que investigué—, su fortuna excede los 5 billones de euros, te podrás imaginar el tamaño de su casa.
El matrimonio es originario de Polonia; Korsakovo fue su parada final. Él, Alexander Sukhinov enfermó de cáncer hace veinte años, cuando lo diagnosticaron no había un tratamiento disponible para su tipo de enfermedad y decidieron mudarse a un lugar más tranquilo para disfrutar de sus últimos meses de vida. Al fallecer, Ksenia no pudo despegarse del lugar, le parecía que a pesar del dolor fueron los mejores meses con su esposo, ambos dedicados únicamente a vivir.
Vendió definitivamente su casa en Polonia y se mudó aquí, donde enterró a su Alexander en un cementerio muy exclusivo y privado.
Es una cosa de locos, no deja de impresionarme su extensión, debes verla. No es por nada que requieren una gran cantidad de manos para su limpieza y mantenimiento.
Llegué en el auto alquilado y fui recibida por un portón gigante, altísimo con barras de acero que terminaban en puntas. Estacioné a la entrada y llamé a su puerta pidiendo por ella. Como era de esperarse no la iban a poner al megáfono, así que terminé hablando con la ama de llaves, quien salió inmediatamente al mencionarle el nombre de Alenka.
Paulina es una bondadosa y amable mujer, me comentó que ha trabajado en la mansión desde hace veinte años y con la familia casi treinta. Con tantos años cerca de la familia —y siendo la encargada de mantener todo en orden—, yo estaba segura de que la habría conocido. Fue mi sorpresa enterarme que no solo la conocía, la ubicaba y tenía una larga historia que contarme acerca de sus años de trabajo a su cargo.
Alenka había llegado recomendada por el dueño del restaurante de la carretera. Él había sido asistente de cocina por un tiempo, hasta que reunió el dinero suficiente para ponerse su negocio propio.
Gracias a que había sido un empleado ejemplar, ella entró sin mucho problema a ser la mucama que limpiaba las alcobas. Su labor específica era simple, cambiar la ropa de cama cada tres días, llevarla a la lavandería y regresar a limpiar los polvos. Suena fácil, pero Paulina dice que es un trabajo pesado, tomando en cuenta las diez habitaciones que debía dejar relucientes cada día, además de encargarse de que las sábanas y cobijas no tuviesen una sola mancha o arruga.
En la casa trabajaban un total de dieciocho personas entre limpieza, jardinería, un plomero, un eléctrico, el chofer, el chef y su grupo de asistentes, el que pasea a los perros, el que peinaba a los gatos y la mujer que la acompaña, porque hasta una de esos hay.
En fin, con tanta gente es imposible que no surjan relaciones esporádicas, a pesar de que está completamente prohibido según el contrato que deben firmar. Por supuesto, parece que la vida está hecha para romper las reglas. Alenka conoció a un hombre de ascendencia italiana que terminaría siendo el padre de Katya.
Emannuel era un joven, simpático, moreno y coqueto (adjunto una fotografía que me permitió tomar Paulina de un retrato de empleados de esa época). Ella era linda, cariñosa, sensible, dedicada y, habiendo pasado por tanto rechazo con su familia, se dejó llevar por el juego de conquista que él inició. En pocos meses habían roto todas las reglas de comportamiento de la casa y la señora Sukhinova llegó a enterarse gracias a su creciente vientre.
Paulina me dijo que el primer instinto de la dueña fue despedirlos a los dos, mas cuando llamó a Alenka para hablar con ella, la chica partió en llanto explicándole que jamás pensó que algo así le sucedería nuevamente, contándole sobre la existencia de su hijo que estaba a cuatro meses de cumplir un año.
Las súplicas de ayuda y su precaria situación familiar hicieron que doña Ksenia se conmoviera y le ofreciera un lugar donde vivir permanentemente, acogiéndola bajo su protección. De la misma manera, le ofreció mantener el empleo al padre, pensando que él se haría responsable, se casaría con Alenka y criarían a su hija juntos. Cosa que se demostró falsa en las siguientes semanas. El tipo huyó sin dejar rastro ni aviso; se esfumó.
Viéndose sola y abandonada, Alenka decidió pedirle asistencia a Paulina, no quería tener al bebé, necesitaba encontrar una clínica donde poder abortar sin repercusiones legales. Cuando Ksenia se enteró, se lo prohibió rotundamente. Ella ya no estaba sola y desde ese día la convirtió en su dama de compañía. Que sí, todavía hay de esas.
Durante el cuarto mes de gestación el vientre de Alenka creció más del triple de su tamaño normal, parecía un globo aerostático (adjunto foto), dejó de hacer las tareas de la casa y tan solo pasaba su tiempo con su protectora.
Paulina dice que doña Ksenia sabe mucho de su historia y que ambas lograron llegar a una relación de madre hija que ambas necesitaban con premura. Me prometió hablar con ella pidiéndole una entrevista conmigo. Confieso que le conté la verdad, que soy una investigadora privada que trabaja para ti buscando información de su perdida madre. No hubo otra forma de convencerla de dejarme entrar y si no lo hubiese hecho no conseguía esta información.
Regresaré en un par de días si es que la respuesta es positiva.
Hasta pronto.
Svetlana.
—Así que Katya no es hija del lechero después de todo —digo recibiendo un almohadazo—. ¡Hey!
—Deja a mi pobre hermana en paz, ¿sí? Al menos no es hija de un asesino.
—Tú tampoco, él no es tu padre.
—Biológicamente lo es.
—No importa, eso no importa. Tu eres Lena Katina y que no se te olvide.
Me sonríe cuando lo digo y sin verlo venir me llega otro almohadazo, este junto con la siguiente carta.
—Aquí vamos otra vez.
...
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El Diario
FanficQuizá sea la única persona que te entienda, que te conoce en realidad, aunque tú no lo creas. Déjame darte una mano en esta ocasión, no necesitas hacerlo todo en soledad, no hace falta. Y, antes de que te enojes por el hecho de que te tomé fotos esa...