Capítulo 62: Mi mundo es de ella (Parte 1)

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Recuerdo cuando el mundo era mío. No hace mucho, aunque parece hace tanto. Iba y venía de mi casa cuando quería, salía a bailar, a conocer gente nueva, a disfrutar de un rato con un hombre que me gustaba y me trataba como una mujer, no una niña.

Para luego comportarme como una cuando salía con otra niña. Era libre y aunque no conocía mi pasado, era feliz, lo tenía todo.

Ahora que sé lo suficiente sobre mi procedencia, no soy más que un recuerdo efímero de una chica que ya no sabe como vivir sin miedo.

— Quédate tranquila, Lena. El pasaporte es real, con datos falsos, pero nadie tiene por qué dudar de tu identidad —me dice Millie en la fila de migración del aeropuerto — Solo son nervios, respira.

Mi ansiedad aumenta mientras nos acercamos al agente que revisará mis documentos. Recuerdo haber sufrido de la misma manera cuando salimos de Rusia hacia Alemania y tenía que pretender ser Alenka Schwarz, la abnegada hija de Erich.

—Buenos días —le digo a la señorita que me atiende. Ella me responde rápidamente en francés y sin emoción alguna mientras ve mi foto, dos segundos después, posa sus ojos en mí. Vuelve al documento y después ahora se pone a revisar la información en su computador.

—Colóquese para la foto — me dice en su mejor ruso. Lo hago, intentando controlar mi nerviosismo y espero a que me llame nuevamente a la mesa — Buenvenue à Paris.

El alivio de sus palabras me sacan un suspiro.

— Gracias — le respondo tomando mi pasaporte y jalo mi maleta hasta encontrarme con Millie que me espera del otro lado.

—Ves, no tenías por qué preocuparte — me dice con una sonrisa — Vamos al hotel.

No decimos mucho en todo el camino. Mi mente está en otro lado y mis ojos no logran absorber la belleza completa de este lugar. El paisaje es divino y en otras circunstancias sería un agradable viaje.

— Ya casi termina todo — la escucho decir.

Estoy asustada. Probablemente porque me he acostumbrado a ser un animal doméstico en una casa grande y maloliente. Ya no sé lo que es despertarse a medianoche y caminar en mi ropa interior a la heladera por un vaso con agua. O tomar las llaves y salir a dar un paseo por el parque o la playa. Siento miedo hasta de salir de este taxi.

—Descansemos un poco y saldremos a dar una vuelta por el centro. Me dicen que hay cosas muy lindas ahí.

—Pensé que habías venido a Paris antes —le pregunto virando por un momento a verla

—Lo he hecho, pero en el centro hay mucho cambio, siempre algo nuevo por descubrir.

Vuelvo a concentrarme en el paisaje afuera de mi ventana. Francia sería hermosa sin el sabor amargo de mi realidad.

—No te preocupes por el equipaje—me dice Millie abriendo mi puerta desde afuera del vehículo. No tengo idea cuando llegamos.

Sacudo mi cabeza y salgo viendo como el botones se lleva nuestras maletas y nos pide que lo sigamos hasta la recepción. El lujo de este lugar es intimidante.

—Bonjour, Millie Müller—le saluda un hombre de avanzada edad detrás del mostrador—Les clés de la chambre. Si vous avez besoin quoi que ce soit ne pas hésiter à appeler.

—Merci.

Acto seguido, el botones se dirige al elevador y presiona el botón de subir.

—Espero que te guste la habitación. Pienso que sí, creo que es el tipo de lugar que te gustaría.

Quien sabe porque se toma tantas molestias. Si la intensión es que yo me vaya de aquí a mi país, debió dejarme en el aeropuerto con un tiket directo a Moscú o a Sochi.

— Voues apprécierez votre séjour — dice el hombre dejando las maletas en medio de la habitación y nos deja solas después de tomar una jugosa propina por parte de la orquestadora del viaje.

Vaya, si Millie fuese mi novia real, estaría impresionada con los detalles que se tomó. La suite es enorme, tiene varias áreas amobladas con un gusto exquisito. Un piano de cola en medio de la sala y por detrás, una vista espectacular. Estamos en el piso más alto del hotel.

Miro por la puerta del fondo de la habitación y veo una cama inmensa que luce extremadamente cómoda, adornada con una rosa roja sobre el cobertor blanco y una nota sobre la almohada. Debe ser una carta de bienvenida. Sigo recorriendo el lugar girando en mi propio lugar. La puerta del balcón está abierta y entra una suave brisa que mueve las delicadas cortinas. Y a la par de la mesa, nos espera una botella de Champagne con dos copas.

—Imagino que no quieres desperdiciar esto conmigo — dijo lamentándose al cargar la botella con sus manos para leer la etiqueta y volvió a depositarla en la hielera — Es costosa.

—Ábrela, ¿con quién más la bebería?

—¿Segura?

—Algo de alcohol no le caería nada mal a mi intranquilidad.

—No entiendo por qué estás así, a dos pasos de librarte de tu padre.

Decidí no contestar y solo acercarme a ella. Tiene razón , gran parte del plan está listo. Erich y Klaus se quedaron a petición del papá de Millie y a orden suya les prohibió que sus lacayos vinieran con nosotras, cosa que mi progenitor no le cayó nada bien, pero aceptó por su maldita codicia cuando Müller le aseguró concretar acuerdos entre ambos si les daban un fin de semana a solas a las futuras esposas. Pero ¿ahora qué? ¿Cómo saldré de París y regresaré a casa?

Debo admitir el miedo que me invade. He pasado desconectada de mi hogar por tanto tiempo, que siento que ya no pertenezco allí. ¿Qué haría al volver? ¿Cómo me recibiría mi familia... o Yulia? En especial ella, porque yo fui quien la abandoné, la engañe y me fui.

—No pongas esa cara, por Dios. Algún día regresarás aquí con Yulia y podrán disfrutar de esto juntas—me asegura Millie dando vueltas al alambre que sostiene el corcho que con decepción, no sale volando como en las películas. Apenas subió y reboto en el piso —Acércame las copas —me pide.

—Quizá Yulia no quiera volver a verme.

—Jmm —bufa sirviendo la bebida con mucho tino —¿Porqué eres tan negativa? Tu novia se volverá loca cuando vuelva a verte.

—Tal vez ya tenga una nueva. Han pasado siete meses. ¿Por qué me esperaría?

—¿No la has esperado tú?

—Ella no me abandonó.

—¿Y eso qué importa? La has esperado, la has soñado, la quieres a tu lado, porque estás enamorada. Cerca o lejos, la amas y esperas recuperar lo que dejaste atrás.

—No es lo mismo ser la que se quedó sin despedida, la que no sabe lo que ha pasado, la que seguramente cree que hui solo para protegerla y ha decidido no volver este tiempo voluntariamente.

—Son cosas que se pueden explicar.

—Ya lo hice, en una carta que Erich nunca le envió.

—Tu padre es cruel.

— Es porque no es mi padre.

No importa cuantas veces lo repita... no le entra.

—¿Qué le decías en la carta? — me pregunta dejando por un instante su copa sobre la mesa y se acerca a su maleta.

— Son cosas personales.

¿Qué importa ya? Es otra decepción más que Erich planeó muy bien para lastimarme.

— Cosas personales como lo tranquilizante que es su respirar al dormir, y el calor de su cuerpo junto al tuyo. Lo mucho que extrañas su olor, su mirada al despertar, el color casi transparente que tienen sus ojos al amanecer...

¿Qué?

— ¿Cómo...cómo lo supiste?

Deja de darme la espalda y me entrega un sobre blanco.

— Lo sé porque tu padre es cruel y ya sé, no es tu padre — me dice al darle una mirada de reproche— La carta me la dio a mi para que sepa "como conquistarte" según él. Para que sepa tus puntos debiles y pueda manipularte. Lamento haberla leído, pero tuve que hacerme la idiota frente suyo.

Necesito sacarla de ahí para saber lo que me acaba de entregar.

— Bebamos otra copa, nos cambiamos y salimos.

— Preferiría quedarme aquí.

— Vamos Lena.

— No, en serio, si quieres pasear...ve — le pido, no tengo la más mínima gana de moverme.

— Pensé que querrías hacer algo con esa carta, ya sabes, entregarla al correo o algo.

— ¿Para qué? Si cumples tu ofrecimiento, llegaré antes que la carta.

— ¿Sabes lo que te falta?— me pregunta cansándose de mi cuestionamiento — ¡Una sacudida!

Se frunce y deja su copa en la mesa a medio terminar.

— Iré a darme un baño y cuando salga más te vale que ya hayas pensado que vestirás para nuestro paseo por la ciudad. Salimos en exactamente una hora.

Millie es amable conmigo, me permite sentir que no soy una prisionera, pero la verdad es que ella tiene todas las de ganar y en este caso, como en todos los demás hasta salir de aquí, la que manda es ella.

Abro mi maleta con una mano y escojo, sin mucha atención, una falda blanca con negro a cuadros y una blusa negra de cuello redondo. Listo, que no me moleste más.

Vuelvo por la botella y lleno la copa al tope tan solo para tomarla de un solo golpe y volverla a llenar. La vista es de verdad hermosa. Me pregunto, qué hace ahora Yulia, dónde estará.


*

— Pudiste vestirte más bonita, ¿sabes? No que no te quede bien esa falda, pero tenías algo más sexy en el ropa que trajiste, como ese vestido escotado que compramos en Berlin.

— ¿Sexy para venir a un museo?

— ¿Por qué no?

— Todas las personas en esta fila visten jeans o pantalones cortos. Son turistas que por poco entran al Louvre en chanlcas. Estoy bien con lo que vine o ¿querías exhibirme como trofeo?— le pregunto sin el más mínimo interés— Me tiene sin cuidado quien pueda encontrarme sexy aquí.

— Siento lástima por tu novia si así es como te comportabas con ella.

— Tú no eres Yulia.

— No, pero soy quien te está salvando el trasero. Además, no es a mí a quien quería que impresiones.

— Dime que no vas a venderme a un viejo que le gusta violar adolescentes.

No es una idea taaan descabellada. Sería la forma más fácil de deshacerse de mí y obtener dinero fácil. ¿Cuánto costará una persona en el mercado negro? ¿Tendría más valor si me veían sexy en el vestido?

— Tú negatividad es insoportable— me dice sacando su teléfono por quinta vez. No encuentra ninguna notificación y lo apaga.

— ¿A quién esperamos?

— Ah, pensé que no te importaba si nos encontrábamos con alguien.

— En serio, no me vas a vender, ¿verdad? Lo decía en broma.

— ¡No, Dios! No te voy a vender. No entiendo por qué no puedes confiar en mí. No te he tocado un pelo con intención de lastimarte y solo quiero cumplir lo que te prometí la primera vez que nos vimos.

Su enojo es genuino. Y si, me he comportado como una niña últimamente. No sé como me aguanta, no yo misma lo hago.

— Lo sé, lo siento Millie. Solo estoy un poco cansada de todo.

— ¿ Y crees que yo no? No he podido verme con mi novio en meses para no estropear el plan de sacarte ilesa de esto. He tenido que poner mi vida en pausa gracias a tu familia, así que intenta por lo menos que nuestros últimos minutos no sean una completa molestia.

— ¿Minutos?— pregunto como idiota, parece que no terminé de escuchar toda su queja.

— Si, minutos. Tan solo espero confirmaciones. Una, que papá haya capturado con éxito a Erich y a Klaus, y dos, que tu plan de escape no interfiera con el mío — me responde revisando nuevamente la pantalla de su celular— Mientras tanto haremos la fila de dos cuadras para el Louvre...en silencio.

Entendido, me callo.

Los nervios que he sentido durante todo el viaje, se duplican.

"No volveré a ver a Millie"


Ese pensamiento no me tranquiliza, quizá porque lo que dice es cierto. Ella y su padre me han cuidado, es más de lo que puedo decir de Erich, mucho menos Klaus quien me prometió darme una mano y ha pasado el noventa por ciento del tiempo desaparecido.

¿Cuál se supone es mi plan de escape? ¿Dejarme sola en medio del museo? Quizá para eso era el vestido sexy. La gente ayuda a las chicas sexies, más que a las comunes. O mejor no pido ayuda a completos extraños y voy directo a la embajada de mi país para que confirmen mi identidad y se contacten con mis padres.

Quiero preguntarle cuál es el plan, pero... mejor no. Luce enfadada o nerviosa, impaciente en realidad.

Su teléfono vibra y se enciende. Mi reflejo me hace girar para ver lo que dice su pantalla. Es un mensaje de su padre. Respira con alivio y le contesta un: "Perfecto, te llamaré en unos minutos". Mi alemán ha mejorado muchísimo.

Millie abre la aplicación del teléfono y marca un número sin nombre que tiene como la llamada más reciente.

— Wissen Sie, wo sie sind?— le pregunta dónde están. ¿Dónde están quienes? ¿Erich y Klaus? ¡¿Escaparon?! — Gut, wir sind auf uns Weg.

¿Vamos en camino? ¿A dónde?

— Ven conmigo, hay un cambio de planes, iremos por un helado.

— ¿Qué?

— ¡Solo ven!

Okey, okey, me callo y camino a su lado cruzando la calle. Abre la puerta de una limosina y me hace pasar, cerrándola detrás de mí para dar la vuelta al auto y ocupar el asiento contrario. Con ambas adentro, el conductor enciende el motor sin preguntar a dónde ir — ya lo sabe— , y nos aleja del museo.

— Ten— me dice Millie entregándome la carta que le escribí a Yulia hace seis meses— Tus sentimientos son puros y muy lindos. Me habría gustado conocer a la chica que escribió esa carta, lamentablemente me encontré con quien te convertiste.

No la entiendo, pero tampoco pregunto. Ya está bastante molesta.

— Te daré un consejo que espero tomes y sepas valorar— me dice mientras el auto se detiene— Tu vida es tuya, no de estos dos tipos. No dejes que te quiten más de lo que te robaron con la muerte de tu madre y tu novia. Olvídalos, vive.

¿Cómo olvidarlos? Es imposible. Su sangre corre por mis venas.

— No pongas cara de derrotada. Lee esa carta y recuerda quién eras.

— Esa persona ya no existe.

— Eres tan dramática— se queja— Encontrarás la forma si dejas todo esto atrás y haces un intento por vivir tu vida sin miedos, sin dudas, sin estos recuerdos. Olvídalos y vuelve a ser Lena Katina— me repite abriendo desde adentro la puerta de mi lado del coche— Ahora vete. Entra en esa heladería y pide un helado de vainilla... Sé feliz.

— No tengo un centavo. ¿Cómo regresaré a casa?

— Diablos, casi lo olvido— me dice sacando la llave del hotel de su cartera y un billete de veinte euros— Cuando regreses a la habitación encontrarás un sobre con dinero y los documentos necesarios para tu viaje a Rusia este domingo. También habrá una botella de Champagne. Disfrútala.

— ¿Y qué con Erich y Klaus? ¿Y si nos siguieron y se dan cuenta de que ya no estoy contigo?

— Ellos ya están con mi padre, capturados. No te preocupes.

— Pudieron enviar sus hombres tras nosotras, pueden escapar.

— No lo hicieron ni lo harán. Nuestra guardia personal confirmó que estamos solas aquí y créeme, papá no los dejará salir vivos esta vez. Si te deja más tranquila, habrán hombres cuidándote las espaldas hasta que viajes. Así hubiese alguien buscándote en Paris, estás protegida y nadie te encontrará en el hotel. El dueño es amigo de la familia y tu identidad está segura.

— ¿Dónde te quedarás tu?

— Yo ya no soy tu problema, Lena. Cuando regreses yo ya me habré ido — me informa y hace una seña a la puerta — Ahora baja, entra a la heladería y pide un helado de vainilla, estoy segura que te va a gustar.

— Lo que menos quiero ahora es un helado.

— Sé positiva y apúrate que se acaba. Suerte.

— Gracias, Millie— le digo poniendo un pie fuera del auto.

— No me agradezcas a mí. Agradécele a la chica que escribió esa carta. Sin ella, tú y esos dos, estarían juntos en un lugar desolado muriendo en este instante.

Me corre un escalofrío al imaginarlo. Ellos encontrarán su muerte y yo soy finalmente libre.

— Vete, vamos. El helado es muy importante.

Salgo guardando la tarjeta y el dinero en mi bolsillo y cierro la puerta, observando mi reflejo asustado en el vidrio de la ventana que comienza a bajar.

— Disfruta el Champagne, este sabrá mejor que el de hace horas— me dice con una sonrisa y la limosina enciende. Millie se despide agitando su mano y el auto se pierde por la calle casi vacía.

Estoy libre... y sola en Paris.

Doy media vuelta lentamente. La heladería es pequeña, clásica. 1897 dice en su letrero, debe ser una tradición venir aquí cuando visitas la ciudad.

"El helado es muy importante", recuerdo. Ya qué, estamos aquí.

— Bonjour— me saluda la mujer de la caja esperando a que ordene. ¿Cómo se dice vainilla en francés?

— Bonjour, je ne parle... pas francais— intento decir, no sé si lo hice bien, tan solo repito lo que he visto en las películas.

De repente siento un jalón brusco de mi brazo y un olor exquisitamente familiar me aprieta en un abrazo.

— Lena...


*

Nunca sentí más reconfortante un estrujón tan fuerte, ni más seguridad en unos brazos que en este momento.

— Lena, Lena, Lena... — continúa diciendo Yulia, susurrándome mientras saca cada vez más aire de mi pecho, que sube y baja con un mínimo sollozo.

Yo no puedo articular palabra alguna, ni siquiera su nombre, tan solo lloro apretándola también. El mundo desparece en nuestro encuentro, nadie importa, ni el ridículo que seguramente estamos haciendo al llorar en medio de la heladería, ni los murmullos de la gente a nuestras espaldas.

— Dios, eres tú, ¡eres tú!... Te encontré.

No, no lo hizo. Este es un plan de Millie. Mi helado de vainilla era Yulia. De alguna forma sabía que estaría en Paris, por eso insistió en viajar precisamente este fin de semana y no quiso quedarse ni un minuto más del necesario en el hotel. Por eso quería que me pusiera el vestido sexy, para sorprenderla.

— ¡¿Cómo llegaste aquí?!— me cuestiona para mirarme— ¡¿Está ese imbécil cerca?! ¡¿Estás bien?!

Todas las preguntas son válidas, aunque yo habría iniciado con la última.

Niego, asiento, todo en un acto confuso que no le da las respuestas necesarias.

— Lena, habla... Lena...

Sus manos se sienten tan cálidas y suaves en mis mejillas. Sus pulgares tan tiernos mientras limpian mis lágrimas.

Esto no es un sueño.

¡Estoy con Yulia, estoy bien, soy libre!

— Lena, por Dios, ¡te cortaron la lengua? — me pregunta sacándome una sonrisa — No, ¿cómo? Si te escuché hace unos segundos hablar un pésimo francés — se burla analizándome y entiende que tan solo necesito un tiempo.

Nuestras miradas se encuentra. Cuánto extrañé sus ojos, ese color azul que me hipnotiza, sus enormes pupilas, sus largas y rizadas pestañas, sus cejas delineadas. Cuanto deseé volver a besar sus labios rojos, a sentir su tibia respiración en mis mejillas , su húmeda lengua acariciando la mía.

— Te amo— Es lo primero que logro decirle para, sin pensar, actuar sobre mi necesidad de hacer este momento completamente real. Si es un sueño, despertaré un segundo antes de tocarla...

No es un sueño...

Hmmm, besarla se siente mejor de lo que recordaba.

Sus manos me envuelven entera por la espalda y me sujetan por la cintura sin intención de soltarme un segundo. Las mías se aferran a su cuello, acercándome más a ella, lo más que pueda.

De repente escucho el ruido de aplusos a nuestro alrededor, obligándome a separarme de ella, con vergüenza. Unas veinte personas nos rodean celebrando nuestro encuentro.

Los cachetes me arden del bochorno. Escondo mi cabeza en su hombro riendo, llorando, temblando. No han pasado más de cinco minutos de verla y ya estoy hecha un manojo de sentimientos que no puedo controlar.

— Salgamos de aquí, vamos a .... Tenemos que hablar con tus padres ¡Avisarles que apareciste! — grita desesperada.

— Tranquila — respondo, intentando no llamar más la atención. Necesitamos ir a un lugar más seguro para charlar, tengo que explicarle todo antes de que arruine el escape de Millie— Vamos al hotel.

Con pena, me abro paso hasta la salida de la heladería sujetando fuerte su manos para no perderla. Siguiéndome confundida me pregunta:

— ¿A qué hotel?

— En donde me estoy hospedando.

— ¡Estás loca! ¡Tenemos que ir a la policía, hacer que aprehendan a Erich...!

— Cálmate, no podemos ir con la policía — le digo sin mayor explicación — Vamos al hotel, hablaremos allí, ¿si?

Algo en ella cambia, su emoción, su preocupación se convierten en duda.

— No pienses mal, es complicado — le digo sintiendo sus dedos ceder entre los míos hasta soltarse — Por favor...

— ¿Segura? Porque me parece que una heladería no es el lugar más común para encontrar a una chica secuestrada.

— Yulia...

La siento distante. Se aleja. No era un sueño, pero quizá si una pesadilla. La decepción en su rostro me golpea. Mi pecho no soporta ese dolor que se esparce por mi sangre inundando mi cuerpo entero.
¿Qué pasó? ¿Recordó que me odia por haberla abandonado, por traicionarla? No confía en mí. Por qué lo haría.

Su semblante es tan difícil de leer. Se aleja unos pasos más y yo no puedo contener mis lágrimas. Comienzo a llorar sin emitir sonido alguno, bajando mi rostro para no verla.

¿Es gracioso, no? La distancia y el tiempo nos convirtieron en extrañas que ansiaban un minuto más juntas y... es inútil.

— Debo regresar al hotel— le digo sacudiendo mi tristeza. Si pudiera teletransportarme, ya estaría alli. Doy unos pasos hacia la calle y levanto mi mano a la cantidad de autos que no logro distinguir, esperando que uno pare y me saque de aquí.

— Espera—me dice Yulia tomando mi mano nuevamente— Dios, qué estoy haciendo? — se dice así misma — Lo siento. Lena, lo lamento de verdad. Es solo que... ha pasado tanto tiempo, tantas cosas han cruzado por mi mente, ideas descabelladas y ahora estás aquí, como una turista más, hospedada en un hotel... Quiero decir, si, estoy feliz, como no tienes idea, de que estés sana y salva. Pero...

— ¿Me imaginabas en harapos, atada de manos y de pies?

— Definitivamente no pensaba encontrarme contigo como si fuésemos viejas amigas que coinciden en un lugar en sus vacaciones.

— Creo que ese beso fue más que un reencuentro de amigas — le aclaro— al menos yo lo sentí así.

— No... Si... Aj, me refiero a que... ¡Diablos, estoy haciendo todo mal!

Encuentro algo de confort en su desesperación porque es igual a la mía.

¿Qué estamos haciendo las dos?

Ninguna tiene idea de lo que la otra ha vivido y estamos asumiendo verdades que no nos hemos contado aun.

Suspiro con fuerza, Necesitamos calmarnos.

— No soy una simple turista que se hospedó en un hotel y no hizo un esfuerzo por contactarse con su familia o contigo — le explico— La persona que me ayudó a escapar acaba de dejarme en las puertas de la heladería y me encomendó que entrara por un helado de vainilla antes de regresar al hotel. Allí están mis papeles para viajar a Sochi y un poco de dinero.

— No entiendo nada ¿Quién te ayudó a escapar? ¿De dónde y por qué te dejó justo aquí?

— Es una larga historia... que quisiera contarte, pero este no es el lugar. Estaremos más seguras en el hotel. Por favor, ven conmigo.

Yulia duda, aunque presiento que ya no de mí.

— Segura, ¿eh? Esta bien, vamos a tu hotel, pero déjame llamar a Ade para avisarle...

— No, Yulia. No podemos contactarnos todavía con mis padres...

— Ade no está en Rusia, Len. Está aquí, se quedó en el hotel porque tenía dolor de cabeza. La muy boba se insoló en la Torre Eiffel.

— ¿Ade está en Paris?

— Si, en nuestro hotel, ya lo dije. La llamaré y le diré que... algo, no sé. No puedo desaparecer y preocuparla.

Puñal dedicado a Lena Katina directo al remordimiento.

— Claro, entiendo, llámala. Solo... no digas, por favor, que estás conmigo todavía. Te lo explicaré todo.

— No tengo idea de lo que pasa, no importa. Iré contigo.

Con eso vuelve a abrazarme, esta vez con una delicadeza extrema.

— No quiero volver a alejarme de ti. Te amo — me dice volviendo a besarme, sin desesperación, sin miedo, solo con anhelo y con una tranquilidad que me llena de paz.

— Vámonos.


*

Su cuerpo tiembla a mi lado y no hay nada que pueda hacer para solucionarlo. No hace frío. Lena está nerviosa, tiene miedo, todavía está alerta de lo que sucede a su alrededor y, al mínimo sonido, abre sus ojos y pone atención por si hay algo que pueda hacerle daño.

Hace unos minutos pasó una bulliciosa motocicleta por la calle y la despertó. Unas horas antes fue una puerta de una de las habitaciones contiguas que se cerró con demasiada fuerza. Cualquier cosa, hasta mi mínimo movimiento, la altera.

Si así es como ha pasado estos últimos meses, pendiente de si una mosca vuelva muy cerca, no puedo entender cómo sigue funcionando. Yo no podría hacerlo.

Casi no hablamos de lo importante al llegar al hotel, aunque fue lo que me prometió a la salida de la heladería. Cambió de parecer en el camino.

De repente su rostro se llenó de angustia, como si presintiera... o no, como si estuviese segura de que yo rechazaría sus razones, de que no le creería y la abandonaría allí. Y cómo no iba a estarlo si me comporté como una niña caprichosa minutos después de volver a verla.

El taxi paró en la entrada del hotel y un botones nos recibió abriendo la puerta del automóvil para darnos la bienvenida. En París la gente es muy amable así que no me sorprendí en ese momento, no fue hasta ver el lujo del lugar que volví a pensar lo mismo que en la heladería:

"¿Qué tipo de prisionera se hospeda en un hotel siete estrellas y pasea libremente por París de esta manera?"

"Ten cuidado, Yulia. Lena podría ser alguien muy distinta a quién conocíamos".

Sí, mis malditas voces. Una de ellas ahora es increíblemente desconfiada. A veces hasta me hace dudar de mis propias intenciones.

Entramos al lujosísimo lobby y fuimos directo al elevador, sin pasar por la recepción. Sexto piso, corredor exclusivo, puerta del fondo.

Lena sacó la llave de su pequeño bolso y la deslizó por el dispositivo de ingreso, abriendo la puerta para dejarme pasar. No tardé más de dos segundos en flipar otra vez.

"¡¿Tiene un piano en su habitación?!"

"¡Un piano de cola! Hermoso además".

"Y costoso, no se les olvide".

"Yo también quiero ser prisionera así".

"¡Este lugar es más grande que el apartamento que teníamos en Moscú!"

Exclamaron todos mis yo.

—¿Quieres tocarlo? —me preguntó Lena al verme embobada con el instrumento.

—No —le respondí, volviendo mi atención a ella.

—¿Segura? Yo creo que sí.

"¡Claro que queremos!"

"¡Hazlo!"

—Sí, estoy segura —afirmé, ignorando a mi subconsciente y me le acerqué lentamente—. Quiero tocarte a ti —le dije tomándola de las manos. Su primera reacción fue dar un medio paso atrás.

"¿Por qué se aleja?"

"Ten cuidado, Yulia".

¡Ya, si no van ayudar, lárguense!, les grité a las voces en mi mente. No quería sobre analizar las respuestas de mi novia o sus movimientos, aunque lo hice de todas formas.

La rodeé con mis brazos por la cintura. Su cuerpo se sentía tan delicado, frágil. Ha bajado mucho de peso —al menos unas quince libras—, lo que en su delgada figura es bastante.

Su respiración estaba acelerada. Se notaba nerviosa, vacilante, temerosa de acercarse a mí. Acaricié su cuello con mi nariz al abrazarla y ella se paralizó dejando de respirar.

Ciento ochenta grados de diferencia de nuestro primer encuentro.

—No voy a hacerte daño —le dije.

—Lo sé, tan solo... es extraño.

La chica de los constantes abrazos, quien no perdía oportunidad de abalanzarse sobre mí cuando éramos compañeras de escuela, ahora rechazaba mi contacto por reflejo. Se forzaba a mantenernos juntas, resistiéndose con gran empeño a salir corriendo.

—¿Quieres que nos recostemos para hablar? —le pregunté imaginando que se sentiría más cómoda así. Nuestras charlas nocturnas mientras viví en su casa solían ser tan íntimas y agradables que pensé que sería una buena forma de iniciar la historia.

—Ahora no, por favor. Sé que tenemos que hablar, pero...

—Está bien. No hay apuro —le mentí. Yo tenía la necesidad de saberlo todo, de empaparme de sus vivencias estos meses, de entender cómo fue que salió de su aprisionamiento, quiénes son las personas que la ayudaron y por qué, qué pasó con Erich, sobretodo convencerla de llamar a sus padres y a la policía.

Mis labios se pegaron a su cuello en un toque delicado y, sin decir más, comencé a mecerla de lado a lado como una mamá mece a su bebé para dormir.

La sentí pesada, aliviada, lo que podría considerarse una contradicción, pero no, Lena estaba dejando sus cargas sobre mí, apoyándose físicamente en mi hombro y dio un fuerte suspiro.

El hechizo comenzó a dar frutos. Ambas fuimos perdiéndonos en el cansancio, en la comodidad de nuestros cuerpos. Poco a poco Lena fue soltándose, sintiéndose más cómoda y colocó sus brazos a mi alrededor.

—Te lo contaré todo, lo prometo... aunque... no sabría por donde empezar.

—Empecemos conmigo si quieres —le sugerí, tal vez si me escuchaba se animaría a hablar con soltura—. Me gradué hace ya casi dos meses y papá decidió regalarme el viaje, en realidad fue una trampa de Ade. Ella lo llamó para pedirle permiso para llevarme a visitar a mis hermanos Várvara y Anatoli. De paso se ocupó de decirle lo mucho que me hacían falta unas verdaderas vacaciones y así fue como él «solito» sugirió que ella y yo hagamos un tour por Europa.

—¿Así nada más?

—Lo sé, un poco extremo, ¿no? Al menos para una chica que hace menos de un año vivía en un barrio obrero.

—No lo es, mereces que te mimen un poco.

—No son mimos, es culpa. Creo que papá está tratando de compensar todos los años que no estuvo conmigo abriendo bien la billetera. Y no recibirá queja alguna de mi parte.

—¿Te estás aprovechando de su remordimiento?

—No, pero mis hermanos han viajado por todo el mundo, tienen autos lujosos, negocios que él les puso, departamentos. ¿Por qué yo no?

No me respondió. Me di cuenta entonces que el tema de los padres no era la mejor forma de retomar nuestra conexión.

—En otras noticias, mamá y yo nos llevamos mucho mejor. Vamos tres veces por semana a terapia y ya no ha tratado de imponerme sus creencias o su forma de ver la vida.

—Eso es bueno.

—Lo es. Puedes creer que después de que desapareciste... —me detuve, porque no sabía si ese era otro de los temas que no debíamos tocar todavía.

—¿Qué pasó cuando me fui?

"Dato importante. Se refiere al acto como nacido de su voluntad".

¡Dije largo!

Les repetí a las voces, aunque tenían razón en ese mínimo detalle.

—Mamá se hizo amiga de Ade —continué—. Dice que le agrada y que siente un poco de lástima por ella y por cómo terminó la relación con sus padres.

—Imagino que no quiere que la historia se repita contigo.

—Sí... bueno, vive repitiéndome que deberían estar muy orgullosos de lo que su hija ha podido hacer sola, como trabajar y destacarse en los estudios que ella misma se está costeando, sin comprometer su integridad —le conté—. Últimamente, Ade va a mi casa a visitar a mi mamá más que a mí.

—Debe sentirse querida como una hija.

—Eso mismo. Mamá prácticamente la adoptó y la convirtió en su favorita...

Otra vez reinó el silencio gracias a mí y mi gran bocota. Deberían darme una medalla de idiota por ser la persona más imprudente e insensible del mundo.

—Lo siento —me disculpé.

—¿Por qué?

—Por... hablar de cosas en las cuales evidentemente no quieres pensar.

—Me alegra que las cosas vayan mejor para ti y que tengas mucha gente que te quiere y se preocupa por ti. No tiene nada de malo que me lo cuentes.

—Me siento mal de todas formas, todo este tiempo tú... no la tuviste.

—No lo hagas, estoy bien —mintió.

—Lena, yo... quisiera poder hacer algo, no sé... —necesitaba saber lo que vivió, pero no era el momento de insistir y decidí callarme—. Olvídalo.

Me dejó mecerla en silencio por un buen rato, hasta que logró relajarse lo suficiente como para dejar de fingir y romper en llanto apretándome fuerte. Lloró con todo el dolor atorado en el pecho, dejando sus lágrimas rodar hasta empapar mi ropa, estrujándola con sus puños. Yo la acogí en mis brazos, tratando de consolarla sin decirle que todo estaría bien, porque no sería así.

¿Qué vivió? No lo sé.

¿Qué la tenía tan mal? ¿Qué le hizo hacer ese imbécil durante estos meses? ¿La rompió? ¿Le hizo daño?

Lena no volverá a ser la misma de antes en algún tiempo y es algo que yo necesito aceptar. Me necesita de su lado hasta recuperar lo que perdió.

Su desconsuelo comenzó a convertirse en angustia. Sus manos recorrieron rápidamente mi espalda hasta llegar al filo de mi remera y la levantó violentamente, quitándomela con desesperación.

Sus labios se estrellaron torpemente sobre los míos que supieron acogerla en ese beso apasionado que tanto había esperado. Mis dedos se colaron por debajo de su blusa y fue cuando sentí con mis yemas una larga cicatriz en medio de su espalda. No quise incomodarla tocándola, por lo que preferí quitarle la blusa y tirarla por ahí regresando mis manos a sus lados. Sentí otra protuberancia debajo de su costilla izquierda, tampoco quise concentrarme en ella, pero por mi cabeza corría la pregunta de cuántas marcas más tenía grabadas en su piel.

Nuestros ojos se encontraron por un breve momento antes de volver a perdernos comiéndonos a besos. Mi boca dejó sus labios para recorrer su cuello. Su olor tan embriagante como lo recordaba, hipnotizante. Sin darme cuenta ya la tenía acorralada contra la pared.

—Lastímame —me dijo con un gemido. No la entendí—. Hazme daño —repitió cuando no obtuvo respuesta de mi parte.

—No —le susurré volviendo a besarla.

—Hazlo... por favor, lastímame.

Me detuve ipso facto. ¿Qué diablos me estaba pidiendo?

—No...

—Lo merezco.

—No.

—¡Solo hazlo! ¡Hiéreme!

—¡No, Lena!

—¡¿Por qué no?! Todo esto es «mi culpa», me corresponde un castigo, es lo que me toca...

—¡Nada es tu culpa, ¿estás loca?!

Lo sé, yo siempre tan sutil.

Sujeté su rostro con delicadeza, obligándola a mirarme.

—No pagarás por los pecados de tu padre. Tú no decidiste lastimar a nadie, no puedes cargar con sus acciones, no son las tuyas.

—Pero es «mi culpa»... Fue por mí...

Lo adiviné analizando sus ojos cubiertos por una capa de lágrimas que no paraba de mojar sus mejillas. Se refería a Marina.

—Oh, Lena... Ven aquí.

Completamente vencida volvió a encontrar cabida en mi hombro. La abracé suavemente, acariciando su piel lastimada, tratando de tranquilizar su alma más herida todavía.

El camino frío de sus lágrimas resbalando por mi espalda dolía. Verla tan destruida me afectó tanto.

Marina para mí era una rival, una chica que quería a Lena tanto como yo, que la amó, que tuvo que recibir su «no» cuando yo recibí su «sí».

Lo sentí tan injusto.

¿Qué fue lo que lo convenció de elegirla a ella en lugar de a mí? Yo era su novia —lo soy—, si quería hacerle daño a su hija, si quería manipularla, yo era la respuesta más lógica. Sin embargo, aquí estoy y Marina ya no existe más.

—Puedes hablarme de ella, Len. No voy a... enojarme o ponerme celosa, ¿sabes? —le dije con completa sinceridad. Escucharla es lo menos que puedo hacer— Puedes decirme lo que sea.

Dejó salir toda su pena en una fuerte exhalación y su alivio en otra más corta.

—¿Quieres hablar? —le pregunté. Su negativa fue un leve movimiento de su cabeza y un apretón— Ven —le dije separándome para llevarla a la recámara—, ¿trajiste una pijama?

—En mi maleta —me señaló en dirección a la esquina.

—La solté dejándola al pie de la cama y me apuré para sacar una camiseta de algodón que tenía toda la pinta de ser usada únicamente en la cama. Era una remera rosada con un diseño de un poni demasiado gay como para llevarlo en público.

—Esa no es la pijama.

—Lo es desde hoy.

Lena soltó una pequeña risa y prosiguió a desabotonarse la falda, quitándose con rapidez los zapatos mientras yo le colocaba esa abominación.

—Ahora, descansaremos unas horas, ¿sí? —le sugerí más como un hecho que una propuesta—. Llamaré a Ade para decirle que me encontré con alguien y no regresaré al hotel.

—Querrá saber todos los detalles.

—No lo dudo, pero le colgaré antes de que pueda preguntar algo. Mañana la veré y... me inventaré algo si todavía no quieres que sepa que estoy contigo.

Y así llegamos aquí.

No he pegado un ojo desde que nos acostamos. No he dejado de mirarla y me pregunto cuánto de mi propio trauma y cuánto de mi instinto de protección es lo que me mantiene despierta.

No quiero rendirme en los brazos de Morfeo y despertar sola. Tampoco quiero que ella abra sus ojos y no me vea cuidándola.

Ella está aquí, yo estoy aquí. Es suficiente, ¿verdad?


*

—Buenos días —balbuceó al despertar, escondiendo su rostro entre la almohada y mi cuello. Inmediatamente se volvió a dormir. Yo sonreí. Lena, apenas despierta, es la mujer más vaga del mundo.

El calor de su cuerpo fue acogiéndome de a poco y el cansancio que ya tenía por el ajetreo del día anterior y el insomnio auto infligido, me venció. Me dejé llevar por la tranquilidad que me dio sentirla aferrarse a mí y me í.

Mis ojos se abren con pereza. Me siento descansada, por lo que supongo que han pasado varias horas desde entonces y después de enfocar la vista me encuentro con su mirada inspeccionándome.

—Me quedé dormida —me quejo con un bostezo.

—Ya era hora, pasaste la noche vigilándome como cámara de seguridad.

—Cuidándote —le respondo acariciándola por la espalda con mi mano que amaneció allí, encerrándola a mi lado. La cercanía de nuestros cuerpos es agradable. Algo que definitivamente extrañaba. Abrazar a la almohada no es tan placentero como esto.

—No hacía falta.

—Claro que sí. Eres mi novia, acabo de encontrarte y no voy a permitir que algo te pase.

—No voy a volver a irme.

—No es eso lo que me preocupa. Anoche no dejabas de temblar, de alterarte por el más mínimo sonido y entiendo que será así por un tiempo, pero...

—Erich me tenía encerrada en una habitación con dos guardias en la puerta y varios rondando la casa —me interrumpe—. Habían noches en las que se iba a «burdelear» y Klaus no aparecía por ningún lado.

—¿Klaus?... ¿Su hermano, Klaus?

—Él mismo.

De él recuerdo poco. Svetlana no fue muy especifica al nombrarlo en su investigación, simplemente decía que no se llevaban bien y se había mudado de ciudad para evitarlo.

—Espera, ¿todo este tiempo estuviste en Alemania?

—En Berlin, sí.

—¡Es obvio, ¿por qué no se me cruzó por la cabeza antes?! Dios, ¡¿por qué no lo pensó tu papá?! Te buscaron como locos en Ucrania y Asia, ¡pero es tan evidente! Erich es alemán, ¿a dónde más te llevaría?

Fui una idiota...

—No te castigues así, no era tan obvio. Yo no entré al país bajo mi nombre, lo hice con una peluca castaña muy realista y unos lentes de contacto que cambiaban mi color de ojos a unos más claros. Además,

Erich se encargó de mantenerme escondida el noventa por ciento del tiempo. Papá pudo enviar al mejor investigador privado y no me habría encontrado.

—Igual me siento una completa estúpida. Pude haber ido a Alemania a colgar cientos de afiches con tu rostro...

—Y Erich te habría mandado un mensaje lastimando a alguien que ambas queremos o conmigo misma en un ataúd.

—... Ahora me siento más estúpida.

—No lo eres. Yo lo pensé muchas veces. Rogaba por salir de esa casa y que alguien me reconociera, que me rescataran. Pero cuando finalmente salí de mi encierro, nada sucedió. Era una chica más en un país extranjero, alguien a quien nadie le importaba. Después analicé las cosas y entendí que quizá eso era mejor, más seguro para ustedes. Erich es capaz de cualquier cosa y si se siente amenazado o irrespetado actúa en caliente. Nada bueno habría resultado.

—¿Es por eso que estabas tan alerta ayer? ¿Tienes miedo a que te encuentre?

—Si todo marcha bien no sabrá que escapé hasta el lunes o martes, y Millie se aseguró de que estuviese retenido antes de liberarme. Ahora el prisionero es él.

—¿Millie?

"¿En serio lo único que escuchaste de todo lo que acaba de decir, es el nombre extraño de quien la ayudó?"

—Es la hija del capo más grande de Alemania. Pero eso no es importante —dice desechando la pregunta— La verdad es que desde hace meses que casi no duermo en las noches. Al salir el sol es cuando más descanso.

—¿Por qué?

—Como te iba diciendo, cuando ambos salían de la casa, los hombres que dejaban a mi cargo aprovechaban para emborracharse y más de una vez intentaron entrar de forma violenta a mi habitación.

—¿Te hicieron algo? —le pregunto con un palpitar horrible en el pecho.

—No. Apenas los escuchaba forcejear la puerta me levantaba para encerrarme en el baño con una silla atorando la chapa. Sí lograban pasar de la primera les sería mucho más difícil con la segunda, el lugar era diminuto y la silla pegaba directo con el inodoro. Después de un rato se rendían y se iban a seguir bebiendo.

—Ahora entiendo. Yo de ti habría dormido en la bañera todas las noches.

—No tenía bañera. Era una ducha muy pequeña e incómoda hasta para bañarse, peor para dormir.

Nada comparado con esta habitación tan espaciosa y elegante, tan llena de lujos que allá no tuvo. ¿Quién pudo liberarla aquí? Ah, sí, la hija del Chapo alemán.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Depende —me condiciona con una mueca pícara.

—Okey, ¿de qué? —le pregunto siguiéndole el juego.

—¿Me vas a invitar a desayunar si hablo?

—Vaya, vaya. Finalmente alguien tiene hambre.

—No he probado bocado desde el refrigerio que me dieron en el avión aquí y ya son más de veinticuatro horas. Sí, tengo hambre.

—Bien, vamos a comer.

—¡No! —responde apurada—. Primero pregúntame lo que tenías en mente.

Ya había olvidado que cuando Lena quiere hablar espera que uno le pregunte las cosas. Y la verdad, quisiera ser menos egoísta, poner su necesidad de alimentación primero, pero ayer no quiso decir una palabra y no quiero darle la oportunidad a arrepentirse de nuevo.

—¿Por qué te fuiste, Len? Pudimos haberte protegido con la policía o... Bueno, no sé, porque al final de cuentas tu papá tampoco hizo un esfuerzo por sacarte de este problema antes de que se volviera una pesadilla, aun conociendo lo que harías.

—Sabes más de lo que imaginaba.

—Únicamente lo lógico y lo que Ruslán ha escuchado de tus padres a puerta cerrada.

—Ya veo.

—¿Y entonces... por qué?

Su rostro cambia a uno más serio, respira profundamente armándose de valor y me observa sin hablar.

—Solo necesito saber. Quitarme ideas inventadas de la cabeza.

—Voy a decepcionarte.

—Imposible —le aseguro.

—Lo haré, pero mereces que te cuente la verdad.

Sin pensarlo mucho me acerco para darle un corto beso. Estoy con ella sea lo que sea y no iré a ningún lugar. Estoy con ella y se lo demuestro físicamente, emocionalmente. Lena suspira con alivio y pena. Me mira con atención unos segundos, buscando algo que no entiendo.

—Te mentí esa tarde y fui al encontrarme con Erich.

—Eso ya lo sabía. Nada más tenía sentido.

—Cuando llegué, cuando lo vi, supe que no era él. Era Klaus.

—¿Su hermano estuvo en Moscú?

—Vigilándome, hasta fue a buscarme a la escuela...

—¿Era él?

—¿Disculpa?

—Nadia me contó que vio a un hombre rubio preguntando por ti en la dirección.

—¿Ahora hablas con Nadia? Pensé que la odiabas —me pregunta y noto un poco de celos en su tono.

—No, me cae pésimo, pero me lo comentó cuando... —Okey, yo solita caí en esta trampa.

—¿Cuando qué?

—Prométeme que no te vas a enojar.

—¿Cuándo qué, Yulia? —repite la pregunta sin asegurarme que no se marchará al confesarme.

—Cuando me entregó tu diario —digo y espero su respuesta, más no dice nada—. Lo encontró en el casillero del teatro y no quería que lo tiraran o algo, así que me lo dio.

—¿Y... lo leíste?

"Mierda, no debiste decirle nada".

¡¿Cómo no iba a leerlo? Era lo único que me quedaba de ella!

"¡No le digas eso! Se enojará".

"Niégalo todo, como un hombre que ha metido los cuernos a su esposa".

"¡Habla, dile que no!"

No les hago caso a las voces. Asiento levemente, esperando que no me de una cachetada por haber recaído en el mismo error que ya nos separó una vez, violar su privacidad.

—¿Me recordabas al hacerlo?

—Digamos que no te sentía tan lejos.

Lo piensa, aunque por ese pequeño gesto que acaban de tener sus labios, más le causa gracia que otra cosa.

—Está bien. Si yo hubiese tenido uno tuyo, lo habría leído mil veces, estuvieras de acuerdo o no.

—¿No estás molesta?

—Creo que no. De hecho, te envidio, al menos tenías una parte de mí— acepta.

—Lena, hay algo que no entiendo, ¿Cómo fue que Klaus obtuvo el pendiente de Marina? A menos que haya estado involucrado.

—No lo estuvo, no directamente. Eso lo sé, pero todavía hay cosas que no tengo tan claras, de las que dudo —me confiesa—. Esa tarde Klaus me platicó de cuando eran jóvenes. Resulta que Erich tenía una novia llamada Laura y, según él, estaban muy enamorados, pero cuando empezó la guerra de pandillas en su ciudad, él tuvo que esconderse y la dejó. Con el pasar del tiempo, el consuelo que Klaus le daba, hizo que ella comenzara a enamorarse de él y terminaron comprometiéndose unos años más tarde.

—¿Klaus le robó la novia al delincuente de su hermano?

—Eso fue lo que me contó, y habló con una tristeza que consideré sincera.

—¿Qué hizo para que cambiaras de opinión?

—Prometió protegerme a cambio de que lo ayudara a matar a Erich. Dijo que su única motivación en años era vengar a Laura y a Alenka.

...



Continuará ...

Seguramente hoy termino de publicar la historia...y no quiero que termine. Continuo con ustedes leyendo.


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