Capítulo 21: Equipo

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Desde que la conocí supe que le gustaban las ciencias, pero no fue hasta que vi su maldad en acción, que entendí cuán útil sería tener una amiga con esa afición. Y esa sonrisa.
Desperté preocupada. No era lógico, es decir, estudio en una escuela donde practicamente me temen por mi pedante personalidad, no debía sentirme tan nerviosa de verla.

En vano me bañé en agua fría, esperando que se me quite la sensación. No sucedió. Mi temor de hacer el ridículo ante ella, de no poder hablarle, de ser incapaz de quitarle la vista de encima, se intensificó. No tenía otra salida más que enfrentarme a ese primer encuentro y superarlo, o fallar estrepitosamente y exponerme.

No recuerdo de qué hablábamos con Nastya cuando la vi entrar. Mis ojos gravitaron en su dirección siguiéndola. Me porté indiscreta. No me importó. Lena lucía diferente, segura, tenía un algo que la hacía ver madura, no supe distinguir qué. No eran sus botas de cuero que ya había visto el día que nos encontramos en el centro comercial, tampoco que su camiseta carecía de adornos o colores extravagantes, o que llevara su cabello desordenado y su maquillaje fuera más natural.

Me sonrió al captar mi mirada y nos saludó a todos al juntamos en el filo de la escalera.

—Hola, chicos. —Fue amable y carismática, como siempre—... Alyósha —añadió al final, separándolo con claridad del resto y volvió a darme una breve mirada. Fue curioso, ella no conocía de nuestra ruptura, aún así su tono con él fue seco, distante. Todavía le molestaba lo que me hizo.

Para la hora del almuerzo la noticia de nuestra separación ya era vieja. Publicaron una nota con carácter urgente en la página del periódico escolar, junto con una cita del más afectado, mi ex.

Los estudiantes más jóvenes hablaban entre susurros cada vez que pasaba a su lado, me sentí el chisme del momento. Los de segundo año fueron más discretos, sostenían su mirada en mi dirección y se limitaban a comentarlo de lejos. Los de mi nivel prefirieron no decir nada. Asumo que fueron los más pequeños quienes llenaron mi correo electrónico con docenas de mensajes fantasma llenos de frases de odio por haberle roto el corazón al galán de la escuela.

Alyósha sabía que no era prudente acercarse a mí y arriesgarse a que lo exponga frente a sus amigos. Almorzó sentado en el capó de su auto, solo. Vladimir llegó con Ruslán, tenía esa cara de: «lo siento, no tanto, él es más amigo mío que tú, pero lo siento». Mi otro amigo en cambio, estaba avergonzado. Creo que se responsabilizaba por confesarme lo que sucedió; le sonreí asegurándole que no era así. Nastya se comportó normal, hablando de cualquier cosa, alegrando a Ruslán que, después de días, reía sincero.

Lena, por otro lado, llegó con su bandeja y se sentó frente a mí a acuchillar su comida; soberbia, molesta y sin ganas de hablar. De vez en cuando regresaba a ver en dirección al estacionamiento, hacía contacto con mi ex novio y volvía a apuñalar su comida. Su actitud no me extrañaba, ella sabía lo que en realidad había pasado entre nosotros, no los cuentos que Aleksey se había encargado de contar.

Escuché la alarma de la última hora y nos levantamos, todos menos Lena. Me despedí de Nastya, tenía la hora libre y cosas que hacer, como vigilar qué tanto hacía esa pelirroja esperando a que el resto de estudiantes desapareciera del lugar. La vi levantarse entonces, caminó en dirección al auto que todavía tenía a «la víctima» sentada en él. Me apuré a seguirla, ocultándome tras una columna para evitar ser vista.

—¿Me explicas qué significa esto? —demandó, tirándole la edición impresa del periódico.

—Déjame tranquilo, ¿quieres?

—¡Eres un idiota! —le gritó furiosa.

—¡Ya, terminé con ella! ¿No era eso lo querías? —Él se molestó también.

—¡Quería que dijeras la verdad!

—¿La verdad? La verdad es que ya no podía más con esa relación y fue por su culpa. ¡Esa es la verdad! —ratificó, poniéndose de pie en frente de ella—. Terminamos, ya está. Lo demás no importa.

—¡Claro que importa! Todos creen que Yulia es la villana y tú quedaste como un cachorro lastimado. ¡Pero no eres más que un maldito perro! Es más, pobres los perros que acabo de comparar contigo.

—Haces que Yulia suene perfecta e inocente. ¡No lo es! Yo también he pasado mal, ya ni me reconozco a mí mismo. Vivo malhumorado, cansado, tenso.

—¡Tú no eres la víctima en esto!

—¡Lo soy, aunque no lo creas...!

—¡No! Eres un fraude, un pobre chico más que quiere simpatía. Detesto a ese tipo de gente —expresó, su desprecio era evidente—. No quiero volver a saber de ti. Ya no somos amigos.

—No lo somos desde hace meses —rebatió él, burlándose con una sonrisa que la enfureció más—. ¿Crees que me importa lo que pienses? Dime, ¿qué amigo extorsiona a otro, metiéndose donde no la llaman?

—¡¿Y qué tipo de amigo te dice que te ama y va a acostarse con otra?! —Le sacó en cara.

—¡Eso no te incumbe! ¡Acéptalo de una buena vez, este no es problema tuyo! —le gritó—. Ve a buscarte una vida, un pasatiempo. Vete con el anciano que tienes de novio, ocúpate de tus propios problemas, Lena. ¡Lárgate!

Quise matarlo por hablarle así. Ella no quiso seguir discutiendo y dio media vuelta, regresando al instituto. Yo caminé a mi auto después de ver como él se esfumaba por detrás del gimnasio y fui directo al supermercado.

Cargué en el carrito de compras tres cajas de huevos, un empaque de cuatro rollos de papel higiénico y las salsas de tomate. Estaba por ir a la caja cuando escuché a alguien discutir consigo misma en la fila de al lado.

—Aleksey, maldito. ¿Crees que te saldrás con la tuya? ¡Pues no! ¿No te importa lo que yo piense? Perfecto, entonces tampoco te importará lo que haga...

Di la vuelta despacio y la observé, intentaba cargar cuatro litros de soda dietética en sus brazos, no lo estaba logrando.

—No te imaginas lo que te espera. Quedarás empapado en... —Me vio y frenó sus palabras.

—Katina —le dije, mirándola divertida.

—Yulia... —Pensó por un momento en qué decir, abrió y cerró su boca un par de veces y, sin hablar, intentó nuevamente llevarse las sodas en brazos.

—Ponlas aquí —le dije, no me entendió—, que las pongas aquí. Creo que tenemos una idea parecida —le expliqué, señalando las cajas de huevos y el papel higiénico.

Imagino que Lena esperaba varias preguntas de mi parte y estaba pensado en como responderlas porque no se movía. Yo no hice ni una sola. Me acerqué a ella y tomé las botellas de sus manos, colocándolas con el resto de las cosas, ella tomó dos más y caminamos juntas por el pasillo.

—¿Cuál es tu plan con las salsas de tomate? —me preguntó.

—Bloquear las uniones de las ventanas y las puertas. Que sea asqueroso abrirlas.

—Mejor compremos unos litros de lecha barata —me sugirió, tenía algo más en mente. La miré esperando una explicación—. Donde vive él tiene ventilador superior, ¿no? —me preguntó, asentí confirmándolo—. La leche dará mejores resultados.

Pasamos por la sección de los lácteos, buscamos las dos bolsas plásticas de leche más barata que encontramos y volamos a la caja. Antes de pagar recordó que olvidaba algo importante —la sorpresa de verme la había despistado por un minuto—, regresó a la fila de los dulces y compró un frasco de Nutella más dos paquetes de Mentos. Por último tomó de la estantería un paquete de condones y los colocó con lo demás.

—¿Planeas una cita sexy después de esto? —La molesté.

—Esta es la parte más importante de mi plan —contestó, poniendo una mueca traviesa.

—Bien, no preguntaré más.

Salimos con apuro, la última clase en la escuela estaba por terminar y Aleksey llegaría pronto a su casa, no quedaba tan lejos. Teníamos no más de treinta minutos para llevar a acabo ambos planes.

Aparqué a la vuelta, escondiendo el auto de forma que nadie nos reconociera. Sus padres no estaban en casa y los vecinos no tenían vista directa a esa parte del jardín, estábamos seguras.

Lena preparó los huevos y el papel. Yo subí al techo del trailer usando la escalera que tiene por detrás. Ya arriba, ella me alcanzó los dos litros de leche y con mi navaja de bolsillo les hice unos pequeños orificios para que el líquido comenzara a salir. Las dejé sobre el vidrio con suavidad para que continuaran regándose. Lo mejor fue que la ventana no estaba bien cerrada y la leche se filtró de inmediato, el olor sería repugnante en unas horas. Al terminar, regresé a verla y me sonrió, ya estaba lista para lanzar los huevos.

Bajé, me coloqué en posición y tomé uno. Al conteo de tres los lanzamos directo a la puerta, su segundo dio en la ventana, el mío en una de las llantas y así fuimos rodeando el vehículo hasta cubrirlo por sus cuatro lados. Enseguida voló el papel, pegándose rápidamente a la asquerosidad que acabábamos de crear, envolviendo el tráiler como si fuera una momia. Mi plan era un éxito completo, le tocaba a ella comenzar el suyo.

Juro no haberla visto nunca tan concentrada y feliz. Era como observar a un niño reventar burbujas de jabón. Abrió el paquete de condones, sacando con mucho tino tres de sus empaques individuales —sin usar su boca—, toda una profesional. Llenó las puntas con Nutella, colocando una buena cantidad antes de meter cinco Mentos en cada uno y dejarlos a un lado para abrir las botellas de soda.

Entendía el concepto básico, la soda con Mentos causa una reacción física y química, obligando al líquido a salir volando, pero ¿para qué el condón y la Nutella?

—Ya verás, es simple en realidad —respondió y continuó con lo suyo.

Quitó un poco del refresco de cada una de las botellas, las colocó en frente de la puerta y a un lado del auto, cortó los condones en la punta y con muchísimo cuidado los bajó por la apertura de la botella, sin que lleguen a tocar la soda.

—Lena, ese es el auto de Aleksey —le dije tratando de apurarla. Escuché ese motor viejo a lo lejos y lo vi curvar la esquina dos cuadras más abajo, no tardaría nada en llegar—. ¡Lena!

—Cálmate solo me falta uno. Escóndete tras el matorral —dijo conservando la calma.

Yo me hice para atrás con lentitud, si nos pescaban, sería a las dos, no solo a ella. Pronto terminó, apenas cinco segundos antes de que el dueño del trailer se estacionara en el garaje. Ambas corrimos sin que nos vea hasta la maleza que separa su casa de la esquina y esperamos.

—¡¿Qué demonios?! —gritó estupefacto.

Su cara al bajar del auto no tenía precio. Saqué mi celular y comencé a grabarlo en video, ella disfrutó del espectáculo en directo.

Se acercó a la primera botella, la levantó sin darse cuenta de que el movimiento hizo que el condón entrara por completo en la botella, poniendo a los Mentos en contacto con la soda. El líquido salió en un chorro enorme y fuerte que lo bañó por completo, para cuando comprendió qué pasaba, el calor había derretido la Nutella de las otras botellas que saltaron de igual forma sobre él, empapando todo el lugar; la desgracia llegó hasta las flores más queridas de su mamá.

Yo no podía aguantar más la risa, Lena tampoco y salimos corriendo al auto, subimos en él y arranqué de un solo golpe. Nos detuvimos unas cuadras más abajo para tranquilizarnos. Fue genial, estupendo, la mejor venganza.

—Ese truco fue épico, Lena —le dije, todavía entre risas.

—Cosas que aprendes al jugar con tu papá cuando tu mamá no está —mencionó con nostalgia. Sus papás siguen siendo un tema delicado, pero habla de ellos con cariño.

—Gracias, por esto... por todo.

—Yulia, yo... tengo que contarte algo más...

—No hace falta, ya lo sé. —La interrumpí. Las risas se tornaron preguntas que no verbalizó, su rostro las hizo en su nombre.

—Digamos que una amiga me lo dijo sin querer —mencioné sin darle nombres, sin delatarme—. Es mejor así.

—Yo los vi —me confesó—. Iba a contártelo... Siento no haberlo hecho a su tiempo.

—No importa. No podemos cambiar el pasado.

—Yulia, creo que... por tu tranquilidad... deberías ir al doctor —sugirió con dificultad, preocupada.

—Lo hice en la mañana, de madrugada casi. Fui al hospital antes de ir a la escuela.

—Bien. —Se tranquilizó—. Estarás bien, lo sé, lo presiento —me aseguró. La miré, me sonrió con cariño, arrepentida.

Aún no sé por qué no cumplió su promesa, pero ya no importa. Ella y yo estábamos bien.

Sin esperarlo comenzó a reír otra vez. Sus carcajadas me contagiaron. No pude evitar reproducir el video, compartiéndolo con ella. Reímos así por unos veinte minutos más, hasta que nuestros cachetes y estómagos dolieron.

—Te llevaré a casa —Le ofrecí. Ella me lo agradeció, pero me dijo que había hecho planes con una amiga. Así que la llevé hasta la esquina de la cafetería y nos despedimos.

Mientras esperaba a que el semáforo cambiara de color, regresé a verla. Saludó una rubia de anteojos y se dieron un corto abrazo antes de entrar al local.  

"Marina", pensé. De verdad es muy, muy linda, pero Lena lo es más.


...

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