Capitulo 39: Déjala ir sobre un océano color cielo....

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Cobarde, soy una maldita cobarde... y mentirosa. Ya no le oculto cosas, oficialmente le miento.

La recorro con la mirada, se va quedando dormida, está agotada y la entiendo. El día fue largo y merece el descanso.

En la mañana se levantó con la única motivación de convencer a Inessa de que la deje faltar a la escuela el viernes, sería el último que compartiríamos en esta ciudad antes de mi viaje, ella creía que nos hacía falta una digna despedida de la ciudad. El jueves próximo regresaré al departamento a recoger mis cosas, pasaré por la bodega con el equipo de mudanza para supervisar que todo vaya seguro y completo dentro del camión y, de ahí, directo al aeropuerto. El viaje se adelantó debido a la demanda de pasajes en esta época, todos los vuelos están copados con gente que regresa a sus hogares para pasar el día de acción de gracias con la familia. Al menos me quedo con los Katin hasta el jueves, seis días más y no este lunes —en tres—, como era el plan inicial.

¡Dios, cuánto extrañaba el aire contaminado de la ciudad!

Partimos muy temprano. No la acompañé en la ducha como le sugerí, sus papás todavía rondaban en la casa y aunque nos permitan muchas cosas, hay límites que no quiero cruzar. No iba a levantarme de la mesa con ella y decir: «Bueno, gracias por el desayuno, pero es hora de cuidar que su hija no sea poseída involuntariamente en la ducha por un demonio».

Lena me llevó en el auto de su papá a dar vueltas por la ciudad, según ella, a experimentar cosas que jamás habríamos hecho juntas en otra circunstancia. La primera parada la playa. Eran las ocho de la mañana, el sol brillaba sobre nuestras espaldas, el mar estaba manso. Aún así había un grupo de surfistas esperando que llegara la ola de sus vidas.

—¿Nunca entras al mar? —me preguntó, sus manos cavaban en la arena, volviendo a colocarla en el mismo lugar en un juego inconsciente, relajante.

—No desde el delfín.

—No hay delfines en la playa.

—No en esta —le cuento, ella no conoce la historia, nadie más que Aleksey—. Mamá ganó un viaje a Galápagos cuando tenía doce años, es un archipiélago en Sudamérica. Sus aguas son tan claras y transparentes que puedes ver las rocas en la profundidad, los peces de colores, los malditos delfines.

—¿Qué pasó? —pregunta con genuino interés.

—Pasó que a uno le gustó la parte inferior de mi traje de baño. Yo estaba buceando, no estábamos muy lejos de la orilla, unos treinta metros a lo mucho, veinte, pero el suelo era muy profundo allí, los animales marítimos nadaban sin problema —continúo—, de repente, sentí una envestida por detrás. No me dolió, fue el susto que me dio. Di la vuelta pensando que era un tiburón, que estaba a punto de morir y quise huir. Agité mis manos como loca, intentando subir a la superficie, pero el maldito delfín me rodeó, manteniéndome sumergida.

—¿Estabas sola?

—No, un guía estaba a mi lado, tratando de espantarlo, pero le fue difícil, el animal medía lo mismo que yo.

Mis hombros se alzan con un escalofrío que me recorre el cuerpo. No me agrada recordar ese evento en particular. De él han salido mis peores ataques de ansiedad.

—De verdad pensé que iba a morir. De un minuto a otro se puso agresivo, seguía rodeándome con su cuerpo rápidamente, golpeó mis gafas y respirador, dejándome descubierta al agua. En mi desesperación tragué mucha de ella, era extremadamente salada. Sentí mis pulmones arder, mi garganta, ya no tenía aire y en mi desesperación comencé a golpearlo. Llegó otro más en su defensa.

—¿Qué, hablas en serio? Dos delfines, ¿en dónde diablos estabas?, ¿en un maldito acuario?

—Estaba en el paraíso de la evolución. Hay muchos animales ahí, afuera y adentro del agua.

—¿Cómo te zafaste?

—Llegaron algunos guías más en una lancha. Se tiraron en medio de los animales y yo, y me subieron. Yo casi no tenía consciencia, me dieron respiración cardiopulmonar en la embarcación y me llevaron al hospital.

—Ahora entiendo taaantas cosas —dijo limpiando sus manos, cruzándolas sobre sus piernas encogidas en su pecho.

—Extraño el mar, pero no volvería a meterme allí ni loca.

—Esto no es el paraíso de la evolución. Es Sochi, simple y estúpido.

—Hay tiburones aquí, en toda la costa.

—No precisamente hoy.

—No entraré. Puedo caminar por la orilla y eso es lo más cerca que estaré de entrar en el mar.

Si su idea era librarme de mis demonios no lo lograría, no esta vez. A menos que mi avión caiga directamente sobre el mar, yo no vuelvo a entrar.

—¿Quieres armar un castillo?

—Mejor te entierro —bromeé sacándole una sonrisa.

—No traje mi termo de baño, pero puedes hacerlo mañana, podemos volver —sugirió poniéndose en pie—. Hoy tengo algo más importante a lo que quiero que me acompañes, vámonos.

Cuando llegamos al parqueadero ya eran más de las nueve, aún era muy temprano, pero según ella estábamos tarde para la siguiente parada. El museo de zombies, tienda y pista de Go Karts. Odio ese lugar, no podían poner también una pista de patinaje en hielo para hacerlo más ecléctico?

—Espero que no creas que vamos a competir en esos micro carros —le dije leyendo correctamente sus intenciones.

—Autos... de carreras.

—Para hormigas.

—Nah, no eres una hormiga, más como una avispa... —Se hizo la graciosa—. Aún así cabes, así que ponte un casco.

¿Cuántas veces Aleksey intentó hacer justo eso? Nunca logró que me acercara a la puerta de ese lugar y Lena me tenía dando vueltas eternamente en una pista de asfalto, chocando en las llantas que la rodeaban. Me divertí. Me hizo acuerdo de cuando papá y yo jugábamos a los carritos chocones en el malecón. Como compensación, Lena me compró un llavero metálico de un cerebro que había sido mordido por un zombie, un gran pedazo faltaba de su hemisferio derecho superior, la cadena era la espina dorsal, lindo.

—Para que guardes las llaves de tu nueva casa —me dijo. Me dio nostalgia de pensar que serán mis últimos días con ella, mis últimos en general en esta ciudad, no volvería a pasar por allí y mencionaría cuanto detestaba el lugar, ya hasta empezaba a extrañarlo.

La parada número tres fue la tienda de tatuajes. Me asombra que de tantas cosas que me atrajeron de Lena en un inicio, esta es una que dejé pasar. No la olvidé y he visto mucho ese tatuaje desde que compartimos alcoba, pero quizá me acostumbré a saber que ella sigue siendo un misterio y que todo se desvela a su tiempo.

—Un mostacho —repetí lo que acababa de escuchar para hacerlo más creíble.

—Debajo de mi boobie derecha.

—Debajo de tu seno, ajá. Un mostacho.

—Se verá lindo —afirmó, escogiendo el tamaño del muestrario. No mediría más de un centímetro de ancho, por medio de alto.

—Lindísimo y súper original.

—No me importa lo que digas. Se verá genial —le señaló la elección al chico que preparaba las tintas y se acercó al área de preparación. Yo la seguí de cerca, algo intrigada por tan absurda elección.

—¿Por qué un bigote? Si puedo preguntar.

—Es... —se detuvo sonriéndose a sí misma, negando inconscientemente —. Digamos que me recuerda a alguien y a algo en especial.

Perfecto, se tatuaría un símbolo en honor a Leonardo, el hombre de la barba. Bien podía tatuarse su pene, me daba lo mismo.

"No es como si, a estas alturas, fuésemos a subir de nivel y tener sexo, como para tener que preocuparme de no tocar el homenaje a su pseudo novio", pensé.

El seno derecho de Lena, propiedad del brasileño. De seguro es el más grande de ambos, aunque sea por un centímetro cúbico o por cien gramos... ¿Cómo diablos se mide el tamaño de un seno? De cualquier forma, todas tenemos uno más grande que el otro, así sea casi imperceptible. Es como los ojos, uno siempre destaca más, ningún ser humano es completamente simétrico.

Lena se quitó la camiseta y se desabrochó el sostén, prácticamente a la vista de todos.

"¿Tan fácil?"

"Cambia de profesión, Yulia. Este tipo debe tocar muchas boobies."

Yo también lo pensé, pero las que me importaban estaban ahí a punto de ser tocadas por el gran artista dibuja mostachos. Mi instinto sobre protector hizo que me acerque a ella, intentando controlar la mirada de los demás en la tienda, que para ser honestos, ni la miraban. Los únicos ojos que tenía sobre su cuerpo eran los míos.

—Yulia, ¿me pasas la venda? —Me señaló, sosteniéndose la prenda en con la mano—. ¿Me ayudas a cubrirme?

Estábamos frente al espejo, ella se quitó el corpiño, cubriéndose con la mano y el brazo. Yo, detrás de ella. Con mi muñeca enyesada sostuve un extremo sobre sus costillas y, con la otra, la rodeé, apretando la tela contra su cuerpo, cubriendo su intimidad.

Toqué su piel, fue genial. Mis dedos desenrollaban la faja mientras pasaban, subiendo y bajando, por encima de sus enormes montes y lo sentí, un tímido pezón, levantado por el frío del aire acondicionado.

Ella me veía a los ojos en nuestro reflejo, intentando lucir calmada, yo de igual manera me concentraba en sus orbes, pero ese segundo fue exquisito, su pecho dio un salto diminuto, sus ojos se cerraron, su boca exhaló el aire contenido, y yo, sentí toda la corriente de aire colarse por el cuello de mi camisa de franela y recorrer mi columna dorsal hasta el filo de mi short negro, helado, tan íntimo. Lo repito, fue genial.

El tatuaje era realmente pequeño, pero el tatuador, detallista al extremo. Delineó con una precisión exquisita el dibujo, perfecto donde Lena lo había indicado. Sostuve su mano que me apretaba por el dolor de la aguja. No lloró, no protestó más que la presión sobre mis dedos. Una hora después la ayudé a descubrirse el pecho y el chico le colocó el gel y el plástico para evitar infecciones, diez segundos en los cuales Lena se cubrió a sí misma y después yo la ayudé a colocarse la camiseta.

—Hacen una linda pareja —Nos dijo el artista mientras caminábamos a la puerta. Yo también lo creí, ella sonrió avergonzada. Se ve linda con los cachetes rojos.

Daba el medio día cuando salimos de ese lugar. La dieta indicada para la recién intervenida consistía en nada de grasas, no mucha azúcar y cero alcohol. Le propuse entonces ir a un sitio nuevo de ensaladas cerca del centro comercial, lo había visto de pasado y me moría de ganas de probarlo. La promoción del día, todo lo que quieras comer por una mínima cantidad de rublos, barra abierta.

Decenas de recipientes reposaban sobre una mesa fría. Lechugas de todo tipo, zanahorias cortadas en rodajas y otras largas, pepinillos, pickles, tomates, espinaca, quinua, apio, coliflor y bróculi, el mercado entero a tu disposición, Y yo, o soy una persona demasiado simple, o jamás se me ocurrió ponerle mango y almendras caramelizadas a mi comida. Estuvo delicioso.

La siguiente parada, su antiguo trabajo de verano. Lena quería presentarme de forma oficial a Vasili, su compañero que —según recordaba de leer en el diario— gustaba de mí. Un chico simpático, estaba algo avergonzado de hablarme, fue galante y gracioso, nos dio un recorrido por la bodega, lugar reservado para los empleados, pero no nos costó nada convencerlo de dejarnos entrar, bueno, a mí.

No tenía idea de la cantidad de discos de vinilo que tienen almacenados fuera del alcance del cliente común. Eran filas y filas de álbumes, nuevos y usados, reales reliquias y tesoros musicales. Lena, me regaló un par, clásicos que no podían quedarse ahí, debían ser escuchados.

Vasili me prometió guardarme una nueva edición de un disco viejo de The Cure que estaba en muy mal estado, me lo enviaría por correo especializado, sin costo extra. Lena disfrutó de verlo tan contento y me agradeció no haber sido un «ogro» con él. Mi premio fue una taza de café. Me causó gracia escucharla decir esa palabra, era la primera vez que usaba el apodo que me dio en sus escritos, directamente conmigo.

—Durante los meses que papá y mamá pasaron separados, me veía con él en este restaurante todos los viernes —me contó mientras esperábamos nuestras bebidas. Yo recuerdo sus citas del diario, pero no sabía que este era el lugar de sus encuentros—. Se me hace tan extraño venir ahora.

—¿Por qué dejaron de hacerlo?

—Mamá y papá viajan a San Petersburgo durante el fin de semana cada dos semanas, para visitar a Trina, así que preferimos vernos en casa y comer una pizza o algo así, antes de que partan a la carretera. Regresan los domingos en la noche.

—¿Y hoy se quedan o viajan? —pregunté, dejando notar mi interés por su ausencia. El fin de semana anterior habían pasado en la cuidad, lo que significaba que tendríamos la casa para nosotras solas.

—Me preguntaba si quieres ir al club en la noche —Lena sugirió confirmándomelo. Mi primera reacción fue imaginar lo peor, extrañaba a sus cositas y posiblemente los vería en el club. Después pensé que Leo debía estar peor que yo, postrado en la cama recuperándose del accidente, no iría ni loco y Marina, bueno, ella era otra cosa, podía hacer su aparición, pero Lena tenía un trato conmigo.

—Sí, ¿por qué no? —le contesté y continuamos conversando de cosas absurdas como los actores y actrices del momento, banalidades de ese tipo.

Regresamos a la casa temprano. Sergey e Inessa nos esperaban con dos pizzas gigantes que no terminaríamos los cuatro así nos quedáramos hasta media noche sentados en el comedor. A eso de las ocho de la noche emprendieron viaje al aeropuerto y nosotras fuimos a alistarnos para el bar.

Cuando llegamos estaba repleto, se sentía una muy buena vibra, la gente estaba prendida. Saludamos al entrar y fuimos directo a la pista de baile. La música estaba al tope y Lena estaba hermosa. No tenía permiso de ponerse corpiño, por lo que usó una blusa cruzada que exponía completamente su espalda y cubría de una forma tan sexy su pecho, cuidando la herida de su obra de arte más reciente. Se puso unos jeans negros ceñidos completamente a sus piernas y unas botas altas casi hasta la rodilla que la hacían ver tan madura y segura. Su cabello alisado y suelto.

¡Dios, hermosa es poco!

Yo me puse una blusa blanca sin mangas, bajo un chaleco de cuero y unos jeans negros con mis botas de siempre, porque, la comodidad ante todo.

Bailamos sin cesar. El ritmo era tan envolvente y no hizo falta tomar una gota de licor para sentirme extasiada en ella. Tampoco era como si la niña del tatuaje pudiera tomar y yo no quería convertirme en su peso muerto. Lena se mueve increíble, es tan inconsciente de su atractivo, de la forma que puede hipnotizarte. No dudo haber lucido como una idiota mirándola.
Ella me notó y me sonrió pícaramente y yo no pude esperar un segundo para rodearla con mis brazos y besar sus labios. La música me ensordecía, los cuerpos ajenos chocaban con los nuestros, pero yo no quería separarme ni un segundo. Entendí perfectamente a esas tipas con las que tranzó en media pista la noche que conoció a Marina. Era imposible romper el contacto con su cuerpo, era como un imán.

Mi herida estaba tranquila, el descanso me había hecho tanto bien durante la semana que ya casi no tenía dolor al caminar, claro que, para evitar que el esfuerzo me haga daño, usé un vendaje bajo la ropa. Me lo coloqué yo sola en el baño, porque ya sabemos lo cobarde que soy.

En fin, pasamos unas increíbles horas expulsando cada gramo de euforia reprimida, completamente lúcidas. A las dos de la mañana mi cuerpo me pedía una cama le pedimos a Anatoli que nos llevara a casa. Cuando se despidió, me advirtió que no puedo viajar a Moscú antes de verlo por lo menos un día, hay algo que quería charlar seriamente conmigo. Quedamos que sería el lunes. No estaba dispuesta a desperdiciar el fin de semana sin vigilancia parental, para pasarla con mi recién conocido medio hermano, a pesar de que en realidad sonaba muy serio en su petición.

—Cámbiate de ropa, verteré agua en unos vasos y subiré las pastillas, tienes que ayudarme a ponerme la crema para dormir —me dijo Lena con un beso y bajó a la sala. Yo seguí sus indicaciones al pie de la letra y me encerré en el baño a quitarme las prendas que ya me estorbaban, con algo de dificultad. Finalmente el esfuerzo de la noche comenzaba a pasarme factura.

Me preparé para la cama, poniéndome encima una de sus viejas camisetas y regresé a la habitación, recostándome unos minutos en medio del silencio. Debí quedarme dormida, no sé cuanto tiempo, no debe haber sido mucho, porque no noté cuando inició la conversación que Lena tenía en la planta baja con alguien que había llegado sin invitación.
No podía distinguir su voz —vaya, nunca la había escuchado hablar—, pero era una chica, parecía estar llorando. Me helé de golpe, ya saben, esa corriente que te azota cuando algo te agarra de sorpresa o recuerdas de imprevisto algo que olvidaste; me recorrió entera y me levanté. Hice mi mejor esfuerzo por apurarme al corredor y me detuve en el pie de la escalera, todavía en la planta alta.

—Lena, por favor —suplicaba entre sollozos—, lo estábamos intentando, íbamos tan bien, solo tuvimos una discusión, una pelea...

—No es por eso.

—¿Entonces, por qué? Discutimos por una bobada, ¿y no me ves por dos semanas?

—No fue una bobada.

—¡Vamos, Lena! ¿Cómo querías que reaccione después de lo que me contaste? No es justo que esperes que me porte como una santa después de saber que me has mentido con tu edad desde hace meses.

—Mari...

Mari, de Marina. Era ella, mi rival, la dueña de los sentimientos más reales de Lena, suplicándole que la perdone por algo que yo no terminaba de entender.

—Lena... por favor, por favor, no lo hagas. —Su pena era tan grande, lloraba con tanta sinceridad y dolor.

—No ha pasado nada entre nosotras —le respondió ella, confesándole nuestra realidad. Nada ha pasado más que besos, y que es eso, pues nada, no es nada.

"¡Dios, ser el plato de tercera mesa es horrible!"

—¿Y por qué pasaron todo le día como si estuviesen juntas? ¿Por qué la besaste en el club? ¿Por qué has vivido con ella, compartido tu cama, durante días?, algo que ni yo he hecho.

Ese fue un pedazo de información que aclaró varias de mis dudas.

—¿Por qué no me has respondido todo este tiempo, Lena? Es por que estás con ella...

—No, Mari, no es así.

—Por favor, por favor, por favor. —Su llanto se intensificó, mas se oía camuflado y me acerqué unos centímetros para ver a la sala, buscándolas en la oscuridad que las acompañaba. La única luz que existía era la que emitía el microondas abierto detrás de ellas. Estaban abrazadas, Lena acariciaba su cabello rubio, Marina la sujetaba con fuerza, intentando no perderla.
Mentiría si dijera que no me conmovió—. Por favor no me dejes por ella. Nosotras... tenemos algo, por favor.

Lena la meció en sus brazos, reconfortándola, dejando que su chica se desahogue. Fue duro de ver.

—Yulia se irá a Moscú en una semana. Se muda —le comentó.

—¿Cuándo?

—El jueves —Lena se escuchaba igual de apenada, afligida por el dolor que causaba y lo expresó con más claridad un par de frases después.

—¿Me verás el viernes? Arreglaremos esto, ¿verdad? —Volvía a suplicarle.

—Nos veremos el viernes. Por favor no llores más, no me gusta verte llorar.

Ahí, fue ahí que Lena se deshizo en mil pedazos, cuando la rubia le susurró un: te amo.

La chica no podía más con su propio lamento y Lena moría por corresponderle, pero se reprimió. La estrujó en su pecho y la consoló unos minutos más.
Marina se fue soltando de a poco, Dio la vuelta y se dirigió a la puerta.

—No manejes así, por favor. Te llamo a un taxi —le dijo alcanzándola antes de que saliera.

—Un amigo me espera afuera.

Lena lo confirmó asomándose por la puerta y la dejó marcharse, cuando cerró la puerta se arrimó en ella y se echó a llorar.

Me rompió tanto verla así que volví a esconderme tras la pared y pronto encontré mi camino hasta su cama, acostándome en la misma posición en la que me había quedado dormida hace un rato. Cerré mis ojos intentando que la tristeza de todo no tocara en mí el mismo nervio que en ellas. Yo sabía a qué me había metido, no tenía por qué llorar.

Dejé de pensar en el tiempo. Lena tardó en subir, pero eventualmente apareció con lo prometido, dos vasos de agua y nuestras pastillas. Pensó que dormía y con una caricia me pidió que despertara.

Actuar es lo que hacemos, las dos, y lo hicimos bien. Guardamos los silencios adecuados, lanzamos las bromas correctas, nos acostamos como si nada.

—Creo que arruiné nuestra posición favorita con mi tatuaje —rió, ya frente a mí.

De hecho lo hizo, no puede apoyarse de ese lado para dormir, desde ahora nos veremos enfrentadas hasta en sueños.

—¿Por qué el bigote? —le pregunté, sin ganas de quedarme con el dolor adentro.

—Es... privado.

—¿Hablas en serio? Estoy por irme muy lejos, ¿lo recuerdas? —le mencioné. Lo admito, saqué mis garras.

—Sí, por eso mismo.

—Solo dilo, querías recordar a Leo y ya. ¿Qué tiene? Lo quieres, ¿no? Es importante.

—No es por él —respondió poniéndose a la defensiva. Algo normal para el tono acusatorio que yo estaba usando con ella.

—¡Oh! ¿Entonces es por la rubia? ¿Acaso está planeando cambiarse de sexo o algo así y el mostacho es para representar su doble personalidad?

—Eres una idiota —me dijo con la mayor seriedad y ganas de insultarme que pudo—. No es por eso y dejémoslo así.

—¡Awww! Y yo que creía que estábamos pasando una buena noche de amigas. ¿Por qué le ocultarías algo así a... una amiga?

—Hay cosas para las cuales...

—¿Tengo que ganarme tu confianza? —la corté, completando la frase que me dijo aquella vez en la librería, cuando le pregunté por su primer tatuaje.

Me miró con furia, con un enojo que bien pudo sacarme a patadas de su casa, pero no lo hizo, solo se calló.

—Olvídalo, nos queda tan poco tiempo que, para qué ser sinceras —le reclamé.

—¿Quieres sinceridad? —me preguntó. manteniendo esa postura iracunda y el ceño fruncido—. ¡Es por ti, el tatuaje, es por ti!

Mi propia ira se desvaneció ese instante. Navegué su rostro, analizándola y me di cuenta de que no me mentía, pero ¿por qué? ¿Qué tenía que ver conmigo un bigote bajo su seno derecho? ¿Qué?

Se dio la vuelta, poniéndose de espaldas y me dijo:

—Abrázame como siempre.

—Lena...

—¡Solo hazlo!

La rodeé con mi brazo, acariciando su mano, ella la quitó de inmediato y yo continué a lo siguiente que siempre hago, posé mi palma en su abdomen y... entendí. Mi pulgar descansa en ese lugar todas las noches. Quitó mi mano de su cuerpo y volvió a girar.

—Tú —me acusó—, tú siempre has sido un misterio, un enigma. Eres volátil, pero dulce, eres malévola cuando quieres, pero conmigo, estos días, has sido gentil, tierna. Eres respetuosa de mi cuerpo, y aunque me tienes a un centímetro de traspasar mi intimidad, te quedas ahí.

La escuché y me pesó haber sido tan idiota un momento atrás.

—No sé por qué lo haces, por qué cambias tanto, por qué eres dos cosas al mismo tiempo. La de la dualidad eres tú, pero al menos en eso atinaste.

Un tatuaje. Es permanente, es malditamente eterno, así lo saques con terapia láser, así lo cubras con otro encima, un tatuaje se queda grabado en ti por siempre y ella se hizo uno pensando en mí.

—Estos días han sido increíbles en todo sentido, porque siento que te conozco y que he tenido una parte de ti que quizá ni Aleksey descubrió. Y puedes con toda libertad contradecirme, a fin de cuentas, estuvieron juntos largo tiempo y quién soy yo para asumir algo distinto, pero así lo percibo. Yo soy especial para ti, como tú lo eres para mí, y no tienes ni idea cuánto.
Nos quedamos calladas, yo lamentándome y ella tranquilizándose.

—Lo siento, fui idiota. Tienes razón —me disculpé.

—¿Por qué traes tanta inseguridad con ellos?

—¿Puedes culparme? Han estado contigo en maneras que nunca podré llegar a tener. Yo no soy nadie en perspectiva.

—Eres, mucho. Eres muy importante —me asegura.

—Yo me iré —le recordé.

—Leo también.

—Pero Marina no —mencioné volviendo al tema de la noche. A lo que escuché de su conversación—. ¿Puedo preguntarte una sola cosa y prometes no hacerme más preguntas del por qué, cómo, cuándo y dónde?

—Depende.

—Vamos, Lena, es una pregunta.

—Está bien —me permitió.

—La amas...

—Eso no es una pregunta —me interrumpió.

—¿Me dejas terminar? —protesté porque ni siquiera había empezado y ella ya estaba peleando conmigo—. La amas, eso es evidente. Ambas sabemos que yo me voy. Esto que tenemos fue un intento de... fue un... —Se me dificultó expresarlo, porque no quería mencionar la palabra juego, que ya nos trajo una contrariedad, pero eso es lo que más se asemejaba—. Nosotras no tenemos futuro, pero ustedes sí.

—¿Y tu pregunta?

—¿Qué esperabas de esto? Porque volverás a ella el día que yo pise Moscú. Y está bien, no es que te esté reclamando nada... Pero si amas a Marina, ¿por qué... esto? —Gestualicé entre nosotras.

No le fue fácil entender a dónde iba con mi punto. Mi inseguridad no viene del hecho de que existan más personas en su vida, sino de la importancia que tienen para ella. Como una vez me dijo Vova. Un chico ve a una chica que le gusta, siempre guardando la idea de que un día algo pase. Es lo que me llenada de celos cuando veía a Aleksey perder la concentración tras una falda, el poco control que yo tenía en sus decisiones, en sus acciones. Con Lena es peor aún, porque no somos nada y ella es libre de hacer lo que quiera con quien quiera.

—Esperaba entender qué me pasa contigo, qué siento por ti —respondió sincera.

—¿Y eso es qué exactamente?

—Me hice un tatuaje acerca de tu presencia en mi cuerpo, en mí. ¿Tú qué crees?

—Creo necesitar oír las palabras que lo expliquen.

—Eres tonta.

—Gracias, Lena. Lindo cumplido de tu parte —bromeo.

—Siento que... la paz que tengo contigo, la compenetración, la vulnerabilidad, el cariño... —Pausó dudando de lo siguiente, guardándose algo—. No la tengo con nadie más. Pero tú te vas, me duele, te quiero y me duele. No quiero que duela, no quiero perderte. Y seamos realistas, podemos ser amigas, pero nunca algo más, no tan lejos.

Asiento, porque la comprendo, porque mi confusión es la misma. Porque nos queda tan poco y después, ella regresará a lo conocido, a lo que sabe que tiene ahí esperándola y que, de cierta forma, ella también quiere. Y yo, me iré a tener mi borrón y cuenta nueva, a cumplir mi deseo de dejar todo esto atrás, el maldito apartamento, las deudas de mamá, la preocupación, Aleksey, todo. Me voy y eso se queda aquí... Igual que ella.

—¿Puedo preguntarte algo yo? Igual que tú, sin más preguntas de cómo, por qué, a qué viene, nada. ¿Puedo?

—Para ser justos... —le respondo y espero en silencio.

—Tienes mi diario?

Su pregunta fue directa, sin titubeos, sin dudas, sin una pregunta en realidad. Fue acusador y aterrorizante.

—No —le contesté.

Técnicamente —como me lo repitieron todas las voces que tengo adentro—, está en la bodega, no en mi posesión.

Le dije un «no». Le mentí con cobardía, porque después de todo lo que acababa de decirme, de confesarme sus sentimientos, después de saber que no soy un maldito peón en su tablero de ajedrez; admitir que la había estado leyendo a sus espaldas, no parecía lo mejor, no en ese preciso instante.

Quise preguntarle por qué creía que lo tenía, pero recordé lo que había acordado no hacer preguntas de seguimiento.

—Okey. —Lo aceptó de primera, tampoco continuó con el interrogatorio—. Lo lamento. No quería enojarme contigo y responderte mal.

—Estás en tu derecho.

—Me gusta esto —me dijo, alcanzando de nuevo mi cuerpo—, la sinceridad que tenemos cuando estamos solas. Me encanta.

Hipócrita, desleal y cobarde. ¿Cómo pude quedarme con esa cara de complicidad, cuando tenía el puñal directo en su espalda?

Esto es algo que lamentaré

***************
¿Los asexuales se excitan? Porque creo que lo estoy en este momento, y mucho.

He sentido atracción sexual antes, no soy ciega, sólo que no disfruto tanto del acto sexual. Me masturbo y no creo que eso esté mal, pero no necesariamente le saco mucho provecho, simplemente me ayuda con esa insoportable sensación y necesidad ahí abajo y, después, sigo mi día en paz; aquí no ha pasado nada. Pero lo que estoy sintiendo ahora... Dios, ¿soy asexual o qué?

—¿Estás bien?

—Sí, supongo.

—Tienes una cara... ¿Qué pasa?

—Nada, estoy bien.

¿Debería decirle? Creerá que soy rara o algo. Mejor no. ¿Cómo le explicas a alguien que cuando estás teniendo sexo, el acto en sí no te provoca placer? Sobre todo cuando has tenido una sola pareja en toda tu vida. Probablemente no me estoy definiendo bien a mí misma.

A ver, tengo sentimientos sexuales por ella; son claros, puros y, siendo honestos, aterradores. Lena me parece exótica, atractiva. Deseo sus labios, me gusta tocar su piel. La veo y me pregunto: ¿cómo se ve desnuda?, ¿cómo suena cuando está haciéndolo? Porque cuando nos besamos es tan sexy. Respira y gime en una voz tan baja. Me recorre tocándome, agarrando mi trasero, presionando mi piel entre sus dedos. Es tan apasionada y eso me excita. Me mojo, me estremezco, siento la necesidad de hacer con ella lo mismo que está haciendo conmigo.
Quiero ver sus senos, me muero por eso, por ellos. No sé por qué, es un misterio, pero tengo que hacerlo. No puedo irme sin tener esos dulces grabados en mis ojos.
Entonces, ¿soy asexual o simplemente insatisfecha?

Tal vez Aleksey era un amante terrible o yo no sé como satisfacerme. ¡Dios, estoy haciendo mal!
Pero he tenido orgasmos antes, ¿no? Por supuesto, de seguro los he tenido..., ¿verdad? ¡Maldición!
¿Cómo se siente un orgasmo? ¿Es estrés acumulado siendo liberado? ¿Es eso todo?

He visto porno y no he notado nada diferente a lo que yo suelo hacer, así que supongo que debo haber tenido orgasmos, un montón, demasiados para distinguirlos. Quizá el problema no soy yo, sino el hecho de que todo el concepto está demasiado sobrevalorado. Eso es, la gente hace mucho alboroto por nada. Dicen que es una experiencia casi religiosa para no ser criticados por las masas. Eso..., ¿no?

—Vamos, ¿qué te pasa?

—Nada, sólo pensaba en la vida.

—Vaya, eso es profundo. ¿Sobre qué?

No, realmente no quiero decírselo. ¿Y si ella contradice todo lo que sé y pronto me encuentro en medio de un agujero oscuro lleno de nada?

No quiero ser la chica extraña que no sabe cómo se debería sentir el sexo. ¿Al fin de cuentas, cuál es la gran cosa?

Digo, el sexo fue inventado para procrear y, yo, no quiero tener hijos. Es una forma mecánica para preservar la especie y otras personas pueden encargarse de eso.

¡Dios, estoy completamente perdida en medio de pura mierda! No tengo idea de nada.

Me golpeo la frente sobre la mesa de la cocina liberando mi frustración. Lena se ríe delante de mí.

—No puede ser tan malo, sólo dímelo.

Me está dando una entrada para hablarle. No puede ser tan malo, dice. ¿Pensará igual si le cuento?

—Yo... creo que...

—¿Qué? —insiste después de una pausa de silencio.

—Creo que soy... asexual —le digo todavía con la cara oculta dentro de la masa de mi cabello que me cubre.

Nada, ¿de verdad, nada? Di algo Lena o yo nunca, nunca, nunca alzaré mi cabeza de esta maldita mesa. ¡Dios, está muda! ¡Voló fuera de la habitación por el pánico de mi confesión! O tal vez me volví sorda.

Espera. Levanto la cabeza lentamente y sigue ahí, con la boca cerrada, tranquila, esperando. La miro, me sonríe con franqueza. Ya, empezamos con esto, toca terminarlo.

—¿Así que no sientes deseo sexual? —me pregunta.

—Lo hago.

—¿Entonces, por qué crees que eres asexual?

—Es complicado.

—¿Cómo?

Es amable, no se está volviendo loca, lo cual es bueno. Está ahí, tratando de entender a la vieja y torpe Yulia.

—Yo... Cuando pienso en sexo, sólo... yo... no me siento como si lo necesitara para desahogarme.

Sus ojos se cierran a medias, está tratando de entender. Sus pupilas giran a un costado, ella permanece quieta. Me mira de nuevo.

—Pero te masturbas, ¿no?

Asiento. Sus pupilas me abandonan otra vez, está explorando partes de su mente, pensando en que más preguntar. Debo decir que es considerada, no me ataca, reflexiona sobre lo que le estoy diciendo.

—¿Y es placentero?

—Me ayuda a pasar el rato.

—¿Pero te gusta?

—Ayuda con la ansiedad.

Una vez más, sus ojos buscan una respuesta dentro de ella. Alza una ceja, encontró algo. Ahí, lo hace de nuevo.

—¿Es por eso que no has realizado una jugada en estos días?

¡Mierda! No. No lo sé. Quizás. Sí. Supongo. No lo sé.

—¿Acabas de pasar cada respuesta por tu mente? —Se ríe.

—Sí —le confieso.

—Okey, pero no estás segura.

—No.

—¿En qué piensas cuando te masturbas?

Bien, yo misma abrí la puerta a este tipo de preguntas. Valor.

—Amm... —Empiezo. Cierro los ojos, tratando de recordar, porque no pongo mucha atención a esos momentos y ha sido un tiempo desde la última que lo hice—. Una respiración pesada, tal vez la piel sudorosa, la sensación de mis dedos por el cabello de alguien. Cosas como esas —concluyo, abriendo mis ojos ante una pelirroja sorprendida—. ¿Qué?

—Eres muy romántica.

—¡Cállate! ¿En qué piensas tú?

—¿Yo? Bueno, pienso en una persona agarrando con fuerza mis senos, pienso en alguien fijándome enérgicamente en la cama, pienso en esa persona empujándose en mi interior sentidamente...

—La violencia, eso te gusta. Parece que no estaba tan equivocada cuando dije que eras una masoquista, ese día en la librería.

—No lo soy. No es lo que me gusta hacer durante el sexo, pero es lo que me imagino cuando me masturbo. No tiene que ser lo mismo —me explica, sin hacerse lío. Tiene el panorama clarísimo.

—Pero disfrutas de la violencia en tus fantasías.

—Esas no son fantasías, pero no me imagino los besos o los abrazos mientras me ayudo. No estoy imaginando mi futuro, sólo quiero satisfacerme, eso me hace llegar con más facilidad. Ayuda, eso es todo.

Eso es lo que yo necesito, seguridad. ¡Saber qué mierda me pasa!

—Creo que todo lo que me dices me hace más asexual de lo que ya pensaba que era.

—Okey, vamos a concentrarnos sobre el acto, entonces. ¿Cuál es tu posición favorita?

—¿Tengo que tener una? —protesto, ¿es tan importante?

—¿No la tienes? ¿No hay nada que te guste el sexo?

Vago alrededor de mis recuerdos, pienso fuertemente en esto.

—Además de ver a otra persona venirse yo... ¡Mierda soy una voyerista!

Ella se ríe mucho, pero esto es serio. ¡Soy una voyerista asexual!

—Debe haber algo más específico que te llame la atención, como: ¿cuál es la manera más fácil para que llegues al orgasmo? —me pregunta.

Estas cuestiones son complicadas. ¡¿Cómo diablos voy a saberlo?!¿Cosas?

—¿Al menos has tenido uno? —Duda, su tono está lleno de incredulidad.

—¡Por supuesto que he tenido orgasmos, Dios!

—¿Y cómo te has sentido en ellos? Me refiero a emocional y físicamente.

—No lo sé... ¿Bien?

—¿Bien? ¿Sólo bien? ¡No has tenido un orgasmo nunca!

—Están sobrevalorados.

—No, no lo están.

—¿Cómo se sienten entonces? Te escucho, oh sabia Lena, diosa del sexo.

—Bien, te lo explico —dice acomodándose en su silla antes de iniciar—. Es... como una acumulación de todo al mismo tiempo. Puedes sentir con claridad un enorme deseo crecer desde tu centro, comienza a invadirte el abdomen, el estómago, el pecho, haciéndote cosquillas en las venas. Corre por tu piel hasta llegar a tu cuello y tu rostro hormiguea. Tu cuerpo empieza a tensarse, centímetro a centímetro, y tu sexo entra en calor de inmediato. Es imposible no sentir cómo, la presión de hace un segundo, comienza a ser demasiado. Todavía quieres más, tienes que liberar esa energía dentro de ti. Tus jadeos aumentan, tu respiración. Yo personalmente comienzo a marearme, mis labios se entumecen, mis dedos. La sensibilidad en mi senos es tan intensa que un solo toque me puede romper; esto sucede también ahí abajo. Llega un punto en que es una cuestión de uno o dos empujes y todo mi cuerpo se curva hacia adentro, apretándose por la tensión. Me sacudo sin voluntad; espasmos me hacen saltar hasta que se desvanecen a medida me calmo. Pero esa ráfaga de... locura te llena, tus mejillas se enrojecen de la sangre hirviendo que corre dentro ti. Un escalofrío ataca tu columna vertebral, te liberas y todo en el mundo desaparece. Durante un par de segundos lo único que sientes es paz. Y entonces estás completa, agotada. Confía en mí, es mucho más que «bien».

—Excelente. Se escucha estupendo —me quejo. Odio saber con tanto detalle de todo lo que me pierdo. ¿y si nunca llego a tener uno? Mi vida será miserablemente mediocre a partir de hoy—. Tal vez soy una de esas chicas que no tienen orgasmos y ya. No es la gran cosa.

—Quizá Aleksey era un maldito inútil.

—Creo que soy asexual y eso es todo.

—Y yo creo que podríamos probar esa teoría.

—¿Cómo, princesa?

¡Diablos, soné a Leo!

Ella pone la sonrisa más oscura que he visto en mi vida y me da un verdadero recelo. ¿Qué está planeando?

—No te pediré que hagas algo que te incomode, ¿de acuerdo?

Así que vamos a hacerlo, después de todo, vamos a tener sexo y como un experimento.

¡Mierda!

Debí quedarme con la boca cerrada, Ahora soy aprendiz de Lena.

Genial, simplemente espectacular.

*********

Es extraño pensar que esta es mi segunda primera vez y, en muchos aspectos, es mucho más aterrador que en aquel entonces.

Es gracioso, en realidad, ni siquiera recuerdo haberme sentido vulnerable con Aleksey. Éramos tan buenos amigos, nos conocimos al iniciar la primaria, teníamos seis años, pero no nos hicimos novios hasta que tuvimos catorce y no sucedió nada por otros siete meses.
Aleksey era tan gentil, genuino y yo no era tan jodida. Él... Dios, todavía lo recuerdo, me trajo rosas rojas aquel día de San Valentín y yo las amé, estaba como idiota, me moría por él.
Por favor, era tan normal e ingenua.

Pero esto, esto que estoy sintiendo me desconcierta tanto. Ahora con Lena, estoy más que nerviosa, es terrible, es un vacío que me come por dentro. Pero ¿por qué? Ya no soy esa niña pequeña, ya no soy tan inocente, ya no soy virgen. Aunque eso es discutible, sólo he dado un paso hacia este lado de mi sexualidad, este. Quizá el que esté tan convencida de que no me gusta el sexo, tiene algo que ver.

¿Quién sabe? Yo no.

Lena me encamina de la mano, desde la planta baja hasta su alcoba.

Desde el inicio me pone nerviosa que sea así de directa. Lo haremos y ella lleva la batuta tres metros por delante.

Me libera de su agarre, dejándome en medio de la habituación, y camina hacia la ventana para cerrar las cortinas lo que más puede. Así mismo, regresa a la puerta y le coloca seguro, apoyándose de espaldas en ella.

¿Que está haciendo? ¿Busca privacidad? Porque estamos solas, nada de eso es necesario.

Sus dientes tiran de su labio por dentro. Es apenas perceptible, pero cuando sonríe, ese pequeño gesto, la delata.

No sé por qué, pero... me siento triste. No, miento. Yo sé por qué: odio esto, incluso con ella frente a mí, así de hermosa e irresistible, lo odio.

Lena va a hacer lo que más detesto, me va a dar un curso sobre cómo follar, cómo cogerla, cómo satisfacerla. Nada más lejos de lo que quiero.

Espero quieta en el mismo lugar que me dejó. Lena sigue inmóvil contra la madera, espera también.

No me voy a mover. No quiero apresurarme porque sé que voy a decepcionarla. Maldición. Mentiré si tengo que hacerlo, fingiré que lo disfruto, al igual que hice con Aleksey. Le daré la actuación de mi vida, no la defraudaré.

¡Vamos Lena, empieza la clase!

No se mueve, tan solo me mira. Ella espera, yo espero.

"¿Que está haciendo?"

Doy un paso, ella amplía su sonrisa y da otro.

Okey.

Doy uno más. Ella me imita de nuevo.

Esto me gusta. Está esperando por mí.

"Estamos bailando".

"Es agradable".

Le sonrío. De repente pierde su mirada y se sonroja girando la cabeza a un lado. Se ve nerviosa. Me espera.

Un paso más y entrará en mi zona de confort, pero no lo hago, no camino. Le extiendo mi mano izquierda, invitándola a acercarse. Ella la toma y da dos pasos. Sigue mi juego, esto es divertido y tranquilizante.

Entrelazamos nuestros dedos. Es algo tierno, dulce, pensado; no se precipita.

La admiro en esta corta distancia. Su actitud es sosegada, la hace ver tan hermosa. Estoy a punto de decírselo, cuando recuerdo que no me gusta hablar durante el sexo...Bueno, técnicamente, no hemos empezado todavía.

—Eres hermosa.

—Gracias, tú también —responde mi cumplido sonrojándose nuevamente.

—Asumo que serás la maestra aquí, pero necesito decirte que hay un par de cosas que, simplemente, no aguanto —le menciono sin intención de molestarla.

—Lo sé.

—¿Ah, sí?

—Seguro.

Está segura de que ese es el caso, pero yo lo dudo.

—Me lo has dicho —me aclara.

Mi rostro cambia a uno inquisitivo. ¿Qué dije y cuándo? Hemos hablado poco sobre sexo, menos aún sobre nuestros gustos o disgustos.

—Haces las cosas porque quieres. Lo que significa que no te complace recibir órdenes.

Bien captado, es reflexiva. Se acuerda de todas las veces que me he negado hacer lo que otras personas exigen de mí.

Interesante. ¿A qué otras conclusiones ha llegado?

—Además, te gusta ver... «terminar» a la persona con la que estás. —Esto lo susurra acercándose a mi boca. ¡Dios!—. Así que... hoy y mañana... —Se mueve acariciando mi mejilla con la suya, deteniéndose cuando sus labios llegan a mi lóbulo—. Yo... soy... toda tuya.

Mi corazón cae rápidamente al suelo. ¿Acaba de decir lo que pienso que acaba de decir?

—Lena, eso suena... demasiado a Cincuenta Sombras de Grey.

—No seas tonta —se ríe en voz baja, sus manos alcanzan la tela de mi remera alrededor de mi cintura, sus ojos de nuevo perdidos en mí—. Estoy aquí para ayudarte a descubrir algo. Lo que te gusta, lo que deseas. No necesitas fingir conmigo. Haré lo que quieras... Obvio, sabes que no me puedes acariciar con la punta de un cuchillo afilado... ¿verdad?

Yo me río ahora, es linda.

—Lo sé. No te preocupes, solo me gusta ver sangre en obras de ficción.

—Bien.

—Así que... ¿harás lo que te diga?

—Voy a hacer lo que me pidas.

Es inteligente, tengo que ser amable con ella. Básicamente, seré buena contigo, si eres buena conmigo. Es justo. Aunque, esto significa que tendré que recitarle peticiones, lo que sigue siendo mi problema número uno.

—Yo... tengo que confesarte una cosa más —le cuento. Mi concentración fluctúa entre lo que tengo que decir y las curvas suaves que sus dedos trazan en mi vientre—. No me gustan las instrucciones.

—Correcto. Bueno. No lo veas de esa manera. Piensa que me estás... diciendo tus anhelos, tus deseos más profundos.

—Siguen siendo instrucciones.

—No. No me estás ordenando o arrastrándome a través de un campo minado. Estamos caminando juntas y, a veces, halarás de mi mano para evitar caer con una roca o en un agujero en el piso. Yo haré lo mismo contigo, pero seguiremos caminando, la una a lado de la otra.

No estoy tan convencida, a pesar de que lo que dice tiene mucho sentido.

—Mira. Vamos a ir lento. Si no quieres hablar está bien. Guíame con tu toque. Pero quiero que sepas que no me importa si me pides algo, así que no te detengas. ¿Bueno?

Asiento en silencio. Sus manos me abandonan y se elevan al primer botón de su camisa de franela azul de cuadros. Mi nerviosismo se eleva de golpe. Tres botones ya estaban desabrochados, dos más y la piel de sus pechos me matará...

—Espera... —le susurro, rompiendo todas las reglas que pude haber tenido—. Déjatela puesta.

Sonríe picándose el labio con los dientes de una forma tan sexy. Esa mueca acaba con mi paciencia y nos doy vuelta, quedando de espaldas a la puerta. Mis ojos gravitan de reojo a la cama y ya siento el fracaso, es demasiado pronto para terminar sobre ella. No soy Aleksey en la parte trasera de un coche, no me quiero apurar. Quiero disfrutar de cada parte.

Me acerco, el contacto de su aliento sobre mi piel me encanta. Mis labios encuentran el camino a los suyos. Me ha gustado su suavidad desde la primera vez que nos besamos, la forma en que ella abre la boca ligeramente para capturar uno solo ayudándose con su lengua, es irresistible. ¡Dios, lo hace tan bien! La mía busca contacto cuando realiza el mismo movimiento para atrapar mi otro labio. Nos tocamos, la humedad, la suavidad.

¡Dios, besar a Lena Katina es delicioso!

La recorro con mis manos alcanzando los costados de sus caderas. Me pregunto, ¿cómo diablos voy a continuar esta odisea con la mano derecha enyesada? Mi mano diestra ha sido inutilizada y con mi izquierda ni siquiera puedo escribir mi nombre para que sea legible. Esto va a ser complicado.

Vago por el borde de sus jeans con los dedos. Tiene puesto un cinturón. De repente cada acción requiere ambas manos.

—Ayúdame quitándolo... —mascullo entre besos. Oigo como ella llega a la hebilla y, sin tener cuidado, lo saca... mi cinturón—. Me refería al tuyo...

—Lo sé. —Sonríe.

Regresa a su pantalón y elimina el obstáculo en mi camino. En medio de esta acción, su lengua se desplaza verticalmente en mi boca abierta; la punta enroscada me produce un zumbido, me entumezco por completo y la necesidad que me causa se precipita hacia mi centro. Así de rápido. Se tarda nada en demostrar su punto. Puede que no sea tan asexual como yo pensaba.

Cambio mi enfoque hacia su cuello. Huele fantástico, como siempre. El aroma de su piel; esa dulzura es abrumadora y embriagante. Su voz, sus gemidos, ¡Dios, estoy en el cielo aquí mismo y yo todavía estoy lejos de ver sus senos!

Beso el borde de su mandíbula, dando cortos saltos hasta su oreja. Su cuerpo se curva con mis caricias, su respiración aumenta, se siente más agitada, tensa. Es tan provocador escucharla, tenerla así en mis brazos.

Tomo bocanadas de su piel aplicando presión con los dientes. Ella expulsa una queja sumamente expresiva; dolor mezclado con placer. Hago lo posible por continuar por el monte de su clavícula —es demasiado sexy para detenerme—, pero necesito probar sus labios de nuevo, estoy sedienta de ellos. Me apoyo de su nuca con la mano izquierda y con la otra me sostengo de su espalda, trazando con mi tibia lengua, una línea directo a sus labios, haciéndola temblar. Sus dedos se clavan en mi espalda —me mata, lo juro, me acaba con tan poco—, atrapo con mi boca entera su quijada en un beso que termina en la suya. Me encanta, tan sólo esto ya es la perfección.

Lena gime de tal manera que mi cuerpo reacciona apretándola con ansiedad. Nunca en mi vida he experimentado tal excitación como resultado de un sonido. Me mueve por dentro, me llena, me prende...

—Vas a matarme —le digo jadeante y bajo por medio de su pecho repartiendo besos en mi camino a su abdomen.

Pasar por medio de sus senos es pura tentación, pero ese es un placer que quiero saborear más adelante, como un premio que me haya ganado y que deseo tanto. Será la maldita cereza encima del postre.

La sujeto de la cadera para ayudarme a hincarme en el piso, aún con mi boca cruzando su vientre.

Sus dedos se enredan en mi cabello, nada me gusta más que eso, es tan relajador.

Su forma es tan distinta a la mía. Su cintura más esbelta, su cadera más pronunciada, no sé, es... diferente. Me gusta seguir la línea lateral de su cuerpo, sus curvas. Giro hacia un costado acariciando su piel con la punta de mi nariz, memorizándola. En contraste con mi piel, ella es de un color níveo.

Mi roce le hace cosquillas y larga una carcajada tan adorable que me incita a repetirlo. Trata de huir la segunda vez, pero no lo logra. Acabo de descubrir un punto débil.

—¿Me ayudas con el botón? —le pido sonriéndole mientras se tranquiliza. Siento todo tan especial e íntimo, tan natural. Pensé que me molestaría hablarle, jugar, hacerla reír, pensé que solo sería sexo. Es mucho más grande que eso.

Ella desabrocha el botón de su pantalón y me ayuda a bajarlo hasta sus tobillos. Yo hago lo mismo con el mío y me deshago de ambos lanzándolos en algún lugar del cuarto.

Lleva puesto un interior de color blanco, suave, tipo bikini. Si Lena pudiera verse desde esta posición, se muere, igual que yo.

"Somos tan gays".

Su ombligo me llama la atención, es diferente al mío, parece profundo. Sin otra intensión más que descubrirlo, introduzco mi lengua en él. Lena se estremece, soltando un gemido alto y agudo, inesperado. Sus manos cubren su rostro como si estuviese en pura agonía, pero los sonidos que emite me dicen que no es así. Es tan excitante escucharla, me siento tan dispersa, encontrada con mi deseo, algo que no esperaba que se diera tan fácil. Me hace querer aún más.

Mi lengua baja y recorre el límite de esa prenda de algodón, Lena contrae sus piernas, juntándolas, buscando calmar su necesidad. Conozco ese movimiento, ¿qué chica no?

Beso el medio de su zona triangular. Su aroma aquí es peculiar. Tiene un toque pungente, pero es agradable, deseable, estimulante. Mi boca saliva con solo apegar mi nariz a la piel de sus muslos.

Los beso por turnos, acariciando la parte posterior de los mismos con mis manos. La siento dar un salto al sentir mi yeso frío, nada que no ayude a alborotarla un poco más. Algo que realmente estoy disfrutando.

Evito tocarla en ese preciso lugar. Me doy unos segundos más para molestarla.

Mis dedos bajan acariciándola con las yemas a lo largo de sus piernas, acomodándose detrás de sus rodillas. Sus manos regresan a mi cabello, quiere apretarme contra ella, pero se detiene. Espera a que yo lo haga de mi propia voluntad.

No quiero frustrarla, torturarla no es mi intención. Subo la mirada y veo destellos de sus pechos cuando la camisa se mueve, no lleva sostén por el tatuaje y, tenerla así de desubicada, es una visión única, que aturde.

Me acerco con suavidad, mis labios se separan apenas unos milímetros y me apego dejando un beso diminuto exactamente en su punto más urgido.

Su cuerpo tiembla involuntariamente, es fascinante ver de tan cerca como, la luz que refleja en los pequeños bellos de su abdomen y de sus brazos, se erizan de un solo golpe.

Es suerte que la haya sujetado con mis manos o hubiese caído de espaldas al suelo. La sostengo con fuerza y repito el beso con más intención. Está mojada, lo siento con mi quijada al presionar mis labios.

¡Dios, está mojada y se siente tan bien! Esto me gusta, me encanta.

Abro mi boca, esta vez con todas las ganas, tomando presa a su piel con mis labios, apretándola por su cola con mis manos. El juego que inicio la descontrola. Empujo mi lengua sobre la tela y escucho un lamento tan fuerte que todo el aire deja su pecho y puedo sentir otra descarga en su centro. Es alucinante tenerla así, desbaratada por completo, a cuenta mía.

—Vas a matarme... —repite mi frase jadeando.

Hago equilibro con el fin de abrirme camino hacia arriba otra vez y llevarla a la cama, es hora. Quiero sentirla, trazar la forma que mantiene a esa mujer en el interior, esa chica por la que estoy tan perdida.

Tropiezo con uno de nuestros pantalones y caemos sobre el colchón que nos hace rebotar.

Es increíble lo mucho que me encanta su risa, lo tierna y sexy que es. Lo cursi que me hace sentir, lo romántica, lo tierna; y también como me mata con necesidad. Mi pecho está a punto de explotar, mi corazón late desesperadamente, hasta puedo escuchar mis pulsaciones por dentro. Me estoy muriendo a causa de ella.

Me acomodo ahorcajadas sobre su cuerpo, justo encima de su pelvis. Lena hace un gran esfuerzo por no arremeter contra mí, pero su exaltación deja ver el dolor, la exigencia y el apuro que le provoca tenerme ahí; me desea. Su mirada es difusa, confundida entre un mar de sentimientos, al igual que la mía. Pero hay algo más que tengo que tener antes de eso.

Mi curiosidad por su cuerpo me envuelve. La he visto estos días, me desvivo por sus largas y torneadas piernas. Me gusta tocarlas, me gusta sentir su suavidad en mis dedos, amo el calor que irradian cuando dormimos. Sin embargo, su pecho es todo un misterio. Aunque la haya visto con traje de baño antes, nada se compara con verla desnuda, nada.

Mi dedo índice izquierdo se engancha de la apertura de su camisa y la jalo para abajo, provocándome más curiosidad. Si la rajo de un solo tirón, le haré daño, y ese no es el objetivo. El frío del aire acondicionado se filtra por allí estremeciéndola, es tan humana, tan vulnerable, está tan dispuesta..., confía en mí.

Desabrocho los cinco botones restantes, uno por uno. La sensación de mis caricias eleva dos hermosos picos en la tela de franela.

Esta mujer me va a matar.

Paso, con cariño, el dorso de mi mano por el medio de su pecho, separando ambos lados de la prenda, dejando un camino de piel blanquecina expuesta a mí. Estoy a dos pasos de descubrirla, aún así, la miro a los ojos cuando finalmente lo hago.

Ella me estudia. Sé que siente el aire frío, pero lo aguanta, está abierta, expuesta y, a pesar de que he querido este momento durante días, lo único que me importa es ella. No veo a otro lugar que no sean sus pupilas. Me inclino en mi cintura y la alcanzo en un apacible beso, uno amoroso.

Es tan hermosa.

Desearía poder decir que el instinto me ayuda a saber lo que hago, pero no es así. Me siento algo torpe, fuera de tono, una principiante que rompe todas las cuerdas de la guitarra en el primer ensayo. Temo fracasar en mi anhelo por complacerla.

—¿Puedes ser más sexy? —murmura a mi oído—. Me estás volviendo loca.

Sube mi camiseta hasta mis hombros ayudándome a quitármela, yo me enderezo y alzo los brazos removiéndola completamente.

Sin saber exactamente cuando, me toma por la cola y se sienta más atrás. Sus besos me recorren el pecho, marcando cada uno con su lengua, encendiéndome por dentro.

Vuelvo a empujarnos al colchón. Un calor que no soporto, me llena por completo. Entrelazo nuestras piernas, intentando encontrar alivio en la presión que ejerzo en su cuerpo. Mis caderas arremeten con exigencia. Mi deseo rebasó el límite de mi paciencia.

Voy sintiendo satisfacción en mis movimientos, cuando caigo en cuenta de que ella está igual que yo, que se esfuerza por complacerse y que no es su muslo lo que mi centro toca, es el suyo. Su humedad y la mía son palpables por bajo la ropa interior que todavía nos cubre.

Percatarme de que nos estamos conectando de esta forma me excita más. Mi respiración está tan agitada que el aire me falta, mi piel hormiguea y ese calor me sube completamente por el rostro, me quema.

¡Dios, voy a morir!

Mi sensibilidad aumenta en un doscientos por ciento, trescientos. No puedo más, el mínimo roce me rompe en mil. Mi cuerpo se sobresalta. Ella me aprieta con fuerza, estoy llegando al orgasmo antes que ella, me necesita, pero si vuelve a arremeter, voy a morir.

Lo hace —de verdad me necesita—, otra ola de espasmos me recorre el cuerpo, la espalda se me encorva hacia adentro y escondo mi cabeza en la almohada con desesperación.

Lo hace una vez más y la siento por fin estremecerse bajo mi cuerpo, soltando, de a poco, su agarre de mi cintura.

Dejo salir una sola bocanada de aire en el cojín. No doy más, estoy exhausta, mareada, aturdida por completo.

Unos segundos después, la siento reír en mi oído.

—¿Cómo te sientes? —me pregunta.

—Desgastada —jadeo con cansancio.

Otra risita le sigue y mueve su cabeza acariciándome, dejando un beso corto a lo largo de mi cuello.

—¿Aún te sientes asexual?

—No..., ya no.

—Es porque no lo eras —me asegura, girándonos para quedar de lado.

—¿Y qué se supone que soy?

—Lesbiana —su certeza podría convencerme, pero...

—Odio esa palabra.

No le miento, no me gusta, suena a algún tipo de reptil. La prima mayor de .

—¡Oh, por Dios! ¡Jared Leto! —Digo levantando mi cabeza en dirección a la pequeña cajita plástica que tiene por casa—. ¡Tuvimos sexo en frente de mi hijo adoptivo!
Lena ríe y me regala un beso.

—Digamos que no va a presentar cargos en el juzgado de menores —me consuela, no es como si hubiese algo que podamos hacer al respecto.

—Soy una pésima madre.

—Pero excelente en la cama —dice y cierra los ojos. Está tan agotada como yo.

«Excelente en la cama», vaya. Soy excelente, algo que jamás creí porque ni siquiera tenía idea de lo que el sexo debería ser.

Tal vez, la cuestión es que, no todos los seres humanos estamos destinados a ser tan adaptables como es Lena con otras personas. Quizá para algunos de nosotros, este sentimiento solo aparece cuando hay una conexión mucho más fuerte que una simple atracción o un cariño pasajero. Creo que la respuesta es sencilla, se necesita de algo más profundo para tener lo acabamos de vivir. Para mí debe haber... amor.

O tal vez soy súper lesbiana y punto.

Escucho su respiración hacerse más pesada y me muero por seguirle el paso. Esto fue abrumador y una siesta no nos caerá mal.


...

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