Capítulo 61: Una esperanza!!

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Entrada número uno.

17 de julio, 2016

—Bienvenida a Berlin —me dijo Erich al aterrizar en su país de origen, hace casi cuatro meses—, vas a amar este lugar.

Sí claro, mi pasatiempo favorito es pasar encerrada en un cuarto de nueve metros cuadrados con una ventana llena de barrotes. Seamos realistas, soy su prisionera, no una turista que puede salir libremente a la calle y disfrutar de la maravilla de esta ciudad.

Por otro lado, extrañaba escribir.

Me tomó un segundo acostumbrarme al peso del cuaderno sobre mi pierna. Miré sus páginas a rayas —vacías de contenido—, y nada venía a mi mente. Al tomar la pluma en mi mano, sentí miedo de haber olvidado cómo hacerlo.

¿Debería escribir un resumen de este tiempo para no olvidarlo? Más importante, ¿es seguro?, o vendrá Erich a robárselo y leer todo lo que pienso de él.

Si es así...

Hola Erich, maldito bastardo. Mi más preciado sueño es verte morir y ser libre. Nos veremos en el infierno.

No, no me importa si lo lee. Ya nada tiene relevancia. Ya no me importa si me tortura, ya no me importa si me mata de hambre, que me haga presenciar sus perversidades se va haciendo cada vez más cotidiano, así que, si llego a morir, tampoco me importaría; hasta sería un alivio. He perdido toda esperanza de que papá haya podido mantener mi rastro por todos los países que pasamos antes de viajar aquí.

Este cuaderno fue un regalo de Klaus. La pluma es linda, es un estilógrafo metálico de tinta azul, luce caro. Me lo acaba de entregar hace unos minutos con una caja de recargas. Por supuesto, a escondidas de su hermano, pero yo no tengo privacidad en este lugar, no será un secreto por mucho tiempo. Lo agradezco, me refiero al regalo. Odio su procedencia, Klaus y yo no somos íntimos amigos o hablamos con frecuencia, pero en lo poco que puede hacer, trata de comprar mi atención y afecto, y esta vez atinó perfectamente con mi gusto. Bueno, ha puesto atención a los cientos de veces que le he pedido Erich que me deje tener algo para distraerme, un libro, una radio, algo con qué pretender que no soy su presa, un medio para expresarme; siempre con una rotunda negativa.

Sé que Klaus no tiene las mejores intenciones, no caeré en su juego. Tan solo quiere tenerme de su lado para que lo ayude a eliminar a su más cercana y peligrosa competencia y así quedarse con el pseudo imperio que Erich se está armando. Maldito hipócrita, su discurso de venganza por la muerte de su prometida y mi madre es una sarta de mentiras, lo que él quiere es poder.

¿Qué tipo de gente cría a hijos así?

Pues mis abuelos.

Otra actualización de este tiempo es que los conocí a unas semanas de llegar. Klaus me llevó de visita a su casa para cenar. Mi progenitor no fue, cómo ya es costumbre, decidió darse una vuelta por el burdel. Mejor para mí, no tuve que pretender que aguanto su humor o sus comentarios fuera de lugar.

Mi abuelo es como él, frío y duro. No le hace falta mencionar una palabra, lo dice todo con sus ojos. Es apático y se nota que también es intransigente. Me miraba con desprecio y con una extraña curiosidad, pero no me preguntó nada, lo cual mitigó la tensión.

Mi abuela, al contrario, es cordial y preocupada por ser una buena anfitriona. Cocina bien, más lo dulce que lo salado. Me dio doble postre, lo que molestó a mi abuelo, pero qué importa, a ella le dio gusto hacerlo. No ocultó su felicidad por tener una nieta.

Ninguno parecía compartir mucho con el otro, ni una mirada se cruzaron en toda la noche. Luego nos fuimos y mientras ella me abrazó fuerte en la puerta de su casa, él se marchó dando la vuelta.

Ya qué, tampoco esperaba tener un grato encuentro familiar...


Interrumpo mi escritura al escuchar dos golpes suaves en la puerta, no es Erich. Él entraría sin preguntar.

—¿Sí?

—Señorita Lenka, su padre quiere que baje.

—Gracias, ya voy —le contesto a la mucama, cocinera, lavandera y única persona que trabaja en esta casa. A veces bajo a la cocina solo para conversar con ella, digo, lo poco que podemos entendernos. Helga habla poco español y apenas está enseñándome algo de alemán.

Dejo el cuaderno bien guardado debajo del colchón. Tampoco voy a provocar otra pelea y realmente no quiero quedarme sin mi única forma de escapar de este lugar, aunque sea mentalmente.

Espero un minuto para encontrar mi paz interior y bajo las escaleras circulares que dan al pasillo principal de la casa, topándome con una chica rubia esperándome al pie.

—¿Lenka? —me pregunta al verme. Yo me detengo a tres escalones de llegar a la planta baja sin responderle.

—Millie —me dice.

No sé si ese es su nombre o todavía está tratando de adivinar el mío.

—Me llamo Lena —la corrijo, ella sonríe con un corto bufo.

—Lo sé —me dice estirándome la mano.

¿Qué?

¿Espera que la tome? ¿Está loca o qué? No la conozco.

—Vamos, no muerdo...

—Lenka, ven aquí hija —me llama Erich, quitándome atención de la rubia. Se acerca por el otro extremo con un hombre medianamente gordo de cabello gris—. Esta es la persona de la que te hablaba, el señor Müller, ¿recuerdas?

No...

Espera... ¿Müller?

Sí.

Días después de arribar y acomodarnos en esta casa, Erich me llamó a su despacho y me informó que permaneceríamos en Berlin por un tiempo, que no era hora aun de eliminar a su hermano. Mi cara debió haberle transmitido mi queja, porque inmediatamente me explicó que tiene un objetivo más importante y que si lo consigue, ni siquiera tendré que mancharme las manos de sangre. Sin decir más, me envió nuevamente a mi alcoba y se olvidó de mí por un par de días. Literalmente, se olvidó. Me cerró la puerta con seguro y no apareció en lo absoluto. Suerte la mía que la habitación tiene cuarto de baño, al menos no morí deshidratada.

Müller, es el objetivo de Erich. En otra de nuestras fascinantes y esporádicas charlas me comentó que quería que conociera a alguien muy importante, el dueño del negocio local de drogas más grande de Alemania. Él lo convertirá en el hombre más rico del país. ¿Exactamente qué quiere con él? No lo sé, pero sí, recuerdo ese nombre. Lo miro sin mencionar que es un gusto conocerlo, porque no lo es. Hago una pequeña venia y él me sonríe. Parece un buen tipo... un buen tipo que vende drogas y arruina vidas.

—Ella es mi hija, Millicent.

—Millie —lo corrige la chica, haciéndose la simpática.

—¿Por qué no van a conversar un poco al jardín o podrían ir por un café en la ciudad...?

—Al jardín está bien. —Erich interrumpe al hombre con firmeza—. No hace falta que vayan muy lejos —concluye, asintiendo a uno de sus hombres para que nos acompañe.

Ella me ofrece su mano de nuevo y esta vez no puedo negarme, tengo los ojos de nuestros progenitores clavados en mi respuesta. Aprieto mis labios y bajo los escalones que quedan, tomando apenas de sus dedos por un instante.

Antes de seguir hasta la sala, Erich me da una mirada de advertencia, más me vale callar.

Mi pecho se emociona al ver la puerta de entrada aunque no signifique que iré de vuelta a mi país. He vivido tanto tiempo encerrada que hasta siento nervios de salir.

—¿Millie Müller? —le pregunto recibiendo la luz del sol por primera vez en semanas, se siente deliciosa—. Tus papás te odian, ¿no? —me burlo.

—Me gusta mi nombre —me responde en un perfecto español, realmente perfecto—. Alenka Schwarz es uno lindo también.

—Lena, no Alenka —la vuelvo a corregir. Me rehuso a aceptar esa como mi identidad, esa persona murió junto con su madre hace muchos años.

—Es un gusto conocerte, Lena. Me han «hablado» mucho de ti —puntualiza.

—¿Ah, sí? ¿Puedo saber qué?

—Que eres una chica agradable, amante del arte y la buena música.

—¿Eso es todo?

Gran cosa no sabe de mí.

—No, además qué eres inteligente, aunque un poco despistada.

—Ja.

—¿Crees que no lo eres?

Callo un momento, ¿cuán inteligente sería contradecirla?

—Quizá —le respondo sin más, ella amplía su sonrisa achicando sus ojos con algo de bochorno.

Su actitud hacia mí me descoloca. Siento una familiaridad extraña con ella y una incomodidad, como si estuviese tratando de conquistarme.

—Sentémonos —me dice sentándose sobre la yerba del jardín y se cruza de piernas, apoyándose hacia atrás con sus brazos estirados.—. Me encanta tomar el sol —menciona. Cierra sus ojos y
respira profundamente, dejando salir el aire por su nariz con lentitud—. ¿No crees que es lo más relajante que existe?

La imito bajando hasta su posición y estiro mis piernas sobre el pasto, hago mis brazos hacia atrás y dejo caer mi cabeza sobre mis hombros.

Sí, es agradable, es lo más reconfortante que he sentido últimamente. Es suave, cálido, encendido en un color naranja por detrás de mis párpados. El aire está limpio y fresco. Lleno de él mis pulmones varias veces, dejándome ocupar de esa paz.

No calculo el tiempo que me mantengo fija en esa posición, pero es bastante hasta que recuerdo que no estoy sola y abro mis ojos de inmediato enderezándome al verla sonreír nuevamente mientras me admira.

—También me dijeron que eras hermosa —menciona divertida—. No se equivocaron.

Me quedo callada, sin darle un gracias al halago ni preguntarle quién fue el que me puso en ese altar.

—Nos veremos seguido a partir de hoy.

—No lo creo, a Erich no le gusta que... haga nada en realidad.

—Eso es porque apenas hoy se tomarán decisiones importantes acerca de nosotras —me dice con total naturalidad. Yo no llego a comprender el significado de sus palabras. ¿Cuáles son estas decisiones?

—Vaya, no sabía que tenía cinco años para que escojan por mí una compañera de juego.

—¿Creías que tenías poder de decisión en «este mundo»? —puntualiza—. Agradece que soy yo con quien tendrás que lidiar. Hay gente que no quisieras tener cerca, créeme.

No se equivoca. Me he fijado cómo me miran los hombres de Erich. Soy la única mujer aquí aparte de Helga que ya es una mujer madura. Estoy convencida de que si no fuese su hija y él no cerrara mi puerta con seguro todas las noches, algo sucedería cada una de ellas.

—¿Qué se supone que se decidirá sobre nosotras? —le pregunto directamente. Solo una cosa cruza mi mente.

—Te aseguro que te agradará. No te preocupes, comenzarás a dejar esta casa con frecuencia.

Sin percatarme de su presencia, el guardia junto a nosotras me levanta de un jalón por el brazo.

—El jefe quiere que regresen.

Su apretón es fuerte y me lastima mientras me empuja unos pasos.

—¡Au, duele!

Otro apretón me lastima aún más.

—¡Hey! —lo llama Millie, el tipo se detiene únicamente al recibir su mirada de reproche y me suelta.

—Wir gehen —le dice con dureza. El tipo asiente y se adelanta, dirigiéndose a la casa—. ¿Estás bien?

—Sí, adolorida, pero bien.

—Nunca dejes que te traten así. Eres la hija de su jefe, la que manda eres tú —me aconseja mientras comenzamos a caminar con lentitud. Presiento que ella está consciente de que al entrar, no volveré a ver el sol en algún tiempo y no me apura—. No te preocupes por el encierro, es temporal. No permitiré que te conviertan en una estatua más de este lugar.

Su amabilidad y preocupación me dan un poco de calma, pero la incertidumbre de no saber qué sucede la elimina por completo.

—Veo que se hicieron amigas —nos dice el papá de Millie al encontrarnos en la puerta.

—Lenka es todo lo que mencionaste Erich, tienes un sueño de hija.

Mi progenitor sonríe con gusto, no por el halago que acaba de darme la rubia, tiene esa cara de satisfacción de que las cosas están saliendo tal y cómo las planeó.

Debo tener cuidado. Comienzo a sospechar que la intención de traerme aquí nunca fue terminar con la vida de su hermano. Lo compruebo al ver a ambos hombres darse un fuerte abrazo y estrechar sus manos como si estuviesen cerrando un trato importante y escucho:

—Es un gusto finalmente concluir nuestro acuerdo.

Palabra clave «finalmente».

Llevó aquí cuatro meses, mas apenas llegamos se me advirtió del cambio de planes. No es casualidad, no es algo reciente.

Finalmente siento que soy una pieza clave en este juego de ajedrez que Erich se ha encargado de construir. Debo tener mucho cuidado.

*************

—¿Y la hiciste salir a la calle puesta su pijama de unicornio?

—Yo gané la apuesta. Era mi derecho.

—Eres cruel —le digo a Ade imaginando la escena. Pobre Rachel.

—Es lindo.

—¿Qué, burlarte de tu novia?

—No —me responde—, verte sonreír de nuevo... es lindo.

Inmediatamente y sin voluntad se me quita.

—Lo siento, lo arruiné. —Se lamenta.

—No, no fuiste tú. No tengo mucho por qué sonreír eso es todo.

Han pasado cuatro meses desde que desapareció, cinco desde que salió del departamento por su propia voluntad y la secuestraron. Ya, la esperanza de volverla a ver, no la tengo.

—¿No han sabido nada nuevo?

—No, hace semanas que no hablo con sus padres y lo último que mi amigo Ruslán me contó es que Sergey sigue igual de desesperado buscándola por todo el país.

—Todavía no puedo creer que les perdieran el rastro en Ekaterimburgo. Para mí que cruzaron la frontera a Ucrania.

—Yo pienso igual e imagino que sus padres también, pero no hay pruebas. Si salieron no lo hicieron cruzando normalmente los puntos de seguridad de la carretera o el aeropuerto. Sergey fiscalizó todos los videos de seguridad, cada uno de ellos. Lena salió escondida o sigue en el país... Quizá enterrada en algún lugar.

—No digas eso, Yulia. Está viva. Tú misma lo dijiste cientos de veces. No sientes que haya muerto, está bien y va a volver, ya lo verás.

Sí, eso era lo que me repetía constantemente, imaginando que tengo un lazo tan fuerte con ella, que puedo sentir su presencia en este mundo. Sin embargo no es así. Fuimos novias por tan poco, estuvimos juntas contados días, nos conocemos a fondo desde hace escasos meses, no es cómo si tuviésemos...

—Hey, ¿estás bien? —me pregunta Ade. Mi concentración se fija en una pequeña sombra en la mesa—. ¿Yulia?

Vuelvo mis ojos hacia la ventana y veo las ramas de la planta que la crean junto con la luz. Es una cruz perfecta.

"Es Lena, está viva, ¿ven?"

"Deja de desvariar, es una coincidencia".

"¿Por qué eres tan negativa? ¡Es Lena! No podemos perder la esperanza".

"Yo soy de la idea de que mejor nos vamos olvidando de ella o nos volveremos locas".

—¿Yulia?

—¿Hmm?

—¿Estás bien?

—Sí —digo sacudiendo mi cabeza y regreso mi atención a mi amiga.

—Necesitas distraerte, salir de esta casa.

—Lo que necesito es estudiar.

—¡Blaj! La última semana de escuela. La recuerdo como si hubiese sido ayer, es horrible. Bueno, ahora tengo una de esas al final de cada semestre —me comenta—. Lo que me recuerda, yo también tengo que estudiar.

Se levanta recogiendo su taza de café y la mía para dejarlas en el lavaplatos. Yo hago lo mismo para acompañarla a la puerta de calle.

—Después de esta semana planearemos algo para que te diviertas, un paseo a la bahía o ir a visitar a tu hermana como la otra vez.

—Puede ser.

—Anímate, Yulia. La esperanza es lo último que se pierde.

Ade me da un abrazo y sale de la casa preocupada por mi decaído humor. Mamá es igual, cada vez que me deja sola se llena de miedo de que vuelva a caer en el ciclo que me envolvió cuando Ruslán me llamó a contarme lo sucedido, y que me convierta en una misma con la cama. Mi peor momento fueron esos días en los cuales liberaron a los hermanos de Lena y ella se esfumó. Yo terminaba de desayunar con Ade e íbamos camino a la escuela cuando mi teléfono comenzó a sonar con la canción de los Teletubbies.

—Yulia, algo está por suceder.

—Ruslán, cálmate. ¿Tienen noticias de Lena?

—No solo noticias. Sucede que el agente que estaba cuidándola no se ha reportado en más de veinticuatro horas, no ha cumplido ninguno de los protocolos y Sergey se está alistando para viajar a Akmola en unos minutos.

—¡¿Lena está en Akmola?! —le pregunté con sorpresa. La vieja rica me cruzó por la cabeza e inmediatamente tracé líneas entre los puntos que tenía en frente. Erich, Lena, Akmola, la vieja, todo estaba conectado.

—Los tres, Lena, Katya e Iván —me confirmó—. Según escuché la próxima semana la dueña de casa iba a viajar y los tipos que los tienen aprovecharían su ausencia para entrar en la casa y robarla, pero ya nadie sabe nada. Sergey viajará porque creen que si descubrieron la identidad del policía encubierto, cambiarán con apuro de planes. Así que intentarán rescatarlos.

No podía creer que Ade y yo habíamos estado tan cerca de encontrarla si nos reuníamos con la vieja como lo teníamos pensado.

Al día siguiente recibí otra llamada de mi amigo, esta completamente devastadora.

—Yulia...

—Ruslán, ¿tienen noticias? ¿Rescataron a Lena?

—Yulia... —repitió sin encontrar las palabras para terminar de hablar.

—¡Suelta la lengua, renacuajo!

—Katya e Iván acaban de llegar con Sergey a casa, pero Lena...

—¡¿Qué diablos pasó?!

—No lo sé. Todos están llorando, diciendo que se la llevaron después del atraco y les perdieron el rastro en medio desierto.

No podía creer la mala suerte que tenía mi novia y por qué todo tenía que sufrirlo ella. Debieron llevarse a Katya, a ella nadie la extrañaría.

—Sergey acaba de salir como loco hacia la estación de policía para pedir que lo incluyan en la búsqueda y exigir que se vigilen las fronteras.

Unos días después me enteré que habían reconocido a Lena en un video de seguridad de un banco en Rostov. Su padre movilizó al departamento local entero buscándola en cada metro de la ciudad, pero nada de eso sirvió. Se esfumaron. Desde entonces no hay ni una sola pista.

Llego a mi cama y me lanzo en ella. Quiero desaparecer.

No tengo ganas de abrir un solo libro para estudiar o la energía necesaria para pensar en historia o física. Si todavía viviese sola estaría envuelta en una nube de humo de la tercera caja de cigarrillos que me estaría fumando. Vivir en la casa de mamá anula mi poder de autodestrucción.

Levanto mi cabeza y estiro mi mano por debajo de la almohada, sacando el diario de Lena. Ese que Nadia me entregó en su auto aquella mañana que me dio un aventón a la escuela. Lo abro pasando mis dedos por sus letras, es la única forma que tengo de sentirla conmigo.

«Si alguien está leyendo esto, por favor, pido respetar las notas antes de cada entrada», lee el párrafo que escribió en la primera hoja. Evidentemente ese alguien era yo.

Busco el separador que tengo colocado en mi entrada favorita y la abro.

No leas esta. Lo digo en serio.

¡Yulia!

Esta es privada...

Ya, está bien, léela si quieres.

Su discusión con mi futuro yo, escrita esporádicamente con bolígrafo de color rojo sobre el inicio de la página, me causa la misma gracia siempre que lo leo.

*

Entrada número cincuenta y dos.

28 de enero, 2016

Te extraño, hoy más que otros días. Es un mes exacto de nuestra pelea y me duele tanto no lograr reconectarme contigo. Hace una semana que llegué a Moscú y casi no cruzamos palabra, interactuamos muy poco y tu enojo se desborda en cada gesto.

¿Sabes que te miro por las noches? No todas, a veces siento que la que me mira eres tú.

Me pregunto si me deseas como yo a ti. Si piensas en levantarte, dar unos pasos hacia mi cama y abrazarme como me muero por hacer, o si piensas en besarme, en tocarme, en arreglar las cosas.

Insisto, te extraño.

La primera cosa de la que me enamoré fueron tus labios; suaves, dulces, apasionados. Lo cambiaron todo para mí, necesitaba darles mi atención y yo ansiaba los sentimientos que me invadían al tocarlos con los míos.

Tu sencilla sonrisa me conquistó inmediatamente después, tu olor que gritaba felicidad y sensualidad.

Tu pasión fue la tercera, esa incontrolable necesidad, casi irracional, que tenías de tocarme para mostrarme que me deseabas. Aunque tu miedo por ir más allá te detenía.

Aun recuerdo nuestra primera vez, entregarme a ti y a tus deseos. Dejarme guiar en cada paso, con cada caricia, con cada palabra.

Pensé que había sentido pasión antes, sin embargo, me di cuenta que había estado muy equivocada. Ninguno de mis anteriores amantes me encendía como tú, nadie pudo hacerme sentir tan completa.

Fui tan feliz esos días, hasta el punto de olvidar todo el dolor de mi historia, de pensar y soñar con una vida a tu lado, simple y compleja a la vez, llena de aventuras y momentos aburridos que igual disfrutaríamos.

¿Te sentiste tú así?

Te veo hoy mismo, sentada en el sofá de la sala evitándome, ignorándome y pienso que lo mejor sería salir por esa puerta y dejarte ser.

Mi novia me odia, está forzada a compartir tiempo conmigo y... no es justo que yo esté aquí.

Te extraño. Siento tanto haberte mentido sobre haberme acostado con Leo y Marina, nunca sucedió. Lamento haberte echado a empujones de mi casa y entiendo que ya no quieras nada conmigo.

Ade es linda y tú te mereces a alguien así.


Ahí termina, así, con tristeza, pero aun sigue siendo mi entrada favorita. Ella y yo nos sentíamos igual. Yo iba a la sala para darle su espacio, pensando que ella no quería pasar tiempo conmigo. Fuimos un par de idiotas.

Unos días después Lena se decidió a hablar con Ade y se convenció de que nada sucedía entre nosotras. Luego vino San Valentín y pues...

La extraño. Ya son cinco meses desde que salió por la puerta de mi departamento, dejándome profundamente dormida y sin saber si la volveré a ver.

Dejo el cuaderno sobre la cama mientras busco por mi teléfono que suena con aviso de mensaje.

«Tengo los pasajes listos. Viajaremos a San Petersburgo después de tu graduación», me cuenta Ade.

«Gracias por consultarme», le respondo.

«No empieces con las quejas. Hablé con tus padres y ya tienes permiso. Volaremos a San Petersburgo en una semana».

No me entusiasma este viaje, siendo sincera preferiría convertirme en una cobija más de mi cama y así pasar todo el verano.

«Y ponte a estudiar que si no te gradúas no iremos ni a la esquina».

Miro hacia los libros sobre mi escritorio y giro hacia donde dejé el diario. Creo que el estudio puede esperar.

***********

—Tengo novia —le repito a Millie, esto le causa gracia y sonríe entregándome una flor que acaba de cortar de su jardín.

—Lo sé, Lenka. —Actúa coqueta y abochornada, dando unos saltos en frente de mí. No me entendió.

—No me llamo Lenka y me refiero a una novia real, a una que yo elegí y que debe estarme esperando en mi país.

—También lo sé —me responde igual de simpática.

Creo que prefería pasar los días encerada en mi alcoba que aquí afuera a la luz del día con una chica que no me interesa, cortejándome.

—Mira, no voy a entrar en el juego que nuestros padres quieren —le aclaro de mala manera. Ella se detiene frente a mí y hace un gesto indicándome que me escucha—. Ya le dije a Erich que ni sueñe en venderme de esposa, no tengo interés de quedarme en este lugar.

Le toma unos segundos procesar mis palabras.

—Cariño —me dice con dulzura y entre risas—, tienes que aprender a relajarte. El estrés no le hace nada bien a tu complexión.

—¡Aj, no veo la hora de largarme!

Millie nota mis ganas de regresar corriendo a la casa para mandar a todos al diablo y me toma de la mano, obligándome a mirarla con atención. Sus ojos recorren mi rostro entero, me sonríe y se acerca a mí, colgándose de mi cuello y acercando su boca a mi oído.

—Pensé que eras mejor actriz, Lena —me susurra—. Si quieres salir de aquí tendrás que jugar. Y créeme, si eliges hacerlo con Erich y Klaus, nunca te marcharas de este pueblo —me advierte—.
Ahora sonríe y no rechaces mi beso.

Al soltarse se aproxima a mi rostro tiernamente y deposita sus labios suavemente en mi mejilla. Con gusto vuelve a sonreír mientras me toma de la mano y me guía unos metros más adelante.

Regreso a ver al guardia que nos vigila, se acomoda sin discreción el pantalón y sigue caminando. De seguro ya nos imaginó desnudas tirando sobre la hierba.

Millie nos dirige a un área donde pega el sol y se sienta invitándome a acompañarla con un discreto guiño de ojo. Qué más puedo hacer que seguirla. Mi vida ya no es mía. Levantando su mano llama al bodoque y le recita unas palabras en alemán. Si entendí bien acaba de pedirle unos vasos de limonada y al ver que el tipo no se movía le exigió que lo hiciera ahora con un tono más duro en su voz.

Él gruñe, pero se marcha sin chistar. Es a lo que se refería la otra vez. Ella es la hija del jefe, por ende la jefe. Quien manda es ella. Ojalá fuese así en mi caso.

—Lena escúchame bien —me dice cuando el hombre está lo suficientemente lejos para no escucharnos—. Esta no es la forma de salir de tu aprieto. Debes ser más inteligente.

—Oh, ya veo. ¿Te preocupa la seguridad de tu futura mujer?

—Soy heterosexual, querida. Tu cocoya me importa tanto como el dinero que tu padre le ofreció al mío para comprometernos.

—Erich no es mi padre.

—Sí, sigue negándote a todo y haciéndote la dura. La verdad es que, si sigues así, ni siquiera si Sergey arma una guerra te sacará de aquí.

—¿Qué sabes tú de mi padre o de mi familia?

—¿Quieres perder el poco tiempo que tenemos en que te de certificados de que sé quién eres? —me pregunta con molestia, su dulzura desapareció—. Pon atención —me dice sin dejarme contestarle—, mi padre y yo no tenemos interés alguno de unirnos con tu familia biológica. Lo que significa que este «acercamiento» entre tú y yo, es completamente arreglado para sacarlos del juego. ¿Entiendes?

—¿Quieren eliminarnos?

—No a ti. Sabemos que eres una presa de las circunstancias y, por lo que averiguamos, tu familia te quiere de regreso. A ellos, los carteles de drogas, no les interesa como negocio y, a menos que Erich te haga convencido de la glamorosa vida que tendrías siendo su heredera, creemos que a ti tampoco te preocupa convertirte en la dueña de nuestro negocio.

—No, lo único que quiero es regresar a Rusia y olvidarme de esta pesadilla.

—Perfecto, entonces juega a ser mi novia, a decirle a Erich lo que necesite para que crea que su plan está funcionando y apenas pueda, yo misma te sacaré de aquí.

Mi cerebro está por estallar como el de una estrellita pop que tiene que aprenderse veinte rutinas diferentes de baile y las letras de esas canciones a la vez.

¿Por qué todos tienen que planear algo conmigo? ¿No pueden hacer sus vidas solos? ¿Tan importante es una chica de diecinueve años a la cual nadie le festejó su último cumpleaños?

—Hier ist Ihre limonade —nos dice el grandulón acercándonos dos vasos y se relame los labios con envidia mientras se asa en esa camiseta negra de mangas largas que mi padre le obliga a usar.

—Sie können für einen drink gehen, wenn sie wollen, Lenka und ich sind in ordnung —le dice Millie. Él se rehusa a aceptar la oportunidad de ir a beber algo. Imagino que mi progenitor ya le dio una mirada de odio al verlo en la casa en lugar de a cinco centímetros de mi trasero.

—Quiero invitarte a salir —me dice Millie volviendo a poner su show. Ella es mejor actriz que yo—. Me gustaría, invitarte al cine..., a cenar. No sé, ¿qué dices?

—Estamos a como dos horas de la ciudad.

—Sí, y esa sería la aventura. ¿No quieres conocer Berlín?

—Erich no me lo permitirá —le digo todavía sin negarme—. Con dificultad aceptó traerme aquí hoy.

—Pero lo hizo —me recuerda—. Le diremos que tu futura esposa quiere conquistarte y que le haría muuuy feliz llevarte a pasear.

—Y a mí concedérselo —escucho al susodicho detrás de mí.

Millie me sonríe mordiéndose el labio fingiendo emoción.

—¿Ves? Tu papá diría que sí, te lo dije.

—¿Y tendré que ir con veinte de tus gorilas? —le pregunto lo evidente a ver con qué me sale. Sin dudar, este tipo querrá que Millie y yo consumamos nuestra unión con veinte personas presentes, como hacían en los viejos tiempos con los reyes.

—¿Que tal conmigo? —nos dice él con un gusto que no se le quita de la cara.

¡Mier-da, que me parta un rayo justo ahora!

—Haremos de la velada algo... inolvidable —menciona Erich con malicia y perversión.

Esta situación se vuelve cada vez más inmanejable. Tengo a dos hermanos por matar y una boda que planear, ge-nial.

************

¿No es gracioso cuando estás completamente jodido en tu vida, pero todo parece hermoso? Los alrededores son campos verdes llenos de flores y árboles frutales por donde abundan los pájaros de colores; el clima es cálido y agradable, nada demasiado abrumador; tengo la compañía de una hermosa rubia y su sedosa piel tocándote mientras sostiene mi mano; y, lo más importante, mi supuesto padre está tan lejos que puedo saborear mi libertad.

Sí, todo parece perfecto. Sin embargo, no quiero estar admirando este paisaje en particular, preferiría incluso el frío de invierno y la nieve en lugar de esta mañana soleada; la rubia sería el cielo si se tratara de una chica de cabello negro con sus ojos azules mirando los míos; y, para que mentir, amaría tener a mis padres cerca. Así que, esto, es el infierno.

—Anímate, tengo una buena noticia. Buenísima, de hecho —me dice Millie, intentando animarme, trabajo que tiene que hacer cada vez que me ve—. ¡Tu papá está convencido de que nos gustamos, se lo mencionó a papá ayer y, gracias a eso, estoy por conseguir algo muy especial! —termina de contarme con emoción.

Erich es el tipo más estúpido de la tierra en lo que se refiere a relaciones. Tan solo le tomó vernos comernos a besos a Millie y a mí en la sala del cine cuando viajamos a Berlín, para shipearnos peor que fan obsesionada.

«Actuación, estoy actuando», tenía que recordar cada vez que mi lengua se atrevía a tocar la suya, «no estoy engañando a mi novia. Esto es necesario».

Era importante que mi progenitor lo creyera, aunque todo apuntara a que yo quería consolar mi soledad en brazos ajenos y quizá, en un pequeño porcentaje, fue así.

Los días anteriores al viaje, Erich comenzó a dudar de mí, a amenazarme y a los míos si no lo ayudaba a completar su conquista sobre la familia Müller, la pesadilla de proteger al mundo no se acabaría nunca. No tuve otra opción que resignarme a no contradecirlo, a mostrar más interés en el dinero, a ser fría y comportarme como él. Era la única forma de calmarlo.

—La rubia es buen tire —le mencioné casualmente al regresar a su habitación la mañana siguiente. Nada sucedió entre Millie y yo, pero pusimos un divertidísimo y escandaloso teatro para que él nos escuchara desde la habitación contigua del hotel en el que nos quedamos.

—Así oí, tú no te quedas atrás —comentó con alegría, provocándome arcadas. ¿Qué padre disfruta de escuchar a su hija tener sexo?

—Ya sabes, no es Yulia, pero estuvo aceptable, me relajé.

—Tampoco es la otra rubia, por lo que recuerdo —dijo jodiendo cada pedacito de mi paciencia, con toda la intensión de partirme en mil pedazos. Su forma preferida de manipularme.

—¡Ja! —me burlé sin caer en su provocación—. ¿En serio crees que Marina disfrutó un minuto contigo? Perdón, pero la que se lleva la medalla de diamante en esa categoría soy yo, semental.
Seguro tu diminuto pene no le hizo ni cosquillas —le respondí con odio. Mi resentimiento hacia él no tenía por qué desaparecer. Es más, era parte importante de mi actuación, aunque tampoco disfruté hacer esos comentarios a un hombre con el que estaba biológicamente relacionada.

—Olvidemos a la perra de tu ex —dijo levantándose de la cama—. Eres buena y eso es lo que cuenta. La dejaste enamorada, hija. Estoy muy orgulloso.

Enamorada, claro. Porque eso es lo que el amor es para este tipo, sexo, competencia, interés; si es económico aun más.

—Ella no a mí. Y mientras más rápido consigas lo que quieres, mejor. Ya estoy harta de este juego.

—Falta muy poco, Lenka. Vas a ver lo ricos y poderosos que vamos a ser.

Entonces se acercó a mí y me envolvió en un asqueroso abrazo. Su olor es detestable y repugnante, su físico... Aj, lo odio profundamente.
—¿Cuál es la buena noticia? —le pregunto a mi novia de mentira, mientras regreso de mis recuerdos y vigilo al guardia que cada vez se nos acerca menos.

—¡En unos días viajaremos a París! —dice con una genuina emoción—. «Oficializaremos la relación».

—¡Ay, qué emoción, amor! ¡Es lo que más quiero! Y ¿será una sorpresa? ¿Nos espera el cura en la punta de la Torre Eiffel? Dime, ¿tengo que seguir haciéndome la estúpida mientras espero a que cumplas tu ofrecimiento de sacarme de aquí, o debería comenzar a seguir el plan de Erich y ver con cual bando me va mejor?

Millie respira con cansancio y me toma de ambas manos, llevándoselas a su pecho en un acto para tranquilizarse a la vez.

—Lena, Lena, Lena... ¡Es París! ¿No te emociona?

—No eres tú con quien quiero ver el atardecer en Francia.

El bufido que suelta por su nariz expresa cuan cansada está de mi actitud.

—Ya va, te explico. Tu padre no ha puesto objeción a que hagamos este viaje... solas, ¿entiendes? Solas.

Mi rostro se relaja por un segundo con la sorpresa de esa declaración. Siento a mis ojos crecer con mil preguntas.

«Solas» significa mi libertad si Millie cumple su palabra.

¡Solas!

—Ya vas comprendiendo la emoción, ¿no? —me pregunta retóricamente— ¡París, Lena!

—Quieres decir que...

—Que en un par de semanas..., te irás de aquí.

Una emoción sincera me envuelve por unos segundos, tanto que toda mi piel se eriza con la idea. Lamentablemente no dura, es un sentimiento tan rápido que se va con un parpadear de ojos.

—¿Cómo sé que no es un engaño más? —le pregunto— Te he creído todo este tiempo sin una prueba de que volveré a ver a mi familia o saldré viva.

Millie les da la espalda a los guardias y, sin decir nada, saca del borde de su pantalón un teléfono celular diminuto junto con un auricular que me entrega. Sutilmente me lo coloco y ella presiona la tecla de marcar.

—¿Hola? —contesta una mujer después de varios tonos de llamada.

Es mamá...

—¿Bueno?

El impacto de su voz me deja como una estatua. No puedo hablar, no puedo moverme, no puedo pensar.

¡Es mamá!

Regreso a ver a Millie y ella sonríe al ver mi felicidad, desesperación e impotencia, todas reflejadas en mi rostro.

—¿Mamá? —digo cayendo en cuenta de que no me escuchará nunca, el auricular no tiene micrófono.

—¿Aló?

—Mamá... —repito más para mí que para ella. Cuanto extrañaba su voz.

—¿Voy a colgar...? —dice y por un milisegundo se arrepiente—, ¿hija?, ¿Lena, eres tú?

En ese instante Millie corta la llamada.

—No tengo intención de convertirte en una esclava de este lugar o de la circunstancia. Te sacaré de aquí, te lo dije —me aclara guardando el aparato hasta que se pierde en su ropa como si no hubiese existido—. No vuelvas a dudar de mí, ¿entendido?

Asiento con la seriedad retornando a mi rostro.

—Ahora, emociónate por París, ¿sí?

Lo hago. Es la primera sonrisa sincera que tengo desde que salí del departamento de Yulia hace tanto tiempo y la primera esperanza real de largarme de aquí.

***********

Portugal, Dublín, Londres, Lisboa, Madrid y Milán, son las ciudades en las que he recibido los sellos que tengo marcados en mi pasaporte, uno en cada página, aunque también hemos pasado por Barcelona, San Marino y varios pueblitos por aquí y por allá. Paso mis dedos suavemente sobre el último. No está hecho con tinta, sino un sello seco. Para marcar la hoja se presiona de ambos lados, dejando un relieve en el papel, es bonito. Con nostalgia le doy una última mirada a mi documento y lo guardo en mi cartera de mano.

"No olvides nuestro perfume".

Eso, casi lo hago.

Vuelvo al baño para recoger mi cepillo de dientes, el frasco de perfume que compramos en Santa Maria Novella en Florencia. Esa tarde estábamos apretadas de tiempo, pero no pudimos resistirnos. Al bajar del tren en la estación, el olor de las flores y esa suavidad magnética nos hizo caminar hasta la antigua boticaria. A mí en particular me hechizó una fragancia suave y dulce con un toque exacto a Lena. No quería irme de allí, por primera vez en tanto tiempo me sobrecogió una sensación de abundancia, como si estuviese completa finalmente. Lamentablemente teníamos que partir o perderíamos el siguiente tren a Roma, así que compré una botella para conservar ese sentimiento de tenerla cerca.

"La crema y el protector solar de Ade".

Es verdad. Regreso al tocador y los tomo. Si no fuese por las voces olvidaría de llevarme mi cabeza.

Guardo todo con cuidado en el compartimiento interno de mi equipaje que está repleto de ropa recién lavada que mi amiga retiró esta mañana de la lavandería del hotel. Me la entregó en la puerta del ascensor y se quedó en la recepción pidiendo un taxi. Yo subí directo a la habitación después del desayuno para terminar de empacar las cosas que hemos comprado y salir corriendo o perderíamos el vuelo a nuestro último destino en esta gira de graduación generosamente patrocinada por mi padre.

Debo empujar la tapa hacia abajo para poder pasar el cierre de un lado a otro, pero lo logro. La maleta no está pesada en realidad, solo llena al tope. Coloco el candado y la llevo hasta la puerta.
Con un suspiro regreso mi vista a la habitación. Es un hotel tan acogedor, la ciudad en general. Roma ha sido mi lugar favorito.

Aun tengo unos minutos y regreso a la ventana para darle un vistazo final al paisaje. Abro las puertas y recibo unos rayos de sol directo en la cara. A esta hora son tibios, pero pasando la media mañana comenzará a arder.

La plazoleta está llena de niños que corren mojándose con el agua de la pileta. Un par de italianos bailan al compás de una tonada suave de guitarra que su amigo toca a un lado, esperando unos centavos por la presentación. Una señora vende flores en la esquina. Todas cosas que Lena disfrutaría.

En nada caigo en cuenta de la acción de mi mano. Está apretando esa cruz que llevo puesta en el cuello. La extraño y no es que no haya disfrutado de este mes y medio dando vueltas por Europa, pero nada me quita a mi novia de la mente.

Por más que he tratado no he podido dejar por completo ese vacío que tengo desde que se marchó. Lo sentí con más fuerza durante el vuelo de San Petersburgo a Dublín, como una incomodidad en medio del pecho, un mal presentimiento entre mis ojos, la inquietud de mis manos que no encontraban consuelo en nada. Y todo aumentado a un doscientos por ciento porque yo odio los aviones.

Hasta le pedí a Rachel que me recetara unas pastillas para poder dormir las horas del viaje, pero de nada sirvió. Ade, por el contrario, no demoró en roncar a mi lado como un maldito león,
babeando en mi hombro.

Es la misma desazón que siento ahora mirando todas las cosas que podríamos disfrutar juntas.

"Basta, hay que vivir".

"No seas cruel".

"No podemos estar de luto por Lena el resto de nuestras vidas".

"Nos hace falta, ¿qué tiene de malo recordarla?"

"¡Todo!"

—¡Ya cállense! —me digo a mí misma nuevamente entrando en la habitación, forzándome a salir de esa hipnosis que me consume.

Momentos como este, en los que no sé cómo sentirme, si dejarme caer por la tristeza o poner cara dura y seguir, son constantes aunque cada vez menos recurrentes. Intento vivir como dijo la primera voz, dedicarle menos el tiempo a lamentarme su ausencia, concentrarme en la siguiente tarea y continuar así. Es un camino difícil que inicié al graduarme hace ya dos meses. Me prometí continuar con mi vida, no porque haya perdido las esperanzas de que mi novia regrese, pero me golpeó la realidad de que ella ya no estaba más conmigo, se había ido y el dolor me estaba matando.

¿Quién sabía de ella? ¿Estaba viva? ¿Pensaba en mí?

Me había convertido en un ser inanimado que solo continuaba caminando porque otra gente le daba cuerda; mamá al levantarme y empujarme a la ducha, Ade durante el día con mensajes y su compañía, mis maestros cuando pudieron, en especial Nikolai, el de fotografía, él fue quien me dio el último empujón.

—La extrañarás por el resto de tus días si no regresa, de eso no hay duda. Es inútil intentar olvidarla, así que recuérdala, pero vive —me dijo durante la larga charla que tuvimos después de entregarle mi desastroso proyecto final y solo cuando el resto de mis compañeros desapareció de salón—. Ella es parte de ti, de tu identidad, de tu pensamiento, de tus sentimientos, de tu memoria. Sin Lena no serías quien tengo aquí en frente. Ríndele honor a lo que te dejó, vive —habló con toda la boca llena de razón.

Con ella descubrí una parte importante de mi personalidad, mi lado sensible, mi lado paciente, mi lado feliz sin tener que odiar al mundo de por medio o hacer a alguien miserable. Con Lena aprendí que había escondido mi sexualidad inconscientemente por no tener que lidiar con el rechazo de mi madre y con su apoyo encontré la fuerza para enfrentarla. Gracias a Lena conocí a mis hermanos, Várvara y Anatoli son geniales y en nuestra relación he podido entender y conocer mejor a mi padre, que por tantos años fue un completo desconocido. Andrew, mi otro hermano, todavía espera conocerme en persona, pero hablamos seguido por mensajes, es agradable.

Pero más allá de eso, si no fuese por su diario y el conocerla a través de sus entradas, seguramente me habría dejado llevar por mi depresión. Quizá ni siquiera estaría aquí, empacando mis cosas para salir al aeropuerto.

—¿Lista? —me pregunta Ade, entrando súbitamente a la habitación—, el taxi nos espera abajo.

—Lista —le digo apurándome a recoger mi maleta. Doy dos pasos en el pasillo y me percato de que Ade se quedó detrás de mí, mirándome—. ¿Pasa algo?

—La cruz —menciona sorprendida—, conservaste la cruz.

Ya, ahora comprendo.

La cadena con el dije que traigo puesta. Es una historia graciosa... bueno, para mí lo es, a Ade le asusta.

Resulta que durante las seis semanas que hemos viajado juntas, me he encontrado con pequeñas «señales» por así decirlo, cruces, por todos lados.

Al desembarcar en Dublín nos encontramos con un grupo de chicos que tenía unas camisetas de un equipo de fútbol, en medio del balón, una cruz. No me llamó mucho la atención hasta que uno de ellos se acercó a pedirme tomarse una foto conmigo.

—Nunca he visto una chica tan linda —dijo coqueto el infante, no tendría más de trece años.

Ade se hizo la graciosa y nos la tomó con su celular, enviándose una copia con la que me molestó todo el día. En la noche, al llegar al hotel, me detuve a verla y adivinen qué nombre tenía el mocoso en la solapa de su uniforme, Leonardo. Fue entonces, cuando noté aquél símbolo en el emblema y se lo comenté a Ade, quien solo me miró con cara de: te volviste loca, es una coincidencia.

Cuando llegamos a Londres fue igual, subimos en un taxi —porque de la nada comenzó a llover a cántaros en pleno verano—, curiosamente el conductor parecía ser sumamente religioso, tenía una imagen de la virgen en la solapa del porta documentos y una cruz colgada en el espejo retrovisor. Se me hizo algo muy típico de Sochi, ahí hay mucho religioso que conserva cosas así para sentirse más seguro, pero era raro para mí verlo en un país como Inglaterra.

El hombre resultó ser polaco y muy católico. Nos preguntó si estábamos de paseo, Ade le comentó que sí, siguiendo con la lista de lugares que nos faltaban por recorrer, entre ellos Roma.

Entonces, el muy atento Apolonyus nos pidió si podíamos entregarle una carta a su hija. Mi amiga —la que no puede decir que no— tomó la carta y esta cruz que ahora tengo colgada en el cuello.

No, no me la robé porque me recordaba a Lena.

Pasa que ayer, recorríamos la ciudad buscando un lugar donde almorzar hasta que llegara la hora de encontrarnos con la hija de Apolonyus. Yo estaba harta, de verdad cansada de tener que esperar horas sin poder hacer gran cosa porque a Ade se le ocurrió ser amable y llevarle un recuerdo a esta chica con una carta que bien pudo haberse enviado por correo.

En fin, nos sentamos en una cafetería muy acogedora y ordenamos una pizza hecha en horno de piedra. Estábamos a cinco cuadras el Vaticano y, como era de suponerse, muchos de los locales tenían decoraciones acorde y ese lugar no era distinto.

Estaba tan aburrida que me puse a dibujar en una servilleta. Cruces, grandes, pequeñas, medianas, rellenas de tinta o vaciadas, decenas de ellas.

—¿Desde cuando tan religiosa? —me preguntó Ade.

—Estamos en Roma. Es el tema.

—Ajá, también fue el tema en las playas de Barcelona y en el polvo del cementerio de Londres. Qué tal en Lisboa, cuando me rogaste pasar media hora arrimada a la cruz del Santuario Nacional de Cristo Rey o en Milán, cuando decidiste tatuarte una en la costilla derecha.

Sí, lo hice. Todo de lo que me acusaba. Me marqué con el signo que Lena eligió para representar su lucha personal, porque necesitaba hacerlo, sentirla cerca, sentir... algo. No sirvió de mucho, sigo teniendo este hueco en el pecho la mayoría del tiempo.

—No es nada. No leas entre líneas que no existen —le respondí. Ella decidió no darle más atención al tema y bebió por completo su milkshake hasta que llegara la pizza.

Unas horas después se nos acercó una monja sonriendo, dijo algunas palabras inentendibles en italiano y, al ver que ninguna de las dos hablaba una palabra de su idioma, hizo un esfuerzo de comunicarse en español. Resultó ser la bendita hija de Apolonyus. Vive en el claustro, pero sale de vez en cuando a hacer mandados con otras monjas, por eso demoró tanto en llegar y a Apolonyus se le dificulta enviarle cosas.

Elena, la hija del taxista —porque tenía que llamarse así, ¿no? La vida es cruel e irónica de esta manera—, se detuvo frente a mí y me preguntó si estaba bien. Así de la nada, como adivina me vio y consideró que yo estaba del orto, pésimo, mal, la persona más miserable del mundo. Bueno no tanto así, pero si me miró con una cara de compasión única que me molestó infinitamente.

—Estoy perfecta —le respondí.

Habló por unos minutos con Ade mientras yo continuaba con mis dibujos y entonces la sentí. Elena hizo a un lado mi cabello por mi espalda y me colocó la cruz en el cuello.

—Es para cuando se te acabe el papel o no tengas uno. Es para que encuentres paz en ella y dejes entrar a la calma, a la felicidad.

Dicho esto se despidió de mi amiga y se fue.

A Ade le pareció un lindo gesto, pero desató lo peor de mí, exploté y dejé salir todo lo que había empujado en lo más profundo de mi ser.

Yo no quería calma, quería a mi novia de regreso. Yo no quería paz, quería guerra con el hombre que la quitó de mi lado. ¡Quería amargarme hasta el final de mis días!

Toda mi ira, mi frustración y mi desdicha salió expulsada arranchado la cadena de un tirón y lanzándola a la fuente que había unos metros adelante. Salí fúrica de la cafetería sin regresar a ver a

Ade y paseé sola y sin rumbo por horas, hasta que en la noche volví a encontrarme parada en ese mismo lugar, mirando a la cruz brillar debajo del agua.

—Hay cosas que tienen un solo dueño en la vida y por más que quieras deshacerte de ellas, vuelven a ti —me dijo al verme un hombre mayor que pintaba retratos en la plaza, había visto mi berrinche a medio día. Yo no le entendí porque me habló en italiano, pero la viejita que lo acompañaba me lo tradujo—. Es tuya, tómala, úsala.

El reflejo de la luz artificial pegaba en mis ojos, hipnotizándome. Que nadie la hubiese tomado era una otra señal. La cruz era mía, así como mi amor por Lena era suyo, aunque ya no esté conmigo.

—Volví por ella antes de regresar al hotel anoche —le respondo a mi sorprendida amiga sin más explicación.

—Así veo. —denota con preocupación—. ¿Estás bien?

—No —le confirmé sin enojo. Lo acepto no estoy bien, pero estoy y debo seguir así.

—Estoy aquí si me necesitas.

—Lo sé. ¿Nos vamos? —le digo leadeando mi cabeza hacia el ascensor.

Ade asiente sonriendo, yo sonrío también y partimos cerrando la puerta de la habitación.

—Voy a extrañar Roma —menciono—, este lugar es hermoso.

—Yo también, pero no podemos quedarnos más tiempo aquí. No vamos a regresar a Moscú sin una selfie en la Torre Eiffel.


...

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