Capítulo 15: Ingenua

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—¡¿Y qué quieres que haga Aleksey?! ¡¿Qué te entienda, que perdone esto?!

—¡Tú no tienes que hacer nada! —me respondió, gritándome a lo más alto de sus pulmones—. ¡Esto no tiene nada que ver contigo! ¡El maldito mundo no gira alrededor tuyo y nadie está pidiéndote perdón!

Su enojo no fue lo que más me alteró, fue que no entendiera que estaba frustrada, que tenía mil cosas encima y aún las tengo, que, lo que hizo, sí tenía que ver conmigo. «Aleksey, novio de Yulia», ¡claro que tenía que ver conmigo! Él debió ser sincero, confiar en mí.

—Eres tan egoísta, tan... ensimismada en lo que te pasa que te olvidas que los demás también tenemos una vida, problemas, miedos, que no somos perfectos. ¡No te importa una m...! —Evitó decir más, después de que exaltarse a un nivel que nunca había visto en él.

—Pensé que me entendías, Alyósha, que sabías que todo esto es tan difícil para mí. ¡Lo perdí todo! —refuté, igual de molesta—. ¡Tú no vives en un maldito hueco con tu madre! Vives solo en el sótano de tu propia casa, porque te da la gana, no porque te falta un cuarto adentro de tu casa con un televisor enorme colgado en la pared y un baño con tina, o una maldita cama.

Sonrió, burlándose, sin creer lo que acababa de escuchar. Caminó unos pasos pensando qué decir, no porque no lo supiera, intentaba como siempre no mandarme por un tubo, decir algo que pudiera herirme. Así es él.

—Tú, Yulia... Tú te ciegas tanto ante el dolor ajeno —me recriminó—. Dime, ¿has notado algo distinto en el resto de nuestros amigos? —me preguntó, sin dejarme contestar—. ¿Te das cuenta de que Nastya está llevando muy mal la separación con su familia y que por eso se comporta tan infantil últimamente? Es su forma de llamar la atención y tú ni te mosqueas.

—¡Eso no es verdad!

—¡Y Vova!, no se ha sentado con nosotros al almuerzo en días. Se la pasa en encerrado en el salón de música tratando de componer algo que termina tirando a la basura antes de volver a su infierno, no ha cruzado palabra con nadie. ¿Te has dado cuenta de eso al menos?

Me crucé de brazos frente a él con el rostro endurecido, pensando, recordando...

No, no me había dado cuenta.

—¿Qué tal Lena?

Mis facciones cambiaron con la mención de su nombre.

"Lena", pensé, alarmándome de repente.

Me había percatado de su actitud más soberbia, tenía un tatuaje y un misterio que no me dejaba tranquila, pero ¿por qué la mencionaba Aleksey?

—¿Sabías que está saliendo con un chico, no, un hombre que nadie sabe quién es?

—¿Lena?

—¡Sí, Lena, tu enemiga favorita, Lena! Está saliendo con un tipo que podría tener diez años más que ella. ¿No te has fijado? La recoge a una cuadra de la escuela, ayer fue en la puerta, y se dieron un beso que... No quiero pensar qué diablos hacen cuando se van.

¿Lena? ¡¿Lena Katina?! Pero si he pasado vigilándola, aunque no fuera de clases. Me he ocupado con otras cosas como no pensar en mi maldita vida, seguir el esquema que me impuse y mantenerme alejada de problemas ajenos.

—¿Ves? ¡Nada te toca! —reprendió y tenía la boca llena de razón. Tampoco vi venir lo de Ruslán, ni a un kilometro de distancia, ni a un metro, ni a un centímetro. Él tuvo que confesarme lo que sucedió; mi novio no se molestó en hacerlo.

—¿Al menos te importa si estoy bien?

—¡Basta, Alyósha!, nos vemos todos los santos días. Si a alguien le pongo atención es a ti —mencioné, consciente de mi mentira. No hablamos durante toda la semana más que para saludarnos.

—¡Nos vemos en la escuela y ya! Durante las vacaciones me llamaste con el único propósito de que sea tu obrero y te ayude con la mudanza. Vas a mi casa buscando un colchón y crees que haciéndome un «favor» todo está bien; lo nuestro se fue al demonio hace rato.

Me sentí mareada. El poco aire dentro del apartamento me agobiaba, el calor me consumía y los reproches de Aleksey me golpeaban como flechas en el pecho. Me apoyé en la pared a un lado de la puerta dejándome escurrir hasta el suelo, perdiendo la vista en su patrón veteado.

—¿Eso crees? —le dije unos segundos después—. ¿Que nuestra relación se terminó?

Me observó derrotada ante sus palabras, llegando a la misma calma que yo había encontrado, ambos cansados de pelear y sin hacer mucho ruido se sentó frente a mí.

—¿Hablas en serio, Yulia? —me preguntó—. Ya no encuentro una razón para seguir juntos, ¿Tú sí?

Levanté la mirada apreciando como él seguía los mismos diseños del piso con sus ojos.

—No hemos sido una pareja en mucho tiempo y yo necesito dejar de pensar en nosotros como algo que vale la pena conservar.

—¿Así de fácil? —le pregunté, conservando un tono suave—. ¿Dejarás que el asunto con Ruslán nos separe?

«El asunto con Ruslán» —repitió exhalando—. No entendiste nada de lo que acabé de decir. El asunto con Ruslán es más complicado de lo que parece. Alguien lo está golpeando con frecuencia, yo creo que es su padre.

—Su papá es muy amable. Lo conozco de años, tú también.

—No lo suficiente —exclamó—. El domingo, después de... del beso, su hermana nos llamó para comer pizza en el comedor con la familia. Él me miró de muy mala manera, me sentí incómodo y vi a Ruslán nervioso, con miedo. Yo esperaba que nadie nos hubiese visto, pero ¿qué tal si él lo hizo? Cuando terminamos de comer yo me fui.

—¿Te sientes culpable? —le pregunté, al menos así sonaba, arrepentido.

—Siento que mi amigo está en problemas y no sé como ayudarlo. No te lo conté porque no quería que Ruslán tuviera que lidiar con una preocupación más. Con tu enojo y tus celos —me confesó, y estaría en lo correcto si esta charla la hubiésemos tenido hace un año. Yo era más volátil entonces. Ver a mi amigo destruido no me habría molestado y, aunque me siento traicionada por Aleksey, mis celos aún no se hacen presentes—. En lo que a nosotros respecta, creo que en el camino perdimos lo que nos unía —dijo, regresando al tema.

—Somos amigos.

—¿Lo crees? Dime, ¿me escuchas cuando lo necesito, cuando te pido que hablemos?, ¿me das un tiempo que no sea el obligatorio?, ¿te preocupas por lo que siento, por mis dudas, por mis sueños, por lo que yo quiero? —me acribilló con preguntas que no pude contestar—. Nosotros ya no somos ni eso. No somos amigos.

—Si eso piensas ¿qué haces aquí?... Vete —le dije con la misma calma de antes, mirándolo fijamente. Él casi no pestañeó hasta que se lo repetí—. Vete, no somos nada, ¿qué haces aquí?

Estaba dolida.

Aleksey continuó observándome en un silencio que nos acogió a los dos. Dejé de verlo, observando de nuevo ese estúpido y horrible linóleo. Odié mi vida, la odié.

Sabía que Vladimir estaba molesto y no hablé con él. Ruslán ha pasado retraído desde que volvimos a la escuela — tal vez desde antes—, comportándose de manera extraña; lo dejé pasar porque mis problemas eran más grandes, más importantes.

Nastya es mi amiga y en su cumpleaños compartí con ella lo que debía, nada más de lo necesario. La vi triste al despedirse de sus padres y ni siquiera por eso conversé con ella o me quedé haciéndole compañía por el resto de la noche. La que lo hizo fue Lena, yo me fui a dormir, porque mi sueño valía más que lo que le estuviese sucediendo.

Y ella, las cosas que he descubierto en esta última semana me han llenado de preguntas, pero ninguna ha sido sobre su bienestar, si algo grave le pasa, si está bien, si tiene problemas. Lena está saliendo con un hombre mayor, ¿qué tan mayor? ¿Está obligándola a fumar, a tatuarse, a otras cosas?

—Un día, la vida te golpeará en la cara, Yulia, y te darás cuenta de que no solo tú sufres en este mundo, no solo tú importas. Ojalá sea pronto, antes de que las personas que te consideran importante... terminen marchándose, como yo. —Lentamente se puso de pie, tomó su chaqueta del sillón y abrió la puerta, saliendo sin volverla a cerrar.

Terminamos... y no puedo decir que lo vi venir.

No esperaba que Aleksey me vomitara en la cara, todas las cosas que él cree que hago mal. No creí que estaba siendo tan manipuladora. En mi única defensa, pensé que él tenía más confianza en mí, que me diría como se sentía, qué le pasaba. Pero ¿cómo?... si me ha pedido una conversación hace semanas y lo único que he hecho es postergarla.

Perdí a uno de los pocos aliados que tenía. ¿Y Nastya? No quiero perderla por mi inmadurez.

Debo dejar de pensar solo en mí o, mejor dicho, abrir bien los ojos y ver lo que está justo en frente, en lugar de convertirme en un maldito robot que ni ve, ni siente.


...


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