Capítulo 33: Mientras menos sepa, mejor para?

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Entrada número treinta y siete

16 de agosto, 2015

Debe ser el estrés de estos días, tiene qué ser el estrés. No puedo estar embarazada...

No me voy a comportar como una nena, esto lo decidí yo. Sabía perfectamente en qué me metía. Y, sí, siempre usamos condones, pero los accidentes pasan, los condones se rompen, a veces los chicos se los ponen mal... ¡Yo misma pude haberlo puesto mal! Las hormonas pueden fallar, ¿no? Un desfase de unas horas en las pastillas, afecta, —me imagino—, no las tomo con cronómetro.

Diez minutos. El paquete decía esperar siete, pero mejor si espero diez, Así estoy completamente segura, sí...

¿Cuándo pudo pasar?... No he tenido mi período en más de un mes. No soy regular, nunca me preocupo por retrasarme unos días, pero esto ya es demasiado. La última vez fue... unos días antes de que Leo se fuera a Brasil, a principios de julio... y claro, catorce días después él regreso y... lo hicimos como conejos en todo el departamento.

¡Maldición, fue ese día! Mi bebé será hijo de los celos de Leo por Marina. ¡Qué lindo! Será pelirrojo... ufff.

¡¿Cuánto tiempo son diez minutos?!

¿Qué se supone que le voy a decir? Yo no quiero este bebé, pero ¿y sí el lo quiere? Tendré que tenerlo, ¿cómo puedo negarle un hijo a su padre?

Esto lo cambiaría todo.

Ya valió. Lo reviso a los siete minutos, no voy a lograr esperar por los diez. Uno más... paciencia. Tu futuro entero llega en un minuto más.

¿Qué voy a decirles a mis padres?

«¡Hey, de tal palo tal astilla, voy a tener un bebé a los dieciocho, woot, woot!»

No, no quiero un bebé. Tengo tanto por hacer, sola... ¡sola!. Mi vida no se va a terminar con los gritos de un diminuto humano.

¿Por qué tenía que tener sexo, por qué?

Fue bueno, no lo niego, pero ¡¿por qué no pude quedarme virgen hasta los cuarenta?! ¿Qué tiene de malo masturbarse? A ver, ¿qué? Después de todo, el sexo es como auto consolarse...

¿A quién trato de engañar? Me encanta el sexo. Me parece la forma perfecta de dejarte ir, de perderte en otro cuerpo.

El juego de la conquista me fascina; la seducción. Exponerte mental y físicamente. Ponerte al filo y luego dejarte caer.

El acto de desnudar a alguien es tan personal e íntimo. Tocar su piel, rozarlo apenas con las yemas de tus dedos, despojarlo de las telas que lo cubren. Me encanta dejarme hacer lo mismo, sentir la dedicación que la otra persona encuentra por descubrirme, por hacerme retorcer, por causarme esa ansiedad insoportable que solo se puede clamar con gemidos y respiraciones profundas.

Usar los labios es de mis cosas preferidas. No hay nada como sentir el pulso de tu compañero justo ahí, en la superficie tibia de esas dos carnosidades, haciéndote salivar por el aroma que emite su piel, por la suavidad, por el deseo.

Jugar con la lengua es lo mejor que alguien puede hacer conmigo. Amo los rastros de otro ser en mi cuerpo. Adoro las grandes y desesperadas bocanadas que puede tomar sobre mi estómago, las pequeñas mordidas en mis lados, en mis muslos, en mis senos...

El acto en sí es divino. ¿Cómo más te explicas la estúpida y absurda necesidad de posesión? La penetración y la entrega son eso; querer ser uno con tu pareja, desear con todo tu ser satisfacer por completo a quien está desbaratándose por dentro y tú quieres estar ahí precisamente, adentro. Lo supe el instante que estuve con Marina. Todo el proceso, desde bailar en ese bar hasta llegar al filo de su cama, fue un juego de dominación y sometimiento, de dar y recibir, de conquista y seducción; y necesitaba terminar en ese acto, en sentirme una con ella.

La técnica es irrelevante. Nada importa en realidad más que gozar cada segundo, hacerlo durar, no apresurar nada, no doblegar ni un respiro, ni un grito, ni un quejido irracional de tu cuerpo, escuchar lo mismo en tu oído, sentir ese cuerpo morir contigo.

El sexo es magia...

¡Magia que ahora será un niño llorón!

Diez minutos, bien. La hora de la verdad.
...

Y bueno..., tendremos un niño llorón y pelirrojo, con acento brasileño y una mamá que no lo quiere.

Yo no quiero ese bebe.

Y sí, soy la copia de mi madre. Ella tampoco quería a Iván y luego metió la pata dos veces más con mi hermana y conmigo.

Bien, dicen por ahí: «Lo que se hereda, no se hurta».

Me jodí...


Esta pelirroja... me va a matar. ¿Puede expresarse con mayor libertad y holgura sobre lo mucho que le gusta tener intimidad con alguien?, porque ella no habla de un simple acto sexual, esto es otro nivel. Estuve con Alyósha dos años y nunca, repito, nunca hicimos esto.

Puedo fácilmente poner de excusa que tenía que controlar mis gemidos, que no podía gritar a los cuatro vientos, que debíamos ser prudentes en ese aspecto frente a su familia, aunque sería una total mentira. En ocasiones lo hacíamos en mi casa cuando estábamos solos y tampoco sucedió. Nunca sentí la necesidad de dejarme ir, de perder el control. Él hacía lo suyo, yo intentaba hacer lo mío, a veces llegaba, la mayoría no. Era sexo y ya, tampoco era esto de «compenetrarse», de sentirse, de conquistarse. Eso quizá ocurrió nuestra primera vez, después era un: «somos novios, estamos solos, vamos a hacerlo».

Lena me intriga. Tiene tanta facilidad para exteriorizar lo que siente. Yo estoy muy lejos de poder hacerlo.

La otra parte de la entrada me preocupa. Este es el gran susto del que leí cuando me salté varios días del diario. Lena creía estar embarazada, pero ¿fue un susto o fue real? Y si lo fue... ¿tuvo un aborto?

No puedo preguntarle sobre ello y, sinceramente, no sé si quiero saber.

Nunca he estado a favor del movimiento pro vida y siempre he sido de la idea de que la mamá debe hacer lo que es mejor para ella, esa es, en última instancia, lo que es mejor para el bebé. Sin embargo, esto es muy personal. Este era el bebé de Lena. ¡Su bebé!

No lo sé. ¿Cómo dejar a un pequeño o pequeña Lena... irse?

Yo, realmente no quiero saber.


Despierto con el olor de donas frescas, mis favoritas, chocolate con grageas de coco. No es un sueño, ahí está la caja sobre la mesa de noche de mi habitación de hospital, que, aparte de ese detalle, está tal como ayer que me fui a dormir.

Respiro hondo sin recordar que mi costilla hace presión con mi pulmón y me duele. Según el doctor tendré que hacer reposo por cinco días, y después, cinco más caminando con mucha mesura e intentando no pasar sentada mucho tiempo, lo que significa que no iré a la escuela por las siguientes dos semanas.

Trato de no bostezar, pero cómo necesito hacerlo, desperezarme, estirar mis brazos completamente. Mamá tenía algo de razón, ya me cansé de estar aquí encerrada, postrada en la cama y apenas es el segundo día.

—Despertaste —me pregunta una voz conocida. Mi vista cae sobre la puerta y la veo entrar con cuidado—. Tu mamá me dijo que probablemente dormirías hasta medio día.

—¿Por qué no estás en la escuela? Es jueves.

—Le dan el alta a Leo hoy. Mis papás me dieron permiso para faltar y ayudarlo a acomodarse en su casa.

Qué lindo, los suegros ayudando al yerno a sentirse más cómodo con su hija como su mucama personal, es tan... siglo XVI. Excelente forma de iniciar el día.

—¿Y qué haces aquí entonces? Su cuarto queda al final del corredor, ¿no?

—Lo sé, pero quería ver cómo estabas. Me preocupé muchísimo cuando Nastya me contó lo que pasó. Dijo que tu teléfono estaba casi sin batería cuando hablaste con ella esa noche y que no tenías cargador.

—Aún no lo tengo, el aparato murió segundos después de colgar, pero le pedí que les avisara a todos que estoy bien.

—Pues, ámame, te traje algo —me dice, enseñándome el cable.

—¿Ámame? Gracias será lo más que obtendrás de mí, Katina.

—Está bien y de nada. Estaba preocupada, imagino que deberás quedarte aquí unos días más.

—Hasta que pueda caminar y huir.

Busca algo más en su bolsa y saca un sobre junto con varios folletos.

—Tu mamá me pidió, antes de salir a la oficina, que te entregara esto y dijo que esperaba que te gusten las donas con té porque las enfermeras no le permitieron dejar el café que te trajo. —Se acerca para que yo no haga mucho esfuerzo y me los entrega.

Miro de pasada las portadas de los folletos. Uno es el de una escuela en Moscú, el otro uno de departamentos y casas de la ciudad. Ya veo por donde vamos.

Abro el sobre y encuentro un papel doblado, parece una carta y a un lado de la misma dos boletos de avión. Los saco, están fechados para el 15 de noviembre de este año, a diecisiete días de hoy.

Saco la carta e intento leerla, pero mi vista se hace demasiado borrosa.

—¡Estoy ciega!

—¿Puedes verme?

—Sí, Katina —le contesto con desgano. No me entendió—. Tú estás a más de un metro, no veo nada a diez centímetros de distancia.

—¿Quieres que llame al doctor?

—No, ayer me explicó que podría tener este síntoma temporal como reacción a los analgésicos y los sueros —le digo y pienso, necesito saber qué dice—. ¿Podrías... leérmela?

—Emm, creo que esto es algo personal. No lo sé.

Cómo si yo no estuviese leyendo su vida privada como si fuera un bestseller.

—Por favor, no me preocupa que sepas lo que haya escrito mamá, te lo contaría de todas formas.

Le sorprende mi declaración, pero la acepta. Da unos pasos con timidez y abre el papel, regresándome la mirada. Me hago a un lado de la cama, dejando espacio suficiente para que se siente y doy dos palmadas en el colchón, invitándola. Ella acepta y se acomoda, carraspeando un poco antes de iniciar.

Llegué anoche mientras dormías. No quise despertarte, por un momento recordé cuando eras pequeña y te acostabas a mi lado para ver algún programa de televisión o una de esas películas de terror. No había noche que no te quedaras dormida, veinte minutos antes del final, y yo, como ahora, te contemplaba.

Voy a darte la razón sobre la discusión de la mañana. Mis decisiones con respecto a Román han sido increíblemente estúpidas.

Tú eres fuerte, tienes voluntad, un propósito y muchos sueños. Todo eso es importante, es lo que te hace tan especial, Yulia, y mereces mucho más de lo que, erróneamente, yo elegí para las dos.

Necesito ser honesta contigo, finalmente dejarte saber la verdad acerca de tu padre. Creo que es lo mínimo que puedo hacer y la única forma en la que podrás elegir a conciencia.

Oleg quiso ser parte de tu vida desde un inicio. Estaba nervioso, como es normal, pero con el tiempo se alegró mucho con la idea de tenerte. Sin embargo, para mí, todo se reducía a obligarte a tener una vida incompleta, a ser presa de una situación incómoda para darle gusto a tu padre, o que fueras libre de ataduras y que tu felicidad no tuviese que pasar por la conveniencia de otros, de su familia.

La idea del contrato fue mía.

Él nunca dijo nada, la amenaza real de perder a sus hijos llegó pronto. Su esposa se enteró de mí, de ti, y lo amenazó con llevárselos lejos. Oleg no los volvería a ver y no era una advertencia sin fundamento, su padre es un reconocido juez familiar, le sería muy fácil conseguir la custodia completa e impedirle ser parte de sus vidas. Yo en cambio le prometí que nunca te perdería, que nos quedaríamos en Soshi y que podría frecuentarte cuando quisiera; en su desesperación accedió a firmar.

Lo que hice nunca fue justo para ti.

Ahora, con Román, siento que he cometido aún un delito mayor. No sé por qué se me hace tan difícil ver en lo que se convirtió. Aún siento que es el hombre del principio y siento tanta nostalgia por lo que fuimos, no puedo evitar justificarlo, pero tú eres mi bebé, siempre lo vas a ser así me pongas esa cara de asco que debes tener al leer esto. Tú y tu hermano son lo que más importa en mi vida y él... él puede irse al diablo. No volveré con Román.

Aunque me he decidido y viajaré a Moscú, una vez más, te he puesto en una situación imposible. Has sido una víctima de mi voluntad toda tu vida y ahora me doy cuenta de que solo te he hecho daño.

Te amo, quiero lo mejor para ti y entiendo que, en esta ocasión, eres tú la que debe decidir.

Te dejo marcado en los folletos varios departamentos y casas en los que podríamos vivir en Moscú si decides venir conmigo, hay lugares muy bonitos, sitios cerca de teatros, de unas cafeterías bohemias que estoy segura te encantarán. El otro tríptico es de una escuela de artes muy parecida a donde vas, tiene maestros reconocidos internacionalmente y sus alumnos han ganado premios de escritura y canto, sería un ambiente perfecto para ti.

Las donas no son un soborno. Sé que te encantan y, si no puedo darte nada más, por lo menos algo que te haga feliz por unos minutos.

Regresaré en la noche, ahora debo ir a trabajar. Te amo bebe. Por favor no te sientas obligada a quedarte a mi lado otra vez, yo sé que debes empezar a seguir tu propio camino y te apoyaré en lo que decidas.

Lo siento.

Mamá.

Lena dobla la carta nuevamente y se queda en silencio, dejándola a un lado. No me mira. Me pregunto si algo de lo que mamá dijo la tocó personalmente. Ambas hemos sido, víctimas de las circunstancias. Ni ella ni yo tenemos el lujo de otros chicos de nuestra edad, de vivir sin líos, ligeramente, sin un pasado que nos atormente.

—He creído toda mi vida que era papá quien imponía la distancia. Ya no sé que pensar.

—Según la carta lo hizo para no perder a sus otros hijos. Tan equivocada no estabas.

—Supongo que ahora comprendo mejor las partes de nuestra relación.

Como el porqué mamá no se enojaba cuando él me iba a buscar a la escuela, o porqué aparecía de la nada un viernes para llevarme a comer, o me hacia regalos inesperados; porqué le importaba tanto que llevara con altura su nombre y porqué ahora quiere que me quede en la ciudad. Le asusta separarse completamente de mí, que llegue a olvidarlo. Aunque si en seis años de sentida ausencia —en los que lo vi en contadas ocasiones— no pasó, no sucederá al mudarme.

—Anatoli me contó lo que sucedió con ustedes ayer —me comenta—. Se dio cuenta de que ya lo sabía y se enojó por un momento por no mencionárselo.

—¿Qué podías decirle?

—Nada y él lo sabe. No hubiese sido justo contigo.

Eso es precisamente lo que hace que me pregunte: ¿qué es lo que Lena siente por mí?, específicamente.

Está triste por la posibilidad de que me vaya, le gusto físicamente, tiene consideraciones conmigo.

¿Entonces, qué?

Porque ha conocido a Anatoli desde hace un tiempo y —viéndolos juntos— se llevan muy bien, Lena es la «casi novia» de su mejor amigo. Sin embargo, pensó en mí primero. Así que, somos amigas, más amigas de lo que ellos son.

¿Le gusto románticamente hablando? ¿O es sólo eso? Tenemos una amistad y ya.

Dios, me gustaría saber a ciencia cierta, poder descifrarlo mirándola, porque ¿cómo puedo decidir qué hacer si no considero todo lo importante en mi vida? Y ella lo es.

—Tienes una decisión difícil.

—Tú... mencionaste que conociste a la mamá de Anatoli. Dijiste que era una buena mujer, agradable.

—Eso pensé.

—Se puso una máscara. Es una arpía, celosa e insegura.

—Yo no lo veo así —me responde de inmediato.

—No me digas que estás de acuerdo con lo que hizo.

—Para nada. Solo me pongo es sus zapatos.

—Explícate. —Le pido, porque no entiendo cómo puede sentir compasión por ella después de leer la carta.

—Yulia, esta mujer, de lo que vi y escuché en las conversaciones de ese día, es una simple ama de casa. Ha sido toda la vida la esposa de tu papá y la mamá de sus hijos. Yo presiento que tuvo miedo de que la abandonara, de que las cosas cambiaran para ellos y, sin dudas, lo hizo para garantizar su seguridad.

—¡¿A costa mía?!

—¡A costa de quién sea! No me malinterpretes. No condeno lo que hizo, creo que tú no habrías irrumpido en su familia, pero ¿qué es exactamente lo que crees que habría pasado?
Pienso y pienso, pero no lo sé. Las posibilidades son infinitas, desde que pudimos haber tenido la mejor de las suertes y ser una familia unida, a que nos odiáramos.

—No soy de las personas que cree que un hombre tiene una aventura por tenerla —me dice Lena—. Si tu papá tuvo una relación con tu mamá, de seguro estaba pasando por un momento difícil en su matrimonio y creo que eso motivación suficiente para que lo amenazara de esa manera.

—Aún están juntos, ¿qué tan mal estuvieron las cosas? —le respondo.

Es evidente que sobrevivieron lo que sea que pasó y papá le perdonó que lo alejara de mí. Si alguien me hiciera algo parecido, cortaría lazos para siempre, no daría vuelta atrás, así que esa no es una razón real.

—Quizá papá es un Don Juan y ya, un mujeriego. Tal vez tengo diez hermanos más que nadie conoce.

—Habla con él, pregúntale. Solo él te puede aclarar estas cosas.

No me dice nada que no supiera. Sé mi historia, lo que mamá me cuenta, pero papá y yo no hemos hablado sobre esto antes.

Regreso a ver a la caja de donas y su olor me está matando de las ganas.

—¿Quieres comerte una conmigo? —le digo apuntando con mi quijada a la caja.

—Gracias, estoy salivando desde que entré a tu habitación —se apura a servirlas.

—¿Té? —le ofrezco, aunque es ella quien deberá verterlo en el vaso plástico. Me lo alcanza y, en lugar de llenar otro, saca de su bolsa una gaseosa.

—No es justo que tú tomes refresco frente a mí cuando yo tengo que aguantarme esa agua desabrida.

—Te prometo que cuando salgas de aquí te prepararé el mejor café que hayas probado en tu vida.

—¿Tú? ¿Desde cuándo sabes hacer café?

—Desde que salgo con un Chef/DJ proveniente de Sudamérica.

Tenía que recordármelo. Insisto con que ha sido un lindo iniciar de día.

—Cambiando de tema —me dice intentando sonar casual. No le sale—. Supongo que no regresarás al apartamento cuando te den el alta.

—No, debo estar en reposo y allí no puedo recostarme sin esfuerzo, además el lugar es diminuto no cabrá el andador que debo usar hasta que se cure la costilla. ¿Por qué preguntas?

—Quería proponerte algo —dice a medias y da un gran mordisco a la dona. Hago lo mismo, imposible no imitarla, mi desayuno favorito, claro que falta el café.

—Habla —digo a boca llena.

—En casa hay una habitación desocupada y cómoda, podrías pasar allí tu recuperación.

—¿Quieres que duerma en el cuarto de Katia por aproximadamente una semana?

—Puedes quedarte en el mío si quieres, yo iré donde Katia.

—Jamás te obligaría a sacrificarte así.

Mastica con el ceño fruncido, eso quiere decir que está maquinando algo. Se ve linda así.

—¡Eureka! Podemos compartir habitación.

¿Eureka? ¿Qué es ahora, un personaje de un cuento de hadas?... Linda, dije.

—¿Compartir tu cama?

—Prometo no rebasar la mitad, tocarte o roncar.

—Con que no me des un golpe en la costilla, todo bien.

—Entonces... ¿aceptas?

—Déjame hablar con mamá y papá, al final, ellos deciden esto de mi salida del hospital y ya tuvieron una acalorada discusión.

—Hecho.

—Gracias por ofrecerlo. Ya me estoy hartando del sonidito del monitor. Siento que vivo en un capítulo de Grey's Anatomy.

—De nada —me responde, tirando la servilleta en el basurero como si fuese un aro de basquet ball. Anota tres puntos—. Oye, ¿crees que pueda volver después de acomodar a Leo en su departamento? No tengo ganas de pasar la tarde sola en casa.

—Pensé que te quedarías con él.

—No, irá su ex novia y sus amigos, yo solo voy para asegurarme que tenga todo a la mano y pedirle a la señora de la limpieza que tenga ciertas atenciones con él.

—¿Y no puede hacer eso Anatoli?

—Créeme, esos dos no pueden manejar sus vidas solos. Prefiero asegurarme de ser yo quien le especifique los horarios de las pastillas, los de lavado de ropa y de la limpieza de la casa. No quiero que le caiga una infección.

—Pues si te sobra tiempo después de ser su mamá... regresa. —La molesto y no le cae nada bien, se cruza de brazos esperando una disculpa que no tendrá.

—¿Muy enojada, Katina? —Le hago un puchero—. Ya, no te alteres, cómete otra dona.

Mira a la caja y niega, queriendo con todas sus ganas mandarme a volar, pero se acerca y toma otra.

Imposible resistirse y ahora sé que compartimos ese gusto. Se me hace genial comenzar a conocer cosas sobre ella que no sean las que están escritas en un diario o las pocas que me cuenta. Un detalle que tal vez, de todos sus amigos, sólo sé yo.


Entrada número treinta y ocho del diario.

17 de agosto, 2015

Alenka Kaufman Kowalski, nacida el 17 de mayo de 1997, esa soy yo. Hoy cumplo dieciocho años y cinco meses. Mi papá biológico se llama Erich, alemán nacido en Berlin en el 72. Mi mamá, Alenka, nacida en Ekaterimburgo en el 75, hija de migrantes Polacos. Se mudó a San Petersburgo en su pre-adolescencia y unos años después a Korsakovo. Allí conoció a Sergey, mi segundo papá, o el primero en realidad, el único que quiero tener.

Svetlana descubrió otros detalles que me hacen reconsiderar si en realidad quiero seguir por este camino o mejor me olvido de todo y sigo mi vida tal y como era antes de esa estúpida pelea de mis padres.

Con la información que le facilité, no le fue difícil llegar hasta el origen de mi familia. Los documentos de registro son públicos y solo tuvo que hacer un incómodo viaje a la tierra de los alienígenas y ta-da, obtuvo la información necesaria sobre mi pasado.

La identidad de mi padre fue mucho más compleja de obtener. Erich Kaufman no tiene un récord legal, un solo ticket de tránsito, una amonestación por no recoger la porquería de su perro cuando lo saca a pasear, nada que lo haga visible. Según los informes de impuestos, está al día con sus obligaciones y no tiene una dirección fija de vivienda, tampoco una cuenta de banco o un registro de empleo. Es dueño de su propio negocio, si es que elegimos creer eso por un segundo, Svetlana no lo hizo y yo tampoco. Su vida es demasiado perfecta, demasiado invisible, él es demasiado cuidadoso.

Su visibilidad en las redes sociales es nula, al menos bajo ese nombre y que además que coincidan con su procedencia. El listado de personas llamadas «Erich Kaufman» dentro Rusia arrojan una cantidad de 594. Con un programa de selección especializado, Svetlana logró disminuirlos a 87 y de esos los que vivieron en los estados del oeste en los años a partir de mi nacimiento hasta la muerte de mamá son 24.

Los Miroslav son una excelente opción para investigador privado, siendo completamente objetiva. En siete días obtuvieron lo que yo no logré en tantos meses. Creo que mi vocación definitivamente no es ser agente encubierta o inspectora, me va mejor con el canto y la actuación.

Regresando al tema, la señora Nina le dio a mi detective estrella una descripción bastante congruente de un hombre. Cabello largo hasta los hombros, rubio, ojos claros, aproximadamente de 1.85 m. de altura. Según la viejita siempre tiene un look despreocupado, como si fuese un adolescente de los noventas, los jeans rotos, camisas blancas aparentemente sucias, chaquetas de cuero, botas militares. Le dijo que siempre se viste así, no ha pasado un solo día desde que lo conoció a la última vez que fue a preguntarle por Alenka. Suficiente para pedir un bosquejo policial y hacer las preguntas correctas en los círculos indicados.

Un antiguo compañero de fuerza de su papá —quien antes de ser investigador privado fue alguacil—, le consiguió acceso a un nuevo programa de reconocimiento facial donde, introduciendo datos específicos y un boceto, pueden identificar a posibles sospechosos.

Obtuvo tres resultados, un joven de similares características que vive en Ekaterimburgo, un adulto mayor oriundo de Rostov y un hombre de mediana edad que se pasea constantemente por las fronteras del pais. Eso desató sus alarmas.

Supongo que utilizaría sus «recursos investigativos» para preguntar en cada recinto policial de las ciudades y pueblos aledaños. Rumores y cargos que terminaron en anulaciones, salieron a la luz. Mi padre es un hombre prudente y tiene dinero, muchos policías salieron en su defensa, dejando muy claro que los tenía metidos en su bolsillo y que sería mejor olvidar cualquier mención de su nombre, lo que asustó profundamente a Svetlana.

Erich está metido en algo, ella piensa que deben ser drogas o lavado de dinero. Eso justificaría que pueda viajar tanto sin un trabajo que pague lo suficiente para los gastos, además de su desaparición inmediata y sin rastro después del asesinato del cual fue sospechoso.

—No creo que podamos encontrar más sobre él. Tiene contactos por todos lados y no queremos atraerlo hacia ti —me dijo, terminando el café que salimos a tomar.

No sabía si quería saber más sobre Erich de todas formas. Desde que mencionó la descripción completa, se dibujó en mi cabeza. Es el hombre que veo en mis sueños. es mi padre quien mató a mamá, al menos eso es lo que siento, lo que recuerdo.

—Tu papá se ofreció a cambiar de comandancia a Sochi en el 2001, es todo lo que pude averiguar al respecto de su reubicación —me informó lo que pudo encontrar acerca de mi adopción y la de mi hermana—. Te sugiero que hables con tus padres, que les cuentes lo que sabes. Estoy segura de que ellos podrán llenar los huecos en la historia. No hay mucho más que yo pueda hacer.

Es sorprendente lo que consiguió en tan poco tiempo, aún así, decidió hacerme una gran rebaja. La cuenta final: setecientos dólares, a pagar en dos módicas cuotas.
Literalmente comienzo a tener miedo. Uno de los recuerdos más presentes en ese sueño es escucharlo decir: «¡Ella es mía!». Todavía tengo presente su voz y aquella que me llamó «Lenka» en la feria cuando estaba esa noche que salí con mi hermano y su novia. Me ha buscado por años y si fue él quien me vio, ya me encontró.


Después de dos incómodas conversaciones —una con mamá y una con papá—, acordamos que en dos días iré a casa de los Katin a pasar el resto de mi recuperación.

La charla con papá fue más del estilo: no haré lo que a ti te plazca. Lección número uno, si no quieres que viva en el hueco ese, dame otra alternativa a dejarme en un centro carcelario. No soy prisionera de tu conveniencia. Si las cosas van a cambiar, que cambien para bien, no para peor. Lo aceptó. Igual ofreció pagar todos los gastos que los Katin hagan en mi nombre y habló con ellos directamente, no porque yo se lo haya pedido, me enteré horas después en un mensaje de Lena.

La plática con mamá fue más compleja. Ella quería que regrese al apartamento; tu casa es tu casa, así sea un chiquero. Además, el viaje se aproxima y esperaba una decisión definitiva. Le dije con toda claridad que no iba a tomarla a la ligera. A decir verdad, me gustaría estar segura de querer mudarme, pero no es así. Estoy cansada de sacrificarme por el beneficio de otros que ya no vienen al caso. Tengo que pensar en mí.

Me preguntó: ¿por qué con Lena?, y ¿qué pasó con Aleksey?

Recordé entonces que todavía no le comentaba lo de nuestra ruptura y lo hice. No estuvo muy contenta con la pérdida de confianza entre nosotras, algo que no debería sorprenderla, se lo ha ganando a pulso.

—Me agrada la chica, Yulia —me dijo con un «pero» silente sobrando al final—. Se nota que es una buena «amiga».

—Lo es, ¿te molesta?

—Para nada, hija. Tan solo recuerda que te quedarás en su casa. Eres la invitada y debes respetar a la familia.

Mamá parecía querer romperme las bolas que no tengo, sus insinuaciones comenzaban a cambiarme el genio.

"No voy a violarla", fue lo que se precipitó en mi cabeza. Sin embargo, ni siquiera pude bromear al respecto, ella dejó perfectamente claro que no aprueba mi último enamoramiento.

—Quisiera pensar que eres extremadamente consciente del hecho de que es una chica.

"No mamá, Lena tiene pene, tranquila", quise decirle, aunque creo que esa broma habría sido recibida con una respuesta más despectiva aún.

—Tranquilízate, dormiremos en cuartos separados. —Quise aliviar sus preocupaciones. Su opinión con respecto a mis posibles relaciones me tiene sin cuidado. No es como si ella fuera a besarse o tener sexo con mi próxima compañera de habitación.

"Nos fuimos a la mierda con esa asunción".

Ay, no empiecen, ¿quieren? Es un maldito decir.

"Yep, nada que analizar de por qué eso es lo primero que te salta a la mente, besarla y tener sexo con ella. Recuerda que no dormirán separadas como le mentiste a nuestra madre. Lo único que limitará su contacto es tu costilla lastimada".
Bueno, como sea, no son más de diez días que compartiremos colchón y sábanas. Días en los que no podré leer el diario y mejor se callan y aprovecho para leerlo antes de que me den el alta.

Entrada número treinta y nueve del diario.


19 de agosto, 2015

Tres cajas más de exámenes positivos no son un buen augurio, por lo que decidí comprobar científicamente mi embarazo de una vez por todas. Ahí va más dinero, esto de tomar decisiones que pueden alterar el rumbo de tu vida, cuesta. Digamos que estoy viviendo plenamente mi adultez.

—Siéntese ahí, por favor. La llamaremos cuando sea su turno —me dijo la asistente de la mesa frontal.

Miré a mi alrededor y escogí uno de los asientos de la izquierda. Lejos de cualquier otra paciente que esperaba por lo mismo o por una cita para terminar con su error. Se escucha muy mal considerarlo de esa manera, es un bebé que para muchos sería una bendición, no para mí.

Una niña de no más de catorce años estaba sentada en frente, sola. Ya se le notaba el embarazo. Me pregunté para qué estaba ahí, parecía de más de tres meses, que es el tiempo máximo reglamentado por la ley para realizarse un aborto. Era tan pequeña.

Lo siento, pero a esa edad o la mía, tener un bebé es arruinar tu vida. Catorce... Yo, en esos años, jugaba videojuegos todo mi tiempo libre, lo último que me interesaba era tener a un chico entre las piernas.

La niña posicionó sus ojos en mí con una mirada triste, tenía la sonrisa invertida colgada en su rostro. No supe cómo responder. A mi parecer es una situación trágica para ella y ese bebé.

Su madre apareció minutos más tarde, estaba muy enojada y, asimismo, triste. La primera cosa que noté fue una enorme cruz en su collar que pude dejar de mirar.

Yo fui criada dentro de una religión con un ente todopoderoso que elige por ti tus buenaventuras y tus desventuras. Si crees que la situación es dura, él está probando tu fortaleza y debes luchar para salir airoso en su nombre; si por el contrario, te pasa algo positivo, es un premio a tu fe. Dios, todo lo puede y es misericordioso. Pide y te será concedido.

No estoy segura de cuándo, pero esa idea se tornó absurda.

¿Por qué un ser sobrenatural tendría tanto poder? ¿Cómo es que Él y solo él conoce tu futuro y te designa qué vivir? Él elige quién se queda y quién se va, y siempre hay que agradecerle por todo.

Otro detalle que no podía dejar de rechazar era que, de todo el reino animal, solo el ser humano es consciente de su existencia, y como tal, es la única especie que está destinada a ser juzgada, que debe vivir bajo reglas irracionales, que tiene maldad pura por ser de una manera u otra.

Desde que estuve con Marina y descubrí la complejidad de mi sexualidad se me hace aún más incoherente creer que este ser supremo pueda condenar un comportamiento que es completamente natural en otras especies. La homosexualidad no es nada nuevo ni exclusivo del hombre, no es una elección o un capricho vil, ruin, que merece castigo.

Después de mucho análisis y dejando todos los cuentos de hadas a un lado —las frases espirituales, el destino y todas esas cosas que hacen a la religión «mágica»—, yo pienso que el mundo que nos rodea fue creado tras un golpe de suerte en el universo, un evento dio lugar a otro y por eso estamos aquí. Me parece más lógico, a que un ser celestial agitando su dedo a su voluntad y gusto haya creado todo lo que tenemos de cero.

Y, ¿por qué demonios somos «hechos» a su imagen?

Digo, ¿tiene Él un estómago, un riñón, pulmones, un corazón? ¿Hay oxígeno en donde él vive? Porque es completamente estúpido que tenga pulmones si no existe oxígeno allí o que tenga una nariz si no necesita respirar. Tener un sistema circulatorio es más estúpido todavía si no lo hace, porque la sangre es la conductora del oxígeno por el cuerpo y sin él no podríamos vivir. ¿Acaso Dios crea su propio oxígeno a donde sea que vaya y es por eso que sabía que nosotros necesitaríamos todos estos órganos para sobrevivir y así crearnos en su imagen? Porque esta misma discusión puede expandirse al hígado, a las entrañas, a la misma piel, a la grasa, al sistema reproductivo, a todo. ¿Somos puras imágenes de Dios?

Sí, ya lo sé no es una frase que debe ser tomada textualmente y ese es el punto, por qué algunas cosas sí y otras no. La religión escoge pasajes a su conveniencia como mecanismo de manipulación. Ese es mi parecer. Para mí está comprobado que somos una consecuencia evolutiva a través del tiempo, cada parte de nuestro cuerpo puede ser explicada de esta forma. Y su verdadera existencia, tan solo aparece en la historia desde el momento en que el ser humano lo coloca en relatos como parte de su lenguaje cotidiano.

Yo me niego a que se dicten mis opciones y se me obligue a elegir; a que no pueda ser yo quien controle mi propio destino; a hacer «mi» camino o a creer en la condenación de mi alma si hago algo que hace miles de años se designó como incorrecto; a adjudicarle mis logros, aquellos que obtuve con mi sacrificio, con mi esfuerzo.

Jamás le rendiría cuentas a un ser que jugó conmigo como si mi vida fuese una partida de ajedrez y yo nada más un peón «sacrificable» porque él es rey supremo e infalible.

Sí, tengo conflictos con la religión, lo sé, y la discusión que tuve con esa mujer no fue nada agradable.

—Mira a mi hija, ella está haciendo lo correcto, no se convertirá en una asesina como tú.

Me quedé callada, la pobre señora no tenía idea que apenas iba por un examen para confirmar mi estado.

—¡Dios odia a los asesinos, jamás entrarás en su reino! Irás al infierno y sufrirás la vida eterna por tus pecados, ojalá mueras en esa mesa de operaciones.

Por favor, ¿hablaba en serio? Supongamos que creo en Dios y en las amenazas que acababa de escuchar, ¿qué diablos pensaba esta mujer al gritarme toda su mierda?, ¿que Dios la aplaude por desearle la muerte a otra persona y emitir un juicio en su nombre? ¿No sabe que, en su religión, usar el nombre de Dios en vano es pecado?

La gente y su hipocresía. Le contesté algunas cosas muy puntuales y un guardia de seguridad se acercó para sacarla del establecimiento junto con su pobre hija que tenía cara de no saber dónde meterse de la vergüenza. Debería ser un acto criminal usar a los hijos como una pancarta pro vida.

—Espero que no te hayan afectado mucho sus palabras —me dijo la enfermera mientras sacaba una muestra de mi sangre—. Con toda la gente que viene, es muy difícil descubrir quienes tienen agendas ocultas.

—No hay problema —le respondí—. No creo en Dios, no me afecta en lo absoluto.

La mujer me observó con un toque de tristeza y pena. Supongo que, incluso en esta profesión —específicamente en el área de abortos y demás—, aún te está permitido creer en Él. ¿Quién soy yo para criticar por qué la gente lo hace? No tengo más o menos derecho que esa mujer.

En todo caso, pasó, era de esperarse. Me metí en la boca del lobo. Mis respetos a la gente que trabaja en las clínicas de planeación familiar.

En dos días tendré mi resultado, hasta entonces, trataré de no pensar en cual es el siguiente paso. Aunque sé que, madre, no quiero ser.

La complejidad en el pensamiento de Lena es extremo para mí. Entiendo lo que dice, su lógica, su enojo, pero no puedo aceptarlo como verdad.

Yo creo. No necesariamente en un Dios con nombre o una religión en particular, no soy practicante de ninguna. Mis padres son católicos, mas yo nunca recibí una educación bíblica. Sin embargo, creo en algo.

Cuando era pequeña solía rezar a Dios por mi padre, para que viniera a verme, o por mamá para que estuviera a salvo. Me asustaba la idea de quedarme sola.

Solía pedirle cosas en silencio, aún lo hago. La última vez que hubo un terremoto recé, estaba con mi hermano a cargo y entré en pánico. Recé cuando me enteré del tsunami en Japón, también lo hice cuando vi a millones de personas sin hogar en muchas tragedias. Yo no soy tan cruel como yo parezco. Tal vez es porque me aterra encontrarme en esas situaciones y espero, con todas mis fuerzas, que nunca ese tipo de desgracias me toque. Quizá me gusta pensar que hay alguien cuidando de nosotros, de mí.

Realmente no lo sé. No me importa la Biblia, o las Vírgenes y Santos; no me interesan las reglas establecidas. Yo sé qué está bien y qué está mal. No voy a cometer un asesinato, aunque disfrute verlos en las películas; sé diferenciar la realidad de la ficción. Pero supongo que yo, simplemente, no creo en esas grandes coincidencias que Lena menciona. Algo nos debe de haber puesto precisamente aquí y no fue sólo una casualidad del universo.

De las dos, la cínica soy yo, la de pensamientos oscuros, la negativa, pero yo soy la que cree. La gente podría pensar que yo debería ser la que razone como Lena, pero no.

Podemos mirar a una persona y asumir quienes son, mas nunca saber lo que realmente sienten. Supongo que es parte de lo que nos hace humanos, todos somos diferentes.

Me pregunto ¿por qué demonios Lena se hizo el tatuaje de una cruz en sus costillas? Ella ya me dijo que no creía en Dios, pero ¿una cruz? ¿No es que el icono exacto de la cristiandad?

Una pequeña pieza mas del rompecabezas que es Lena Katina.

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