Nada más placentero que llegar temprano a la escuela. Tempranísimo... cuatro horas antes de lo que debería.
El estacionamiento estaba completamente vacío cuando aparqué. Los ruidos del tránsito se escuchaban esporádicamente, una ambulancia a lo lejos, nada fuera de lo común para una gran ciudad.
Deseaba con todas mis ganas que fueran las siete de la mañana y abrieran las puertas del gimnasio, ir a las duchas y tomar ese buen baño caliente que me faltó al salir de casa. A Román se le ocurrió llegar borracho en la madrugada del lunes y a mi mamá defenderlo cuando lo llamé «hijo de su p... ísima madre». Así que tomé una mudada completa que metí en mi bolsa con mis libros, el diario, mi teléfono y las llaves; me puse mis botas —aún en pijama— y salí furiosa, gritando que ojalá y un hoyo profundo aparezca de la nada y se trague el maldito vecindario con ellos adentro.
Me subí en mi rápido y veloz vehículo que, con mi furia, pudo dejar marcas de fuego por todo el camino y entré a la escuela dando las cuatro de la mañana.
Sin tener más que hacer encendí la radio, tenía el disco de Radiohead puesto y comenzó a sonar en Creep. Debí haberlo tomado como un presagio.
Bajé el asiento a una posición más cómoda para seguir durmiendo, pero a pesar de que ya estoy acostumbrándome a la incomodidad, no pude conciliar el sueño.
No quería gastar la batería de mi auto más de lo necesario y me quedé en esa posición, a oscuras, mirando las luces de la calle, los semáforos cambiar de cuando en cuando, los autos pasar. A eso de las cinco salí a fumar un tabaco, quería respirar un poco de aire fresco antes de que el ambiente se llene de smog. Dejé la puerta entre abierta para que siguiera sonando la música y encendí mi cigarrillo. Me arrimé al capó del auto y di la primera inhalada, exhalando después con agotamiento. Vivir mi vida me estaba volviendo loca.
El cielo comenzó a esclarecer, los tonos negros azulados se tornaron violetas, luego celestes, y el sol comenzó a salir. Tiré la colilla al suelo y la pisé para apagarla, entrando nuevamente al auto. Aún tenía un poco más de una hora hasta que abrieran la escuela y decidí continuar leyendo el diario. No le mencioné a mamá lo que leí sobre las pruebas de ADN, me retracté al darme cuenta de que era más conveniente terminarlo en su totalidad y sacar conclusiones entonces. Qué tal si la chica resolvió todo su lío, yo solo estaría revolviéndolo todo otra vez, sería inútil.
Abrí en la página que me había quedado y, con mucho esfuerzo, concluí las siguientes dos entradas. Estaban llenas de sus dudas, sus hipótesis, sus miedos y preguntas. Cuando las escribió se sentía tan perdida y dolida con lo que había descubierto que se saturó de todo, sus ideas empezaron a caer en la locura y después... dejó de escribir... por días.
En ese momento yo tuve que hacer lo mismo. Abandonar el diario y tratar de no pensar en mis propias teorías. No había leído ni la octava parte de todo ese cuaderno y ya estaba deprimiéndome más que con mi propia realidad.
Lo cerré en mis manos, observándolo detenidamente y me sentí pesada, agobiada, con un decaimiento que no tenía razón. Esa chica me preocupaba y ni siquiera la conocía. Sus palabras me llegaban, me dolían, me hacían sentir impotente, hasta débil. La tenía tan pura en ese cuaderno, como si ella misma viviera en él y pensé: ¿qué estoy haciendo?
Mi vida ya era lo suficientemente complicada como para darle cabida a problemas ajenos. Estaba harta de todo, de mamá y sus decisiones, de vivir en un maldito incomodo apartamento, de tener que esperar a que abran la escuela para tomar un baño, de no poder ser la Yulia Volkova que tanto me gustaba ser, la fuerte, la segura, la que no le tiene miedo a nada, la que siempre sobresale, la que lo puede todo.
Apreté el diario con fuerza y lo golpeé contra el volante lo más fuerte que pude, tirándolo dentro de la guantera para después encerrarlo allí cerrando la compuerta con violencia. Necesitaba un descanso de la ansiedad que me provocaba.
Vi al conserje abrir las puertas y acomodé mis cosas para salir directo a los vestidores, me urgía como loca ese baño, librarme de ese peso que tenía en el pecho. Fue refrescante y delicioso, el día ya parecía mejorar cuando salí.
Fui a dejar mis cosas al casillero. El lugar estaba desierto, ni un alma alrededor. Arreglé mis libros y guardé mi pijama. Estaba por cerrar la puerta para subir a mi primera clase del día, cuando vi a Ruslán entrar por el portón principal. Cojeaba adolorido, tomándose del estómago y llegó hasta su locker dando pasos lentos, dejando caer su peso sobre él.
—¿Estás bien? —le pregunté. Se sobresaltó de inmediato dándose cuenta de que no estaba solo y se enderezó de golpe, ocultando de mala manera su dolor.
—Sí, no te preocupes, tuve un... accidente en la bicicleta. Ya se me pasará.
—Deberías ir a enfermería y pedir una pastilla para le dolor.
—Lo haré, solo sacaré unos cuadernos y voy.
Asentí sin decirle más, él dio la vuelta abriendo su casillero y yo cerré el mío, encaminándome por el graderío al segundo piso. Quedaban veinte minutos para iniciar clases y quería repasar la lección que dejó el maestro el viernes.
—Nos vemos en el almuerzo —le dije y seguí mi camino, perdiéndome por el resto del día.
Me sorprendió que Aleksey no fuera a buscarme al final de la hora, antes del almuerzo. Su aula queda enfrente de la mía y los lunes a la salida está parado en la puerta, esperándome.
Al bajar al pasillo principal lo vi arrimado a una de las columnas, decaído. Me acerqué y quise darle un beso, pero él se hizo a un lado, dejando mis labios en el aire.
—¿Qué te pasa? —le pregunté, fijándome que llevaba un gesto de desagrado en el rostro—. ¡Aleksey, habla!
—Es... Ruslán —me contestó mirando al corredor. Lo tomé delicadamente por la quijada y lo volteé hacia mí. No quiso hacer contacto con mis ojos.
—¿Qué te dijo ayer? —le pregunté recibiendo un gesto confuso, no entendió a qué me refería—. ¿Lo viste en la tarde, no?
—Ah, sí... —Tragó con dificultad—. Nada... no dijo nada. Estaba abatido, distante... no quería hablar. Jugamos videojuegos y... —Se calló, claramente dudando de sus siguientes palabras
—. Después comimos pizza y yo regresé a casa.
—¿Y entonces por qué estás así? —insistí.
—Hoy en la mañana... llegué y... —Se le complicaba hablar—... Ruslán salía del baño con mucha dificultad. Fui a hablar con él y noté que tenía un morado en el ojo que había tratado de cubrir con maquillaje. Su camiseta estaba rota en el cuello con rastros de sangre, como si lo hubiesen jaloneado...
—¿Alguien lo golpeó?
No me di cuenta en la mañana de ninguno de esos detalles, quizá no les presté atención porque él se justificó con un accidente y, si lo vi, asumí que tenía que ver con eso, pero de verdad no le puse mucha atención a su aspecto.
—Lo ayudé hasta la enfermería. Él le dijo a la encargada que tuvo un accidente en la bicicleta. Ella me pidió salir para examinarlo y yo regresé a revisarla... —Cerró los ojos y se remordió los dientes con la mandíbula apretada al máximo, furioso—. ¡No tuvo ningún accidente! ¡La bicicleta está intacta, estacionada en el parqueadero! ¡Está mintiendo! —Alzó su voz, no lo suficiente para considerarse un grito, pero su enojo era evidente.
—¿Qué crees que le pasó?
—¡No lo sé, Yulia! ¿Tengo que saberlo todo? —me respondió alterado, golpeando duramente su cabeza en la pared a sus espaldas y sus puños apretados contra el concreto.
—¿Qué dijo la enfermera?
—Llamó a sus padres... vinieron por él y lo llevaron a casa.
—Estará bien —le dije tratando de confortarlo, pero él se molestó más y se hizo a un lado, poniendo distancia entre nosotros—. Nada está bien... ¡nada! —exclamó y se marchó sin dejar que lo acompañe. Yo no supe qué hacer. No es común que él actúe de esa manera.
Después de unos minutos fui a buscarlo en la cafetería de la escuela, no estaba allí, Vladimir tampoco. Lena y Nastya hablaban desanimadas, jugando con su comida. De seguro habían escuchado lo sucedido y preferí no acercarme y hundirme en ese mar de lágrimas —por así decirlo— , di media vuelta y fui a buscarlo en el estacionamiento. Cuando Aleksey quiere estar solo, acostumbra encerrarse en su auto, pero ni él ni el vehículo estaban donde comúnmente suelen estar. Se había ido a quién sabe dónde.
Pensé en llamarlo, pero al ver su foto en mi pantalla desistí. Pensé que tal vez necesitaba estar solo, que de todas formas no contestaría. Guardé el aparato en mi bolsillo y volví a mi rutina. La clase de fotografía iniciaba esa tarde y estaba emocionada. Había pospuesto la materia hasta este semestre porque el maestro es mucho mejor que el de los años anteriores, tiene experiencia y es muy afamado. Por dos horas pude olvidarme del mundo, fue genial... para mí.
Ya en la noche, después de terminar la tarea en la bodega, regresé a casa. En mi camino pasé por la casa de Aleksey, su auto no estaba, supuse por un segundo que quizá había ido a buscarme y lo llamé. Las dos primeras veces que intenté no me contestó y la tercera se dirigió a mi bastante seco, informándome que había salido con su familia y que regresaría tarde a casa.
—Hablaremos mañana —dijo y me colgó.
No me preocupé más, no había nada que pudiera hacer, ¿cierto?
Al siguiente día Ruslán seguía sin aparecer, lo que no me sorprendió. Había tenido un accidente —al menos esa era la versión oficial—, la enfermera le habría recetado días de reposo, era lógico. Yo seguí mi día normalmente, tratando de concentrarme en realizar tareas mecánicas y no pensar en mis problemas o los de los demás. Me hacía sentir más ligera, tranquila.
Las clases que compartía con Lena fueron las más difíciles. Ella seguía atrayendo mi atención como nunca antes. Su actitud se notaba diferente, un grano más segura, despreocupada, lo que me llevaba a pensar lo que me había dicho en nuestro encuentro en el centro comercial y las cosas que me contaría si llegaba a ganarme su confianza. Se estaba convirtiendo en un enigma que mi mente exigía resolver y en ese momento eso no era bueno.
Resolví mantenerme al margen de problemas ajenos, prohibiéndome llevarme más preguntas sobre ella al salir del aula. Regresaría a funcionar en piloto automático; dormir, levantarme, comer, estudiar, comer, estudiar, comer, acostarme, dormir; por lo menos hasta sentirme más normal y en algo ayudó, en pocos días pude conciliar el sueño y se sentía tan bien.
Sin embargo, no todo iba tan bien como yo pensaba. Hoy, viernes por la mañana, llegué y me encontré con Ruslán en la puerta de mi casillero, esperándome.
—Ya estás mejor —resalté, viéndolo enderezado y sin dolor.
—Sí, desde el miércoles, de hecho.
No me di cuenta, literalmente no me fijé en que había regresado hace dos días. Aleksey seguía evitándome lo más posible, yo continué dándole su espacio y siguiendo el esquema que me impuse a mí misma. Traté de no distraerme con asuntos que no consideraba relevantes y durante esa semana almorcé en mi auto, lejos de mis amigos.
Vaya que estaba haciéndolo tan, tan bien... ¿no?
—Yulia, me... me gustaría hablar contigo en la tarde si... si es posible. Hay algo que... que quisiera contarte —tartamudeó, preocupado, nervioso. Pensé en rechazarlo, pero lo vi tan vulnerable que simplemente asentí y fijamos vernos al final del día en el estacionamiento.
Ruslán tardó unos minutos en salir de la escuela, el resto de estudiantes se marcharon antes de que él llegara al punto de encuentro.
—Bien, ¿qué querías decirme? —inicié la charla cuando se detuvo a un metro de distancia.
—Pues... yo... Yulia, yo...
—¡Habla Ruslán, si no quieres que te deje más estropeado que la bicicleta!
Pegó un corto salto hacia atrás y pasó su mano con dureza por su nuca, virando la mirada a cualquier parte menos a mi persona.
—Debo explicarte algo y... —Exhaló, suspirando con pesadez, unos segundos después me miró y continuó—. El domingo, Alyosha fue a mi casa... quería saber si estaba bien porque me había visto decaído.
—Eso ya lo sé, me lo contó —le informé. Si era para eso que me había llamado, estaba haciéndome perder el tiempo.
—Sí... eso. Jugamos Tanques un rato y...
—Comieron pizza y...
—... y lo besé —dijo al mismo tiempo que yo y bajó su vista al piso tan pronto se encontró con la mía, llena de confusión.
—¿Besaste a «mi novio»?
Se puso más nervioso todavía, mucho más. Se hizo unos pasos atrás y respiraba fuertemente por la boca, alzando esporádicamente sus manos, queriendo explicarme lo sucedido sin lograrlo. Ninguna palabra salía de sus labios.
—¡¿Besaste a mi novio, Ruslán?!
—Estuvo mal, lo sé...
—¡¿Mal?! ¿Me estás jodiendo? ¡¿Mal?!
—Yulia, yo... he querido a Aleksey por tanto tiempo...
—¡Él es mi novio! ¿Qué diablos estabas pensando?
—¡No lo sé...! —gritó entre sollozos—. Solo quería... solo... una vez, por una vez... quería...
Rompió en llanto y no dijo más, tan solo lloró. Yo esperé, queriendo hacer lo mismo. Quizá era el cúmulo de emociones que me había impedido sentir durante toda la semana lo que me provocaba tanta tristeza, pero lo evité.
—¿Él te correspondió? —le pregunté, recordando lo extraño que Aleksey se ha comportado esos días. No quería pensar en esa posibilidad, pero necesitaba saberlo.
—No... Fue gentil y no me apartó, pero no me besó. Me dijo que... él es mi amigo y nada más —confesó, de alguna manera tranquilizando el miedo que tuve unos minutos atrás—. Luego se fue y no hemos vuelto a hablar de lo que pasó.
—¿Por qué me lo dices ahora?
Si ni siquiera Aleksey se molestó en hablarlo conmigo, por qué él sí.
—Porque, tú y yo, somos amigos... y yo fui un idiota... Lo siento. —Se limpió la cara con la manga de su camisa y salió apurado, huyendo. Dijo lo que tenía que decir y se fue.
No lo detuve, otras cosas cruzaban por mi mente, como el porqué mi novio se había guardado ese «tan insignificante» detalle. Lo llamé, no contestó. Insistí por horas, pero no lo hizo. Al fin decidí dejarle un mensaje de voz.
«Aleksey, hablé con Ruslán. Necesito verte, ¡ahora! Te espero en casa a las seis. Tienes muchas cosas que explicar».
Llegué a casa mucho antes de la hora fijada y permanecí sentada en la misma posición hasta que la puerta sonó con un par de golpes justo cuando la manija corta marcaba las seis y la larga el cero.
Sin apuro abrí la puerta y ahí estaba él, moreno, con una pose distante y una actitud aquejada, con su cabello recogido en un moño... Mi novio.
—Yulia...—Entra, Aleksey. Tenemos que hablar.
...
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El Diario
FanficQuizá sea la única persona que te entienda, que te conoce en realidad, aunque tú no lo creas. Déjame darte una mano en esta ocasión, no necesitas hacerlo todo en soledad, no hace falta. Y, antes de que te enojes por el hecho de que te tomé fotos esa...