Capítulo 63: Mi mundo es de ella (Parte 2)

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...


—Espera, ¿a matarlo?... ¿del verbo asesinar?

No que la idea de pegarle un tiro no haya pasado por mis más profundas fantasías, pero eran nada más eso... pensamientos efímeros que calmaban mi ira, no una realidad.

—Él se encargaría de todo en el momento justo, pero yo tenía que seguirle el juego, básicamente dejarme secuestrar, actuar como la hija perdida, cosas por el estilo. Mientras tanto él velaría por mí.

—Por lo que me contaste de los hombres que te vigilaban, no parece que hacía un buen trabajo.

—No, no lo hacía. Lo vi muy pocas veces después de llegar a Alemania y de ahí nacen mis dudas. Él ha tenido detalles conmigo, me regaló un cuaderno y una pluma hermosas que son las únicas cosas que me traje de mi prisión, me llevó un par de veces a cenar con sus padres, en raras ocasiones me dejaba revistas escondidas bajo el colchón de mi cama o me mimaba comprándome ropa que aparecía en mi closet con una tarjeta con su nombre. Pero son cosas que hacía para tenerme de su lado. Varias veces lo escuché mofarse a lo lejos con Erich sobre cómo la gente caía por su papel del hermano bueno mientras el otro se ganaba el odio de todos por ser el malo.

—Entonces, todo lo que te dijo era una maniobra para que estuvieses tranquila y colaboraras. Brillante plan si lo piensas. ¿Por qué pondrías resistencia si tienes a un protector de tu lado que secretamente juega para el otro equipo?

—Eso. Klaus me advirtió esa tarde que Erich me secuestraría al día siguiente, ya sea de la calle o de tu departamento. La segunda opción te ponía en mucho peligro, Erich está demente, matarte no le molestaría más que ver volar una mosca. Pero él me advertía con anticipación para que pudiera contactar a papá y me pudiese despedir de ti.

Eso también lo sabía. Esa noche hicimos el amor de una forma tan intensa, tan violenta y desesperada. Mil veces llegué a la conclusión de que fue su forma de decirme adiós.

—Yo contacté a papá y él me aseguró que ya tenía a un agente infiltrado en la banda de Erich. Me pidió paciencia y valor, así que regresé a tu casa y... A la mañana siguiente me alejé lo que más pude de tu departamento y me expuse al secuestro. Me sometieron con una tela empapada de algo que me noqueó y perdí el conocimiento. Dos días después desperté en Akmola con mis hermanos amordazados.

—Cuando me enteré de eso me llené de pavor. Significaba que Klaus los quería a los tres y no tenía idea para qué.

—Quería que le devolviéramos unas joyas que robó cuando yo era una bebe. Alenka las había recuperado y devuelto a doña Ksenia, su dueña original, pero él estaba seguro de que se las había quedado y eran parte de nuestra herencia.

—¿De ahí el bendito plan del robo?

—Sabes de eso —se sorprende, aunque no sé por qué. Quizá se olvidó que su hermana no puede cerrar la boca una vez que la abre.

—Katya.

—¡Oh!... Entiendo —se ríe—. ¿Cómo están? Me refiero a mi familia en general.

¿Es una buena idea decírselo?

"Es justo y necesario".

"Para que nos preguntas, harás lo que quieras de todas formas. Yo voto no".

"Ella necesita saberlo".

"Lo que necesita es estar calmada y regresar a casa".

"Y desayunar, llévala a comer".

—¿Yulia?

—Tus hermanos están bien, consternados y... bueno, es lógico. Katya se siente culpable de no haberte protegido. Iván aun más según me ha contado Ruslán.

—¿Qué hay de mamá?

"Solo díselo".

"¡No!"

—Len, tu mamá tuvo una crisis nerviosa hace unos meses —menciono y veo como su expresión se congela con un miedo bajándole el color—. La internaron en una clínica de rehabilitación... Había comenzado a beber de más.

—¡Oh, por Dios!

—Siento no habértelo dicho antes, pero... el verte, la verdad... no... no sé en que estaba pensando.

—¿Todavía sigue allí?

—No, a finales de julio la llevaron a tu casa. Por lo que sé, está estable y mucho más tranquila con la terapia. Iván se mudó a Sochi para ayudar a tu papá y él no ha parado de buscarte.

Suspira menos preocupada, pero sin alivio.

—Nada de esto ha sido fácil. Si no fuese por Ruslán no tendría idea de lo que sucede con tu familia. Ellos han estado demasiado ocupados y yo no he querido ser un peso más.

—Yulia, sé que no debes querer hablar de esto, pero... ¿Estuviste en el funeral de Marina?

—No Lena, lo siento. Mis papás me pusieron vigilancia y no me dejaron salir de la casa. No pude viajar.

Asiente sumida en la tristeza. Entiende, más no siente consuelo y por qué lo tendría. Marina murió.

—Klaus me confirmó esa tarde que Marina había muerto a manos de su hermano. Me aconsejó que cuando me enfrentara a Erich debía intentar llegar a un trato con él para que envié su cuerpo de regreso.

Obtuve más que eso, hablamos y después de pedirme algo que acepté sin pensar, me dejó despedirme. La vi, la habían metido en una bolsa negra... —me cuenta con los ojos cerrados, seguramente con imágenes de ese momento pasando como una película por sus párpados— La envié con una cruz, esperando que alguien se diera cuenta de que yo estuve con ella.

¡La cruz!

Por supuesto. Ruslán y yo nos preguntamos por semanas por qué había regresado con una si Marina era judía.

Soy tan idiota.

Su semblante decaído deja ver lo duro que es para ella hablar de la chica a la que quiso tanto, aun más conmigo. Ahora calla, se esconde, pero no me molesta que me hable de ella o de lo que siente, lo prefiero así.

—Lamento tanto que Marina haya tenido que pagar por mí, por ser quien soy, eso no debía suceder. Ella nada tenía que ver conmigo para ese entonces... ella...

—No era yo —la interrumpo. La que debía haber sufrido ese destino por defecto era su novia, nadie más que yo.

—Me alegra que estés bien, Yulia y que no te hayan tocado. Pero eso no me alivia. No celebro que haya sido ella en lugar de ti, ni siquiera sé si lo agradezco, porque... yo te amo y quiero que estés bien, pero...

—Ninguna vida vale más que otra, Len. Lo que pasó no es justo y tienes todo el derecho a sentirte mal... a odiarme.

—No te odio, tú no la asesinaste. Odio a Erich, a Klaus... ¡a todo ese mundo! —Termina alzando la voz.

No sé que decir y prefiero acariciarla que a hablar. La dejo que calme su respiración, que se tranquilice con el tiempo. No tengo apuro de continuar la plática.

Un rato después siente mi constante insistencia en acariciar una de sus heridas en particular.

—Puedes preguntar si quieres, te contestaré con sinceridad —me ofrece.

—¿Qué pasó aquí? —le pregunto pasando las yemas de mis dedos sobre la protuberancia que sentí ayer en su costilla.

—Es una lección de un amoroso padre a su hija.

Le hizo daño, físicamente la hirió. Maldito hijo de perra.

—Llevaba un poco más de un mes en Berlin. No salía para nada de mi habitación. Bajaba a veces al comedor para cenar, eso cuando a Erich le placía que lo acompañara, de lo contrario me llevaban la bandeja de comida y la retiraban en veinte minutos. Era peor que en la cárcel —me cuenta— Una mañana lo escuché irse en el auto y, minutos después, apercibí el olor a cigarrillo. Uno de los guardias, un chico de unos veinte años, estaba fumando justo afuera de mi puerta. Le pedí que me convidara uno. Mi ansiedad estaba desbordando y no pude contenerme.

—La abstinencia es dura —remarco sacándole una risa.

—Exactamente. Además que no había nada hacer más que mirar al techo.

Mi posición favorita en épocas de depresión, de espaldas al suelo y de frente al cielo.

—¿Sabes?, ahora entiendo por qué los reos hacen tanto ejercicio en la celda, después de unas semanas, si no te mueves, te mueres.

—¿Vas a decirme que hiciste ejercicio todos los días como en las películas?

—Cien abdominales diarios y cincuenta sentadillas.

—¿Ah sí? —pregunto burlándome mientras bajo mi mano por su espalda hasta el borde de su cola.

—Sí.

—¿Puedo comprobarlo?

—Pensé que querías saber sobre mi herida.

Me retiro volviendo a ponerle completa atención a su relato.

—Bien. Pues, resulta que el chico hablaba ruso y me entendió. Abrió la puerta, violando las órdenes de Erich, y se sentó conmigo en el piso, arrimados a la pared. Sacó un cigarrillo de la caja y me ayudó a encenderlo.

—Este chico, ¿era apuesto?

—¡Un adonis! —se burla—. Como sea, Erich había olvidado algo y regresó a los diez minutos. Nos encontró conversando y, enfurecido. Me agarró con fuerza por el brazo y me zarandeó hasta su despacho en la planta baja. Dejó el pucho sobre la mesa y me lanzó con el pecho sobre ella, presionándome para que no pudiera moverme.

Imaginar la escena me llena de terror. Lena tiene muchas cicatrices y no creo que todas hayan ocurrido el mismo día.

—«¿Quién te crees que eres?», me preguntó mientras soltaba la hebilla de su cinturón. Pensé lo peor. Me violaría o algo parecido. Erich era capaz de todo —me confiesa— Luego sentí un dolor intenso directo en la columna. El metal lastimaba mi piel, una y otra vez. «¡Solo las prostitutas fuman con hombres!», me dijo mientras me golpeaba. «¿Eres una? ¿Eres una maldita perra?».

—¡Dios!

—«Mi hija no se va a comportar como una cualquiera», continuaba.

—¡Dime que le metiste una patada en las pelotas!

—Hice algo peor —me dice— Evité demostrarle lo que verdaderamente sentía.

—¿No te quejaste?

—Las primeras veces sí, después no. Entendí que lo que más disfrutaba era verme sufrir y me aguanté en silencio todo lo que pude, sin contestarle, sin dar mi mano a torcer.

—Bien hecho.

—No tanto, esta herida es el resultado de su furia. Se hartó de arremeter contra mí y me agarró con el brazo rodeándome por el cuello. Me levantó la camiseta y me sostuvo en el aire hasta que recogió el cigarrillo de la mesa y lo apagó en mi piel.

—¡Maldito animal!

—Grité, todo lo que él quiso, lloré. Erich presionó el cigarrillo con tal fuerza que sentí el ardor en los huesos. Después me tiró al piso y me dio un par de patadas antes de levantarme de un jalón y empujarme hasta mi cuarto, donde pasé encerrada sin comer unos días. Su forma favorita de castigarme.

—Por eso estás tan flaca.

—En parte, la preocupación ayuda bastante a bajar de peso cuando no tienes un refrigerador a mano.

—¿Qué hay de tus otras cicatrices?

No quiere hablar de ellas, su silencio junto con un respiro cansado lo dicen.

—¿Qué se desayuna en París? —pregunta, cambiando radicalmente el tema. No la presionaré.

—¿Croissants, café, huevos revueltos?

—¿Tan genérico? Pensé que París era un lugar más... innovador, cosmopolita.

—Dime qué quieres comer y te llevaré allí.

Me sonríe con la travesura grabada en la mirada. En nada está sobre mí, arremetiendo contra mis labios que la acogen sin protesta. Su camiseta vuela por sobre su cabeza, exponiendo sus senos.

¿Cuándo diablos se quitó el sostén?

"Cuándo dormíamos, por supuesto".

"¿Eso importa? ¡Mira sus pechos!"

—Mis ojos están aquí arriba, ¿sabes?

—Pero tus boobies están allí abajo y están lindísimas. —Se ríe por mi comentario. Yo no despego mi vista por un segundo.

Lena se acomoda entre mis piernas, introduciendo con destreza una de sus manos en mi ropa interior mientras su centro se pegaba al muslo.

—Tan suave —susurra al tocarme.

La necesidad que me envuelve me obliga a abrazarla presionándola sobre mí. Todo se presta para dejarnos llevar.

Su olor, así, natural y sin fragancias artificiales. Su cabello tan suave cayendo a los lados de mi rostro. Su peso, un poco más ligero que el que estaba acostumbrada. Sus dedos que encuentran cabida entre mis pliegues, deslizándose por la humedad que de repente me invade allí abajo

—Eso no es justo.

—¿Por qué no? —me pregunta, pellizcando suavemente mi piel en largos intervalos.

No puedo responderle con palabras. Son mis gemidos los que le dan permiso a sus labios para trabajar sobre mi cuello. Mis manos van acariciando su espalda, disfrutando de lo suave de su piel.

Una, dos, tres, hasta siete marcas llego a contar allí. Se me hace imposible no pausar mis caricias en ellas, descubrir su longitud, su profundidad, su forma. ¿Cuánto daño le hizo?

Lena no dice nada, se ocupa en besarme. No dudo que sepa que me estoy llenando de preguntas, mas evita mencionar su origen. Ya lo hará en su momento, supongo.

—Estás tan tibia —le dije bajando mis manos por su cadera. El calor que emana su piel me aturde. Continúo mi paseo por su espalda baja, buscando esa cola trabajada y redondita que... ¡Dios, como extrañaba su cola!

—Y tú tan húmeda —me susurra nuevamente, presionando con intención sobre ese punto que me sacude por completo.

La siento invadirme con dos dedos, al mismo tiempo en que arremete sus caderas impacientemente contra mi muslo.

—Me muero por probarte —me dice provocándome.

—Dios, Lena... vas a matarme.

Su respiración es creciente y sus movimientos apresurados. La siento desesperada por llegar, por satisfacerse y se olvida un poco de sus movimientos dentro de mí.

No importa, solo ella importa, solo...

Repentinamente, un gemido entrecortado la deja rendida en mi pecho. Mi cuello recogiendo su rostro caliente y agitado.

—Lo lamento.

—¿Por qué? —le pregunto. No entiendo a qué se refiere.

—No puedo... La tengo en mi mente, no puedo.

Es Marina, es ella a quien no puede olvidar, no hace falta que me lo aclare. ¿Qué fue lo que pasó que le cuesta tanto decírmelo y cómo le pido que se descargue conmigo y me lo cuente?

—No pasa nada. No necesitamos hacerlo.

—No quiero seguir decepcionándote —me dice con intranquilidad.

—No lo haces. Si no estás cómoda, no haremos nada. Yo no tengo apuro.

—Es que no entiendes... no puedo sacarla de mi cabeza, ¡no puedo!

—No te lo estoy pidiendo.

—¡No entiendes! —me repite con su voz ahogada en mi hombro, aferrándose con fuerza a mi cuerpo, escondiéndose, rogando por una protección que no puedo darle.

Lena llora con su pecho desnudo sobre mí, sus sentimientos corren por su piel en forma de escalofríos, su desesperación es palpable en su voz, en sus gritos, en sus lágrimas y se siente tan injusto. Está rota, perdida y yo no puedo evitarlo, no puedo hacer nada para solucionarlo, para arreglarla ella. Está rota y yo soy inútil.

—Él la violó... Erich la violó cada oportunidad que tuvo, la torturó, la cortó, la golpeó. Yo lo vi.

—Len...

—Sucedió después de mi quemadura. Yo ya había perdido toda esperanza de que alguien fuera por mí. Estaba sola, pero algo había cambiado. Su amenaza ya no tenía valor... al menos eso pensé —me dice, su voz entrecortada llena de miedo, me asusta—. ¿Qué podía hacerme? Ustedes estaban lejos, protegidos por papá. Él ya no tenía a mis hermanos encerrados en la habitación del segundo piso para
chantajearme y yo decidí que no le daría más poder sobre mí. No tenía nada que perder...

"Esto no suena bien".

—Erich se cansó de mi actitud, ya ni sabía cuántas veces me había castigado sin comer, sin salir de mi habitación, volviéndome loca. Habían días en que no pronunciaba palabra, no tenía necesidad de hacerlo, no tenía nadie con quién hablar. Entonces, una noche, me pidió que lo acompañara a cenar. Bajé sin ganas de nada, me senté y no probé bocado. ¿Qué más podía hacerme?

"Esto no se escucha nada bien".

—«Te quedarás frente a ese plato toda la noche, hasta que te termines cada uno de esos ravioles», me dijo al ver que no levantaba ni el tenedor. Yo lo miré con poca importancia, rodé mis ojos y me crucé de brazos. «¡¿Crees que bromeo?!» —pausa unos segundos—. Le pregunté qué pensaba hacerme, ya nada me importaba. Había su poder conmigo y si quería que hiciera lo que él me quería, tendría que ser de muy buena manera, sin gritos y con un por favor.

—No debe haberle caído nada bien —le susurro entre caricias.

—No, se levantó, me agarró por el pelo, me llevó a jalones a su despacho y me sentó en una silla frente a su computador. Yo no sabía... yo...

—Tranquila...

—«Este es el poder que tengo y puedo hacerlo a un océano de distancia», me dijo abriendo un archivo que tenía en el escritorio de su ordenador. El video estaba oscuro, se escuchaba a una mujer llorando, pero no fue hasta que habló rogando que la dejaran ir que, reconocí su voz. Cerré los ojos con fuerza, ojalá hubiese podido cerrar los oídos, pero para él no era suficiente que escuchara su dolor, quería que lo , quería que sepa cuánto poder tenía, que recordara el monstruo que es.

"Oh, por Dios..."

—«¡Abre los ojos!», me gritó, no le hice caso. «¡Abre los ojos, Alenka!», volví a ignorarlo, entonces sacó un revolver que tenía siempre camuflado bajo la chaqueta y me apuntó con él en la sien. «Míralo o te disparo», me amenazó. «¡Hazlo, no voy a verlo!», le grité. Me dijo que no tenía problema con hacerlo y después de tirarme en un basurero daría órdenes de que fueran por ti, por Ade, por mi madre y mi hermana, por todos, hasta por el perro que no tengo, que yo podía estar muerta, pero ustedes pagarían por faltarle así al respeto.

—Lo viste...

—No quería, de verdad no quería, pero al no hacerle caso llamó a uno de sus contactos en Moscú y le pidió que le enviara un video de ti... Te estaban siguiendo, de tan cerca que hasta escuché cómo ordenabas un café y un panecillo, Ade se te acercó y fueron a una de las mesas. Te veías linda...

"¡¿Nos estaban siguiendo?!"

—Volvió a decirme que mirara el video o las matarían allí mismo. Apagó el celular y lo hice, lo vi.

—Lena, lo siento tanto.

—Marina estaba atada a una silla, era el día en que la secuestraron, se la veía tan incómoda, tan alterada y con miedo. Gritaba que la suelten, rogaba volver a su casa con sus padres, no sabía por qué estaba allí. El video se cortó y empezó otro. En este estaba llena de heridas de los golpes que le había propinado. Su mirada ya no era una de desesperación, sino de dolor, de apatía, sin brillo. Él entró, la volvió a golpear y la levantó para empujarla contra una mesa, le bajó los pantalones y la empezó a molestar con un cuchillo, Marina empezó a gritar desesperada... después la violó.

—Lena...

¿Qué puedo decirle?, qué puede arreglar esto? Nada, no puedo hacer nada por mejorarlo. Son imágenes que nunca desaparecerán, ni el tiempo lo arreglará..

—Yo lo vi, ¡lo vi! Ella suplicaba que por favor no la tocara, que la deje. Le preguntaba ¿por qué hacía eso con ella?, ¿qué fue lo que hizo? «A mi hija no la toca una lesbiana», le contestó con tanto odio. «¡Alenka no es una depravada como tú!».

—Maldito animal.

—Volvió a violarla, el video cambió otra vez, volvió a violarla y Marina, ella cometió el mismo error que yo. Después de sentir tanto dolor se negó a expresarlo, fue cuando Erich sacó de su pantalón una navaja diminuta y con la intensión más cruel fue dibujando palabras obscenas en su piel. Los cortes sangraban sin parar, Marina gritaba, lloraba, le pedía que por favor la matara. Él solo reía, gozaba con su dolor y la lastimaba más.

Lena ya no puede controlar su llanto, aprieta sus dedos con tanta fuerza que estoy segura de que quedarán huellas, pero eso no importa, solo ella importa, así que la dejo, no me quejo. Cómo hacerlo después de lo que ella ha vivido. La abrazo fuerte, la consuelo y dejo que llore, que se desahogue en mí.

—Marina murió sin consuelo, sin paz. Él la dejó desangrarse en esa silla, con toda la suciedad encima, empolvada, con sangre seca de días en su rostro. ¡Murió sufriendo, pagando por mí, ¿entiendes?! ¡Es mi culpa! ¡Todo es mi culpa!

—No es así, no puedes culparte de esa manera. Él eligió ser un asesino. ¡Él, no tú!

—Quisiera sacar sus gritos de mi mente, quisiera retroceder el tiempo y nunca haberme acercado a ella o a ti, o haber investigado a Erich, o...

—Él seguiría siendo un asesino y habría venido por ti. No puedes cambiar lo que él decidió ser. Lo lamento, Lena, lo siento tanto, pero no hay nada que habrías podido hacer.

—Yo soy como él —me dice rendida ante la idea. Se hecha la culpa, yo también lo haría.

—No, Len...

—Lo soy, soy su hija... soy como él. Le hago daño a la gente, a mi familia... a ti...

—Erich lo hizo, no tú —vuelvo a repetirlo—. Creo que sería una buena idea que llamemos a tu padre Lena... a Sergey. Necesitamos protección, debemos regresar a casa, ponernos bajo vigilancia policial hasta que encuentren a Erich...

—Él ya no hará nada.

—No puedes estar tan segura. Por lo que dices él debe saber que Ade y yo estamos aquí y nos encontrarán...

—El señor Müller no lo permitirá.

—¿Quién?

—La familia que me ayudó a escapar. Millie y su papá. Ellos tienen a Erich ahora, él es el prisionero. No puedo traicionarlos y arrojarlos a las manos de la policía, Yulia.

—Lena, ¿Quiénes son? —le pregunto temiendo lo peor.

—Eso no importa, desde que los conocí han estado de mi lado y, aunque nunca confié en ellos hasta hoy, las cosas han cambiado. Ellos cumplieron su promesa y yo seguiré su plan. Viajaré el domingo en el vuelo que me reservaron y no los mencionaré, ni a papá, ni a nadie más.

Hay algo en toda esta situación que no me agrada. ¿Quién en este tipo de vida hace algo sin pedir otra cosa a cambio? ¿Quiénes son estos Müller y qué quieren con Lena? ¿Si son tan buenos y misericordiosos como para liberarla por qué tanto secreto?

"A mí tampoco me gusta".

"¿Qué tal si entre criminales se ponen de acuerdo y deciden eliminarla?"

"Y a nosotras junto con ella".

"Llama a su padre, Yulia. Hazlo ahora mismo".

"El enojo se le pasará, pero es mejor tenerla molesta que muerta".

En eso tienen razón. Lena puede tener su razón para protegerlos, pero yo tengo los míos para no hacerlo.

—¿Podemos ir a desayunar ahora? —me pregunta ya más tranquila.

—Vamos.

Nos levantamos para arreglarnos y salir. La llevaré a disfrutar un poco del día y mientras la distraigo me comunicaré con su padre. Es lo mínimo que puedo hacer.


*

Se siente como dejavú verla perderse por el pasillo, a pesar de que ésta vez sé exactamente hacia dónde va.

Ayer fuimos por su desayuno. Panqueques con salsa de mora y banana troceada, tostadas francesas, huevos revueltos, jugo de naranja, leche chocolatada y café. Eso fue lo que Lena ordenó en el pequeño restaurante a la vuelta al hotel. No conozco a detalle su dieta de los últimos seis meses, pero presiento que no fue nada así de delicioso, como ella misma lo dijo. Me dio gusto verla con buen apetito, yo por mi lado solo pedí un café negro con dos de azúcar.

—¿Quieres llevarte lo que sobró al hotel? —me burlé al verla tan decepcionada de no haber terminado ninguno de los platillos por completo.

Negó bebiendo un último sorbo a su jugo y salimos a dar una corta caminata antes de regresar al hotel.

—Esto es agradable.

—¿París? —le pregunté. Ella negó.

—Caminar contigo de la mano.

—Aj, eres un pony.

—¿No te parece lindo?

—Me parece propio, eres mi novia y quiero que todos lo sepan. Mi-novia, ergo mi mano con la tuya.

Se tragó cualquier comentario que haya pensado en ese momento. No se había tomado lo dicho como broma y preferí aceptarlo.

—Sí, es agradable y lindo, bebé. Tú eres linda.

Como una niña pequeña me sonrió demostrando su alegría con un apretón de mi mano.

Continuamos nuestra caminata por una plaza donde habían varios puestos a manera de mercado de pulgas... o de antigüedades para ser exactos. Habían relojes metálicos muy bien tenidos y brillantes, tazas de porcelana, juguetes que parecen haber sido sacados de una película de los años sesenta, todo tipo de baratijas y tonterías.

Una mujer nos vio pasar en frente de su puesto y nos sonrió al vernos juntas.

—Êtes-vous les gars un couple? —nos preguntó señalando a nuestras manos entrelazadas.

—Oui —le respondió Lena.

—J'ai quelque chose que vous pourriez aimer —dijo, no le entendí mucho. Dio media vuelta y se puso a buscar algo en el cajón de un mueble viejo.

—Ici est.

Era una caja metálica con cientos de letras de plata con un aro en cada extremo.

—Quels sont vos prénoms?

—Yulia y Lena —le respondí. ¿Prénom? ¿Nombre? Bueno, adiviné.

Sacó una letra Y y una L y unió cada argolla con un extremo de una cadena también de plata, entregándonos una letra a cada una.

—Creo que se confundió —le dije a Lena al ver que la letra que me tocó era la L.

—Je ne suis pas mal. Vous aurez la lettre du nom de votre petite amie, elle aura la vôtre.

Claro, ella nos entendía a la perfección, pero nos tenía a ambas adivinando qué diablos decía.

—De egta forgma ella tendrá una pagte de ti y tú una pagte de ella —intentó traducirnos. Lena me sonrió y se apuró a colocarme el colgante con la L alrededor del cuello.

—Ahora tienes dos Ls —me dijo fijándose en mi otro pendiente.

—En realidad es una cruz y una L. Aunque las dos me recuerdan a ti.

Sonrió aun más, como si estuviese abochornada, pero feliz y, al terminar de acomodarla, me dio un beso en la mejilla.

—Tú también te ves linda.

Ella se veía hermosa, pero no lo dije en ese momento. Me arrepentí. Le coloqué la Y y le pagamos a la mujer veinte dólares, nada en realidad para lo que nos había entregado.

Para cuando llegamos al hotel, Ade ya había llamado más de diez veces, no le contesté ninguna. Sus mensajes eran presión suficiente.

«¿Con quién te acostaste?»

«¿Qué tal estuvo?»

«¿La conocías de algún lado?»

«¡Yulia, responde maldición!»

«Quiero conocerla. ¿Es linda? Debe ser linda si logró llevarte a su hotel».

«¿Qué tan grandes son sus bobbies? Espero que al menos una talla muy grande, que no hayas podido apretar tus manos en ellas».

«Dios, ¿tan pronto te olvidaste de que tengo novia?», le contesté molesta. «No pasó nada, solo un encuentro entre viejas amigas».

Bueno, tampoco le mentí, ¿no? En materia de sexo no sucedió gran cosa.

—Deberías volver a tu hotel, cambiarte de ropa e intentar de mantener a Ade al margen. No creo que es buena idea meter a alguien más en este lío —sugirió Lena. Yo estuve de acuerdo. No era conveniente que mi amiga supiera la verdad aun. Además, si yo estaba en lo correcto, era peligroso.

No demoraría mucho en salir, ir a encontrarme con Ade y volver con Lena. Aun así, no me agradaba la idea de dejarla sola y, para ser honestos, tenía una sola razón para alejarme, debía llamar a Sergey, informarle de la actual locación de su hija y pedirle que nos envíe protección hasta volver a Rusia.

—¿Qué es eso? —le pregunté al verla tomar un sobre grueso de la mesa de la habitación.

—Parece... Es una carta... de Millie.

Al parecer, la grandiosa salvadora de mi novia no terminaba de irse.

—¿Qué quiere? —dije de mala manera. La idea de esa familia me causaba nauseas. ¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones? Nadie hace nada así de importante gratis.

Lena sacó el papel, lo desdobló y lo leyó en silencio, volviendo a guardarla al terminar.

—¿Entonces? —insistí.

—Dice que me deja un pasaporte real con mi nombre verdadero para el viaje a casa. Lo consiguió con unos amigos de su padre en la embajada.

—¿Eso es todo?

—También me pide que esté tranquila y que disfrute de París estos días.

Claro y yo tenía cara de estúpida.

—¿No pudo decirte eso ayer cuando te dejó en la heladería?

Lena notó de inmediato mi molestia y me viró los ojos mientras guardaba la carta en uno de los bolsillos de su maleta.

—¿Cuál es tu problema, Yulia?

—Mi problema es que no confío en ellos... o en nadie, de hecho. Debemos llamar a tu papá para contarle lo que ha pasado.

—No.

—¡Diablos Lena! ¿Tienes síndrome de Stockholm o algo?

—¿Síndrome de qué?

—¡Stockholm! Cuando te secuestran y te familiarizas con el criminal, protegiéndolo y defiéndelo como si fuese bueno.

—¡No los estoy defendiendo! Y ellos no me secuestraron, me ayudaron a escapar. Estoy siendo recíproca.

—¡Tienes lavado el cerebro! —le grité, pésima idea. No le hizo gracia el comentario y frunció el ceño con toda la furia retenida en medio de la frente.

—Mejor ve con Ade... Y no se te ocurra llamar a mi padre.

—¡Lena, es por tu bien!

—¡Estoy hablando en serio! —insistió con el peor tono—. ¡Vete, Yulia!

Su falta de sentido común me hartó. Algo tan difícil de lograr en mí.

"Sobretodo".

Como sea, tomé mi chaqueta del sillón y salí lanzando la puerta.

No me importaba lo que Lena quisiera, yo llamaría a su padre y la sacaría de este país sana y salva.


No caminé ni dos cuadras cuando mi consciencia y mi miedo de no volver a verla me hicieron regresar. Lena estaba en un estado frágil, no era capaz de tomar las mejores decisiones. Evidentemente, yo tampoco.

¿Qué importaba si mi amiga se quedaba sola en París un día más? ¿Era tan urgente llamar a su padre?

No, lo urgente era estar segura de que Lena estaba bien, ella era la importante.

Subí a la habitación y, como era de esperarse, estaba cerrada desde afuera.

—Lena, lo siento —le dije dando un par de golpes—. Ábreme, por favor. Hablemos.

No me contestó, asumí que estaba molesta y no quería verme. Volví a insistir. Su falta de respuesta comenzó a alterarme.

¿Y si había agarrado sus cosas y salido unos minutos después que yo? ¿Y si ya estaba muy lejos de allí?

—Lena, tenías razón. Lo siento.

Nada. Por suerte, la mucama con la que nos encontramos al salir a desayunar, terminaba de arreglar la habitación del fondo y me reconoció, abriéndome la puerta con su tarjeta. Le agradecí sin saber si me entendió y entré.

—¿Lena? ¿Dónde estás? —pregunté recorriendo la pequeña sala de estar, no estaba allí.

Escuche a la distancia una voz distorsionada como si saliera de una televisión y pensé que quizá se habría recostado para descansar quedándose dormida. Seguí caminando, más cuando entré a la habitación, vi que el televisor estaba apagado y ella no estaba en la cama. Volví a escuchar la voz y me percaté de que venía del baño. Me acerqué.

«Confiesa de una vez, bastardo», decía un hombre con enojo. «¡Tú la mataste!»

«¿Y qué si lo hice? ¡Tú mataste a Laura!», le respondió otra voz, está llena de temor y agonía. Un grito ahogado se escuchó después.

—¿Lena? —pregunté acercándome a la puerta.

Sabía que estaba allí. Podía ver la sombra de sus pies por la rendija inferior y su respiración se escuchaba fuerte desde afuera.

—Lena, abre la puerta.

No me contestó.

«¡Déjalo en paz!», reclamó otro hombre, claramente adolorido e imposibilitado de auxiliar al que gritaba con desesperación. «¡La culpa de todo esto es tuya!»

«¡Yo no los obligué a buscar venganza! ¡Yo no apreté el gatillo por ustedes cada vez que le propinaron una tiro a alguien durante todos estos años!»

«Alenka, hija... él mató a Laura. ¡Fue él!», dijo uno de ellos, helándome la sangre.

"Alenka, hija".

Solo una persona la llamaría así.

—¡Lena, ábreme!

Giré la chapa, pero estaba con seguro.

—¿Yulia?... —me pregunto ella entre sollozos al percatarse de mi presencia.

—Abre la puerta.

—¡Vete!

—¡No me voy a ningún lugar! ¡Ábreme!

—¡Esto no te concierne!

—¿Qué está pasando?

«Confiesa, Klaus. ¡Tú la mataste, fuiste tú!»

—Lena, déjame entrar.

«¡Basta, suelta a mi hermano o te arrepentirás!», insistió el que entonces reconocí como Erich. «¡Tus hijos pagarán por esto Müller!»

Volví a insistir con la cerradura, Lena ya no me respondía.

«Mis hijos ya pagaron lo suficiente, al igual que Elena».

«¡Alenka, mi hija se llama Alenka!»

—¡Yo no soy tu hija!

«¡Esto es una trampa, Lenka!», insistió su padre. «Müller irá por ti, te torturará igual que a nosotros. ¡Escapa y mata a la perra de Millie...!»

La respuesta del protector de mi novia fue pegar un balazo en alguna parte no crítica del cuerpo de uno de los hermanos. Pronto supe que había sido a Klaus.

«¿Por qué no aceptas tu culpa? ¡Tengo los videos de seguridad, sé que fuiste tú!»

Gritos de agonía se oían sin respuesta y mi angustia aumentaba. ¿Cómo diablos hacía para sacarla de ahí, para protegerla?

«¡Confiesa maldito!», le gritó dándole un golpe. «Admite tu culpa».

Con cansancio y dolor, Klaus finalmente habló.

«Sí..., fui yo. Después de... hacerla mía... a la fuerza... muchas veces».

El bastardo quiso reír, pero su esfuerzo terminó por completo con un disparo en seco que lo calló.

«¡Klaus, no! ¡No!», reclamó a gritos su hermano. «¡Maldito seas Müller! ¡Tus hijos sufrirán antes de morir a palos!»

—¡Lena!

No contestó, lloraba profundamente. La sentí golpearse contra la puerta, deslizándose hasta el suelo.

«¿Elena?», la llamó el hombre mayor. «Elena, ¿sigues ahí?»

—Sí... —le contestó apenas.

«Hija, escúchame», le pidió Erich alterado. «Es tu deber hacer justicia y matar a esta familia...»

—¡Yo no soy tu hija!

«¿Por qué insistes Erich? Después de todo lo que le hiciste, ¿crees que Elena está de tu lado?»

«Alenka es mi hija y aunque lo niegue, lleva mi sangre, mi herencia en sus venas. Estoy seguro de que ella te hará arrepentirte de haberte metido con nosotros».

«Elena es libre ahora. Volverá a su casa, con su familia, con sus padres, será feliz. ¡Sobretodo, estará tranquila porque ya no podrás ponerla en peligro!», dijo el hombre, propinándole un golpe.

«¡Alenka hija, ayúdame...!»

—¿Por qué? —le interrumpió ella—. ¿Por qué fuiste tan bueno y misericordioso conmigo y los míos? No, el señor Müller tiene razón, jamás lo haría. ¡Te odio!

«Lo único que quería era educarte».

—¡¿Educarme?! ¡Violaste a Marina, una y otra vez! ¡La cortaste, le robaste su luz y... y luego la dejaste morir... sola... en agonía! —reclamó con un llanto que no le permitía hablar de corrido.

«¡Solo era una lesbiana, ¿Qué importa?!», quiso justificarse.

—¡Era una mujer a la que yo amaba! ¡¿Qué derecho tenías de tocarla?!

«¡Ella tocó a mi hija!»

—¡Yo-no-soy tu hija!

Su respuesta traspasó el volumen máximo de un grito.

—Lena, ábreme, por favor. —Volví a pedirle sin contestación. Me acerqué a la mesa de noche buscando algo con qué abrir la cerradura, no encontré nada y salí a buscar por el resto de la habitación. Volví con un abrecartas que encontré sobre el escritorio e intenté forzar mi entrada.

«No tienes escapatoria, Erich. Morirás hoy bajo mi mano, como tu hermano».

«Alenka... prométeme que vengarás a nuestra familia, a mí».

—¿Estás alucinando?

«Tienes que hacerlo, ¡Yo te di la vida, soy tu padre, lo quieras o no!»

—¡Mi padre se llama Sergey Katin! ¡Tú no eres más que un maldito animal que se merece que lo aten de manos y pies con alambre de púas y lo cuelguen del techo para acuchillarlo hasta que se desangre casi por completo! ¡Te mereces un balazo en la sien, que te corten cada miembro de tu cuerpo y se rían de ti mientras tú gritas y suplicas por que todo termine!

Una risa cínica y prepotente siguió a su protesta.

«Esa... Esa es mi hija».

—¡No!

Su negación demostraba el dolor y confusión que sentía. Yo ya no sabía cómo forzar la chapa.

«Tienes derecho a sentir odio Elena y es natural que desees venganza por lo que te hizo», le dijo el mayor intentando revertir las palabras de su padre. «Más, si no quieres ser parte de esto puedes cortar la llamada. Yo te aseguro que terminé con él y nada recaerá sobre ti».

El silencio fue breve.

—No —le respondió ella, tajante y segura—. Quiero verlo morir, quiero que sufra y que sepa que yo disfruté su muerte.

—¡Lena, ábreme maldición! ¡Déjame entrar!

Empujé, pateé y di vueltas a la chapa como loca. De nada sirvió.

«¿Recuerdas aquella vez que te castigué unos días encerrada en tu alcoba y te puse el audio de tu noviecita gritando de placer por mí?»

Lena no le contestó.

«¿Recuerdas que me rogaste que te matara?», insistió. «¡Debí hacerlo, matarte con el mismo cuchillo que a ella, no solo lastimarte la espalda! ¡Debí matarte como a tu madre!»

«¡Cállate!», le gritó el otro hombre y se escuchó una queja aguda. «Apaga la llamada, Elena».

«¡No! Quiero verlo... necesito verlo».

«¿Estás segura?»

«Sí, señor Müller».

«Alenka, maldita perra... nos veremos en el infier...»

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

—¡Lena, maldición!

«Métanlos en la incineradora».

—¡Abre la puerta! —Golpeé y exigí con desesperación.

«Elena, se acabó», dijo el hombre con un tono apenado. Lo que me sorprendió después de lo que acababa de hacer con mi novia de testigo. «Ve a casa, tu vuelo está abierto para cualquier cambio. Si quieres regresar hoy en lugar de mañana, ve. Olvida los últimos meses».

—Gracias —le dijo ella llorando—. Por todo... por Millie.

«No me agradezcas, te lo debía y... lo siento pequeña».

El sonido de la llamada se calló por completo. Asumí que el hombre había cortado la comunicación y de pronto sentí la puerta abrirse.

Su pecho se lanzó al mío y me apretó tan fuerte que me sacó todo el aire.

La pesadilla se había acabado...

Eso pensé, que inocente fui.

A Lena le fue imposible recuperarse. Su nerviosismo sólo creció. Todo su cuerpo comenzó a temblar, ya no podía controlar su respiración. Estaba teniendo un ataque de ansiedad.

Yo no sabía qué hacer y entré en pánico. Nunca la había visto así. No me respondía, lloraba ahogándose, desesperada por aire que no lograba entrar completamente a sus pulmones.

Llamé a Ade, quien no entendió exactamente lo que sucedía o de quién le hablaba. Me dijo que salía inmediatamente hacia el hotel y que pidiera ayuda a la recepción.

Lena lloró y gritó cuando el doctor entró en la habitación. Quise sujetarla y comenzó a golpearme para escapar, totalmente aterrada.

—Debemos sujetarla —dijo el doctor sacando de su botiquín una jeringa. Lena se puso peor y comenzó a lanzarnos lo que encontraba.

No me di cuenta de cuanto tiempo pasó, pero Ade había llegado y me hizo a un lado. Los vi luchando con Lena y me paralicé sin saber qué hacer o cómo ayudarla. La chica que conocía había desaparecido, se veía tan perdida.

Entre los dos lograron mantenerla firme sobre la cama mientras el doctor le inyectaba un tranquilizante. Lena poco a poco dejó de poner resistencia y la pudimos acomodar bajo el cobertor. Fue entonces que me he permití desmoronarme y llorar en el hombro de mi amiga.

—¿Dónde está Lena, Ade? —le pregunté rendida—. Ella no es Lena.

—Lo es.

—No...

—Entiéndela Yulia, no sabemos lo que ha vivido.

—No es la misma...

—Pero es ella y es suficiente. Dale tiempo.

Después de responder sus reclamos por no avisarle que habría encontrado a Lena —o ella me había encontrado a mí, lo que da lo mismo en este punto—, nos recostamos a su lado. Acaricié su cabello por horas. Yo sabía que era el efecto de las drogas lo que la hacía lucir tan tranquila, tan ella y me pregunté:

¿Estaba Ade en lo correcto? ¿Volvería Lena a nosotros con el tiempo? ¿Podrá superar lo que vivió?

Sentí mis lágrimas caer, porque no lo sé y tenía tan poca fe en un buen resultado.

¿Cómo pude creer que tenerla de regreso sería lo único que necesitaba? Todo era un desastre y no había manera de solucionarlo.

Lena había sido testigo de tanta muerte en su vida, la había presenciado en primera fila. Eso debía cambiarla ¿no? Debía romperla en mil pedazos.

Seguí llorando, sentí que mi alma se partía y nunca volvería a recuperar a Lena. Ese hombre la destruyó... a las dos, a su familia. Estaba muerto, pero todo lo demás se había perdido.

—No puedo volver —me dijo al recobrar la razón unas horas más tarde—. Papá se avergonzará tanto de mí.

—¿Por qué? —le susurré, mi mano todavía acariciando su cabello.

—Yo lo maté —respondió con infinita culpa, se refería a Erich. El remordimiento llegó como presentí que sucedería mientras intentaba entrar al cuarto de baño de alguna forma.

—No lo hiciste —recalqué.

—No lo impedí, es lo mismo.

—Él no merecía vivir y tú sabes que no se habría detenido. Habría ido por tu madre, por Katya, por ti —le dije tratando de encontrarle el sentido a mis propias palabras.

Era así, sin embargo, no podía negar que a pesar de que yo había deseado verlo sufrir y cobrar el daño que le propino a su hija, algo cambió al escuchar como lo mataban. Ser testigo de como el odio y la venganza pueden sacar lo peor de un ser humano y convertirlo en un monstruo, te da otra perspectiva.

No lo sé, quisiera pensar que hay otras formas de hacer justicia y que nadie tenía por qué ensuciarse las manos o el alma con su muerte.

—Tengo tanto miedo, Yulia —me dijo. Yo también lo tenía aunque no sabía exactamente a qué. Nadie podía vincularla con los asesinatos. El hombre que la ayudó a escapar no dejaría huella alguna o podría incriminarse. Estaba hecho, punto final—. Soy... una asesina.

—No.

—¿En qué estaba pensando? Tuve la oportunidad de cortar la llamada... ¿Por qué no lo hice?... ¿Por qué?

—Trata de no pensar —le dije, recorriendo su frente con las yemas de mis dedos, obligándola a cerrar los ojos—. Duerme, todo se sentirá mejor en la mañana.

Un útil consejo que yo misma no pude seguir, hasta en sueños me perseguían las voces de esos hombres, sus gritos, sus súplicas, los balazos.

—Yulia, despierta —me dijo mi amiga, meciéndome por el hombro—. Vi el pasaje de Lena. Tenemos que estar en el aeropuerto en un par de horas.

Ya había amanecido y la hora de otra vez despedirnos nuevamente se acercaba, una más corta y menos traumática —esperaba yo—, aun así me inundó la intranquilidad. Me levanté para no despertarla y llevé a Ade a la sala de estar.

—No creo que sea una buena idea que Lena viaje sola después de como se puso ayer...

—Pensé lo mismo y llamé a la aerolínea para averiguar qué se podía hacer. Lamentablemente, no hay asientos disponibles en su vuelo, y si hubiese uno, son más de cinco mil dólares por boleto.

—¿Qué?

—Primera clase, Lena. La gente que la cuidaba no escatimó en su comodidad.

—¿Y si cambiamos el nombre del pasaje y viajas tú hoy, así nosotras viajamos juntas mañana?

—Pensé en eso también, pero es una aerolínea diferente y no lo cambiarán el puesto a otra persona, máximo el destino o el horario, así que no se va a poder. Tampoco hay puestos en nuestro vuelo como para comprar un pasaje extra y que ella venga con nosotras, es más, no hay puestos disponibles por tres semanas. Es el final del verano y es imposible comprar un pasaje.

Regresé a verla dormir con una desesperanza tan aguda en mi pecho. Son varias horas de vuelo a Sochi, a una persona cuerda la puede volver loca un viaje en avión si se encuentra en algún estado depresivo. Volteé mi vista hacia el mesón y noté el empaque de la jeringa todavía allí.

—Podríamos pedirle al doctor de hotel que le de un sedativo —dije, regresando mi atención a mi amiga.

—No hace falta, estaré bien.

¿En qué instante se levantó?, no tuve idea. En un segundo me pegó el susto de mi vida.

—Tengo ganas de ver a mis padres y... estaré bien.

Mentía, quizá ella no recordaba lo que habíamos hablado la noche anterior, pero yo sí. Además no podía verme más de dos segundos a los ojos sin bajar la mirada.

—Preferiría viajar contigo. Podemos cambiar la fecha y pagar el otro boleto con la tarjeta de crédito de Ade —les propuse—. Yo conseguiré un trabajo y te pagaré cada mes...

—¡No!... Yo estoy bien... sola —Lena dijo y regresó a la habitación, encerrándose en el cuarto de baño.

No volvió a hablarme directamente hasta llegar al aeropuerto. Mi estómago estaba en nudos solo de pensar en las horas que pasaría imaginando lo peor, porque la verdad es que no quería ir a casa, le aterraba lo que pensarán sus padres y sus hermanos de ella, sobretodo Sergey. Lena en su mente debía ser la peor hija del mundo, la versión más alejada de la persona que los Katin habían criado.

Su quijada tembló todo el camino. Intentaba disimularlo mordiéndose las uñas. Se veía tan distante, tan nerviosa y aterrada. Quise apoyarla de alguna forma y le extendí mi mano, pero la ignoró, igual que a mí.

Mientras se despedía de Ade la escuché pedirle que me cuidara. Cosa que se me hizo demasiado extraña, nos encontraríamos pronto. Mas ella le decía adiós como si no fuese a vernos en mucho tiempo. Mi amiga le deseó un buen viaje y quiso darnos privacidad. Me dijo que me esperaría en la salida al estacionamiento para volver al hotel y decidí enfrentarla.

—¿No vas a pedirme que cuide a Ade?

Su mirada fue dura en un inicio, pero no pudo sostenerla. El enojo que me demostraba era una máscara para poder llevar acabo lo que planeaba antes de partir. Eventualmente sus ojos encontraron el piso, evitándome.

—Vas a huir cuando llegues a Sochi —Sospeché y se lo dije. No lo negó o lo discutió—. No estás lista para ir a casa.

Su quijada la delató de nuevo, temblaba con miedo mientras ella hacia lo posible por ocultarlo.

—¿Volveré a verte?... O estamos terminando.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver las suyas recorrer sus mejillas. Había dado en el blanco y dolió. Aun así, me resistí a dejarlas caer.

—Después de tanto tiempo, de esperar... —me detuve. ¿Qué punto tenía reclamarle? Ella era la víctima no yo— No puedo comparar nuestros sufrimientos. Jamás llegaré a entender por completo lo que viviste, pero yo también sufrí al perderte, todos lo hicimos.

—Lo siento.

—¿Por qué?

—Por lastimarte.

—Sigo sin entender el porqué. Al menos esta vez no tendré que preocuparme o pensar día y noche si tendré tus hermosos ojos frente a mí otra vez. Podré dormir en paz, porque ya no somos nada, ¿no? ¿Por qué lo sientes? Me estás dando la libertad de vivir. Es más de lo que he tenido estos últimos meses.

Su lógica es tan clara y, para ser sinceros, apesta.

—Yulia, yo... No puedo... Esto es lo mejor.

—Claro.

No pude contenerlas más, dejé mis lágrimas salir y fue cuando ella me miró detenidamente y se colgó de mi cuello con un impulso que me quito el equilibrio.

—Tú sabes que es lo que menos quiero hacer —susurró entre sollozos.

—No lo hagas entonces.

—Tengo qué. No puedo enfrentarlos, no puedo. Yo ya no soy su Lena, soy una extraña hasta para mí.

—Con el tiempo volverás a encontrarte. Estás perdida en lo que pasó ayer, en lo que Erich te hizo.

—¿Dime cómo regreso a mi familia? Gracias a mi padre mis hermanos no tienen a su madre. Gracias a mí, mis padres se vieron forzados a tener una vida que no querían. Yo los obligué a sacrificar sus sueños y ¿para qué? Al final, elegí ser la hija de Erich y vengarme. Me dieron la oportunidad de dejarlo así, de seguir mi vida sin convertirme en él y yo decidí lo contrario. Él está muerto junto con su hermano porque yo no pude decir un te perdono, porque yo no pude rogar por sus vidas, porque quería verlos muertos.

—Yo también lo quería, lo soñé. Ade lo mencionó en muchas ocasiones, lo que le haría si llegaba a tenerlo frente a ella...

—Pero ninguno de ustedes lo decía en serio, eran solo palabras. ¡Yo lo hice!

—Tú no jalaste ese gatillo.

—No peleé por él.

—Erich mató a Marina —le dije queriendo interrumpir su cadena de culpa. De qué servía que continuara construyendo esa pared. Lo hecho, hecho está.

—Tal vez mi problema es haberme dado cuenta de que su memoria merecía más que ensuciarla con más sangre.

La separé de mi cuerpo y le limpié la cara con mis pulgares acariciando su piel. Si la dejaba ir, esa sería la última vez que la vería.

—Ven conmigo —le dije llevándola de la mano al mostrador de servicios—. Disculpe, señorita. Deseo cambiar el destino de este pasaje.

—Déjeme verlo, por favor.

Se lo quité a Lena de las manos y se lo entregué.

—El boleto está marcado como dinámico. Puede cambiar su vuelo a cualquier día, hora o destino —nos contestó—. ¿A dónde desea viajar?

—¿Tienen vuelos a Rio de Janeiro?

—Yulia, ¿Qué haces? —me preguntó Lena sin entender.

—Está con suerte, nuestro vuelo más próximo sale en tres horas. Los pasajeros ya se encuentran haciendo el check-in y hay asientos disponibles en primera clase.

—Yo...

—No puedes ir a casa, no estás lista —la interrumpí— Necesitas espacio para pensar, para darte cuenta de que no eres como él y no es tu responsabilidad cargar con el peso de sus decisiones.

—No puedo ir a Rio y quedarme allí. Leo debe haberme olvidado ya.

—Leo te piensa constantemente —le confesé— Hace unos días hablé con él. Me preguntó por ti, si sabíamos algo. Me dijo que te extraña y deseó volver a verte.

—Él tiene su vida, su hijo. ¿Con qué derecho...? —frenó su línea de pensamiento, examinándome— Tú me pierdes de todas formas, ¿qué diferencia tiene a dónde vaya?

—No estaremos juntas por un tiempo más, pero es la única forma de «no perderte» y aunque tus padres y hermanos me odien por esto, yo sé que es lo mejor.

Ella también lo creía, lo supe al ver ese suspiro de alivio que salió sin permiso de sus pulmones.

—Volveré a ti.

—Lo sé. Tarde o temprano, no importa.

Mi mano se unió a la suya. Lena sacó su pasaporte y le pidió a la encargada realizar el cambio.

—¿Va a chequear alguna maleta?

—No, solo llevo la de mano.

—Aquí está su pase de abordar. Puede seguir a migración, señorita Katina.

Caminamos hacia donde solo ella podía seguir y nos detuvimos sin soltar nuestro agarre.

Otra despedida, esta vez incierta, no tan corta como pensaba en la mañana.

—Una noche soñé contigo, ¿sabes? —me dijo—. Nos encontrábamos en un parque, había una capa de sol que volvía todo naranja, el viento corría y las hojas del piso se levantaban. Te veías tan feliz sentada en una de las bancas. Tenías el cabello rubio como cuando te conocí y tus ojos azules brillaban desde lejos.

—¿Y qué pasó?

—Desperté —dijo con tristeza.

—Yo soñé muchas veces contigo, pero de otra forma —le dije. Un guiño de ojo y me entendió. Era mi sueño más constante.

Me sonrió. Mi Lena todavía estaba ahí.

Tiempo, eso es todo lo que necesitamos. Eso espero.

—Debo irme. No sé ni qué voy a hacer cuando llegue.

—No te preocupes, yo hablaré con Leo para que vaya a recogerte... No, a retirarte... Okey, no. Ninguna de las dos. A verte al aeropuerto para llevarte a su casa... ¡Maldición!

Rió esta vez y me acogió en un abrazo tierno.

—No terminamos... tú y yo —me aseguró—, y no pasará nada entre nosotros.

—Bien —le respondí— Te echaré de menos y nada de estar viendo traseros brasileños en la playa... Bueno, si los ves, mándame fotos.

—Hecho.

Las platicas de despedida son cortas, raras y al punto.

Ahora la veo partir. Me da un último adiós a lo lejos y gira la esquina desapareciendo. Mis labios todavía cosquillean con nuestro último beso y mi corazón late más tranquilo.

"Esta relación ya parece agua con aceite. Ustedes no se van a juntar nunca"


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