Capítulo 31: Elena

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Detesto sentarme a esperar. Tener tiempo para analizar las cosas. Lo odio.

«Piensa en lo que vas a perder si te vas», me dijo papá.

Hago una lista mental y no puedo encontrar razones para aceptar la propuesta que me hizo. Básicamente porque todo a mi alrededor dice, lárgate a Moscú.

El clima será más agradable allá, no hará tanto calor— al menos no el año entero—, en diciembre nieva más de lo que en esta ciudad cae. El departamento tendrá una pequeña chimenea y un ventanal donde ponerme a leer con una taza de café mientras los copos de nieve caen y pintan el paisaje de color blanco, triste.

Me pondré una gorra negra en la cabeza y saldré a la calle con un abrigo grueso y una bufanda, ignoraré al mundo caminando con las manos metidas en los bolsillos, escuchando música melancólica, respirando aire helado.

Conocería gente interesante en la escuela. Allá hay buenos institutos de arte y música. El siguiente verano podría audicionar para entrar en la orquesta sinfónica de Rusia. No se aleja demasiado de mis intereses.

Estaría lejos de mi hermano, eso es un punto menos, pero tendría cerca a mamá.

Veo a la mesa. El diario está posado ahí, inmóvil esperando a que lo abra. Mi pulgar es presionado por mis dientes, resistiendo las ganas, quiero leerlo.

Nastya se irá y la pregunta es en dónde queda Lena, donde quedo yo. Si decido viajar a Moscú, seremos tres los que huimos de su vida. Nastya, Leo y yo. Su relación con Aleksey es inexistente, no será simple con Vladimir, y Ruslán... ¿pueden los dos ser mejores amigos este año? Él no tiene problema con nadie —ni con Aleksey a pesar de lo que siente—; ella sí.

La estoy dejando, prácticamente, sola. ¿Pero a ella le importa?

Alguien llama a la puerta, es un golpe suave, tres toques. No espero a nadie, mamá no llegará hasta la noche. Me enderezo y guardo el diario en el mueble bajo llave, solo en caso de que sea Boris y se le ocurra tener uno de sus ataques de rabia. Me acerco a la entrada quitando el seguro y doy un paso, abriéndola despacio.

—¿Café a domicilio?

—¿Qué haces aquí?

—Amm, café-a-domicilio, ¿no ves? —Su no tan irritable sonrisa espera por un: «adelante». No es lo primero que llega a mi mente—. Yulia, si es un mal momento, dímelo y me iré. Entiendo que no vine con invitación...

—No esperaba verte en la puerta de este basurero.

—Vamos, está bien limpio, no exageres. Yo he vivido en un basurero. Literal.

—¿Ah, sí? ¿Tuviste que compartir cuarto con tu hermana Katia? —Sonrío sarcásticamente, ella alza sus cejas esperando una disculpa, no la tendrá.

—Después de lo que tuve que pasar, mi hermana es de las personas más limpias que conozco.

—No me has dicho aún qué haces aquí.

—Café-a...

Me acerco y le quito uno de las manos.

—Gracias, ¿cuánto te debo?

—Graciosa... Aunque espera, una conversación, eso me debes.

—Si eso es lo que cuesta, no gracias —le digo, estirándole el vaso para que se lo lleve por donde vino.

—No es reembolsable, lo siento.

Es cruel, sabe muy bien que a este olor en particular no puedo resistirme. Es de mi cafetería favorita. Ésta era su intención desde el principio. Hacerme soltar la lengua.

—Bien, habla.

—No me invitarás a pasar.

—Nop —respondo y llevo a la boca esa bebida hipnotizante que no ha pasado por mis labios en semanas. Dios, es delicioso, es el cielo. Esto definitivamente entra en la lista de las cosas por las que me quedaría en esta ciudad.

—Okey... —Se cruza de piernas y se sienta en el asfalto en frente de mí.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, mirando a mi alrededor para ver la cara de mis amables vecinos que en cualquier momento salen a pegarse de la ventana para enterarse del chisme.

—Vamos a tener una conversación. Tú no quieres invitarme a entrar, así que...

—Ya... entra, qué más da —le digo quejándome y me hago a un lado, dándole el espacio suficiente para que pase.

—¿No me ayudas a levantarme?

—No, para qué te sientas donde no debes.

—Hmm, tu amabilidad, es exquisita... —me dice dejando el café en el piso, mientras se para y luego se agacha para recogerlo. El patán, gordo y seboso de mi vecino ya le quedó viendo la cola. Perfecto.

Sube la la grada que separa la puerta del apartamento, dándome una mirada vencedora al entrar. Presumida. Cierro la puerta tras ella clavándole un puñal a ese idiota que ahora ríe pícaro imaginando cosas que definitivamente me gustaría hacer, pero que no sucederán entre nosotras en los días que le quedan al planeta tierra.

—Es muy distinto al de... ya sabes.

—Sí, este es más una casa que un cuarto. Tiene hasta baño, en el de Aleksey tenías que entrar por la puerta trasera de la casa para usar el de visitas.

—¿Puedo verlo? —pregunta con una emoción que no entiendo. Asiento y le apunto el metro cuadrado que tenemos para todas las actividades de limpieza en este lugar—. ¡Wow!

No suena a burla y su cara expresa verídica sorpresa, no me está jodiendo, le gusta este lugar.

—Siempre he pensado que, sin importar qué sitio sea, si lleva tu toque personal se verá increíble —me dice, dándole un ojo a la habitación de mamá y regresa a la sala, mejor conocida como: mi alcoba.

—¿Y este es el famoso sofá?

—Mhmm. Este es.

—Tienes una ventana.

—No se ve mucho desde ahí, en la noche puedes ver un poco de cielo.

—No me mates por decirlo, pero si no vivieras con tu mamá, este lugar sería romántico.

¿Está loca? ¿Qué tiene esto de lindo? Ni siquiera se puede tener privacidad sin que los vecinos se enteren de cada movimiento.

—Me alegra que la pocilga te guste, ahora, ¿a qué viniste?

—Uy, si que te hace falta un poco de modales no crees.

—Pensé que extrañabas a la vieja Yulia.

—Extraño tu sarcasmo, no tu grosería —especifica y se sienta, cómoda por lo que veo. Quizá este lugar a ella le calza como anillo al dedo—. En fin, a lo que vine.

—Te escucho.

—Al salir vi tu auto estacionado. Pensé que habías regresado y te esperé ahí.

—No debiste.

—Dímelo a mí, pasé una hora como idiota, sentada en el capó de tu auto y pues... se hundió la tapa, pero nada que no se pueda arreglar.

—¡Katina! —le reclamo.

¿Cómo se le ocurren estas brillantes ideas? ¡¿Dónde dice en el capó: «sala de espera»?! Ella ríe, seguramente por el humo que sale de mis oídos.

—Eres tan predecible. Tu auto está bien, no me creas tan tonta. No me sentaría en auto ajeno.

—Te mato, Katina, te mato.

Sigue riendo.

—Bueno, ¿qué es lo que quieres? —le pregunto exasperada, ya tuvo su gusto haciéndome perder el tiempo.

—Salí de la clase unos minutos después que tú y te vi irte con tu papá.

—Sí, quería hablar. ¿A ti que te importa?

No le gustó mi respuesta. Fui muy dura en mi tono. Pone una cara de «Oookey», bebe su café, y bebe su café y sigue bebiendo su café y... se lo terminó.

—Debo irme... —me dice poniéndose de pie—. Gracias por... eso. Nos vemos. —Ella misma abre la puerta y la cierra por fuera.

Me pasé. ¿Voy por ella? Antes de hacerlo, ¿quiero hablar de lo de mi padre con Lena?

Vino a verme, no puedo ser tan estúpida como para no darme cuanta de que estaba preocupada y hasta quiso sobornarme con mi café favorito para averiguar lo que me pasaba. Por cierto ¿cómo sabía que ese café en particular es el que más me gusta?

Y entonces, ¿voy por ella?

Aún no quiero hablar de la posible mudanza, nada es seguro hasta que mamá lo confirme.
¿Qué hago? ¿Voy? Ya debe estar muy lejos y se fue molesta. La dejo en paz. Hablo con ella mañana y me disculpo... Sí..., eso haré... mañana... en la escuela.

Diablos debí ir por ella.

Entrada número treinta y dos.

11 de agosto, 2015

La película fue un asco, la vimos y...una porquería completa, ni Kate Mara pudo salvarla, dejémoslo ahí.

Marina estaba nerviosa, se veía linda de esa forma, me tomó de la mano y todo, de verdad fue una velada muy linda. Parecíamos novias.

Nunca me he puesto a pensar en cómo me vería con una chica de novia. La gente regresaría a vernos porque, vamos, seríamos de esas parejas de homosexuales que pintan una bonita imagen. La tomaría de la cintura al caminar, sería muy melosa e intensamente cursi. A Marina le gustan esas cosas y a mí más. Le daría un beso en la mejilla casi rozando sus labios y ella buscaría los míos para darme un pico, adorable. Me vería muy bien con novia.

Este viernes iremos a una fiesta en una casa de fraternidad de su facultad. Yo seré su invitada especial. Aunque si las cosas siguen como hasta hoy, pronto podría tener una novia, una linda y deseable novia a la que presumir.


Aja, lindísima pareja la pelirroja y la rubia, hermosa, ¡ce-les-tial!

¡Puaj, me dan asco! ¡¿No que no quería nada con nadie?!

No, solo conmigo no tiene interés, ni para una amistad que bordee en lo «íntimo» como le dijo a Nastya. Su tipo de mujer debe ser insoportable, muy distinta a mí... ¡Odio pensar, ya lo dije, lo odio!

Entrada número treinta y tres.

12 de agosto, 2015

Desperté llorando hace unos minutos, mi mano tiembla y no puedo ni escribir...

Esto tiene que ser una pesadilla, la peor de todas. No puede ser real.

Mis lágrimas están dañando el papel y la tinta se está corriendo en lo que escribo y debo hacerlo para no olvidar.

Es parte del mismo sueño, solo que ahora estoy dentro de la casa. Bajo las escaleras y lo veo con claridad. Es un hombre de cabello claro y largo. Le apuntaba a una mujer con un arma en la cabeza, ella le rogaba que no lo hiciera:

—¡Las niñas están dormidas, por favor, no! —gritaba desesperada. Yo me encogía del susto y me tomaba fuerte del barandal.

Él no la escuchó, dio dos tiros directo en su cabeza y ella se desplomó sobre el sofá.

Tengo escalofríos de recordarlo.

¿Era Alenka? ¿Era mi mamá? Por Dios...

Mamá... Inessa..., fue a hacerme un té de algo que ya no recuerdo para que me calme. Me desperté exaltada, dando de gritos, despertándola y asustándola con mi llanto.

Maldición... lo recuerdo, yo lo presencié. Mataron a mi madre frente a mis ojos. Yo fui quién llamo a la policía, lo hice desde el patio con un teléfono inalámbrico que tomé de la mesa del pasillo y me escondí tras ese vidrio esmerilado, con la pesadez en mi corazón, descalza sobre ese césped verde.

¿Por qué no grité? ¿Por qué no corrí hacia ella?

Recuerdo su voz, la de ese hombre.

—No debiste irte, ¡ella es mía!

Se refería a mí. ¿Es el tipo que la Sra. Nina dijo que había ido a preguntar por nosotras? ¿Es mi papá o el de Katia?

Siento nauseas de pensar en la sangre, en cómo suena un cráneo romperse en mil pedazos.

Voy a vomitar.

Fue tan real, es real.

No es como en las películas... no... Había tanta sangre, las paredes estaban llenas de sangre, tanta sangre.

Ella terminó ahí, en ese sofá. Recostada como si durmiera, pero ya estaba muerta.

¿Qué diablos hacía él sobre la mesa? No era un juego de mesa.

Debo ir al baño o arruinaré el diario...



¡Oh, por Dios!

¡¿Lena lo vio?! No solo encontró a su madre muerta, lo vio, fue testigo.

Eso... Esa es la razón por la que vive con los Katin. Sergey es policía, las está protegiendo. Nadie las secuestró.

¡Oh, por Dios, Lena!

De pronto, mis problemas parecen estupideces, cosas sin importancia alguna. Si me mudo a Moscú o no, jamás podrá compararse con esto. Yo estaría literalmente hundida en la profundidad de esos recuerdos, incapaz de moverme, de reaccionar, de vivir. Internada en la habitación de un sanatorio con una de esas chaquetas de fuerza.

¡¿Cómo logra funcionar?!

Cierro el diario y salgo en dirección a su casa. Acabo de sentir una urgencia por verla, de saber que está bien, que no está fingiendo cuando sonríe, que no llora en las esquinas como yo lo haría en su lugar. Necesito sentirla cerca, abrazarla... Lo sé, ¿qué me pasa? Simplemente lo necesito.

Me detengo a unos cinco metros del portón del parque.

Amigas, estamos empezando a serlo. Las amigas no hacen las idioteces que yo he hecho, los amigos en general no dudan el uno del otro o se abandonan en las malas. Eso es lo que Lena hacía aquí hace unas horas, lo que hizo Vova al sentarse conmigo esta mañana. Ruslán no supo contestarme porque todavía se siente culpable por lo de Alyósha, no dejó de mencionarlo cuando hablamos. Perdí a Aleksey, pero los demás están ahí, no me han dejado, les importo, son mis amigos. He sido tan ciega.

¡Basta, ya!

Yo también extraño a la vieja Yulia. No tengo por qué ser este fantasma en el que me estoy convirtiendo.

Mi vaso está casi lleno no medio vacío. Mi vida no es tan mala como yo creo. Esto de vagabundear con la cabeza baja se acabó. A mí la mala suerte no me gana, ¡soy yo quien la agarra a patadas!

Busco en mi bolsillo, todavía tengo algo del dinero que mamá me dio el otro día. Retomo el rumbo. Pasaré por esa pizzería que le gusta. Es lo mínimo que puedo hacer para disculparme.

Aparco frente a su casa con ese sentimiento estúpido de que ya no sé quién soy. Es horrible mirarte al espejo y no reconocerte.

Apago el auto, pero antes de bajar quiero entender qué me pasa con Lena. ¿Qué siento por ella?, ¿qué quiero?, y ¿qué voy a hacer al respecto?

Hace cuatro meses que nuestra interacción era la misma que hemos tenido desde que nos conocimos. Yo aborreciéndola por casi todo, molestándola cuando podía y con lo que fuera; no me agradaba, y no, no es una frase que oculta lo que ahora siento, de verdad, no me agradaba.

Siempre con esa sonrisita, siempre con los abrazos innecesarios, siempre con su tan alabado talento. La nueva estrellita de la clase. La nueva mejor amiga de «mi» mejor amiga, de todos de hecho. La razón por la que mi novio volteaba a la puerta al terminar la hora de clases, para verla salir moviendo su trasero. La inocente y pura Elena Katina. Era detestable.

Ajá... Ahí es donde cambió todo. Cuando comencé a leerla. Aún cuando no sabía que era ella quien escribía. De repente me topé con una Lena que fumaba a escondidas, que tenía un tatuaje, una nueva vibra y me intrigaba. Con el diario retrocedí en el tiempo y sigo descubriendo su verdadero yo; entendiendo cuales de sus cualidades son reales y cuales creé yo en mi odio.

Inocente y pura, un invento mío, una percepción incorrecta. Es talentosa, aunque siento que no es lo más importante en ella, antes estaba convencida de que lo era; yo misma la puse en ese estandarte del cual quería bajarla a tomatazos. Es buena amiga y, como todos, fácilmente puede hartarse de la gente, eso la hace una más de nosotros. No es Santa Katina, la amiga de los pobres. Es Lena.

La verdad es que, ahora, esa sonrisa que se sentía tan pretenciosa es de las cosas que más disfruto ver. Deseo sus abrazos, los extraño; ella se ha limitado notablemente a dármelos. La he visto en su faceta de «novia» y me gusta, es cariñosa, amable, generosa. La leo y envidio su pasión, porque normalmente yo no sería tan afectuosa... tan caliente, ¡por Dios! Pero por encima de todo, me siento atraída por la claridad que parece tener en ese sentido. Sabe lo que quiere y no le pide disculpas a nadie. Nastya y Leo tienen suerte.

Me siento tan estúpida, ¿cómo pude llegar a creer que no somos amigas? Después de leer lo que hizo por mí con Aleksey, de ver que cuando se enteró de donde vivía no se comportó displicente o pedante. Tengo la llave de su casa por su generosidad y solo me tomó ser sincera con ella. Y claro, eso la llevó a la pocilga esta tarde y por eso estaba nerviosa sobre reconocer que recuerda nuestro beso de esa noche, porque ahora yo no soy la de hace cuatro meses, porque confío en ella, porque le he compartido cosas de mi vida que no se las diría a cualquiera. Yo abrí esa puerta y yo misma se la cierro en la cara, Soy estúpida.

Ella me dijo que me extrañaba, pero tiene razón no es mi grosería, es mi ímpetu, mi fortaleza y es que hasta yo misma me siento tan débil, quebradiza, todo me afecta y me deprime más y esa no soy yo, pero no tengo que volver a ser la idiota que se pasaba películas de ciencia ficción sobre quién era Lena Katina y la trataba a la patada. Lo que ella extraña es mi seguridad, mi carácter, no mi idiotez. Yo puedo ser su amiga, y quiero serlo, voy a serlo.

"¿Y qué vamos a hacer con lo que siente nuestro corazón?"

¡Oh, no, basta! No más pensar en plural.

"Pero esa pregunta es importante y necesitamos responderla. Ya somos su amiga, ¿queremos ser su novia?"

Ella no quiere tener novia.

"Pero lo ha pensado, acabamos de leer el cuadro que se pintó con Marina. Quiere novia".

Pero eso ya cambió o algo, se lo dijo a Nastya. Esa entrada del diario tiene más de dos meses, muchas cosas pudieron pasar.

"Pero ¿qué queremos nosotras?"

¡No lo sé!

"Lo sabemos, te gustó besarla, la imaginas desnuda, te mueres por volver a estar con ella. Acéptalo, la quieres de novia, nosotras también".

Claro que quiero besarla otra vez.

"¡Ya, hay que hacerlo!"

¡No!

"Deja de negarlo. Si lo quieres ve por ella. ¿No que te gusta la claridad de sus acciones? Ella si lo quiere va por ello, por algo nos besó esa noche. Lo quería y lo hizo".

¡Eso, eso es lo que quiero!

"¿Qué?"

¡Son parte de mi mente! Saben a lo que me refiero. Quiero descubrirla, conocerla, acercarme...

"Conquistarla... Bien, nos gusta ese plan".

No se apresuren. Quiero muchas cosas con ella, pero antes de pensar en noviazgo, quiero correspondencia.

"¿Que ella quiera ser nuestra novia? Interesante, eso tomará tiempo".

¿Y qué querían, que la obligue?

"No, pero debes seducirla, guiarla a nuestro objetivo de hacerla nuestra novia".

Son insufribles y detesto hablar conmigo misma como si tuviese a cinco personas en la cabeza. ¡Basta con el plural!

Me bajo del auto con la mente más clara y las manos vacías. A ver cómo le explico el problema que tuve con la bendita pizza.

Llego a la puerta y timbro aunque tengo la llave de su casa en el bolsillo. Ya está enojada, para qué empeorar las cosas.

—¿Es un ladrón? —pregunta, seguramente desde el sofá. Un día de estos va a venir uno y no le va a responder que sí.

—¡Soy yo!

—¡No hay nadie!

—¿En serio?

—Deje su mensaje después del beep... beeeeep.

Graciosa.

—¡No voy a marcharme, Lena, será mejor que me invites a pasar!

—¡Puedes sentarte en el asfalto hasta que llegue... alguien, lo que será en diez años! ¡La familia está de vacaciones!

Suficiente. Abro la puerta y la veo ahí con sus anteojos gruesos, acostada frente al televisor.

—Necesito que vengas conmigo.

—¿Disculpa?

—Te compraré algo de comer, vámonos.

—¿Estás loca? ¿Después de lo bien que me trataste en tu casa y esta «sentida» invitación?

—La pocilga no es mi casa...

—¡Cómo sea, no voy a ir contigo a ningún lugar! —Su enojo se siente en cada palabra. Se acomoda mejor y vuelve la vista a la pantalla.

—Lena, por favor. Ven conmigo.

—¡Qué no!

—¡Lena!

Toma el control del televisor y estirando el brazo, lo apaga. Se levanta y se acerca unos metros hasta donde yo estoy, dejando una distancia prudente entre nosotras.

—¡Fui a buscarte porque estaba preocupada de ver a tu papá ir por ti a la escuela, algo que no sucede nunca...!

—No le dije nada sobre Anatoli si eso es lo que te preocupa. No te delaté.

—¡Aj, eres insoportable, Yulia! Poco me importa que menciones mi nombre. La que me preocupaba eras tú —me aclara.

—Yo estoy bien.

—¡Qué bueno, ahora puedes irte! —dice y pasa de mí abriendo nuevamente la puerta, haciendo un gesto para que salga.

—Iremos a comer, ponte zapatos y una chaqueta.

—¡Yo no quiero comer! No sé qué planeas, pero pierdes tu tiempo.

—No planeo nada, quiero que comamos algo y conversemos, como tu querías en la tarde.

—Ahora solo quiero ver mi serie de televisión y dormir... ¡en paz!

—Vamos, Lena, por favor, ven conmigo. —Le pido de la mejor manera posible.

—¿Quién te entiende? Tuve un gesto contigo, estoy intentando ser tu amiga. Trato lo juro, pero eres tan difícil.

—Si he sido una idiota. Ahora vamos a comer, ¿sí?

—¡No!

—¡Está bien! —le grito de vuelta—. Si no quieres salir conmigo estás en tu derecho, pero quería disculparme. Iba traer una pizza y decir: «pizza a domicilio» cuando abrieras la puerta, pero luego pensé en que tal vez te gustaría más si trajera sushi. El problema con eso es que no tengo la más mínima idea que tipo de sushi te gusta, entonces me dije: voy por la pizza. Lo malo es que al llegar habían tantas variedades para escoger y tampoco sé qué ingredientes te gustan. Si debía comprar la hawaiana o la de aceitunas negras, o si comes pimientos verdes o rojos, o si te gusta la carne o prefieres la de jamón con queso como yo. Y me di cuenta que no sé nada de ti, no como conozco a Nastya, por ejemplo. A ella puedo llevarle unas gomitas de empaque verde y todo bien... Pero a ti, ¿qué diablos te gusta? Bueno, sé de algunas cosas, pero no podía traerte a un hombre grande y fuerte, que debe saber exactamente que pizza te gusta y seguro hace el mejor sushi del mundo, y decir «macho a domicilio» junto con un lo siento y... —Inhalo con cansancio—. Lo arruiné lo sé, soy una idiota, pero te debía una disculpa y una explicación. —Termino cansada, ella nada más me mira—. Ya no importa, me iré, te dejaré para que veas tu serie, te la estás perdiendo. —Camino lento, mi cabeza baja. Prefiero no mirarla mientras salgo. Está tan enojada que no quiero correr el riesgo de que me prenda fuego.

—Jamón, queso, tocino y piña —me dice antes de cruzar el portal. Me detengo y la miro—. Y me gustan los rollos de langostinos tempurizados con salsa de anguila.

—Odio la salsa de anguila.

—Mejor, así me queda más a mí.

—Lena... De verdad lo siento.

—Hay una pizza congelada en el refrigerador y soda de naranja —ofrece, sus facciones todavía tienen su molestia, pero su voz es la dulce y amable de siempre—. ¿Te quedas para el maratón de Faking It?

—Está bien, pero no quiero spoilers, Lena. No he visto los últimos 5 capítulos.

—Está bien, no te contaré que Karma...

Tomo el almohadón del sofá y se lo lanzo. Soy muy seria con los spoilers.

—¡Hey!

—Dije no spoilers.

—Ya, ya. ¿Tocino extra en tu pizza?

—Mejor con doble jamón.


...

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