Capítulo 24: Mentiras y recuerdos...

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Son las ocho de la noche y acabo de regresar de la casa de Lena. No estoy segura de lo que pasa, de nada en realidad. Estaba por irme cuando llegó su mamá y me invitó a cenar. Pero eso no fue lo raro. Su papá llegó minutos después y entró con su propia llave. Se quitó la chaqueta y la colocó en el perchero de la entrada, saludó con su hija y a su... ¿esposa?, ¿ex esposa?..., lo que sea, con un beso en los labios y se excusó para subir a su habitación a ponerse más cómodo. Bajó unos minutos después y se nos unió a la mesa.


Para ser una pareja divorciada, su comportamiento se asemejaba a la de una pareja de esposos. Me sentí incómoda por lo usual de la charla, un recuento del día de trabajo de ambos, anécdotas de Lena —dejando a un lado lo sucedido con Aleksey—, risas, preguntas para mí: «¿cómo va la escuela?», «¿has pensado en qué estudiar al graduarte?», «¿qué tal está tu novio?». Una cena muy al estilo de la familia Katin... feliz.

Traté de encontrar algo que delatara a mi compañera y me confirmara lo que leí en su diario, que sus padres están divorciados y la tenían abandonada, pero ella estuvo tan perdida en el momento familiar como ellos.

De repente tengo la cabeza llena de dudas. ¿Acaso mintió en el diario? Por qué no puedo explicarme lo que vi. ¿Qué es real y qué no?

Jesús es real, Aleksey es testigo. Se lo gritó en la cara el día que pelearon después del almuerzo y a mí me dijo que la vio besarse con un tipo mayor más de una vez. Marina es real, yo la vi con mis propios ojos al dejarla en la cafetería esa misma tarde. Lo del engaño de Aleksey es real, ¿no? Él no lo negó cuando Lena lo enfrentó.

Lo de su familia es lo único que no cuadra, el divorcio, la existencia de su hermano... pero ella, ella es real. ¡La foto de la niña es real, el artículo del periódico es real! ¿Qué diablos está pasando? ¿Son cosas mías y ellos regresaron? ¿Por eso Lena se respondió las preguntas que la perturbaban y quería olvidar lo demás? O está mintiendo en el diario, agrandando la realidad.

Entrada número diecinueve.

28 de junio, 2015

Regresé de verme con mi amigo. Me llamó citándome en el centro comercial para hablar sobre mi ultimátum. Se veía afligido, deprimido en extremo. La charla con su novia no había ido como él esperaba. Ella le pidió tiempo para pensar, no podía perdonarlo así nada más; yo concordé con su decisión. Él esperaba que en unos días la situación bajara de tono y pudieran hablar de nuevo. Me pidió que no le mencionara nada a ella directamente, no le había dicho que yo los vi o que lo amenacé, solo se lo confesó.

Tiene razón en pedirme que no me meta, ella no me quiere mucho que digamos, si se entera que yo lo presioné se molestará aún más y no se lo perdonará. Él se veía arrepentido. Prometió no repetirlo y yo acordé no entrometerme.

Él nunca habló conmigo. ¿Es esto verdad? Aleksey pudo mentirle a ella, Lena no tiene por qué mentir en este caso. Y debe ser por esta charla que no se me acercó, pensaba que ya lo habíamos solucionado.

Entrada número veinte del diario.

30 de junio, 2015

¡Adivinen quién vino a verme en el trabajo hoy! ¡Marina!

Es tan linda, lo juro y no he podido dejar de pensar en ella desde la noche del club, once días en total. ¿Si, ven? los cuento.

Apareció de la nada y se me acercó fingiendo no conocerme, me preguntó por un disco de M83 —nada mal en su gusto musical, amo esa banda—, lo encontré en la estantería y, sin verlo siquiera, me dijo que se lo llevaría. Pretendió mirar unos llaveros que tenemos en exhibición en la caja, mientras yo hacía el trámite de la compra, regresando su vista a mí de vez en cuando. No me di cuenta de cuando tomó un papel de nota y escribió el siguiente mensaje que me pasó con los billetes al pagar:

«Te ves más linda ahora que no tengo cinco tragos encima. Me encanta tu sonrisa, ¿me la prestas por unas horas? Ven conmigo al cine hoy, hay una buena comedia en cartelera. 7pm en el teatro chino. Te espero ahí».

Para cuando terminé de leerla, ella salía del local con una risa coqueta y desapareció por el pasillo.

—No sabía que te gustaban las chicas —mencionó Mac que fue testigo del encuentro.

—Yo tampoco lo sabía hasta hace poco, pero es linda, ¿no crees?

Asintió aceptándolo, riéndose sin burlarse, pícaro, entretenido con la idea.

—¿Y qué dice tu novio al respecto?

—Leo no es mi novio.

—¿Él sabe eso?

Sí, actuamos mucho como novios. Salimos, nos tomamos de las manos, conversamos, nos llamamos constantemente, él viene a verme al trabajo, yo voy al suyo. Pero somos amigos con beneficios, eso quedó clarísimo la primera vez que pasó algo entre nosotros. Claro, muy claro... al menos esto creo.


Esto es real. Lena pegó la nota con cinta adhesiva en medio de la entrada del diario y esa letra no se parece a ninguna de las que Lena tiene. Es muy redonda y vertical, sus trazos suaves; imposible de replicar fácilmente por las curvas particulares de las letras A. Bien, vamos a la siguiente.

Entrada número veintiuno del diario.


01 de julio, 2015

No podía esperar hasta mañana y arriesgar olvidarme de algunos detalles. Son las 12:43 am y acabo de llegar de mi cita con Marina.

Fuimos a ver Trainwreck con Amy Schumer, claro que a fin de cuentas no vimos nada. Marina besa demasiado bien como para concentrarme en la película.

Nos sentamos en la última fila de la columna derecha, en los dos asientos que daban a la pared. Vimos los cortos y hablamos de las películas que nos gustaría ver, también de otras que se parecían pésimas. Bebimos al mismo tiempo el té helado que compramos para compartir —súper cursi, lo sé, pero fue lindo—, ella con su popote, yo con el mío, mirándonos porque era imposible no hacerlo y, cuando apagaron las luces y empezó la función, nos enderezamos en nuestro asiento.

Marina comenzó buscando mi mano, acarició mis dedos y los entrelazó con los suyos, soltándolos y volviéndolos a atrapar de manera muy tierna. Mi otra mano cubría mis labios, escondiendo una sonrisa porque sentir su toque tan delicado estaba haciendo nudos mi estómago. Unos minutos después, sentí que me abandonaba y la miré de soslayo. La vi cambiar el vaso de posición al otro extremo de su asiento y levantó el apoya brazos que nos separaba. Su mano volvió a la mía y continuó jugando. Se sentía tan íntimo, tan dulce, hasta que intercambió el agarre de mi mano por mi muslo, acariciándolo a lo largo.

Para ese entonces ya no tenía idea de lo que pasaba en la película. La gente reía, la mayoría sentados en la columna del medio, unos pocos en las primeras filas de la nuestra. Estábamos prácticamente solas allí atrás y qué más daba, me sentía hervir, desde los muslos hasta el rostro. De un momento a otro, su mano se coló por mi entrepierna y apretó su agarre, haciéndome largar un gemido suave. Me moría por besarla, por calmar mis ganas y, al sentirla subir en dirección a mi centro, lo hice.

Sus labios son tan suaves, húmedos, dulces y carnosos, se sentía tan bien morderlos ligeramente, soltarlos y atraparlos con los míos; su aliento era tibio, agradable, dulce como el té que habíamos compartido; su respiración acelerada por nuestra excitación; su lengua tan tersa y delicada, deliciosa al tacto con la mía, juguetona.

Estoy más que segura que tuvimos algunos ojos sobre nosotras. Escuché un susurro no tan bajo de un chico que le contaba a su acompañante:

—Ahí atrás hay un par de lesbianas que no pueden dejar de besarse.

¿Lesbianas?, ¿eso soy ahora? ¿Lesbiana porque me beso con una chica? A la gente le encanta llegar a conclusiones por las meras apariencias. No sé si podría decir que soy lesbiana, en este punto, tampoco heterosexual. Me gusta Marina, tal vez en un futuro me guste otra chica, pero los chicos me la mueven, Jesús es un excelente ejemplo.

Quizá soy bisexual, ¿por qué no? Solo sé que Marina es demasiado linda para ignorar y Jesús es demasiado apuesto como para resistirme. En demasía, no sé qué etiqueta me calza, quizá ninguna.


Espera... ¿Trainwreck y un chico que mencionaba a lesbianas besarse?, ¡¿en el teatro chino?!

El chico era Alyósha, su acompañante era yo y... ¿Lena y Marina? ¡Oh, por Dios, esto sí es real, es real, yo estuve ahí!

Estaba oscuro y no me fijé en su rostro, pero pasaron pegadas toda la película, quién sabe qué más hicieron, solo que Aleksey y yo pasábamos dando vuelta para verlas porque se nos hacía muy cómico que no vieran nada de la película por besarse. De verdad lo estaban disfrutando.

Y sí, fue en esa ocasión. Yo invité a Alyósha al cine porque lo notaba decaído y quería que se alegrara un poco, eso fue a finales de junio. Papá deposita el dinero de mis gastos el último día de cada mes y fuimos a esa película en particular porque era una comedia.

Yo vi a Lena con Marina. No está mintiendo sobre lo que escribe. Entonces ¿qué pasó con sus padres? ¿Qué?

Suspiré y cerré los ojos por un rato. Estaba tomandome todo aquello tan personal, como si de alguna manera me afectara. Debía llegar al final de aquel Diario... todo era tan confuso y misterioso a la vez que no me estaba dando tregua alguna siquiera pestañear. Abrí los ojos de nuevo y tomé el diario entre mis manos para continuar con la lectura.

Entrada número veintidós del diario.

02 de julio, 2015

Este es el peor mes del año y no porque sea el cumpleaños de mi hermano, bueno, en realidad sí. Es domingo, mi primer día en Korsakovo y aquí estaré una semana completa, «festejando».

Amo a Iván, él y yo nos llevamos muy bien, ha sido así desde que recuerdo. Me gusta verlo, conversar horas a solas; él fue quién me enseñó a fumar y sí papá se entera de ese diminuto detalle, alguien va a morir. No es por Iván que no me gusta venir, son mis abuelos los que arruinan mi viaje. Nunca he tenido una buena relación con ellos. Mi hermano es como su hijo, mi hermana es su nieta y yo soy la niña que nunca les agradó. Mientras más crecía, peor se tornaba nuestra relación.

—¿Fumando a escondidas? —me preguntó Iván sentándose junto a mí, detrás de ese gran árbol al final de la propiedad. Nadie va allí—. Mm mm mm. —Negó con su dedo—. Yo te enseñé mejor.

—Tenía que aprovechar que papá estaba entretenido conversando con su hijo perdido. —Reí.

—Golpe bajo, bebé —me reclamó robándome un cigarrillo, encendiéndolo con la fosforera que compré en un mercado de pulgas —. Es linda —exclamó admirándola—, y algo conocida. ¿No me la robaste?

—¡No, dámela!

—Está bien, muy linda en serio. Por lo menos aprendiste que, si vas a tener un vicio, hay que hacerlo con estilo —mencionó, inhalando profundo, quemando una buena parte del papel—. Tu padre me estaba comentando que te ha notado muy... apagada últimamente. ¿Todo bien?

—Nuestro padre... —dije inconscientemente cuando me azotó la realidad... él no es mi padre.

—Bebé, si es un chico... déjalo. Nadie es más importante que tú y cómo te sientes.

—Iván, ¿puedo preguntarte algo?

Sí, lo prometí, no averiguaría nada en un mes. Pero nunca veo a Iván, quizá un par de días en fiestas de navidad, nada más. Podía ser mi única oportunidad en mucho tiempo.

—Cualquier cosa, bebé.

—¿Recuerdas cuando nuestra hermana y yo nacimos?

—Hmm... Yo... tenía tres años y vivía aquí con los abuelos —respondió, haciendo memoria—. No, no lo recuerdo

—¿No recuerdas, las navidades, los cumpleaños cuando éramos bebés?

—Aún eres un bebé para mí.

—¡Iván! —le reclamé para que volviera a la pregunta.

—Mi primer recuerdo de ustedes es..., jugar aquí. Tú tendrías unos... ¿tres años, yo siete?

—Ya eras grande para que no recuerdes nada antes de eso, ¿no crees? —señalé, sorprendiéndolo por mi reclamo.

—¿Estás bien? —Me miró preocupado. ¿Pasó algo?

—No... es solo que... —No sabía si confesarle lo que había descubierto, la charla que escuché de papá y mamá, lo de las pruebas de ADN. No lo hice—. Busqué fotografías de cuando éramos niñas y no hay nada hasta que cumplí tres años, un poco más grande quizá.

—Eso tiene una razón y la conoces...

—Sí, la «inundación» —puntualicé, interrumpiéndolo. Conocía muy bien la historia—. Se arruinaron todos los archivos y solo tenemos fotos y videos desde que nos mudamos de casa.

—¿Entonces?

—¿No te parece extraño?

—¿Qué, bebé? Explícate, porque no te entiendo.

—Nada —suspiré—, solo quisiera tener algo de cuando era bebé. Algo que me haga sentir que...

—¿Que perteneces?

De cierta forma me entendía. Yo asentí aunque nuestro origen no sea el mismo, él sabe a qué me refiero.

—Los abuelos fueron muy buenos conmigo, lo siguen siendo. Papá ha tratado de estar pendiente de mí, pero siempre me hizo falta algo, algo que me hiciera sentir... algo de mamá.

—Te duele no conocerla.

—Me duele que nunca haya querido conocerme, eso es lo que me duele. Que le fue tan fácil deshacerse de su hijo —confesó apagando el cigarrillo en la suela de su bota—. Por lo menos tú tienes a tu mamá, a papá, a la «insoportable» de nuestra hermana —sonrió—. Perteneces, bebé. Nos perteneces a todos nosotros.

Tal vez en el corazón, pero no en la sangre. Iván por lo menos es hijo de papá, es pariente verdadero de los abuelos. Su mamá lo abandonó, pero no con unos extraños, lo dejó con su familia. Yo no sé ni de dónde vengo. Yo no le pertenezco a nadie.


¿Es por esto que Lena hace lo que hace y se refugia en gente como Jesús y Marina? No creo que sea una rebeldía de adolescente nada más. Es como si estuviese buscando ese algo que le falta, eso que la haga sentirse parte dé.

Aún se me complica entender bien el lío con su hermano. Según lo que he leído, Iván es hijo de su padre y una mujer que al dar a luz lo abandonó con él. Sus abuelos lo acogieron como hijo, Sergey se casó con Inessa y ellos «formaron su familia» con Katia y Lena. Ahora, Lena no es hija de ninguno de ellos, pero cree que debe ser allegada de Iván, lo que solo dejaría como posibilidad que él y ella sean hermanos de parte de madre, la madre que él nunca conoció. Pero por qué Sergey cuidaría a la hija de una mujer que hace tiempo desapareció de la vida de su hijo? Una posibilidad podría ser que ella abandonó a Lena en las puertas de la casa de los Katin y volvió a desaparecer. Otra es que Lena sea adoptada y no sea ni siquiera hermana de Iván. Y hay algo más, Katia es media hermana de Lena, y ella no sabe todavía que relación tiene su hermana con los Katin. Ese es el verdadero enredo, el «a dónde pertenece».


Entrada número veintitrés del diario.

03 de julio, 2015

Este cielo tan azul y despejado me hipnotiza, me encanta. Lo siento tan familiar, tan revitalizante, como cuando era una niña, aunque yo nunca viví aquí.

Mis recuerdos de infancia son pocos, algunos muy recurrentes de mi hermana y yo jugando en un jardín gigante —bajo un cielo tan azul como este—, el césped muy verde, alto, nuestras risas al correr descalzas, mis zapatos de charol blancos. Recuerdo el parque, los columpios donde mamá me empujaba muy alto, sus manos tocando mi espalda al bajar... Recuerdo también ese sueño, ver a ese hombre sentado en la sala, a una mujer descansando en el sofá de enfrente, yo escondiéndome tras una ventana.

Lo siguiente que recuerdo tan claro es ir a la escuela, sentarme en una esquina en el salón o las noches que lloraba bajo la cama. Esas las recuerdo tan bien. Papá llegaba y me sacaba de allí, me tomaba en sus brazos y me cantaba una canción, yo volvía a dormir y amanecía con él acurrucado a un lado de la cama.

—¿Descansando? —preguntó papá al verme acostada sobre el césped en el jardín.

—Algo así.

—Sé que te aburre estar aquí —dijo. Se equivocaba, me gusta, me tranquiliza—. ¿Por qué no sales con tu hermano y dan una vuelta por la ciudad?

Le prometí pensarlo, no me sentaría mal dar un paseo, tomar aire fresco, ver qué hay en las tiendas. Aunque prefiero hacerlo sola, me dará tiempo de pensar y... lo necesito.


Entrada número veinticuatro del diario.

04 de julio, 2015

Tuve que cambiar mi salida de ayer a hoy. Mi abuela se puso como loca diciendo que debería pasar tiempo con Iván en lugar de irme por ahí y mil cosas más, criticándome, como siempre.

Mi hermano me siguió hasta el cuarto, evitando que la puerta de un fuerte golpe cuando la lancé. Hablamos y se ofreció a salir conmigo hoy en la mañana, pero de verdad quería estar sola unas horas.

—Nos encontramos aquí mismo a las once, ¿de acuerdo? —me dijo, dejándome en la esquina de la plaza central—. Llámame si necesitas que pase por ti antes.

Iván es comprensivo y no el acaparador que mi abuela quiso criar. Como sea, tenía el tiempo que necesitaba, él iría a visitar a su novia y yo daría unas vueltas. Recorrí varias tiendas de ropa, unas de artesanías y visité al hombre que construye guitarras a mano en un taller de la calle principal, me gustaba ir allá con mamá cuando era niña. Miré el reloj y todavía era temprano, me compré un granizado de colores —que no sabía a nada— y me puse a caminar.

A diez minutos del centro hay un lindo parque, hace mucho que no voy por allí. Lo veo siempre que pasamos en el auto a la casa de los abuelos. Está rodeado de un conjunto de casas blancas de techo inclinado. Me encanta ese tipo de viviendas, simples, grandes jardines —como el que recuerdo de mi infancia—, arboles gruesos por los cuales trepar y la tranquilidad.

Seguí mi camino unas cuadras más, disfrutando del sol; sin darme cuenta ya había llegado y estaba parada en frente de los columpios. Me senté y comencé a balancearme. Había tanta paz en ese lugar.

Cuando era pequeña, este, era el paseo familiar obligatorio de todos los años. Venir acá era tan tedioso. Viajar horas por la carretera, llegar a la casa de los abuelos y unos días después volver a la carretera. A ellos no les gustaba la idea de que saliéramos a pasear. Nunca nos llevaban al parque, a algún restaurante, o al cine. Jamás.

—Hay suficiente comida en la nevera y espacio en el jardín —argumentaba mi abuela—. No hace falta que estén por allí.

Por eso adoraba cuando mamá venía con nosotros, ella odiaba quedarse en casa y salíamos a caminar. Me tomaba de la mano y...

Como quisiera que estuviese aquí, ahora.

—¿Alenka? —me llamó una señora mayor. Debía tener unos setenta años o más.

—No, disculpe. Creo que me confunde con alguien —le dije. Ella se me acercó de todas formas y me acarició el rostro.

—Alenka, querida, ¡estás aquí!

—Perdona a mi mamá... —se disculpó una señora más joven—. Por Dios... —exclamó en un susurro al verme con más detenimiento—. Eres idéntica.

No entendí a qué se referían, pero comenzaron a perturbarme. Era evidente que me confundían con alguien muy parecida a mí.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó la más joven, se lo dije, no quitó su cara de asombro—. ¿Vives aquí?

—No, vine a visitar a mis abuelos, ¿la familia Katin? Viven al final de la calle principal.

—Oh, sí. Los conozco. Era compañera de escuela de Sergey, quiero decir, de tu papá.

—Oh, vaya... Bueno, se lo comentaré.

—Espera, ¿puedo pedirte algo?

Al principio dudé, pero accedí, necesitaba ayuda llevando a su mamá a su casa a una cuadra de donde estábamos. Le ofrecí mi brazo y comenzamos a caminar.

—Alenka, tu casa sigue igual de hermosa que siempre. Las personas que la compraron la cuidan mucho —me contaba la mayor, aún confundiéndome—. Es una lástima ya no tenerte de vecina. Me gustaba mucho jugar con tus hijas. ¿Cómo están?

Su hija volvió a disculparse, me comentó la que mujer sufre de Alzheimer y confunde a la gente con frecuencia. No me tranquilizó demasiado, ella también parecía ver un fantasma en mi cara.

—¿Me esperan aquí un momento?, iré por un vaso de agua para todas —mencionó la mujer dejándonos, a su mamá y a mí, en gran conversa.

—¿Sabes, Alenka? No me gusta ese novio que tienes, el papá de las pequeñas. Ha venido a preguntar mucho por ti estos años, por ellas.

—Ya no somos novios —le dije siguiéndole la corriente, intentando tranquilizarla.

—Lo sé, ¿puede un muerto tener novio? —rió, helándome por completo con su comentario.

En ese momento llegó su hija, me brindó un vaso de agua, que tomé de un solo golpe, y me despedí. Quedaban veinte minutos para las once, Iván iría por mí al centro y debía apurarme.

—Ven cuando quieras, Alenka —se despidió la mayor mientras entraban a su casa—. Ha sido lindo verte.

Le sonreí por cortesía, más ese incidente me dejó nerviosa. Continué caminando por la acera, respiré hondo y exhalé varias veces, deteniéndome de golpe cuando encontré algo en mi camino, era un buzón de correo.

Una visión llegó a mí como un flash al verlo, un recuerdo borroso, un eco de mi voz gritando por mamá: «¡El correo llegó!». Mi mano diminuta trataba de alcanzar la manija de color rojo, estaba tan alta. «Quédate ahí», recordé a una mujer decir y mis dedos se pusieron a jugar con unas flores amarillas que tenía dibujadas a un lado, no pude distinguir más detalles. Recodé sentir su mano sobre la mía alcanzando la compuerta del buzón y sacando unos sobres de color blanco. Su mano tomando la mía nuevamente, conduciéndome adentro de la casa, yo iba saltando.

Regresé a ver al portal. Era el mismo que acababa de recordar, una puerta de madera en forma de arco, unas flores a la derecha y un enorme ventanal.

En ese instante sonó mi celular con una llamada de mi hermano, sacándome del recuerdo.

—¿Dónde estás?

—Frente al parque de camino a casa.

—Voy por ti, no te muevas, bebé —me respondió Iván y cortamos la llamada.

—Hola, ¿buscabas a alguien? —me preguntó un hombre que regaba las plantas, no me había fijado en su presencia.

—No, en realidad no. El buzón me llamó la atención —le contesté, tratando de calmarme.

—Es muy colorido, ¿no crees?

—Sí, parece que lo hubiese pintado un niño —le dije, aún muy alterada por lo que acababa de recordar.

Nosotros nunca vivimos aquí, mamá, papá... Nunca vivimos en Korsakovo. ¿Por qué recordaría esa casa? No tenía sentido.

—Así fue, lo pintó la hija de la anterior dueña de casa, Alenka. Es una obra de arte. Míralo bien de todos los lados.

Me acerqué a él. Esperando que mis recuerdos estuviesen equivocados. No sabía porqué, pero no quería que esas flores amarillas estuvieran ahí dibujadas. Me puse en cuclillas dándome vuelta lentamente y las vi. Cinco flores amarillas con un centro de color rojo, el resto del buzón pintado de color azul cielo y un nombre que seguía repitiéndose, escrito con letra imprenta, Alenka.


Miro el reloj y entiendo por qué me siento tan cansada, son las dos de la mañana, no dormí nada por leer y releer a Lena, y sigo igual de confundida. Me siento inhabilitada, golpeada por una verdad que no entiendo y, si para mí es un embrollo, no puedo imaginar lo duro que debió ser para Lena en ese tiempo.

Esta mujer es su madre, posiblemente la mamá de su hermano y claro, la de Katia también. Alenka tuvo tres hijos con tres hombres distintos y... ¿por qué entonces la vieja se refirió a su novio como el papá de las niñas, de las dos? Lena y Katia son solo medias hermanas.

Saco el artículo de periódico. La nota habla de la mujer que fue asesinada a sangre fría. No se refieren a ella por nombre para proteger la identidad de las niñas, según el periódico, de sus hijas.

No tiene sentido, nada lo tiene, es un lío. Quiero ponerme en los pies de Lena, quiero entenderla y me cuesta, porque yo habría ido con mi papá para exigirle que me diga la verdad. Lena espera, investiga, se pregunta mil cosas, trata de encontrar respuestas, ¿pero actúa?, no.

Me desespera su pasividad. Sé que debe ser delicado, difícil confrontarlo con las únicas personas que podría llamar familia, pero ya sabe demasiadas cosas como para seguir esperando a que algo suceda solo o a que se sienta cómoda para entrar en modo Inspector Gadget de una buena vez.

¿Qué hago ahora? ¿Sigo leyendo? Porque esto no se va a terminar hoy y ya son las dos y siete de la mañana. Sigo, necesito saber más, entenderla... Sigo.


Entrada número veinticinco del diario.


05 de julio, 2015

La hora del desayuno fue un momento familiar agradable, si yo misma puedo decirlo. La abuela me recibió con una calurosa sonrisa en la mesa, me sirvió huevos revueltos, jugo de naranja y galletas de chocolate para acompañar con mi leche tibia. Luego se acercó a mí, me dio un fuerte abrazo, me dijo que me ama y me pidió que la acompañara a hacer las compras para el almuerzo. Ya saben, un típico día en la familia Katin.

Tuve suerte de que no me haya lanzado los huevos en la cara.

—Me contó Alina que te vio en el parque —dijo con su típico tono intransigente de mierda—, ¿qué hacías ahí? ¿Hablaste con alguien más?

No le contesté, a lo cual ella respondió con un sartenazo sobre la hornilla.

—¡¿Con quién hablaste?! ¿Qué hacías sola en la cuidad?

Iván entró y le pidió a su cuasi madre que se calmara, que él estaba conmigo y queríamos disfrutar del sol en un lugar tranquilo, que Alina debió verme cuando él fue por un par de helados, ¿cuál era el problema?

Salió enfadada, mirándome como si me hubiese escapado de la cárcel e ido directo a robar un banco, refunfuñó cosas que no entendí hasta su habitación y yo me quedé con mis dos hermanos que prefirieron no hacer alboroto de lo que acababa de suceder.

¿Qué se supone que soy en esta casa?, ¿una maldita prisionera?

Cuando venía de niña no recuerdo que las cosas fuesen tan malas. Debe ser porque mamá viajaba con nosotros. Dejó de hacerlo hace más de tres años. Se hartó de tener que lidiar con mi abuela y su insoportable trato hacia mí. Me doy cuenta ahora que mamá me defendía, me protegía, velaba por mí. Desde el día de su discusión con papá —cuando me enteré que no era su hija—, me he puesto en su contra, me he convencido de que no me ama, no me entiende, de que me abandona. ¿Pero de donde saco eso? No es verdad, no del todo.

Ayer me llamó, hablamos por una hora por lo menos. Me contó que le va bien con su nuevo cliente. La oí contenta, hizo bromas, me dijo que me extrañaba y que lavó toda mi ropa, hasta la que no he usado en meses. Me dijo que Marina me llamó a la casa y que le agradó.

—Se escuchaba muy amable, hija. Deberías traerla a cenar, me gustaría conocerla —me dijo, entreteniendo no sé qué idea.

Mamá no sabe que me gusta, nunca le hablé de ella. Ni siquiera le había dado a Marina el teléfono de la casa, lo averiguó de alguna forma. Debió creer que morí en un accidente o me secuestraron los extraterrestres, al no saber de mí. No le mencioné que viajaría y tampoco he estado pendiente de mi celular; la batería murió, yo no traje cargador, mi hermana no me presta el suyo y... no quiero otra discusión por una estupidez.


¡Pasiva! ¡Lena es una pasiva!


Extraño a mamá y sus reclamos por mi supuesta vagancia, su preocupación por hacer algo de mi vida, sus mimos cuando hace cosas como lavar mi ropa. Por favor, tengo diecisiete años, no es edad para que a una le laven los calzones sucios.

En fin, pasé la mañana encerrada en la alcoba, leyendo un libro que encontré en el cuarto de mi hermano. Él salió a hacer unos trámites en la universidad y, aunque hubiese querido acompañarlo, me quedé para evitar más gritos.

Por la tarde mi abuela tenía que salir a su club de las viejas locas. Tejerían un nuevo saco navideño... en verano, lo sé. Seguro pasan contándose chismes en lugar de tejer.
Iván aprovechó para invitarme a salir, quería presentarme a su novia. Me dijo que los abuelos no saben de ella, mi hermana tampoco. Con lo bocona que es, se habría enterado medio universo el primer día. La salida sería solo conmigo. Así que me vestí con unos jeans cómodos, una blusa floja en los hombros, unos zapatos bajos de lona y fuimos a comer algo.

Su nombre es Cosette. No me encanta, suena demasiado duro, pero ella es agradable. Es francesa como casi todos en esta ciudad y estudia ciencias matemáticas, así que la considero inteligente. La pasamos bien, fuimos por una pizza y luego a dar una vuelta por la feria de la ciudad.

Todo iba bien. La tarde se iba tornando en una noche estrellada y es linda esta ciudad por la noche, pero es mi vida, vamos, ¿podía faltar algo que me la amargue?

—¿Alenka? —me preguntó un hombre rubio, desaliñado, con el cabello ondulado hasta los hombros. Lo vi por unos segundos antes de pasar a su lado. No volteé. No es mi nombre—. ¡Alenka! —repitió—. ¿Lenka?

Escuchar ese sobrenombre me dio un repentino escalofrío, intenté no demostrarlo y seguí caminando, tomando el brazo de mi hermano para sentirme protegida.

¿Por qué diablos me confunden tanto con esta mujer? ¿Tan parecidas somos?


¡Por Dios, Lena! ¡Pregunta, haz algo! Si la tuviera el frente mío le daría una patada para que se caiga de la silla y despierte. ¡Esto no puede seguir así!


Entrada número veintiséis.

06 de julio, 2015

La abuela se levanta temprano, especialmente los jueves. Toda la vida ha sido así. Va al mercado a primera hora para, según ella, tener a su disposición los productos más frescos. Demora horas, llega a medio día directo a cocinar, lo que me daba libertad de ir y venir en la mañana. Papá y el abuelo han pasado días metidos en el taller de carpintería, construyendo algún objeto inservible u otro juego de sillas para el comedor. Mi hermana dormía como foca e Iván había salido temprano al gimnasio.

Me escabullí por la puerta trasera y salté la cerca. Iría a la casa del buzón, le tomaría unas fotos y trataría de conversar nuevamente con la viejita que disfruta ver gente muerta. Quería que me explique justo eso.

Nina es su nombre. Me la encontré al llegar. Estaba sentada en una silla en su jardín. Se emocionó al verme y me pidió que la acompañara. Su hija no estaba en casa, la acompañaba una enfermera joven, unos años mayor que yo.

—¿Qué le pasó a Alenka? —le pregunté cuando me sentí cómoda.

—Te contaré algo —me dijo tomándome de la mano—. Estás con suerte. Hoy es un día lúcido. Recuerdo muchas cosas, estoy consciente de la realidad. Dame unas horas, unos minutos y lo olvidaré todo, así que hagamos esto.

El cambio de su hablar, de su postura era de 180 grados. Me sonrió y me dijo:

—Tú no eres Alenka, ella murió. Tenía dos hijas, ambas muy lindas. Una se llamaba Ekaterina, la otra llevaba su nombre, pero todos le decíamos Lenka.

Era como el hombre me había llamado.

—Un día hace catorce años, llegué de mi grupo de lectura y vi a la policía rodear el vecindario completo. Fue una tragedia. La dulce Alenka había muerto de un disparo a quemarropa, nunca se supo quién fue. Sospechaban del padre de las niñas, un hombre que no era de por aquí, la había estado buscando desde que ella se mudó, si mal no recuerdo. Lo dejaron libre porque tenía una coartada y la evidencia encontrada apuntaba a un robo más que a un asesinato premeditado.

—¿La mataron en su casa?

—Con las niñas adentro —respondió, apretándome la mano—. Lo siento, no es mi intensión... —Sacó un pañuelo de tela de su bolsillo y se limpió los ojos que empezaban a lagrimar.

—Lo lamento, no debí preguntar.

—Lenka, tú y tu hermana se perdieron en manos de la policía. No se volvió a oír de ustedes. Se dijeron tantas cosas... terribles cosas sobre lo que les sucedió. —Seguía confundiéndome, ahora con la hija de esa mujer—. Solo dime una cosa... Qué has sido feliz, qué no te han tratado mal.

¿Y si yo era esa niña? No puedo negar que lo presentí desde que la mencionó. El parecido que evidentemente compartimos, mis recuerdos con esa casa. No me estaba confundiendo, me estaba reconociendo. El momento en que la enfermedad la afecte de nuevo, no recordará que tuvimos esta charla, si se lo cuenta a alguien no le creerán o pensarán que se refiere al otro día.

—Nina, ¿conoce usted el apellido de Alenka?, ¿el nombre de ese hombre?

—Alenka Kowaslki, así se llamaba tu mamá —Me sonrió—. Él, no lo sé. Ella lo dejó y vino con las niñas a rehacer su vida.

—¿Le dijo por qué vino aquí?, ¿especialmente aquí?

—Sí, fue muy clara en eso desde que llegó. Quería hacer un hogar tranquilo, demostrar que podía ser una buena madre y recuperar a su hijo mayor. Lo había dejado cuando dio a luz, ella era muy chica entonces, se asustó, no tenía apoyo de su familia y lo dejó con el papá. Volvió para verlo, vivir cerca de él —me contó y antes de que diga lo siguiente yo ya sabía de quién hablaba—. Iván, su hijo se llamaba Iván.


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