Capítulo 52: Tú cobija para el frío

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Son las 8:06 p.m., y Lena aun no llega a casa, pero no está fuera de lo normal, a veces pasa por la biblioteca, o ha salido con Ade de paseo, o está jugando con el gato del vecino, o está lengueteándose con alguna chica o chico, o manoseando a la rubia previo a acostarse con ella. Normal, perfectamente normal. Nada de que preocuparse, nada.

Solo son las ocho, es temprano. Voy a relajarme, a hacer algo de comer y a ver una vez más The Scissoring, ¿por qué no? No tengo nada planificado para esta noche y estoy sola, puedo hacer lo que yo quiera.

Cocinaré unas papas fritas con queso y harta pimienta. Lena detesta la pimienta, aunque ama el picante, pero tiene una alergia ligera a ese condimento en especial; estornuda y estornuda hasta quince minutos después de terminar de comer. Le pondré mucha.

Ya son las 8:10 p. m. Creo que empezaré cortando las papas, sí.

Me levanto del sofá, desde donde admiraba la obra de arte que el carpintero hizo con la puerta del departamento —por donde nadie a entrado en horas, por cierto—, es de un color café chocolate y las vetas de la madera la hacen lucir elegante, un trabajo de lacado excepcional.

Camino unos pasos hacia la cocina y abro el cajón de implementos buscando el pelador de papas. Juro haberlo dejado aquí la última vez que cociné, ¿dónde está?

Ah, ahora recuerdo, no fui la última que lo uso. Lena se preparó ensalada la otra noche y peló las zanahorias con él. ¿Dónde diablos lo dejó?

Abro los compartimentos contiguos y no la encuentro. Se la tragó un agujero negro, igual que a Lena, ja. Tampoco está en las repisas de los platos, aunque no sé ni para qué las busco ahí, ese no es su lugar.
Quizá en su torpeza mi compañera de cuarto lo mandó en la basura. No la culpo, me ha pasado lo mismo por accidente. Así fue como terminé con tres cucharas pequeñas en lugar de cuatro y dos tenedores.

En fin, haré las papas con cáscara; rústicas creo que les dicen en los restaurantes.

No llego ni a poner el cuchillo sobre la tabla de cortar cuando mi vista recae nuevamente sobre el reloj.

8:22 p.m.

No me preocupo, solo me pregunto: ¿dónde está? Usualmente estamos aquí a eso de las cuatro de la tarde, a menos que yo me demore en el taller de fotografía o ella en el grupo de drama, pero es viernes, no hay clubes en la escuela los viernes y para qué iría a la biblioteca en viernes, para qué iría a la biblioteca en lo absoluto, terminamos exámenes hoy, iniciamos dos semanas de vacaciones el lunes, no hay motivo para ir a investigar nada.

¿No se me ocurre que tendría que hacer después de clases que le tomara cuatro horas?

Hmm...

Pudo haber ido al cine.

Por supuesto, hemos hablado de ir a ver Deadpool por días y después de mi rechazo a su plan, ¿por qué querría ir conmigo? Pudo haber ido sola o con Ade y Rachel, aunque, ¿ya se estrenó? ¿Era en estos días, verdad?

Suelto lo que tengo en las manos y me limpio con el trapo de cocina para sacar el celular del bolsillo trasero de mi pantalón.

Google, Deadpool... 12 de febrero, estreno mundial.

Fueron al cine. ¿Hora de la función? A ver, 6:25 p.m. y 10:40 p.m. De seguro fueron a la más temprana porque a Ade no le gusta quedarse afuera hasta muy tarde durante el invierno. Ya deben estar por volver. A menos que hayan salido a comer algo al terminar, lo que me recuerda, debo seguir cortando las papas.

Son las 8:33 p.m. El aceite burbujea en la freidora al colocar adentro la canasta de metal con las papas cortadas. Diez minutos y las sacaré para rallar el queso por encima y meterlas cinco minutos más en el horno. Mientras tanto pondré la película.

Listo, 8:51 p.m., la comida lista, película iniciada, vaso grande de refresco de naranja —porque hoy no tengo ganas de vino o cerveza, o de ser adulta en general—, me siento como uno de esos fines de semana cuando vivíamos en la antigua casa en Sochi y mamá nos preparaba bocadillos a Mikhaíl y a mí. Nos sentábamos en la sala de estar a ver alguna maratón de terror y ella se nos unía por rato, para luego huir a ver una de sus series de drama. Misha aguantaba más, él es como yo, obsesionado con los monstruos y la sangre, al menos veía dos películas antes de ir a refugiarse en la cama de nuestra madre para evitar las pesadillas.

Dios, el silencio es mortal.

Qué fácil se acostumbra uno a la gente, a la compañía. Veinte y pico de días con Lena en esta casa y la siento vacía sin ella.

Miro el reloj nuevamente y ya son las 10:38 p.m. Acaba de terminarse la edición larga de dos horas de The Scissoring y yo espero a que pasen todos los créditos para ver la escena extra. El twist más espectacular de la película está en esos dos minutos. La asesina de las tijeras es atacada por la primera chica que creyó haber matado, pero que en realidad dejó en coma por años. Después de esa muerte, ella se convierte en la nueva vengadora, iniciando un ciclo de asesinatos sin resolver en el pueblo. Es genial, sin ese extra, el final de la película sería un horripilante cliché.

Juuum —bostezo—, son las 10:46 p.m. Ya son más de cuatro horas desde que inició la primera función de la noche. Es suficiente tiempo para ir al cine, a comer y hasta para pasear por el parque y llegar caminando.

¿Será que me equivoqué con la idea del cine? ¿Estará con Ade o...?

Si no fuese porque mi amiga de verdad está enfadada conmigo por lo que sucedió en la floristería, le llamaría. Pero si lo hago seguramente me llega el escupitajo a través del auricular.

Trato de no enfocarme en su ausencia. Lena está bien, está con Ade, no me preocupo.

Apago el reproductor y automáticamente comienza a sonar el último canal que Lena vio en la televisión. Yo casi no la enciendo a menos que vaya a ver una película, pero ella, todas las mañanas coloca el canal de niños y ve un capítulo de la serie que están repitiendo ahora.

Gravity Falls, ese es el tipo de proyecto que me habría gustado crear a mí desde un inicio, pero no sería un dibujo animado, sino una serie de suspenso y horror para público adulto. Dipper and Mabel no tendrían trece años, sino diecisiete y compartirían una relación torcidamente incestuosa; su tío sería un asesino en serie y ese pequeño pueblo de donde viven estaría lleno de verdaderos misterios sin resolver.
Hazte a un lado American Horror Story, aquí viene Yulia Volkova.

11:11 p.m.

¡Diablos, pide un deseo!

Que todo salga bien con Lena. No, primero que esté bien y ya llegue.

No, no, que deseo tan estúpido, obvio que está bien y va a llegar... eventualmente, pronto, seguro.

Otro deseo, emm...

Que no esté con la rubia, eso.

No, no, que no haga nada con la rubia, puede estar en la misma habitación, pero que nunca pase nada con ella... o con cualquier otra chica atractiva... o cualquier chica, tampoco quiero que se coma a la fea.

Hmm...

¿Puedo pedir deseos que no me involucren a mí?, ¿o si lo hago no cuenta?

Okey, un deseo para mí entonces...

11:12 p.m. Genial, me lo perdí. Necesito pensar en varios deseos y escribirlos para cuando me encuentre con otro 11:11 y pueda pedir mi deseo de una sola vez, sin dudas.

Acaba de terminarse el segundo capítulo de Gravity Falls y ahora van a dar esa serie insoportable del kung fu. ¡Aj, ¿por qué no llega?! Estamos a quince minutos de la media noche.

Yo la llamo. ¡La llamo y me va a oír!

Miro la pantalla de mi celular, completamente vacía de notificaciones, y caigo en cuenta de que si ella quisiera que yo sepa dónde está, ya me habría avisado.

La llamo igual.

Presiono el círculo verde y espero, un timbre, dos timbres, mensaje de voz. Bien, al menos sabemos algo, está viva. Recibió la llamada y decidió no contestar. La operadora permite diez timbrazos antes de enviarte a la casilla, así que eso solo quiere decir que Lena presionó el botón de no contestar. Le llamo otra vez, un timbre, dos, tres, cuatro —avanzamos—, mensaje de voz. Última vez, un timbre, dos, mensaje de voz. No, no quiere hablar conmigo.

11:59 p.m. Estamos a un minuto de la media noche. Tomo el control del televisor y comienzo a zappear por todos los canales, sin ver nada en particular o realmente buscando qué ver, únicamente quiero tener algo que hacer que no me deje pensar.

¡Eh, porno!

¡Ja!, entre las ventajas de vivir sola y pagar tu propia Tv por cable es que puedes poner este tipo de videos a volumen alto y mirarlo sin estar pendiente de quién va a aparecer por esa puerta para mandarte al diablo. Lo único malo es que es sexo hetero, pero bueno, algo es algo.

Ese tipo la tiene, la tiene grande, e-nor-me. ¡Dios, eso debe doler!

La chica es guapa, muy, muy linda, delgada, blanquita con el cabello rojo fuego y unos ojos enormes. Sus lolas no son tan grandes como las de Lena, bueno, no exageremos, Lena tampoco las tiene enormes, ni siquiera se acercan a las mías, pero esta chica si que no tiene nada, son dos botones cocidos en el pecho, parece un chico.

Lena las tiene bonitas, tan redonditas y suaves. Que lindo es tocar el pecho de una chica, me refiero sus senos desnudos. Apretar las palmas de tus manos con un lento masaje sobre ellos. Mmm, ver sus pezones pararse y ponerse duros.

¡Dios, necesito una novia!

Mi centro comienza a palpitar con una necesidad que no tengo como satisfacer completamente.

¡Basta, esto es estúpido!

Apago la tele y me largo a mi cuarto, no quiero ver cosas que no puedo tener. Sobre todo cuando Lena seguro lo está haciendo con la rubia.

¡Nadia, Nadia, Nadia!

Hoy le pregunté de ella a Nikolai y me dijo que es una «estudiante excelente», perfeccionista, creativa, muy solidaria con sus compañeros y la chica más popular de último año.

Claro, no bastaba con que la fea siga a Lena como perrito tras su hueso favorito, pero tenía que venir la más guapa y popular a invitarla a salir.

¿A dónde la llevaría? Porque Moscú, a media noche, es muy aburrido.

A un motel, no se me ocurre más. Pero no, ella, Nadia es «creativa» entonces seguro se inventó el plan más sórdido para conquistarla. Como si tuviese que hacer tanto esfuerzo. Lena está molesta y dolida por lo que pasó ayer conmigo, porque rechacé el viaje, asumo que está con ánimo vengativo y querrá hacerme daño... ¿O me estoy sintiendo muy importante? Quizá ni le va ni le viene el recuerdo de nuestra relación. Pero me inclino por lo contrario. La forma en la que me miró en el comedor de la escuela —cuando pensaba si aceptar o no la invitación de Nadiacita—, fue como si me estuviese diciendo adiós, como si acabase de decidir que yo no valgo la pena.

Está con ella. Y la rubia la tiene fácil, porque es linda y un montón de cosas que yo no soy, cosas atractivas, cosas importantes, como amable y buena persona, y yo no lo soy.

Tengo grabado en la mente el momento en que bajó la mirada y decidió aceptar la cita. Y bueno, no pretenderé que no duele, pero Lena se merece más que lo que yo pueda ofrecerle, más que la idiota de Yulia Volkova que leyó su diario y...

¡Eso, su diario!

Pensemos en esto. Lena escribe y mucho, no dejaría de hacerlo solo por estar aquí. A veces, entro a la habitación y parece estar estudiando, pero tiene un bolígrafo en la mano, o sea que escribe y no creo que sea la tarea porque esa la hace en la computadora.

Okey, ¿dónde pudo esconderlo?

Voy a su cajón en el armario y no hay nada más que su ropa interior, sus medias y su perfume. Sus camisetas están perfectamente dobladas en el otro y no hay nada en los bolsillos de sus chaquetas.

¿Qué estoy haciendo?

Debe tenerlo a todas horas consigo en su bolsa. Lena ya no confía en mí como para dejarlo sobre el velador, porque yo rompí su confianza, porque yo fui quien la defraudó, no la rubia, yo.

2:09 a.m. Es tarde y me preocupo. ¿Dónde está?

Por primera vez esta noche me permito pensar en lo peor y la rubia no entra en la ecuación.

¿Qué tal si el remitente la persona detrás de esas cartas la estaba siguiendo? ¿Qué pasa si la secuestraron al salir de la escuela porque yo me adelanté para pasar por la floristería comprando una flor que todavía la espera sobre la mesa del comedor? ¿Qué pasa si se perdió en su camino a casa o si la asaltaron y los que no me contestaban era los ladrones que se llevaron su celular?

¡¿Qué pasa si nunca más la vuelvo a ver?!

La angustia me llena el pecho. ¿Dónde diablos está? ¡Pudo dejarme una nota, pudo decirme un: no me esperes!

¿Y qué hago ahora?, ¿qué?, ¿dónde la busco?

¡Ade! Ella sabe cómo encontrar a la gente, ella sabe como localizar una aguja en un pajar.

Le marco.

—Yuuuulia —me contesta de muy mala manera, estaba durmiendo—, son las dos y treinta de la madrugada. ¡Y treinta y dos para ser exactos! — ¿Qué quieres?

Bien, mi única amiga en esta ciudad sigue molesta conmigo y cuando se entere lo que hice ya no tendré más amigos en Moscú. Ge-nial.

—Lena... no aparece, no ha llegado. —Trato de informarle.

—¿Es en serio? —Sigue muy molesta.

—Sí, Ade. Ayer yo...

—No quiero saber, te dije que no la lastimes.

Okey esto está yendo peor de lo que me imaginaba. Al menos esperaba que si se trataba de Lena, Ade haría su enojo a un lado, pero ya veo que no.

¿Cómo diablos voy a encontrar a Lena sin ella?

—Tranquila, no te jodo más. Debe estar por venir y sino ya la encontraré desmembrada yo misma, gracias.

—¡Hey, espera tonta! —me dice antes de colgar. Muy amable, linda mi amiga, si es que todavía lo es.

—¿Qué hiciste? —me pregunta más calmada, molesta, pero controlada.

—Me dijo el plan de San Valentín.

—Y, conociéndote, le dijiste que no.

—Mhmm —acepto sin vocalizarlo, ya sé, viene el sermón y con suerte, después el plan de búsqueda.

—Eres idiota, Yulia. Dime que no le volviste a sacar en cara que ya no son nada.

—Mmmmmmmhmmm.

Ade larga un suspiro eterno, su frustración y cansancio se dejan escuchar por el auricular. Al menos no es escupitajo.

—¿De verdad te preocupa mucho dónde pueda estar?

—Ella nunca sale, Ade, a menos que sea contigo, pero...

—¿Pero?

—Creo que hoy la invitó a salir una chica.

—¿Su compañera de la escuela?

—¿Te contó de la rubia? —No contesta, su silencio es como el oro hace cien años, valiosísimo.

Lena le ha contado de la maldita rubia, o sea que no es la primera vez que la invita a salir, y sí, debe estar con ella. Para que buscarla entonces, no quiero entrar cual loca por la puerta de su habitación de motel y ver una escenita como la de la porno de antes.

—Ya, lo entiendo. Debe estar con ella. Gracias, Ade, hablamos —le digo y cuelgo inmediatamente.

A quién engaño, ya me reemplazaron y mi pecho pesa de tal forma que siento al corazón en el estómago. Solo puedo culparme a mí misma. Yo hice esto, yo la empujé a los brazos y el strap de la rubia.

Mejor intento dormir algo, despejarme, qué se yo, irme acostumbrando a cómo van a ser las cosas desde hoy. Seguramente a un sistema de bandas elásticas en la puerta cada vez que ella quiera privacidad para acostarse con sus relaciones pasajeras.

Hmm... 2:54 a.m.

Es inútil dejar de pensar en todo lo que yo provoqué. No puedo, cierro los ojos y ahí está ella, con la maldita rubia.

No doy más, al diablo el respeto al espacio ajeno, voy a fumarme un tabaco.

Abro mi bolsa y saco la cajetilla, queda uno. Eso quiere decir que mañana, si o si, tendré que salir de la cama para ir a la tienda. Y yo que no quería hacer nada más que lamentarme en medio de las cobijas, poner la lista de reproducción «la vida apesta» que creé el día que me mudé aquí y echarme a morir por las siguientes dos semanas.

Aspiro el primer respiro encendiendo el tabaco. Es tan extraño volver a fumar dentro del departamento. Hablo en serio cuando digo que uno se acostumbra a los cambios demasiado rápido. Si no fuese porque

Lena también fuma, hasta pude haberlo dejado por ella.

La habitación es de un negro envolvente. La única luz que emana algo de calidez es el color naranja de la ceniza a un extremo. Se enciende como una luz de neon.

El departamento está en completo silencio, mis vecinos extrañamente no tienen fiesta hoy, hasta puedo escuchar el papel y las hojas de tabaco consumirse, ese crujido que hace es adictivo y me obliga a inhalar profundamente, aunque eso solo desgastará más rápido el cigarrillo.

Me levanto y me acerco a la ventana, hago la cortina a un lado y miro el paisaje de la noche. Odio el blanco de esta ciudad, la nieve está alta hoy, a pesar de que la temperatura debe empezar a subir a fin de mes. Me da frío solo de verla caer.

Siempre me atrajo la idea de un paisaje así, de vivir en una casa de madera con una chimenea y hacer con alguien chocolate caliente para calentarnos, mientras afuera cae y cae la nieve. Pero al ser lo único que se puede ver por la ventana desde que vivo sola, es la más horrible imagen que puede existir.

Extraño mi ciudad. Yo, por Dios, yo extraño Sochi y no por el calor, es solo que esta ciudad, sola, es deprimente.

Tiro la colilla en el inodoro y la veo dar vueltas mientras se pierde con el agua que se descarga. No quiero que quede el pucho en el basurero, emitiendo el olor que Lena tanto odia. Todavía vive aquí y ya es suficiente con el aroma que dejó el tabaco en el cuarto.

Tomo mi cepillo de dientes y abro el agua. Me observo unos minutos en el espejo y veo a alguien tan distinta a lo que era hace apenas un mes.

¿De verdad perdí a Lena?, porque no quiero volver a lo mismo. No quiero verme y no reconocerme, tener ojeras, los labios partidos, mis ojos rojos de tanto llorar, sentir mi garganta reseca e inflamada por fumar docenas de tabacos, perder la batalla con la mente y querer desaparecer, ya sea con alcohol o con pastillas. No quiero.

Me lavo los dientes y acomodo todo secándome las manos con la toalla roja que Lena colocó por la fecha.

¡Feliz San Valentín!

Ella siempre tan consciente de esos detalles, de gestos como llevarme a ver una obra con la que he soñado por más de seis meses. ¡Y se acuerda, lo habré mencionado una vez en la clase de arte, una!

Hmm...

Ya, lo arruiné. Hay que aceptarlo y seguir, ¿no?

Hmm...

El ruido de una llave entrando en el picaporte entrar con dificultad, me altera las palpitaciones. Veo el reloj de la mesa de noche, dan las 3:26 a.m.

¡Llegó! De donde sea que haya estado, llegó.

Me apresuro a entrar en mi cama. Pretenderé que no la esperaba, que dormía, porque ¿qué derecho tengo de reclamarle por qué no me avisó qué volvería tarde? Yo no soy su dueña, no soy nadie para ella, ¿por qué me daría explicaciones? Y, para ser honestos, creo que prefiero que no me lo diga, que no me saque en cara que yo no... cuen... to.

Idiota, soy bastante idiota.

Me recuesto sobre mi lado derecho con la cara hacia la pared mientras la escucho entrar. Su respiración es fuerte y entrecortada, imagino que es por el frío que hace afuera.

Me quedo quieta y en silencio, ella entra a la habitación y escucho que se quita las botas. No parece que tiene intenciones de cambiarse de ropa porque lo primero que siento —después de que lanzara sus zapatos por ahí—, son las cobijas de mi cama alzarse. Lena entra a mis espaldas y se acomoda. Esta helada y apesta a alcohol.

¿Por qué viene a mí en las noches? ¿Por que busca mi cuerpo? Y no, no me molesta, pero ¿por qué lo hace?

Dios está congelada y tiembla.

—Lena...

No me contesta. Su respiración es tan agitada que me asusta.

—Lena —repito más alto—, creo que sería mejor que te cambies de ropa.

No dice nada; sigue temblando de tal forma que sus dientes chocan.

Doy media vuelta y es cuando siento el colchón mojado.

—¡Lena estás estilando! ¡¿Qué diablos te pasó?!

—Mu-mu-mu-mu-mu-eco e -ieve —susurra con la voz partida.

—¿Muñeco de nieve? No te entiendo, ¿qué pasó?

—Hice u-u mu-mu-eco e -ieve

—¡¿Hiciste un muñeco de nieve a las tres de la mañana, en Moscú, mientras nevaba?!

Asiente o al menos eso intenta, su temblor es por demás violento.

—Vamos, levántate. Tienes que cambiarte de ropa o te vas a enfermar.

—N-n-n-no.

—¡Lena, levántate!

—E-engo-frí-o.

—¡Lo tienes porque estás empapada! ¡¿Cómo diablos hiciste un muñeco de nieve, te metiste en él?!

—C-o-n los b-a-sos.

—¿Con los brazos? ¡Dios, eso no es un muñeco de nieve, es un ángel y tienes que estar acostada para hacerlo! Con razón. Vamos, ven a cambiarte de ropa.

Yo misma tengo que forzarla afuera de la cama. Entre su borrachera y su cuasi convulsión es imposible que lo haga sola.

Le quito la chaqueta lo más rápido que puedo. Esta es una de esas que no tiene mucha protección, que están bien si es que vas a salir cinco minutos de tu casa o en la mañana, pero no para la noche. Lena se fue, a quién sabe donde, directo de la escuela, sin pensar en nada.

—Date vuelta —le pido, tomándola de los hombros para que no caiga.

Le quito el pantalón y me doy cuenta de que hasta su ropa interior está mojada. ¿Cuánto tiempo pasó acostada en la nieve?

—Espérame aquí, voy por una toalla —le digo, tomando su mano y apoyándola en la pared. Me apuro al baño y regreso con dos grandes y limpias. La cubro por sobre su interior, haciendo un tipo de falda, tapándola hasta quitarle la camiseta y el sostén—. Manos arriba...

—N-n-no m-me lle-ve o-fi-cial...

Ja ja ja, Dios, me hizo reír. Boba, ni porque está sufriendo del frío. Tan linda cuando está borracha.

—Payasa, alza las manos para quitarte la camiseta —le aclaro y me hace caso con mucha dificultad. Su piel está toda erizada.

La ayudo por la espalda, desabrochando su sostén negro, y la tapo con la toalla mientras ella se lo quita por completo. No quiero invadir su intimidad, hay cosas que tendrá que hacer sola.

Mientras Lena se desnuda de la ropa mojada, yo meto una muda abrigada a la secadora para calentarla antes de que se vista con ella. Al regresar está aun temblando, pero ya no tanto como antes. Parece un ancianito enfermo así, toda ella envuelta con ambas toallas y sentada sobre su cama.

—Ten, ponte este calentador. Ya subí la temperatura del calefactor.

—M-me a-yu-das.

—Claro —le respondo dándole una mano para que se ponga nuevamente en pie y vuelvo a poner su espalda contra mi pecho.

Su respiración se acelera al quitarle la tela que la cubría. Paso el orificio superior de la chompa por su cabeza y me percato de que su cabello está mojado también, no tanto, pero un poco. Tomo con tino su mano derecha y la guío adentro de la prenda, hago lo mismo con la izquierda y bajo el buzo hasta su cintura.

—¿Se siente bien?

Asiente con más tranquilidad.

—Sostente en mí y colócate el pantalón —le digo y se lo paso, ofreciéndole mi hombro. Siento que hacerlo yo misma, sería cruzar el límite y esa no es la forma de volver a ganarme su confianza.

—Ahora siéntate, te pondré las medias.

Con suerte encontré unas gruesas en su cajón, será suficiente para mantenerla caliente. Hecho esto, remuevo el exceso de humedad de su cabello con una de las toallas y junto con el secador elimino todo ese frío. Tiene el pelo tan delgado que no me toma más de cinco minutos secarlo completamente.

Abro la cama para que entre y escucho mi celular sonar. Es Ade.

—¿Encontraste a Lena? —me pregunta preocupada apenas le contesto—. La he llamado sin suerte y ya pregunté en la policía y varios hospitales, pero no hay información.

—Acaba de llegar a casa. Estaba estilando y temblando sin control. La cambié y también le sequé el cabello, ya está acostada.

—¡Oh, por Dios! —dice con alivio—. Estaba a punto de salir a las morgues.

—Por suerte no hizo falta. Gracias, Ade.

—Mira, Yulia —dice y se limpia la garganta antes de continuar—. Puedo estar enojada contigo, pero ¿si me necesitas?, voy a estar aquí, ¿entendido?

—Lo sé.

—Bien. Rachel quiere hablarte, estás en altavoz.

—Hola, Yulia —Me saluda su novia.

—¿Qué tal, Rach?

—Escuché la condición en la que llegó Lena. Por si las dudas, ¿tienes un termómetro?

—No.

—Diablos, bueno, escúchame con atención. Si Lena estuvo expuesta a frío extremo puede que haya comenzado un ciclo de hipotermia —me informa, alterándome un poco—. ¿Puede hablar, caminar?

—Sí, todo sí —le respondo con rapidez.

—Bien, eso es bueno. ¿La sentirse muy fría?

—Algo, ya cambiada mucho mejor, pero aun tiembla.

—Sí, es normal hasta que el cuerpo recupere calor —me explica—. Si está consciente y tiene control de habla y movimiento, no es una situación extrema. Harás esto: acuéstate a su lado y abrázala de frente.
Cúbrela bien por la espalda hasta el cuello y acércate mucho a su pecho, es importante que se mantenga caliente.

—Entendido, pero ¿no será mejor darle un baño?

—No, no, no, eso es contraproducente, no —me advierte, por suerte no se me ocurrió hacerlo antes—. El calor corporal bastará. Si en media hora no mejora o empeora, llámame. Yo asumiré que todo está
bien mientras no lo hagas, ¿okey?

—Okey.

—Mañana iremos con Ade en la mañana a ver como sigue y, si es necesario, llevarla al hospital, pero lo dudo.

Al menos me alivia que alguien que sabe de medicina está cerca. Me despido y regreso a Lena. Sigue temblando, pero mucho más estable.

Dormir juntas, abrazarla, de hecho. Bueno, todo sea por su salud. Aquí vamos.

Abro las cobijas y ella, adivinando mi intensión, me hace un espacio.

—Lam-mento mojar t-tu ca-ma.

—No pasa nada. Mañana la secamos y listo. ¿Te sientes mejor?

Asiente pero de inmediato niega y suelta un suspiro con lamento.

—Yu-lia...

—Tranquila, vas a estar bien cuando te calientes.

Niega otra vez.

Mis manos pasan por su cintura, me acerco lo que más puedo hasta juntar nuestras frentes. El espacio en medio se llena del calor de nuestros alientos, es reconfortante, aunque el olor a alcohol es fuerte.

—¿Puedo preguntar a dónde fuiste?

No lo hago para inmiscuirme, solo tengo curiosidad de cómo terminó completamente borracha sobre la nieve.

—Fu-i a una fie-e-sta.

—Con Nadia, ¿no? ¿Ella te trajo?

Niega y traga con dificultad.

—¿Quieres algo de tomar?

—N-no, ¿Yu-lia?

—¿Mhmm? —le respondo mientras trato de calentarla frotando su brazo, tal vez la ayude a relajarse y dormir un poco.

—Yu-lia, ¿vas a sa-lir c-c-con esa chi-ca el do-om-mingo?

—Lena...

—P-p-or-que yo, yo no quiero qu-e mi n-novia sal-ga con o-tras ch-chicas.

¿Su qué?... Espera, ¡¿su qué?!

—Lena...

—N-no lo di-gas, ¿sí? P-p-or favor —me suplica, agitando su cabeza de lado a lado como si no quisiera escuchar lo que estaba por salir de mis labios—. N-no lo digas, p-por-que n-no es cierto.

¿No es cierto? ¿A qué se refiere con eso? Terminamos después de esa pelea en su casa, cuando la golpeé y ella me sacó prácticamente a patadas. ¡Eso pasó! ¡¿Cuándo regresamos?!

—T-tu-vi-mos una p-pe-lea, p-pe-ro no termi-namos. N-no, termi-namos.

¡Oh, por Dios!

—Yo me e-nojé, t-te -blo-q-queé, p-pe-ro iba a pasar, tarde o temprano. Cuan-do q-quise llam-arte t-tú me habías blo-q-queado a mí.

—Eso no es verdad, yo no te bloqueé.

—N-no, fue Ade —me confiesa—. Ella n-no quería q-que sufrie-ras y lo hizo. Ya se dis-cul-pó.

—Pero no conmigo.

—Eso n-no im-porta, lo hizo para pro-te-ger-te.

—Creo que mejor será hablar mañana, cuando puedas pronunciar las cosas con claridad y...

—¡S-soy c-cla-ra! —se queja, todavía con dificultad.

—¡S-so-mos n-ovias! Yo te a-mo y n-no qui-ero q-que salgas con otras chi-cas, n-no qui-ero esa rela-cion contigo.

¡Oh, Lena!

Era por esto, por que en su mente aun estamos juntas que se ponía tan mal cada vez que yo le decía que no era así. Es por esto que cuando me mostraba amable con ella, siempre se ponía muy dulce y tierna.
Es por esto que cuando entramos con Ade a la mesa, esa noche de los espaguetis, me tomó de la mano sin pena, porque, esa noche en especial, yo estaba embobada con ella, porque esa noche la vi como tal, como mi novia.

Dios, si somos literales ella tiene razón. Nunca dijimos un: hasta aquí llegamos; nunca dijimos: esto se acabó. Yo lo asumí, porque quién querría estar de novia con alguien que la golpeó tan feo, nadie, yo no.

Y claro, su justificación tiene peso. Ella reaccionó haciéndome a un lado..., pero nunca dijimos un adiós.

—Yo c-com-pré el chip nuevo del telé-fono para volver a ha-blar contigo. Te mandé una foto q-que Alek-sey me t-tomó y me re-galó p-por-que creía que a ti te gus-taría cómo salía en ella. Esos días leí tan-
tas veces tu carta q-que me la aprendí de memoria y lo q-que más me dolía al leer, era cuan-do men-cionaste: «Yo t-te conozco, Lena, sé qui-quién eres, veo t-tu alma, t-te siento y sé que es-tarás bien». P-por
eso t-te escri-bí: «T-tambi-én sé quién eres t-tú, Yulia», p-p-or-que yo sé quién eres.


Termina de hablar muy cansada y con sueño. Va cerrando los ojos, dejándose vencer y yo la atraigo más a mí para conservarla en calor.

—Tranquila, lo aclararemos todo en la mañana —le digo en voz baja mientras acomodo mi brazo en su espalda—. No te preocupes, ¿sí? No iré a ninguna cita con otra chica.

—Y-y-o...

—Tú, descansa. Hablaremos mañana. Yo no iré a ningún lugar, ¿okey?

Asiente con pesadez y suelta un suspiro atorado que tenía en el pecho. Coloca una de sus manos entre sus piernas y la otra bajo mi cintura.

No me molesta, si así se siente cómoda, yo estoy bien.

Me es muy fácil ver las cosas desde su perspectiva ahora que la conozco.

Todo pude haberme imaginado, todo menos que aun soy novia de Elena Katina.


*

Debería asustarme de lo bizarra que es mi mente o lo loca que debo estar para tener esta canción en repetición ahí arriba mientras el mundo duerme y con él mi novia. Mi no-via... novia, mía, ella la mía novia.

Estar así de cerca suyo es embriagante y no es por el penetrante y exquisito olor que usualmente tiene su piel. Perfumistas mi suegros, en eso no se equivocaron, la hicieron bien bonita y cautivante al olfato, y así es perfecta. Pero en este momento ese no es el aroma que invade la habitación. No tengo idea de qué alcohol bebió, pero es fuerte, huele a destilería.

Tendré que esperar a que despierte y se le pase la cruda que va a tener, para que me cuente que hizo anoche y con quién. Aunque, en mi imaginación, la rubia ya ha pasado por la horca, la guillotina, la ruleta rusa, la silla eléctrica y, claro, mis tijeras.

—Mmm —gime sin intensión sexual. Sigue dormida y su garganta está seca. Quisiera traerle algo de beber, pero me tiene atrapada con sus brazos, ya lo intenté dos veces, se agarra más fuerte y no me deja salir.

El temblor desapareció paulatinamente hace un par de horas y su frente cobró el calor normal de un ser humano vivo. Es una lástima, pudimos haber sido la pareja perfecta para la secuela de Mi novio es un zombie.

¿Se imaginan? —hablo con mis voces a ver si aparecen por ahí—, Lena de zombie, comiéndose el cerebro de Aleksey para ver cómo fue que se enamoró de mí. Hasta podría revivir nuestra primera vez o la única que recuerdo que me haya dado un orgasmo, aunque para eso tendría que comerse mi cerebro y no, yo no soy comida de nadie... Bueeeno, no ese tipo de comida, de la otra sí.

Debo estar a días de encontrarme con Vladimir, porque estoy teniendo unos pensamientos tan...

—Mmm —gime nuevamente y se me dificulta no tragar en seco, porque así sea sin intensión de estimularme, su voz y ese sonido me pueden, realmente me pueden.

Su mano aprieta el buzo de mi pijama, jalando un poco de mi piel.

—¡Au! —susurro al sentirla clavar sus uñas en mi piel. No me suelta, pero ahora solo sujeta la prenda con mucha fuerza.

La agitación en su pecho se acelera y su cuerpo se estremece. Otro gemido sale de su garganta carrasposa, esta vez con angustia y lo entiendo, está teniendo una pesadilla.

Las palabras de su diario me golpean. Es ese sueño en el cual ve a sus padres, ese momento cuando Erich le dispara a Alenka.

—Tranquila, estás a salvo. Todo va a estar bien —le susurro sin saber si es bueno intentar comunicarme con ella.

¿No se supone que si despiertas a alguien mientras muere en un sueño, se muere en la vida real? Todo el esfuerzo por mantenerla con vida ayer, botado a la basura.

Por un instante se relaja, mas no le dura mucho. Si Lena tuviese uñas largas, yo tendría cinco preciosas heridas a un lado de mi abdomen... y espalda.

—¡Au, Lena! Tranquila, estás bien. Solo es un sueño.

Se tensa, debe ser cuando ve a su papá con el arma, porque de repente se congeló y ya no aprieta su agarre.

—Amor, calma. Ven conmigo, vamos a... la nieve.

No conozco Korsakovo, pero de los clichés que he escuchado, por ahí solo hay humedad y bajas temperaturas, calor no.

—Está nevando, es lindo —miento—, los copos son tan blancos como yo. ¿Sabes? De chica pensaba, de alguna forma extraña, que Blanca Nieves era mi bisabuela. Era la única forma en la que podía explicarme mi color semi transparente. ¿Te imaginas si eso fuese verdad? ¿De qué enano crees que sería hija, de Gruñón o Tontín?, porque tu novia ha sido muy tonta últimamente, más de lo normal y gruñona soy siempre. Quizá soy hija de ambos.

Mis esfuerzos por querer sacar a mi novia de su pesadilla me van a dejar una a mí. ¿Trío de dos enanos y una mujer? Que alguien me mate, por favor. Mejor cambiemos de tema.

—Ayer te compré una flor para disculparme. No habían muchas disponibles, pero pasé al menos una hora buscando la más bonita. Es un girasol, no creo que lo hayas visto cuando llegaste si casi no puedes ni entrar a casa de lo tomada que estabas.

—¡Ajem!...

—¡Diablos! ¿Ade? —digo alterada en el tono de voz más bajo que encuentro en mi susto al girar hacia la puerta y verla arrimada al marco de la puerta. Entro con su copia de las llaves, perfecto.

—¡Awww! Eres tan dulce —me dice con una sonrisa estúpidamente sarcástica—. Si no fuera porque tu más grande deseo es tener un trío con dos enanos, habría sido una linda historia. —Se ríe.

¡Aj! Escuchó todo... corrección —ahí veo a su novia entrando tras ella—, escucharon todo.

—Linda flor, por cierto.

—¡Cállate, cupido!

Intento zafarme, pero la pecosa mano de Lena sigue estrujando mi ropa.

—Lena, tengo que ir a matar a mi amiga, ¿me permites?

Finalmente sus ojos color gris con tonalidades verdes se abren por unos segundos y me suelta volviéndolos a cerrar. Salgo apurada de la cama y me llevo al angelito justiciero afuera de la habitación.

—Vayan tranquilas, yo reviso a Lena.

Escucho a Rachel decir mientras camino a la sala.

—Yulia, no la mates por favor. ¡Da buenos orales!

Ade no borra esa sonrisa que tiene, mucho menos después de oír la bromita de su novia, pero no sabe que la mía —porque desde ayer volvía tener una—, me contó lo del bloqueo.

—¿Se puede saber qué te pasaba por la cabeza cuando decidiste bloquear a Lena ¡en mi celular!?

—Se me pasaba que te estaba haciendo daño y sí, la bloqueé. No siento que te deba una disculpa... —dice pero no se la cree, claro que me debe una y lo sabe.

—Me importa un pito la disculpa —le invento, porque claro que la quiero—. ¿te atreves a reclamarme por hacerla a un lado cuando fuiste tú quien la alejó desde un principio?

—Ay, no exageres. Lena tuvo un mes para contactarte. Yo la bloqueé mientras volvías a la vida en mi cama ese fin de semana que desapareciste, días antes de que llegara —me aclara—. ¿Tengo que recordarte que por 48 horas me tuviste al borde de la locura pensando lo peor? —protesta y sí, es con justa razón, porque eso mismo pasó—. Dime, ¿qué tal te sentiste ayer después de unas horas de no saber de ella? ¿Cuántas fueron? ¿Diez?

—Once —respondo aclarándole un detalle sin importancia alguna.

—Once, perdón, esa hora hace la diferencia. ¿Ahora si me entiendes, ahora si podemos comparar la situación?, porque once horas, es una eternidad.

Su sarcasmo es peor que el mío.

—Fue una eternidad... —le digo, huyéndole la mirada por todo lado. Ade molesta es peor que mi mamá. Pobres sus hijos.

—Estaba muy enojada por su rol en lo que te pasaba. Y no solo la bloqueé a ella, borré todos los teléfonos de los de artes y también de ese idiota que comenzó a llamarte como loco preguntando por el dinero que le debían.

—¿Quién?

Eso es nuevo.

—Un tipo imbécil que llamó como unas treinta veces diciendo que quiere de regreso su dinero y que tú sabes dónde está.

—¿Y no te parecía importante contarme ese detalle?

—¿Sabes tú quién es?

—No, pero...

—¿Pero qué? Las llamadas venían de afuera con un código internacional. Era un idiota que se equivocó de número. No viene al caso. El punto es que sí, la bloqueé. ¡Lo siento, ya! ¿Eso querías oír? Lo lamento, no conocía a la achispada chica que tienes de... en el cuarto.

—Que tengo de... ¿novia?

—Ah...

—Ahhh, sí, me lo dijo. Estaba muy dolida por mi supuesta cita con Katy.

—¿Invitaste a salir a Katy? ¡Era broma, idiota, no tenías que hacerlo!

—¡Aj, no lo hice! Fue la mentira que le inventé a Lena para no viajar.

—Ah... pues, eres mala —sus insultos de arrepentida, al darse cuenta que lo que decía no iba en serio, bajan de nivel diez a un dos.

— ¿Por qué no me advertiste que todavía tenía novia, Ade? —le susurro porque las risas de la otra habitación me hacen percatarme de que nos están escuchando.

—Porque Lena me pidió que no lo hiciera. Ella no quería imponerse sabiendo que las cosas terminaron tan mal.

—Que no terminaron querrás decir.

—Exactamente. Mira, yo... te lo habría dicho, Yulia. Pero si lo hacía ¿qué habrías hecho tú? —me pregunta demostrando su preocupación—. Yo... estaba tan confundida con todo, con casi verte morir, con su llegada de la nada, con que cambiaste 180 grados en unos días. La verdad, dudaba que sea una buena idea que Lena esté tan cerca de ti, temía que te tiraras por el balcón, sin exagerar. Resulta que después, la conozco y...

—Ella es genial.

—¡Es genial!, y te quiere —la pena que tiene de haber pensado tantas cosas al respecto, y todas malas, se le nota en esa sonrisa que intenta darme—. Lena tenía un buen punto al pedirme que no hablara contigo al respecto y es que ustedes tienen un vínculo que, ni la distancia, ni el tiempo, pueden robarse. Lo mejor era ir con calma, que ambas pasen un tiempo juntas y que las cosas vayan resurgiendo solas, con naturalidad.

¿Qué habría hecho yo?, me preguntó antes.

No lo sé. Creo que la única razón por la cual no exploté a gritos con lo que me dijo, es por la posición en la que estábamos; ella tan frágil y yo con unas ganas insoportables de protegerla.

Al leerla aprendí a verla tan fuerte, tan segura, mas eso es solamente una faceta. Ayer, por ejemplo, bebió, se hizo daño y casi se congela por mí, porque yo le dije que saldría con alguien más.

—No quiero seguir hiriéndola, Ade. No es justo, ella ha pasado por mucho ya.

—Ambas tienen que dejar de hacerse daño. Se lo dije a ella ese día que nos conocimos. Tú eres mi amiga, tú vienes primero y no voy a permitirle que te lastime. Pero lo mismo tengo que decirte a ti.

—Lo hiciste, ese día en la floristería.

—Siento eso también, no debía explotar contigo.

—Ya pasó, además, trajo algunas cosas buenas que ya te contaré.

—Hecho, tenemos una cita.

—Que no te escuche Lena que, al parecer, es muy celosa.

—¿Qué piensas hacer? —me pregunta, pero no espera una respuesta antes de darme un consejo—. Dejen de jugar. No es hora de hacerse las dignas. Ámense y ya.

Dice estas últimas tres palabras y me hace recordar ese meme de: ¡ahora bésense! Me da gracia.

¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? ¿Por qué no puedo regresar a esa alcoba siendo su novia, esa que no le levantaría un dedo, esa que la mimaría hasta que se cure, o le pasaría el tacho de basura para que vomite? Bueno, eso es cruzar la línea de lo soportable..., pero no, no lo es. En las buenas y las malas, aunque no sea un matrimonio, es nuestra relación.

¿Por qué el drama? ¿Por qué?

Somos novias, somos unas lindas novias. Nos queremos, nos deseamos... encajamos. Ella cabe en mi pecho y yo en el suyo.

No más tragedia.

—La paciente está bastante bien —nos anuncia Rachel saliendo de la habitación—. Tiene resaca, pero no quiero que tome pastillas; que duerma y tome bastantes líquidos. De paso cocínale algo, una sopa de pollo o una gelatina bien caliente le va a caer bien.

—Mejor que pida algo a domicilio —sugiere mi amiga recibiendo un tierno beso de Rach.

—¡Hey, eso me ofende, sé cocinar!

—Entonces cocínale algo de-li-cio-sa... digo, delicioso.

—¡Nada de sexo, déjala descansar!

Gracias, lo que me faltaba en toda mi calentura, que la casi doctora general me prohibiera hacerle el amor a mi novia.

—Bueno, ¿y ustedes a donde van?

—A «comer el desayuno», salimos temprano y no hubo oportunidad —Ade levanta las cejas hasta los Himalayas, puaj. ¡Eso no se le hace a las amigas! No quiero imaginarlas teniendo sexo.

—Ay no, no quiero detalles, fuera de aquí.

Las despido dándoles las gracias y paso por la cocina llenando una taza con agua para prepararle una gelatina caliente sabor a frambuesa, mi favorita de la niñez, siempre tengo unos paquetes cerca por si me enfermo o tengo ganas de sentirme pequeña.

Regreso a la habitación que huele a cantina. Ya qué, mejor esto a no saber dónde está.

Me recuesto nuevamente a su lado dejando la taza sobre el velador.

—Sé que estás despierta.

Me ignora, imagino que no quiere hablar de nada, mucho menos de lo que dijo ayer. Pero yo no quiero más dramas de telenovela.

—Te traje el desayuno, está rico, mmm.

Hace un intento por mantenerse quieta, pero se le hace imposible, de este cuarto, es lo único que huele bien.

—¿No lo quieres? —le pregunto y ella sigue luchando para no ceder—. Okey, me la tomo yo. —Le doy un sorbo y de verdad está rica, pero traje dos tazas, la de Lena se quedará esperándola, no la dejaría sin desayuno—. Yo pensé que a mi novia le gustaría tomar algo conmigo esta mañana fría, pero...

Sus pómulos no me mienten, está sonriendo y patalea un poco bajo las cobijas, contenta.

—Te amo Lena, si quieres dormir un poco más, hazlo. Te la caliento en un rato.

Niega saliendo de la profundidad de las sábanas, acomodándose en el respaldar.

—Gracias, huele rico.

—De nada —le digo acercándole la gelatina—. Está caliente.

Se la lleva con cuidado a la boca y toma un poco antes de hacer una cara de satisfacción y vuelve a beber.

—Te recetaron cama el fin de semana, así que traeré la televisión para que no te pierdas tus dibujos animados.

Da otras patadas de alegría, pero estas más leves, no quiere regar la bebida en la cama.

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