Capítulo 17: Absoluto

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—¡Qué corras el antivirus, Yulia!

—¡Qué no tengo virus en mi computador, por enésima vez!

—¡Ahí dice que tienes como cuarenta troyanos!

Sí, lo dice. La notita en la esquina me lo repite cada hora, pero me importa un comino, no borraré esos archivos porque si lo hago desaparecerán los cracks que descargué para correr mis programas sin tener que pagar licencia este año y son muchos, especialmente todos los extras que instalé en mi juego de Sims. Ignoré a Lena y presioné la "X" para que desaparezca la notificación.

—Entonces no haremos la tarea en tu computador —me dijo, sacando unas hojas y un bolígrafo—. Le pediré su laptop a Katia cuando terminemos y la pasaré a limpio.

Se empeñó. Fue gracioso verla escribir cada una de las palabras que habíamos discutido para el informe de historia antigua en letra imprenta, pero ni teníamos tiempo para continuar a esa velocidad, ni mi computadora transmitiría cualquier virus que tuviera al papel.

Mientras Lena hacía un esfuerzo por avanzar más rápido —destruyendo en el proceso su caligrafía—, yo seguí tecleando la siguiente parte y eventualmente terminé el deber. Lo diagramé, coloqué las fuentes de investigación, hasta tuve tiempo de hacer una portada y envié un borrador a impresión.

—¿Qué hiciste? —me preguntó alarmada al escuchar la máquina hacer su trabajo—. ¡¿Infectaste mi aparato?!

—Tranquilízate, Katina, usé un condón. Estarás bien. —Me burlé acercándome a retirar las hojas para revisarlas.

—¡Te dije que no lo escribiríamos en tu computadora! —Se quejó, quitándomelas de un arranque.

—No lo hicimos, lo hice yo. Léelo y cambiaremos lo que tu quieras.

Ella comenzó a pasar las hojas, concentrada en revisar si todo estaba en orden. No se dio cuenta de que tomé sus escritos y me puse a leerlos. Sus ideas eran concisas y bien ordenadas. Su letra, por otra parte, había iniciado bastante cuadrada y clara en las primeras hojas, solo para transformarse en una letra manuscrita que no se entendía en las siguientes, como dicen usualmente, letra de doctor. Ahí me detuve. No podía distinguir qué era lo que quiso decir en las tres hojas que me faltaron por leer.

Las dejé sobre la cama —donde las había encontrado— y me acomodé. Esperaría a que ella hiciera sus correcciones, terminar el trabajo sin peleas y volver a casa.

Al alejarme noté que sus tildes sobresalían del texto, eran muy pronunciadas, unos triángulos gruesos sobre los acentos. Uno en especial me llamó la atención, en lugar de tener una forma recta en uno de sus lados, tenía dos montañas, parecía un corazón. Al fijarme mejor caí en cuenta de que no era únicamente esa tilde, donde sea que se encontrara la palabra «Jesús» la forma era igual, sobretodo en las páginas donde la caligrafía se mantenía como imprenta.

"¿Qué diablos tiene Lena con el nombre Jesús?", pensé pasando una hoja tras otra. "Tal vez estaba en lo correcto con mi teoría de su virginidad y su tatuaje expresa su devoción".

—¿Qué haces? —me preguntó tranquila.

—Reviso tu parte de la tarea, creo que hay cosas que podemos añadir al informe...

—Lo que tú escribiste está bien, no hace falta cambiar nada.

—¿Segura? Podemos revisar el documento de nuevo y dibujar un corazón sobre cada Jesús. —Le sonreí con ganas de molestarla un rato.

—¿De qué hablas, Yulia?

—De los corazones que dibujas cada vez que escribes «Jesús».

—¡¿No dibujo corazones en los Jesús?! —rebatió en forma de queja y pregunta, tomando las hojas en sus manos para constatar lo que acababa de mencionarle.

—Qué, ¿te apena que descubriera tu amor secreto por Jesucristo? Pensé que ustedes los católicos no tenían problema en proclamar su nombre y esas cosas.

—Para empezar, son triángulos, no corazones.

—¡Pfff, solo faltaba que los hicieras con color rojo! —discutí la pobre excusa que quiso darme—. Tu pastor debe estar muy orgulloso. Una de sus devotas, siempre con la pureza en el corazón, demostrando su amor al salvador —dije, llevándome mi mano al pecho de la forma más dramática posible, lo que no le sentó nada bien a mi pelirroja compañera.

—¡Tildes, son tildes! —Alzó la voz—. Y en el catolicismo no hay pastores; hay curas, o padres, o cardenales u otras cosas, no pastores —explicó—. Además, para tu información, no soy católica.

—Ajá.

—Ya no, desde hace mucho. Así que no tendría razón para estar declarando mi amor a Jesús.

Asentó las hojas sobre la mesa de noche; la última que había escrito sobre todas las demás. La caligrafía en esa página era diferente de la que yo intenté leer cuando abandoné el documento; manuscrita en su totalidad y demasiado conocida para mí, era la misma del diario.

Me acerqué para asegurarme de que mi mente no estaba jugando sucio conmigo.

"¡¿Lena?! ¡No, no, no, no, no, no, no! ¡No puede ser!"

Alterada cogí los papeles y los revisé nuevamente. Pasé de principio a fin y, desde que empieza a cambiar su caligrafía, pude percatarme de rasgos familiares. ¡Las curvas en las letras "S", las colas de las "A" minúsculas, las líneas onduladas que cruzan las "T"! En la última hoja es tan claro como el agua, además de que el texto era nuevamente legible. No quería creerlo, pero era verdad.

"¡Es Lena!", pensé. "¡Es ella!"

—Jesús... —susurré, cayendo en cuenta de la relación—. Es por Leo.

—¿Qué dijiste? —me preguntó, pero no me escuchó. De eso estoy segura.

—Nada —respondí dejando sus escritos otra vez, todas las páginas menos una, la última. La doblé disimuladamente y la guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón. Me la llevaría para compararla con el diario—. Si no tienes cambios, mejor será imprimir la versión final. Dedo ir a casa temprano. —Quise apurarla, pero ella volvió a revisarlo todo.

Yo me puse nerviosa, sentía que temblaba y mi impaciencia se acumulaba en la boca de mi estómago. Escalofríos recorrían cada nervio de mi rostro y mi espalda, los bellos de mi brazo se alzaron sin voluntad. La sensación era parecida a cuando estás dormido y algo terrible pasa; tu cuerpo se inmoviliza y sientes sudar frío, no puedes hacer nada más que esperar a que termine y puedas despertar.

"¡¿Lena Katina?!", repetía en mi mente. "Debo estar equivocada, debo, es que... ¡no puede ser!".

—Imprimámoslo, está perfecto —exclamó. Envié el archivo a la máquina, esta vez sin condón, y, tan rápido como salió la última hoja, guardé mi computador y me fui volando.

Mi camino a casa, pasó como un flash. Recuerdo que casi atropello a un gato que tuvo la prudencia de ver a ambos lados de la calle antes de cruzar y dio un salto que salvó su octava vida. Aparte de eso, no dudo haberme saltado semáforos en rojo y rebasar el límite de velocidad en varios tramos.

—¡Nos vemos mañana, Yulia! — me dijo el hombre que cuida los autos. Hoy no le di la oportunidad de coquetearme con el fin de que le eche un ojo extra a mi bebé por la noche. Necesitaba comparar esos escritos lo más rápido posible y convencerme de que el diario no le pertenecía a Lena Katina.

Por fin, llego a la puerta y busco mis llaves en mi maleta de forma desesperada. Mis nervios me ganan y se me caen intentando abrir la cerradura.

—¡Cálmate, Yulia. Unos segundos más!

Entro con un poco de esfuerzo y voy a mi lugar «secreto» que, más que secreto, cierra con una llave que solo yo tengo en caso de que a Román se le ocurra husmear. Saco el diario y me siento, abriéndolo en una página cualquiera.

Todos los detalles de escritura corresponden, las palabras comunes como: «de», «la», «como», «te», «que», «se», todas coinciden y no solo una vez. Esta caligrafía es imposible de confundir, es natural y con rasgos demasiado personales para que otra persona pueda duplicarla fácilmente. Es evidente que, cuando Lena escribió el informe de historia, lo hizo pensando en que yo pueda entenderla después, pero visiblemente es una caligrafía forzada para ella. Claro, por eso tardaba tanto en escribir. Sin embargo, en las últimas hojas su verdadera letra surgió.

¡Lena es la dueña del diario, la niña de la foto, la chica que en sus palabras esconde tantos miedos, tantas vivencias...!

—Espera...

De repente un detalle se tornó indiscutible.

—¡¿El ogro soy yo?!


...

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