No voy pensando en nada en especial mientras camino buscando un taxi. El frío es tal, que lo único que ocupa mi mente es la urgencia de conseguir un auto. Si por mi fuera, ya habría comprado uno usado con el dinero que me dieron por el que vendí allá en Sochi, pero papá insiste con que busquemos juntos uno nuevo y me pidió que lo espere hasta fin de mes que viene a Moscú por negocios. No quiero sonar desagradecida, pero este cambio de 180 grados que ha tenido desde el día que pasó por mí a la escuela hace cuatro meses, es sofocante.
Durante los últimos cinco años aprendí a valerme por mí misma, a no depender de su dinero, de su presencia, o pedirle permiso para tomar decisiones como qué marca de auto y qué modelo comprar. No hablábamos por meses seguidos, ahora lo hacemos pasando un día cuando menos. Y no es que no me agrade tener a alguien que me apoye, lo aprecio, pero cosas como esperar semanas a que esté disponible, son por las que ahora me congelo bajo el clima helado de esta cuidad.
—¿Hija? —escucho a una voz familiar llamarme a unos pasos y alzo la mirada del piso.
¿Acaso es el día de caerle a palos a Yulia y yo no me enteré?
—Mamá.
—Hija —repite con nostalgia y sorpresa, está feliz—. ¡Oh cielo, qué bueno es verte! —Muy feliz. Me abraza sin pensarlo y me aprieta respirando muy cerca de mi cabello—. Amor, ¿qué haces por aquí? Estás lejos de casa.
—Acompañé a una amiga a comprar unas flores para San Valentín.
—Ya veo, ¿estás buscando taxi?
—Algo así, decidí caminar un rato, pero está haciendo mucho frío.
—Congelando. —Sonríe con ternura, recordándome a la mujer a la que extraño tanto—. Estoy camino a casa. ¿Te acerco a tu edificio? —me ofrece virando el cuerpo hacia su izquierda, su auto está aparcado a unos metros.
Acepto de inmediato, de repente ver a mamá así me cambió el mal genio que tenía de mi pelea con Ade y, de verdad, la temperatura está muy baja.
Me acomodo en el asiento y me coloco el cinturón. Ya de por sí estar lejos del contacto con el viento es reconfortante. Mamá entra y enciende el aire acondicionado que comienza a llenar el auto de un aire tibio. No me había dado cuenta de que me dolían las piernas y la espalda hasta este momento, el frío perfora los huesos.
Con un acto inconsciente, enciendo el radio. La emisora designada toca una canción de los años noventa, es un clásico y me gusta. Me gusta la música de esa época, esta canción en especial, es una de sus favoritas también. A mamá le encanta cantar y no tiene mala voz, de algún lugar debí sacar mi talento, ¿no?
Cuando era pequeña solíamos hacer de la sala de la casa nuestro escenario y jugábamos al karaoke gritando a todo pulmón. Tengo tantos videos de esos años, peinada con trencitas y vestida de colores pastel y estampas de ponies en mis camisetas. Dios, era tan gay.
Ahora me acuerdo de que con esta canción audicioné al musical de la primaria, jmm... —Sonrío—. Son lindos recuerdos, memorias que están llenas de nuestras risas.
Amo esta canción.
Mamá frena bruscamente, debido a la torpeza del conductor de enfrente, y unos papeles que dejó sobre la consola del coche caen a mis pies. Los recojo para guardarlos en la guantera y, antes de acomodarlos, me fijo en el arcoiris del logotipo en la esquina.
«Centro de ayuda para padres y familias con hijos LGBTI».
—Son guías de terapia —me informa cuando ve que ojeo el contenido del folleto—. Me pareció una buena idea buscar a un nuevo terapeuta que se acomode más a nuestras necesidades, a tu realidad y nuestra relación.
—¿Quién te los dio?
—Nadie, hija. Cuando nos encontramos salía del Centro consultando por una lista de psicólogos familiares recomendados.
La información es basta, va desde consejos sobre cómo llevar una conversación mientras hay una confrontación entre padres e hijos LGBTI, la distinción sobre las distintas identidades sexuales, las cosas que se deben evitar decir. Muchas de las cosas que mamá hizo en su ignorancia.
—¿Por qué? —pregunto ampliamente. Pueden ser muchas las interrogantes que necesito que me conteste y no sé por cuál iniciar.
—Porque te extraño, porque te quiero, porque eres mi hija y yo he sido muy intolerante y estúpida.
Mi nariz cosquillea al escucharla, porque estas son palabras que he querido oír de su boca desde que le declaré que soy lesbiana. Lo más cerca que estuvo fue cuando decidió separarme de su vida para evitarme más daños y todo empeoró con su ausencia.
—Yo también te quiero —le digo cerrando el libretín y lo dejo de lado.
—Me arrepiento de muchas cosas, Yulia —me dice con la voz forzada—. Me duele tenerte tan lejos, la casa está tan vacía sin ti, sin tu música, sin tus risas cuando veías esas películas sangrientas que yo odiaba tanto... A veces las pongo para recordarte, pero me haces tanta falta.
—Lamento ya no llamarte tan seguido... o llamarte en realidad.
—Entiendo el porqué. Hablé con Alik y con alguien que me hizo abrir los ojos. Elegí mal al buscar a un terapeuta que esté en acuerdo con mis creencias sobre el tema, porque claramente estoy equivocada —me informa—. Lo despedí y voy a comenzar a venir a los grupos de apoyo en el Centro.
Me giro para mirar a la cuidad a mi derecha. Está tan blanca, tan inanimada, la siento vacía como yo, confundida entre la nada, detenida en el tiempo..., otra vez, como yo.
—No te pediré que vengas conmigo, no aún, aunque quiero que lo hagas, hija, pero debo aprender a aceptarte, a tratarte con respeto. Voy a venir unas semanas sola, pero después, si tú quieres...
—Quiero —acepto interrumpiéndola.
—Okey —me dice contenta de escucharme—. Eso es muy bueno.
—¿Con quién más hablaste? —le pregunto porque me intriga saber quién pudo romper esa barrera que ella formó entre nosotras.
—Fue una chica, un poco mayor a ti. Me habló con cierta dureza discutiendo mi postura, muy apasionada, interesada por cambiar mi opinión, sin embargo fue muy coherente. Me contó su experiencia con sus padres y me hizo reflexionar sobre... muchas cosas, sobre recuerdos que tenía de cuando eras más joven, de cómo te sentías ya a esa edad —menciona girando para entrar a la calle principal—. Ahora veo que tu novio, la mayoría de las veces, llegaba a ser un medio para complacerme.
—No creo que haya sido así necesariamente, yo amaba a Aleksey, solo, no estaba enamorada de él.
—Yo creo que sí, quizá lo hacías a un nivel muy inconsciente— me asegura, yo no logro entender de donde sacó esa conclusión. La miro de lado esperando una explicación y ella continúa—. No sé si lo recuerdas, pero las charlas que teníamos después de sus citas eran mucho más profundas, más agradables, más interesadas de mi parte. Pasábamos horas sentadas a la mesa.
—Sí, lo recuerdo.
—Yo, te seré sincera, amor. Me ilusionaba verte con un novio tan apuesto que te quisiera, verte feliz.
—¿Y por qué es tan difícil para ti verme feliz con una chica?
—Aun no lo sé. Quisiera poder decirte que tengo sentimientos encontrados, que quiero verte formar una familia, que no quiero que gente que no te entienda te lastime, pero sería muy hipócrita de mi parte, porque yo fui la primera en hacerte daño —acepta con tristeza. A mamá debe pesarle tanto haberme golpeado, como a mí por tocar a Lena, más, porque yo soy su hija—. Por eso quiero ir sola a varias reuniones antes de que te unas.
El camino se va acortando, estamos a unas cuadras de llegar a mi departamento, tal vez debería invitarla a subir, tomar un café, quizá es demasiado pronto.
—Yulia, quería preguntarte algo sobre el diario que estabas leyendo, el que encontraste —dice cambiando de tema.
—¿Qué quieres saber de él? —le pregunto a la defensiva. Debo controlarme, ella no puede saber que Lena es la dueña.
—¿Descubriste quién lo escribía?
—No, nunca hizo referencia a un nombre o en donde vivía. Solo eran entradas sin importancia.
—Ya veo —responde insatisfecha—, y... ¿podrías prestármelo? Me gustaría intentar descubrir su identidad.
"¡¿Para qué quiere hacer eso?!"
"¡Dile que no!"
Ya, calma. Yo lo manejo.
—No puedo, mamá. Lo quemé al terminarlo.
—¿Que hiciste qué? —Se sorprende, pero no dejo que me afecte. Aquí no pasa nada, nadie sabe nada, nada importa, nada de la nada y nada.
—La última entrada pedía que si alguien, que no era ella, lo leía que por favor se quemara y lo hice.
—¿Así nada más?
Nada de la nada y nada, dije.
—Sí. Ya te digo que no había nada importante. Eran entradas de su novio y del trabajo, de cosas que hizo en el verano. Nada del otro mundo, ¿para que iba a guardarlo?
—Oh, bien, pues...
—¿Por qué tanto interés, mamá?
—Nada, no importa ya.
—Mamá, solo escúpelo.
—¡Yulia, no seas vulgar, por favor!
Primera advertencia de madre enojada.
—Solo dilo.
—Está bien, ya no importa, si no sabes quién es la chica, pero me gustaría que conserves la información que voy a darte como confidencial.
—¿Y a quién se la voy a decir si no le he contado a nadie que lo encontré?
Eso es cierto, aunque Nastya lo sabe y Ade también porque Lena se los contó.
—Es algo delicado, hija —me dice y yo asiento aceptando la condición—. Un hombre se comunicó con mi vieja oficina en Sochi, tuvo una reunión con uno de los abogados más antiguos de la firma.
—¿Y qué tiene que ver eso con el diario?
—Una de mis antiguas colegas fue llamada al final de la reunión y me comentó que se le encargó el trabajo de localizar a las niñas desaparecidas.
"Lena".
Trago con dificultad. ¿Qué significa esto, que está en peligro?
—¿Y para qué las buscan?
—No lo sé, pero me dijo que este hombre se asemeja mucho a uno de los sospechosos del asesinato. Alex estaba muy consternada. Ambas trabajamos en ese tiempo muy cerca del caso.
—¿Tú trabajaste en el caso?
—No directamente, Alex y yo recolectamos información, intentando encontrar a las niñas —me aclara, pero eso no me tranquiliza para nada—. El sospechoso principal era el padre, un hombre rubio de cabello hasta los hombros, tenía una cicatriz marcada en el rostro, casi idéntico al hombre que pidió la reunión. Pero claro, han pasado quince años, la gente cambia físicamente.
—¿Y no se supone que ya las niñas son mayores de edad? ¿Para qué las buscan?
—No lo sé. Alex es como yo, una asistente legal encargada de investigación, no sabe los pormenores del caso a estas alturas.
—¿Y tú querías ayudarla a encontrar a la dueña del diario?
—En realidad no. Temo que su ubicación caiga en malas manos. En realidad, me alegra que lo hayas quemado. Es lo mejor.
Lo mejor.
Lo mejor es que nadie más sepa la verdad de quién es Lena. Lo mejor es que yo le comunique esto a Sergey y a Inessa de inmediato. Lo mejor es que manden a Lena a Siberia y la encierren en una cárcel de máxima seguridad.
"Los sobres sin remitente".
Necesito hablar con ella. Debo decirle lo que sé, pedirle que me aclare qué le está pasándo. Si hay algo que no voy a permitir es que su padre o cualquier otra persona le haga daño.
Quiero que esté totalmente a salvo...
Su voz es fuerte... y segura. Su postura, dura, podría decirse que elegante, no, en realidad es soberbia, muy orgullosa, lo noto. No quiere necesariamente hacerme de menos, pero sí que todos sepan que ella está arriba y nadie la va a bajar de ahí. No tiene ganas de sonreír o dar algún signo de aprobación. Se mantiene distante, muestra su desconfianza rechazando la cerveza que Lena le brindó, además de las papas fritas que colocó en un recipiente sobre la mesa —como buena anfitriona que es— y que Anatoli se está terminando solo. Es tan delgada y tiene los rasgos muy finos. Es de tez más blanca que su hermano, más parecida a papá, rubia como él, pero sin sus ojos. Ahora que lo recuerdo, yo soy la única de sus hijos que los heredó.
La siento mirarme, tengo su rostro borroso muy presente en mi visión periférica. Procuro poner interés en Lena, mi hermano y su entrañable conversación, más cuando regreso a verla por un segundo, pretendiendo que un sonido detrás mío me llamó la atención, ella desvía sus ojos hacia ellos. Ninguna de las dos está dispuesta a intercambiar lo que sabemos de la otra, mucho menos a entablar una relación de hermanas.
Si así se comportó con mamá, no entiendo cómo logró que entrara en razón. Quizá le cayó a golpes o le dio latigazos con los rayos que salen de sus ojos o qué se yo, tiene poderes de persuasión; es como un Charles Xavier, o una Jean Grey. Mi hermana es un X-Men.
—Leo vendrá en abril de visita con su hijo, vendrán ya sabes, los parques, Island of Dreams —le, o nos, comenta Anatoli.
—¿Vendrá solo o con su ex?
—¿Alguien está celosa? —la molesta.
Mi hermana ríe, pero no porque le cause gracia la broma, sino lo que implica. Si a Lena le pone celosa que su ex venga con la mamá de su hijo, ¿qué significa eso para mí? Su reacción es pedante y deja ver que sabe que Lena y yo fuimos algo, que ella para mí es importante, que lo que dice me afecta, que lo que no somos ahora me llena de dudas, más cuando es evidente que quiere ver a Leo y sí, siente celos. Entonces yo siento celos e impotencia, yo me siento atacada, destronada por alguien que está a miles de kilómetros de distancia, pero sigue siendo tan importante en su vida. Quiero irme de aquí, quiero largarme lejos y morir de frío, literalmente morir, porque todo esto me jode y a Varvara solo le bastó hacer ese simple gesto, poner esa corta y arrogante sonrisa que ahora ya ni tiene.
"Cálmate, piensa en... pizza".
"Sí, a quién no le gusta la pizza".
"Deberíamos pedir una, tenemos hambre, nos duele el estómago".
"Yo quiero conocerla, pregúntale algo. Emm, ¿qué tal, si tiene novia?"
"¡Es nuestra hermana!"
"Es nuestra media hermana... ¡y es gay!"
No sean asquerosas, no voy a coquetearle a mi hermana.
"Sí, además está muy flaca, puro hueso. Lena me gusta más".
"A mi también".
"Bah, aburridas".
—¿Estás bien? —me susurra Lena después que Anatoli se levantara a contestar su celular y Varvara fuera al tocador.
—Sí, supongo.
—Te cayó de sorpresa, claro. Si a mí me llamó la atención verlos en la puerta, mucho más a ti.
—Sí..., supongo —repito la respuesta.
—Si quieres... puedo insinuar que tenemos mucho que estudiar para que se vayan pronto, no queremos compartir la cena con ellos, ¿no?
—Yo pensaría que tú sí, Anatoli es tu amigo. Yo... prefiero dormir.
—¿Quieres que me los lleve? Puedo hacerlo, los invito afuera a unos hotdogs...
—Dudo que la flaca vaya a probar bocado.
—Je, ahí donde la vez, Varvara come como... —Mi mirada la fulmina y ella termina haciéndose unos centímetros hacia atrás, sin concluir su comentario—. Sí, seguro no come nada, mala idea.
—Si quieres ve con ellos. Yo estoy cansada, quiero leer el capítulo de geografía que me falta y dormir muchas horas, doce al menos.
—Okey. Se los propondré.
Siento su mano apoyarse en mi hombro con una dulce caricia que me tranquiliza y, a la vez, me angustia, y se levanta hacia la cocina. Quiero tanto sus cariños, pero debo dejar de aceptarlos hasta no saber qué significan, qué es lo que quiero, como me advirtió Ade.
Dios, necesito dormir, dejar de pensar.
Cierro los ojos y suspiro ampliamente, casi durmiéndome en el acto.
—Levanta la cara y mírame —escucho decir frente a mí, pero no es mi hermano ni tampoco Lena. Hago lo que me pide, más por confirmar que es ella la que me habla que por obedecerla.
Varvara posa sus delgadas, frías y suaves manos a cada lado de mi rostro, masajeándome las sienes con sus pulgares. Mis ojos vuelven a caer. Es tan plácido, calmante, hipnotizante. ¿Por qué dejo que me toque? ¿Por qué me rindo con esta facilidad ante ella? ¿Por qué se me hace tan familiar?
—Papá solía quitarme las jaquecas haciendo justamente esto —me comenta. Es por eso, debió hacerlo un día conmigo, no lo recuerdo, pero es lo más lógico—. Tenía muchas cuando era niña.
¿Dónde están Lena y Anatoli? ¿Están viendo esta escena con sus quijadas golpeando el piso?
—Tienes mucho estrés, estás muy tensa, debes intentar calmarte —menciona con la voz casi nula, los músculos de mi boca se sienten adormecidos, mi respiración es sonora y constante. Siento mis hombros caer cada vez más bajo y mi cuello alargarse, mis brazos soltarse y mi pecho llenarse de cansancio, pero de una buena manera, de una forma cálida y ligera.
Mi hermana es un X-Men.
—Te envidio tanto, ¿sabes? —me dice sin detener sus movimientos, pero yo ya salí del trance y abro los ojos para verla—. Papá te ama tanto que está dispuesto a ofrecerme lo que sea para menguar el odio en nuestra relación y ayudarte.
No puedo hablar, no quiero. Lo que hace me tiene encantada. Solo manejo suspirar profundamente queriendo expresar un: lo siento.
—Tienes sus ojos. —Me admira y sonríe, pero no como antes, ahora es sincera, cordial, hasta afectiva.
—Es lo único que tuve de él con certeza por años —le digo casi sin hablar, ocultándoselos de nuevo—. No me tengas envidia, ambas tuvimos buenas infancias y ambas sufrimos la intolerancia de un padre.
Su respuesta es un leve bufido dándome la razón y cambia el movimientos de sus pulgares a líneas horizontales en mi frente. Presiento que el masaje está por acabar, al igual que nuestro corto encuentro.
—Acordé con tu mamá hablar con ella constantemente para ver cómo van las cosas. Se mostró receptiva ayer que fuimos a un grupo de apoyo en el centro de ayuda para familias —me cuenta, recorriendo mis mejillas de cada lado hasta llegar a mi quijada y soltarla con un leve pellizco. Finalmente se aleja para recoger sus cosas del sillón—. Espero poder ayudarlas en lo que necesiten. Ya encontré a una psicóloga conocida que las puede atender a ambas, es buena y es gay.
—Genial —le contesto con gusto, me leyó la mente. ¿Qué diablos acaba de hacerme? X-Men, sin duda. Me siento como si fuera un cachorro de labrador retriever, dócil, esponjosa y feliz.
—Espero que cuando vayas a San Petersburgo no te olvides de buscarme. Tú mamá me dio tus datos, te mandaré mi dirección por mensaje de texto. —Camina hacia la puerta y caigo en cuenta que el departamento está vacío, ¿a qué hora desaparecieron esos dos?—. No te preocupes por Lena, la cuidaré durante la cena. Me sonríe antes de jalar la puerta cerrándola con reposo; apenas se escuchan los sonidos de cierre del picaporte.
"Me cae bien".
Iré a dormir, al diablo geografía, siempre puedo hacer trampa con Google Maps.
Ya estoy viendo rojo....
Mi hermana es la mujer más increíble del mundo. Amable, cariñosa, generosa y considerada. La amo.
Después de que Anatoli, Lena y ella se fueron a buscar algo de cenar y yo me quedé sola con mi soledad, fui a tirarme en la cama cual bulto que no se iba a mover sola hasta la mañana siguiente, ¿y qué me encontré?, pues... ¡todo lo que pude haber querido en la vida! ¡La versión diamante, ultra empacada y especial de mi película favorita!
Vino en una caja de metal que reconocí de inmediato, porque ya tenía mis ojos en esa edición para comprarla apenas saliera a la venta —lo cual es en cinco días—, pero ella la consiguió antes de tiempo y ¡ahí estaba!, quieta sobre mi cubrecamas color negro, brillante y con una nota, adentro de un pequeño sobre rojo, que decía:
«Tal parece que tú y yo tenemos muchas más cosas en común de las que papá se encargó de comentarme. Fue un regalo de la productora para la firma de publicidad para la que trabajo y me la gané en el sorteo que hizo el gran jefe la semana pasada, pero creo que tú te la mereces. Espero conocerte más que un par de minutos. Tenemos mucho de qué hablar. Cuídate, Varvara».
¿Ven? ¡¿Ven?!
¡La mejor hermana ever!
La amo.
Esa noche, vi la caja y no pude evitar despertar por completo para abrirla —se sentía como navidad—, le quité la cobertura plástica, y la abrí con sumo cuidado y ¿saben qué venía adentro? Una tijera grabada con las firmas de los actores principales toda pintada de rojo «sangre» pasión.
¡Una tijera de verdad y con las firmas empapadas en sangre!
También tenía dos folletos grandes y hermosamente impresos en papel de alta calidad con fotos exclusivas del backstage y la producción. Llenos de anécdotas y datos curiosos —que ya conocía, pero me vale, ¡me vale!—, me los leí todos. Y, abajo, al fondo de la cosa más bella que jamás a existido, tres discos de la más alta definición, uno con la película normal, uno lleno de extras —siete horas en total con entrevistas, especiales, tras cámaras—... ¡Dios, el cielo para cualquier fan de The Scissoring! Y como si fuera poco, el último disco con la versión extendida del director.
¡El cielo, el trono en el cielo, el trono en lo que exista más arriba del cielo!
Me senté en el sofá de la sala, prendí la tele y ¡tara!, me cobijé con la manta y no recuerdo más hasta como las once de la noche que Lena llegó e intentó entrar sin hacer ruido alguno para no despertarme.
El problema es que lo hice, no solo por el sonido de la puerta que golpeó muy fuerte y sin querer el marco de la entrada, sino por el frío que estaba haciendo, menos nueve grados centígrados afuera, adentro quizá unos tres.
Cuando Lena entró al baño —y juro que no fue intencional—, me mudé para mi cama y volví a caer en sueños sin hablarle. Un par de horas más tarde volví a despertar, pero eso es otro cuento.
"Debemos pensar sobre eso y qué significa".
Ahora, no. Hay otras cosas que me preocupan más.
"Pero esto es importante, mucho".
"Definitivamente".
¡No ahora!
"¡Evasora de situaciones!"
¡Qué es lo que contienen esos sobres me preocupa más!
"Tal vez está relacionado".
Imposible y no hablemos más de eso. Quiero concentrarme en lo que vi ayer.
Y eso, vamos al grano, a lo que pasó.
Miércoles, 10 de febrero. Nos despertamos y evitamos hablar hasta salir a la parada del bus. Como Ade está enojada conmigo, no nos viene a recoger y yo todavía no tengo auto, ni lo tendré hasta fines de mes. En fin, caminar cuando en la mañana está helando no es lo más confortante de la vida, así que para intentar olvidar el frío comenzamos a charlar. Nada muy importante, ya saben, cosas del pasado, algo como:
—No te he visto escribir. ¿Aun llevas un diario?
Juro que la pregunta no iba con indirecta de quiero leer lo que te pasa, ¡lo juro! Aunque después de recibir una mirada fulminante de su parte, no he dejado de pensar en lo útil que sería en momentos como este, que no quiere darme ni una pista de qué le sucede.
—Yo comencé a hacer grabaciones de mi día a día. Pero no me duró. Era para el psicólogo que boté. Nada importante... Sí...
Mis balbuceos le hicieron gracia y me dijo:
—Antes de anunciarme esa noche que llegué de Sochi, te escuché hablar. Pensé que tenías visitas y me acerqué a la puerta. Luego me di cuenta de que hablabas sola y decidí golpear.
—Gracias por ahorrarme el bochorno.
—No quería empezar con una caída y otra pelea, así que preferí no decir nada —me comentó. Encontré mucha ironía en su declaración. Esa precisamente era una de las razones por las que yo no le dije que tenía su diario. Aunque no creo que ella se dio cuenta de que era una situación muy similar.
Llegamos a la escuela y no nos vimos por todo el día aparte del maldito examen de geografía y el almuerzo. Últimamente comemos juntas, antes, ella desaparecía con su bandeja y no la veía más que para dejarla en la torre de desperdicios ya vacía una hora después.
En medio del postre, me preguntó algo que no entendí al momento, pensé que se trataba de una forma de llenar el silencio entre nosotras o hacer conversación de uno de mis intereses.
—¿Sabes cómo hacer más nítida a una fotografía vieja?
—Todo depende de cómo haya sido tomada, pero hay formas de corregir la luz y la definición si la digitalizas —le contesté.
—¿En un escáner?
—Si tienes el negativo es mejor.
—No lo tengo.
—Entonces sí, en un escáner. Tienes que procesarla en muy alta definición y luego hacer varios pasos en el programa de retoque.
—Ajam y... ¿puedes enseñarme?
—Puedo ayudarte si quieres. —Quise ser amable, pero no, ella no quería mi ayuda.
—No, olvídalo. No es importante.
La alarma sonó, ella se salvó, yo me quedé con la duda y ambas fuimos a nuestras respectivas clases.
Tras cuatro largas horas, volvimos a vernos en la casa. Mis hermanos nos hicieron otra visita antes de partir a San Petersburgo y Sochi respectivamente. Le agradecí a Varvara por el regalo y a Anatoli por convencerla, porque ya me contaron como fue que su intervención sucedió.
Papá la había llevado al muelle en época de navidad. La primera vez que iban juntos como padre e hija. Ella aun muy resentida por como papá se había comportado cuando salió del closet. Tuvieron una breve charla, papá le contó sobre mí, tuvieron una pelea y Varvara le dijo que no quería volverlo a ver, que se mudaría a San Petersburgo aceptando un trabajo en una agencia de publicidad y que no se le ocurriera contactarla.
Pero las cosas conmigo empeoraron, mi decaída de notas angustiaba a mi progenitor. Todo se puso peor cuando tuve mi incidente con las pastillas y luego, cuando finalmente despedí a Alik como mi terapeuta, mamá llamó a decirle a papá que vendría a recogerme para que regrese a vivir con ella, que sus tácticas de traer a «mi novia» —o sea a Lena—, habían sido la gota que derramó el vaso y que ella me escarmentaría hasta que regresara a la normalidad.
Él entró en pánico, sabía que de las muchas veces que peleó con Varvara, ella era la única que lograba hacerle entender como era la realidad, que en ella vio el dolor que él le ocasionaba y que no quería que mamá hiciera lo mismo conmigo. Como último recurso la llamó, ella lo ignoró y por eso es que vino Anatoli. Al ser el hermano menor —prácticamente su juguete personal—, también es la persona a la que más escucha y a la que más cariño le tiene de su familia. Anatoli la convenció de venir y hablar con mamá y bueno, ya sabemos cómo es Varvara, fuerte, empecinada, dura y a la vez muy inteligente. Se ganó a mamá y a mí. Ya dije que la amo, ¿no?
Una vez que Lena y yo estuvimos nuevamente solas, pensé en la posibilidad de comentarle que sabía que había recibido a lo menos dos sobres sin remitente y preguntarle de qué trataban, pero ella se puso rarísima, dijo que quería darse un baño largo, y me preguntó si me molestaba que use la tina.
¿Cómo iba a molestarme? No tiene que pedirme permiso para hacerlo, es ridículo. Sí, es mi invitada, pero... es como si fuese su casa también. Al menos así lo siento, y lo será mientras dure el acuerdo con sus padres y el mío.
No salió por más de dos horas. Al final de la primera ya me moría por golpear la puerta y preguntarle si estaba bien, o tirarla para asegurarme de que no se había ahogado mientras dormía, pero la escuché reírse.
Estaba hablando por teléfono con alguien y pensé:
"¿Con quién está tan divertida? ¿Nastya?"
Así que le mensajeé.
«¿Estás hablando con Lena?»
«Hola, Nastya. ¿Cómo estás? Bien gracias, ¿y tú? Ah, yo bien. Quería preguntarte si estás hablando con Lena. No, ¿por?»
Odio cuando Nastya llena el silencio intencional que emito cuando no envío toda esa palabrería y voy directo al punto.
«Por nada, gracias, Nastya».
Me preguntó alguna otra cosa, pero la re-ignoré.
La segunda persona que se me vino a la mente fue Marina y claro volví a pegarme de la maldita puerta esperando escuchar de qué tanto se reía.
—No, creo que ella sería más como un: mmmm —gimió de una manera muuuy sugerente. ¡¿Con quién mierda hablaba de sexo?, porque no haces ese sonido si no estás hablando de sexo!
—¿El mío? No sé, no he puesto atención a cuando gimo o cómo lo hago.
No era Marina, porque ella la había escuchado gemir. ¡¿Entonces quién?!
—Espera, creo que Yulia quiere algo.
Ahí me helé, porque claro, yo soy una idiota y estaba parada detrás de la puerta, creando una sombra que se veía por la rendija de la puerta.
—¿Necesitas el baño? —me preguntó.
—No, solo quería saber si ya tenía que llamar a la morgue para que viniera por tu cuerpo flotante —le respondí y me regresé a la cama y ahí me quedé unos minutos sin escuchar nada porque así es mi vida, cruel y malditamente injusta.
Luego decidí ir a distraerme estudiando portugués, porque según la escuela, un artista debe conocer al menos tres idiomas aparte del suyo y yo no me quiero quedar atrás con el maldito idioma de Leonardo. Si él sabe inglés y portugués, yo sabré, inglés, portugués, español y francés.
Para cuando Lena salió ya me había cansado de intentar pronunciar «meu amor» y «você é a mais bonita ruiva que eu já vi».
—Gracias —me dijo con una enorme y adorable sonrisa. No debía escucharme, pero ya qué.
Qué linda es Lena sin maquillaje, así al natural —más si está desnuda—, pero con suéter flojo y pantalón grueso de pijama también lo es.
—Ya estás lista para el examen o quieres que te ayude.
Claaaro, porque yo quería que ella me de una mano en el lenguaje que aprendió mientras gemía con el mastodonte. ¡No!
—No hace falta, ya lo tengo, me voy a dormir.
Así termino ese día, bueno, no en realidad. ya en la madrugada, misma historia de los últimos días, pero eso es otro rollo.
Lo que nos trae a ahora.
Jueves, 11 de febrero, 18h43 minutos y estoy justo donde Lena me citó, en el medio de mi sala.
No hemos hablado durante todo el día, pero la he visto muy sospechosa. En la mañana nos levantamos y por debajo de la puerta yacía otro sobre más, blanco con el nombre de Lena y sin remitente.
"Perfecto", pensé.
Tendría que decirme de que trataba, ¿no? Digo, se lo pasé yo misma, hice una inferencia directa hacia lo extraño que era que no tuviera información de quién se lo envió, pero ella lo tomó y siguió comiendo las tostadas de su desayuno como si nada, sin abrirla, sin responderme, ¡sin nada! Se la guardó en el bolsillo y ya.
A la hora del almuerzo se excusó porque quería «prepararse mejor» para una audición a la obra del club de drama y necesitaba estar sola. Yo, por supuesto, la seguí y de lejos la vi abrir el maldito sobre. Tenía una carta y algo que me pareció que sería una foto. Ahí recordé que el día anterior me había preguntado sobre como aclarar una imagen. No era coincidencia o querer hacer conversación, era porque alguien le estaba mandando fotografías y, como ella lo dijo, eran viejas. Lo primero que se me ocurrió era que su papá la encontró o alguien que sabe del caso y le estaba escribiendo y le envían evidencia. Después recordé a Svetlana, la detective, pero no podría ser ella, no lo creo. En todo caso, mi curiosidad creció.
¿Qué diablos estaba ocurriendo y por qué Lena no confiaba en mí?
—¡Viniste!
—Aquí vivo —le respondo, llegó a las 18h45 en punto.
—Lo sé, pero pudiste... no venir.
—Para que soy buena —le digo, esperando y cruzando los dedos para que me cuente de una vez por todas este misterio y quedar en paz.
—Pues... estaba pensando en que... podríamos viajar a San Petersburgo mañana en la tarde saliendo de la escuela.
—¿Ajá?
Esto no suena a confesión.
—Nos hospedaríamos en un hotel que reservé...
—¿Ya lo reservaste?
—Emm... Es que de lo contrario no encontraríamos lugar para quedarnos, es San Valentín después de todo...
—Hiciste planes para San Valentín, para la dos...
Espera, ya había oído esto antes.
¡Ade dijo que Lena tenía algo planeado para mí! ¿Es esto? ¿Un viaje de... pareja?
—No, no, no... no de San Valentín... Sé que estamos... Bueno, no sé como estamos, pero sé que no... No es por San Valentín. Solo conseguí entradas para esa obra de teatro que comentaste un día en una clase de arte que querías ver y pensé...
—¿Que viajaríamos juntas a otra ciudad y nos hospedaríamos juntas en el hotel e iríamos juntas a la función?
—Bueno, yo también quiero ver esa obra y estamos cerca...
—No tan cerca.
—Pero cuatro horas en tren es relativamente cerca. Ya no estamos en Sochi, deberíamos aprovechar y como el lunes iniciamos vacaciones de fin de semestre pues...
—Dime que la función no es el domingo.
—Emm... No puedo —acepta y me rehuye la mirada por unos segundos.
—Es el domingo.
—Sí —me confirma, con algo de pena.
—Domingo, 14 de febrero.
—Mhm. —Asiente, ya ni me mira.
—San Valentín.
—Yulia...
No quería contarme nada. Todo esto es un plan hecho a mis espaldas ¿para qué exactamente? ¿Para que recuperemos una relación que ni siquiera tiene un centímetro de confianza?
—Debiste consultarme.
—Pensé que te gustaría la sorpresa.
Creo que estoy arruinando su plan al no sentirme alegre y decirle que me parece una idea fabulosa. Y quizá lo termine de estropear porque no me atraen nada sus intenciones.
—No puedo ir, lo siento. Tengo una cita con... alguien el domingo. —Me invento, y sí, soy cruel, pero yo no quiero esto. Antes de que iniciemos algo, quiero tener una base sólida. No más secretos entre nosotras.
—¡Oh!, ya veo. Una cita... con una chica.
"La cagaste, Yulia".
"Sí, ¿no dijiste que no ibas a permitir que nadie la lastime?"
Yo tampoco quiero salir herida. Quiero...
"No sabes ni qué quieres, pero nosotras sí. Dile que es mentira y que iremos con ella al paseo".
No. Será mejor así.
"¡Terca, siempre arruinas todo!"
—Sí, una cita con... Katy.
Recuerdo de repente el nombre de la camarera del café. La chica a la que Ade me insiste que invite a salir cada vez que la vemos.
—Ah, tiene nombre. ¡Qué bien! —Sus palabras denotan enojo. Sus brazos se cruzan haciéndolo más evidente y ahora se muerde el labio, evitando decir algo más.
—Sí, lo tiene. Así que no puedo, pero si tanto quieres ir a la obra, deberías hacerlo.
—El punto era ir contigo, pero entiendo, tienes una cita y eso...
"No está enojada, está herida".
"Somos pésimas personas".
"No me incluyas, la única idiota aquí es Yulia".
—Tienes razón, debí consultarte... Sí... debí... —dice y niega sin creérsela—. Soy tan estúpida.
—Lena, tú y yo... —estoy por aclararle, una vez más, nuestra situación sentimental, pero ella me interrumpe al toque.
—No lo digas, ¿sí? Ya lo entendí.
—Okey —No me justifico o me excuso. La realidad es así. No somos nada, terminamos y yo no quiero que las cosas re inicien mal.
—No pasa nada. Llamaré al hotel y cancelaré la reserva. Las entradas las puedo vender en o algo.
"¡Habla!"
"¿Qué estás haciendo?"
No es un buen momento para un viaje romántico entre personas que ni siquiera se pueden decir la verdad, que no son ni amigas...
"¡Somos amigas, boba! Deja el drama".
¡No es una buena idea!
"¿Por qué? No seas idiota, es un buen plan, es un lindo detalle".
Quiero confianza, que sea sincera, que no me meta cuentos. Ella debería saber que me preocupa que la quiero, contarme qué le pasa.
"¡Pero esta puede ser una buena oportunidad para eso, ¿no crees?!"
No, primero que las cosas estén claras, cristalinas como el agua.
"Eres idiota".
"Muy idiota".
"Definitivamente idiota".
"Y pasaremos solas en San Valentín".
¡Ni siquiera me gusta la fecha!
"¡Eso no quiere decir que a nosotras tampoco!"
"Yo quería ver esa obra".
"Y yo quería hospedarme con Lena en el hotel. Seguro era un lindo cuarto. Lena es detallista".
"Y yo quería viajar en tren... con o sin Lena".
¡Bueno, no se puede!
¡La que decide qué se hace en este cuerpo soy yo y ustedes mejor desaparezcan! ¡No necesito su ayuda u opinión!
Siento el eco de mis palabras retumbar dentro de mi cabeza. Ninguna vuelve a hablar.
Bien.
Nada, ni un comentario.
¡Bien!
Nop, nada. Se fueron. Al fin, un poco de paz.
¿En qué momento se fue Lena?
Demonios, la puerta del baño está cerrada y escucho música fuerte salir de allí. Quiere estar sola y en esta diminuta suite no hay más privacidad que ese lugar.
¿Hice bien, verdad? ¿No querer caer en arenas movedizas?
Maldición, quizá las voces tenían razón y debí aceptar. Esa obra estará solo hasta fin de mes y si no es esta semana no la veré nunca. Pero... ¡Diablos, ¿es tan malo necesitar seguridad?!
Creo que lo arruiné.
Ha pasado todas las noches esta semana, a excepción de ayer.
La siento levantar las cobijas a mi espalda y entrar en mi cama. Su cuerpo se apega al mío en cuestión de segundos y su brazo izquierdo me abraza por mi cintura.
Se acerca más a mí, hasta que su nariz fría roza en la piel descubierta de mi cuello, como si estuviese dándome un beso de esquimal, para luego esconderla entre mi piel y la almohada. No importa si se le dificulta respirar, inhala sonoramente con fuerza y, si no puede hacerlo, respira por su boca.
El calor de su respiración es agradable, a veces me produce cosquillas, pero me agrada. Me gusta que venga cada noche a mí. Si no fuese porque antes de amanecer, se va.
No sé como logra ser tan exacta, casi como un reloj, calcula las 5:30 AM en punto, da un suspiro grande, suelta su agarre, se separa y sale de mi cama para entrar nuevamente a la suya y dormir allá una hora más.
Al levantarnos, ambas fingimos demencia, no hay un comentario alguno, no hay una mirada extraña que la delate o un reproche de mi parte. Nada sucedió, nada de lo que tengamos que hablar. Nos arreglamos, desayunamos y salimos a la escuela.
—¿Todos estos días menos ayer?
—Tuvimos una pelea, o un desacuerdo para ser exactos.
—Ya veo, ¿y qué crees que Lena busca al hacerlo?
—No lo sé.
—¿Has sentido ganas de ajustar esa situación?
—¿Te refieres a?
—A discutirlo, por ejemplo.
—No —contesto con seguridad.
—¿No te da curiosidad saber por qué Lena va a ti cada noche... exceptuando ayer?
—Sí, pero no quería que nada cambie.
—Y el desacuerdo que tuvieron alteró las cosas.
—Fue algo tan tonto. Mi culpa desde un principio.
—Te arrepientes.
—Debí aceptar su invitación y no volver a insistir con que no hay nada entre nosotras, porque es claro que algo hay.
—Eso lo percibo hasta yo —me dice, asintiendo con un ligero ladeo de su cabeza.
Illya, mi maestro de fotografía, ha hecho de psicólogo varias veces. Hablamos de lo que mis fotos le gritan, porque él dice que mi forma más clara de expresión no es mi voz, es el sentimiento que transmito al fotografiar. Nunca se equivoca y siento que es inútil ocultarle lo que me sucede cuando me lo pregunta.
—¿Sabes? Mi esposa y yo tenemos un trato, un acuerdo silente —me cuenta—, nunca vamos a la cama enojados. Y, si lo hacemos, dormimos abrazados.
—¿Enojados y abrazados? Y así me llamas rara a mí.
—Porque lo eres —replica, apuntándome con una patata frita que se lleva después a la boca—. Lo importante de ese acuerdo es que nos hace sentir compañeros. Aun somos una pareja, aun nos amamos; tenemos nuestras diferencias, como todos, pero somos un equipo y nunca llevamos nuestras derrotas a la cama.
—Se me hace muy idealista.
—Hay gente que no puede manejar las preocupaciones rodando por su cabeza a la hora de dormir. ¿No te parece lógico que, al final del día, busquen confort en los brazos de alguien a quien aman, cuando menos, durante unas horas?
—Lena no me ama.
—¿Eres tú Lena para hablar por ella?
—Obvio que no.
—No deberías suponer sus sentimientos.
—No creo que sea por eso que viene a mí en las noches.
—¿Qué más sacaría ella de esa simple acción? Me refiero a que Lena duerme profundamente una vez que está a tu lado, ¿no? ¿Lo hace antes de pasarse a tu cama?
Hmm, no lo sé. Hasta que sucede yo sí estoy dormida y cuando ella por fin cae en sueño, yo sigo intentando recuperar el mío.
—Una de estas noches, espérala despierta.
—Tal vez no lo vuelve a hacer —acepto con tristeza recordando cuanta falta me hizo sentirla a mi lado anoche, recibir el calor de su aliento, escuchar su respiración profunda, tener su calor.
—Quizá sí. No creo que lo haya hecho sin una razón. Necesitaba algo de ti. Podría estar sufriendo de depresión o de soledad. Recuerda que está lejos de todo lo que conocía, solo te tiene a ti y ustedes se quieren —menciona con franqueza y verdad, así es. Illya ordena los restos de su almuerzo y se levanta de la mesa—. No tengas miedo de acercarte, Yulia. Es obvio encuentra consuelo al buscarte, de lo contrario se habría dado media vuelta y habría abrazado a la almohada.
Pone su mano en mi hombro y se despide dándome un par de palmadas, me sonríe y se pierde a mis espaldas por el pasillo que lleva a las aulas.
Yo devuelvo mi vista al frente y allí está ella, almorzando sola en la mesa de la esquina. Hoy mi maestro pidió por mí tiempo de almuerzo para hablar de mi proyecto durante la última semana, dice que nota un cambio evidente de actitud, una dulzura que no le había enseñado antes, además de una clara confusión al elegir mil formas diferentes para demostrar «pánico», el tema que me asignó. Quería asegurarse de que yo estuviera bien y saber el porqué de ambos sentimientos. Lena no demoró en convertirse en el tema de la conversación.
Y, claro, ahí está la rubia de la clase de producción, aprovechando mi ausencia para acercársele. Por suerte no le quedan nada más que unos minutos antes de que el timbre suene y...
Le está dando un papel.
Su dirección, seguro. ¡Nos la quieren bajar!
Maldición, estoy hablando en plural, pero desde ayer que estoy sola aquí arriba. Ninguna quiere venir a reclamarme que arruiné todo rechazando el plan de Lena.
Nadia creo que se llama la rubia que le sonríe y de la misma forma la hace sonreír.
¿Dónde diablos están?, las necesito. Me hace falta que me hagan entrar en razón y me ayuden a decidir, a pensar en todas las posibilidades.
¡Vengan, maldición!
Nada, silencio total en el séptimo piso.
Ahora la rubia le señala algo en esa tarjeta y se acerca para darle un corto beso en la mejilla antes de irse.
Es su dirección. La está invitando a salir.
¡Mierda, mierda, mierda!
A Lena no le cuesta ni un día conseguirse a mi reemplazo.
¡Vamos, ¿dónde están?!
¡Aparezcan y mándenme a la punta de un cuerno! Díganme que cometí un error, que sí quiero a Lena, que la amo, que me muero por tener lo de antes. Discútanme que «lo de antes» está en el pasado, tenemos que construir un «lo de ahora», que parte de que ella confíe en mí es ganarme su confianza primero, que no vale la pena perder más tiempo esperando, que lo que nos falta podemos construirlo juntas, que fui una idiota, que lo arregle.
¡Insúltenme!
¡Maldición, aparezcan!
Lena mira la tarjeta pasando la yema de su pulgar por su superficie. Parece que intentara decidirse.
En un instante cierra los ojos y gira hacia mí, percatándose de que la miro fijamente y me mantengo haciéndolo sin huir. No sé si logra ver mi arrepentimiento, mi tristeza porque de verdad lo arruiné. Porque mi falta de confianza en mi misma me hace dudar de la suya, pero es verdad, ¿cómo voy a pedirle que sea honesta conmigo, si lo único que hago es confundirla acercándome y alejándome, invitándola a pasar una velada conmigo y después rechazando su propia invitación?
Ella no iba a violarme en ese viaje. Pudimos entablar la base de nuestra nueva amistad, disfrutar de un fin de semana al menos, juntas, haciendo algo que nos gusta a ambas.
Soy una completa idiota, como las voces que ahora me ignoran me repitieron mil veces ayer antes de desaparecer.
Lena cierra los ojos y exhala con pesar, mira la tarjeta y la guarda en su bolsillo, levantándose con su bandeja para salir del comedor hacia su siguiente clase.
Sí, soy una perfecta y completa idiota.
¿Perdí a Lena? ¿Me la robó la rubia?
No, yo la amo.
Tengo que arreglarlo. Tengo que hallar la forma de darle a cambio lo que le estoy exigiendo, la confianza que quiero.
Le explicaré todo cuando nos veamos en casa, le confesaré que me inventé lo de la cita del domingo, que quiero ir con ella a San Petersburgo y le pediré que lo intentemos.Yo sé lo que quiero y ya no estoy confundida. Quiero a Lena, conmigo.
...
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El Diario
FanficQuizá sea la única persona que te entienda, que te conoce en realidad, aunque tú no lo creas. Déjame darte una mano en esta ocasión, no necesitas hacerlo todo en soledad, no hace falta. Y, antes de que te enojes por el hecho de que te tomé fotos esa...