Capítulo 48: Say It Ain't So

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Tenía once años la primera vez que creí estar enamorada.

Él era un chico muy listo, dulce; era alto y atlético, relajado en su forma de ser, lo mejor de todo, no le importaba perder la tarde viendo a dos niñas cantar como locas con un cepillo de cabello como micrófono o ser el único asistente de la obra de teatro que Nastya y yo habíamos preparado. Leonid era perfecto, nuestro admirador número uno, ¿cómo no enamorarse de él?

Solía caminar conmigo a casa cuando mamá no podía pasar por mí. Charlábamos de cosas sin sentido, a veces me daba detalladas lecciones de música o me platicaba de sus amigos y de las chicas que le gustaban. Yo tomaba notas mentales. Le gustaba el grunge de los noventas, era fan a morir de Kurt Cobain y Pearl Jam; fue con él que descubrí a una de mis bandas favoritas —Radiohead— y también aprendí que puedes escuchar algo más ligero y pop, como Lauryn Hill, sin morir de traición. La música es hermosa sin importar el género o lo que el resto de la gente piense de ti al escucharla.

En esos días mi sabor favorito de helado era el de chicle —porque también era el suyo—, ahora creo que es horrible.

Perdía mis sábados admirándolo con Nastya en la pista de patinetas. Él pasaba horas con sus amigos, practicando trucos con su tabla. Subía y bajaba por los montículos, recorrería las rieles y se colgaba de los filos de los tubos haciendo acrobacias que para nosotras lucían imposibles.

Fue uno de esos sábados que sucedió lo impensable.

La veinteava feria de patinaje urbano se abría en el muelle de la ciudad, nosotras teníamos once años —casi doce—, él dieseis. Más de cien personas trabajaron por días ese verano montando la enorme pista a un lado de la playa. Recuerdo que conseguir boletos para los eventos fue una matanza completa, Sochi entero parecía querer asistir. Pero nosotros no teníamos que preocuparnos, Leonid era una de las estrellas del evento principal, en la competencia nacional amateur de patinaje libre, y la familia entera tenía pases de cortesía. Yo me incluyo porque era la hija postiza, casi hermana de Nastya.

Ahora que lo pienso, estaba enamorada de mi «hermano» mayor. Eso es perturbador, pero... en todo caso.

Nastya y yo fuimos con él en la mañana. Su papá nos había hecho unas camisetas con su nombre y queríamos hacerle barras en las prácticas. Su rutina era buena, varios trucos de aire, muchos de riel y uno que su entrenador pensaba que podía ubicarlo en los primeros lugares.

La vida, tal como la conocíamos, cambió ese día.

Leonid fue el cuarto en participar, hacía muchísimo calor, el sol pegaba directo y había poca brisa. Según las conclusiones del doctor, para cuando se produjo el accidente, él estaba completamente deshidratado y fue por eso que perdió el conocimiento en medio de su último salto, cayendo de cabeza sobre la pista tan fuerte que su casco se partió en dos.

Lo llevaron inconsciente al hospital. Nastya estaba en total shock al igual que sus padres, yo intentaba mantenerme calmada, pero verlo golpearse de esa manera tan brutal es algo que hasta hoy tengo grabado en la mente. Su cuello se torció con el impacto y yo pensé que había muerto, todos lo asumimos, hasta que, después de horas de intervención, el doctor nos confirmó que tenía una contusión cerebral muy fuerte, pero estaba vivo.

Pasó en un coma inducido por nueve semanas antes de que lo dejaran respirar por si mismo y eventualmente despertó.

Para dos niñas de esa edad, esa era la mejor señal. Leonid abría sus ojos y movía los dedos de sus manos cuando tenía sed. Pronto se levantaría de esa cama, volvería a casa y sería el de siempre. No fue así.

Le tomó casi dos años volver a caminar y a hablar. Tenía el talento artístico de un niño de tres años, no podía leer o escribir porque había perdido la visión corta y siempre estaba de mal humor.

Con exámenes y tratamiento se descubrió que el golpe despertó una psicosis latente que posiblemente nunca se habría presentado de no ser por el accidente.

Se convirtió en un tipo grosero y soez, en un patán de cuarta. Se dedicó a molestar a su hermana menor al punto de hacerla llorar con alguna maldad o un comentario denigrante. A mí me veía con una sonrisa perturbadora, deteniéndose a mirar mis piernas por horas. Digamos que en ese entonces no tenía senos grandes o caderas pronunciadas, pero él igual encontraba la forma de morbosear mi figura o tocarse por sobre la ropa. No tenía ni siquiera la intensión de controlarse, yo prefiero pensar que no podía hacerlo.

Con el pasar de los años recuperó la movilidad por completo, su visión mejoró y aprendió a manejarse por si mismo en el mundo, aunque nunca regresó a terminar la escuela y vivía con sus padres. Consiguió un trabajo simple de cargador en una ferretería, más nunca perdió la esperanza de volver a competir y hacerse famoso patinando, cosa que el doctor le dijo que sería imposible.

Hace un poco más de un año se obsesionó con la idea de volver a entrenar. Sus padres le prohibieron acercarse a una pista, mucho menos, comprarse una tabla, aunque las negativas solo lo empeñaron más en su objetivo. Se robó una patineta considerablemente costosa de la tienda para la que trabajaba y la guardó detrás del armario, nadie sabe por cuánto tiempo la tuvo escondida allí o si se escapaba a patinar.

Nastya la encontró mientras ayudaba a su mamá a limpiar las repisas, se la enseñó a sus padres y una bomba atómica cayó sobre la familia. Leonid enfureció con su hermana, le gritó mil insultos y le prometió que se cobraría el «favor» que le acababa de hacer. Nastya había destruido su único sueño y en sus palabras: «Había roto su lazo de hermanos, no se merecía seguir respirando».

Para ese tiempo los insultos de Leonid eran costumbre, nadie se imaginó que él llevaba consigo ese rencor contra Nastya, de lo contrario la habrían protegido mejor tras su amenaza.

No era noticia que Leonid sufría de insomnio y cuando lograba dormir despertaba sonámbulo. La mayoría de veces solo se sentaba a hablar, era inofensivo. Más una noche se levantó con un arma que también había escondido en su habitación y que fue imposible descubrir de dónde la había sacado, se paró a un lado de la cama de mi mejor amiga y le apuntó directo en la cabeza.

Yo debía estar ahí con Nastya, teníamos planeada una pijamada ese fin de semana, pero mamá había tenido un altercado con Román y me quería cerca.

Me pregunto: ¿qué habría pasado si hubiese sido yo la que se despertaba con el cañón del revolver en la frente? ¿Estaría aquí ahora?, ¿Nastya?

Con suerte su madre lo vio antes de que ocurriera una desgracia y reaccionaron poniendo una demanda para conseguir ser sus tutores legales y así obligarlo a buscar tratamiento. El juez creyó que la medida era muy ligera; lo encontró responsable de agresión física contra Nastya y determinó que ambos no podían vivir más juntos, que mientras un doctor no lo certifique como apto para convivir en sociedad, él no podía acercársele en menos de un kilómetro a la redonda y debía ser recluido en un hospital psiquiátrico.

Nastya sufre mucho, lo extraña, yo también.

Escucho a Weezer y pienso en él, en sus bailes ridículos, en su sonrisa, sus bromas, en el cariño que tenía por su hermana pequeña, en el gran equipo que eran y lo mucho que me hacían desear tener un hermano de sangre.

Ese día en el muelle, Leonid murió para mí, porque el chico del que yo me enamoré, el dulce adolescente que me introdujo al mundo de la música y me protegía en el camino a casa; él nunca regresó.

—Nastya... me habría gustado que me dijeras lo que pasó, yo debía estar ahí para ti

—No quería soltarte otro problema encima, ya tenías suficiente con tu mamá, con lo que sucedió con Lena y la mudanza... Yo..., preferí no molestar —me responde sollozando tras contarme que Leonid tuvo otro accidente en el hospital y su estado es grave.

Hace tres semanas, durante un día de visitas, se robó la patineta de un chico y bajó sin pensarlo por una colina en el jardín. Leonid, por más rehabilitación que haya recibido, nunca logró tener el mismo equilibrio y agilidad de antes, sus pensamientos no son medidos, no tiene la habilidad de tomar decisiones y reaccionar por reflejo. Con la velocidad, perdió el control y se estrelló contra un árbol grande sin protección alguna. Aún sigue sin responder al tratamiento, internado en terapia intensiva, en coma.

—Tú nunca molestas, Nastya, nunca —le recuerdo pensando qué estúpida fui en asumir que no me hablaba por lo de Lena. Es mi amiga, la mejor, no me haría a un lado por una estupidez—. ¿Hay algo que pueda hacer? ¿Quieres quedarte en la línea hasta que te duermas?

—Sí, pero mientras tanto, cuéntame cómo van las cosas con Lena. Hace tanto que no hablo con ninguna de las dos, las extraño.

Me termino mi cigarrillo sentada en la terraza del edificio, poniéndola al tanto de las últimas novedades, de mi nueva compañera de departamento y lo extraño que es todo. Lo mucho que duele no tener la certeza de que lo que tuvimos haya sido real.

Ella me escucha y me aconseja. Me dice que intente encontrar un momento para aclarar las cosas, que no lo deje flotando en el aire, que nadie sabe qué puede suceder mañana. Y así es, Leonid se nos fue en un segundo, sin pensarlo. Nada en la vida es constante, todo cambia, si tan solo, el valor de enfrentar la realidad estuviese tan a la mano como el miedo.

—¿Dónde estabas? —me pregunta Lena cuando entro a casa—. Debes estar congelándote—. Supone al verme sacudir los copos de nieve de mi cabello mientras cuelgo mi abrigo, también lleno de ellos, en el perchero.

—Hablando con Nastya, deberías llamarla mañana. Te necesita —le comento.

Ella asiente curiosa, pero se limita a esa acción, no pregunta nada. Todavía está muy retraída, como entumecida.

"Sé directa. Pregúntale ¿qué está pasando?"

Sé que debería, pero en cuanto abro la boca para hablar, Lena se da vuelta y rápidamente se pierde en del baño, como lo ha hecho toda la semana, evitándome.

Es extraño.

Como boxear con tu propia sombra...



En el mundo hay mujeres que siempre son el centro del universo. No importa donde estén, tienen la atención fija en ellas desde el instante en que entran. Son mujeres divinas, guapas, irresistibles, interesantes... ¡Yo! Yo pensé que era una de esas mujeres, pero Dios, Lena rompe récords.

La primera semana que vine a la nueva escuela, no hablé con nadie más que con los maestros. La segunda, un par de chicos intentaron seducirme, una fea me sonrió y, para entonces, el profesorado entero se había cansado de decirme lo atrasada que iba en sus materias. La tercera semana conversé algo con mis compañeros con la excusa de los trabajos en equipo; y en la cuarta —justo antes de ir a Sochi por vacaciones de fin de año—, terminé en la clase de arte, donde conocí a los micro traficantes de pastillas y hierbas, de quienes Ade me tiene estrictamente prohibido acercarme, después del evento memorable de las 48 horas de inconsciencia.

Lena, en cambio, ha sido la nueva por ocho días y ya es adorada por todos, especialmente por los profesores que a mí aun me odian por ir «atrasada».

¡Por favor, yo era mejor alumna que ella en Sochi!

"Seis, con ese van seis chicos que la invitan a salir..."

"Esta semana, nada más".

Sí, mi ex, escúchenlo todos «miiiiiii ex» es hermosa y...

"¿Ahora sí es tu ex?"

"Corrección, ¿nuestra ex? ¿No dijiste que la relación duró muy poco tiempo, que no contaba como ex novia, que ese título es solo para Aleksey, bla, bla, bla?"

¡Aj, cállense!

"Tienes que ser consecuente, Yulia".

"Estoy segura que por eso nos terminó, por tu falta de compromiso".

¿Qué? No fue por eso, ustedes estuvieron ahí.

"Como sea, nos terminó. Y a ti, ya ni la fea te sonríe".

¡¿Y a qué tiempo lo iba a hacer?, si se la pasa babeando el camino por donde pasó «mi ex»!

"Oh, mira, nuestra ex nos saluda al fondo del pasillo, y nos sonríe. Es linda nuestra ex".

"Y amable, no olvidemos lo amable".

Sí, y ahí esta la fea, atrás de ella. ¿Ven?, a eso me refiero, se ha convertido en su sombra.

"Hay que aceptar que la fea tiene buen gusto".

Hmm...

Largo un suspiro. Lena es una de esas mujeres.

Hago un esfuerzo por cerrar la puerta de mi casillero mientras saco mi teléfono que comenzó a vibrar en mi bolsillo trasero.

¡Ya, ¿quién me fastidia con un mensaje justo ahora?!

«¿Pasó algo entre Lena y tú?»

Es Ade.

«No, ¿por?»

«Acaba de mensajearme pidiéndome que nos encontremos esta tarde en la cafetería frente al centro comercial».

«¿Te dijo para qué?»

«Quiere conocerme o algo así».

Genial mi ex, convirtiéndose en el centro del mundo de mi más nueva amiga... Espera.

«¡Tú tienes novia!».

«¡¿Qué?! Ya lo sé, idiota, ¿qué crees que vamos a hacer?»

Amm, pues...

«Solo era un recordatorio...», le aclaro.

Se me salieron los celos, qué le vamos a hacer.

«Eres una boba, Yulia», me responde. «Nada más, porque sé que te importa, te llamaré después de nuestro encuentro».

«Gracias, Ade».

Me contesta con una cara feliz que irradia hipocresía; me la gané.

Bueno, tengo mil cosas que hacer y no quiero desperdiciar el día pensando en esto. No vaya a ser que me obsesione y termine inventándome cosas que no van a suceder.

Mejor voy directo a mi clase de historia del arte y, después de la escuela, al estudio.

...

Al fin llego a casa, dan un poco más de las seis de la tarde y estoy agotada. Mi sesión con el maestro Illya fue perfecta, hicimos fotografía de retrato, quemando las horas extra curriculares que debemos cumplir con el resto de mis compañeros de curso.

Reconozco que esta materia me gusta cada vez más. Es lo genial de estudiar en una escuela con especializaciones artísticas, no tengo que elegir ser del equipo de basquet o de fútbol, o salir en la miserable obrita de teatro que montan las escuelas públicas normales. Estudio materias concernientes a lo que haré en el futuro, me preparo, tendré una ventaja sobre mi competencia y esta escuela sí que se destaca sobre las demás. Lo lamento anterior escuelita, pero siento que me gradué del jardín de infantes directo a la universidad cuando me mudé a Moscú.

—¿Lena? —la llamo buscándola por el departamento; nadie me contesta.

No ha llegado de su «cita» con la adorable labios de pasión Collins, o sea Ade. ¿De qué estarán hablando?

"De nosotras, obvio".

¿De ustedes? Nadie sabe que existen. Si están hablando de alguien, es de mí, pero ¿qué?

Pensándolo bien, debí darle varias preguntas a Ade para que me ayude a descubrir qué le pasa. Lena no corta con el misterio, está muy callada conmigo, retraída; usualmente no es así. Cuando viví con ella en su casa, no podía callarla ni para dormir, siempre tenía algo que decir y si no estaba usando sus labios para expresarse verbalmente, lo hacía para expresarse... emocionalmente, llamémoslo así. Ahora ni la una, ni la otra.

Comienzo a sacarme todo hasta quedar en ropa interior. No tengo tarea y quiero darme un baño caliente de tina por al menos una hora y después ver esa serie del asesino inculpado en Netflix.

Extrañaba poder hacer esto con libertad, no tener que preocuparme de andar semidesnuda por ahí o fumar.

¡Dios, extraño tanto fumar en mi casa!

Eso de vivir sola tiene sus beneficios, no le das cuantas a nadie, pero prefiero tenerla cerca, me gusta verla dormir, de cuando en cuando oír su voz.

Creo que estoy algo así como feliz.

"Que oración tan mal construida".

¡Estoy feliz! ¿Contenta?

Al menos, ya no estoy triste, algo es algo, aunque me muera por un cigarrillo en medio de mi baño lleno de espuma y buena música.

"También podrías añadirle una copa del vino que no hemos bebido desde que llegó".

¡Aj, ¿se dan cuenta?!

Lena es una de esas mujeres por las que cambias todo y a la que siempre quieres tener cerca.

"Como le pasa a la fea".

Eso, juro que no entiendo cómo no se seca como una pasa, de tanta baba que chorrea.

La tina está casi llena. Hora de poner las bolitas de olores y...

¡Mierda!

—¡Lena! ¡¿No puedes avisar que estás a mis espaldas?!

—Perdón —sonríe mirándome, no precisamente a mis ojos.

"Aquí arriba, linda".

—¿Me permites? —le digo haciéndole un gesto para que se y le cierro la puerta en la cara... no duro, solo la cierro, dejándola afuera.

—Lo lamento, no sabía que estabas en... paños menores.

Más risas.

Ya qué importa. Me ha visto desnuda, me ha tocado con sus suaves manos color palidez y sus delicados dedos, recorriéndome entera, erizando mi piel... Dios, entrando en mí, provocando sonidos que...

¡No debo repetir estando sola en este baño! ¿Qué diablos va a creer que estoy haciendo?

"No sé, pero algo deberíamos hacer".

"Sí, ya es un buen tiempo y nos urge".

A ustedes quizá.

"Ah, no. Regresó la asexual".

"Sí, sí, sí. Bien que se la pasaba tocándonos cuando vivíamos solas".

Ya... cálmense.

"Yulia, cariño, entra a la tina y tócanos, ¿sí?"

"Vamos a quedarnos muy calladitas, no te haremos quedar mal".

"Sí, Yulia. No te hagas la que no te mueres por hacerlo, porque si nosotras sentimos necesidad, tú estás tres veces peor".

No digan, ya lo sé. Me muero por un poco de sexo, pero no precisamente conmigo misma.

"No debiste espantar a Lena. Ella entiende eso de las necesidades y los amigos con derechos..."

"Todavía estás a tiempo. En la tina alcanzamos todas".

¡No!

"¡Ay, qué aburrida eres! No te mereces tenerme. Yo necesito fiesta, baile, sexo..."

¡No digas woo!

"¡Wooooooooo!"

En realidad, esta parte de mi conciencia, es una pérdida total...



Espero a que la conversación se dé naturalmente, más si lo sigo haciendo me convertiré en polvo antes de que Ade mencione una palabra.

—Pensé que me llamarías cuando termine su charla.

—Esa era la intención, pero... —me dice deteniéndose en la parte más importante de la oración. Recoge con sus dedos el popote del vaso que tiene en frente y delicadamente absorbe su batido. Un segundo, dos, tres, cuatro... ¿En serio? Seis, siete...

—¿Pero? —La presiono, ella no suelta el popote, solo abre más sus ojos pidiéndome que espere.

El líquido desaparece tan lento que comienzo a creer que hace esto solo para joderme, entonces hago una de las cosas que más le molesta. Saco mi teléfono y me pongo a pasearme por las entradas de mi Facebook.

Oh, mira un gatito, a-do-ra-ble.

Ja, un gordo estrellándose contra el mundo. Dejo salir una suave carcajada.

Elsanna y más Elsanna... Ruslán es raro.

Ruslán en el cuarto de Katya bailando, Ruslán desayunando con mis ex suegros, Lena comentando que los extraña con una cara triste... Lena poniendo un estado melancólico con una cara que llora. Esto ya no es divertido.

Yo misma dejo el aparato sobre la mesa por mi propia voluntad y regreso a ver a mi amiga que estaba esperando a que ahora sea yo quien deje de molestarla intencionalmente.

—No hablamos de ti y no creí correcto ir con el chisme.

—¿Ni dos palabras se trataron de mí? —le pregunto regresando a ver ese estado en la pantalla aun encendida.

Lena y yo casi no cruzamos palabra, somos civiles, pero no hablamos, no compartimos mucho; se siente sola, la está pasando mal y yo soy una pésima dueña de casa.

No, esto ya no es divertido.

—Tu nombre fue una de las palabras más repetidas durante la charla, pero...

—No de una buena forma.

—No es por eso. Es solo que no voy a venirte con una transcripción de lo que Lena me dijo. Pensé que me preguntaría si tú y yo nos acostamos, o que me pediría explicaciones de por qué nos llevamos tan bien o... No sé, Yulia, no me imaginé que iba a querer conocerme de verdad.

—¿De qué hablaron entonces?

—De muchas cosas.

—¡Ade...! —le reclamo por esa forma estúpida que tiene de rehuir de la pregunta—. Aj, olvídalo.

Para qué seguir preguntando, lo que sea que hayan hablado no me concierne o me habrían pedido que las acompañe. El hecho es simple, Lena no quiere pasar tiempo conmigo. Por eso está tan rara y me evita a toda costa.

—Te diré lo básico, ¿okey?

—No, no hace falta... —le digo, más ella me ignora y comienza a hablar.

—Me preguntó cómo conocí a Rachel. Le dije que fuimos compañeras de escuela y que hemos estado saliendo como amigas por varios meses, pero algo pasó en Navidad y nos hicimos novias —me comenta—. Le conté que es una relación muy reciente, pero se siente como si fuésemos pareja de años.

—Ya conozco su historia, Ade —le recuerdo. De verdad, ya no quiero saber de qué hablaron.

—Ella me contó que leíste su diario.

Oh, genial.

—Pensó que me lo habías comentado, en realidad; se le escapó —menciona en un tono extraño que me hace dudar de si le aclaró que no fue así.

—Le dijiste que no, ¿verdad?

—Se dio cuenta sola unos minutos después y cambiamos el tema a la escuela, sus materias, su familia, cosas que también conoces.

Exhalo el aire que ni me di cuenta que estaba conteniendo, aliviándome.

—¿Así te enamoraste de ella? ¿Leyéndola?

Niego virándole la cara, no porque no haya sido así, sino porque no puedo creer que me esté preguntando esto. No quiero entrar en detalles de lo que leí, de lo que sé. La historia de Lena no es mía para contar. Espero que ella no le haya contado la mía.

Me concentro en el fondo del café, hay una pareja de mediana edad compartiendo la mesa de la esquina junto al ventanal. Ella es linda, se ve dulce. Su cabello es largo y dorado, rizado apenas; lleva puesto un paño como bufanda y lee su libro mientras bebe un café que, desde aquí, se nota que está muy caliente. Él la observa como si fuese lo único que existe en el mundo, la cosa más preciada, lo más lindo que haya visto y seguro, para él, lo es. Ella regresa a verlo, él le sonríe.
Ella deja la taza sobre la mesa y le estira la mano, él la toma y la acaricia con suavidad. Segundos después ella vuelve a dejarlo y regresa a su taza, alzándola para llevársela a los labios que el admira con tanta atención.

Suspiro sintiendo un pesar y una tristeza que se apoderan de mi pecho.

Amo a Lena, las cosas no han cambiado en ese sentido. Sí, me enamoré de ella en sus palabras, pero también fue el día a día, el verla, el compartir, el hablar, el que ella confió en mí y se abrió por completo, mientras yo la traicionaba leyéndola.

—Eso ya no importa.

—¿Por qué no? Yo sé que la quieres, que te afecta.

—Porque no viene al caso lo que yo sienta por mi ex. Nuestra relación es inexistente, compartimos espacio porque tenemos qué, porque nos forzaron. Ni ella quiere acercarse, ni yo quiero que lo haga.

Su bufido parece interminable y me vira los ojos volviendo a sorber su batido que sigue casi lleno. Lo hace para joderme.

Finalmente llegan los sándwiches y la misma mesera de siempre me sonríe al irse. La que vira los ojos ahora soy yo al ver a Ade súper entretenida con esa diminuta acción.

—¡Invítala a salir!

—Creí que ya habíamos aclarado que no quiero empezar nada con nadie.

—Eres terca —dice entre dientes.

—¿Qué dijiste?

—¡Que eres una terca de los mil demonios, Yulia!

Sí, la escuché bien.

—No quieres nada con Lena, no quieres nada con la mesera, pero estás como idiota viendo como gente extraña se ama y queriendo hacer lo mismo.

—Termínate tu batido, ¿quieres? —le sugiero. Ahora prefiero que se quede callada, porque tiene la maldita razón.

—Déjame darte un consejo, ¿sí? —me dice intentando de recuperar mi atención que continua en los dulces intercambios de esas personas a lo lejos—. Habla con Lena. Ustedes dos deben aclarar las cosas, vivir en paz, actuar sobre lo que sienten. No pasar los días evitando lo que es evidente.

¿Se supone que eso debía tranquilizarme?

No, ya sé que no.

A Ade le importa muy poco si estoy cómoda con esto o con lo que sea, siempre vendrá a decirme en la cara exactamente lo que piensa.

«Actuar sobre lo que sienten»... Hmm, plural.


...

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