Capítulo 26: Alguien ha tenido una sensación un poco graciosa e histerica??

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"Oh, mierda", es lo que pensé esa noche al acostarnos a dormir.

Regresamos a la alcoba y vimos que Nastya se había deslizado hasta el filo izquierdo de la cama, dejándonos un espacio más cómodo para las dos.

—Odio el medio —susurré. No esperaba que me escuchara y se ofreciera a ser la carne del sándwich, pero al parecer lo hizo y se sacrificó. La dejé, mi claustrofobia por el calor es insoportable y no quería llenarme de ansiedad.

Lena se viró de costado, enfrentándome. Colocó su mano bajo su cabeza, acomodándose en la almohada, la otra yacía tranquila sobre el colchón. Sus ojos se cerraron y me deseó buenas noches, masticaba un chicle, ni idea cuando se lo llevó a la boca, pero hubiera sido un buen gesto que me ofreciera uno, yo también acababa de fumar.

Una hila de cabello rojizo caía sobre su cara. Era sutil, suave y parecía no molestarla. No la moví, aunque empezaba a fastidiarle. Me moría de ganas de colocarla detrás de su oreja con mis dedos, hacer que se sintiera cómoda.

Permanecí casi inmóvil mirándola. Ella continuaba masticando, era evidente que no dormía. Su respiración era discreta y pacífica.

"Lena es..."

—¿Estás incómoda? —balbuceó, interrumpiendo mi pensamiento. Imagino que sintió mi rigidez.

—Un poco. Voy a estrellarme contra el piso si me muevo un centímetro.

Sonrió.

—¡Quita esa cara que no me tirarás de la cama! —le reclamé entre susurros.

—¿Si hago algo, me prometes no darme un golpe?

—Si me tiras, recibirás varios golpes.

—Prométeme que no me darás un golpe... o varios —seguía hablando, aún con los ojos cerrados.

—Ya, bueno, qué...

Sin advertírmelo, pasó su mano suavemente por mi cintura, rodeándome hasta la espalda, asegurándome a su cuerpo.

—No te dejaré caer —fueron sus últimas palabras esa noche. No le tomó nada caer rendida en esa posición.

Para mí fue mucho más difícil dormir. Podía sentir su mano protegerme de ese abismo de cincuenta centímetros, sus dedos colados entre mi cuerpo y el colchón. No era incómodo, su mano estaba tibia y fija en mi espalda, su respiración profunda golpeaba en mi pecho, salía de sus labios entreabiertos, su aliento olía a hierbabuena y menta.

Pasó un tiempo hasta que buscó acomodarse en su mismo sitio, inconscientemente me apretó y se pegó aún más a mi cuerpo, descansando su frente en mi quijada.

El aroma de su cabello era dulce, agradable y cerré mis ojos tan solo para disfrutar la fragancia. Fue cuando los abrí de un solo golpe, helándome por completo porque...

"Oh, mierda... No me gusta Lena, no... ¡Qué no!"

Dormir después de eso, imposible. Pasé la noche confundiéndome entre la oscuridad, su olor y lo bien que me sentía con ella; con su proximidad, con su cuerpo tibio manteniéndome a la misma temperatura, con sus labios tan cerca de mi pecho.

Y entonces vino la etapa de auto convencimiento.

"No me gusta Lena. Es porque leí su diario y creo conocerla, pero no me gusta. Eso. No me gusta, podríamos ser buenas amigas y... Es el diario, sin duda. Si no sigo leyéndolo, este sentimiento se irá y punto. Además, eventualmente conoceremos a un chico lindo, divertido y apuesto que nos haga sentir todas esas cosas en el medio y por abajo. Lena no nos hace sentir esas cosas. Digo, es linda, sí, como negarlo, es muy linda... ¡Oh, mierda, ya empecé a dirigirme a mí misma en plural! Nos jodimos".

No tiene caso recordar lo que sucedió el sábado con las chicas. Mi plan de repetirme que no me gustaba Lena estaba funcionando. En la mañana, ya con la claridad del día y la compañía de Nastya, se me hizo más fácil distraerme de esas pequeñas cosas de Lena que me llamaban la atención. Llegué a casa en la noche y me forcé a no abrir ese cuaderno, por más que quería saber como continuaba. Antes necesitaba volver a la normalidad. Era ese diario el que me provocaba tanta empatía hacia ella y tenía que darme unas vacaciones de leerlo.

Dicho y hecho, el domingo, fui a primera hora a la bodega y lo dejé allí. Procuraría no ir durante la semana y así mantener la tentación lejos. Cerré la puerta con doble candado y fui a recoger a mi hermano a su casa, habíamos hecho planes para pasar la mañana en el muelle.

Gasté con él casi toda la mesada de la semana siguiente, pero nos divertimos, para qué voy a mentir. Nos repetimos dos veces la montaña rusa y los juegos de puntería. Perseguimos a un mimo para molestarlo hasta el final del bulevar, donde nos encontramos a un hombre construyendo cometas. Hace años que no jugábamos con una. Efim, el papá de Mikhaíl, es experto y cuando yo era niña me llevaba al parque para volar unas que él mismo construía. Hasta el año pasado conservaba algunas en mi habitación.

La que compramos ese día tenía varios colores y una cola muy larga. Bajamos por la rampa hasta las rocas e intentamos hacerla volar, pero ya dije que pasaron muchos años de la última vez que jugamos con una, no había forma de hacerla tomar altura.

—Lo están haciendo al revés —nos dijo un chico delgado que se nos acercó, riendo sin ánimo de burla. Estiró su mano para que se la entregue, moviendo sus dedos con insistencia cuando me rehusé.

—¡Quiero verla volar! —pidió Mikhaíl y le viré los ojos antes de dársela.

—Para que pueda ser atrapada por el viento deben pararse de espaldas a la corriente y sostenerla en la mano. —Se paró firme y se mojó el dedo con la lengua, apuntándolo al cielo para sentir la dirección de la brisa. Mi hermano hizo lo mismo, imitándolo—. Ahora, ¿ven como el viento mueve el papel? —nos preguntó y Mikhaíl entusiasmado le contestó que sí. Yo me limité a ver la interacción entre ambos—. Es momento de liberar un poco el hilo y que el viento la levante. Van soltando el agarre poco a poco hasta que sube y listo. —El chico le entregó el carrete a mi hermano y lo miró por unos segundos antes de acercarse a mí.

—Anatoli —mencionó guardando sus manos en los bolsillos de su bermuda, conservando la atención en el objeto volador propiamente identificado.

—Yulia —le respondí.

—Venir vestida de negro a la playa, no es la mejor idea, especialmente hoy.

—Vinimos a otras cosas, esto fue una distracción.

—Entiendo, pero debes estar asándote, ¿quieres una soda o agua?

—Debo llevar a mi hermano a su casa en unos minutos.

—¿Y luego qué harás?

—No tengo idea —le respondí, dejando la posibilidad abierta a una invitación. ¿Por qué no? No era como si tuviese un novio o me gustara Lena y ese chico no era un adonis, pero tampoco un tipo desgarbado, se me hizo simpático.

—Bueno, si quieres, puedes volver. Estoy con un grupo de amigos, nos quedaremos hasta la noche y haremos una fogata. Si te interesa estamos por allá. —Viró y me señaló el lugar. Tres chicas y otro chico más estaban sentados en unas sillas de playa, bebiendo cervezas heladas que sacaban de un cooler. Unas tablas de surf estaban clavadas en la arena y se escuchaba buena música salir de un parlante que tenían sobre una pequeña mesa.

—Lo pensaré.

—Bien, Yulia... Nos estamos viendo... quizá —dijo, sonriendo seductivamente, girando sobre su pie y marchándose hacia sus amigos.

—¿Conseguiste una cita? —me preguntó mi hermano, metiéndose en asuntos ajenos.

—Ya vámonos o tu papá va a empezar a preocuparse —le respondí. Guardamos la cometa y empezamos a caminar a la rampa nuevamente.

Regresé la vista en dirección a Anatoli y su grupo de amigos, me dio gusto ver que me observaba, aún con esa sonrisa pícara, sin reaccionar para no delatar mi presencia y abochornarme con sus amigos. Solo a mí se me ocurre ir de negro a la playa.


Mantuve mi vista en él, siguiendo el sendero de la mano de mi hermano y lo vi perder el contacto haciéndose a un lado después de que un hombre fornido y alto saliera del mar con una chica subida en su espalda. Ella parecía no pesar ni un kilo por la facilidad que él tenía al cargarla, y así mismo la soltó sobre la arena delicadamente, separándose con un simple beso en los labios. Una de las chicas le acercó a ella una toalla con la que escurrió su cabello y entonces la reconocí. Era nada más y nada menos que Lena, porque claro, ahora que está metida en mi cabeza con signos de pregunta por todos lados la veo hasta en la sopa.

Luego de dejar a mi hermano en su casa, volví a la mía con toda la parsimonia que traía mi cuerpo para aquel entonces.

Odio este apartamentucho, de verdad lo odio, y tenía una invitación a pasar una agradable tarde en la playa con un perfecto desconocido que se acercó a mí con todo el propósito de abordarme.

Suelo evitar ese tipo de eventos, o al menos dejar claro que prefiero estar sola. Mi buen humor y cara angelical me lo facilitan, sin embargo, ese domingo dejé que alguien se me acercara, le permití hacer su propuesta... y no le dije que no.

Anatoli es un chico simpático, amable, atento en la medida necesaria. No me dio la mano, cosa que detesto; no se acercó a querer plantarme un beso en la mejilla, algo que aborrezco aún más; o se quedó mirándome las lolas como si mis ojos estuviesen allí, en medio de cada una. Bueno, tampoco es que me vio a la cara cuando habló conmigo, prefirió mirar al horizonte y enfocarse en la cometa. De todas formas, agradezco ese detalle. Me parten en dos los chicos que vienen a idolatrarme. «Eres hermosa», «tus ojos son tan profundos como el mar, tan claros como el cielo», «tu piel un poco bronceada me encanta». ¡Aj, Dios, no soporto esas atenciones! Pero él no actuó así, llegó, me reprendió con gracia mi inutilidad con la cometa, se acercó y dijo su nombre sin preguntarme el mío, y luego se burló de mi vestimenta, sin importarle si me molestaría. Sin insistir demasiado me invitó a pasar con él y sus amigos, fue perfecto. Me gustan los chicos así, es una de las razones por las que duré tanto con mi novio... ex novio.

Y tal vez ese era mi problema, aún tenía en la cabeza la idea de que era muy pronto para iniciar cualquier tipo de relación. No había pasado más de diez días desde que Aleksey y yo terminamos
—nueve, para ser exactos— y no quería forzarme a nada tan solo para quitarme a Lena de la cabeza.

Me lo repetí toda la tarde: «No me gusta Lena». Me tranquilizaba estar con ella, pero no estaba buscando encontrar paz «en ella». Sucedió porque me sentí identificada con mucho de lo que leí, con eso de sentirse perdido, de no pertenecer, de tener problemas. Nada más. No me gustaba Lena, punto.

Aún así, no volví a la playa esa tarde. Mi cabeza estaba en demasiados lugares a la vez. No sería buena compañía y uno de los objetos de mi confusión estaba allí con él.


Al día siguiente, durante el almuerzo, evité sentarme con los chicos. Aleksey no estaba, no fue por eso. Mi ex compartía un burrito con su nueva novia en otra mesa. Tanya, castaña, delgada, de ojos rasgados color café; su novia. Lo dejó clarísimo cuando llegaron tomados de la mano y la besó en medio de la cafetería. Ella es... dulce y simpática; es buena persona y muy inteligente. Trabajamos juntas el año pasado en una actividad escolar y, a pesar de que era una novata de primer nivel, cumplió su papel a la perfección, con detalle y cuidado, estudiando su parte.

Él la quiere, se le nota, estaba feliz. Sonreía y tenía ese brillo en la mirada que tanto me gustaba y que ya ni recordaba que un día tuvo conmigo. Las cosas que se pierden con la costumbre. Fue con ella con quien me engañó, la chica que Lena vio, Tanya.

Alyósha siempre fue amable y bien intencionado, nunca doble cara. Era el tipo de amigo que siempre estaba ahí, que te escuchaba a la madrugada, que te daba ánimos, que te brindaba su hombro y trataba de hacerte reír. Quizá aún es ese tipo de chico, solo que no conmigo... o con Lena.

Sé que él me quiso y mucho, tal vez aún me quiere... en el fondo. Al menos quisiera pensar que es así, porque, a pesar de todo lo que me hizo, yo lo quiero a él, lo extraño. Me duele no poder acercarme en las mañanas, jugarle una broma que solo él entendería, verlo sonreírme. ¡Dios, cómo me gustaba su sonrisa! Me pesa no poder llamarlo aunque sea mi amigo.

—Es linda —me dijo Ruslán, sentándose a mi lado en el barandal de cemento de la cafetería. Miraba en la misma dirección que yo.

—No es... taaan linda.

—Yo creo que sí, muy linda —repitió con pena.

No sabía si tener más lástima por su realidad o por la mía. Aleksey era mi novio, lo fue por dos años. Me engañó, pero yo lo tuve. Él no. Nunca me fijé si Ruslán nos miraba como yo lo hacía en ese momento, con nostalgia, con ese peso en el pecho porque no hay nada entre nosotros. Debe haber sido duro, muy duro. No podía imaginarme como se sentía estar obligado a ver a la persona que te gusta con alguien más. Oírlos reír, verlos besarse, abrazarse, presenciar su felicidad, mientras tú te mueres por un poco de su atención y darías lo que fuera por ser esa persona... lo que sea.

Los miré durante largo rato. No separé mi vista por un segundo y me di cuenta que yo era tan responsable como él. Aleksey y yo tenemos diecisiete años, deberíamos tener problemas simples. Las tareas, las calificaciones, si amanecimos de mal genio, si no nos dieron lo que queríamos como desayuno. No si tendremos o no dinero para el almuerzo, o aguantarnos las caras largas porque no pudimos ir al cine, o esperar a que él, en lugar de salir con sus amigos, tuviera que quedarse conmigo, escuchando como odio al novio de mamá, como odio la casa en la que vivo, como odio el sonido de los grillos en la noche, como odio tener que caminar todos los días al estacionamiento más de cinco cuadras, como odio la vida y todo lo que odio, hasta a veces como lo odiaba a él.

La situación por la que estoy pasando no es fácil ni algo que yo busqué, pero mi actitud es mía y solo mía. Me volví apática, amargada, aburrida, entre otras cosas. Acepto no darle nada a cambio, salir con él para huir de mi realidad, buscarlo cuando me era conveniente; fui interesada, manipuladora y cruel. Aleksey se quedó conmigo, quizá esperando que el mal rato pase, que yo vuelva a ser la chica que él quería y no sucedió. Encontró lo que yo me negué a darle en alguien más, se sintió feliz, vivo; se dejó llevar.

¿Es tan malo eso? ¿Es tan malo querer ser feliz?

No lo justifico. Pudo hacer mejor las cosas, ser sincero, terminar conmigo, pero ¿es tan malo volverse a enamorar?

—¿Crees que es pronto? —le pregunté a Ruslán.

—¿Que esté con alguien más?

—Mhmm —contesté asintiendo, mi vista aún fija en la nueva pareja de la escuela.

—No te enojes, pero creo que no. Ustedes hace tiempo que... Lo siento.

—No, tienes razón. Hace tiempo que... no somos ni amigos.

Y entonces volvió a mí la pregunta. Es demasiado pronto iniciar una relación. No necesariamente una seria, hablaba de salir con alguien nuevo, de querer ser feliz, de explorar.

Mis ojos divagaron hacia otro lugar, Lena. Sonreía con Nastya, como siempre lo hace, comiendo unas papas fritas. Alzó la vista encontrándome demasiado seria y fingió tan mal un ceño fruncido que me sacó una suave carcajada. Ladeó su cabeza señalando el asiento vacío a su derecha y extendió, a ese mismo lado, su plato con papas.

—¿Vamos? —me preguntó Ruslán, viendo la invitación.

—Sí..., vamos.

Pero que quede claro, no me gusta Lena. Así que decidí dejarme llevar... por algunas ideas fijas. Pero, ¿qué son?

Esto, esto es lo que son o, mejor dicho, en esto se convierten.

«No me gusta Lena», idea fija y forzada, fácil de entender: no-me-gusta-Lena, no me gusta, no-me-gusta.

¿Fácil, no? Pues, no.

Hoy, 23 de octubre, el día más importante en la historia del...

No seamos dramáticos, es relevante, pero no pongamos al día en un pedestal. Tan solo descubrimos que nos gusta Lena, eso es todo.

Ahora, hagamos un simple recuento de estos días, hagámoslo porque yo y mis voces interiores necesitamos entender qué mierda pasó con la simple idea de: «no me gusta Lena». Tan linda y fenomenal idea.

Todo comenzó con otra idea fija, una con la que desperté el martes 13 de octubre, y vamos a ser exactos aquí, porque necesitamos precisión en las fechas, es súper importante. Martes 13, como él número lo indica, ¡trece!

Desperté, me dolía el cuello y era temprano. Si no hubiese sido por mi maldito pescuezo y la incomodidad de mi sofá (no cama), seguro no se me ocurría la magnífica idea que me trajo hasta aquí.

Entré en la ducha y abrí el agua caliente al tope, dejándola golpear con toda su fuerza sobre mi nuca. Tenía solo cinco minutos para bañarme o me terminaría toda el agua caliente. El vapor llenó de inmediato el diminuto cubículo. Me sentía como estar en medio de una nube caliente, flotando en el cielo, ¡y así no deben tomarse las decisiones!

Voy a excusarme y a decir que, pensar cuando no puedes ver con claridad a tu alrededor, es un error. Es como si estuvieses soñando, no cuenta. Como cuando, en medio de ese sueño, dices: «si salto de azotea en azotea puedo llegar más rápido a la escuela». En ese momento la idea es fantástica, además de ser totalmente factible. Lo haces, saltas y saltas y, en dos patadas, llegaste. Pero esos pensamientos en la vida real no aplican..., así sean factibles.

"Debo pasar a recogerla", pensé.

Estúpida y loca idea. ¿Qué ganaba haciéndolo? Nada, porque Yulia Volkova no es chofer y Lena no me lo había pedido. Ella no necesitaba que pase a recogerla, tenía sus propios medios llamados BMDoble pie.

"Pero debería", concluí. "Bien, la paso a recoger. Si no está en casa, es una señal. Si la encuentro es porque... tenía que ser", me convencí y, después de alistarme muy rápido, emprendí el camino.

—Si se te va a hacer costumbre venir a buscarme, cubriré la mitad de la gasolina —me informó al subir a mi auto, tres días después.

—No hace falta.

—Hace.

—Que no.

—Lo haré o no me encontrarás el lunes.

—¿Por qué estás tan segura de que vendré por ti el lunes? —le pregunté, sin quitar mi vista de la carretera, con toda la intensión de hacerla dudar—. Estos días me dio pena de que caminaras. El clima ha estado... frío.

Ella me miró y sonrió. Después de unos minutos, volvió a hablar:

—Nastya ha pasado feliz toda la semana.

—Lo he notado. Falta poco para su viaje.

—La extrañaré mucho —comentó. Sentí melancolía en su voz y un dolor en mi pecho.

No dije nada. Imposible que ella la extrañe más que yo, o por lo menos de la misma forma. Pero seamos justos, Nastya es su mejor amiga, la extrañará.

—Estaba pensando en que deberíamos planear algo para su despedida —dijo, robándome la idea.

—De acuerdo, aunque será difícil hacer una reunión con todos. Nastya está muy molesta con Alyósha y Vova, no se diga yo... y tú.

—Sí, lo pensé. Aparte Irina me odia, así que descartémosla a ella también.

—Supongo que ellas harán su propia despedida. Irina se irá a Rostov una semana después que Nastya.

—Ah, sí.

—Regresará a la ciudad, va a ponerse un negocio con su ex novio, más novio que cualquier novio.

—Ah, Fyodor.

—¿Lo conoces?

—Nastya me contó de él.

—Sí. —Sonreí—. Nastya perdió un poco la cabeza cuando vino. Estaba tan celosa por... —Me callé por dos razones. Una, Irina también era mi amiga y se iría, se sentía horrible pensarlo. No soy una persona de muchos amigos y perder dos es demasiado, a eso sumemos a Aleksey y a Vladimir. Y la razón número dos, muchas de nuestras conversaciones fueron acerca de Lena y lo poco que le agrada a Irina.

—¿Por? —Insistió que completara mi oración.

—Irina y yo nos hicimos amigas y a Nastya no le hizo mucha gracia.

—Oh, ya veo.

—¿Qué? ¿Qué ves? —le pregunté después de escuchar el fastidio en su interrupción.

—Porque me detesta —explicó—. Es tu amiga, supongo que te encargaste de comentarle lo «despreciable» que soy.

Lo negué, pero ya sabemos que es así.

—¿Entonces? Seríamos tú, Nastya, Ruslán y yo. Podemos hacer una comida u otra pijamada.

—¿Con Ruslán?

—¿Por qué no? —me preguntó y bueno, tenía algo de sentido, Ruslán es una más de las chicas, claro que, cuatro en su cama, no íbamos a caber y hasta donde yo sabía, solo Aleksey y yo estábamos al tanto de sus gustos.

—Una comida podría ser, pero no, ni tú ni yo cocinamos muy bien y no vamos a meter a Nastya en la cocina en su despedida.

—Hmm... Yo puedo arreglar eso, pero me tomará unos días.

—¿Qué vas a hacer?

—Te lo contaré en unos días, sino veremos qué hacer. Dame el fin de semana —me dijo sin darme más detalles.

Lo que literalmente debían ser tres días se convirtieron en seis. El miércoles siguiente, llegó con la fabulosa noticia de que había conseguido chef y lugar de encuentro para la cena de despedida.

—¿Leo cocinará? —le preguntó Nastya, mientras almorzábamos en la cafetería—. ¡Genial!

—¿Conoces a Leo? —pregunté. Me sorprendió escuchar a Nastya decir su nombre con tanta familiaridad—. ¿De dónde?

—¿Recuerdas la noche de mi cumpleaños, cuando te dormiste en la cama de Irina?

—Nast... —Se entrometió Lena, nerviosa.

—Ajá, lo recuerdo.

—Ese día Lena me llevó al club donde Leo trabaja. Nos quedamos unas horas bailando y conversando con él.

—¿Salieron a bailar? ¡¿Sin mí?!

—En nuestra defensa estabas muerta —argumentó Lena.

—Bien muerta...

—Re muerta —repitió mi nueva amiga—. Además, tenía identificación falsa solo para Nastya.

—¿Nastya entró con identificación falsa?

—¿Cómo más iba a entrar? —contestó recordándome lo obvio—. La hizo un amigo. Fue mi regalo de cumpleaños.

Bien, eso sonaba perfecto. Así que mientras yo dormía, ambas se la pasaron de maravilla en el famoso club con Leo.

Leo, Leonardo, ¡Jesús, nuestro salvador! Él sería nuestro chef, y como si eso no fuese poco, tendríamos la casa de Lena a nuestras anchas porque Sergey, su papá, no quería tener que lidiar con Leo manipulando su cocina —o a su hija—, así que decidieron con Inessa, salir de la ciudad. Visitarían a Katia en San Petersburgo y regresarían el lunes por la mañana.

—Deberías hacerle una identificación falsa a Yulia ahora que yo me voy —sugirió Nastya, aunque creo que a Lena no le agradó la idea—, pueden salir a bailar de vez en cuando. Las dos... se divertirían mucho —Terminó de decir con unas risitas que terminaron cuando Ruslán se nos unió en la mesa.

Lena se pintó de colores y cambió de tema abruptamente. Era evidente que no quería que la acompañara al club, o que la vea hacer algo con alguien, ¿pero qué exactamente y con quién?

Lo que nos trae al día de hoy. Me levanté con ánimo como lo he hecho por las últimas dos semanas. Pasaría a recoger a mi copiloto favorita para llevarla a la escuela. Pasaríamos un buen día, yo molestándola y ella sonriendo de los momentos en la que la vieja Yulia aparecía. En la tarde iría por mi ropa al apartamento y en la noche nos veríamos en su casa para la dichosa cena preparada con las manos celestiales de su novio o su cualquier cosa, porque como no he leído el diario en dos semanas ya no tengo idea de cuál es su papel.

En fin. Llegué a su casa hoy en la mañana, quince minutos antes de lo usual. La esperé dentro del auto y lo vi llegar. Leo tiene un Mini Cooper de los antiguos, verde, lindo, demasiado pequeño para un mastodonte como él. Parecía como si alguien hubiera forzado a un troll dentro de una caja de cartón.

Se bajó cerró el auto, con la llave, no con un botón como es lo normal —así de viejo es su auto—, se acercó al timbre y, antes de presionarlo, Lena ya estaba recibiéndolo con un abrazo en la puerta de su casa. Un minuto después me escribía un mensaje para decirme que no hacía falta que pasara por ella. No me explicó el porqué, pero yo acababa de verlo con mis propios ojos.
Aleksey tenía razón. Después de presenciar uno de sus besos, no quiero ni imaginarme qué diablos hacen cuando están a solas.


...

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